DISCLAIMER: Los personajes pertenecen a doña S. Meyer. Todo lo demás es de mi autoría. No soy violenta, pero con mi imaginación no se metan, odio las personas que se adjudican cosas que no son suyas. NO AL PLAGIO.


PRÓLOGO

1962, CHICAGO

Sentir el viento contra tu cara, la adrenalina correr por tus venas y la pasión latir en tu alma son sensaciones que no se comparan. Esas emociones que brotan y te hacen lanzar gritos y extasiarte no se igualan.

-¡Ah! -el grito retumbó entre los árboles, vibró en el bosque para luego ser acompañado por carcajadas.

¡Y que diablos! Que te miraran como si estuvieses loco no importaba en ese momento, esas cosas pasaban a tercer, quinto o noveno plano.

Hicieron una parada dedicada a beber y fumar, como no.

-Anthony -dijo la muchacha. Este se dio vuelta y la miró con sus brillantes ojos verdes -Te amo.

Lo besó con todo el amor, la pasión y la lujuria siempre presentes en ellos. Se amaban, no hacía falta decir melosos 'Te quiero' todo el tiempo. Una cosa llevó a la otra, y que decir de lo que sucedió después.

Cuando terminaron de vestirse se miraron a los ojos, con una melancolía extraña y preocupante. Sin embargo, no importo en ese momento.

Marie y Anthony lo sentían en el centro de su pecho, una emoción exasperante y desbordadora, alarmante. Se subieron de nuevo a la motocicleta con una botella en mano. Dieron un último trago, se besaron y se miraron a los ojos.

-Marie, chiquilla loca. Nunca olvides cuanto te adoro -le acaricio la mejilla, un gesto poco común entre ellos.

Partieron su trayecto hacia el norte, quien sabe donde. No importaba en lo absoluto. Estando juntos, por odiosamente cursi que sonara, enfrentarían cualquier cosa.

Llevaban unos 25 kilómetros recorridos cuando sin previo aviso un hoyo en el camino los desvió y se estrellaron contra un enorme pino. Sin dolor y sin darse cuenta que había pasado, Marie cayó como peso muerto del vehículo con una gran tajada en la cabeza. La sangre salía a borbotones, dando cuenta de la verdad innegable. La risueña y alocada joven estaba muerta.

No puedo aceptarlo, pensó Anthony. El muchacho, sin esa casual alegría y pasión en sus ojos se dejó estar. El dolor palpitante en el cráneo lo torturaba. Era posible sobrevivir, pero él ya había perdido su razón de vivir. Por ello, con un último pensamiento se dejo ir.

Lo siento. Los amo.