Hola chicas soy nueva en esto de subir fics pero SIEMPRE los leo y me anime a subir una adaptación de la novela de Julie Garwood con los personajes de Inu-Yasha de sensei Rumiko

Así que ACLARO: esta historia no es mía, pero cuando la leí solo pude imaginarme a Sessho y a Kag en estos personajes jejeje *.*

MI PRINCIPE ENCANTADO

Cap. 1

Londres, Inglaterra, 1868

Los buitres se estaban reuniendo en el vestíbulo. El salón ya estaba totalmente colmado, al igual que el comedor y la biblioteca de arriba. Había más de esas negras aves de rapiña a lo largo de la escalera curva. De vez en cuando, dos o tres daban un cabezazo al mismo tiempo para tragar el champaña de sus copas. Estaban a la expectativa, vigilantes, esperanzados. Eran detesta bles e infames.

Eran los familiares.

También se habían hecho presentes unos cuantos amigos del conde de Havensmound. Estaban allí para expresar apoyo y compasión por la infortunada trage dia que se produciría en breve.

La celebración vendría después.

Durante un breve rato, todos trataron de compor tarse de una manera digna, adecuada a la solemne ocasión. Sin embargo, el licor les aflojó pronto los pensamientos y las sonrisas; no pasó mucho tiempo sin que se oyeran rotundas carcajadas por encima del tintineo de las copas de cristal. La matriarca agonizaba, por fin. En el último año se habían producido dos falsas alarmas, pero muchos creían que este tercer ataque resultaría ser el de la buena suerte. Era demasiado vieja, la condena da, para seguir desilusionando a todos. Caramba, si ya tenía más de sesenta años.

Lady Kaede Stapleton había pasado la vida acu mulando una fortuna y ya era sobradamente hora de que muriera, para que sus parientes pudieran comen zar a gastarla. Después de todo, se decía que era una de las mujeres más ricas de Inglaterra. También se decía que su único hijo sobreviviente era uno de los más pobres. No era justo; cuanto menos, eso decían los comprensivos acreedores del conde, cuando ese libertino los tenía al alcance del oído. Onigumo Naraku era el conde de Havensmound, Dios bendito, y debía te ner autorización para gastar cuanto quisiera y cuan do quisiera. Claro que el hombre era un derrochón declarado y, además, un calavera cuyo apetito sexual se dirigía a las muy jovencitas, pero ésos no eran defectos que los prestamistas miraran con malos ojos; todo lo contrario, en realidad. Si bien hacía ya tiem po que los banqueros más respetables se negaban a prestar más dinero al licencioso conde, los usureros lo hacían con mucho gusto. Estaban en la gloria. Disfrutaban plenamente del libertinaje de su cliente. Cada uno le había cobrado intereses exorbitantes por sacarlo de su último fiasco en el juego, por no hablar de las pasmosas cantidades que debían facilitarle para acallar a los padres de las damiselas seducidas y aban donadas por el conde. Las deudas se habían amonto nado, sí, pero los pacientes acreedores recibirían muy pronto su rica recompensa.

Al menos, eso creían todos.

Hojo, el joven auxiliar del mayordomo enfer mo, sacó a empujones a otro acreedor y se permitió el gran placer de cerrar con un portazo. La conducta de esa gente lo tenía horrorizado. Simplemente nada les importaba.

Hojo había vivido en esa casa desde los doce años y, en todo ese tiempo, no creía haber visto nunca algo tan vergonzoso. Allí arriba, su querida Señora luchaba por resistir hasta que todos sus asuntos estuvie ran debidamente arreglados, esperando que llegara Kagome, su nieta predilecta, para poder despedirse de ella; abajo, mientras tanto, el hijo de la moribunda re cibía a sus cortesanos, riendo y comportándose como bruto insensible que era. Su hija Kikyo no se apartaba de su lado, con expresión muy ufana. Hojo supuso que, si parecía tan satisfecha, era por la seguridad de que su padre compartiría con ella su fortuna.

"Dos manzanas podridas en el mismo canasto", se dijo Hojo. Oh, sí: padre e hija eran muy parecidos, tanto en carácter como en apetito. El mayordomo no se consideraba desleal a su ama por albergar tan pobre opinión de sus familiares: ella pensaba lo mismo. Caramba, si en varias ocasiones había oído decir a lady Kaede que Kikyo era una víbora. Y lo era, sí. Hojo, en secreto, opinaba de ella cosas mucho peores. Era una joven cruel, llena de mañas; él no recordaba haberla visto sonreír sino después de destrozar deliberadamen te el amor propio de alguien. Los enterados decían que Kikyo manejaba a la aristocracia con mano maliciosa; por eso los más jóvenes, los que comenzaban a ocupar sus puestos dentro de la sociedad, le tenían miedo, aunque se cuidaban de admitirlo. Hojo ignoraba si esos chismorreos eran veraces o no, pero de una cosa estaba seguro: Kikyo era una destructora de sueños.

Pero la última vez había llegado demasiado lejos, al atreverse a atacar lo que más apreciaba lady Kaede: había tratado de destruir a lady Kagome.

El mayordomo dejó escapar un fuerte gruñido de satisfacción. Muy pronto esa muchacha y su mal afama do padre se verían obligados a apreciar las ramificacio nes de sus actos traicioneros.

La querida lady Kaede, afligida por su mala salud y por las pérdidas familiares, no había notado lo que estaba pasando. Su declinación comenzó cuando Midoriko, la hermana mayor de Kagome, se estableció en Boston con sus bebés gemelas. Desde entonces venía decayendo. En opinión de Hojo, si no se había entregado por completo era porque estaba decidida a ver casada y esta blecida a la niña que había criado como propia.

La boda de Kagome se había cancelado gracias a las interferencias de Kikyo. Sin embargo, de esa horrible humillación surgió algo bueno: que lady Kaede abrió los ojos, por fin. Hasta ese último escándalo había sido una mujer dada a perdonar; ahora se mostraba simple mente vengativa.

En el nombre de Dios, ¿dónde estaba Kagome? Hojo rogó que llegara a tiempo para firmar los pa peles y despedirse de su abuela.

El mayordomo se paseó durante varios minutos más, nervioso y preocupado. Luego se dedicó a hacer que los invitados, que holgazaneaban con tanta insolencia en los peldaños, pasaran al solario de la parte trasera, ya atestado. Usó el ofrecimiento de comida y más licores como incentivo para obtener su colabo ración. Después de amontonar allí a la última de aquellas viles criaturas, cerró la puerta y volvió apresu radamente al vestíbulo.

Una conmoción, allí afuera, atrajo su atención, haciendo que corriera a mirar por la ventana del costado. Al reconocer el escudo de armas del carruaje negro que se estaba deteniendo en el centro del camino circular, lanzó un suspiro de alivio y pronunció una breve plegaria de agradecimiento: Kagome acababa de llegar, por fin. Hojo echó una mirada al salón, para asegu rarse de que el conde y su hija siguieran entreteni dos con sus amigos. Como ambos estaban de espal das a la entrada, corrió a cerrar las puertas del salón. Si la suerte lo acompañaba podría llevar a Kagome a través del vestíbulo y escaleras arriba sin que su pri ma ni su tío lo notaran.

Cuando abrió la puerta, Kagome iba atravesando la multitud de oportunistas instalados en el camino. Lo complació notar que la muchacha ignoraba por completo a esos pillastres que trataban de llamarle la aten ción. Varios llegaron a ponerle sus tarjetas en la mano, jactándose a voz en grito de ser los mejores expertos en inversiones de toda Inglaterra, capaces de triplicar el dinero que ella obtendría muy pronto; no tenía más que entregarles su herencia. Hojo sintió asco de tan to histrionismo. Si hubiera tenido una escoba a mano, la habría emprendido contra la turba.

-¡Fuera, fuera! ¡Alejaos de ella! -ordenó a gritos, adelantándose a la carrera. Sujetó el codo de Kagome en un gesto protector y, echando una mirada fulminan te a los transgresores por encima del hombro, la escoltó hasta adentro.

-Criminales todos ellos, si se me pide opinión -murmuró.

Kagome estaba plenamente de acuerdo con esa declaración.

-Estabas dispuesto a arrojarte contra ellos, ¿ver dad, Hojo?

El sirviente sonrió.

-Bokusenou me daría de coscorrones si me rebajara a la altura de esa chusma -comentó-. Para seguir sus pasos debo evitar toda conducta grosera. Un mayordo mo siempre debe mantener su dignidad, milady.

-Sí, por supuesto -concordó Kagome-. ¿Cómo está nuestro Bokusenou? La semana pasada le envié una nota, pero aún no he tenido respuesta. ¿Hay motivos para preocuparse?

-No, milady. Bokusenou, anciano como es, sigue fuer te como un roble. Abandonó su lecho de enfermo para despedirse de lady Kaede. Su abuela ya le ha otorgado una pensión, ¿lo sabía usted? Lo ha provisto estupenda mente, lady Kagome. Bokusenou no carecerá de nada por el resto de sus días.

-Ha sido su leal mayordomo durante casi treinta años -señaló Kagome-. Es justo que reciba una buena pensión. ¿Y tú, Hojo? ¿Qué harás? Dudo que tío Naraku te permita seguir aquí.

-Su abuela ya me ha asignado una función, lady Kagome. Quiere que cuide de su hermano Myouga. Ten dré que mudarme a Escocia, pero eso no importa. Por complacer a lady Kaede iría al fin del mundo. Ella ha apartado para mí una parcela y una asignación men sual, pero supongo que usted ya lo sabía. Fue idea suya, ¿verdad? Usted siempre ha cuidado de Hojo, aunque el mayor soy yo.

Kagome sonrió. Había sido idea de ella, pero estaba segura de que a la Señora se le hubiera ocurrido la mis ma idea, de no estar tan atareada con otros asuntos.

-¿Mayor, Hojo? -bromeó-. Apenas me llevas dos años.

Aun así soy mayor -contraatacó él-. Permí tame su abrigo. Me complace ver que se ha vestido de blanco, tal como lo pidió su abuela. Es un vestido muy bonito. Si me permite la audacia de decirlo, hoy está usted mucho mejor.

Hojo se arrepintió de inmediato de haber agre gado ese cumplido, pues no quería hacerla pensar en la última vez que se habían visto. Kagome no podría olvidar jamás esa ocasión, por supuesto; aun así no era caballe resco recordarle esa humillación.

Parecía estar mejor, sí. Nadie la había visto desde aquella tarde, seis semanas atrás, en que su abuela se había sentado con ella en el salón para darle la noticia sobre su prometido. Hojo montaba guardia dentro, con la espalda apoyada contra el pomo de la puerta, a fin de que nadie se atreviera a interrumpir. Por eso vio lo destrozada que había quedado Kagome ante el anuncio. Era preciso reconocer que la mu chacha no lloró ni hizo ninguna escena. Semejante conducta no habría sido adecuada para una señorita. Mantuvo una expresión dominada, pero aun así, el dolor sufrido era obvio: le temblaba la mano con que se echaba el pelo atrás y su tez estaba blanca como nieve recién caída. Sus ojos chocolate, tan límpidos y encantadores, perdieron por completo su brillo, y también su voz al pronunciar, cuando la abuela ter minó de leerle la sucia carta recibida:

-Gracias por decírmelo, Señora. Sé lo difícil que ha sido para usted.

-Creo que deberías salir de Londres por un tiem po, Kagome, hasta que pase este pequeño escándalo. Tío Myouga se alegrará de contar con tu compañía. -Como usted mande, Señora.

Un momento después Kagome se disculpó. Subió a su alcoba, ayudó a preparar sus propias maletas y, me nos de una hora después, partió hacia la finca que su abuela tenía en Escocia.

Durante la ausencia de su nieta, lady Kaede no estuvo ociosa: pasó ese tiempo con sus abogados.

-Su abuela se alegrará mucho de verla, lady Kagome -anunció Hojo -. Desde que' recibió esa carta misteriosa, el otro día, se muestra quejosa e impaciente. Según creo, cuenta con que usted sepa lo que se debe hacer.

Su voz denotaba una profunda preocupación. Al notar que la muchacha seguía estrujando las tarjetas con la mano, las depositó en el cesto para papeles y la siguió hasta la escalera.

-¿Cómo está, Hojo? ¿Se ha producido alguna mejoría?

El sirviente le tomó la mano para darle una palmadi ta afectuosa, notando el miedo en su voz. Habría querido mentirle, pero no se atrevió. Ella merecía la verdad.

-Se está apagando, miladi. Esta vez no habrá re cuperación. Ha llegado el momento de que usted le diga adiós. Está muy ansiosa por dejar todo arreglado. No podemos permitir que siga tan nerviosa, ¿verdad? Kagome sacudió la cabeza.

-No, claro que no. Los ojos se le llenaron de lágrimas que ella trató de dominar a fuerza de voluntad. A su abuela le haría mal verla llorar. Y, de cualquier modo, con llorar no cambiarían las cosas.

-Usted se está arrepintiendo de haber aceptado los grandes planes que su abuela ha trazado para usted, ¿verdad, lady Kagome? Si ella creyera que la ha obligado a... - Hojo no acabó de expresar su preocupación. Kagome dijo, forzando una sonrisa:

-No me estoy arrepintiendo. A esta altura debe rías saber que soy capaz de cualquier cosa por compla cer a mi abuela. Ella quiere atar todos los cabos sueltos antes de morir. Y, como yo vengo a ser el último de sus cabos sueltos, a mí me corresponde ayudarla. No voy a rehuir esa obligación, Hojo.

Desde el salón les llegó un estallido de risas. Kagome se volvió hacia el ruido, irritada, y divisó a dos descono cidos vestidos de negro, cómodamente instalados en el fondo del pasillo que conducía a la escalera. Notó que los dos tenían copas de champaña en la mano. De pronto cayó en la cuenta de que la casa estaba llena de invitados. -¿Qué hace aquí toda esta gente?

-Se preparan para celebrar con su tío Naraku y su prima Kikyo, milady-informó Hojo. Recibió con un gesto afirmativo la expresión enfurecida de Kagome y se apresuró a añadir-: Su tío invitó a unos cuantos amigos...

Kagome no le permitió completar la explicación. -Ese hombre detestable no tiene una sola cuali dad que lo redima, ¿no?

La furia de su voz inflamó la del mayordomo. -Se diría que no, milady. El padre de usted, que Dios lo tenga en Su gloria, parece haber heredado todas las buenas cualidades, mientras que lord Naraku y su prole... - Hojo se interrumpió con un suspiro fati gado. Notando que Kagome estaba a punto de abrir las puertas del salón, se apresuró a sacudir la cabeza - Ahí adentro están Naraku y Kikyo, milady. Si la ven tendremos una escena. Sé que usted querría expulsar a todos de aquí, pero la verdad es que no hay tiempo. Su abuela espera.

Kagome comprendió que él tenía razón. Su abuela estaba primero. Volvió a cruzar el vestíbulo a paso rápido, y, aceptando el brazo del mayordomo, comenzó a subir.

Cuando llegaron al descansillo, se volvió nueva mente hacia él.

-¿Qué dice el médico sobre el estado de la Seño ra? ¿No cabe la posibilidad de que vuelva a sorprender nos? Podría mejorar, ¿verdad?

Hojo movió la cabeza en un gesto negativo. -Sir Jinenji opina que es sólo cuestión de tiem po -dijo-. Simplemente, el corazón de lady Kaede está agotado. Fue Jinenji quien lo notificó a su tío Naraku; por eso se han reunido todos aquí. Su abue la perdió los estribos cuando lo supo; creo que a ese médico aún le arden los oídos por la azotaína verbal que ella le aplicó. Lo que me asombra es que a él mismo no se le haya parado el corazón, en ese mismo instante.

Al imaginar a su abuela regañando a un gigante como Jinenji, Kagome no pudo menos que sonreír. -La Señora es una mujer asombrosa, ¿no? -Ya lo creo -replicó Hojo -. Es capaz de ha cer que hombres hechos y derechos se estremezcan de miedo. Yo mismo debí obligarme a recordar que a mí no me intimidaba.

-A ti nunca te ha intimidado -observó Kagome, desechando la idea.

Hojo sonrió de oreja a oreja.

-Porque usted no me lo permitía. ¿Se acuerda, milady? Mientras me arrastraba de regreso a casa, me explicó que lo de la Señora era puro aspaviento. Kagome asintió.

-Me acuerdo, sí. La Señora no levantó la voz al regañar a Jinenji, ¿o sí?

-No, por Dios -aseguró Hojo -. Ante todo y como sea, la Señora es una dama. Pero Jinenji se enco gía como si ella estuviera gritando. ¡Si usted le hubiera visto la cara cuando ella amenazó con no dejarle dinero para su nuevo laboratorio!

Kagome echó a andar por el largo pasillo, con Hojo a su lado.

-¿Sir Jinenji está ahora con ella?

-No. Ha pasado toda la noche aquí y se ha ido hace un rato, para cambiarse de ropa. Ha dicho que tardaría alrededor de una hora. Eso nos da tiempo suficiente. Los invitados de su abuela están en el recibidor contiguo a sus habitaciones. Ella me sugirió que los hiciera subir por la escalera de servicio, para que nadie los viera. Su tío Naraku no tendrá idea de lo que va a pasar: cuando se entere será demasiado tarde.

-Eso significa que la Señora sigue insistiendo en que llevemos a cabo ese plan.

-Sí, por supuesto -respondió Hojo -. Una palabra de advertencia, querida, si me lo permite. Su abuela se inquietará si le ve lágrimas en los ojos.

-No me verá llorar -prometió Kagome.

Las habitaciones de lady Kaede estaban al final del pasillo. Kagome no vaciló ante el umbral del dormito rio. En cuanto Hojo le hubo abierto la puerta, entró precipitadamente.

Dentro reinaba una oscuridad de medianoche. Kagome entornó los ojos, tratando de orientarse.

La alcoba era gigantesca como una plaza. A un la do, sobre una plataforma cuadrada, se alzaba el lecho con su dosel. En el lado opuesto, tres poltronas y dos mesitas laterales formaban un ángulo frente a los densos cortinajes de las ventanas. A Kagome siempre le había en cantado esa habitación. Cuando era pequeña solía brin car en la cama, cruzar las gruesas alfombras orientales a saltos y hacer ruido suficiente para despertar a los muer tos; al menos, eso decía su abuela con frecuencia.

Dentro de la alcoba no había restricciones. Cuando la abuela estaba de buen humor, le permitía ataviarse con sus maravillosos vestidos de seda y sus zapatos de satén. Kagome se ponía un sombrero de ala ancha, adorna do con manojos de flores y plumas arriba; colgaba de su cuello montones de joyas preciosas y se enfundaba un par de guantes blancos que le llegaban hasta los hom bros. Una vez así acicalada, servía el té a su abuela, in ventando absurdas descripciones de las imaginarias fies tas a las que había asistido. La abuela nunca se reía de ella. Le seguía el juego, agitando el abanico pintado frente a la cara; susurraba "Vaya, vaya", en los momen tos adecuados y hasta lanzaba fingidas exclamaciones de horror ante los escándalos que Kagome conjuraba. En casi todos figuraban uno o dos gitanos y damas de com pañía. De vez en cuando, la misma Señora ideaba unos cuantos relatos ridículos.

Kagome amaba ese cuarto y todos los recuerdos que encerraba, casi tanto como amaba a la anciana que allí vivía.

-Has tardado demasiado tiempo en llegar aquí, jovencita. Ahora tendrás que disculparte por haberme hecho esperar.

La voz ronca de su abuela resonó en toda la alcoba. Kagome giró para avanzar hacia allí y estuvo a punto de tropezar con un escabel. Recuperó el equilibrio antes de caer de rodillas, esquivando cautelosamente el obstáculo.

-Disculpe usted, Señora -dijo.

-No digas tonterías, Kagome. Siéntate. Tenemos mucho de que hablar.

-Es que no encuentro los sillones, Señora. -Enciende una sola vela, Kirara. Eso es todo lo que voy a permitir -ordenó lady Kaede a su donce lla-. Luego retírate. Quiero estar sola 'con mi nieta. Por fin Kagome localizó las poltronas y ocupó la del centro. Después de acomodar los pliegues de su vesti do, cruzó las manos en el regazo. No llegaba a ver a su abuela. La distancia y la oscuridad se lo hacían imposible.

Aún conservaba su postura muy recta, con la espalda rígida como una enagua almidonada. La abuela detesta ba ver a la gente con los hombros caídos; como esa anciana tenía la vista de un gato (al menos, eso pensaba Kagome), no se atrevió a relajarse.

La luz de la vela encendida en la mesa de noche se convirtió en un faro en medio de la oscuridad. Más que verla, Kagome percibió a 'la doncella que pasaba frente a sí. Esperó a oír el chasquido de la puerta al cerrarse antes de preguntar:

-¿Por qué está todo tan oscuro, Señora? ¿Hoy no quiere ver el sol?

-No deseo verlo -respondió su abuela-. Me estoy muriendo, Kagome. Yo lo sé, Dios lo sabe y tam bién lo sabe el diablo. No voy a armar bulla. No sería digno de una dama. Pero tampoco voy a ser complaciente. La muerte tendrá que acecharme en la oscuridad. Si la suerte me acompaña, no me halla rá antes de que todos mis asuntos hayan sido resuel tos a mi satisfacción. La luz podría darle una venta ja. Temo que estés mal preparada para las tareas que tienes ante ti.

El cambio de tema tomó a Kagome por sorpresa, pero se recuperó de inmediato.

-Permítame disentir, Señora. Usted me ha educa do bien. Estoy preparada para cualquier eventualidad. Lady Kaede resopló.

-Al educarte omití unas cuantas cosas, ¿verdad?, No sabes nada del matrimonio ni de lo que hace falta para ser buena esposa. Creo que mi incapacidad de tratar esos temas íntimos se debe a la época, Kagome. Vivimos en una sociedad muy restrictiva. Todos debemos mos trarnos muy decorosos y pacatos. No sé de dónde te vi no, pero tienes mucho amor y compasión dentro de ti.

Y debo reconocer que agradezco no haber podido borrarte esas cualidades. Nunca has podido entender que debías ser rígida, ¿cierto? No importa -continuó lady Kaede-. Ya es demasiado tarde para cambiar. Eres una soñadora sin remedio, Kagome, como lo demuestra tu afición a esas novelas baratas y tu cariño por los canallas. Kagome sonrió.

-Se los llama montañeses, Señora -corrigió-. Y me parece que a usted le gustaba escucharme leer esos relatos.

-No niego que disfrutara de ellos -murmuró lady Kaede-. Pero eso no viene al caso. Las historias de Daniel Crockett y Davy Boone seducirían a cual quiera, hasta a las ancianas rígidas.

Había mezclado los nombres; a Kagome le pareció que lo hacía a propósito, para dar a entender que no la fascinaban los montañeses tanto como a ella. No volvió a corregirla.

-Sí, Señora -dijo, suponiendo que su abuela esperaba su asentimiento.

-Me pregunto si conoceré a esos montañeses en el más allá.

-Creo que sí -respondió Kagome.

-Vas a tener que poner los pies en la tierra -le advirtió su abuela.

-Lo haré, Señora.

-Hice mal en no dedicar algún tiempo a ense ñarte cómo se doma a un hombre para que sea un ma rido bueno y afectuoso.

-Tío Myouga me explicó todo lo que necesito saber.

Lady Kaede volvió a resoplar.

-¿Y qué puede saber mi hermano de ese tema? Se ha pasado todos estos años viviendo en Escocia como un ermitaño. Para saber de qué se trata, Kagome, hay que casarse. No prestes ninguna atención a lo que él te haya dicho; seguramente está equivocado.

Kagome negó con la cabeza.

-Me dio buenos consejos, Señora. ¿Por qué tío Myouga nunca se ha casado?

-Probablemente porque nadie lo ha querido es peculó la Señora-. Él sólo se interesaba por sus gigan tescos caballos.

-Y por sus armas de fuego -le recordó Kagome-. Todavía trabaja en las patentes.

-Sus armas de fuego, sí -coincidió la Señora- Despiertas mi curiosidad, Kagome. ¿Qué te dijo sobre el matrimonio?

-Si quiero convertir a un pillo en buen esposo, debo tratarlo como a un caballo al que tratara de adies trar: aplicar mano firme, nunca demostrarle miedo y dosificar el afecto. Tío Myouga predijo que en seis me ses lo tendría comiendo en la palma de mi mano. Que habría aprendido a valorarme y me trataría como a una princesa.

-¿Y si él no te valora? Kagome sonrió.

-En ese caso debería dispararle con una de sus bonitas pistolas.

La sonrisa de la Señora se llenó de ternura. -Una o dos veces me habría gustado disparar contra tu abuelo, hija, pero sólo una o dos veces.

Su humor pasó de la jovialidad a la melancolía en el curso de un segundo. Con voz trémula de emoción, dijo:

-Las niñas te van a necesitar. Dios mío, tú mis ma eres casi una niña. ¿Cómo te las vas a arreglar? Kagome se apresuró a tranquilizarla.

-Me las arreglaré muy bien -aseguró-. Para us ted sigo siendo una niña, pero ya soy una mujer adulta. No se preocupe, Señora; usted me ha preparado bien.

Lady Kaede dejó escapar un fuerte suspiro. -De acuerdo, no voy a preocuparme -prome tió-. Me has dado tu amor y tu devoción durante to dos estos años, mientras que yo... ¿Te das cuenta de que ni una sola vez te he dicho que te quiero?

-Me doy cuenta, Señora.

Al asentimiento de Kagome siguió un momento de silencio. Luego lady Kaede volvió a cambiar de tema. -No permití que me dijeras a qué se debía la desesperación de tu hermana por abandonar Inglaterra. Ahora te confieso que lo hice porque tenía miedo de lo que pudiera oír. Midoriko se fue a causa de mi hijo, ¿ver dad? ¿Qué le hizo Naraku? Estoy dispuesta a escuchar, Kagome. Ahora puedes contármelo, si quieres.

De inmediato a Kagome se le anudó el estómago. Aspiró profundamente antes de responder. -Preferiría no hacerlo, Señora. Sucedió hace mucho tiempo.

-Aún tienes miedo, ¿no? Te tiembla la voz con sólo mencionarlo.

-No, ya no tengo miedo.

-Te di toda mi confianza y ayudé a la partida de Midoriko y ese inútil de su esposo, ¿no es cierto?

-Sí, Señora.

-No me fue fácil, sabiendo que jamás volvería a verlos. No podía confiar en el criterio de Midoriko, des de luego. Fíjate con quién se casó. Shikon era apenas mejor que un mendigo. No la amaba, naturalmente; se casó con ella por su dinero. Pero ella no quiso escuchar razones. Los desheredé a ambos. Ahora comprendo que actué por rencor.

-Shikon no era un inútil, Señora. Es que no te nía cabeza para los negocios. Puede que se haya casado con mi hermana sólo por su dinero, pero no la abandonó cuando usted la dejó sin herencia. Creo que apren dió a amarla, aunque fuera un poquito. Siempre la tra tó bien. Y por todas las cartas que nos envió, también creo que era un padre estupendo.

Lady Kaede asintió con la cabeza.

-Sí, yo también pienso que era buen padre -ad mitió de mala gana-. Fuiste tú quien me convenció de que les diera algo de dinero, para que pudieran salir de Inglaterra. Hice lo correcto, ¿no?

-Sí, Señora, usted hizo lo correcto.

-¿Midoriko quería contarme lo que ocurrió? Por Dios, hace dieciocho meses que murió y apenas ahora puedo hacerte esta pregunta.

-Midoriko no se lo habría contado -insistió Kagome, con voz urgente.

-Pero contigo habló francamente, ¿no?

-Sí, pero sólo porque deseaba protegerme -Kagome volvió a aspirar profundamente, tratando de mantener la compostura. El tema la afligía tanto que empezaban a temblarle las manos. Para evitar que su abuela notara su nerviosismo, trató de dominar lo trémulo de su voz-. Usted le demostró su amor protegiéndola sin exigir expli caciones. La ayudó a partir. Ella y Shikon fueron felices en Boston y estoy segura de que Midoriko murió en paz.

-Si te ordenara ahora que traigas a sus hijas a Inglaterra, ¿estarían a salvo?

-No. -La respuesta de la muchacha fue inme diata y enérgica, pero suavizó el tono para agregar-: Esas niñas deben criarse en el país de su padre. Es lo que deseaban Shikon y Midoriko. -"Y no bajo la custo dia de Naraku", agregó para sus adentros.

-¿Crees que el cólera puede haberse llevado tam bién a las pequeñas? A estas horas ya lo sabríamos, ¿cierto?

-Sí, ya nos habríamos enterado. Están sanas y salvas -aseguró, dando a su voz todo el énfasis posible y rogando que fuera verdad. La señora Tsubaki, la niñera de las bebés, había escrito para darles la trágica noticia. No estaba en absoluto segura de que fuera el cólera lo que había matado a Shikon y nadie podía saberlo, porque después de su muerte el médico se ha bía negado a exponerse al contagio visitando la casa. La niñera había mantenido a las pequeñas lejos del padre durante su enfermedad, protegiéndolas tanto como pudo. Dios ya se había llevado a Midoriko; ahora, a Shikon. No podía ser tan implacable como para llevar se también a esas criaturas de dos años. La sola idea la inquietaba demasiado.

-Confío en ti, Kagome. -La voz de la Señora so naba fatigada.

-Gracias, Señora.

-¿Te protegí bien durante tu infancia?

-Oh, sí -exclamó Kagome-. Me ha protegido bien durante todos estos años.

Pasaron varios minutos en silencio. Por fin lady Kaede preguntó:

-¿Estás lista para abandonar Inglaterra? -Sí.

-Boston está al otro lado del mundo. Cuenta a esas pequeñas cosas buenas de mí, aunque debas in ventarlas. Quiero que me recuerden con cariño. -Sí, Señora.

Kagome se esforzaba desesperadamente por no llo rar. Con la vista clavada en las manos, aspiró profunda mente varias veces.

Lady Kaede, sin reparar en la inquietud de su nieta, volvió a explicarle detalladamente lo del dinero que ha bía transferido al banco de Boston. Cuando acabó de darle instrucciones, su voz sonaba débil por la fatiga.

-En cuanto regrese sir Jinenji, él anunciará que he tenido otra recuperación milagrosa. Por imbécil que sea, sabe muy bien quién le llena los bolsillos. Esta noche tú asistirás al baile y actuarás como si todo estuviera per fectamente bien. Debes reír. Debes mostrarte alegre. Debes celebrar mi buena salud. Te quedarás hasta que el reloj haga sonar las campanadas de medianoche. Nadie debe saber que partes al rayar el día. Nadie.

-Pero, Señora, yo había pensado quedarme con usted, ahora que está tan enferma.

-Nada de eso -le espetó su abuela-. Debes alejarte de Inglaterra antes de que yo muera. No estaré sola. Me hará compañía Myouga, mi hermano. A Naraku y a los otros se les informará de tu partida una vez que te hayas hecho a la mar. Accede, Kagome. Tu deber es permitir que esta anciana muera contenta. -Sí, Señora. -La muchacha ahogó un sollozo. -¿Estás llorando?

-No, Señora.

-No soporto las lágrimas. -Lo sé, Señora.

La anciana suspiró de satisfacción.

-Me tomé muchas molestias para hallar al ade cuado. Lo sabes, ¿verdad, Kagome? -preguntó-. Por supuesto que sí. Bien, sólo queda un documento más que firmar y certificar. Una última ceremonia que debo cumplir. Luego estaré en paz.

-No quiero que usted muera, Señora.

-No siempre es posible obtener lo que se desea, jovencita. No lo olvides.

-No, Señora.

-Di a Hojo que haga pasar a los visitantes que ha escondido en el recibidor. Luego ven y ponte junto a mí. Quiero verte firmar el documento antes de agregar mi firma como testigo.

Kagome se levantó.

-¿No va a cambiar de idea, Señora?

-No -le aseguró la abuela-: ¿Lo harás tú? Había un desafío en su tono seco, decidido. Kagome se las compuso para sonreír.

-No, no cambiaré -respondió, con la misma energía.

-Date prisa, pues. El tiempo se nos va, Kagome. Y el tiempo es mi enemigo.

Kagome echó a andar hacia la puerta que comunica ba la alcoba con el recibidor adyacente, pero se detuvo a medio camino.

-Señora... -¿Qué pasa?

-Antes de que Hojo haga pasar a los otros... no volveremos a estar solas y... ¿Me permitiría...?

No dijo más. No hacía falta. Su abuela compren dió lo que pedía.

Un fuerte suspiro llenó la alcoba. -Si es preciso... -gruñó la abuela. -Gracias.

-Dilo de una vez, Kagome.

-Muy bien. La amo con todo mi corazón, Señora.

Bueno aquí llega el cap.1 les parecio muy largo? diganme si lo quieren mas corto o así está bien jejeje plisssss la historia lo vale a mi me gusto mucho

Soy nueva en esto así que espero reviews a ver que les pareció

GRACIAS POR LEER! :)