El cabello de Ichinose Haru se mecía al compás del ritmo que marcaba el viento, estar sentada en el césped por las tardes se había convertido en un agradable y relajante pasatiempo, desde que se graduó de la clase negra, se había propuesto como meta tener una vida tranquila, gracias a esfuerzos y trabajos puede estar sentada en su propio jardín. Bueno, siempre y cuando sus pensamientos no invadieran e interrumpieran en su estado de ánimo, porque siempre era así a esas horas, el palpitante temor a volver a caer como presa de los otros que anteriormente tantas marcas han dejado y si, aunque se considerara una persona optimista, fiel creyente del perdón, todos tenemos nuestro momento ¿Verdad?

- He vuelto – Llega un susurro a su oído y Haru sabe que es el fin de todos sus temores.

- Tokaku, me alegro que hayas vuelto-

Tokaku se dirige dentro de la casa preguntando qué hay de comer con su distintiva actitud y Haru se queda un poco atrás, observando su caminar mientras sonríe porque sabe lo que viene, es la mejor de las rutinas, ya que al caer la tarde, la heredera azuma se encargaba de besar cada una de sus cicatrices y demostrar que no rompería su promesa de protegerla. Y Haru está segura de que así es, sabe que es amor y está feliz de entregarlo, también de recibirlo ¿Quién no? Se encarga de disfrutar la mejor de las caricias que solo Tokaku es capaz de darle, a su corazón. En sus brazos muere toda inseguridad que hace unas horas se abría paso en ella, ya habrán otras tardes llenas de reflexión.