Bueno, este es mi primer intento de un fanfic. Un día me encontré un vídeo crossover de esta pareja, y desde entonces estoy obsesionada con ellos (entre muchas otras parejas, por supuesto). Acepto críticas constructivas, y de paso sea dicho, si no les gusta esta pareja, por favor absténganse de leer este fic. Bueno, empecemos.

Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Disney y Pixar.

Capítulo 1.

Era una tarde templada. El viento agitaba las hojas secas de los árboles anunciando el tan esperado otoño, y las flores esparcian sus dulces aromas por todo el lugar. Hacía frío, pero no era nada que no pudiera arreglarse con una buena taza de chocolate. Esta era la época perfecta para jugar; jugar en el jardín frontal de tu casa mientras esperas que mamá termine de preparar la cena, y con ello tu tan merecida taza de chocolate con un par de malvaviscos. Definitivamente era el plan perfecto para dos chiquillos quienes jugaban a apilar un montón de hojas secas para luego patearlas y esparcirlas por todo el patio. Estaban rodeados de casas frente al pequeño camino que era el conecte entre el vecindario y el pueblo. Eran en total ocho casas separadas por un par de árboles a cada lado de cada edificio. En su mayoría estaban rodeados de árboles, flores y todo tipo de plantas, y las casas formaban una especie de óvalo dando que se abría en el camino que llevaba al mercado, al puerto y luego al pueblo.

Niño: ¡Rápido! Ayúdame a apilarlas.

Niña: Son demasiadas, apenas y puedo coger un puñado de ellas.-dijo con molestia.

El chiquillo volvió a ver a su compañera de juegos con fastidio. La pequeña, de piel como la nieve, ojos azules como el océano y un cabello tan rojo como la sangre, yacía sentada en el piso con los brazos cruzados dándole la espalda y, por lo que la conocía, ella debía de estar haciendo su mejor puchero.

Niño: Oh vamos, Ariel, no me digas que no puedes con unas simples hojas.

El comentario de su amigo claramente la ofendió, ¿qué esperaba? Era una niña de apenas 5 años, sus pequeños brazos no podían abarcar una gran cantidad de hojas. En cambio él, con sus 7 años recién cumplidos, podía levantar medio kilo de hojas. Bueno, al menos eso pensaba ella.

Ariel: No he dicho nada de eso, es sólo que... bueno, son demasiadas y no logro juntarles tan rápido.-dijo apenada, no quería que su amigo la molestara, ya que ella había aceptado jugar con él a hacer una montaña de hojas para luego patearlas o lanzarse de lleno sobre ellas.

El pequeño la miró con diversión, ¿cómo era posible que con sólo 5 años fuera tan orgullosa y testaruda? Definitivamente su mejor amiga no tenía remedio. Aún recuerda cuando su mamá lo llevó por primera vez a conocer a su pequeña prima. Bueno, sólo de título, pues su madre y la madre de la pequeña no eran realmente hermanas, pero se querían como tal. Era un pequeño bodoque rosado envuelto en pañales con cabello rojo y ojos azules. La miró con curiosidad, ¿por qué tenía que ser niña? Él recuerda claramente que le dijo a su tía Atenea que quería un primo para jugar a las carreras y a la pelota; con una niña no podría jugar igual de pesado que con un niño, sus planes se habían arruinado. Pero conforme iba creciendo iba tomándole cariño a la pelirroja, no era tan llorona ni tan delicada como él pensaba que sería, sólo un poco necia y orgullosa.

Niño: ¿Por qué no mejor jugamos a otra cosa? Anda, tú escoges.-A la pelirroja se iluminaron los ojos al pensar que ahora sería ella quien elegiría el juego.

Ariel: Juguemos a la princesa y el príncipe. Seré la hermosa princesa Ariel y tú serás el valiente príncipe Jim.- tomo su falda e hizo una reverencia como toda una princesa.

Jim sabía perfectamente lo que eso significaba. Era siempre lo mismo con Ariel: lo haría tomar té en su "palacio", lo haría bailar con ella y para finalizar lo haría "casarse" con la princesa. Él no entendía el por qué de el casorio ficticio entre él y ella. Ella cogía un puñado de todo tipo de flor en el jardín para simular su ramo y luego de la "ceremonia" le hacía darle un beso en la mejilla. Era un tanto molesto, pero al final siempre cedía para ver feliz a su amiga.

Jim: Está bien, pero esta vez no me obligarás a casarme contigo de nuevo. Hoy quiero luchar contra dragones y hechiceros porque soy muy valiente.- Se acercó al árbol que había a su izquierda y tomó una rama que había caído, y la alzó frente a él con aire heróico- Con mi espada venceré a cualquier dragón o hechicero que se ponga en mi camino, ¿y sabes por qué? Por que es una espada mágica.

Ariel: ¿Y yo qué?- se acercó a su mejor amigo encarándolo.

Jim: Bueno, tú serás la princesa custodiada por el dragón. Como tu príncipe, he de salvarte.- miro a ambos lados y no encontró nada para poder construir el "castillo" en el que estaría encerrada Ariel- Espérame aquí.

A paso rápido se metió en su casa y luego de un rato salió arrastrando una caja de madera mediana en cada mano, llegó hasta donde estaba Ariel que sólo lo observaba curiosa y lo dejaba hacer. Colocó la primera caja boca abajo y sobre ella la segunda caja boca arriba. Observó su "obra maestra" y quedó satisfecho con lo que había hecho. Luego se colocó sobre sus rodillas y apoyó sus manos sobre el suelo.

Jim: Anda, súbete.

Ariel: ¿Subirme? ¿Y si me caigo?- lo miró con miedo. No quería caerse y tampoco quería meter a Jim en problemas con su padre o su tía.

Jim: Tranquila, no pasará nada. Además, si pierdes el equilibrio yo te atraparé. Lo prometo.-le tendió su meñique como muestra de su palabra. Ella sonrió y entrelazó su dedito con el de él. Confiaba en su amigo, sabía que no la dejaría caer.

Se subió en él con cuidado de no lastimarlo y se metió en la caja. Miró a Jim que se levantó y la vio sonriente. Quería mucho a su primo, aunque no fueran realmente familia, pero ha crecido y jugado con él. Y la tía Sarah, quien la cuidaba como si fuera su propia hija. Siempre le habla de cómo es la viva imagen de su madre, de aquellos días que jugaban a las muñecas en su casa luego de la escuela, del día que se graduaron y juraron ser las tías de sus hijos y de cómo fueron las madrinas de honor en los días de sus bodas. Pasaba mucho tiempo en casa de su tía, pero casi nunca veía al tío Derek, pues era coronel de la marina y siempre estaba de viaje.

Jim: Bueno, tu estarás custodiada por un enorme y terrible dragón hechizado por un mago que quiere apoderarse del reino, y yo seré el valiente y fuerte príncipe que te va a rescatar y salvar al reino entero-blandió su rama-espada y empezó a luchar contra el dragón imaginario.

Ariel: Pero recuerda que luego de salvar a la princesa, el príncipe debe casarse con ella.- dijo ella sonriendo. El pequeño se sonrojo un poco e hizo puchero. Ariel siempre insistía en el mismo final de siempre; vivía soñando sobre princesas que encuentran a su príncipe y son felices para siempre. Todo a causa de los cuentos de princesas que su tío Tritón le leía antes de dormir todas las noches.

Jim: Dile a tu papá que ya no te lea esos cuentos antes de dormir, Ariel, creo que se te está subiendo a la cabeza, jaja.

Ariel: ¡Qué malo eres! Siempre me molestas, ¿qué tienen de malo esas historias? Algún día encontraré a mi príncipe, nos casaremos y tendremos un palacio con muchos juguetes, lo sé.- se cruzó de brazos y apretó los ojos para aguantar las lágrimas que querían hacer aparición. Era un tonto. Un tonto que no se callaba, ¿por qué no la dejaba soñar? Sus pensamientos fueron interrumpidos por una mano en su hombro. Se giró lentamente y vió a su mejor amigo con la mirada clavada en el piso y con rostro arrepentido.

Jim: Vale, lo siento. Eres mi mejor amiga, y no debería ser tan malo contigo.-suspiro- Está bien, serás mi princesa a rescatar y luego nos casaremos.-Ariel se limpió las lágrimas y sonrió amplia mente ante lo dicho por Jim. Era un tonto, pero un tonto dulce. Se acercó a él como pudo por encima del borde de la caja y con sus cortos brazos rodeó los hombros de su amigo.

Ariel: Gracias, mi príncipe. Eres el mejor.- Dulcemente, Ariel le dio un beso en la mejilla a lo que Jim se sonrojó tratando que ella no lo viera.

Los pequeños jugaron durante horas. Ariel pretendía esperar a su príncipe encerrada en la torre más alta del castillo mientras Jim luchaba contra el dragón alado imaginario. Luego de rescatarla llegó la boda entre el príncipe y la princesa. Ariel tomó su ramo y pronunció el discurso de la "ceremonia" e hizo que Jim le diera un beso en sus sonrosadas mejillas para luego darle uno a ella, provocando que la sangre le subiera a las mejillas. Cuando menos lo esperaron llegó la hora de la cena, junto con ello, la hora de despedirse.

Mamá Jim: ¡Jim, cariño, es hora de cenar!- escuchó la voz de su madre a su espalda. La cena estaba lista y con ella el delicioso chocolate caliente que preparaba su progenitora.

Jim: ¡Sí, mamá, en un momento!-Jim dejó caer la pequeña rama que pasaba por espada de su mano. Volteó a ver a su pequeña amiga quien lo miraba con cara de decepción.

Jim: Tranquila. Mañana es un nuevo día, te prometo que vendré a buscarte para seguir jugando.-Dicho esto, le dedicó su mejor sonrisa a su mejor amiga como una prueba de su promesa.

Ariel sabía que Jim nunca rompía sus promesas. Al menos no a ella, que era como su hermanita menor. En ese preciso instante se escuchó la voz del padre de Ariel llamar a su pequeña princesa desde el marco de la puerta de su casa. Le encantaba ver a su pequeña salir, jugar y sonreír con su mejor amigo. El pequeño cuerpo de su princesa estaba de espaldas a él, con su vestido azul, su color favorito,de mangas largas y falda que le llegaba hasta los tobillos, un lazo del mismo color sujetándole el cabello en una coleta alta y una pulsera adornando su muñeca. Amaba a su pequeña hija, era su todo en la vida.

Padre de Ariel: ¡Ariel, mi pequeña flor, es hora de volver a casa!

Ariel volteó y sonrió a su padre en señal de obediencia para luego clavar su mirada en Jim. Ambos avanzaron en dirección al otro y al quedar frente a frente se dieron un fuerte abrazo.

Ariel: Hasta mañana, valiente príncipe. Ya veremos con qué monstruo te enfrentas mañana.

Jim: Hasta mañana, Ariel.

Luego de soltarse, ambos se dirigieron a su propio hogar, que estaban convenientemente separados por otras seis casas. Eran vecinos desde siempre, sus madres habían crecido juntas. La tía Sarah y la tía Atenea . Jim tuvo la suerte de conocer a la madre de Ariel cuando era apenas un bebé, y convivió con ella durante sus primeros dos años. Fueron las mejores amigas por mucho tiempo, hasta el día en que la madre de Ariel murió.