Disclaimer: Los Juegos del Hambre y todos sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Suzanne Collins. Este fic es un regalo para Alphabetta de quién salió la idea para este fic. Feliz cumpleaños!


Entre gatos y ángeles


Prólogo


Erase una vez…

Así es como comienzan todos los cuentos de hadas, pero ciertamente, mi querido lector, este no es un cuento de hadas. Es una historia donde nuestro principal protagonista es un felino, uno narcisista, extremadamente seguro de si mismo, un poquito mandón e insolente, inteligente y egocéntrico porque, seamos sinceros, todos los gatos son egocéntricos.

La historia que estás por leer sucedió en verdad, en un país llamado Panem hace muchísimos años atrás, tantos, que ya casi nadie se acuerda de lo que pasó verdaderamente. Me limitaré a relatar la historia tal y como me la contaron a mí. Prepárate querido lector, para embarcarte en una historia increíble de ángeles de la guarda y gatos, tan increíble que tal vez llegues a dudar de su veracidad, pero creeme cuando te digo que esta historia llegó a mí de la fuente más confiable, así que no dudes de lo que estoy por contarte.

¿Estás preparado?


Primera parte

Gatos


Capítulo I


Nuestra historia comienza una tarde justo antes del anochecer, porque todas las buenas historias inician al atardecer, en los alrededores de la vieja, pero no por ello menos peligrosa mina del Distrito más pobre de Panem. El Doce.

La tarde estaba llegando a su fin. El sol comenzaba a ocultarse lentamente entre las montañas, al esconderse y como si luchara por permanecer reinante en el mundo, desplegó sus últimos rayos de luz tan intensamente que pintaron una explosión de rojo, amarillo y anaranjado que se mezclaron entre si en el azul oscuro del cielo.

Al terminar la jornada, de las entrañas de la mina emergió un grupo de mineros, todos fatigados, con la mirada cansada y el ánimo por los suelos, pero había uno de ellos que destacaba de entre la marea de cuerpos y rostros llenos de ceniza y hollín. Un minero que aún tenía los ojos brillantes con la alegría propia de alguien que siempre encuentra el lado bueno de las cosas.

El minero sonrío al ver la explosión de color del atardecer. No todos los días tenía el privilegio de hacerlo, muchas veces al salir de la mina el ascensor se atascaba y para cuando continuaba su camino hacia la superficie el sol ya se había ocultado dando paso a la noche.

Como todos los días, al salir a la superficie nuestro minero respiró profundamente llenando sus pulmones, es cierto que el aire no era tan puro como el del bosque que solía visitar los domingos, pero estaba muchísimo menos viciado que en la mina donde apenas circulaba aire.

Tras despedirse de sus compañeros, el gentil minero se dirigió a los cubos de agua para quitarse un poco la suciedad de las manos y el rostro, no le gustaba aparecer en su casa recién salido de la mina, no desde a que asustó a la menor de sus hijas. Tan concentrado en su tarea de aseo personal estaba que su corazón pegó un bote cuando una pequeña sombra pasó junto a él.

Se irguió en el acto con el corazón acelerado, no se trataba de que tuviera miedo porque el valiente minero era precisamente eso: valiente, pero con todas las historias de ultratumba que se contaban en el distrito y con la cantidad de vidas que la mina se había cobrado, era difícil no pensar en que tal vez a una de esas almas se le haya dado por salir a gastarle una broma.

Miró a todos lados tratando de encontrar el origen de la sombra que vio por el rabillo del ojo, pero no encontró nada. «Tal vez solo lo he imaginado», se dijo y se rió de si mismo. Continuó con su tarea, silbando una melodiosa canción mientras intentaba sacarse algo de tierra de las uñas cuando volvió a ver un borrón oscuro pasando a toda velocidad entre las ruinas de la antigua entrada a la mina.

—¿Quién anda ahí? —Preguntó con firmeza.

No hubo respuesta, lo único que se escuchaba era el sonido de los grillos y otros insectos.

Se encogió de hombros y se dispuso a encaminarse a su hogar. Apenas dio un paso cuando un extraño sonido lo alarmó. Garras, sin duda eran garras rasgando una superficie rocosa.

Su instinto se puso alerta tensando todos los músculos del cuerpo. Aún estaba reciente en sus recuerdos su encuentro con un enorme oso, bueno no era precisamente un gran oso, pero no tenemos porque especificarle a nuestro minero que su gran lucha fue básicamente contra un osezno un poco más grande de lo normal y que además le ganó la partida.

Lentamente comenzó a acercarse al lugar de donde provenía el sonido, a medida que se acercaba escuchó también un gruñido. Armándose de valor decidió mirar detrás de la inmensa roca que se alzaba ante él y lo que encontró casi le robó el aliento.

—¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó sonriendo por el absurdo sobresalto.

La gran bestia con garras y absolutamente tenebrosa no era otra cosa que un pequeño, escuálido e inofensivo gatito de ojos verdes y pelaje amarillo brillante aunque sucio debido al hollín y la tierra.

—¿Qué haces aquí pequeño gatito? ¿Dónde está tu mamá gata? —se acercó al indefenso animal y lo tomo con suavidad y delicadeza.

El felino no mostró reticencia al contacto del minero, al contrario, se deshizo con las suaves caricias tras sus orejas que el humano voluntariamente le proporcionaba.

—Claro, no vas a responderme ¿no es así?

El gatito solo lo miraba mientras se acurrucaba en la palma de su mano.

—Parece que estás solo —mencionó mirando por segunda vez en todas direcciones por si acaso encontraba a otro felino. —En ese caso te llevaré conmigo a casa, mis hijas van a adorarte —dijo.

Por alguna extraña razón cuando el minero se disponía a partir de una vez a su casa con el gatito entre sus manos este se removió, dio un salto y salió disparado hacia la oscuridad de la mina.

—¡Hey! ¡¿A dónde vas?! ¡Vuelve! —gritó, pero no había caso, el felino había desaparecido entre las sombras.

«Supongo que si tenía un hogar al cual regresar», pensó y silbando hizo su camino a casa.

Al siguiente día los acontecimientos de la noche anterior se repitieron exactamente de la misma forma, excepto que está vez nuestro minero ya no imaginó que bestias enormes o fantasmas estaban al asecho, sabía perfectamente que se trataba de un pequeño felino de ojos verdes muy oscuros y pelaje amarillo.

—Imaginé que tal vez andarías por aquí. Te he traído un poco de pan, no es fresco, pero aún sabe bien.

El minino se acercó moviendo los bigotes, soltó un maullido que el minero juró era de placer cuando se lanzó por los trocitos de pan.

—Vamos a casa, pequeño —propuso mientras le rascaba las orejas una vez terminó de comer y nuevamente el gatito salió disparado del lugar, no sin antes darle un maullido de agradecimiento.

Todas las mañanas de esa semana el felino esperaba en la entrada de la mina al minero y cada noche se sentaba estoicamente esperando hasta que él saliera. Habían desarrollado una relación en la que el minino no era mascota y el minero no era amo, eran amigos.

Pero como expliqué anteriormente, este no es un cuento de hadas y las desgracias siempre están a la orden del día.

Ocurrió un viernes, un poco antes del medio día. Por alguna razón el felino estaba inquieto, nervioso. El gentil minero lo acarició para tranquilizarlo antes de subir al ascensor y descender a las entrañas de la mina.

Él fue el primero en darse cuenta que el canario había dejado de cantar porque siempre tuvo una conexión especial con la música. Todo ocurrió en cámara lenta, vio como el canario, después de quedarse en silencio por un corto tiempo caía muerto en su jaula. Supo inmediatamente que algo andaba muy mal y sintió muy dentro de sí que no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Aún así lo intentó y trató de detener a su compañero, pero era muy tarde. El cincel impactó con un fuerte y contundente golpe antes de que los demás reaccionaran.

Una chispa, una sola chispa bastó para que todo se prendiera en llamas, las explosiones ocurrieron en cadena una tras otra. Los mineros corrían desesperados tropezando unos con otros hacia el ascensor, desesperados por salir.

El ascensor abrió sus puertas presto para recibir a aquellos con la suficiente suerte para lograr salir.

Nuestro minero no estaba en ese grupo. En el momento de la primera explosión se había lanzado contra el suelo rocoso para protegerse del fuego, funcionó, pero no tuvo la suerte de evitar quedar cubierto por las rocas del primer derrumbe. Sus piernas estaban atrapadas bajo un cúmulo inamovible de rocas.

Los rostros de su esposa e hijas se instalaron en su mente y la desesperación comenzó a abrirse paso en su dolorido cuerpo.

«¿Qué va a ser de ellas?» pensaba con desazón. El dolor tanto físico como emocional era tan intenso que estalló en su pecho.

«¿Quién va a cuidar de ellas?» se preguntaba y en ese momento un maullido destacó de entre los gritos.

El pequeño felino se acercó al minero y aulló con tristeza a su lado.

Estimado lector, seguro te estarás preguntado ¿cómo es posible que el gato haya podido bajar tan profundo en la mina? Me hice la misma pregunta cuando me contaron esta historia. La respuesta fue y sigue siendo: amor y gratitud.

—Amigui-to, p-per-o… ¿Cómo? ¿Q-ué hace-s aquí?

El gatito lamió la mejilla ensangrentada de su amigo como para animarlo a levantarse y salir de ahí con él.

—No pued-d-do.

El minino continuó lamiendo la mejilla del minero, no quería darse por vencido.

—Prim… Prim, cui-d-dala p-por mí. Vigi-l-l-la a Kat-nis-sss tam-bién. Neces-s-sitan que al-guien las pro-te-ja. ¿Lo ha-rías p-por mí?

No se trata de un cuento de hadas porque de serlo, nuestro valiente y gentil minero no hubiera fallecido en esas circunstancias y en lo profundo de la mina. Pero, querido lector, si se trata de una historia increíble y como en toda historia increíble, los milagros suceden de la forma más inesperada.

Un destello de luz envolvió al pequeño felino en el momento exacto en que el corazón del minero dejó de latir. Algo mágico estaba ocurriendo mientras el gatito se desdibujaba entre la burbuja de luz. De pronto la luz se volvió tan intensa, tan cegadora que incluso refulgía sobre las llamas. En medio del espectáculo, se vislumbró la sombra de unas alas, sedosas, blanquísimas, angelicales y la luz se desvaneció y con ella nuestro minino.


Capítulo II


En este punto es cuando estarás dudando de la veracidad de esta historia, o en el mejor de los casos preguntándote ¿qué pasó con el gatito? No puedo convencerte de la veracidad de mis palabras mas allá de los hechos que leerás más adelante si decides continuar; sin embargo, lo que si puedo hacer es explicar lo que pasó con nuestro amiguito.

A las afueras de la mina un bulto negro con motitas amarillas se encontraba acurrucado de cualquier manera sobre las raíces de un sicomoro.

«¿Dónde estoy?" "¿Qué ha pasado?», pensó el aturdido felino. «MI amigo...», sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un montón de imágenes convergieron al unísono hasta cobrar sentido. Las llamas, la sangre, la ceniza oscureciéndolo todo y su amigo, el minero, enterrado en una montaña imposible de roca.

Sin poder evitarlo, un maullido estrangulado brotó desde su corazón y se perdió entre en silencio del bosque.

Se puso en sus cuatro patas y con pasitos temblorosos se apresuró a salir del bosque. Ya antes había estado ahí buscando a su mamá y a sus otros cinco hermanitos.

Su intención era dirigirse a la mina, pero cuando cruzó la valla se dio cuenta de lo silenciosa que se hallaba la parte más pobre de la ciudad, esa donde vivían los mineros con sus familias.

«Prim… Prim, cui-d-dala p-por mí. Vigi-l-l-la a Kat-nis-sss tam-bién. Neces-s-sitan que al-guien las pro-te-ja. ¿Lo ha-rías p-por mí?»

Las palabras resonaban en su cabeza a medida que sentía su cuerpo arder, era como si estuviera rodeado de llamas y al mismo tiempo como si flotara sobre agua.

Los bigotes se le erizaron cuando percibió una vibración eléctrica irregular, imperceptible para los humanos a esa distancia. Avanzó por las calles de tierra, saltando entre la basura y esquivando los huecos en la calle, hasta que llegó a la parte bonita del distrito.

Nuestro amiguito casi no conocía el distrito porque por lo general estaba en las afueras de la mina o en los linderos del bosque, pero de todas formas no tuvo tiempo para impresionarse con las casas en mejor estado en este sector del distrito, ni con los variopintos olores que se mezclaban en el ambiente, o lo diferente que eran las personas. No, no pudo hacerlo porque la escena que se desarrollaba frente a él reclamaba toda su atención.

Nunca en su corta vida gatuna había visto a tantas personas reunidas. Lo que más le impresionó fue la pena, el dolor, la desesperanza que se reflejaba en el rostro de la gente, especialmente en aquellos que se encontraban en la hilera del frente.

—Familia Everdeen —llamó un hombre por medio de un aparato extraño que hacía que su voz se escuchara en todo el lugar. Más adelante descubriría que ese aparato es un micrófono, pero esa es otra anécdota.

El nombre tocó las fibras sensibles de su corazón, no sabía el nombre de su amigo, pero al ver a las tres mujeres, una adulta y dos niñas pequeñas supo sin lugar a dudas de que se trataba de la familia del minero.

Ningún humano antes había sido tan amable con él, ninguno lo había alimentado y cuidado sin siquiera molestarse en pensar que podría hacerle un daño considerable con sus garras.

Mi estimado lector, es mejor que tomes en cuenta que no es recomendable contradecir a nuestro felino, si él dice que sus garras son un arma mortal, debes tomarlo como una verdad absoluta.

Inmediatamente comprendió las palabras del minero al ver a la niña rubia de ojos azules y la castaña de ojos grises, tenía que protegerlas, se lo debía a su amigo.

De pronto y como si se tratara de una revelación, el felino notó la necesidad que su corazón mostraba por proteger a las niñas y, por primera vez desde que despertó en el bosque, fue totalmente consciente de que ahora su voz interna sonaba como la humana.

Antes, como todo animal de su especie, entendía perfectamente el idioma de los humanos porque todos los gatos son poliglotas; sin embargo, ahora sus pensamientos se formaban en idioma humano. Maulló un par de veces para asegurarse de que aún hablaba gatuno. Definitivamente algo cambió en él mientras se encontraba en el interior de la mina, tal vez el minero le entregó parte de su voz, como un don para vigilar a sus hijas. El gatito se sintió especial.

No tuvo que pensarlo dos veces, cuando observó a las niñas caminar con la cabeza gacha y aferradas a las piernas de su madre, él simplemente las siguió. Tenía una tarea que cumplir.

...

Corría a toda velocidad tratando de no tropezar con las raíces de los árboles. Era rápido y sigiloso, pero Katniss también lo era. La chica se estaba convirtiendo en una excelente y mortal cazadora y el gatito, que ya no era precisamente un gatito, tenía no solo que ayudarla con las ardillas, sino también debía mantenerse lejos de su área de tiro.

El felino observó a una gorda ardilla, se notaba que se había llenado la tripa con un festín de bellotas. Se acercó lentamente, como una sombra y saltó frente a ella asustándola.

—¡Tú! —exclamó la ardilla con voz chillona.

Entre los animales del bosque se había regado el rumor de que un gato andaba al asecho de ardillas debido a la escasez de ratones.

Que puedo decir querido lector, ni los animales del bosque se resisten al cotilleo, y cotilleo que se respete debe estar distorsionado y este no era la excepción. No había escasez de ratones, pero esa era la explicación más sencilla, ninguno quiso ver que el gato en realidad conducía a las ardillas a la vista de Katniss.

—Puedes correr, te doy ventaja gorda amiga —sonrió el felino.

La ardilla aunque molesta por el calificativo de «gorda» levantó la cola y se echó a correr, mejor no tentar la suerte.

El gato maulló satisfecho al ver que la ardilla se dirigía directamente a Katniss. Ya no necesitaba ir a asegurarse que la chica encontrara la presa, ella era lo bastante buena como para cazarla sin problemas.

El felino salió presuroso rumbo a la Veta para vigilar a la linda Prim mientras Katniss regresaba, seguramente tardaría un par de horas más y aunque la Sra. Everdeen ya no pasaba todo el tiempo recostada en la cama o sentada en la vieja silla, nuestro amiguito no confiaba del todo en ella para cuidar a la niña de ojos azules.

Saltó sobre los cubos oxidados de basura y se impulsó con mucha más gracia que un cisne pensó él, hasta caer en sus cuatro patas en un equilibrio perfecto sobre el techo de la casa vecina.

Se sentó erguido como un rey y observó a Prim mientras remendaba los calcetines de Katniss, solo ella podía hacer semejantes agujeros en los calcetines. El gato se preguntaba si ella tendría garras en los pies y se juró asomarse para verificar su teoría la próxima vez que Katniss fuera a nadar al lago. Antes no se había asomado para darle privacidad porque aunque ella era una hembra de otra especie, él era un caballero por sobre todas las cosas. Sólo miraría los pies, nada más.

No tengo ninguna explicación sobre la caballerosidad y el pudor de la especie gatuna. En mis investigaciones he descubierto que no tienen ninguna, pero nuestro gato es uno especial.

Como había pronosticado, la hija mayor de su amigo minero volvió dentro de un par de horas, nuestro amigo dejó de lamerse entre las patas y se dispuso a seguir a las hermanas al pueblo.

Las siguió a una prudente distancia, la verdad es que estaba orgulloso de si mismo por ser tan buen guardián, las niñas no se habían dado cuenta de la invaluable ayuda que les proporcionaba, pero eso, mi estimado lector, estaba a punto de cambiar.

El gato se apostó vigilante, escondido a medias tras el tronco del manzano en la calle que hacía las veces de patio de la panadería del distrito. La primera vez que estuvo ahí casi no pudo resistir el olor a pan fresco, los bigotes le temblaron de excitación, pero tuvo que resistir. Él tenía fuerza de voluntad, estaba ahí para echar un ojo a las niñas no para comer. Aunque jamás, jamás, jamás aceptaría que la mujer de la panadería le daba un poquitín de miedo, después de ver la forma en que trataba a los cerdos, dio por supuesto que un espécimen gatuno no sería tratado de mejor forma, no importaba lo bello y agradable a la vista que pueda ser este gato.

Observaba a Prim mientras ella se ponía de puntillas para ver a Katniss y al panadero en la trastienda, fue un intento inútil. Si fuera un gato podría trepar fácilmente hasta el alféizar de la ventana, lástima que era humana.

Todo estaba bajo control, casi pudo ser un día como cualquier otro en esos dos años que había pasado cumpliendo el pedido de su amigo. Nunca, hasta el accidente de la mina, el felino fue consciente del curso del tiempo humano. Para él, al igual que para cualquier otro animal de su especie, el tiempo corría en años gato. Ese detalle era lo único que envidiaba de los humanos, su tiempo era mucho más largo que el de los gatos, pero parecía que no les importara. Envidiaba el largo tiempo que tenían para vivir, eso y su capacidad para freír carne, nuestro amigo amaba comer carne frita.

Tan concentrado en sus cavilaciones se hallaba, que le tomó un par de segundos más sentir esa particular vibración en las orejas que sentía cuando la mujer del panadero estaba cerca.

Aguzó la vista y la vio aproximarse a paso veloz a la panadería. Se tensó inmediatamente, la mujer se había adelantado y ya estaba de regreso. Tenía que pensar en algo y pronto, no podía dejar que encontrara a Prim en su patio y mucho menos a Katniss comercializando con su esposo. Esa mujer odiaba a las niñas Everdeen sin ninguna razón, esta bien, Katniss era medio arisca y nunca sonreía y probablemente tenía garras en los pies, pero no había forma de no querer a la dulce Prim que era la reencarnación de un ángel.

La inspiración le llegó de la mano de la especie más nefasta, apestosa y lambiscona que ha existido en el mundo: la canina. En serio, como era posible que la mayoría de humanos prefiriera un perro que babea día si y día también como mascota en lugar de un elegante gato, pensaba mientras entraba en situación y se dirigía hacia el zarrapastroso perro que estaba metiendo la nariz entre la basura de la carnicera.

Había visto al desagradable animal en anteriores ocasiones, pero siempre se mantuvo a distancia por temor a que se le pegara el olor a perro mojado en su hermoso pelaje.

No quería tener nada que ver con peleas callejeras, pero no le quedaba otra opción.

«Al menos se ve más fácil de vencer que los perros salvajes del bosque», dedujo.

El felino calculó a la perfección el momento adecuado para saltarle encima al perro. En otras circunstancias primero se habría presentado y analizado a la bestia perruna, quizá la habría desquiciado un poquito con unos cuantos comentarios ingeniosos y luego atacado, pero la mujer del panadero estaba a tres metros de distancia de donde ellos se encontraban y tenia que actuar ya.

Clavó sus uñas lo más profundo que pudo sobre el lomo del perro que aulló como si le hubieran arrancado la cola. El can comenzó a sacudirse como loco con el fin de sacarse al gato de encima. Haciendo gala de sus reflejos gatunos, nuestro amiguito liberó al perro y haciendo una voltereta saltó aterrizando prácticamente a los pies de la mujer que intentaba detener.

Ella gritó y soltó las bolsas de la compra, enfurecida lanzó un puntapié. Afortunadamente no le dio de lleno, pero si le rozó con significante fuerza las costillas, lo que ralentizó al animal.

Se recuperó como pudo justo a tiempo para esquivar la envestida del perro que se lanzaba al ataque. Observó por el rabillo del ojo a Katniss salir de la panadería, y tomar de la mano a su hermana que estaba viendo la pelea con carita asustada.

«¡Misión cumplida!», pensó y lanzó un zarpazo al costado del perro que se tambaleó y replegó.

Con una sonrisa en el hocico el gato se dio por vencedor de esa pelea y se dio la vuelta para ver mejor a las hermanas, grave error.

Por supuesto el perro no se había dado por vencido y en un movimiento extremadamente rápido mordió la oreja izquierda del gato.

Nuestro felino maulló de dolor. Se sacudió ferozmente hasta que el perro lo soltó, no sin antes llevarse la mitad de su oreja. De no ser por la carnicera que salió en ese momento y tomó del cuello al perro, el felino juró que le hubiera sacado los ojos con una sola garra al despreciable animal que se atrevió a mutilarlo de esa forma.

Insisto, cuando nuestro gato dice que es una máquina de matar, ni tu ni yo, querido lector, estamos en posición de discutir su aseveración, no importan los hechos.

—Ahí tienes tu merecido, gato estúpido —escupió la mujer que había terminado de recoger las verduras un poco pasadas y se dirigía a la panadería.

Con toda la dignidad que un felino pude conservar después de haber perdido la mitad de una oreja, y créeme que este gato tiene dignidad de sobra, dio media vuelta y se dirigió a la Veta prometiendo que jamás perdonaría al can. Los felinos nunca perdonan.

Para el momento en que llegó frente a la casa de las Everdeen, Katniss ya había dejado a Prim con su mamá y seguramente estaba en la casa de su amigo, ese que tiene una mirada extraña. Se tumbó entre los ralos arbustos en la parte trasera de la casa y se dedicó a lamerse las heridas del cuerpo, más tarde encontraría la forma de cuidar de su oreja.

Si me lo preguntas, yo diría que nuestro gato es un héroe de guerra, pero esa es sólo mi opinión.

En su cabeza comenzó a idear planes para ajustar cuentas con el perro, pero sus malévolas ideas se vieron truncadas cuando en su ángulo de visión aparecieron unos bonitos ojos azules. Tan concentrado estaba lamiendo y planeando que no notó a la niña mientras se acercaba a él.

—¡Oh! Pobrecito, estás lastimado lindo gatito—afirmó la diminuta Prim y pasó con delicadeza su mano sobre sus lastimadas costillas—. Ven, mamá y yo te curaremos —dijo y sin más lo alzó entre sus brazos y por alguna razón desconocida él permitió que la niña lo llevara a su casa.

Conocía la pequeña casa de las Everdeen de esquina a esquina, se la había pasado custodiándola desde hacía dos años y aún así nunca había entrado en ella, menos había permitido que lo vieran y peor aún que una de las niñas lo tomara entre sus brazos, pero Prim tenía algo que le impidió alejarse. Tal vez era la forma en que lo miraba, como si todo su mundo girara en su capacidad para curarlo, no quería romper sus ilusiones.

—¡Mamá! —llamó Prim. La mujer acudió al llamado de su hija—. Mamá mira, este es el gatito del que te estaba contando —explicó al tiempo en que lo colocaba sobre el destartalado sofá.

—Prim, ¿por qué lo has traído a casa? —preguntó la Sra. Everdeen.

Nuestro gatito la miró con un poquito de resentimiento. «He salvado a tus hijas de la bruja de la panadería y así me lo agradeces», caviló.

Seguramente ya te has dado cuenta que nuestro gato es un poco rencoroso. No se lo tomes en cuenta. Cada vez que salga su lado resentido recuerda lo valiente que fue ante el perro.

—Mamá, está herido. Tenemos que curarlo. Míralo, pobrecito —Prim acarició su cola y él tuvo que contener un ronroneo.

La mujer sonrió, fue hacia la cocina y regresó con lienzos limpios y botellitas que contenían lo que el felino llamó «sustancias desconocidas, posiblemente veneno», pero como Prim lo tenía bien sujeto no podía hacer nada más que no fuera aguantar estoicamente por lo que sea que fuera a pasar. No le daría a la mujer el gusto de verlo retorcerse.

Así lo hizo, entre muchas cosas que debemos reconocerle al gato, su valentía sobre pasa cualquiera otra virtud. Se mantuvo inmutable, no soltó ni un solo maullido mientras la Sra. Everdeen lo cubría con esos líquidos raros y de sospechoso olor.

—¿Qué va a pasar con su orejita? —Cuestionó Prim una vez su madre terminó de toquetearlo por todas partes. Debía reconocer que lo que sea que la mujer hizo lo ayudó a sentirse mejor.

—Estará bien, Prim. La oreja es sólo cartílago y el tirón fue limpio, para mañana estará como nuevo.

—¿Quiéres decir que le crecerá otra orejita? —El gato se irguió ante la idea de que su oreja pudiera regenerarse.

—No, claro que no, pero se sentirá mucho mejor y se acostumbrará.

La pequeña Prim lo miró con tanta ternura que por primera vez sintió el mismo ardor en el cuerpo que se apoderó de él el día que despertó en el bosque después del accidente en la mina. Algo raro estaba pasando.

—Mamá ¿podemos quedarnos con él? —Preguntó con una dulzura en la voz capaz de convencer al más tirano de los tiranos.

Enseguida comprendió que las cosas iban a cambiar considerablemente. Prim se saldría con la suya, era obvio que su madre no tendría la fuerza para decirle y que no y él no tenía el corazón para abandonar a la pequeña, no después de cómo lo sostenía entre sus brazos.

—Puede quedarse, pero… —La mujer se mostraba claramente nerviosa.

—A Katniss le va a encantar, Buttercup es muy bonito —la niña hundió la nariz en su pelaje y un maullido involuntario se le escapó. No sabía si era de sorpresa o de dolor, aún le dolían las heridas.

—¿Buttercup? —Tenía que reconocer que la Sra. Everdeen hacía las preguntas correctas, tal vez no era tan mala después de todo. Por el momento la tendría bajo estricto escrudiño.

—Sí, Buttercup. Su color es como el de esas flores. Es muy lindo —dijo la niña orgullosa.

—Buttercup, será —la mujer fue de nuevo a la cocina y preparó la leña para calentar agua. —Hay que darle un baño.

Prim sonrió, lo colocó sobre su regazo y se pasó acariciándolo con delicadeza.

«No es el nombre más temerario, pero me gusta que esta niña reconozca mi extraordinaria belleza», se dijo a si mismo el recién bautizado Buttercup.

Voy a ser muy honesta contigo, lector. Buttercup podrá ser el gato más valiente que hayas conocido jamás, pero es un gato a fin de cuentas, la buena vida lo sedujo fácilmente. Y es que estar con Prim, bajo sus cuidados y cubierto con sus caricias era lo que él llamaba vida de rey.

Pero… Hasta los reyes tienen días en los que viven como plebeyos y a nuestro querido Buttercup su día de plebeyo le llegó en el mismo día de coronación.

No se había dado cuenta del momento en que se quedó dormido hasta que se encontró a si mismo sumergido en un cubo de agua.

Lanzó un zarpazo, se había resignado a tomar el baño, pero no tenía porqué ser uno tan rudo.

Le tomó un par de segundos caer en cuenta de que no se trataba de un baño en lo absoluto. Lo estaban ahogando, abrió los ojos dentro del agua y vio la imagen distorsionada de Katniss mientras hacía presión para mantenerlo bajo el agua.

«¿Qué demonios?», se preguntó y esta vez arañó la mano de Katniss en un intento por que lo libere.

—¡Katniss detente! —chilló a lágrima viva Prim mientras obligaba a su hermana a que soltará al gato.

—Pobre Buttercup. ¡Casi lo ahogas! —gritó la pequeña con una vocecita aguda que rompería las defensas de cualquiera.

Por supuesto Katniss no era la excepción. Retrocedió un paso al ver la carita compungida de su hermana menor.

—Prim… —dijo con voz que pretendía sonar firme, la verdad es que se notaba que estaba descolocada por la reacción de la pequeña.

—Katniss por favor. Por favor, por favor, deja que Buttercup se quede con nosotras. Mamá ya ha dicho que si, por favor. Está herido, debemos cuidarlo.

—Pero Prim… —se cortó y el gato ronroneó complacido, se dio cuenta en el acto que Katniss no podía decir que no a las súplicas de Prim—. ¿Buttercup? —Se decantó por decir—. Ese remedo de gato no tiene nada de bonito como para llamarse así.

«Todo este tiempo ayudándote a cazar ardillas» «¡He perdido la mitad de mi oreja para evitar que la mujer del panadero vuelva a gritarte como lo hizo el día en que su hijo te dio esas barras de pan y así Katniss, ¿así me lo pagas? ¿Tratando de ahogarme?!»

He aquí una verdad absoluta en esta historia. Aunque Buttercup es demasiado orgulloso para reconocerlo alguna vez, ese día Katniss rompió una parte de su corazón. Es cierto que ella no tenía ni idea de que él la había ayudado, pero siempre pensó que si alguna vez se encontraban frente a frente ella lo sabría.

Katniss le hizo una mueca desdeñosa a Buttercup antes de aceptar que se quedara. Él le lanzó un bufido de desaprobación y así fue como cerraron el trato.


Capitulo III


El país en el que vivía la familia Everdeen, como todo país tenía sus cosas buenas y malas. Bueno, Panem tenía más cosas malas que buenas. ¡Oh, esta bien! Todo en Panem era malo, especialmente en los distritos, pero de entre todo lo que estaba mal en Panem había una cosa, un evento que sobrepasaba el significado de maldad. Ese evento no era otro que: los Juegos del Hambre.

Una vez al año una mujer venía y seleccionaba a dos chicos del distrito. Al principio Buttercup no entendía exactamente de que iban estos Juegos hasta que los vio en la pantalla del pueblo mientras cazaba ratones.

Entendía de que se trataban esos Juegos y sentía cierta envidia por todos los demás de su especie que parecían no comprender exactamente lo que pasaba en su mundo, a veces es mejor vivir en la engañosa ignorancia. Lo cierto es que desde el día en que esa luz extraña lo envolvió mientras estaba en el interior de la mina, sentía y vivía los sentimientos humanos en un nivel más cercano.

Hoy era día de cosecha de tributos en los distritos y todo el lugar estaba más lúgubre de lo habitual. Es cierto que la plaza estaba adornada y la habían limpiado a conciencia, pero de alguna forma esa mejora temporal hacía que todo pareciera fuera de lugar.

Buttercup había ido a la plaza en busca de un aperitivo porque el día de la cosecha Katniss salía rumbo al bosque más temprano de lo normal y por lo tanto el desayuno habitual en casa de las Everdeen quedaba pospuesto y convertido en una temprana cena al regresar a casa después de la ceremonia.

Encaramado sobre la rama del manzano de la panadería divisó rápidamente a su presa, un flacucho ratón. Hizo un mohín de disgusto, hacía semanas que no encontraba un roedor decente, con la suficiente fibra como para llamarlo comida, pero tampoco estaba en posición de rechazar tal bocadillo.

En días como estos Buttercup sentía un deseo casi primitivo, instintivo por buscar una rata grande y gorda y dejarla en medio de la casa de las Everdeen para demostrarles su apoyo, pero se contenía porque sabía que a las mujeres de la casa no les gustaban las ratas y sobre todo porque a Katniss no le iba a gustar ese tipo de ayuda, ella quería ser la única cazadora de la casa y era muy capaz de cumplir su función.

La verdad era que Buttercup aún tenía la herida abierta en el corazón por el intento de ahogamiento que Katniss perpetró en él. Además la chica no apreciaría su ayuda y pensaría que se estaba burlando de ella, como si él no pudiera idear mejores de formas de sacarla de sus casillas, y créeme querido lector, si el gato era un profesional en algo, era precisamente en molestar a Katniss, lo encontraba deliciosamente placentero, pero esas historias son aventuras para otra ocasión.

Después de comer, fue a casa para darle apoyo moral a Prim en su primera cosecha, si había alguien que lo necesitaba era ella porque Prim si sabía apreciar lo que es bueno y tenía ojo para lo bonito.

Encontró a Prim hermosa y nerviosa. La niña siempre había sido bonita y hoy, aunque llevaba la ropa de cosecha de Katniss que le quedaba grande por todas partes, el gato fácilmente pudo ver que en unos cuantos años la pequeña llenaría esa ropa con la elegancia de los ángeles. Bufó sonoramente al darse cuenta que tendría que afilarse las garras muy seguido cuando tuviera que empezar a espantarle a los chicos que volarían como moscas a su alrededor.

Esa, gracias al cielo, era una tarea que Katniss le ahorró porque ella solita espantaba a cualquiera que tuviera el mal pensamiento de acercarse en plan romántico. Sí, estaba su amigo, pero nunca sintió que debía preocuparse por él porque había que ser osado y tener tendencias suicidas y masoquistas para pensar en Katniss como compañera de toda la vida.

De todas formas si los dos formaban una pareja, sería una muy aburrida porque se parecen en muchas cosas. Lo que Katniss necesita es alguien fuera de su liga, alguien que la haga ver más allá de su nariz. El hijo del panadero sería una buena opción, si tan solo ella abriera los ojos y observara la adoración que ese chico siente por ella. Enserio, ¿acaso era tan ciega? El pobre chico, Preta, Peter, Peeta, como se llame besaba el suelo que Katniss pisaba y ella necesita alguien que cuide de ella para variar. No es que Buttercup no hubiera hecho su trabajo, pero Katniss no colaboraba, no se dejaba ayudar, quizá alguien con quien estuviera en deuda y que fuera de su propia especie podría obrar el milagro.

Estos pensamientos cruzaban su mente mientras hacía su camino de vuelta a la plaza frente al Edificio de Justicia. Iba justo detrás de las Everdeen, pero escondiéndose. Le recordaba a los viejos tiempos cuando era la sombra de las hermanas.

Se escabulló entre la gente y se posicionó justo detrás de los chicos del distrito, desde ahí podía vigilar tanto a Prim como a Katniss sin ningún obstáculo.

«¿Qué hace un pájaro aquí?», se cuestionó internamente cuando vio una mezcla discordante de chillones colores.

—Hola Distrito Doce. Soy Effie Trinket. Bienvenidos a los Juegos del Hambre y que la suerte este siempre de su parte.

«Ah, es la mujer del Capitolio», razonó una vez escuchó la estridente voz humana porque era humana aunque tuviera ese raro acento. Era su culpa que la confundiera con un pájaro, parecía que tenía plumas en la cabeza, seguro ese no era su pelo humano real.

Resulta curioso como es que en todos estos años Buttercup nunca se preocupó realmente por que alguna de las hermanas pudiera salir cosechada. Las probabilidades siempre estuvieron ahí, pero nunca consideró que pudiera suceder. Tal vez pensaba que su amigo estaría cuidándolas de una forma o de otra por eso cuando la tal Effie llamó el nombre de Prim, Buttercup perdió una de sus siete vidas por la impresión.

—Primrose Everdeen, ¿donde estás? —preguntó por segunda vez la mujer.

Escuchó el grito desesperado de Katniss llamando a su hermana. Ella estaba enloquecida, lo único que atinaba a repetir una y otra vez era el nombre de Prim. En medio de la desesperación de Katniss, logró conectar con ella. Sus miradas se encontraron y por un brevísimo momento gris y verde fueron uno solo. Pudo sentir en los rápidos latidos de su propio corazón la súplica silenciosa de Katniss. Se desmayó, al segundo siguiente, ella se desplomó de cualquier manera en medio de la plaza. Unos cuantos agentes de la paz la sacaron en brazos.

«¡Nooo! ¿Qué quieres que haga Katniss?», si los humanos fueran capaces de hablar gatuno eso era lo que hubieran escuchado y no el horrible maullido que salió de su hocico.

¿Cómo era posible que entre tantas papeletas justamente tenía que salir la de Prim? Era como un mal chiste del universo, como si le estuviera escupiendo en la cara la idea que venía persiguiéndole últimamente: un gato no es ningún ángel guardián.

«Prim… Prim, cui-d-dala p-por mí…», recordó las palabras de su amigo. Necesitaba hacer algo, un milagro, cualquier cosa y entonces...

Hemos llegado al punto de inflexión de esta historia, ese punto en que los acontecimientos toman un giro que resulta inverosímil, pero aunque todo lo que conozcas y creas te diga que es imposible que sea cierto, lo que pasó no solo sucedió en verdad, si no que cambio por completo la vida futura de todos en esta historia.

...Y entonces el milagro ocurrió. La misma luz, brillante, cegadora, angelical que una vez lo hizo arder entre llamas invisibles dentro de la mina, envolvió el cuerpo de Buttercup creando una burbuja que lo separaba del mundo real.

Vio el tiempo ralentizarse y de pronto un dolor insoportable lo atravesó de cola a orejas. Se sintió morir mientras observaba y sobre todo sentía como los huesos de su cuerpo iban cambiando. Estaba seguro que había muerto, que había perdido otra de sus vidas de gato porque el mundo se volvió un borrón negro y perdió la conciencia por un par de segundos.

Cuando volvió en sí la idea de que había muerto era la más plausible porque lo que veía y sentía no podía ser cierto, pero no tenía tiempo par analizar lo que le pasó. Ya lo haría más tarde.

—Peeta Mellark —anunció la mujer pájara.

«El panaderito», pensó. Vaya casualidad.

—¡Me presento voluntario! —exclamó una voz salida de la nada.

Todo el distrito volvió la cabeza para observar al inesperado voluntario. Era un muchacho alto y delgado, de piel acaramelada y cabello rubio, con magulladuras en los brazos como si acabara de revolcarse sobre un lecho de gravilla. Tenía una marcada cicatriz en su oreja izquierda que extrañamente se veía un poco más pequeña que la derecha; sin embargo, lo que más destacaba eran sus ojos, no por su color verde oscuro impresionante, sino por las pupilas diagonales.

Nadie parecía conocer al chico, era como si de pronto se hubiera materializado en plena cosecha.

Supongo que para este punto ya debes haber llegado a la conclusión, estimado lector, que el inesperado voluntario no era otro que Buttercup. Te lo dije, es una historia inexplicable pero real.

Buttercup sonrió de lado y se separó del sector de los chicos de dieciocho años, se abrió pasó entre los demás niños hasta llegar a las escaleras del Edificio de Justicia donde un conmocionado Peeta lo miraba atónito.

—Hoy es tu día de suerte, panaderito —le guiño un ojo y le dio una palmadita en el trasero que hizo que Peeta Mellark enrojeciera.

—¡Maravilloso! ¡Maravilloso! ¡El primer voluntario en la historia del Distrito Doce! ¿Cuál es tu nombre, querido?

—Butte…r... —se cortó enseguida.

—¿Butter? —preguntó Effie.

—Eh…, eh… Butt, Butt Carter Beautigreen, ese es mi nombre —sonrió satisfecho consigo mismo por la velocidad con la que se inventó un nombre, uno igual de único que él.

Por increíble que parezca, realmente en los listados de los chicos en edad de cosecha constaba ese nombre tan… tan… Bueno, constaba ese nombre.

—Qué nombre tan pintoresco —mencionó la escolta. Effie por supuesto siempre tenía el adjetivo correcto para calificar los hechos—. Muy bien, es hora de darse la mano niños, vamos, vamos —los apresuró.

Buttercup le tendió la mano a la dulce Prim, que se veía temerosa y asustada, notaba la hinchazón bajo esos hermosos ojos azules, estaba conteniendo las lágrimas. No pudo evitar pensar lo valiente que era su adorada niña.

Prim extendió su manita temblorosa y estrechó la de Buttercup. Una chispa saltó de la unión de sus manos. Prim lo miró curiosa mientras el recién estrenado humano le daba una cálida sonrisa y le guiñaba un ojo en señal de amistad.

«Esta es mi prueba de fuego, mi prueba real. Ahora es cuando me convierto en un verdadero ángel guardián», se convenció el gato ya no tan gato y tomando de la mano a Prim siguió a la pájara al interior del Edificio de Justicia.


Feliz cumple, Alpha! Vale, en la vida me imaginé escribiendo un fic de este tipo, pero me ha gustado muchísimo hacerlo, espero que te haya gustado el resultado.

En un principio este fic iba a ser un one shot, pero a medida que lo iba desarrollando más cosas fueron surgiendo y ahora se ha convertido en una bola de nieve. He organizado las ideas y finalmente me ha quedado en un three shot, aunque las dos partes restantes las subiré en pocos días.

Bueno Alpha, Deseo que tengas un muy lindo cumpleaños, el de hoy y todos los que están por venir!

A todos los demás, gracias por leer y déjenme saber que les ha parecido este fic :)