EL ANIME "INUYASHA" PERTENECE EXCLUSIVAMENTE A RUMIKO TAKAHASHI
"La Familia del Oeste"
CAPITULO I "LOS PRÍNCIPES DEL OESTE"
Rin abrió sus ojos poco a poco, percibía a través de sus párpados los sutiles y delicados rayos de sol de la mañana que comenzaban a filtrase por la ventana de la enorme habitación. Estiró ligeramente su cuerpo entre las sábanas y se sentó en el amplio futón. Repasó fugazmente el cuarto con la mirada y suspiró, como siempre su señor no estaba. No era extraño, después de todo, Sesshoumaru solía madrugar a diario, pocas eran las veces en que lo había visto sumido en los brazos de Morfeo; ella siempre se dormía antes y se despertaba después que él.
Así que, emitiendo un último bostezo, colocó sus pies en el suave tatami del piso y se puso de pie, aunque sin poder evitarlo, sintió un ligero mareo al comenzar a dar los primeros pasos del día. Sin alarmarse, respiró hondo y se acercó a su elegante tocador, sumergió un pañuelo de tela en el recipiente con agua que siempre ahí se encontraba y comenzó a lavarse el rostro. Eso, hasta que escuchó a alguien llamando a la puerta.
-Adelante
-Buenos días, mi Señora –una mujer youkai de edad avanzada y de apariencia relativamente madura, con cabello castaño y ojos grises, entró a las habitaciones haciendo una reverencia -¿Cómo amaneció el día de hoy?
-Buen día, Sora –contestó Rin amablemente para después sentarse en un pequeño taburete de madera –La verdad, aún me siento algo aturdida
-¿Desea que le traiga algo? ¿Algún té, o quizá…?
-No hace falta, gracias –sonrió –ya sabes que esto siempre me sucede cuando mi señor realiza la "transfusión", es normal que me sienta débil por un par de días
-¿Está usted segura? Porque en caso de que…
-No te preocupes, ya estoy acostumbrada
Rin se enterneció al ver los ojos preocupados de Sora, y no era para menos, esa amable inu youkai había sido su dama de compañía desde su primer día en aquel enorme palacio hacía ya algunos años, además, sabía que tener el rostro pálido no era una señal muy alentadora. Aunque era verdad, ella ya estaba acostumbrada a aquello. No era nada alarmante sentir ligeros vértigos al tener el veneno de Sesshoumaru corriendo por sus venas una vez cada seis meses. Era necesario y Rin lo sabía, él le había prometido, desde el momento en el que se había convertido en la Señora del Oeste, que encontraría la manera de alargar su vida mortal lo más posible, y lo estaba cumpliendo.
Según le había explicado su ahora marido, los demonios y hanyous, en su muy conocido ritual de apareamiento, solían marcar a su pareja en alguna parte de su cuerpo dejando una cicatriz como muestra de su respectivo enlace. Y en cuestión de la unión con un ser humano, la situación se tornaba un tanto peculiar, ya que al ser marcados, la sangre humana lograba adquirir ciertos distintivos al mezclarse con el veneno de la mordida de un demonio, a esto se le conocía entre los youkais como el proceso de "transfusión", brindándole así al humano cierta de la longevidad y resistencia de su pareja.
Aún así, Sesshoumaru sabía que eso no sería suficiente, él quería a Rin a su lado durante todos los siglos que durase su existencia y no sólo por unas simples décadas, lo supo desde el momento en que la sacó de la aldea de la anciana Kaede para llevarla a vivir con él de manera permanente y definitiva. No estaba dispuesto a verla morir una tercera vez; entonces fue cuando decidió, pese a sus prejuicios, que no sólo la convertiría en su esposa, sino que además se encargaría de renovar y fortalecer su ordinaria sangre humana.
Rin estaba consciente de que nunca podría cambiar su naturaleza, ella era un ser humano y eso siempre sería así, pero si existía una pequeña posibilidad de alargar sus años para estar al lado de Sesshoumaru, haría lo que fuese necesario, sin importarle el dolor y el desgaste físico que eso le causara, al final todo valdría la pena. Además los resultados de las múltiples transfusiones que había soportado a lo largo de varios años, eran muy notables. La Dama del Oeste conservaba la hermosa apariencia de una joven de a lo mucho 22 años, cuando la verdadera edad que tenía era de casi una década de más; era cierto, aún envejecía, pero lo hacía de una manera lenta y pausada, estaba segura y confiaba en su señor, todavía le restaban muchos años por vivir, muchos más que cualquier otro humano común e incluso más que cualquier hanyou.
-Está bien Rin-sama, si usted insiste –Sora sonrió de vuelta, se acercó al tocador y comenzó a cepillar el largo cabello negro de su Señora.
-Y dime Sora, ¿has visto a mi señor esta mañana? –preguntó con voz inocente mirando a la mujer a través del reflejo del espejo.
-Me parece que el amo se encuentra en su despacho, desde muy temprano ha estado ahí junto con Kenshi –respondió con seriedad haciendo el cepillo a un lado, para enseguida abrir la puerta del cuarto dejando entrar a dos sirvientas más –El día de ayer nuevamente llegó correspondencia desde el Sur, seguro están tratando ese asunto
-Si –suspiró y frunció el ceño preocupada, no era la primera vez en esos meses que llegaban ese tipo de pergaminos al palacio –Espero que no sea algo grave
-Ya verá que no es nada de importancia –Rin asintió –Ahora, ordenaré que le preparen el baño
La joven volvió a exhalar, no tenía caso angustiarse a tan temprana hora del día, ya se enteraría después de lo que estaba ocurriendo; así que sin decir más, se levantó de su asiento y vio a Sora darle órdenes a las dos chicas kitsune, que enseguida entraron al elegante cuarto de baño de la habitación para comenzar a alistarlo todo.
-¿Mis pequeños ya están despiertos? –cuestionó mientras Sora le ayudaba a desprenderse de sus suaves ropas de dormir.
-Aún no, mi Señora…los príncipes siguen dormidos, iré a despertarlos enseguida, con su permiso –Rin sonrió, movió la cabeza en forma afirmativa y entró al baño.
Sora dio un par de indicaciones más a sus subordinadas y salió de los aposentos en un dos por tres. Y tal como lo hacía todas las mañanas, comenzó con su labor relativamente más "difícil" del día.
Caminó unos cuantos metros por el largo pasillo dándoles los buenos días a algunos de los sirvientes y guardias que ahí se encontraban, hasta que finalmente llegó a su primera parada. Abrió la puerta lentamente, entró de lleno a las grandes habitaciones y pasó junto a varios estantes repletos de finas muñecas de porcelana y algunos libros, acercándose finalmente a un pequeño futón.
-Buenos días –susurró en un tono maternal. El cuarto estaba apenas iluminado por unos pocos rayitos de luz, pero eran suficientes para poder visualizar unos cuantos cabellos blanquecinos sobresaliendo de las mantas.
-Mmm –fue la única respuesta además de algunos perezosos movimientos de piernas.
-Es hora de levantarse, mi niña –Sora inclinó su rostro y habló un poco más alto.
Un gran bostezo fue lo único que se escuchó, para que enseguida, una pequeña luna creciente apareciera desde la frente de una tierna carita infantil.
-Hola, nana –dijo la vocecita mientras se frotaba los ojos con sus manos para tratar de despertar completamente.
-Hoy es un hermoso día ¿no crees, princesa? –Sora se acercó a la ventana y corrió lentamente la cortina de seda.
-¡Si! –la pequeña emitió un gritito de emoción al puro estilo de la misma Rin, mientras observaba el cielo mañanero a través del cristal.
-Bueno, entonces debemos apresurarnos para no perdernos ni un instante –la youkai se aproximó al enorme ropero de caoba y sacó uno de los muchos y coloridos kimonos que ahí se guardaban –Pero primero deberás tomar un baño ¿está bien?
-De acuerdo –dijo la niña extendiendo su futón -¿Ya se han levantado los demás?
-Sólo tu padre y tu madre, así que aún tienes tiempo antes de bajar a desayunar
La jovencita asintió su cabeza y sonrió con alegría antes de entrar en la tina de agua tibia que Sora rápidamente le había preparado detrás de un ancho biombo.
-Vendré en unos minutos para ayudarte a vestir –le devolvió la sonrisa antes de abrir la puerta del cuarto –No te demores mucho
Y después de escuchar su respuesta, Sora salió de la habitación de regreso al corredor. Suspiró con ternura, no había duda alguna de que la Princesa Mayumi era la viva imagen de su Señora Rin en casi todos los aspectos, aunque tampoco podía negar que en algunas ocasiones, aquella pequeña hanyou, a pesar de su corta edad, presentaba ciertas expresiones faciales que le recordaban bastante al perfil de Lady Irasue, pero en fin, eran familia después de todo.
La mujer volvió a tomar otra bocanada de aire y continuó caminando, aún no terminaba su trabajo y tal como lo hacía a diario, se preparó mentalmente para enfrentarse al causante de sus canas verdes.
-Buen día –musitó entrando a una nueva habitación, un tanto más pequeña que la anterior pero de igual nivel de exuberancia; con elegantes roperos, libreros, un escritorio de madrera tallada y por supuesto, varios finos juguetes regados por el piso. Enseguida, tal como lo había hecho anteriormente, se inclinó hacia el futón y comenzó a hacer a un lado la montaña de sábanas que cubrían a otra cabellera plateada –Príncipe Teishi…
Un par de orejitas caninas se movió ligeramente ante el sonido de la voz femenina, pero aún así, el pequeño cuerpo permaneció inmóvil y con los párpados cerrados.
-Ya ha amanecido, mi niño, es tiempo de despertar –pronunció Sora con paciencia. Claramente, hacer levantar a aquel chiquillo siempre era su mayor reto.
-Aún es muy temprano, nana –dijo él en medio de un bostezo.
-El sol ya está en lo alto y las aves ya han comenzado a cantar, la hora es exacta –sonrió y abrió el dosel del ventanal.
-Pero… -paró de hablar al sentir los rayos de luz sobre su rostro.
-Vamos príncipe, date prisa
-¿Ahora? –gruñó colocándose las cobijas encima nuevamente
-No querrás que tu padre te reprenda por llegar tarde al desayuno ¿o si? –al escucharla, Teishi abrió los ojos de golpe y de un salto estuvo fuera del futón. Definitivamente un castigo de su querido progenitor no era algo que le ocasionara emoción, lo mejor era acatar las reglas…ya había comprobado antes que tratar de pasar por alto a alguien como su padre, no era la mejor de las ideas.
Sora rió internamente al ver al más inquieto de los descendientes de su amo cambiar de actitud de manera instantánea, tal vez era algo rudo amenazarlo con Sesshoumaru, considerando la influencia que el daiyoukai ejercía en todo el que lo conocía, pero ésa era la única forma de hacer que ese cachorro travieso obedeciera. Así que, con velocidad, Teishi entró al baño y Sora salió satisfecha del cuarto.
La afable inu youkai cerró la puerta y con un peso de encima menos, empezó a dirigirse hasta el fondo del pasillo. Una parada más le restaba todavía.
Continuó avanzando, aquella habitación se encontraba más alejada que el resto, justo en la esquina del ala este del palacio, casi escondida, pero aún así, fácil de encontrar para los que conocían el recinto a la perfección. Divisó la puerta en medio de dos altas columnas de mármol, por la cual salía Jaken con una expresión campante en su verde rostro.
-¿Qué tal, Jaken? –saludó Sora al pequeño youkai –Supongo que el príncipe ya se encuentra despierto.
-Como si no lo conocieras –Jaken se cruzó de brazos y habló con su típico tono de sabelotodo –el Príncipe Yorumaru se ha levantado y aseado desde antes del amanecer
-Bien, entonces iré a ver si algo se le ofrece –le respondió de la misma manera altiva y caminó con parsimonia ignorando al renacuajo que al parecer seguía hablando solo.
Llegó hasta la entrada, llamó a la puerta dos veces y espero contestación. Con claridad pudo escuchar un firme "Puedes pasar" para enseguida proceder a ingresar en la instancia. Como siempre, pudo notar que aquella habitación estaba poco iluminada, era espaciosa pero muy sobria y sencilla, la única decoración eran los finos muebles, un par de biombos y varios montones de libros acomodados en una estantería blanca. Observó el futón, efectivamente éste estaba vacío e incluso tendido como si nadie hubiese dormido en él; y a su izquierda, a unos pasos junto al ventanal…se encontraba la alta silueta del mayor de los hijos del Lord del Oeste.
-Buenos días, príncipe –saludó Sora por cuarta vez en el día, pero aquel joven permaneció sin moverse, dándole la espalda y con su mirada clavada en algún punto del enorme jardín a través del cristal.
-Sora –pronunció él a modo de saludo, su voz era grave pero juvenil, con el mismo matiz de dureza que ya conocía y que le resultaba tan familiar, por supuesto, ya estaba acostumbrada a ese tipo de personalidad seria.
-Me alegra ver que ya estés despierto, sólo venía a avisarte que el desayuno estará listo en unos minutos –habló con la familiaridad con la que se refiere a alguien a quien se ha conocido y cuidado desde su nacimiento –Tus hermanos igualmente ya se han levantado
-Y mi padre… ¿Sigue en su despacho? –dijo girando su cuerpo con lentitud. Sora sonrió instintivamente; a pesar de los años y de ver a Yorumaru a diario, no se acababa de sorprender del parecido que tenía con su ascendiente.
-Así es, él y Kenshi han estado ahí desde el alba revisando la correspondencia
-Jaken me ha dicho que las cartas desde el Sur siguen llegando –su dorada mirada se enfocó hacia ella –Algo está ocurriendo…mi padre ha estado más pensativo de lo usual últimamente
-Príncipe Yorumaru, seguramente son asuntos meramente políticos y de poca importancia
-No me trates de engañar Sora, ya no soy un niño… –frunció el ceño con frustración –sé que es muy probable que se desate una guerra entre los cuatro reinos
-Es cierto, pero no debes preocuparte aún por eso–ella se acercó y tomó una de las manos del chico –el amo Sesshoumaru…tu padre, sabe qué es lo más conveniente en éste tipo de situaciones
-Sí, él siempre puede resolverlo todo –un deje de tristeza pudo vislumbrarse en sus ojos, justo tras su blanco flequillo –Me gustaría ayudarlo ésta ocasión
-Mi niño –acarició su rostro, tatuado con las marcas de linaje –sé que te sientes presionado, algún día serás el siguiente Lord del Oeste, pero no debes apresurar las cosas, aún eres muy joven
Yorumaru sonrió ligeramente, la misma sonrisa sincera que su madre poseía, y observó a Sora con profundidad. Realmente la responsabilidad que comenzaba a sentir en sus hombros era grande, sabía que ya se encontraba en la edad de empezar a involucrarse en los asuntos del reino; quería aprender y prepararse, pero no podía ignorar todo ese compromiso que en algunos años asumiría, no quería defraudar a nadie y menos a su familia.
-Confía en tu padre, él sabe lo que hace –el joven hanyou asintió y trató de dejar sus pensamientos a un lado por unos momentos, todo era demasiado estresante. Así que emitiendo un lastimero resoplido y con paso constante, siguió a su nana hasta el comedor. Tal vez podría hablar con su padre después del desayuno.
OOOOOOOOO
-¿Está seguro de esto, Lord Sesshoumaru? –Kenshi, el primer comandante en jefe del Oeste, agitó ligeramente su azulada cabellera y enfocó sus ojos verdes directamente hacia el daiyoukai. Jaken también ya se encontraba ahí, de pie junto a su amo, mirando alternadamente a los dos demonios que llevaban hablando desde muy temprano. Ese asunto no era cualquier pequeñez que pudiera resolverse de forma espontánea.
-¿Acaso no he hablado con claridad? –respondió y permaneció inmutable, sentado frente a su amplio y fino escritorio, sosteniendo con una de sus manos un pergamino.
-Sí señor, sin embargo…la proposición de Lord Kentaro podría favorecernos bastante
-No me interesa –habló con severidad poniéndose de pie con su habitual elegancia. Llevaban discutiendo tal cuestión desde que la primera carta llegó al palacio, todas y cada una con el mismo mensaje.
-¡Ya escuchaste al amo Sesshoumaru, no seas necio! –dijo Jaken dirigiéndose a Kenshi quien al escucharlo, rodó sus rasgados ojos con impaciencia, ese renacuajo como siempre interrumpiendo sin que nadie hubiese pedido su opinión.
-Todos sabemos que la guerra es inminente y el Sur tiene un ejército poderoso –mencionó el comandante taladrando al pequeño ser verde de un vistazo –seguro que si unimos fuerzas, podríamos ganar fácilmente el combate
-No necesito de ningún tipo de alianza –Sesshoumaru endureció su expresión y miró con superioridad al youkai que desde los tiempos de su padre, Inu No Taisho, había estado al mando de sus tropas. Kenshi era un demonio astuto, leal y valiente, que a pesar de sus bastantes años y su apariencia madura, aún conservaba la fortaleza y el carácter que se necesitaban en el campo de batalla, y precisamente por eso, contaba con la experiencia suficiente para saber que a pesar de la enorme fuerza del ejercito occidental, la ayuda que el monarca del Sur les ofrecía podría resultar realmente útil, sobre todo si los enfrentamientos entre los cuatro poderosos dominios estaban por suceder en cualquier momento, pero por supuesto, el convencer de ésto a su orgulloso Lord, no era una tarea sencilla.
-Insisto en que debería de considerarlo –habló Kenshi con decisión, sin dejarse intimidar por el rostro frío de Sesshoumaru… era obvio que no cedería.
-¡Deberías guardar silencio ya, el amo Sesshoumaru es un excelente estratega y no dejará que ningún inmundo invasor ataque sus tier…!
-Jaken, cállate –y una simple mirada congelante fue suficiente advertencia para que Jaken decidiera que lo más inteligente en ese instante era mantener su boca cerrada.
-Ésta puede ser una buena oportunidad para ampliar nuestro territorio –Kenshi volvió a tomar la palabra y observó a su señor con precaución –además, estoy seguro que el Príncipe Yorumaru estaría dispuesto a…
-Yorumaru no estará involucrado en esto
-Aún así... tenga en cuenta que Lord Kentaro no se dará por vencido, ha querido formar una alianza con el Oeste desde que su padre vivía
Sesshoumaru frunció el ceño discretamente, plenamente detestaba la mención de su progenitor en ese tipo de argumentos, que para su disgusto, Kenshi solía usar a menudo.
-Mi decisión está tomada, no la pienso cambiar – dijo después de una pausa, antes de acercarse a la salida de la habitación.
-¿Qué hará entonces, señor?
-Iré al Sur –giró el pomo dorado de la puerta y miró a su general con cierto fastidio –Pondré fin a éste asunto de una vez por todas
Kenshi ladeó la cabeza hacia un lado y resopló sutilmente, como esperaba, no lo había convencido. Así que sin decir más, siguió a Sesshoumaru y a Jaken a través del pasillo, intercambió un vistazo con el pequeño renacuajo y luego dirigió su mirada al Lord, su rostro era estoico y su caminar firme, definitivamente nunca entendería qué era lo que estaba pasando por su mente en ese momento ni en ningún otro, y menos sabía qué era lo que tenía planeado hacer, sólo esperaba que entre ambos pudieran llevar a cabo una buena estrategia.
-Buen día mi señor Sesshoumaru –una armoniosa voz acompañada de una esencia floral, hizo que los tres pares de ojos se enfocaran hacia enfrente. Efectivamente la Señora del palacio se acercaba acompañada por Sora –Buen día Kenshi, señor Jaken
Sesshoumaru suavizó su mirar al escuchar el saludo alegre de su mujer y observó a Sora inclinarse ligeramente ante su presencia.
-Mi Lady –Kenshi sonrió y reverenció a Rin. Realmente aquella hermosa humana había sabido ganarse pacientemente el cariño y el respeto de todos en el castillo.
Jaken esbozó una media sonrisa e igualmente saludó a Rin, quizá no con tanta ceremonia, pero sí con propiedad, y más si estaba el amo bonito presente; el pobre demonio no podía contar todos los golpes y miradas letales que el daiyoukai le había dirigido cuando sin querer, e incluso por costumbre, había llamado "mocosa" a la Dama del Oeste. Había que tener cuidado con eso, aunque estaba claro que a Rin no le molestaba, para ella era algo así como un recordatorio de los viejos tiempos cuando era una chiquilla y el viejo sapo su niñero.
-Amo, el desayuno está listo, puede pasar al comedor cuando disponga –dijo Sora con cordialidad. Sesshoumaru asintió y comenzó a caminar con parsimonia en dicha dirección, siendo seguido por los demás.
Cuando llegaron al enorme salón, vieron que los tres príncipes ya se encontraban listos y sentados al borde de la amplia mesa. Yorumaru aguardaba paciente, observando a sus dos hermanos menores conversando con tono alto desde el extremo opuesto del comedor. Pero en cuanto sintieron el aroma de sus padres, se pusieron de pie y les hicieron una pequeña reverencia.
-Buenos días –dijeron al unísono para después volver a tomar sus asientos.
-Mis pequeños –Rin sonrió amorosamente y caminó hacia su lugar. Sesshoumaru les dedicó una mirada apacible a cada uno de sus hijos mientras se acercaba a la cabecera de la mesa, donde era su sitio como jefe de familia; para él, el protocolo era importante y consideraba correcto que sus cachorros lo aprendieran y siguieran.
Una vez dada la orden, los alimentos comenzaron a servirse a manos de Sora y un par de sirvientas más; Kenshi y Jaken también solían comer ahí, a unos cuantos asientos de su Lord.
Sesshoumaru desayunaba en silencio, sólo un poco de té verde y arroz, nunca comía demasiado; además, siempre le gustaba observar con discreción a su familia en ese momento del día. Su familia. Muy pocas veces, en todos los siglos que llevaba de su existencia, consideró realmente la posibilidad de tener una familia propia, con compañera y descendientes que estuvieran ahí, junto a él en la mesa y en su vida. Y menos imaginó que tendría esa clase de estirpe. Él, el gran Sesshoumaru del Oeste, el cruel y poderoso demonio conocido por aborrecer a los que consideraba inferiores, por despreciar a su padre y a su hermano híbrido por ambos caer ante la debilidad de los sentimientos, tenía ahora a una mujer humana como esposa y a tres cachorros hanyou como hijos. Irónico, sí, pero no se arrepentía de absolutamente nada. Simplemente estaba siguiendo el camino que él mismo había construido. Y estaba satisfecho.
Así que después de beber un sorbo de té y de limpiar sus labios con una servilleta de tela, comenzó a analizar a todos los que estaban en la mesa, tal y como lo hacía diariamente.
La primera a sus ojos fue por supuesto Rin, su eterna protegida. Para Sesshoumaru, ella era la humana más hermosa que había visto, la única digna de él, con sus ojos marrones pulcros, su largo cabello negro, su piel blanca y su delgada figura siempre vestida con algún fino kimono. Nada quedaba de aquella niña sucia y desaliñada que había conocido años atrás. Su preciada y "eternamente" joven mujer, no había cambiado casi en nada desde que a los 15 años dejara la aldea de humanos y comenzara su vida en el palacio, para que a los 18, después de recibir una educación y entrenamientos apropiados, se convirtiera oficialmente en la Señora del Oeste. Su gentil personalidad era la misma; su dulce y tranquilizadora sonrisa, su mirada traviesa y su actitud alegre, extrovertida y obstinada, estaban intactas, quizá ahora todo eso mezclado con el exacto toque de elegancia y distinción que toda Lady debía inspirar.
En seguida, Sesshoumaru dirigió sus ojos hacia su derecha. Ahí estaba, sentado junto a él, con sus 14 años de edad, su primogénito, el Príncipe Yorumaru. Sin duda, el más perecido a él de sus tres hijos, factor que increíblemente logró impresionarlo al verlo por vez primera, ya que además, algo que complació mucho al daiyoukai, fue el hecho de que su primer heredero naciera con orejas alargadas y puntiagudas como las de él, ocultando de éste modo a simple vista su naturaleza de medio demonio. Yorumaru era prácticamente una joven copia al carbón de su padre; misma complexión esbelta y fuerte, mismo cabello largo y blanco, mismos ojos dorados, misma piel nívea únicamente resaltable por el mismo par de marcas violetas en ambas mejillas, brazos y párpados, e incluso, el mismo carácter serio y cortante. Quizá los únicos detalles que los diferenciaban, eran la falta de la media luna en la frente del jovencito y esa sonrisa gentil y sincera que solía presentar con cierta frecuencia, rasgo obviamente heredado de Rin.
Sesshoumaru colocó en su boca un poco de arroz y cambió la dirección de su vista. Ahora observaba detenidamente a su única y preciosa niña. La Princesa Mayumi de sólo 12 años, comía tranquilamente colocada al lado de su madre. Definitivamente, aquellas dos tenían el idéntico rostro angelical, dulce y alegre, con la mirada risueña y un carácter compasivo y sereno, sin dejar de lado claro está, el porte delicado y refinado que le hacía honor a su título de ser la única y verdadera Princesa del Oeste. Aquella pequeña, igual que su hermano mayor y su padre, tenía cabello largo y de color blanco brillante, siempre sujeto en una gruesa trenza que caía por uno de sus delgados hombros, sus ojos eran grandes y marrones como los de Rin y su piel era clara, pálida y con facciones muy finas. Ella, como Yorumaru, no había nacido con algún rasgo visible que la identificara como una hanyou, teniendo orejas de demonio igualmente puntiagudas. Además, Mayumi era la única de sus hermanos que poseía la preciosa luna creciente sobre la frente, siendo éste el exclusivo símbolo youkai en su rostro, ya que no poseía ninguna marca más.
El daiyoukai pretendía continuar con su observación, eso hasta que fue interrumpido precipitadamente por una vocecita aniñada y escandalosa que al parecer no pretendía guardar silencio en ningún momento.
-Teishi, compórtate –le llamó la atención con voz firme, utilizando la misma frase que diariamente le decía al menos una vez. El pequeño se sorprendió, bajó la cabeza, asintió dos veces y paró de molestar al pobre Jaken con actitudes y charlas infantiles, que según su padre, resultaban poco propias de un príncipe, para después volver a ocuparse de terminar sus alimentos, dejando a los demás terminar los suyos en santa paz, tal como le gustaba a Sesshoumaru.
El Lord vió a Rin y a Mayumi sonreír disimuladamente y a Jaken suspirar aliviado. Increíblemente, el menor de sus tres hijos, era el mayor de sus dolores de cabeza; y no sólo porque el Príncipe Teishi había heredado en su totalidad la personalidad hiperactiva, enérgica y caprichosa de Rin; sino porque además, físicamente, aquel cachorro de apenas 9 años, era más parecido al propio Inu No Taisho que a él.
El chiquillo era alto para su edad, de constitución delgada pero fornida, sus ojos de igual manera eran dorados, resaltando así su tez morena, su rostro era completamente limpio, sin una sola marca de linaje ni tampoco una luna en la frente, el cabello, aunque igualmente largo, no era de la tonalidad blanquecina como la de su progenitor o sus hermanos mayores, sino más bien grisáceo, casi plateado, exactamente como el de su abuelo. Pero eso no era lo único, Teishi además, a diferencia de los otros dos príncipes, estaba coronado por dos orejas caninas pequeñas y peludas, muy semejantes a las de su tío Inuyasha…para exasperación de Sesshoumaru. Aunque quizá, algo que lo compensaba y que hacía al daiyoukai olvidarse casi por completo de éste factor, era que el más joven de sus cachorros, a pesar de su inocencia, tenía y podía utilizar siempre su misma mirada arrogante, furtiva y letal, esa que podía poner a temblar a Jaken como una hoja.
Ellos eran sus hijos, su familia. La perfecta mezcla entre dos razas completamente distintas. Y sí, puede ser que no fuesen demonios puros como los había visualizado en un principio, pero él, Sesshoumaru, se aseguraría de que ellos fuesen más poderosos que cualquier otro demonio inferior, o incluso mucho más que su inútil hermano, porque era obvio que no había punto de comparación con Inuyasha o sus débiles hijos, los mismos que había engendrado con aquella escandalosa sacerdotisa, esos mocosos a quienes se veía obligado a llamar sobrinos y que de por sí, ya eran más humanos que youkai. No, sus cachorros, los príncipes del Oeste, debían ser fuertes, sublimes, eminentes y orgullosos, en su sangre llevaban el linaje que los hacía superiores y eso él se encargaría de resaltarlo día y noche; y aún más en aquella época de guerras, batallas y muerte, tenían que estar preparados y saber cuál era su lugar.
-Yorumaru –habló el Lord rompiendo el silencio y mirando fijamente a su primogénito –Ve a mi despacho en cuanto termines
-Sí padre –el jovencito asintió una vez y observó a Sesshoumaru levantarse del asiento para enseguida salir del comedor seguido de Kenshi, ambos captando igualmente la atención de los demás.
-¿Qué es lo que padre quiere decirte, hermano? –preguntó Mayumi inocentemente al cabo de unos instantes mientras daba un sorbo a su vaso con jugo de manzana.
-Si lo supiera, te lo diría –dijo él como si hubiese respondido algo obvio.
-¿Hiciste algo malo, Yorumaru? –mencionó Teishi jugando con los palillos –Padre siempre me manda llamar cuando no tengo buena conducta
-Pero Yorumaru siempre se comporta bien, seguro es otra cosa ¿verdad, madre? –Rin sonrió con dulzura y acarició levemente el cabello de su pequeña.
-Tú lo sabes, ¿no es así, Jaken? –la dorada mirada del adolescente se clavó en el youkai verde, quien al sentirla, no pudo más que comenzar a sudar como loco.
-¿Ehh?... ¡N-No, yo no sé nada Príncipe, de verdad, se lo juro!
Yorumaru entrecerró los ojos y levantó una ceja, nada convencido por las palabras del sirviente de su padre, al parecer era algo importante y lo mejor era saberlo cuanto antes, además, el chico ya estaba planeando acudir al estudio del daiyoukai de cualquier modo, y qué mejor que fuera él precisamente quien ahora lo requiriera.
-¿Por qué no vas y lo averiguas? –Rin miró al joven y le guiñó el ojo –Anda Yorumaru, ya sabes que a tu padre no le gusta esperar
El chico le sonrió de vuelta a su madre y pidiendo permiso se retiró del comedor.
-¡Vamos Jaken, dinos lo que padre hablará con Yorumaru! –insistió Teishi al ver que su hermano mayor se había ido.
-¡Ya lo he dicho, no sé nada de nada!
-¡Sí lo sabes!
-¡Que no!
-¡Dinos, dinos, dinos, dinos!
-¡Príncipe Teishi, por favor compréndame! –en verdad ese chiquillo era igual de exasperante que Rin cuando era una niña y la dejaban a su cuidado mientras Sesshoumaru iba a alguna expedición; claro que, ella en ese tiempo no era ninguna princesa y podía gritarle todos los insultos que quisiera, siempre y cuando el Lord no lo escuchara, pero ahora, ni pensar en si quiera levantarle la voz a un Príncipe hijo de su querido amo bonito, sería firmar su sentencia de muerte.
-Calma Teishi, deja de maltratar al pobre señor Jaken –dijo Rin conteniendo la risa y tratando de que su retoño parara de zangolotear al renacuajo en su afán de satisfacer su heredada curiosidad.
-Pero madre, yo quiero saberlo
-Tu hermano te lo dirá pronto –la Señora del Oeste rió y luego suspiró –Ahora pequeños, me parece que es hora de que vayan a sus lecciones, seguro el profesor Katsu está esperando por ustedes
Mayumi sonrió movió su cabeza afirmativamente y obedientemente de un salto estuvo fuera de la mesa camino a la biblioteca, y Teishi, después de rodar los ojos con fastidio, también la siguió a regañadientes. Entonces, encontrándose únicamente Rin y Jaken a solas en el comedor, comenzó el verdadero interrogatorio.
-¿Y bien, señor Jaken? –dijo ella cruzando sus brazos –Sólo quedamos usted y yo, entonces, a mí si me dirá lo que está sucediendo ¿verdad?, he notado a mi señor algo extraño estos días, así que no intente negarme nada
Jaken tragó saliva y observó la mirada pícara que lucía la joven culpable de todas y cada una de las piedras voladoras aterrizadas en su cabeza, pero en fin, ella ahora era la Lady de ése palacio y por más duro que le resultara, tenía que obedecerla, además era muy difícil resistirse a esa sonrisa angelical que le dedicaba, ¡Rayos, realmente esa niña era molesta!.
OOOOOOO
Yorumaru caminaba con prisa rumbo al despacho de su padre mientras veía como siempre, a varios de los guardias inclinando su cabeza o clavando sus rodillas en el suelo al verlo pasar. Se detuvo abruptamente al estar frente a una gran cancela color perla, a la cual inmediatamente llamó dos veces.
-Entra y cierra la puerta –la voz de Sesshoumaru se escuchó grave y rotunda, incitando al joven hanyou a pasar de lleno al amplio estudio. Con respeto miró al imponente daiyoukai sentado detrás del escritorio, y no pudo evitar sentirse como una insignificante hormiga junto a una enorme montaña. Sin dudas, el sitio que ocuparía como Lord resultaría muy difícil de llenar.
-¿Querías hablar conmigo, padre?
-Dentro de tres días partiré rumbo al Sur –dijo tajante observándolo a los ojos –Me acompañarás, Yorumaru.
-¿En serio? –un brillo de emoción iluminó sus ojos pese a que su expresión permaneció igual, una de las cosas que más fascinaban a Yorumaru, eran las expediciones que desde los 11 años realizaba junto a su progenitor, de ésta manera se sentía importante y útil, además, siempre lograba aprender algo nuevo –De acuerdo, padre
-Necesito que estés preparado para entonces
-Claro que si –no pudo evitar sonreír sutilmente al asentir con la cabeza –Pero… ¿Puedo preguntar, a qué se debe éste viaje? –el silencio de Sesshoumaru hizo razonar a su hijo –Es por las cartas que Lord Kentaro nos ha enviado ¿cierto?... ¿Qué es lo que está ocurriendo?
-El Sur quiere una alianza –respondió al ver la determinación en la otra mirada dorada.
-¿Alianza? –preguntó extrañado, según conocía a su padre, él nunca aceptaba la ayuda de nadie, no la requería.
-Como supongo bien sabes, la guerra entre los cuatro reinos está próxima –el chico inclinó su cabeza con preocupación –Y como parte de una estrategia, Kentaro me ha hecho una proposición al respecto
-¿Qué clase de proposición? –Sesshoumaru se levantó del asiento y comenzó a caminar alrededor de la habitación de forma pausada, deteniéndose frente a un enorme mapa dibujado con tinta en una de las paredes, donde se podían ubicar fácilmente los cuatro puntos cardinales y sus tierras.
-Se trata de un pacto mediante un enlace nupcial –el youkai giró su cuerpo y habló con serenidad hacia su cachorro. Yorumaru lo miraba con el ceño fruncido, creía ya comenzar a entender por dónde iba el asunto –Kentaro pensaba en comprometer a una de sus hijas contigo en matrimonio, para que de ésta manera, el Sur y el Oeste ampliaran sus territorios y duplicaran sus fuerzas.
El corazón del jovencito latió con fuerza al escuchar esas palabras, lo suponía. Su padre estaba pensando en prometerlo para casarse con una princesa desconocida y aunque ignoraba el impacto que aquello tendría en su vida, estaba bien, lo entendía perfectamente, era su deber como el mayor de los hijos del Gran Sesshoumaru y acataría su responsabilidad sin negarse a nada.
-Entonces… -dijo levantando la vista después de un momento de silencio -…Iremos a confirmarlo, ¿no es así?
-Iremos a rechazarlo –dijo el daiyoukai finalmente con tono ecuánime –Tal propuesta me resulta innecesaria por el momento
-Padre, si es lo que quieres, estoy dispuesto a hacerlo…
-Parece que no me escuchaste –lo interrumpió con severidad, ¿Cuántas veces tenía que repetir las cosas?
-Es que yo sólo quiero hacer lo que sea mejor, ¿por qué no me lo permites?
-He dicho que no es necesario, ¿dudas de mi juicio?
-No –el joven levantó la vista, serio –Pero creo que tú dudas del mío
-Efectivamente –Sesshoumaru le respondió sin ningún aspaviento y volvió a hablar con cierta frialdad, puede que aquel Príncipe no tuviera mala intención, pero no podía atreverse a decirle a su padre lo que debía hacer –Tú, Yorumaru, eres aún un cachorro sin experiencia, por lo tanto no puedes tomar decisiones que según tú son convenientes
-Pero… -realmente el daiyoukai odiaba esa palabra. No sólo Yorumaru había heredado la sonrisa de Rin, sino también su necedad.
Sesshoumaru no dijo más, no tenía caso discutir con alguien ignorante de las verdaderas prioridades, así que simplemente silenció a su joven hijo con una mirada y le ordenó que se retirara, ya tendría tiempo para hablar con él después.
Yorumaru cerró la puerta del despacho con un movimiento suave, y a base de pasos firmes, se dirigió directamente a su habitación, suponía que sus dos hermanos estarían esperándolo pero no tenía intensión alguna de hablar con ellos en ese instante. Se sentía frustrado, quería ayudar, involucrarse de lleno en los asuntos que en un futuro él se encargaría, pero sobre todo, quería demostrarle a su padre que también podía ser un Lord tan imponente y poderoso como él. Era cierto que la idea del matrimonio lo había tomado desprevenido, pero las cartas que habían llegado al palacio con tanta insistencia no podían tratarse de una cuestión de menor importancia, la guerra se desataría en cualquier momento y él no iba a quedarse sin hacer nada, así que si para ganarse la aprobación de Sesshoumaru y probarse a sí mismo su propio orgullo había que hacer el sacrificio, lo haría.
OOOOOOOO
Rin se encontraba en la alcoba, aquel día finalmente había concluido dando paso a la noche, y ella como siempre, se encontraba esperando pacientemente por su señor mientras sentada frente al tocador, pasaba una y otra vez un cepillo de oro por su cabellera.
El ruido de la puerta al abrirse la distrajo por unos segundos. Sesshoumaru entraba con su habitual parsimonia, aunque inevitablemente su rostro se suavizó al percibir el delicado aroma de las flores frescas que su mujer siempre procuraba tener en la habitación en la que dormían, justo ahí, en un gran jarrón por cada esquina.
-Es tarde, ¿Por qué aún no estás dormida? –preguntó sin levantar la voz mientras se deshacía de su armadura.
-Estaba esperándolo, mi señor –ella se le acercó, pero al no recibir contestación, volvió a hablar –Supe que Yorumaru y usted harán un viaje al Sur en unos días
Sesshoumaru la miró y asintió una sola vez, de cualquier forma él estaba por decírselo.
-Ya veo… ¿Y dígame, es cierto que piensa comprometerlo? –de repente, la expresión de su dulce Rin se oscureció y lo miró ligeramente ceñuda.
-Así que ya lo sabes - Seguro Jaken había abierto la boca sin ninguna autorización, ese inútil, ya se las arreglaría con él más tarde.
Rin se acercó más y sintió su corazón acelerándose poco a poco ante el pesado silencio de su marido y su estoica mirada fija en ella.
-Sesshoumaru –dijo la joven con voz impaciente, dejando de lado sus normales formalismos. Y es que él sabía que cuando ella lo llamaba por su nombre de pila en lugar de "mi señor" o "Sesshoumaru-sama" era porque o se encontraba molesta o angustiada –No puede casarse y menos con una extraña, él tiene derecho a la oportunidad de elegir a su pareja sin que nadie se la imponga, además Yorumaru aún es muy joven, debe de existir alguna otra forma de realizar la alianza con el Sur, por favor…
-Rin –la cortó antes de que siguiera con su monólogo; era cierto que ella era la única persona en el mundo que podía atreverse a cuestionarlo sin terminar muerta, además, de cierto modo entendía su preocupación, ella quería el menor sufrimiento posible para su hijo, pero a veces, el modo en el que lo expresaba, terminaba con la ya poca paciencia del youkai.
La joven guardó silencio y lo miró a los ojos, suplicándole con la mirada que reconsiderase esa opción.
-No lo hará, puedes estar tranquila –dijo él como últimas palabras, no iba a dar más explicaciones, había dado las suficientes en el transcurso del día.
Al escucharlo, Rin lo observó unos segundos más antes de suspirar aliviada. Ya no tenía caso seguir con el interrogatorio, era obvio que Sesshoumaru había dado por terminada la conversación y su palabra era ley, por lo tanto, ella ya no tenía por qué preocuparse, sabía después de todo, que él hacía lo que consideraba mejor, y además Rin confiaba ciegamente en su señor, y tenía claro que no haría nunca nada para perjudicarla a ella o sus hijos. Así que, sintiéndose satisfecha, le brindó una de esas muchas luminosas sonrisas dedicadas exclusivamente a él.
Sesshoumaru caminó unos pasos y se colocó frente a su mujer, aspirando el delicado perfume que su piel y cabello desprendían. Esos últimos días habían resultado más ocupados que de costumbre, por lo que su único momento de relajación eran las noches, cuando se encontraba con Rin a solas y podía mostrar facetas que nunca sacaría a relucir frente a nadie más. No iba a hablar más del tema, así que se aproximó más a ella y con un brazo le rodeo su esbelta cintura con posesividad, mientras que con la otra mano, la sujetó del cuello con el cuidado suficiente para no rasgarle la piel con sus garras.
Rin sonrió con ternura, ya que a pesar de los años que llevaban como pareja, ella nunca se cansaría de la misma rutina a la que su señor la sometía antes de dormir. Cada noche era como la primera que había pasado a su lado.
El daiyoukai, sin detenerse, atrapó los labios de su esposa contra los suyos y los besó con necesidad por algunos minutos; enseguida se separó, la miró a los ojos, volvió a acercarse para lamer su mejilla y bajó hasta su clavícula siguiendo la línea hasta su hombro derecho, lugar exacto en el que estaba la cicatriz con la forma de un colmillo. La marca innegable de que esa mujer le pertenecía, de que Rin era únicamente para él, y de que si algún otro hombre intentaba acercársele con malas intenciones, estaría muerto más rápido que un parpadeo.
Rin mantenía sus ojos cerrados, disfrutado de las caricias que su marido le propinaba, eso hasta que él lamió su herida, causándole un dolor ligeramente punzante y un escalofrío que recorrió su cuerpo con rapidez. Todavía estaba débil por la transfusión realizada un día antes. Sesshoumaru, al sentirla temblar en sus brazos, se detuvo abruptamente y alzó la cabeza. La vio tratando de sonreirle e ignorar su malestar, pero él sabía que por esa noche había que dejarla descansar y no forzarla a realizar un esfuerzo extra; ella aún no podía evitar la vulnerabilidad de su estado como una frágil humana…pero era su humana y tenía que cuidarla.
Así que sin emitir una palabra y sin cambiar la expresión en su neutral rostro, la tomó en brazos y en un movimiento la recostó en el futón colocándose él a su lado. Como lo esperaba, Rin cayó presa del sueño al instante, y Sesshoumaru se limitó a observarla por un rato. Todavía le resultaba inverosímil el hecho de que los humanos necesitasen tantas horas de descanso, y aunque el cuerpo de su protegida ya era más resistente, aún requería de almacenar energía constantemente. Él, por otro lado, no dormía mucho nunca, simplemente permanecía recostado junto su esposa, jugando con su cabello negro de vez en cuando o acariciando una de sus pequeñas manos.
De un momento a otro cerró los ojos y su mente comenzó a trabajar. La imagen de los próximos múltiples enfrentamientos en los que el Oeste se vería involucrado empezó a formarse en su cabeza. Tenía que planear cada uno de sus movimientos con frialdad y cuidado. Sabía que sus tierras eran codiciadas y que él, a lo largo de su vida, había hecho múltiples enemigos que estaban dispuestos a hacer lo que fuese por destruirlo, y si bien Sesshoumaru era un demonio en extremo poderoso con un ejército fuerte, no podía bajar la guardia en ningún momento. Ahora tenía una familia, y aunque nunca lo quisiera admitir, ése era su punto débil.
Y lo más peligroso era que muchos lo sabían.
FIN DEL CAPITULO I
Hola a todos, últimamente he estado leyendo varios fics de Rin y Sesshoumaru y fue así como me llegó la inspiración para realizar ésta historia, realmente espero haber hecho un buen trabajo. Éste es mi segundo escrito en el fandom de Inuyasha, por lo que aún soy algo novata manejando a éstos personajes, así que si tienen alguna observación que hacerme respecto a algún detalle que se me haya pasado o alguna incoherencia con algún aspecto de la historia original, por favor no duden en hacérmelo saber, así yo aprendo y corrijo errores conforme avance la historia.
En fin, espero que me dejen conocer sus opiniones y comentarios, son muy valiosos para mí.
Saludos. Nabiki-san.
