Este fic es un verdadero milagro de navidad, porque logró que tú y yo trabajáramos juntas como hace algunos meses no sucedía, y por eso mi corazón está lleno de gratitud. Luv ya C.
Creo que todas saben que no ha sido un año sencillo para mí, y sé que no soy la única, pero, tan solo hace algunas semanas me preguntaba si acaso volvería a escribir, si crearía una nueva historia, o solo terminaría RAA y YNTE, y he aquí un nuevo bebé.
Debo decir que es un proyecto ambicioso, algo que me cautivó, aún no está terminado, por supuesto, hay esté y un capítulo más y estoy trabajándolo.
Es un trabajo dedicado a todas y cada una de ustedes, que leen lo que hago, a quienes dejan reviews, a quienes leen en silencio, a esas lindas amigas que son fieles, y han estado al pendiente de mí, a cada Albertfan que lucha por que el verdadero final de la historia sea evidente, e incluso a mis haters, de las cuales últimamente solo me ha tocado ver a una por el foro de RAA.
Humildemente les dejo mi aportación a la dinámica navideña. Espero que les guste, y si es así, e encantará leerlas en los reviews.
Le mando abrazos y bendiciones, y espero que está historia toque sus corazones.
Con amor.
KeyAg
Capítulo 1
Navidad 1874 en algún lugar cerca del río Avon.
Candy miró a su alrededor, el gran salón estaba hermosamente decorado, las guirnaldas navideñas colocadas en cada puerta, el enorme abeto en el centro de la lujosa habitación decorada con finos muebles de excelente madera, brocados, y sedas.
Todo estaba listo, aliso los sedosos pliegues de su vestido verde de estar en casa, el lujoso material crujía suavemente mientras caminaba, había pasado toda la mañana haciendo que la casa se viese espectacular, las chicas del servicio aún andaban de arriba abajo acomodando cosas, y Candy podía oler la fragancia de las múltiples delicias que se estaban cocinando.
Caminó con paso lento, observando con atención los diferentes detalles de la habitación, esos que la hacían no solo hermosa, sino acogedora, íntima, un lugar familiar. Los cálidos tapetes, las mullidas alfombras, los cuadros de la familia, y en el lugar de honor sobre la chimenea, el enorme lienzo que tanto amaba, el marco de hoja de oro de líneas sencillas y simples, los tonos verdes y frescos, al centro la enorme casa de líneas clásicas, las típicas columnas blancas, el techo de dos aguas, una hermosa plantación del sur, rodeada de árboles de camelias, las enormes flores blancas coronando los árboles de manera majestuosa.
Al ver el óleo Candy casi podía sentir la humedad del ambiente, la calidez, podía oler la humedad de la tierra roja típica del sur, esa tierra rica que traía abundancia a los plantadores del sur, esos caballeros andantes de otro tiempo, que erguían su orgullosa cabeza con un código inquebrantable, único, un código de damas y caballeros, que, con esos tonos suaves y melódicos, tan propios de la costa, vivían en otro tiempo.
Ahora todo eso se había ido… el sur en el que ella había crecido ya no existía, todo era parte de un viejo recuerdo, no todo era en sí malo, pero tantas perdidas, tanto dolor y sacrificio hecho por todos aquellos que alguna una vez había amado, los confederados habían pagado un precio muy alto en nombre de la libertad, que al final de todo había significado simplemente no más esclavitud, porque la realidad era que aquellos sacrificios no se habían traducido en que ahora todos vivieran en un país libre, igualitario y fraterno, de ser así su corazón se hubiese llenado de sincera alegría, porque todo ese dolor, pérdidas y desarraigo habrían valido la pena, pero, en su lugar había una profunda tristeza, el saber que la suave y armoniosa belleza del antiguo reino se había difuminado para siempre, siendo reemplazado por una tierra de "libertad"… donde los negros, si bien ahora no eran esclavos, tampoco tenían igualdad de derechos, dónde sus propios compatriotas los otrora caballeros y damas del sur estaban aplastados por la bota yankee que les quitaba todos sus derechos, tan solo por haber pretendido defender su país, su honor, sus creencias y dónde el Ku kux klan, imponía sus propias leyes, sobre los negros y sobre todos aquellos considerados "traidores a la patria", ella lo sabía de sobra, había sido víctima de quienes consideraba sus amigos de otro tiempo, sus vecinos, aquellos que habían sido sus compañeros de juegos del pasado ahora se habían vuelto contra ella, al final el estandarte de igualdad que habían enarbolado los yankees, había sido una mera excusa, para no permitir la secesión… si, hacia una vida de todo aquello y ella había pagado el precio de todo, de defender en lo que creía, de sus principios, de su libertad y de su amor por un hombre que el sur jamás aprobaría para ella ...
Hoy la plantación de su infancia, "Magnolia", ya no existía, lo último que ella había visto era el esqueleto de su amada casa, ennegrecida por las llamas, completamente saqueada, hecha una ruina, la majestuosa construcción clásica que había sobrevivido a el ejercito yankee, no había podido contra el odio de sus compatriotas que la consideraban, pero que una prostituta, era una traidora que se había atrevido a enamorarse de un yankee, y por lo tanto era una desgracia que mancillara el legado de generaciones de White-Sloanes, llevando a vivir bajo ese mismo techo sagrado a un bárbaro, una paria social, alguien que aborrecían con todo su ser, por representar todo lo que odiaban, un yankee… las llamas se llevaron consigo sus recuerdos, la felicidad familiar compartida, todo aquello que le era conocido y amado, pero el destino tenía un plan para ella y la vida jamás quita, sin dar nada a cambio, al final del día, la vida había sido generosa y tanto ella como su amado habían escapado a salvo de toda esa locura de odio y destrucción de ese delirio de odio, ruinas y venganza, con profundo dolor y tristeza, se habían dado cuenta que si querían vivir sin las sombras del pasado y el supuesto crimen que representaban sus respectivos orígenes, debían empezar de nuevo, en un país diferente, un país en donde la amargura producto de las heridas de la cruel guerra no separaran a hombres y mujeres solo por su procedencia, un país dónde la sociedad no los condenara por amarse, a pesar de que él era un yankee, y ella una belle del sur.
Él, William Albert Andrew, un hombre rico y joven, proveniente de una poderosa y antigua familia escocesa, con sangre noble corriendo por sus venas, pero que había nacido en el norte, ese norte que se atrevió a soñar un sueño de libertad, de igualdad, por el cual, él sin importar el costo personal, había pagado el precio en carne propia.
Ella, la hija de un rico plantador, poseedor de miles de esclavos, y una riqueza que parecía ser infinita, pero que resultó ser menos cuantiosa en cuanto los bonos confederados perdieron su valor, aunque su padre había sido más inteligente que los demás, y había hecho inversiones en oro, no solo en bonos confederados. Pero su riqueza estaba construida sobre generaciones de dolor ajeno, y Candy había estado segura de que, toda esa sangre derramada, toda la injusticia, el dolor, y sufrimiento que hacer su fortuna a costa de la infelicidad de otros traía, había terminado por cobrarle factura, John White-Sloane, había perdido a su mujer prematuramente un par de años antes de la guerra, así como a cada uno de sus tres hijos varones durante la guerra, y al final había perdido su propia vida, dejando a sus dos hijas huérfanas y a la merced de los yankees conquistadores.
Candice White-Sloane había sido educada como una dama sureña, una fina y refinada señorita, enseñada a sonreír, cantar hermoso, y verse bella, ninguna otra mujer había tenido más pretendientes, ni vestidos más hermosos, sabía fingir fragilidad para complacer a un hombre, pero también ser fuerte, había dirigido sin obvio esfuerzo la enorme plantación de su padre a la muerte de su madre, con tan solo quince años, era buena, dulce y humilde, sin embargo, poco de eso le había servido durante los años de la guerra… había tenido que aprender mucho durante ese tiempo, mucho que no le habían enseñado...
Pasó su mano por la repisa de la chimenea, donde muchos daguerrotipos estaban amorosamente colocados para así recordar…. recordar los momentos felices, y a todos los que ya no estaban con ellos… su padre, sus hermanos, su madre… por un momento las lágrimas amenazaron con rodar por sus ojos, pero los pequeños pasos presurosos, y las risas frescas llegaron a sus oídos junto con la grave y sedosa voz que hacía latir su corazón aceleradamente, no solo hoy, sino desde la primera vez que lo vio, alto, gallardo, rubio como el sol, guapo como clásica estatua griega, tan perfecto como el David de DaVinci del que ella se había enamorado durante su tour por el viejo mundo, el hombre perfecto en la fiesta de año nuevo en New York, cuyo único defecto era ir vestido con el aborrecido uniforme azul oscuro del ejercito del norte… Candy recordó como verlo la había dejado sin aliento por su presencia, e inundado su corazón de terror al mismo tiempo.
La presencia en "Magnolia" del teniente coronel William Albert Andrew y su regimiento, podía solo significar más muerte y más dolor… o eso era lo que ella había creído, pero había estado tan equivocada, tan placenteramente equivocada.
Mamá… - la aflautada voz infantil la llamó devolviéndola a la realidad.
Camille, estoy acá, pero dile a papá que cierre los ojos antes de entrar…
¿Qué tramas ahora mi princesa? – esa grave voz que la volvía loca y hacía temblar sus piernas aún ahora, años de casados y dos hijos después.
Candy se apresuró a encontrarse con su familia. Tratando de evitar que vieran antes de tiempo la sorpresa que había preparado.
Ahí estaba él, su presencia masculina y su fragancia llenaban el aire, vestía pantalones café y chaqueta de tweed, las botas altas enmarcaban sus piernas, habían estado fuera cabalgando, él y sus hijos. Su pequeña princesa rubia, y su apuesto príncipe castaño.
Antes de que ella pudiese decir palabra, él la tomó en sus brazos y la besó con intensidad, de esa forma que hacía sentir sus piernas débiles.
Te extrañé… - le dijo él con simpleza.
Lo sé, amor mío, yo también, pero ahora la sorpresa está lista.- le dijo ella con una sonrisa cómplice, Albert sabía de qué se trataba la sorpresa, por eso había llevado a los niños a pasear, para darle tiempo a Candy de prepararlo todo.
¿Una sorpresa? ¿escucharon Ethan y Camille? Mamá nos tiene una sorpresa… - les dijo con fingida sorpresa y genuina emoción a los pequeños.
¡Una sorpresa de navidad! – gritaron los niños al unísono mientras brincaban alegremente, eran gemelos no idénticos, tenían siete años, y estaban llenos de vida, de felicidad…
¿Vendrá tía Patty? – preguntó la niña que adoraba a su tía.
¿Tío Stear? – Ethan admiraba a su ocurrente tío inventor.
Más tarde, mis amores, la sorpresa de ahora es solo para nosotros, vengan.
Albert observó a los niños seguir a su madre, y disfrutó del cuadro con indolencia, eran felices, después de todo la señora fortuna se había dignado en concederles felicidad, más allá de lo que habían imaginado.
Ella volteó para verlo con esos hermosos ojos verdes brillando traviesamente, y esa sonrisa invitante, le dijo con los melódicos tonos producto de su crianza Charlestoniana.
¿Vienes?
Siempre.
Candy abrió la puerta y el paraíso apareció ante ellos, la habitación estaba transformada, las suaves luces brillaban, los alegres ornamentos dorados, rojos y verdes colocados estratégicamente… todo era perfecto, un hermoso sueño hecho realidad...
1866 en algún lugar de Carolina del Sur.
Sí tan solo no hubiese sido un sueño… Candy abrió los ojos, y titiritó por el frío, los cálidos brazos de Albert la rodeaban, pero la humedad se colaba hasta sus huesos, su estómago rugió de hambre, el miedo y la incertidumbre se colaron en su psiquis.
¿Otra pesadilla? – preguntó él mientras besaba su dorada coronilla.
Creo que peor que una pesadilla en estos momentos… - le respondió ella con amargura.
¿Qué sucede mi amor? – su tono amoroso la conmovía.
Estábamos a salvo, éramos felices… - un sollozo cortó su garganta.
Te juro por mi vida que un día no muy lejano estaremos a salvo, y que seremos felices amor mío. –
Candy se volvió y miró sus ojos azules…
Te amo… soy feliz a tu lado.
Te daré la vida de princesa a la que estás acostumbrada, te cuidaré, y protegeré, no tendremos que huir más… ¿qué más había en tus sueños?
No era solo la casa… había niños, gemelos, una niña y un niño… -
Albert llevó su mano a su vientre y besó su nuca con suavidad.
También seremos padres amor mío, la vida nos regresará a manos llenas lo que nos ha sido quitado… me encargaré de eso… - su voz sonaba cansada, y eso la hizo sentir culpable, el día había sido terriblemente pesado, y él no estaba bien, Candy acarició su cansado rostro y le dijo suavemente.
Duerme, mi amor, necesitas el descanso… perdóname por despertarte… - él la atrajo un poco más, el cansancio del día, y su herida aún no sanada pesaban…pero ella era su todo, y por ella daría la vida de ser necesario.
Te amo Candice White-Sloane. -
Y yo a ti, William Albert Andrew. –
Se acurrucaron juntos para brindarse calor bajo la delgada manta, rogando al cielo en silencio que las ruinas que los ocultaban los mantuvieran seguros por al menos un par de días más, para así recuperar sus fuerzas, y poder luchar juntos por su amor.
