¡Hola, chicas!

Hace unos días yo no podía dormir así que decidí que Ulquiorra tampoco, LOL. Me inspiré en una linda imagen de Rusky Boz que ¡ñaa!, es tan tierna que me dan ganas de meterme en esa cama con Ulquiorra y Orihime y abrazarlos a los dos, jajaja.

Bleach y todos sus personajes son propiedad exclusiva de Tite Kubo.


Otra patada en la cara.

Ulquiorra permaneció quieto mientras la mujer junto a él se removía sin cesar. Francamente no sabía cómo era que sobrevivía cada noche a esa especie de batalla. La humana lo manoteaba, le ponía sus pies en la boca, lo apretaba, lo pellizcaba y más de una vez lo había mordido susurrando en sueños algo como «judías dulces». Si tuviera todavía un poco de dignidad, se pararía y se iría a dormir al sillón de la sala. Estaba seguro que allí podría dormir más cómodamente, pero no, se quedaba con ella.

De no ser por su condición de ex Espada, no dudaría en que se levantaría todos los días con una tortícolis fenomenal y un dolor en sus articulaciones. Eso sin duda no sería provechoso para su trabajo de guardia de seguridad en el centro comercial, que por ahora era lo único que había conseguido gracias a unos amigos de su mujer y porque el dueño del lugar dijo que tenía una cara tan «fría», que con ella podría intimidar a ladroncillos inescrupulosos.

El pelinegro trató de acomodarse mejor. Orihime estaba durmiendo boca arriba y tenía una pierna en su estómago mientras que le aplastaba la frente con la otra. Sin duda era muy humillante. Si el estúpido de Grimmjow lo viera así, sabría que no lo dejaría en paz por mucho tiempo.

Arrugó la boca.

Ese maldito... que ni se le ocurriera espiarlos o se encargaría de asesinarlo sin ninguna muestra de piedad. En los siete meses que llegaron de Hueco Mundo y en los cuales él se había ido a vivir a casa de la mujer, el muy parásito no había salido de su casa. Casi vivía con ellos. Llegaba «mágicamente» a la hora del desayuno, se quedaba a ver televisión y luego se iba —según decía— a trabajar en casa de Kisuke, no sin antes asegurarse de decirle a su humana que regresaría para la cena. ¿Desde cuándo la compartían? Ni él le daba órdenes como para que viniera ese vago y le ordenara cocinar extra.

La pelirroja se movió, cambiando a una posición aovillada, abrazándose las rodillas y liberando al espíritu de sus piernas. Ulquiorra suspiró levemente, tomó su almohada, la golpeó un poco y se dejó caer en ella boca abajo. Cerró sus ojos lentamente y justo cuando creía que por fin descansaría, otra veloz patada voló hacia él y lo sacó de la cama.

Calló con el ruido que produciría un saco de patatas al chocar contra el suelo. Eso era definitivamente el colmo. No pudo hacer más que suspirar de nuevo con desgana y observar el abanico de techo dando vueltas sin cesar en esa oscura noche de su habitación.

Si fuera una persona inteligente —y él era un persona inteligente—, se quedaría en ese piso de madera y dormiría como un oso perezoso hasta que saliera el sol. No necesitaba las sábanas, pues con su suéter blanco y su bóxer largo de rayas era más que suficiente para mantenerlo caliente. Tampoco requería de almohadas, no tenía ningún inconveniente con que su cabeza se apoyara en esa plana dureza. Anteriormente había tenido que dormir en lugares peores o simplemente no hacerlo, daba igual. El único y verdadero problema era que...

—Ulquiorra, ¿dónde estás? —la voz somnolienta de Orihime lo llamó. Apenas había sentido que su cuerpo no estaba y poco a poco la falta de calor comenzó a despertarla.

—Estoy aquí, mujer —le dijo con voz cansina.

—¿Qué haces allá abajo? —preguntó inocentemente la pelirroja, asomándose por el borde de la cama y viéndolo acostado en el suelo. Sus ojos verdes casi parecían brillar como luciérnagas en la oscuridad.

A ella le gustaban las luciérnagas.

Ulquiorra vio que Orihime lo miraba con una sonrisa. Jamás sabría que pasaba por esa cabeza de mechones de fuego. Sin duda debería estar orgulloso de sí mismo por encontrar, de entre todas las humanas, a una tan extraña como sin igual.

Y a él le gustaba lo extraño.

—Tomando cinco minutos de reposición —contestó.

Si no se equivocaba, así le llamaban a los juegos de pruebas físicas en la tierra cuando uno de los jugadores pedía medio tiempo al hombre del silbato. «Baloncesto» o algo así.

—Ya —dijo Orihime sin entender—. ¿No vienes?

Ulquiorra miró esos bellos ojos y no pudo resistirse. Total, ¿qué más daba? Se colocó de pie y se metió de nuevo con ella en la cama. Al cabo de unos minutos, Orihime estaba otra vez dormida y en una de sus extrañas posiciones. Tenía apresado el gigai del Hollow, sujetándolo de su torso con las piernas y abrazando fuertemente su cabeza, de manera que esta quedara recostada en su pecho.

El pelinegro debía admitir que no le incomodaba esa pose que había tomado la mujer. Prácticamente tenía su cabeza apoyada en cierta superficie muy blandita y podía posar sus manos en la suave piel de sus esbeltas piernas que dejaban expuestas su pantaloncito de dormir. Aún así, lo que más le fascinó fue que podía escuchar perfectamente el sonido de su corazón, repiqueteando como un acompasado y pequeño tambor dentro de ella.

Sin nada que perder, el hombre cerró sus ojos y se dejó llevar por ese calmo sonido hasta al mundo de los sueños.


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Besos.