Star Trek y sus personajes no me pertenecen y escribo esta historia sin otro objetivo más que el entretenimiento.
Lloraba.
A veces, lloraba.
No se arrepentía, ni envidiaba el destino de otros. Después de todo, esa había sido su elección: a los veinte años se había convencido de que quería vivir el resto de su vida con Sarek y jamás lamentaría tal decisión. Lo amaba, tal como era, aunque ni su madre ni su hermana -y tal vez hasta ningún ser humano- lograra comprenderla.
Pero a veces, lloraba.
No sentía rencor hacia la civilización vulcana: su adorado Spock, su pequeño hijo, era uno de ellos y no podría sentirse más orgullosa de él. Conformaban una cultura muy noble, admirable y llena de logros, y jamás lamentaría haberse unido a un vulcano.
Sin embargo, cada cierto tiempo, no podía esconder las lágrimas que ansiaban escurrirse por sus mejillas.
No había odio ni tristeza en ella, tan solo estaba esa inexorable necesidad de llorar. Por un abrazo, por un beso apasionado en los labios, por un "te amo" que nunca recibiría. Porque aunque amara a Sarek y estuviera segura de que él la amaba a su manera, a veces necesitaba tan solo un gesto de cariño, una expresión de amor que fuera más allá de la lógica vulcana.
De vez en cuando, simplemente, su incoherente alma humana no resistía más.
