Esta historia forma parte del Intercambio "Debajo del árbol" del foro "El diente de león".

Regalo para MissKaro. ¡Espero te guste y nos leemos al final!


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Mi nombre es Katniss Everdeen. A los dieciséis años me presenté voluntaria para tomar el lugar de mi hermana en los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre.

Fui coronada junto a Peeta Mellark. Desafié al Capitolio y en castigo me hicieron volver a la Arena, al Vasallaje de los Veinticinco.

Destruí su Arena y en castigo ellos destruyeron mi distrito.

Me convertí en el símbolo de la Revolución y en uno de los líderes de la guerra y en castigo ellos mataron a mi hermana.

Mi nombre es Katniss Everdeen y ya no me queda nada.

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Los Juegos de la Mente

Peeta POV

La persona al otro lado del cristal parece una débil sombra de la chica que conocí alguna vez, sin embargo la reconozco sin problema. ¿Qué puedo decir? Supongo que no importa cuántos años pasen, el primer amor siempre permanece contigo.

Sin embargo sé que en el momento en que reconozca lo importante que fue ella para mí alguna vez, Plutarch Heavensbee insistirá en que no me encuentro capacitado para asumir el caso, una de las distorsiones de la realidad más impresionantes que he visto.

Al otro lado del cristal, la chica se gira, sus ojos grises enfrentando los míos… o al menos lo harían si supiera que estoy aquí. Por ahora, ella solo es capaz de ver su propio reflejo: la piel olivácea ligeramente descolorida por no recibir frecuentemente los rayos del sol, las mejillas hundidas, la barbilla afilada y la espesa mata de cabello oscuro que ahora trae suelto y despeinado alrededor del rostro, como si fuera un halo.

—Es bonita ¿no te parece? —murmura Plutarch mientras garabatea algo en su agenda forrada en piel—. O podría serlo, si quisiera.

Me encojo de hombros procurando lucir completamente desinteresado.

—Supongo. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Su madre tuvo que internarla poco antes de que cumpliera los dieciocho.

—¿Casi diez años, entonces? — pregunto yo. Una década, la misma que dediqué yo a formarme en la universidad.

—Sí— dice él manoseando un grueso expediente que ha dejado sobre la mesa.

—¿Hubo un evento desencadenante?

—Su hermana menor murió en una explosión— explica Plutarch—. Una fuga de gas y una cerilla encendida en el momento equivocado— dice meneando la cabeza—. Katniss iba entrando en la casa y lo presenció todo. La explosión la arrojó hacia afuera, pero tuvo quemaduras de segundo y tercer grado en gran parte del cuerpo. Aunque las llamas respetaron su cara —dice como si eso debiera ser un gran consuelo.

—¿Provocado?

—La investigación no resultó concluyente— dice Plutarch—. Lo dejaron como un caso inconcluso.

—¿Cómo lo tomó ella?

Plutarch cierra la agenda y el expediente.

—Vamos a discutirlo en mi oficina ¿o debería decir su oficina, doctor Mellark?

—Aún no he aceptado el puesto— le recuerdo con una sonrisa.

—Esa es la palabra clave— dice Plutarch—. "Aún", pero tengo la ligera sospecha de que Katniss te hará cambiar de opinión.

El Centro de Cuidados Mentales Corolanius Snow era, en realidad, una gran mansión ubicada en el centro de la capital. Sin embargo después de la muerte de su único hijo, el señor Snow decidió donar su casa y gran parte de su fortuna al estudio y tratamiento de padecimientos mentales, motivado, posiblemente, por la idea de evitar que otras familias tuvieran que vivir un dolor como el suyo.

Debe ser difícil ser una persona tan reconocida en el país y que tu hijo se quite la vida tomando veneno.

La oficina de Plutarch se encuentra en el ala oeste de la mansión, con un amplio ventanal que da hacia un jardín, ahora cubierto de nieve.

—Siéntese, doctor Mellark.

—Podemos dejar el formalismo, por favor llámeme Peeta.

Una diminuta arruga se forma entre sus cejas, pero sonríe y se sienta en un amplio sillón de cuero negro que se encuentra en un rincón.

—¿Quieres algo de beber? —dice señalando una ornamentada licorera de cristal.

—No suelo beber en horario de trabajo, doctor Heavensbee.

Él agita una mano.

—Puedes llamarme Plutarch. Y solo espera a haber pasado un par de semanas en este trabajo, entonces agradecerás tener esa licorera, aunque lo mejor será que te acostumbres a cerrar el despacho con llave. La última vez que me descuidé encontré a Haymitch Abernathy desmayado en mi alfombra. No te imaginas cuanto tuve que pagar para que limpiaran la alfombra.

Haymitch Abernathy es un hombre de cincuenta y dos años con un problema de alcoholismo ligado a una depresión crónica. En mi opinión profesional, ya debe ser muy difícil lidiar con su enfermedad como para que, para colmo, Plutarch decida mantener estas desproporcionadas cantidades de alcohol tan cerca de su lugar de tratamiento. Lo primero que haré en cuanto Plutarch se marche, si es que decido aceptar el puesto, será deshacerme del minibar que parece tener en esa esquina.

—Me has cohibido— dice Plutarch riéndose—. Ahora me sentiré incómodo si bebo un trago a esta hora.

—Puede hacerlo si quiere, después de todo no tiene que responder a nadie más que a usted mismo.

—Por ahora— dice él guiñándome un ojo—. Una vez que firmes tendré que responder ante ti.

—¿A qué se debe tanta seguridad? ¿Qué le hace pensar que aceptaré?

Plutarch entrelaza sus dedos, cortos y regordetes y tira de sus pantalones para sentarse más cómodamente en el sillón.

—Tu cara conforme íbamos viendo a los pacientes. Aunque sin duda la cereza del pastel ha sido Katniss Everdeen. ¿Verdad que resulta interesante?

No me gusta la forma en que habla de ella, como si fuera un programa de televisión o una forma de entretenimiento.

—En el caso de que decida firmar ¿empezaría el lunes, en cuanto te marches?

Eso parece sorprenderle:

—¿Estás seguro de que no quieres que retrase mi partida otra semana? Estoy seguro de que todo esto podría resultarte muy… abrumador. Y siempre puedo decirle al estudio que retrase un poco el estreno del programa —dice mientras se pasa una mano por su abultado estómago.

—No, no será necesario. Además la campaña de expectativa ha sido bastante impresionante. No quisiera poner a todo un país en mi contra, Plutarch. ¿Cómo podría robarme tu talento para tenerlo solo para mí?

Él se ríe encantado. Se ha convertido en el productor de un nuevo programa televisivo de tratamiento psicológico. Se supone que semana a semana se centrarán en diferentes casos y darán "terapia en vivo". Su nuevo trabajo le pega, no solo porque tiene los conocimientos médicos para llevar el contenido por buen camino sino porque, al parecer, es un genio de la mercadotecnia.

A mí me ha venido bien. Me he conseguido un puesto en una jefatura nada más graduarme.

—¿Qué te han parecido los casos? —dice rindiéndose y caminando hacia el minibar—. ¿Alguno ha llamado tu atención?

—Varios, en realidad, pero hay uno en particular sobre el que me gustaría profundizar, aunque primero me gustaría leer el expediente en cuestión. ¿Crees que pueda llevármelo a mi habitación? Podríamos discutirlo el domingo.

—¿De verdad vas a dedicar la noche a leer todos los expedientes?

No, pienso yo, ya habrá tiempo para eso. De momento solo uno me interesa.

Le sonrío:

—Llámame adicto al trabajo.

Plutarch menea la cabeza.

—Seneca me dijo que eras interesante y aparentemente bastante brillante. Siento curiosidad por lo que vas a hacer con este lugar.

—El doctor Crane siempre ha sido demasiado amable. Entonces ¿puedo tomar el expediente?

—Es tu hospital— dice Plutarch apurando su trago—. O al menos lo será pronto. ¿Lo discutimos mañana al almuerzo cuando firmemos el contrato?

—Por supuesto— digo levantándome y tomando el grueso archivo.

—¡Ah! Conque Katniss Everdeen ¿eh? —dice con una ancha sonrisa—. Lamento decirte que no me has sorprendido en lo absoluto.

—¿Puedes culparme? —digo forzando una sonrisa.

Él niega con la cabeza.

—Un caso único, sin lugar a dudas. Seguro que daría suficiente material para uno o dos libros.

Me río sin ganas.

—Ah, Plutarch ¿qué no sabes que ahora los libros vienen en tríos?

Le doy un apretón de manos antes de salir de la habitación, con la carpeta con toda la información médica de Katniss bajo el brazo.

Hay hojas y hojas con las transcripciones de los diferentes tratamientos a los que ha sido sometida: hipnosis, rehabilitación, psicoterapia grupal e individual, terapia cognitivo conductual… Y decenas y decenas de antipsicóticos: de larga duración, con administraciones mensuales y quincenales y otros de toma diaria: un montoncito de pastillas de alegres colores que debe tomar después de cada comida. Incluso le han administrado drogas experimentales.

Hay una larga lista de efectos secundarios a la medicación: resequedad bucal, caída del cabello, dolor de cabeza, problemas digestivos, lagrimeo, goteo nasal…

¿Qué han hecho contigo, Katniss? ¿Qué hiciste contigo misma?

Cierro el archivo y lo dejo a un lado de la cama. La cabeza me palpita. Cuando me dijeron que al venir aquí tendría el caso de esquizofrenia más impresionante que pudiera imaginar, jamás pensé que estaría ligado a la chica que una vez amé.

Puede que suene exagerado. Después de todo éramos apenas unos niños cuando nos conocimos.

Ambos vivíamos en el mismo pueblo. El doceavo distrito del país. Un lugar olvidado por el gobierno y consumido por la pobreza. Mi padre llevaba una panadería y la madre de ella una pequeña farmacia naturista. El padre de Katniss murió de un infarto cuando teníamos once años y su mujer sufrió una importante depresión que casi hizo que Katniss y su hermana pequeña acabaran en un orfanato. Pero de alguna manera lograron subsistir. Les asignaron una modesta ayuda estatal y, Katniss empezó a trabajar cuando cumplió los dieciséis. El gobierno decidió convertir una sección del bosque que colindaba con el pueblo en una reserva forestal y, como nadie conocía el bosque mejor que Katniss, que solía pasar los veranos ahí cuando era niña, acampando con su padre, la contrataron para ayudar en el manejo del parque.

Dejo a un lado las páginas con los tratamientos y saco un montón de páginas sujetas entre sí con un clip de color verde. Son las transcripciones de las sesiones que ha tenido Plutarch con Katniss. Dejo la carpeta sobre el escritorio y me llevo el grueso fajo de papeles a la cama. Si quiero ayudar a Katniss, primero necesito entenderla y para ello necesito conocer cuál es la historia que tiene dentro de su cabeza.

Las hojas no se encuentran en orden cronológico, así que supongo que Plutarch debe utilizar algún otro método para organizarlas. Dudo, por un momento, antes de ordenar las hojas por fecha.

Reconozco la letra de Plutarch por sus garabatos en su agenda, así que supongo que las sesiones se remontan a cuatro años atrás, cuando él empezó a tratarla, cuando Katniss tenía veinticuatro años. Supongo que consideró que su predecesor no había encaminado correctamente el tratamiento y por eso era mejor arrancar de cero. El tratamiento físico previo si aparece en el expediente, así que mañana tendré que preguntarle a Plutarch sobre tratamientos previos a nivel psicológico y los resultados obtenidos.

Después de mucho debatirme, decido probar suerte con la primera página, de esa manera sabré si las transcripciones de Plutarch tienen alguna lógica:

27 de junio, año #7 de tratamiento médico.

Hoy hemos subido a la azotea. Es día de fiesta y un desfile pasará frente al Centro. Katniss lleva dos días sin comer y me pareció que sería una buena forma de animarla.

Al final, no ha servido para eso, pero he conseguido desentrañar otro misterio sobre el extraño mundo que ella ha creado en su cabeza. Cuando hemos llegado hasta arriba, le he pedido a los enfermeros que se aparten, aunque a Romulus Thread no le ha parecido una buena idea. La última vez que estuve a solas con Katniss fue en la fiesta de Navidad, donde terminó empujándome de manera que acabé metido en la ponchera. No me hizo daño, pero no estoy demasiado seguro de que no pretendiera hacerlo.

Katniss le tiene miedo a Thread (NOTA: DEBO INVESTIGAR POR QUÉ). En cuanto hemos llega a la azotea ella se ha apoyado en la baranda, lo suficientemente relajada como para hacerme pensar que no saltará de repente, pero cuando he bromeado con ello me ha dicho que sabe que no le servirá de nada, porque el campo de fuerza acabará devolviéndola aquí arriba. (NOTA: TENGO QUE PROFUNDIZAR EN ESTE TEMA MÁS ADELANTE).

Le he preguntado si le gustaría estar entre la multitud que aguarda el paso del desfile. Me ha respondido que no. No le gustan las multitudes porque le recuerdan a la "Cosecha" y la "Cosecha" no le trae más que malos recuerdos.

Mis sesiones con Katniss me han dotado de cierta percepción sobre los comentarios que son relevantes y los que solo son relleno en su historia. Este, en particular, ha resultado ser uno de los relevantes. No transcribiré la forma en la que Katniss me ha terminado explicando en que consiste la Cosecha, pues fueron necesarias casi dos horas de sesión para poder plasmar un panorama completo. Esta chica sin duda no es muy habladora.

La Cosecha no es, como me había imaginado, una celebración. No obstante, esto no la vuelve menos relevante para el mundo que Katniss ha creado en su cabeza, ese país al que ella llama Panem, posiblemente inspirada en la conversación que tuvimos hace tres años sobre lo que se decía en la antigua Roma sobre la necesidad de mantener contenta a la población con comida y entretenimiento.

Esto es lo que he podido extraer en limpio de lo que me ha dicho Katniss: la Cosecha se realiza en cada uno de los doce distritos que conforman Panem (NOTA: EN ALGÚN MOMENTO KATNISS MENCIONÓ UN DECIMO TERCER DISTRITO, DEBO PRONFUNDIZAR EN ELLO). En el proceso participan los niños y niñas entre los doce y los dieciocho años de edad y es de asistencia obligatoria a menos de que la persona en cuestión se encuentre al borde de la muerte. Mediante un sistema de sorteo, una escolta enviada por lo que Katniss llama el "Capitolio" se encarga de elegir a un niño y niña (NOTA: KATNISS ESTÁ CONVENCIDA DE QUE LA ESCOLTA DE SU DISTRITO ES LA SEÑORITA TRINKET, NUESTRA TRABAJADORA SOCIAL). Estos serán puestos en una Arena pública junto a los otros veintidós "tributos" para luchar por su vida en un programa televisado al que Katniss llama "Los Juegos del Hambre".

Katniss cree que Primrose fue seleccionada a los doce años para ir a los Juegos y que ella tuvo que presentarse voluntaria para ir en su lugar. Además está convencida de que ganó esos juegos ficticios junto con alguien cuyo nombre nunca ha querido revelar y que para ello tuvo que matar a cuatro personas.

Aparto las hojas porque no me siento capaz de seguir leyendo.

—¿Cómo estuvo tu lectura? —pregunta Plutarch mientras una chica pelirroja se encarga de servirnos el almuerzo en la terraza que hay en la parte trasera del invernadero.

—¿Tienes las grabaciones de las sesiones con la señorita Everdeen? — "la señorita Everdeen", no Katniss; porque llamarla Katniss la haría sonar demasiado cercana y después de todo lo que he leído, no creo que lo seamos. Ella posiblemente no se acuerda de mí, si es que alguna vez supo quién era.

—¿Empezaremos tan pronto a hablar de trabajo? —dice él enarcando las cejas—. En ese caso necesitaré que firmes el contrato. Ayer por la noche me di cuenta de que te he dado acceso a información confidencial sin tener nada que te vincule en el ámbito legal a esta institución.

—Plutarch…

—Peeta— dice él con voz grave—, son las reglas.

—Vale, firmaré lo que quieras. Ahora dime ¿las tienes?

—Hay una carpeta en el sistema con los audios. Tendrás acceso esta tarde, en cuanto el abogado se encargue de todo. Aunque lo cierto es que dudo que encuentres algo que se me haya pasado por alto, Katniss no es particularmente parlanchina y me ha costado tiempo y esfuerzo el sacar lo que pudiste ver en mis notas. Ahora dime ¿qué opinas del caso?

Alzo la mirada y abro y cierro la boca, incapaz de hacer salir las palabras.

—¿Así de impresionante?

—No es solo que se ha salido de la realidad ¡es que se ha creado un país entero y una… una…!

—¿Decidiste seguir el orden de mis notas?

—¿Por qué decidiste evitar la cronología?

—Conforme empieces a tratar a Katniss te darás cuenta de que no se abre mucho con la gente. Creo que lo dije en mis notas. ¿Has acabado ya con ellas?

—No.

—Puede ser bastante avasallador— admite él—. En fin, he tratado de darles orden según se desarrollan los acontecimientos en su cabeza. Aún no consigo descifrar cómo fue que estableció una actividad tan macabra, pero sin duda no sería el tipo de programa que tenga problemas de rating ¿eh?

—El motivo tras la invención resulta bastante evidente ¿no? Es un escape a la realidad de cómo murió su hermana.

—Lo es, pero lo que quiero saber es como justifica ella el que una nación entera estuviera de acuerdo en que año a año mandaran veinticuatro niños a matarse unos a otros.

—Todos menos uno.

—Exacto. Si se trataba de un castigo ¿por qué dejar que uno sobreviva?

—La esperanza— respondo sin dudar.

—¿Disculpa?

—La esperanza es el motivo tras el sobreviviente. Les da algo por lo cual luchar, pero no lo suficiente como para que se rebelen.

—Que fue a fin de cuentas lo que sucedió.

—¿Perdón?

—Oh ¿aún no llegas a la guerra? —dice Plutarch riendo—. Siento como si te estuviera contando el final de un libro o de una película. Ya me dirás cuando llegues a esa parte. Te dejaré mis horarios para que puedas llamarme cuando te encuentres con alguna duda.

—¿Qué fue lo que te hizo elegirme para este puesto? —pregunto—. Estoy seguro de que había gente mucho más experimentada que yo dispuesta a competir por él.

—Imaginas bien— dice tomando un sorbo de su vino tinto—. Podría decirte que fue una corazonada, pero eso no sería muy científico ¿no crees?

—¿Entonces?

—Siempre me he considerado un hombre muy intuitivo— dice encogiéndose de hombros— y a pesar de lo que la gente pueda pensar, no me parece algo incompatible con este trabajo. Por más que muchos privilegien a los hechos, a veces hay cosas más… dudosas que pueden resultar trascendentales.

—Concuerdo con usted.

—Katniss Everdeen es una de mis pacientes más especiales. Sospecho que, igual que lo hice yo, te resultará tan fascinante que te será difícil dedicar tiempo a los otros. Pero ten cuidado, el equilibrio es importante en este puesto. Además, toma en cuenta que tenemos setenta y seis pacientes en este lugar.

—Pero no todos serán realmente mis pacientes ¿no?

Plutarch sonríe.

—Difícilmente tendrías tiempo para comer o dormir de ser así. ¿Quieres un consejo gratuito?

—Por supuesto.

—Elige a tus favoritos— dice él—. Puede que no suene muy ético pero tu posición te permite elegir aquellos casos que te resulten más interesantes. Deja los otros para los doctores en posiciones menos relevantes. El trabajo paga bien, pero demanda mucho. Lo único que te motivará cada día serán tus casos.

—Suena como una vida solitaria.

Esta vez, Plutarch se ríe con ganas.

—Quien sabe, tal vez cures a Everdeen y la convenzas de que huya contigo.

Colocan una placa de color dorado en la puerta, retirando la de Plutarch.

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DIRECTOR

DR. PEETA MELLARK

PSIQUIATRA

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Plutarch hace una reunión con el personal para presentarme como el nuevo Director del Centro. El personal incluye a doce doctores y el doble de enfermeros y entre tantas personas, solo un par de ellos parece estar sonriendo sinceramente.

No me sorprende. La mayoría parece tener entre treinta y cinco y sesenta años, así que posiblemente consideran que es injusto que alguien que recién acaba de obtener su especialidad haya conseguido un puesto importante tan rápido. Mi experiencia, comparada con la suya, parece la de un estudiante de jardín de niños. Pero no me dejo amedrentar.

Sigo el consejo de Plutarch y escojo un puñado de casos que quiero llevar personalmente. El de Katniss Everdeen, por descontado, es uno de ellos. Mi horario tiene un importante componente administrativo, pero me gusta realmente la medicina y por ello quiero tener mis propios pacientes y no solo ser consultado para casos específicos. Planeo dedicarle la mitad del tiempo de consulta a Katniss, pero no puedo evitar la tentación de elegir otros casos: Cinna es un hombre de treinta y seis años que trabajaba en una fábrica de confección de ropa, hasta que un día fue incapaz de refrenar sus impulsos pirómanos y la incendió hasta los cimientos. Johanna cumplió treinta y un años hace un par de meses y experimenta una hidrofobia aguda, según su expediente, ni siquiera es capaz de bañarse. Wiress tiene cuarenta años y tiene un Trastorno Obsesivo Compulsivo e importantes limitaciones del lenguaje.

Finnick Odair tiene treinta y dos años y perdió a su familia cuando tenía catorce años en un viaje de pesca. Según su expediente fue adoptado y luego obligado a prostituirse, lo que lo sumió en una profunda depresión que, aún hoy, lo mantiene aquí confinado. Plutarch tiene una nota que dice que es muy hábil para hacer nudos, aunque aún no descubro por qué esa información resulta relevante. Annie tiene tendencias suicidas, o al menos ese es el motivo por que vino aquí. No ha tenido intentos de autodestrucción en casi dieciocho meses, pero es inestable y tiene la tendencia de hablar consigo misma, muchas veces de forma poco amistosa. Elijo también a un chico llamado Pollux que sufrió un trauma cuando tenía quince años que lo hizo perder el habla. No hay una explicación fisiológica para su mutismo, pero lleva más de trece años sin decir una palabra, de manera que su familia decidió internarlo en este lugar para tener un tratamiento más especializado. Me quedo, también, con dos de los pacientes que se encuentran en confinamiento: Cato y Clove, que fueron internados aquí en lugar de ser enviados a la cárcel, después de haber alegado demencia al ser juzgados por sus crímenes. Ambos tienen fuertes impulsos violentos y no tienen permiso para tener contacto con ningún otro paciente.

Al final, cuando reviso mi lista, me doy cuenta de que, sin excepción, todos los pacientes que he elegido tienen alguna relación con Katniss Everdeen.

¿Los he elegido a propósito? ¿Me estoy obsesionando con una chica a la que dejé de ver hace una década?

Reviso la lista de los pacientes restantes, una y otra vez, hasta que el nombre de Haymitch Abernathy llama mi atención. El caso en sí no es muy interesante: alcoholismo y depresión, pero, por algún motivo, termino garabateando su nombre en la lista también.

Cuando he acabado, llamo a mi nueva secretaria por el intercomunicador:

—¿Puedo ayudarle, doctor Mellark?

—Buenos días, señorita Cartwright…

—Puede llamarme Delly, doctor —dice ella y como no hay ningún afán coqueto en su voz, decido hacerle caso.

—De acuerdo, Delly— repito yo—. ¿Podría por favor venir a mi oficina?

—En un segundo ¿necesita algo? ¿Té? ¿Café?

—No, gracias. Ya he desayunado.

—El señor Heavensbee solía merendar dos veces.

Sonrío.

—No será necesario.

—Estaré ahí en un segundo.

Delly Cartwright es una mujer uno o dos años mayor que yo, con una reluciente mata de cabello rubio pajizo y un rostro redondo e infantil. Parece encontrarse siempre feliz, cosa que me parece curiosa y reconfortante en un lugar como este.

Se acerca diligentemente al escritorio con una tableta en las manos.

—¿Cómo puedo ayudarlo?

—Esta es la lista de los casos de los que quiero encargarme personalmente— le digo tendiéndole la hoja de papel—. Si tienes algún problema con la caligrafía puedes preguntármelo sin problema, sé que mi letra da pena.

Ella se ríe entre dientes.

—Paso todo el día rodeada de doctores, doctor— responde y luego se ríe—. He desarrollado un talento especial para leer jeroglíficos.

Le sonrío.

—Por favor has las solicitudes a los encargados de cada caso. Si alguno tiene problema en ceder al paciente, puede venir a discutirlo directamente conmigo.

—Sí, señor.

—Los casos que tenía Plutarch en sus manos tendrán que ser reasignados. Por favor encárgate de eso también.

—Estará listo antes del almuerzo— me promete mientras digita rápidamente utilizando el índice de su mano izquierda—. ¿Necesita algo más?

Dudo por un segundo.

—Sí— digo finalmente—. ¿Podría hacer los arreglos para que Katniss Everdeen sea traída aquí en una hora?

—¿A su oficina? —dice arqueando las cejas, utilizando un tono completamente sorprendido.

—¿Hay algún problema?

—La señorita Everdeen puede ser algo… inestable— dice ella en voz baja, como si le incomodara hablar mal de alguien—. Y la última vez que estuvo aquí con el señor Heavensbee sufrió una crisis. Creo que quedó muy afectada después de la reunión que sostuvo con el señor Snow hace un par de años.

—¿Snow dices?

Ella asiente, muy pálida.

—¿Cómo Corolianus Snow?

—El señor Snow viene aquí de vez en cuando. Tiene un listado de pacientes a los que le gusta dar un vistazo de vez en cuando. La señorita Everdeen es una de sus… favoritas, por así decirlo.

Enarco las cejas.

—¿Qué fin tienen ese tipo de reuniones?

Delly empalidece un poco más.

—No sabría decirle, doctor. Por lo general el señor Heavensbee le cede el uso de su oficina. De hecho, ahora que lo analizo, varios de los pacientes que llamaron su atención se encuentran en el listado del señor Snow también.

—¿Quiénes?

—Katniss, Finnick, Johanna, Haymitch, Annie… Cato y Clove también se encontraban en el grupo, pero el señor Snow pareció perder el interés después de cierto tiempo.

Hago una anotación en mi cuaderno y asiento.

—Gracias por la información, Delly.

—Pensé que el señor Heavensbee le había informado del convenio con el señor Snow.

Sonrío para tranquilizarla.

—Debe habérsele pasado. No te preocupes. Por favor has que lleven a Katniss a… —hecho un vistazo por la ventana— los jardines.

—Seguro que eso la pondrá muy contenta. Le gusta mucho estar al aire libre. A mí me parece una crueldad que la mantengan tanto tiempo encerrada.

—Creo que iremos cambiando algunas cosas.

—Estoy para ayudarle, doctor Mellark. ¿En una hora, entonces?

—Una hora, asiento yo. Avísame cuando la lleven allá.

—Sí, señor.

Paso la siguiente hora revisando los expedientes de los "favoritos" del señor Snow, intentando encontrar alguna hoja o anotación que denote esa condición especial, pero Plutarch no ha escrito nada al respecto.

¿Qué puede querer el benefactor de esta institución de esos pacientes en concreto?

—Señor Mellark— la suave y aflautada voz de Delly me saca de mis pensamientos.

—¿Sí?

—La señorita Everdeen ya se encuentra en los jardines, como solicitó.

—¿Está escoltada?

—Dos enfermeros, señor.

—De acuerdo, en seguida bajo.

Decido quitarme la bata blanca y dejarla colgada detrás de la puerta. Me arremango hasta los codos y me quito la corbata. No estoy seguro de cómo reaccionará Katniss normalmente ante sus doctores, pero dudo que se sienta complacida ante las batas blancas o la ropa formal.

—¿Cuándo tengo mi próximo compromiso, Delly? —pregunto cuando paso frente a su escritorio.

Ella consulta diligentemente la agenda.

—A la una.

—¿Hay algo que pueda cancelarse?

Ella frunce el ceño y vuelve a consultar.

—Tiene una cita con el doctor Latier de tres a cinco, para revisar unos diseños para el equipo especial.

—¿Puedes reprogramar con Beetee y pasar mi reunión de la una para las tres?

—Seguramente a la doctora Coin no le gustará.

No, seguramente que no, pero no podría importarme menos. Alma Coin ha sido uno de mis principales detractores, estaba segura de que al retirarse Plutarch, el puesto sería suyo, pero parece que maneja un importante antagonismo con el señor Snow.

Me encojo de hombros.

—Llevo el localizador— le digo mostrándoselo— si ocurriera algo urgente, puedes contactarme. Pero intenta, en la medida de lo posible, que no nos interrumpan.

—Sí, señor.

Mientras camino a través de largos pasillos y desciendo por interminables juegos de escaleras, empiezo a sentirme nervioso. Me encuentro a mí mismo pasándome las manos por el pelo, como si me encaminara a una cita en lugar de a una consulta médica.

El aire tiene un aroma floral que me llena los pulmones en cuanto pongo un pie en el jardín.

Setos y más setos forman una especie de laberinto en el centro, y hay arbustos con rosas en botón de todos los colores: rojas, rosas, amarillas… pero en su mayoría son pequeños capullos blancos. Supongo que el señor Snow tenía una clara preferencia por esa variedad.

No me cuesta trabajo encontrar a Katniss. Trae la pijama reglamentaria de los pacientes, de un verde enfermizo. Los pantalones son largos y la manga corta, pero ella se ha puesto —o alguien le ha puesto— un suéter de lana gris encima.

Está de espaldas a mí, pegada a uno de setos, rebuscando entre las hojas, a unos pocos metros de la entrada del laberinto que se ve desde la ventana de mi oficina. Hay dos enfermeros parados a prudente distancia, vigilando como halcones cada uno de sus movimientos. Tomo aire, profundamente, antes de acercarme. Pongo en marcha la grabadora digital con dedos temblorosos.

¿Por qué me siento tan nervioso?

—Pueden irse— les digo a los enfermeros.

—¿Señor?

—Yo me haré cargo a partir de aquí. Pueden irse a dormir o lo que sea que necesiten.

—Tenemos órdenes de…— dice el más viejo, mientras el más joven, un hombre pelirrojo con su nombre bordado en la pechera de su uniforme, "Darius", me observa curioso.

—De ir a dormir, beber café o jugar a las cartas —digo mientras veo como Katniss se congela en su lugar, sin voltearse—. Katniss no va a causar problemas hoy, lo prometo.

—Debería llevarse esto— dice el hombre mayor, un sujeto de rostro severo con una placa que dice "Thread", mientras saca un estuche de cuero de su cinturón y me lo pasa. Lo veo con suspicacia mientras pienso que este es el sujeto al que Katniss le tiene miedo.

Observo la pistola eléctrica con el ceño fruncido. La acepto, aunque no tengo ninguna intención de utilizarla. Me la cuelgo del cinturón y su peso, lejos de resultarme reconfortante, me parece opresivo.

—Nos quedaremos cerca, Director —dice el mayor con una mueca que me pone los pelos de punta—. Everdeen necesita ser puesta en su sitio de vez en cuando.

Lo observo sin pestañear y él me devuelve la mirada con el ceño fruncido.

—Les he dado una orden. Pueden volver al edificio —digo retirándoles mi atención y caminando hacia Katniss.

Ella se ha echado el cabello sobre uno de sus hombros, de manera que deja su cuello, tenso como un cable, a la vista. Echo una mirada hacia atrás, para cerciorarme de que los dos enfermeros se han ido. Y no es hasta que me cercioro de que estamos completamente solos, que me atrevo a hablarle:

—Hola, Katniss— empiezo diciendo. Tal vez debí empezar diciéndole que era su nuevo doctor, o que estaba ahí para ayudarla, pero las palabras me salen solas—. Mi nombre es Peeta Mellark y soy tu…— pero lo que soy nunca llego a decírselo, porque entonces ella se voltea, con los ojos llorosos y se arroja sobre mí, tirándonos al suelo.


¡Feliz Navidad, MissKaro! Tu regalo, obviamente, no termina aquí, pero al final se me hizo tan increíblemente largo que decidí que lo más inteligente (en aras de conservar tu salud mental y la mía) era segmentar la historia en tres partes. ¡Calma! Ya todas están escritas y corregidas, solo que las dosificaré un poquito para ti XD.

Espero que esta primera parte haya captado tu atención, fue todo un reto el contextualizar la situación, porque debía sacar a Katniss y a Peeta de Panem de una manera que resultara creíble, así que he usado esta primera parte precisamente para eso, dar contexto. El resto tiene más Everlark, lo prometo.

A quien esté leyendo esto: ¡bienvenido! A ver qué les parece el resto.

Un agradecimiento especial a HikariCaelum que me iluminó con el título para esta historia.

¿Será que el niñito Dios me envía un regalo con ustedes en forma de review?

Saludines, E.