Disclaimer: Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, sólo la trama es mía.
Prólogo
-¿De verdad que no te importa quedarte con todo esto? –me preguntó Rosalie, entrando un par de cajas más en el piso.
-No, no pasa nada –le aseguré con una sonrisa. Ésa era una de las ventajas de vivir sola. Aparte de tener espacio para mí y para mis cosas, también lo tenía para las cosas de mis amigos. O para las cosas de los hermanos de mis amigos.
-Es que yo no entiendo de dónde saca tantas cajas mi hermano. Desde que se vino a vivir con Emmett y conmigo, no doy a basto. Como si no tuviera ya bastante con Scott y con Emmett, ahora también tengo que ocuparme de las cosas de Jasper –refunfuñó, dejando la última caja en el suelo.
Sonreí de nuevo y negué lentamente con la cabeza, acompañándola interiormente en el sentimiento. Aunque le dijera que la entendía, no era así. Yo vivía sola. Rosalie, en cambio, tenía que cuidar de su marido, de su hijo, y en aquel momento, también de su hermano.
-¿Cuánto tiempo va a quedarse con vosotros?
-No lo sé. Él dice que no demasiado, hasta que encuentre otro lugar en el que vivir, pero estoy segura de que ese momento tardará en llegar –suspiró con resignación. Yo sabía que quería con locura a su hermano, pero podía llegar a comprender lo cansado que sería ocuparse de tres hombres ella sola. –Aunque no pienso reprocharle nada. Últimamente está insoportable, y lo último que necesito es una discusión con él.
Asentí lentamente, en silencio. Yo conocía a Jasper desde que íbamos al instituto, pero tampoco demasiado. Hacía un par de años que no lo veía a pesar de que suponía que vivíamos en la misma ciudad, pero Rosalie me mantenía informada sobre la vida de su hermano. De todas formas, agradecía el hecho de que no nos encontrásemos a menudo. Nunca habíamos tenido mucha relación, ya que él era dos años mayor, pero yo sabía que siempre había sido muy independiente. No se llevaba nada bien con sus padres, más o menos como Rosalie, y decidió independizarse cuando alcanzó la mayoría de edad. Por esa razón, dejé de verle cuando iba de visita a casa de mi amiga. Además, en toda nuestra vida sólo habíamos intercambiado un par de palabras, así que se podía decir que ni siquiera habíamos mantenido ninguna conversación.
-¿Estás segura de que no va a necesitar nada de lo que hay en las cajas? –le pregunté a Rosalie, retomando de nuevo la tarea de llevar las cajas hasta el pequeño desván que había en mi piso.
-Supongo que no, así que por esa razón te las he traído. No sabes lo mucho que te agradezco que te las quedes –me dio las gracias por enésima vez.
-Bah, no es nada. No me importa, ya ves todo el espacio que me sobra.
-Claro, si tuvieras un hombre con el que compartir ese espacio que sobra en tu casa, pero sobretodo en tu cama… –insinuó Rosalie con una sonrisa traviesa a la que contesté con un fruncimiento de ceño.
-No empieces con eso –me crucé de brazos.
-Vamos, Alice, admite que tengo razón.
-No, no tienes razón. Me gusta mi espacio. Me gusta vivir sola.
-¿Y hasta cuándo será eso? ¿Hasta que seas una viejecita solitaria, llena de arrugas y acompañada por seis o siete gatos?
Entrecerré los ojos ante su positiva visión de mi futuro y suspiré, cansada de tener que soportar esa conversación cada vez que nos veíamos.
-Me encanta que opines eso de mí, Rose, pero no creo que mi situación sea tan horrible. Aún soy joven, déjame disfrutar de mi soltería.
-Si no me importa que estés soltera. Lo que me sorprende es tu poco interés por el sexo opuesto. Porque dime, ¿cuándo fue la última vez que mantuviste una buena sesión de sexo con algún tío bueno?
Me sonrojé ante su descaro, aunque también me molestó el hecho de que estuviera siempre atosigándome con el tema de los hombres.
-Mira, Rose, se me está haciendo tarde y tengo que ir a trabajar. ¿Te importa si dejamos este tema para otro día? –le pregunté, recogiendo mi bolso y mis llaves, dispuesta a marcharme de allí cuanto antes.
-Contéstame, Alice. Sabes que si lo necesitas, puedo ayudarte. Emmett tiene muchos amigos, y yo conozco a muchos hombres que estarían dispuestos a…
-Vale, vale, para el carro –le pedí antes de que continuara. –Agradezco tu interés, de verdad, pero ahora estoy perfectamente tal y como estoy.
-¿Ni siquiera te interesaría probarlo una noche?
-No. Ya sabes cómo soy. Me gusta conocer a un hombre, saber si somos compatibles, si nos gustamos…
-Eso es una cursilada.
-Pues así soy yo. Estoy muy chapada a la antigua, ya lo sabes. A mí no me va eso del sexo sin amor, sólo por placer.
-Pues deberías probarlo. Te sorprenderías.
Resoplé, asqueada por la insistencia de mi amiga, pero le sonreí antes de comenzar a bajar las escaleras con la clara intención de salir a la calle.
-Tengo que ir a trabajar –repetí, deteniéndome delante de mi portal.
-Como quieras. Ya te llamaré esta noche, aunque puede que más tarde me pase por la tienda para comprarle algo de ropa a Scott.
Asentí con una sonrisa, recordando al hijo de mi amiga. Sólo tenía un año y dos meses, pero era muy inteligente. Se parecía muchísimo a su padre, aunque el mal genio lo había sacado todo de su madre. A pesar de eso, era un niño encantador, moreno y regordete.
-De acuerdo. Entonces, hasta luego –me despedí dándole un beso en la mejilla, y acto seguido eché a correr calle abajo, siendo consciente de que si no me daba prisa, llegaría realmente tarde. Tampoco era que importara demasiado, pues estaría toda la tarde sola en la tienda, pero no me gustaba nada abrir a deshora.
Al final, Rosalie no apareció por la tienda, pero tampoco me sorprendió. Entendía que no tuviera tiempo para nada, ni siquiera para comprarle ropa a su hijo, así que no la esperé. Me pasé las horas atendiendo a premamás dispuestas a dejarse mitad del sueldo en la tienda, o a mujeres que venían acompañadas por sus pequeños hijos en busca de cualquier juguete o de alguna pieza de ropa. Estuve bastante entretenida, pero acabé exhausta. Era difícil atender a alguien mientras ese alguien le prestaba atención a su bebé que no paraba de berrear, o le gritaba a sus hijos mayores para que dejaran de correr por la tienda, pero ya estaba acostumbrada a esas escenas.
A pesar de todo, era un trabajo muy bonito, pero también muy cansado. Por esa razón, cuando el reloj que había colgado en una de las paredes dio las nueve, me dispuse a recoger mis cosas y a marcharme de la tienda. Y estaba activando la alarma cuando escuché el sonido de la puerta al abrirse.
-Lo siento, pero ya está cerrado –dije alzando la voz para que la persona que acababa de entrar se marchara. Supe que no lo había hecho cuando escuché unos pasos acercándose a mí, que aún no había terminado de activar la alarma. Supuse que aquella persona no me habría escuchado, por lo que me di la vuelta con mi mejor sonrisa para repetírselo, pero la sonrisa se me esfumó cuando me topé de repente con una persona vestida totalmente de negro y con la cabeza encubierta por un pasamontañas negro.
Se me detuvo el corazón, me recorrió un escalofrío por toda la columna y me quedé estática en el lugar, sin saber qué hacer. Nunca me habían atracado, y no estaba preparada para que lo hicieran en aquel mismísimo momento. Además, estaba sola, y sabía que por la calle no habría casi nadie a aquellas horas. Entonces, ¿qué debía hacer? ¿Gritar? ¿Ponerme de rodillas mientras lloraba para suplicarle al atracador que no me hiciera nada? No, primero de todo, debía tranquilizarme.
-Dámela –me exigió con la voz ronca, extendiendo una mano enguantada hacia mí. Parpadeé repetidamente, dando pequeños pasos en dirección a la caja registradora. Si quería el dinero, podía llevárselo todo. – ¡No te muevas! –casi gritó, haciéndome dar un respingo y logrando que comenzara a temblar. Yo no estaba hecha para los atracos.
-P-pero…
-¡Cállate! ¡Cállate y dámela!
-¿El qué? –le pregunté, mostrándome más tranquila de lo que en realidad estaba. Ni siquiera entendí cómo logré formular la pregunta.
-Lo sabes muy bien. Dámela antes de que te encaje una bala en el cráneo –me amenazó, apuntándome con una pistola.
De acuerdo. Acababa de perderme, además de que sus palabras me hicieron temblar descontroladamente. ¿Qué le tenía que dar? El dinero, ¿no? Eso era lo que los atracadores buscaban siempre en las películas.
-E-el dinero es-está…
-¡Que te calles! ¡No quiero el maldito dinero! –vociferó, observándome fijamente, cosa que me inquietó demasiado.
-¿Entonces? ¡Yo no tengo nada más! –no supe de dónde apareció el valor para gritarle, pero ahí estaba. Y me arrepentí de haberlo hecho al instante en que escuché cómo le quitaba el seguro al arma.
-Sí que lo tienes, dime dónde y puede que te deje vivir –se intentó hacer el simpático, pero conmigo no funcionó.
No sabía de qué puñetas me estaba hablando, así que sin pesar demasiado en lo que hacía, me di la vuelta con rapidez y apreté el botón de la alarma, ese que conectaba directamente con la policía. Después, me eché al suelo justo antes de que el ruido ensordecedor envolviera toda la tienda, a la vez que escuchaba al atracador maldecir entre dientes.
-¡Esto no acaba aquí, zorra! ¡Volveremos a vernos! –me amenazó justo antes comenzar a correr fuera de la tienda, y yo me quedé en el suelo, temblando, intentando ordenar en mi cabeza todo lo que acababa de ocurrir.
¡Holita de nuevo! Como podéis ver, he vuelto y con renovadas energías ;) (Tampoco es que haya estado mucho tiempo fuera xD)
Pues aquí tenéis el prólogo, así que, ¿qué os ha parecido? ¿La historia promete o creéis que va a ser una chorrada? Si queréis mi humilde opinión, a mí me ha encantado escribirla, y a pesar de que aún me faltan un par de capítulos para terminarla, creo que es bastante entretenida, pero eso os lo dejo a vuestro criterio.
Sé que por el summary se parece bastante a 'El protector' pero os digo desde ya que no tienen nada que ver la una con la otra, así que si queréis saber qué va a ocurrir en los próximos capítulos, ya sabéis lo que tenéis que hacer ;)
¿Nos leemos en el primer capítulo? ¡Espero que sí!
XoXo
