Aquí estoy de nuevo con una traducción. Esta historia pertenece por entero a starrysummernights que muy amablemente me ha permitido traducirla. Os recomiendo que si podéis leer sus historias lo hagáis: es brillante.


Capítulo 1

John Hamish Watson había servido en Afganistán, había visto muerte y destrucción casi a diario. Sus pesadillas eran vívidas y espantosas, reflejos de su interior que reflejaban los auténticos horrores de los que John había sido testigo de primera mano durante toda su vida. Algunos recuerdos eran más intensos que otros y podían visitarle durante el día, dejando a John incapaz de funcionar, mirando a su alrededor y preguntándose cómo todo el mundo podía actuar de manera tan feliz, tan viva, mientras que él estaba atrapado en su propio infierno personal. John había visto heridas tan grotescas que por un breve período de tiempo su mente se había negado a procesar lo que estaba delante de sus ojos. Simplemente había visto tanta carne que no podía ser posible que eso hubiera sido alguna vez un ser humano. Gritos, frenéticos y descabellados, gritos que eran arrancados de las bocas de los niños mientras eran asesinados eran el ruido de fondo de las pesadillas más vívidas de John

Nada, sin embargo, podría llegar a rivalizar con lo que estaba presenciando en esos momentos. Sabía que este recuerdo le destruiría. Esto no estaba pasando, no podía permitir que esto sucediese. Por favor, Dios, no.

"Soy un farsante."

"Vale, cállate Sherlock, cállate. La primera vez que nos vimos- la primera vez que nos vimos, lo supiste todo sobre mi hermana ¿verdad?"

"Nadie podría ser tan listo."

"Tú sí."

Sherlock rio. "Te investigué. Antes de conocernos investigué todo lo que pude para impresionarte. Esta es mi nota John."

"¿Nota? ¿Nota para qué?"

"¿Es lo que se suele hacer no? Cuando la gente hace esto. Dejar una nota."

El pulso de John golpeaba su garganta, obstruyendo su respiración y amenazando con ahogarle. La pesadez en la boca de su estómago de un mal presentimiento era insoportable mientras se daba cuenta de todo, a pesar de que sentía que había sabido todo el tiempo- desde el primer momento en que vio a Sherlock de pie solo en la azotea- lo que estaba a punto de suceder.

"Sherlock…no, tú…Sherlock. No puedes dejarme." John respiró hondo, armándose de valor para lo que estaba a punto de decir y rezando para que consiguiera convencer a Sherlock de que no saltara. "Te quiero. Te quiero, increíble genio, y no puedo imaginar una vida sin ti. He estado enamorado de ti desde el primer momento en que te vi y… Yo… Quiero estar contigo, envejecer contigo. Quiero…quiero mudarme al campo y criar abejas contigo. No me importa siempre y cuando esté contigo."

Respiraba de forma entrecortada mientras que el hombre al otro lado del teléfono permanecía en silencio. "Te quiero Sherlock. Por favor…por favor, no me dejes."

Hubo un sonido como de un susurro a través de la línea y John apretó el teléfono contra su oreja para poder oír lo que había dicho, pero luego, la voz de Sherlock se oyó claramente por el altavoz, plana y sin emoción, y el estómago de John se hundió.

"El sentimiento es un defecto químico encontrado en el lado perdedor. Adiós John." Hubo un ruido en su oído mientras John contemplaba cómo Sherlock lanzaba su teléfono detrás de él.

Y John solo podía ver, paralizado por el horror, como Sherlock saltaba de la azotea del hospital de San Bart y se estrellaba contra el pavimento.

John se sacudió erguido en la cama, con un grito escapando de sus labios y resonando en su habitación. Tomando profundas bocanadas de aire y tratando de recuperar el control de los latidos de su corazón se agarró el pelo con las dos manos, inclinando su cara hacia arriba e intentando reprimir los sollozos que amenazaban con abrirse camino en su pecho.

¿Por qué su mente con tanta persistencia le volvía a recordar esto cada noche? Siempre había tanta sangre, demasiada sangre. En realidad no había habido tanta sangre pero había habido la suficiente para hacer que John se pusiera enfermo cada vez que lo recordaba. Tal vez eso tenía más que ver con la desolación y el shock que había sentido al ver a su mejor amigo en el mundo suicidarse delante de sus propios ojos.

-¿John? John, querido, ¿estás bien?-. La tímida voz de la señora Hudson se escuchaba a través de la puerta cerrada, amabilidad y preocupación emanando de ella.

-Bien, señora Hudson. Solo una… Estoy bien, vuelva a la cama, perdón por molestarle-. John se estremeció ante la forma irregular y exhausta en la que sonaba su voz, esperando que la señora Hudson no lo notara. Aunque sabía que lo había hecho.

-Oh, cielo, está bien-. Se detuvo indecisa y John contuvo la respiración. No quería su consuelo; no quería que le hiciese preguntas, ni que le hiciese la comida, ni que le cuidase como si fuera un niño. Todo eso era odioso, hacía que su interior se retorciese y que las lágrimas le quemaran los ojos. Odiaba sentir emociones tan abrumadoras todo el tiempo.

-¿Necesitas algo, querido?

John resistió el impulso de tirar algo contra la puerta y gritarle que lo dejara en paz. ¡¿Necesitaba algo?! Claro que necesitaba algo. Necesitaba que Sherlock siguiera vivo, necesitaba que irrumpiese en el piso como un torbellino con su abrigo de lana y ojos brillantes, encantado con el último asesinato macabro. Necesitaba a Sherlock robando su pistola, sin importar en que sitio la hubiera escondido John, y disparando a la pared cuando estaba aburrido, tocando su violín a cualquier hora de la noche. John necesitaba a Sherlock en la planta de abajo, en la cocina explotando el microondas con su último experimento, encontrando cabezas y partes del cuerpo en el congelador y oliendo humos tóxicos a todas horas de la noche. ¡Necesitaba a SHERLOCK!

-Estoy bien, señora Hudson-. Consiguió decir en un tono de voz más normal, y la oyó suspirar, luego, lentamente, bajar las escaleras y volver a su propio piso.

Mientras John volvía a acomodarse en su cama, tapándose con las mantas hasta la barbilla, siguió pensando, incapaz de apagar su mente ahora que estaba fija en Sherlock. Durante los últimos 8 meses, John había pasado una cantidad excesiva de tiempo recordando su vida con Sherlock, desenterrando dolorosos recuerdos de las veces que había alejado a Sherlock, de las veces que se había reído de él de forma amistosa, o simplemente de las veces que no había estado ahí cuando Sherlock le necesitaba. Ahora, con el suicidio de Sherlock todavía fresco en su mente, John no dejaba de preguntarse si podría haberlo evitado, si podría haber sido un mejor amigo e impedir la muerte de Sherlock.

Ah, pero lo había intentado, le susurró su mente con voz engañosa. ¿Te acuerdas? Tratamos de salvarlo diciéndole como nos sentíamos, pero no fue suficiente. Había sido muy poco y demasiado tarde. John se puso de lado y cerró los ojos con fuerza pero no podía parar las emociones que sentía a través de él.

Necesitaba haberle importado a Sherlock, que le hubiera querido lo suficiente como para no haber saltado. Necesitaba a Sherlock, aunque no hubiera sido un amor de tipo romántico, por lo menos que le hubiera querido lo suficiente como para bajar, cogerle de la mano y prometerle no volver a hacer algo tan estúpido nunca más. Habrían resuelto las cosas. Incluso con la ayuda de Mycroft, la red de mentiras de Moriarty estaba siendo descubierta, dejando la verdad donde siempre había estado. El nombre de Sherlock habría sido limpiado, habría sido un hombre libre, todavía estaría vivo. Todavía sería su insufrible, molesto genio, prendiendo fuego al piso, rondando por las escenas de los crímenes…

Soltando un suspiro, sabiendo que esta noche no dormiría más, John se levantó y cogió ropa limpia, luego su bastón y bajó las escaleras cojeando hacia la ducha. Poniendo el agua tan caliente como pudo y sin que llegase a quemar, sintiendo la necesidad de quitarse el sueño y sus pensamientos emocionales. Se frotó y frotó, negándose a pensar hasta que su esponja rozó su entrepierna y sintió… nada. Ningún deseo, ninguna urgencia de entretenerse y apretar y provocarse a sí mismo hasta que estuviera sin sentido por el placer. Nada de eso parecía importar mucho ahora.

John había estado así cuando volvió invalidado de Afganistán- paralizado por el dolor y el shock. Frustrado consigo mismo por haber sido herido, por ser lo suficientemente débil como para desarrollar una cojera cuando no había ninguna razón física para que la tuviera. "No me pasa nada." Se había sentido como si estuviera en una burbuja de plástico y el mundo siguiera alegremente a su alrededor pero oculto para John, todos los colores eran apagados y ninguna de las emociones eran tangibles.

Entonces llegó Sherlock. Sherlock llegó y todo se volvió real, vibrante y divertido, y tan lleno de vida que John se había sentido como si se estuviera redescubriendo a sí mismo de nuevo, redescubriendo la vida. Había sido una maravillosa sensación embriagadora y muchas veces John se había sentido como si estuviera volando, como si estuviera viviendo una vida demasiado buena, una vida que posiblemente no podía ser para él.

Entonces llegó Sherlock.