Estaba admirando la tumba más reciente del cementerio, tenía tantas flores de de cada tipo. Me preguntaba si muriera tendría tantas flores como mi padre, sacudí mi cabeza ante tal pensamiento. Nunca fuí, ni seré un gran rey como lo fué él.
"Erik. ¡Te estaba buscando ! ¿ No me oíste ? Tienes que ir al salón, tenemos que organizar la coronación" la voz de Nadir me sacó de mis pensamientos.
"Estaba observando". Miré de nuevo a la tumba suspirando. "Le echo de menos". Nunca pensé que diría eso, sí mi padre me viera, me daría una bofetada solo por el echo de que estaba triste por la muerte de un viejo.
"Lo sé..., y lo siento mucho". Siempre intentaba consolarme, pero en estos momentos nadie podría.
Me levanté, dispuesto a irme, cuando de repente me fijé en otra tumba más lejana. Mi padre nunca me dejaba ir hacia allí. Decía que esa tumba era peligrosa, pero que podrían hacer los muertos.
Me acerqué a ella. La tumba era normal, era de un rey seguramente, pero noté que en esa tumba, había algo diferente. Tenía una estatua de una mujer al principio de la tumba, como si estuviera protegiendo la tumba. Me agaché para ver de cerca de quien podría ser la tumba. Claramente era la tumba de un rey, pero estaba algo descuidada.
"¿ De quien es la tumba ?" Pregunté a mi amigo, tenía curiosidad de a qué rey le pertenecía esa estatua tan hermosa.
"Christine Daae o mejor conocida como La reina loca".
