Los padres siempre tienen razón


—¡Te lo dije, Hummel! —Paul le dio un largo trago a su cerveza y la dejó sobre la barra mientras se burlaba y reía de su amigo—. Me debes cincuenta dólares y, como cada semana, tu trasero es mío. —Burt se colocó la gorra mientras ignoraba la repetición de la anotación de los Jets.

—Sólo has tenido suerte, Karofsky. —Burt se bebió su cerveza con una sonrisa forzada en el rostro. Vio la hora en la televisión y luego cogió el móvil del bolsillo de sus desgastados pantalones de trabajo.

—¿Hoy no ha habido llamada de Kurt? —dijo Paul mientras miraba el semblante serio de su amigo—. ¿Ha pasado algo?

—No, sólo que hoy se está cambiando de departamento. Ian. —Burt lo dijo con un mal acento inglés cargado de amargura y asco. Paul sabía que el novio de su hijo le caía mal, que lo odiaba por ser un inglés petulante que se creía parido por los dioses—. Resultó estar casado y con tres hijos.

—¿Casado, casado? —Burt asintió—. ¿Con una mujer? —Burt asintió de nuevo—. Vaya, pensé que ya no hacían eso.

—El imbécil tenía quince años de matrimonio y su esposa vive en Francia. Kurt los encontró en su departamento; había llegado de sorpresa. No me puedo imaginar como se sintió mi hijo. Tenía más de dos años saliendo con esa escoria.

—¿Sabes? No lo entiendo. Tu hijo y el mío son buenos chicos. —Burt suspiró melancólico—. Tienen buenos empleos y no son mal parecidos. No entiendo cómo tienen tan mala suerte con los hombres. Kurt con Ian y Dave con todos esos chicos tan jóvenes y ambiciosos… —Paul negó—. Mi hijo tiene deseos de sentar la cabeza y formar una familia y sin embargo, nada… No ha conocido al adecuado.

—Siempre tuve miedo de esto. Tú sabes como eran los homosexuales en nuestra época, o cómo nos hacían pensar en la promiscuidad y el sexo de riesgo. Pero en realidad tenía miedo de que mi hijo sufriera por una relación estable y ahora… —Paul le dio un fraternal abrazo.

—Habría sido igual con un par de tetas de por medio. Hace años que las relaciones no son tan simples como conocerse, enamorarse y vivir felices para siempre.

—Sí, lo sé… Sólo que amo a mi hijo y quiero verlo feliz. Si pudiera le conseguiría a un hombre perfecto. Tal vez no tan elegante como le gustan, tal vez no tan culto, tal vez no tan estúpidamente ególatra... ¡Coño! ¿Es que no hay un hombre que pueda adorar a mi hijo? —Paul se rió del lamento de su amigo.

—Vamos, vamos, no te sientas mal. Ya llegará el idiota que ame a tu hijo más que a su vida.

—Y me caerá tan mal como los otros pero por lo menos sabré que lo hará feliz.

Bebieron un par de cervezas más antes de ir hasta sus respectivos coches y regresar a sus casas.

Paul recordaba a la perfección el día en que se habían encontrado justo en ese mismo bar. Había sido una tarde sumamente estresante en el trabajo; los libros de contabilidad parecían tener miles de errores y la auditoria no salía. Paul también había estado triste porque no había podido viajar a Nueva Jersey para ver a Dave en su primer juego. Iba conduciendo sin ganas ni rumbo cuando vio el letrero del bar y decidió tomarse un par de tragos, relajarse y tal vez ver un partido. Se sentó en un taburete, pidió una cerveza y empezó a ver el juego de los Patriots contra Miami. Cuando los Patriots anotaron y festejó se dio cuenta de que su compañero del taburete de al lado había soltado unas buenas maldiciones. El compañero resultó ser Burt Hummel. Empezaron con un simple saludo. Paul de verdad quería limar asperezas. Luego Burt preguntó por Dave, hubo una conversación incomoda y después la charla empezó a fluir como la mantequilla cuando hablaron del partido y de sus gustos.

Comenzaron reuniéndose una vez a la semana y luego dos veces a la semana. Las conversaciones variaron. Hubo un día en especial, uno en que bebieron de más, en el que Paul habló de Dave. Hubo lágrimas y se dejó el alma en cada palabra. Se cumplía un año más del intento de suicidio. Paul no podía olvidar el dolor de ver a su hijo llegar hasta el filo del acantilado y saltar. Se refugió en el brazo de Burt y en el sentimiento gemelo de amar a sus hijos más que a nada en la vida. En ese momento dejaron de ser amigos de bar para convertirse en verdaderos amigos, en los mejores amigos, y seguían siéndolo cuatro años después.


Paul entró a su casa y recibió un suave beso en los labios al entrar a la cocina. Su novia Marissa calentaba la cena mientras le hablaba de su día. Paul había conocido a Marissa gracias a Burt. Ella era dueña de una refaccionaria a las afueras de Findlay, un pueblo cercano a Lima. Después del divorcio Paul se había vuelto un hombre algo reservado. Sin embargo Marissa había descubierto el modo de hacerle sentir seguro y, por qué no decirlo, atractivo.

Paul era un tipo de casi sesenta años que en casi todos los aspectos tenía una buena vida. Sólo le faltaba su hijo. De verdad quería verlo feliz y tranquilo. Esas relaciones que había tenido en los últimos años no le habían dejado nada satisfactorio. Dave era un hombre de casi treinta años con un gran trabajo en la mejor firma contable de Nueva York y aun así no había conseguido un buen chico. Claro que sus gustos no ayudaban en lo más mínimo. Esos jovencitos de dieciocho años, asistentes de su oficina… Lógico que no funcionara. Esos chicos sólo querían divertirse, como cualquier muchacho de su edad, y cada vez Dave lo comprendía demasiado tarde, normalmente cuando tenía los cachos bien puestos.

El último de los chicos que había traído a casa había sido el peor. Joven, fino, elegante, hermoso (para los estándares de su hijo, que eran bastante altos). Un cantante de bar que había enamorado a Dave y que había vivido de él como un parasito. Le había dado casa y coche y le pagaba las clases para educarle esa voz tan corriente como su cariño por Dave. Al final el hijo de puta había dejado a Dave por su profesor de canto. Dave le había dejado el coche y ahora estaban peleando por el departamento. Paul estaba casi seguro de que Dave se lo dejaría; a su hijo no le hacía la más mínima falta.

Lo que Dave necesitaba era un chico lindo, inteligente, divertido, de su edad y con un camino trazado. Dave perdería la cabeza por un chico así, por uno de esos chicos elegantes que casi parecen modelos. Era una lastima que esos chicos no abundaran y menos aún que estuvieran deseosos de conocer a un tipo como Dave.

—Kurt de verdad es una caja de sorpresas. —El comentario de Marissa le tomó de sorpresa.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Paul. Marissa le mostró la revista. Kurt era un cantante de teatro algo reconocido y acababa de lanzar una línea de ropa que estaba siendo alabada por una de esas revistas de moda. Burt seguro que estaba orgulloso—. Sí, Kurt Hummel es un chico brillante…

—Y lindo — añadió ella.

Paul asintió distraídamente. Sí, Kurt era lindo, era inteligente, era divertido (según Burt) y de la edad de su hijo. Era jodidamente perfecto.


Paul entró al bar con una boba sonrisa como si hubiese encontrado la cura del cáncer, la del SIDA y hubiese ganado un millón de dólares, todo al mismo tiempo. Pidió una cerveza y se sentó al lado de su amigo, que lo miraba curioso.

—¿Me vas a presumir de otra gran noche con Marissa? Te quiero recordar que Carol no… —Paul negó.

—No. Algo mucho mejor. —Burt lo miró curioso—. Ya tengo al idiota perfecto para tu hijo. —Hummel le lanzó una mirada divertida y extrañada.

—¿Quién? ¿Alguno de tus aburridos compañeros? —se burló el mecánico.

—Dave, mi hijo. —A Burt se le cayó la cerveza de la mano.

Burt miró a Paul como si hubiese perdido la cabeza. Sabía que Dave no era un mal tipo, que había vivido bajo sus propios demonios y que luego había salido adelante con mucha ayuda por parte de Paul. Pero eso no quería decir que pudiese tener una relación con su hijo. Eso jamás. Dave Karofsky no era hombre para su hijo.

—¿En serio? Digo, ¿dónde está la cámara escondida? —Paul le miró extrañado y algo ofuscado—. ¿Qué? ¿No era broma?

—¿Por qué coño lo sería? —Burt boqueó.

—¿Recuerdas la historia de nuestros hijos? Por Dios, Paul. —Burt se bebió otra cerveza mientras era taladrado por la mirada de Paul.

—Fueron cosas de adolescentes… —Burt prácticamente arrojó la cerveza a la barra.

—¡Por favor, no me vengas con eso! Sabes que no fue así. Tú hijo era violento y autodestructivo, y amenazó con matar a Kurt. ¿Crees que quiero a un tipo así para mi hijo? —Paul asintió dejando también su cerveza en la barra.

—Mi hijo pagó. Nadie, ni siquiera yo, le prestó atención en su momento. Era un chico demasiado grande, demasiado heterosexual para ser otra cosa. Descubrí que mi hijo era autodestructivo cuando ya tenía el cinturón en el cuello. Dave gritaba por ayuda, clamaba por piedad y nadie estuvo allí para él, ni siquiera tu hijo. ¿Sabes? Era una idea demasiado estúpida. Gracias por hacérmelo ver.

Burt miró a Paul salir del bar y cerró los ojos frustrado y enojado consigo mismo. Era una mierda. Burt había cenado varias veces con Dave en esos cuatro años y había sido testigo de la devoción que el chico sentía por su padre. Sabía que era un buen tipo, lo había visto, sin embargo nadie era lo suficientemente perfecto para Kurt. Ni siquiera un hombre que había tenido que nadar contra corriente, que había tenido que vivir un infierno para aceptarse, que había madurado y que tenía un gran futuro. Dave podía darle seguridad. Y perdería los pantalones por Kurt. Burt intuía que ya lo había hecho. Nadie en el colegio arriesga su vida por nada, a menos que sea un motivo poderoso, algo que le orillara a besar a otro chico en medio de un vestuario asqueroso. En aquel momento Dave debió haberse vuelto loco. Era un pobre chico perdido que cuando se encontró se volvió un gran hombre.

Kurt y Dave no habían coincidido en Lima desde que se habían marchado a la universidad. Paul y Marissa habían cenado con Burt, Carol y Kurt. Carol y Burt habían cenado con Dave, Paul y Marissa. Pero Kurt y Dave nunca habían llegado a estar juntos en una de esas reuniones.

Kurt había tenido demasiados tipos en su vida que encajaban con su sueño adolescente y ninguno había servido para nada. Tal vez era el momento de que conociera a un hombre de verdad y ver si podía ser el hombre de sus sueños. Sólo esperaba no estar poniendo sus expectativas demasiado altas con respecto a Dave.

Burt salió del bar hacia el estacionamiento buscando el BMW de Paul. Sabía que no se había ido; lo conocía. Lo encontró sentado en su coche mirando hacia la nada con el ceño fruncido.

—Lo siento. —Paul no dijo nada. Abrió la puerta y Burt subió—. Sé que ha cambiado, sólo que… me preocupa. No quiero echar a perder esto que tenemos sólo porque nuestros hijos no se entiendan. Lo haremos sólo una vez y si no funciona…

—No funciona, lo sé. No pienso perder nuestra amistad, bruto mecánico. —Sonrieron—. Sólo quiero que Dave conozca a alguien que de verdad valga la pena.

—Tienes toda la jodida razón. Mi hijo vale totalmente la pena.


Dave estacionó el coche frente a la casa de su padre. Ese iba a ser un fin de semana tranquilo y Dave lo necesitaba. Seguía con los problemas con su ex, que no quería firmar los papeles del departamento. Dave había pensando en darlo por perdido pero sabía que eso era algo que su padre no quería y además era lo justo así que tenía que lidiar con ello.

Bajó del coche con un montón de bolsas en las manos. Regalos para su padre, porque era el ser más importante de su vida, y para Marissa, que hacía sumamente feliz a su padre. También había para su madre. Al principio había sido duro. Parte de la terapia había consistido en arreglar las cosas con su madre y había necesitado mucho esfuerzo y paciencia. Incluso con los años, su madre no aceptaba del todo ciertas cosas de su vida y no perdía la oportunidad de recordarle que no tendría hijos propios, que estaban pasando los años y que no sentaba cabeza. Dave se armaba de valor cada vez que tenía que ir a visitarla y esperaba el día en que ir a visitar a su madre no fuera un tipo de tortura china llena de estrés.

Los regalos para Burt y Carol eran por puro placer. A Dave le ponía muy feliz que su padre tuviese amigos tan buenos y que ellos llenaran sus momentos.

—¡Familia! —Dave abrió la puerta de su casa y entró la mar de feliz. Por lo menos en Lima no tenía que tratar con números ni abogados.

—¡Dave! —Su padre llegó a abrazarle y ayudarle de inmediato con un par de bolsas—. Has llegado temprano. Te esperábamos para la hora de la comida. —La verdad es que Dave no quería llegar a su nueva casa y descubrir que, a pesar de ser hermosa, estaba vacía así que prefirió comprar los regalos y luego ir a Lima para estar con su familia—. Marissa, ha llegado Dave. —La madrastra de Dave llegó sonriéndole y le abrazó con cariño.

—¿Qué tal el viaje?

—Estresante…

Ese día Dave se dedicó a ponerse al corriente con su padre y más tarde con Marissa cuando Paul se fue al bar para tomar algo con Burt Hummel. Cuando su papá le habló de su amistad con el señor Hummel, Dave se sintió terriblemente incomodo. Los Hummel eran el recordatorio permanente de su pasado. Sin embargo se obligó a aceptar y sobre todo a disculparse de nuevo con el señor Hummel a pesar del miedo que le tenía. Fue durante una de sus vacaciones de universidad cuando se reencontró con Burt Hummel en una de sus cenas con su padre. Con lágrimas en los ojos y la voz medio quebrada soltó una patética disculpa que Burt aceptó, para tranquilidad de Dave.

Cuando Paul llegó de su cita con Burt, a Dave no le sorprendió que le dijera que cenarían con los Hummel al día siguiente.


Dave estaba sumamente extrañado. Su padre le había pedido que se vistiera formal para la cena con los Hummel y eso se salía de lo normal; las cenas siempre habían sido en un lugar relajado. Se vistió con lo mejor que había llevado en la maleta, se perfumó (también a petición de su padre) y se marcharon hacia el restaurante más caro y lujoso de Lima. Le acompañaba un raro presentimiento, uno que se confirmó en cuanto entraron al restaurante y lo vio sentado a la derecha de su padre: Kurt Elizabeth Hummel.

El corazón de Dave se detuvo por un segundo; Kurt no había cambiado nada. Aún vestía con esa ropa fina y de moda que hacía que se le viese como un elemento fuera de lugar. Estaba perfecto, brillante, como siempre… El último recuerdo que tenía de Kurt era el de sus lágrimas y su fuerte mano sosteniéndole la suya. Durante esas cenas había pensando mil veces en que podría encontrarse fortuitamente con Kurt. Al principio a cada cena le acompañaba una sensación de ansiedad y temor. Ansiedad por verlo, temor por no saber qué decirle. Sin embargo el reencuentro nunca se dio. Luego Dave empezó a madurar y las sensaciones cambiaron. La ansiedad se volvió serenidad y el temor confianza. Entonces pensó que Kurt ya no le afectaría… Sólo en teoría. Porque en el instante en que sus miradas se cruzaron sintió una agitación que le recorrió el cuerpo. No fue hasta que la sensación terminó que recordó quién era y dónde estaba.

Burt y Carol los saludaron con cariño, como siempre. Dave miró firme a Kurt y le tendió la mano a la vez que le sonreía.

—Kurt… —Kurt Hummel le estrechó la mano con ese mismo gesto firme de hace años.

—Dave…

Se sentaron todos con cierta expectación. Kurt miró a Dave mientras éste hablaba animadamente con su padre. Era raro recordar a Burt lanzando a Dave sobre una de las paredes de la escuela y amenazándole y ahora, tantos años después, hablando tan contentos sobre un partido de quién sabe qué equipo. Kurt admitía que Dave no se veía mal: no estaba gordo, no era calvo y al parecer su sentido de la moda había sufrido un cambio. Por lo menos el traje negro con la tela algo brillante le quedaba perfecto, los zapatos eran italianos y la camisa negra le marcaba los músculos.

A Kurt le hubiese gustado ver algo malo en Dave para seguir justificando su enojo. Y es que después de tantos años no podía superar la gran decepción que le causó no haber sabido nada de Dave después de su visita al hospital. Dave se marchó y huyó de su amistad y Kurt estaba enojado por ello. Era un egoísta y lo sabía pero aun con ello no entendía por qué Dave lo había dejado de lado. Había querido hablar muchas veces con él, sobre todo desde que sus padres se volvieron amigos, pero el destino estaba de parte de Dave; por una cosa u otra nunca habían podido coincidir. Hasta ese día…

Dave no sólo estaba bien físicamente sino que, en apariencia, se veía mucho más seguro que nunca. Tan feliz con su propia piel.

—Dave trabaja en Nueva York y le va muy bien. Acaba de comprar una casa. ¿Cierto, muchacho?

Kurt parpadeó y regresó su atención a su padre. Claro que sabía que Dave trabajaba en Nueva York, su papá se lo había mencionado veinte mil veces y ése era otro motivo de enojo. ¿Por qué Dave nunca lo había buscado para hablar con él? ¿Por qué, a pesar de la amistad entre sus padres, Dave no quería saber nada de él? Oh, sí, tal vez era porque Dave estaba demasiado ocupado perdiendo su tiempo con chicos diez años más jóvenes que él. Jovencitos lindos y tontos…

—Sí, papá. Me alegro por él. No es fácil sobresalir en esa ciudad.

—Tú también lo has hecho muy bien —halagó Paul a Kurt—. Es admirable lo que has hecho. Tienes un gran talento. Marissa y yo vimos una entrevista tuya en una revista de moda. De verdad eres muy bueno.

Kurt se extrañó pero aceptó el cumplido. Todo se estaba tornando muy extraño y empeoró cuando su padre empezó a hablar de todos los puntos buenos de Dave. De pronto se sentía como si su padre le estuviese vendiendo a Dave como una gran mercancía. Y parecía que Dave se daba cuenta porque empezaba verse bastante incomodo con los comentarios de sus padres. La cena avanzó en ese extraño tenor hasta el punto que Kurt casi escupe su comida cuando Paul empezó a hablar de lo lindo que era y lo bien que se veía.

—Nosotros nos vamos a ir a un evento en el Casino —mencionó Paul mientras pagaba la cuenta—. Es algo aburrido, ya saben, para gente mayor. Creo que ustedes deberían irse a casa. —Burt asintió ignorando la mirada estupefacta de Carol, Marissa, Dave y el propio Kurt.

—Sí, que te acompañé Dave a casa. Es mejor que no vayas solo. —Kurt boqueó mientras Burt evadía su mirada—. Vamos, vamos.

Y sin saber muy bien cómo, terminaron en el auto de los Karofsky yendo hacia la casa de los Hummel.

Dave estacionó el coche frente a la casa, bajó del coche y le abrió la puerta a Kurt, quien bajó pero no caminó de inmediato hacia la casa sino que miró a Dave fijamente. Eso le hizo tragar saliva; no estaba acostumbrado a que lo miraran tan fijamente y menos esos ojos azules centelleantes.

—¿Pasa algo? —Dave intentó ser firme.

—¿Por qué huiste de mí? —Dave se temía esa conversación pero, si era honesto, se había preparado mentalmente para ella hacía mucho—. Te ofrecí mi amistad desinteresadamente. De verdad quería estar a tu lado y apoyarte y tú simplemente desapareciste. Te mudaste con tus abuelos, no respondiste mis llamadas, cambiaste de número…

—No huí de ti. Sólo quería irme de Lima y, por lo demás… —Dave se humedeció los labios—. No estaba preparado para ser tu amigo, Kurt. —Eso lo englobaba todo y esperaba que Kurt lo entendiera y no le hiciera más preguntas. Kurt contrajo el rostro.

—Ya… ¿Y luego? ¿Por qué no me buscaste en Nueva York? ¿Me vas a decir que no sabías que vivía en la misma ciudad que tú? —Dave negó e intentó desviar la mirada pero Kurt no se lo permitió.

—Yo no…

—¿No has tenido tiempo? —Kurt se rió—. Claro, debe ser muy absorbente tener que ir a buscar a tus novios al colegio, llevarlos a cenar y que se duerman a sus horas. Los inconvenientes de salir con tíos diez años más jóvenes que tú. —Dave se puso rígido y le regresó la mirada desafiante a Kurt.

—Por lo menos mis chicos diez años menores que yo no tienen esposa y tres hijos. —Kurt quiso darle una bofetada pero Dave le paró la mano y lo acercó a su cuerpo de manera inconsciente—. Nuestros padres nos quieren juntos. —Dave habló suavemente mirando los labios de Kurt mientras éste se los humedecía y luego lo miró a los ojos.

—Eso no va a suceder… —La voz de Kurt también era baja, casi íntima—. No eres… —Kurt había madurado lo suficiente como para saber que no existían los tipos. Él sabía que la atracción existía sin importar el físico. Sólo que le costaba admitir que, de haber conocido a Dave en otro momento, estaba seguro de que se le haría atractivo.

—¿Tu tipo? Lo sé, tú tampoco eres el mío —le soltó.

—Claro que no. Soy un hombre, no un niño. —Kurt le lanzó una mirada envenenada mientras subía el mentón viéndose tremendamente bello para desgracia de Dave—. No sé en qué pensaba mi padre…

—¿Podemos dejarlo así? Les decimos a los viejos que lo pensaremos y que somos buenos amigos, sólo para quitarnos esto de encima. —Kurt asintió, se dio media vuelta grácilmente y se fue a su casa.

Dave intentó que sus ojos no resbalaran hacia el sur donde se encontraban esas nalgas, esos muslos y esas endemoniadas botas negras que hacían juego con todo.


Esa noche, tanto Dave como Kurt tuvieron una conversación bastante sui generis con sus respectivos padres.


Paul entró a su casa con unas copas de más, abrazando a Marissa por detrás y sonriendo por el éxito obtenido en la reunión. Casi le da un infarto cuando su hijo encendió la luz de la sala y los miró con una ceja elevada. Marissa se separó de Paul, le dio un beso en la mejilla y subió lentamente las escaleras.

—¿Me vas a decir por qué la cacería de brujas? Me lanzaste al ruedo y ni siquiera me avisaste. —Paul se encogió de hombros antes de sentarse al lado de su hijo.

—Sólo quisimos intentarlo una vez, aunque nos temíamos el resultado. —Paul no podía ocultar la decepción para preocupación de Dave.

—Kurt es…

—¿Diferente? —Dave asintió—. ¿Diferente bueno o diferente malo? —Dave rió.

—Kurt siempre estará del lado bueno de lo diferente. —Dave no pudo evitar sonreír—. Te agradezco la preocupación, papá, pero de nada sirve forzarnos a salir. Kurt y yo somos buenos amigos. En eso quedamos esta noche.

Dave mentía y sabía que su padre era consciente de esa mentira, sin embargo los dos la dejaron correr.


Burt veía a su hijo tan alterado que no le quedaba más que agotar su dosis de alcohol semanal y se sirvió una cerveza.

—Es que no lo puedo creer, padre… Me estabas vendiendo a Dave como algo maravilloso. ¿Qué te pasa por la cabeza? Y luego haces que me traiga como si yo fuese una rubia tonta que no sabe llegar a su casa…

—¿Quieres parar, por favor? Uno, no te lo estaba vendiendo, sólo te hablaba de él. Dos, sólo le dije que te acompañara porque, a pesar de los años, Lima sigue sin ser un buen lugar para caminar de noche. Y tres, no me hables en ese tono que todavía soy tu padre. —Kurt bajó un poco el nivel del enojo—. ¿No te cae bien? Nosotros sólo lo intentamos. No es obligación que ustedes sean amigos.

—Lo siento, papá. Sólo… Tengo años sin ver a Dave y no fue cómodo rencontrarnos porque nuestros padres decidieron arreglarnos una cita. —Burt le dio unas palmadas en el hombro.

—Vamos, lamento haberte presionado. Sólo quiero lo mejor para ti. —Kurt le sonrió con ironía.

—¿Dave Karofsky es lo mejor para mí?

—Ahora sí.


Dave se acomodó en el asiento del avión. No podía creerse lo que había pasado el fin de semana y menos aún que además terminara haciéndole un favor a Burt Hummel. Kurt se había ido de Lima antes de lo planeado por asuntos de trabajo y se había dejado en casa una pulsera que había sido de su madre. Al parecer era como un amuleto para Kurt y era sumamente importante que la tuviese de regreso. Dave no le pudo decir que no, menos aún siendo Burt Hummel quien se lo pedía. Así que al día siguiente, justo a la hora de almorzar, Dave llamó a Kurt a su lugar de trabajo y le dijo que tenía un paquete de parte de su padre. Terminaron concertando una cita, no muy amigable, en un buen sitio.

—¿Dónde está? —fue el saludo que Dave recibió por parte de Kurt. Dave sacó el paquete y se lo dio. Kurt de inmediato lo abrió y se colocó la pulsera. Dave notó un suspiro de relajación—. Bien… —Antes de que se fuera Dave se puso de pie y le cogió suavemente la muñeca.

—Por favor, quédate a desayunar conmigo. Quisiera que habláramos civilizadamente. —Kurt dudó un poco y se soltó del agarre de Dave pero no se marchó.

—¿De qué quieres hablar? —Se sentó.

—De lo que sucedió en Lima. Mira, sé que no somos amigos, y eso en gran medida es por mi culpa, pero mi padre adora a tu padre y creo que por lo menos deberíamos hacer el esfuerzo de llevarnos bien. ¿Te parece si empezamos desde cero? Prometo no huir, ni cambiar de ciudad, ni de número. —Dave le tendió la mano y Kurt vaciló—. Vamos, por los viejos. Así les diremos que somos amigos y no habrá más intentos extraños de su parte. —Kurt le cogió la mano.

—Espero que cumplas tu palabra. —Notó el brillo en los ojos de Dave.

—Hace mucho que siempre cumplo lo que prometo.

Así fue como establecieron una sana rutina. Casualmente se dieron cuenta de que la cafetería estaba en un punto intermedio entre el despacho de Dave y la agencia de Kurt y comenzaron a desayunar allí juntos y, poco a poco, a ponerse al corriente de sus vidas. La fuerza de la civilizada convivencia les hizo empezar a formar una amistad y pronto Dave y Kurt se dieron cuenta de que tenían un montón de puntos a favor en su amistad. Sobre todo les gustaba que se complementaban absolutamente.


Dave se sentía liberado. Durante años había intentado calmar sus demonios internos y nunca pudo tener una verdadera relación con Kurt hasta ese momento en el que de verdad se sentía como un amigo y como un apoyo. Su cuerpo se bañaba de satisfacción cuando hacía sonreír a Kurt a pesar del mal día que había tenido.

Kurt se encontraba gratamente sorprendido con Dave, con lo lejos que había llegado y cómo el cambio hasta aceptarse completamente a sí mismo había surtido un efecto poderoso en su autoestima. Dave seguía teniendo sus gustos de siempre: deportes, cerveza y películas de acción. Básicamente era Dave, el mismo Dave que exudaba masculinidad pero que se bebía con los ojos a todos los chicos lindos y que coqueteaba con muchos de ellos, sobre todo con uno de los indecentes meseros de la cafetería. Casualmente era uno de los meseros más desagradables que Kurt conocía.

Dave miró la pila de papeles que acababa de firmar. Su oficina estaba empezando a desordenarse y él estaba empezando a preguntarse dónde estaba su flamante nuevo asistente. Dave agradecía que su jefe lo adorara por ser el mejor de sus contadores, así no tenía que lidiar con la pequeñez de haberse tirado a su antiguo asistente. Tampoco le había dicho nada porque el despacho se había visto con la necesidad de contratar a un nuevo chico para asistirlo.

Dave decidió corresponder al despacho y cogió los expedientes dispuesto a llevarlos al archivo. Alguna de las secretarías había intentado ayudarle pero Dave ante todo era un caballero y llevó la pila de papeles hasta el lugar en donde tenían que estar. Como galantería, decidió acomodarlos; no le costaba nada. Estaba por marcharse cuando escuchó un gemido. La curiosidad le pudo y caminó por el archivo. Sus zapatos italianos, que había comprado por sugerencia de Kurt, no hacían ruido sobre la madera así pudo sorprender a las personas que estaban en medio de un encuentro sexual bastante entretenido.

—¡Dave! — Dave conocía esa voz y ese grito.

—No es muy sexy que digas el nombre de nuestro ex mientras follamos. —Y esa otra voz también la conocía.

El asistente nuevo follando con el antiguo, casualmente… Dave se había follado a los dos en diferentes momentos. El asistente antiguo golpeó el hombro del nuevo, quien se giró y miró a Dave con la cara más cómica del mundo.

—Lo siento…. Ustedes… —Dave movió las manos—. Sigan con lo suyo. Yo… —Dave tragó saliva y se dio media vuelta.


—Sigo sin entenderlo. ¿Por qué estás molesto? —Kurt estaba sumamente divertido por la histeria de Dave. Bebió su jugo de tomate y dibujó una sonrisa guasona.

—¿Por qué? ¿En serio? Mis dos ex están follando…

—¿Y? No eres el centro del universo, cielo. Ellos son dos chicos jóvenes que se gustaron, que están saliendo y es lógico que follen. —Dave negó.

—Entre ellos no. Es… raro. —Kurt le palmeó el antebrazo. Dave comió un poco y luego insistió—. ¿Entonces? —Esta vez Kurt fue quien negó—. Kurt, por favor. Te lo estoy pidiendo como amigo. En serio necesito ir. —Dave lanzó su mejor mirada necesitada pero Kurt era inmune.

—A mí no me gusta ir a ligar a los bares. Ve tú solo a cazar jovencitos. En serio, no le veo el chiste. Cuando tengas cincuenta años terminarás pagándoles los tragos a los críos que entran a esos lugares con identificaciones falsas. Y eso sería patético, que quisieran follar contigo sólo por tu dinero.

—No pienso terminar así. Sólo quiero divertirme, Kurt, y olvidar que dos de mis ex están follando. O saliendo.

—No cuentes conmigo. Anda, lobito, ve y caza a tus caperucitas. —Dave rió.

—Oso en todo caso. —Kurt enarcó su ceja—. ¿Qué? Soy un oso, ¿recuerdas? ¿Yogi?

—No, tú ya no eres un cachorro de oso y menos aún eres Yogi. Eres un enorme oso pardo salvaje. —Dave rió—. Y no es cumplido, Kuma. Anda, ve y fóllate a tus chicos antes del toque de queda pero no cuentes conmigo para hacerte segunda.

—Bien, lo entendí, gracias. Te prometo portarme bien y sólo divertirme sanamente. A pesar de que no me creas sigo siendo un caballero.


Continua...