Hola chicas! Aquí les traigo una nueva historia, ojo es una adapacion y la subo toda de una sola vez por aquello de que suele suceder que se mueren por saber que pasa después y buscan el libro original y pienso que se pierde un poco la magia de los personajes que a nosotras nos gustan. Bueno ya no las distraigo más a Deborar! Quiero decir a Leer! jaja
Capítulo 1
Sakura Haruno maldijo al socio principal y director ejecutivo de su bufete de abogados por elegir, para la convención de la empresa, la ciudad menos propicia para trabajar que ella hubiera conocido en toda su vida. Nueva Orleans.
No era fácil ser una mujer de negocios en aquella ciudad, en la que la pereza se consideraba una virtud. No era fácil tener que malgastar cinco minutos de más en someter su pelo con gomina, debido a la humedad. Y tampoco le gustaba llevar medias y traje con aquel calor primaveral y pegajoso.
¡Y todo el tiempo que llevaba mantener una conversación!
Odiaba pensar en todas las horas facturadas que se perdían allí por culpa de aquel acento sureño, que alargaba las sílabas hasta el infinito.
Los segundos, minutos y horas eran una materia prima que ella no estaba dispuesta a desperdiciar. Tenía fechas límite que cumplir en su trabajo, y un horario estricto en la vida. No tenía tiempo para el calor y la hospitalidad del sur.
Sólo había que pensar en cualquier día en Chicago. Eficientemente frío en invierno, y convenientemente fresco en verano, gracias a un uso del aire acondicionado apropiado para crear una atmósfera de negocios. Y no había endemoniados cerezos para hacer que la gente se pusiera a soñar despierta.
Cerezos. Desprendían una fragancia tan dulce e intensa, tan espléndida, que hacían que casi quisiera tener una aventura. Igual que el resto de Nueva Orleans, para ser sinceros. Aquella ciudad era tan alocada, extravagante y sensual que no podía concentrarse.
Se le agudizaron todos los sentidos al apoyarse en la barandilla de hierro labrado del porche, y se sumergió en la belleza de la noche. Dejó vagar la mirada por el precioso jardín.
Tras ella, en el salón de baile del hotel, oía el ruido de más de un centenar de abogados y empleados del bufete, charlando y riéndose… Todo tal y como debía ser. Como si no hicieran todo aquello en Chicago setenta horas a la semana. Pero no era igual: del jardín que había frente a ella le llegaba el sonido del agua, relajante y refrescante, manando suavemente de una fuente que no veía.
De repente, sintió que el olor de las flores y el aire cálido y húmedo la arrastraban hacia el jardín. Miró hacia atrás, a la puerta principal, y se preguntó si alguno de los abogados la echaría de menos si saliera un momento.
Caminó sin rumbo por el jardín, pensativa y frustrada, deteniéndose a acariciar alguna hoja y a aspirar profundamente el olor de las cerezas. Notaba el sabor del cóctel de coñac y menta que se había tomado en el paladar y en la lengua, tan ajeno como el sentimiento de desagrado.
Estaba a punto de ser la abogada más joven a la que hacían socia del bufete Donne, Green y Raddison. Tenía el mundo a sus pies.
Suspiró y se sentó en un banco de piedra bajo un enorme cerezo lleno de capullos. El aire era tan húmedo y pesado como un beso. Se abandonó al hechizo del jardín y dejó que su mente se dejara dominar por los sentidos.
Levantó la cabeza y vio que la luna brillaba rodeada de estrellas. Aquel cielo tan llamativo era el apropiado para aquella ciudad, que siempre estaba de fiesta.
Y ella, en aquel momento, se había cansado del ajetreo de todo aquello. Para una mujer como ella, que siempre tenía prisa, era maravilloso tener la oportunidad de sentarse tranquilamente. Cerró los ojos y se relajó por completo.
—Dime lo que quieres —el susurro fue ronco, masculino, rico como el vino.
«Dime lo que quieres». ¿Habría salido aquella voz de su mente?
—Dímelo.
Aquel susurro íntimo y seguro no había salido de ella, sino de algún sitio muy cercano. Se le puso la piel de gallina, pero mantuvo los ojos cerrados.
Era posible que abriera los ojos y se encontrara a un camarero preguntándole qué quería tomar. También podría ser su mejor amigo y compañero de trabajo, Sasuke, sugiriéndole que fueran a un club de jazz. O también podía ser un amante misterioso. Sonrió ante lo absurdo que era aquel último pensamiento. No había nada misterioso en su vida amorosa últimamente. Su vida amorosa era inexistente.
La atmósfera romántica debía de estar afectándola. Lo mejor que podía hacer era volver al salón del hotel. Aspiró profundamente para llenarse de nuevo los pulmones de aquella fragancia de flores y empezó a abrir lentamente los ojos.
—Quiero que me hagas el amor —aquella otra voz era femenina, sensual, y tenía un sugerente acento extranjero.
Sakura abrió los ojos como platos. Oyó el inconfundible sonido de un beso: fue un beso húmedo, profundo y hambriento. Provenía del otro lado del seto que había tras ella.
El hombre respondió con la voz teñida de humor.
—Tu nota lo insinuaba.
—¿Te ha ofendido?
—Me ha intrigado. Eres una mujer muy bella —el ritmo sexual de aquella conversación cautivó a Sakura. Usaban las palabras como besos.
—Tú también —dijo la mujer, y rió suavemente—. Cuando te vi, pensé que eras la clase de hombre que sabe cómo satisfacer a una mujer.
—Lo hago lo mejor que puedo.
Más besos. Sakura siguió allí sentada, rígida de la vergüenza, y sin embargo, tan fascinada que no podía moverse.
—Será sólo esta noche. Mañana me voy.
¿De veras iban a hacerlo allí mismo? ¿En el jardín? ¿Sólo unas cuantas ramas y hojas más allá de donde ella se encontraba?
Hubo una pausa.
—¿Estás casada?
La mujer volvió a reír suavemente.
—Un hombre convencional. Qué poco corriente. No. No estoy casada. Prefiero ser libre.
—Muy bien. Yo también —replicó aquella voz masculina, seductora y susurrante—. Esta será una noche que recordaremos siempre.
Sakura se echó hacia atrás ligeramente, deseando que él se pusiera a recitar poesía o algo así, cualquier cosa para que siguiera hablando. Su voz la fascinaba, hacía que se sintiera…
Se movió en el banco de piedra mientras el sonido de los besos se reanudaba. Al menos, aquella erótica voz se había callado.
Exactamente como ella debería silenciar su propio deseo. Miró a la derecha y a la izquierda, pero no había forma de escapar sin que la pareja la viera. Y estaba empezando a tener la sospecha de que aquella situación iba a ser cada vez más y más tórrida.
—Tienes un cuello maravilloso. Quiero ver toda tu belleza. Quiero hacerte el amor bajo las estrellas.
Sakura se mordió el labio. Si se marchaba en aquel momento, la situación sería muy embarazosa, pero al menos les daría privacidad.
Oyó un suspiro y se dio cuenta de que si esperaba un poco más, sería demasiado tarde. Tendría que intentar pasar silenciosamente a su lado sin que se dieran cuenta. Al menos, todavía estaban vestidos. Se levantó un poco.
—Tienes los pechos tan blancos como la luna —el susurro ronco del hombre hizo que volviera a sentarse tan rápido que se golpeó el coxis contra el banco. Parecía que habían superado las barreras de la ropa, así que ya no podía irse. Tendría que concentrarse en otra cosa para no prestarles atención.
Mmm… Tenía que preparar un informe para el caso de la directora general de una empresa, a la que el director de la junta de accionistas había sometido a acoso sexual.
—Tu piel sabe a melocotón —susurró él.
—Mmm…
—Échate hacia atrás. Así. Voy a lamerte los pezones y, cuando estén húmedos, voy a observar cómo se ponen duros mientras te los seca la brisa.
A Sakura también se le secó la boca, y sintió que se le endurecían los pezones a ella misma. Ningún hombre había adorado su cuerpo de aquella manera.
—¿Te gusta?
Ella asintió involuntariamente a la pregunta de aquel hombre que sabía cómo satisfacer a las mujeres.
Él siguió murmurando cumplidos y palabras eróticas, algunas de ellas, ahogadas contra la piel y los labios de la mujer. Sakura sintió cómo su cuerpo, que no había disfrutado del sexo durante mucho tiempo, temblaba de deseo.
—Abre las piernas —ordenó él.
Las rodillas de Sakura se separaron sin recibir ningún mensaje del cerebro, como si actuaran con vida propia. Se sentía muy extraña, totalmente desconcertada por haberse visto atrapada en aquella fantasía dentro de la vida real.
—Tienes muy suave la piel de los muslos, como la seda. Seda cálida —la brisa se metió bajo la falda de Sakura y la acarició. Notó un frescor en un punto del cuerpo que le ardía, y se dio cuenta de que tenía las braguitas húmedas.
—¿Sabes dónde voy a acariciarte ahora?
—Sí, oh, por favor…
Oyó una risa burlona.
—No seas tan ansiosa. Sube las caderas y abre más las piernas para mí.
La mujer habló en voz baja, en otro idioma. Sakura no entendía lo que decía, pero sonaba desesperada. Después, la mujer jadeó. Sakura supo que él la estaba acariciando, y su propio cuerpo reaccionó ante aquellas caricias.
—Estás muy húmeda —dijo él, con la voz más suave que la brisa—. ¿Estás así de húmeda por mí?
—Sí, querido, sí —jadeó la mujer.
—Llevas un tanga muy bonito, pero tengo que quitártelo. Levanta las caderas.
—Date prisa. Estoy ardiendo.
Sakura sabía exactamente cómo se sentía.
—Eres preciosa. En un momento, voy a entrar en ti, pero por ahora quiero observar tu maravilloso cuerpo extendido bajo las estrellas.
Ella emitió un sonido gutural.
—Quiero sentir cómo llegas al orgasmo. ¿Vas a llegar a lo más alto cuando yo esté moviéndome dentro de tu cuerpo?
Sakura oyó el sonido de una cremallera. ¿La de él? Apretó las manos, tensas de deseo por tocar la dureza de aquel hombre.
—Sé que lo harás. Quiero que lo hagas.
Sakura se mordió el labio para evitar gritar por la excitación que sentía. Casi podía sentirlo, grande, duro, decidido, llenando sus lugares secretos, llevando a cabo sus fantasías.
—Voy a hacer que grites de placer —prometió él.
Sakura apretó los dedos contra la fría piedra del banco. Casi no podía controlarse. En aquel momento, toda la sensualidad que había estado intentando controlar tomó posesión de su cuerpo. Se estremeció y apretó los labios para no gritar.
Oyó un sonido como de papel rasgándose. ¿El paquete de un preservativo?
—¡Date prisa, por favor! —la mujer no se molestó en susurrar, y en su voz cantarina había un deje de desesperación—. Te necesito dentro de mí. Ahora.
—¿Yugao? ¿Yugaoo? —la voz de una mujer mayor rompió el hechizo de la noche.
Unos cuantos pétalos de cerezo cayeron sobre la falda del vestido azul marino de Sakura mientras oía el ruido de la ropa tras ella, además de unas cuantas maldiciones extranjeras, muy suaves.
—Lo siento, pero tengo que irme.
—Iré a tu habitación.
—No.
—Ven tú a la mía.
—No. Esa es mi jefa. Si me está buscando, es porque el vuelo se ha adelantado. Nos marcharemos muy pronto. Lo siento muchísimo, querido. Habría sido maravilloso. Adiós.
Entonces, Sakura oyó otro sonido.
Una maldición.
Le hubiera resultado muy divertido si no supiera por propia experiencia lo frustrado que debía de sentirse el extraño. Oyó su respiración entrecortada, y se quedó petrificada en el banco, conteniendo el aliento para que él no la descubriera. Se sintió como una participante invisible de un extraño ménage à trois. No había sido su intención quedarse allí escuchando, pero se sentía avergonzada, igualmente.
Esperó un cuarto de hora, medido por su infalible Rolex, antes de moverse. El hombre se había marchado poco después que la mujer, así que Sakura llevaba un rato a solas. Aparte del hecho de que no quería que ninguno de los dos pudiera verla, necesitaba tiempo para recomponerse.
Cruzó las piernas y se alisó la falda del vestido sobre las rodillas. ¿Qué era lo que le acababa de suceder? Estaba tan desesperada, que escuchar a otra pareja haciendo el amor había sido suficiente para hacer que perdiera el control. ¿Dónde estaba la personalidad fría e irónica que mostraba ante el mundo?
No era más que una mujer hambrienta de sexo. Acababa de tener la mejor experiencia sexual de sus tres décadas de vida, y sólo había sido un personaje invisible.
¡Una voyeur!
Respiró profundamente, y decidió que olvidaría todo aquel incidente. Sin embargo, sentía la excitación, tanto como la suave brisa y el olor de las cerezas.
No tenía ni la más remota idea de quién era aquel hombre, pero lo deseaba como no había deseado a nadie en su vida. Cuando se sintió lo suficientemente calmada como para ponerse de pie, se obligó a caminar hacia el porche y se prometió que olvidaría aquel episodio vergonzoso.
Justo cuando llegaba a las escaleras, miró hacia arriba y el corazón le dio un vuelco. Allí estaba la silueta oscura de un hombre solitario. Era alto, de hombros anchos, y tenía los codos apoyados en la barandilla. Sakura hubiera jurado que la estaba observando.
El hombre levantó una mano y ella dio un paso hacia atrás. Vio sus ojos tenuemente iluminados por la lumbre del puro que se estaba fumando y pensó: «Por favor, tranquilízate, mujer». No era más que un colega de trabajo sentado tranquilamente en el porche.
Volvió a andar.
Estaba claro que él la estaba mirando. Se quedó paralizada.
Era él. Estaba segura. Se lo dijo el instinto, y Sakura se quedó congelada, mirando a la figura en la oscuridad, mientras sentía una mezcla de miedo y de deseo. Respiró hondo y percibió el olor fuerte de un puro.
— Sakura, soy yo —el hombre se movió hacia ella, y su voz familiar rompió el hechizo.
Ella sintió alivio y una pequeña punzada de desilusión.
—¡Sasuke! Me has asustado. ¿Cómo es que no estás en la fiesta?
Él señaló el puro.
—He venido a descansar un poco.
—¿Desde cuándo fumas tú? —lo conocía desde hacía cuatro años, y nunca lo había visto fumando.
Él se encogió de hombros.
—No fumo mucho. Era una excusa para escaparme un rato del ruido.
—¿No se suponía que tenías que estar socializando con los colegas de trabajo?
—Tú eres una de ellos. Siéntate conmigo.
Ella titubeó.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Unos minutos.
—¿Has visto… a alguien que venía del jardín?
Hubo una pausa. Él la miró, pero estaba demasiado oscuro como para que Sakura pudiera leer la expresión de su cara. Tuvo la esperanza de que él tampoco pudiera ver que se había ruborizado.
—No ha pasado nadie mientras yo he estado aquí fuera.
Demonios. Tenía la esperanza de que Sasuke hubiera visto a la mujer y al hombre a los que ella había oído. Él los describiría, ella le contaría, exagerando un poco, la aventura amorosa frustrada, obviando su propia reacción, y los dos se reirían. Fin de la historia. Sólo que Sasuke no los había visto, así que la historia no había terminado para ella.
—¿Te apetece tomar algo?
Ella se lo pensó. Sasuke era divertido, inteligente y siempre dispuesto a mantener una conversación sobre cualquier tema. Pero todo su mundo había dado un vuelco y estaba demasiado agitada como para sentarse allí a charlar.
—No, gracias.
Él se quedó callado. Parecía extrañamente sombrío, allí sentado en la oscuridad.
—¿Estás preocupada por algo?
De nuevo, ella titubeó.
La mejor amiga de Sakura, Ino, se había casado y había tenido dos niños, así que no se veían mucho, y por eso Sasuke, el hombre que había estado a punto de casarse con Ino, se había convertido en su mejor amigo. Pero aquello no era algo de lo que quisiera hablar con él. Era demasiado personal, y se sentía vulnerable en aquel momento.
—No, creo que voy a volver a la fiesta —dijo, forzando una sonrisa—. Tengo que relacionarme si quiero superar tu récord y convertirme en el socio más joven del bufete.
Él rió suavemente.
Ella empezó a andar, pero Sasuke la detuvo poniéndole una mano en el brazo.
—¿Qué pasa?
Él alargó el brazo y arrancó algo de una rama que había detrás de ella. Una flor de cerezo enorme, completamente abierta, fragante. Después se la acercó y se la colocó detrás de la oreja, entre el pelo.
Durante un segundo la miró con intensidad. Casi le parecía un extraño. La forma en que fijó su mirada en ella hizo que Sakura tuviera una sensación rara en el pecho.
Después él sonrió, y el amigo volvió.
Sasuke Uchiha le dio un sorbo al coñac y apoyó los codos en la barandilla. Sin embargo, ni todo el coñac ni todos los puros del mundo podrían borrar su frustración en aquel momento.
Y no era solamente una frustración de tipo sexual, sino también por su propia estupidez.
Sakura debía de haberlos visto.
Soltó una imprecación en voz baja.
La ironía de aquella situación no se le escapaba. Se permitía, de vez en cuando, tener relaciones pasajeras, como la que casi había tenido aquella noche, porque no le parecía justo salir con mujeres que tuvieran algún tipo de compromiso en mente. Él ya estaba comprometido. Lo había estado durante cuatro años, desde que se había enamorado completa, loca y desesperadamente de la dama de honor de su novia, Sakura Haruno.
Y, teniendo en cuenta la expresión alucinada de su cara, si lo había reconocido en el jardín aquello habría tirado por la ventana cualquier oportunidad que él hubiera podido tener con ella.
Ella era una especie de adicta al trabajo que mantenía su propia sexualidad en estado de coma. Él había esperado durante cuatro largos años, llegando a conocerla tan bien que, cuando Sakura necesitara un príncipe, él lo sabría, y estaría dispuesto a despertarla.
Como plan de seducción, Sasuke tenía que admitir que tenía unos cuantos fallos, pero tampoco tenía muchas más posibilidades. Expulsó el humo del puro y lo apagó, disgustado.
No sabía si el problema era que Sakura no veía nada con aquellos ojos tan verdes. Había cancelado su boda por ella, se había estrujado el cerebro para conseguir que la contratara el bufete de abogados en el que él trabajaba, y toda su recompensa era pasar toda la semana con ella mientras Sakura lo trataba como si fuera su «hermano».
Había estado a punto de pedirle que salieran después de romper con Ino. Los tres estaban juntos un día, tomando un café, cuando Ino les había dicho riéndose que Sakura y él tenían mucho más en común de lo que tenía ella con Sasuke, lo que él mismo había notado, y que debían salir juntos.
Ino ya había conocido a Sai entonces. El hombre con el que había terminado casándose, el hombre correcto para ella. Y, de repente, se había metido a casamentera.
Antes de que él pudiera decir una sola palabra, Sakura había soltado una carcajada.
—Muchísimo en común. Nos volvemos locos el uno al otro. No. Sasuke es como el hermano mayor que nunca he tenido.
Él no quería ser su hermano, sino su amante. Un día, ella vería luz. Y, mientras, él mantenía relaciones sexuales sin ningún compromiso. No tan breves como la de aquella noche, por supuesto. Él no era de los que rechazaban a una mujer bella cuando surgía la oportunidad. No iba a convertirse en un monje, ni siquiera por Haruno.
Ni tampoco iba a quedarse en aquella barandilla como un ridículo Romeo. Miró a la recepción y se estremeció. En vez de entrar, salió rápidamente del hotel.
De repente, sintió un profundo deseo de escuchar el sonido de un saxo. Si no podía tener a Sakura en Nueva Orleans, por lo menos tendría jazz del que hacía que la sangre corriera por las venas.
«Quiero sentir cómo llegas al orgasmo».
Sakura se incorporó de un salto en la cama, con el camisón de algodón pegado a la piel y el corazón latiéndole con fuerza. Apartó la sábana, se levantó y abrió el balcón. Salió y se apoyó en la barandilla de hierro forjado.
La habitación daba al jardín donde, unas pocas horas antes, había oído al extraño. Desde entonces, su voz seductora se había derramado por su cuerpo como una poción de amor y le había causado estragos en el cerebro.
—¿Qué me ocurre? —le preguntó a la luna.
Ella no era muy aficionada a mirar a la luna, pero en aquel lugar no podía evitar mirar al globo blanco que iluminaba el cielo nocturno, pesado y voluptuoso. No era raro que no pudiera dejar de pensar en el sexo.
Corrió las cortinas de un tirón y se sirvió un vaso de agua.
Aquello era una locura. A ella le gustaban los hombres, y había planeado casarse algún día, pero en aquel momento, su vida estaba dedicada al trabajo. No había sitio para un hombre en su existencia, y sobre todo, no tenía tiempo para obsesionarse con un extraño.
Cuando hubo resuelto aquella lucha interior de un modo satisfactorio, volvió a la cama, cerró los ojos fuertemente y al final volvió a quedarse dormida.
«Estás muy húmeda. ¿Estás así de húmeda por mí?».
Sakura gimió, intentando abrazarlo, y se despertó con los brazos vacíos y aspirando el suave perfume de cerezas que impregnaba el aire.
Encendió la lámpara de la mesilla y vio la flor que le había regalado Sasuke aquella noche, la que él había tomado del árbol mientras ella se estremecía de pasión.
Se quedó mirándola, sabiendo que no sería capaz de quedarse dormida de nuevo aquella noche. Se rindió a lo inevitable, se levantó y abrió el portátil.
Se suponía que durante aquella convención de empresa no había que trabajar, pero ella se había llevado el ordenador y en aquel momento estaba contenta de haberlo hecho. Mientras tomaba algunas notas e investigaba sobre casos recientes de acoso sexual, podría olvidarse de la voz hipnótica.
O, al menos, podría intentarlo.
El acoso sexual había afectado negativamente al trabajo de aquella directora general. Sakura empezó a escribir notas específicas sobre el caso.
«¿Estás húmeda por mí?». Respiró hondo y sacudió la cabeza. Ella misma, Sakura, se estaba sintiendo acosada por los recuerdos.
Debería querellarse contra aquel extraño. O quizá contra ella misma.
A las seis de la mañana, empezó a sentir cansancio. Comprobó dos veces la hora en su Rolex y después se duchó rápidamente. Se secó el pelo rosa y corto con una toalla y se puso unos pantalones blancos, una blusa turquesa y unas sandalias.
Después tomó el bolso, el portátil y el brillo de labios, y sonrió satisfecha. En total, el proceso había durado catorce minutos. Perder el tiempo era perder el dinero, y Sakura no creía en ninguna de las dos cosas.
Se puso en marcha. Iba a buscar algo que desayunar y un periódico, con una sonrisa de suficiencia por haber hecho la mitad del trabajo de un día antes de las siete.
Incluso a aquella hora tan temprana había gente en el vestíbulo. De repente atisbo un par de piernas musculosas que entraban en su campo de visión. Levantó la mirada y vio unos pantalones negros de deporte y una camiseta, y después se encontró con la cara de Sasuke, con los párpados medio caídos y el pelo revuelto.
—Déjame que adivine. Vas a una entrevista con un cliente —le dijo ella en tono burlón. Una de las cosas que tenían en común era que a los dos les gustaba madrugar.
Él sacudió la cabeza.
Ella se rió suavemente, y Sasuke le dijo:
—Si quieres venir conmigo, esperaré a que te cambies.
Era tentador. Algunas veces salían juntos a correr, aunque él tenía que aminorar un poco su ritmo para que a ella no le diera un infarto a los dos kilómetros. Sakura sabía que tenía que mejorar su resistencia física, pero no tenía tiempo para dedicarlo a hacer más ejercicio regularmente. Quizá cuando consiguiera ser socia.
En aquel momento, la idea de un café solo y humeante era mucho más atractiva que quedarse sin aliento y resoplar corriendo detrás de Sasuke.
—Creo que necesito un café, más que hacer ejercicio. ¿Por qué no vienes después a esa pequeña cafeteria que vimos ayer, al lado del barrio francés?
—¿Esa en la que había un loro?
—Sí.
—Bueno, estaré allí en una hora, más o menos.
—Muy bien. Mientras, yo voy a leer el periódico.
Él señaló el portátil, que Sakura estaba intentando esconder detrás de sus piernas.
—Descansando, ¿eh?
Ella puso cara de inocente.
—Oh, ¿esto? Necesito mi dosis diaria de solitario en el ordenador.
Él sacudió la cabeza, pero al menos no le echó otro sermón acerca de su adicción al trabajo.
—Mentirosa. Después nos vemos.
Se despidieron en la acera. Él fue hacia el río, y ella cruzó Canal Street, hacia el Quarter. Ya empezaba a hacer calor, incluso tan temprano. Por el camino, admiró la arquitectura de los edificios, mezcla de estilo español, francés y americano, las contraventanas, los balcones, los colores llamativos de las fachadas.
Cuando llegó a la cafetería, eligió un sitio para que Sasuke la viera fácilmente desde la calle. Después pidió un café y un cruasán e intentó leer el periódico para olvidarse de la noche anterior. Después de media hora, pidió una segunda taza, miró hacia los dos lados de la calle y abrió el ordenador.
Sin embargo, mientras escribía más notas sobre aquel caso de acoso sexual, no conseguía concentrarse por completo. Aquello nunca le ocurría. Pero cada vez que intentaba mirar a la pantalla, un susurro la transportaba de nuevo al jardín fragante, iluminado por la luz de la luna.
Apoyó la mejilla sobre una mano y cerró los ojos. ¿Cómo era posible que una relación sexual que ni siquiera había tenido la afectara tanto?
—¿ Sakura? ¿Estás bien? —una vez más, una voz masculina interrumpió sus pensamientos, pero esta vez era alta y clara, familiar y muy agradable.
Ella levantó la cabeza y sonrió.
—Estoy bien. Sólo un poco cansada. ¿Qué tal el ejercicio?
—Estupendo —Sasuke estaba sudoroso, pero bien. Saludable y descansado, al contrario que ella. Le señaló la taza.
—¿Quieres otra?
Ella dudó un segundo, pero ¿qué había de malo en una tercera taza de café? Ya tenía los nervios de punta, y no tenía nada que ver con la cafeína.
Él volvió de la barra con una enorme botella de agua bajo un brazo y dos tazas de café humeantes. Después de beberse la mitad de la botella, tomó un sorbito de café y suspiró con satisfacción. Era un hombre en paz consigo mismo y con el mundo. Ella lo envidiaba mucho.
Sakura revolvió el café con la cucharilla, preguntándose si no necesitaría un psiquiatra.
—¿Qué tienes en la cabeza, Sakura?
Sorprendida, lo miró, y vio que sus ojos negros estaban completamente clavados en ella.
—Sólo estoy cansada. No he dormido bien.
—Somos amigos desde hace mucho tiempo. Si hay algo que te preocupe…
Tenía razón. Eran buenos amigos. Pero sin embargo, él era un hombre. ¿Podría entender lo que le estaba sucediendo? Sakura suspiró profundamente. Qué demonios. Si se estaba volviendo loca, él se daría cuenta muy pronto.
—Creo que estoy perdiendo la chaveta.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
—¿Quieres una segunda opinión sobre eso?
—Ocurrió algo anoche que… yo… —notó que empezaba a ruborizarse—. No importa. No puedo explicártelo.
—Inténtalo.
—Creo que tengo que ir al psiquiatra.
—Yo hice un módulo de psicología en la facultad. Creo que incluso saqué un sobresaliente.
Ella se mordió el labio y lo miró.
—Tienes que prometerme que no se lo vas a contar a nadie.
—Dame un dólar.
—¿Qué?
—Dame un dólar, y me habrás contratado. Tendrás el secreto profesional a tu favor. No podré contárselo a nadie.
—No necesito un abogado —dijo ella, deseando no haber sacado el tema.
—Quizá no, pero creo que necesitas la parte de asesoría.
Tenía razón, otra vez. Así que se lo contó, mirando fijamente a la taza.
—Fui a dar un paseo por el jardín del hotel anoche. Accidentalmente… oí a una pareja. Estaban… haciendo el amor.
—¿Los viste? —su voz sonaba extraña, como si se hubiera quemado la garganta con el café.
—No. Yo estaba detrás de un seto muy espeso —respondió, mirándolo. No quería que creyera que era una pervertida—. Debería haberme marchado en cuanto me di cuenta de lo que estaban haciendo, pero no podía salir sin que me vieran, así que decidí esperar a que terminaran.
—Así que te sientes como una mirona. ¿Es eso?
—No. No. No es eso. Es el hombre…
—¿Qué pasa con el hombre? —preguntó él ansiosamente, inclinándose hacia delante.
—Dios, ésta es la parte de la locura. Es tan difícil de explicar… Era su voz —miró el café, tan oscuro y cálido como la noche anterior. Ella misma estaba sintiendo calor al recordar lo ocurrido—. Le estaba susurrando a la mujer. Diciéndole cosas… maravillosas y eróticas.
—¿Y?
Ella tragó saliva.
—Y yo lo deseé. Quería que me hiciera aquellas cosas a mí. Me quedé en aquel banco, sentada, cada vez más… excitada. Probablemente él estaba tan cerca de mí como tú ahora mismo. Tan cerca, que podría haber estado susurrándome a mí. Yo… yo… oh, Dios —dijo, y apoyó de nuevo la cara en la mano.
—Tienes una fantasía acerca de hacer el amor con un extraño. Mucha gente las tiene. Es normal.
Ella se arriesgó a mirarlo, pero él no parecía estar muy asqueado por su confesión. Tenía una media sonrisa en los labios.
—¿De verdad?
Él se encogió de hombros.
—Eso es lo que me dijeron en el módulo de psicología de la facultad.
Ella sonrió. De alguna forma, aquello no había sido tan malo como había pensado. Incluso se había atrevido a mirarlo a la cara mientras confesaba la peor parte.
—Lo que pasa es que no puedo dejar de pensar en él, en su voz. Sasuke, lo deseo. No tengo ni la más remota idea de quién es ese hombre, pero lo deseo tanto que no puedo dormir. Ni siquiera puedo concentrarme en el trabajo.
Él repiqueteó con los dedos sobre el metal de la mesa.
—¿Estás segura de que lo deseas?
Ella frunció el ceño.
—Te acabo de decir que no puedo dejar de pensar en él.
—Pero ¿es el hombre, o la fantasía, lo que realmente deseas? ¿Qué pasaría si descubrieras que es el conserje del hotel? ¿Un calvo gordo de sesenta años, casado? Demonios, incluso podría ser yo.
Ella se rió.
—No podrías ser tú. Si tú y yo estuviéramos destinados a atraernos, ya habría sucedido, ¿no?
Él se encogió de hombros, tomó la botella de agua y le dio un buen trago.
Ella observó cómo se movían los músculos de su cuello, y notó que el sudor le había humedecido la camiseta.
—Tienes razón, de todas formas. Podría ser cualquiera. Eso es lo que convierte todo este asunto en una locura.
Sasuke se limpió la boca con el dorso de la mano y tapó la botella.
—No creo que estés loca. Creo que has estado trabajando demasiado. Eres una mujer joven con muchas necesidades a las que no estás prestando atención. Quizá necesites relajarte un poco y empezar a divertirte.
—Cuando haya conseguido ser socia del bufete. Entonces, buscaré un compañero para mi vida.
A pesar de que él no se había disgustado cuando ella le había confesado su obsesión con un extraño, su expresión en aquel momento era vagamente despreciativa.
—Lo tienes todo bien planificado, ¿eh?
—No te burles de mí. Tú eres tan controlado como yo. He visto a las mujeres con las que sales. Son imposibles. Nunca te duran mucho porque eliges a las que no están dispuestas a comprometerse.
Sasuke se apoyó en el respaldo de la silla y se apartó un mechón de pelo húmedo de la frente.
—Parece que no soy el único que hizo un módulo de psicología en la facultad.
—Lo siento. Eso no venía a cuento.
—No, no venía a cuento. Yo salgo con ese tipo de mujeres por una razón.
—¿Cuál es?
Él la miró durante un momento.
—Puede que algún día te lo diga. Pero ahora, deberíamos volver. Las reuniones empiezan en una hora —dijo, y se puso de pie.
Ella arrugó la nariz.
—Y tú tienes que ducharte.
Mientras caminaban hacia el hotel, él le preguntó:
—¿Qué vas a ponerte esta noche?
—¿Esta noche? Ah, el Mardi Gras. He alquilado un disfraz de sirena. ¿Y tú?
—De tiburón.
Ella rió suavemente.
—Muy apropiado para un abogado.
Sakura puso rectas las aletas de la cola del traje mientras entraba en el salón del hotel, sintiéndose tan fuera de lugar como si fuera una sirena de verdad. Le había gustado el traje cuando lo había visto en la tienda de alquiler. No era muy atrevido. El escote era alto, y la tela le cubría todo el cuerpo. Además, le valía, así que lo había alquilado. Sin embargo, a la hora de la verdad, el disfraz le parecía demasiado brillante.
Una de las animadoras del hotel le puso unos cuantos collares de Mardi Gras por la cabeza, verdes, dorados y granates. Justo lo que necesitaba, llamar más la atención.
Miró a su alrededor y se sintió mejor al ver brillo y glamour por todas partes. Casi un tercio de los abogados del bufete Donne, Green y Raddison eran mujeres. Algunos de los miembros más antiguos de la plantilla, la mayoría de los cuales eran mujeres, también habían sido invitados a la convención, así que el balance de géneros no era tan desigual como ella había temido. Los organizadores habían contratado a una banda de cinco músicos, y el solista tenía una voz muy seductora.
Aunque habían pasado semanas desde que el Mardi Gras de verdad había terminado, todo el mundo había hecho un esfuerzo para disfrazarse. Había reyes de todas las épocas y casi todos los dioses de la mitología griega y romana. Baco estaba bebiendo de un vaso tan grande que Sakura tuvo la sospecha de que era uno de los jarrones del salón. Al mismo tiempo, devoraba con los ojos a María Antonieta.
Contó varias Scarlett O'Haras y Rhett Butlers, y también vio a Little Bo Peep hablando con un tiburón.
Ah, un tiburón. Entre las máscaras, las conversaciones y el hecho de que la mayoría de los trescientos empleados de la empresa fueran desconocidos para ella, no le resultaba nada fácil reconocer a las personas. Era muy útil que Sasuke hubiera mencionado su disfraz.
Llegó hasta el tiburón y Bo Peep, y por el camino se detuvo un momento a hablar con Nerón, que parecía uno de los directivos. Mientras intercambiaban cumplidos, un camarero les pasó una bandeja de bebidas.
—¿Quieren cóctel de menta, o prefieren otra cosa?
Nerón sonrió, tomó dos vasos y le ofreció uno a Sakura.
—Gracias —ella ya había descubierto que la menta eran dos hojas que flotaban en la superficie del líquido. El resto era coñac y nada más.
Siguió su camino hasta Little Bo Peep y el tiburón, que estaban hablando sobre la compra de una compañía por parte de los trabajadores.
—La cosa es Neji, que si la compañía A compra a la compañía B con acciones, en vez de hacerlo con dinero, sabiendo que no va a cumplir los objetivos…
¿Desde cuándo se había vuelto Sasuke tan aburrido? Aunque, pensándolo bien, su voz no sonaba a Sasuke.
—¿Sasuke?
El tiburón sacudió su cabezota negra.
—kiba inuzuka. Fusiones y adquisiciones —dijo, y la recorrió con la mirada—. Una criatura de mar. ¿Nos conocemos? Es difícil decirlo, con estas máscaras. Te presento a Neji hyuga, de mi departamento.
—Soy Sakura Haruno, de Litigios. Encantada de conoceros. Creía que eras otra persona. Siento haberos interrumpido —y se alejó, mientras ellos seguían con su conversación sobre fusiones de empresas.
Miró a su alrededor y vio un par de tiburones más. El disfraz de Sasuke no había sido tan original como él había pensado. Le dio un trago al cóctel que llevaba en la mano y se dio cuenta de que tenía la lengua adormecida por el alcohol, y que además, no era tan malo. El gusto salvaje de la bebida parecía hecho exactamente a la medida de la música de jazz de la banda.
Debería mezclarse con la gente. Aquello podría parecer una fiesta, pero sólo eran abogados hablando de trabajo, exactamente igual que kiba y Neji.
Se le metió el ritmo de la música en el cuerpo y miró hacia la pista de baile. Había varias parejas bailando.
—¿Te gustaría bailar? —le susurró una voz al oído.
No. No era una voz. Era la voz.
Su voz.
No era posible, y sin embargo, asombrosamente, increíblemente, el hombre de los susurros exóticos estaba en aquella fiesta de disfraces. A Sakura ya se le había ocurrido la posibilidad de que fuera alguien de la empresa, pero nunca había soñado que lo conocería. Se volvió, con los nervios de punta, para ver quién era el que había encantado sus sueños, tanto dormida como despierta, durante dos días.
Y a pesar de todo lo que se había dicho a sí misma, el aspecto físico de aquel desconocido no le resultó ninguna desilusión. Era magnífico.
Neptuno. Desde la corona dorada que llevaba en la cabeza hasta el tridente, aquel hombre era el rey de los océanos. La armadura que le cubría el pecho parecía hecha a la medida de su anchura. Era alto, nada calvo, e incluso aunque llevaba la cara cubierta con una máscara también dorada, ella tuvo la impresión de que desprendía juventud y poder.
Le latía el corazón más fuerte que los tambores, y tenía la respiración atrapada en la garganta.
—¿Quién eres tú? —se las arregló para decir.
—Neptuno. Yo reino en tu mundo, así que tienes que hacer todo lo que yo te pida —él continuaba susurrando.
—¿Quién… quién eres, realmente? —el corazón le latía tan fuerte que casi no oía sus propias palabras.
Él le acarició la barbilla y después le deslizó el dedo por el cuello. Su roce hizo que le ardiera la piel a Sakura. Estuvo a punto de gritar.
—Tú sabes quién soy. Te vi en el jardín.
Aquella manera calmada de recordárselo hizo que se le acelerara el pulso y que la cara le ardiera bajo la máscara de lentejuelas.
—¿Tú sabías que estaba allí?
—No, hasta… después. Te vi.
—Yo no… no quería cotillear. Sólo que no podía…
—Lo sé —susurró, para tranquilizarla.
—Esa mujer, ¿está aquí?
Él sacudió la cabeza.
—Se ha ido. No había nada entre nosotros. No significaba nada.
Ella asintió.
—Es a ti a quien deseo.
Ooh. Ella ya se estaba derritiendo de necesidad por él. Probablemente, él también trabajaba en el bufete. Y con una risa nerviosa, se dio cuenta de que no le importaba en absoluto.
Neptuno se tomó su silencio como un «sí», y la tomó por el codo de una forma deliciosamente autoritaria para guiarla hasta la pista de baile.
Entonces decidió hacerle una pregunta. Era posible que fuera una temeraria, pero tenía principios.
—¿Estás casado?
—No —pensándolo bien, él le había hecho a la mujer del jardín la misma pregunta, así que probablemente estaba diciendo la verdad.
Ella le sostuvo la mirada durante un segundo, o al menos lo que pudo ver. La máscara le cubría el rostro por completo, pero atisbó un brillo oscuro a través de las aberturas de los ojos. ¿Serían redondos o rasgados? Era imposible saberlo. ¿Marrones? ¿Negros? ¿Verdes? De nuevo, imposible decirlo.
Como tampoco podía estar segura de cuál era su estado civil. Entrecerró los ojos y le sacó el guante verde de la mano izquierda, pero él no llevaba alianza. Había dos posibilidades: que no la llevara normalmente, o que estuviera diciendo la verdad.
—Confía en mí, soy soltero.
—Soy abogada. No confío en nadie.
Mientras bailaban al ritmo de una vieja canción de amor, el extraño atrajo su cuerpo hacia él.
Era cálido y sólido. Sakura se sentía bien. Se adaptaban perfectamente.
—Sabía que bailaríamos muy bien juntos —susurró él.
—Mmm.
Se movieron, tan cómodos con aquella música como si estuvieran flotando en el mar.
—Quiero hacerte el amor.
Aunque había estado obsesionada por que aquel hombre le dijera aquellas palabras, sintió una fuerte impresión al oírlas. Respondió con sarcasmo al sentir que necesitaba un poco de espacio para moverse.
—Eso lo dices a menudo. ¿Funciona siempre?
—Lo digo en serio. Te deseo, como sé que tú me deseas a mí.
—Mmm —ella levantó la cabeza y se obligó a abrir los ojos—. Todavía no he dicho que sí.
—¿No?
—No. Eres un hombre muy atractivo y… eh… ¿podría haberme emborrachado con un cóctel de coñac?
—No estás borracha. Sólo relajada.
—Parece que eso te sorprende.
Ella sintió cómo los músculos se le tensaban y se le relajaban al encoger los hombros suavemente.
—Me da la impresión de que la mayor parte del tiempo estás muy tensa.
—Contigo no. Tú eres un extraño. Yo puedo ser cualquiera y hacer cualquier cosa —dijo, y sonrió en secreto contra su hombro—. Es muy liberador.
Él deslizó la mano por su espalda, y Sakura notó que se derretía. Neptuno le acarició el pelo y atrajo su cabeza lentamente hacia él para besarla. Le pareció que pasaban años hasta que sus labios se rozaron, y disfrutó de cada momento de impaciencia. Cuando, finalmente, sus caras se juntaron, ella suspiró al sentir el placer.
Su fantasía se estaba convirtiendo en realidad. Era posible que se hubiera vuelto loca y estuviera imaginándose todo aquello, pero, por el momento, no le importaba. Cuando los labios empezaron a temblarle de deseo, él se los lamió y tomó posesión de su boca.
El ruido y las luces desaparecieron. No había nada más en el mundo, sólo aquel beso. Ella lo había esperado toda su vida. Se aferró a sus labios y le dio la bienvenida a su lengua, que la invadió, la arrasó, la excitó.
La mujer salvaje que había dentro de ella deseaba a aquel hombre, y lo deseaba en aquel momento. Separó los labios y le dijo:
—Pídemelo. Pídemelo ahora.
—No voy a pedírtelo —su susurro fue, en parte, como un gruñido—. Voy a tomar lo que es mío —la agarró de la mano y se la llevó hasta la puerta más cercana.
—¿Adónde vamos? —no quería ir al jardín. Si alguien los interrumpía, se moriría.
—A mi habitación.
Ir a su habitación le daría demasiado poder.
—No, a la mía.
Él no puso ninguna objeción.
Salieron rápidamente de la sala de baile y entraron en el ascensor. Sakura se sintió estúpida cuando un par de turistas se los quedaron mirando, pero rápidamente las puertas se cerraron y se quedaron solos. Se besaron fieramente mientras subían, casi sin parar para tomar aliento.
Una vez que llegaron a la planta de Sakura, ella tuvo un momento de inseguridad. Se detuvo en mitad del corredor y se preguntó qué demonios estaba haciendo. Se volvió al hombre que la acompañaba, pero cuando abrió la boca para hablar, él le dio un beso que borró cualquier pensamiento racional.
Era como si su sexualidad, que había mantenido reprimida, hubiera explotado como un volcán. Aunque intentara controlarla, no podía hacer que volviera a dormirse, así que se dejó llevar por la corriente, sin romper el contacto con él hasta que llegaron a la puerta de su habitación. Ella intentó meter la llave en la cerradura, tan torpemente que Neptuno se la quitó y abrió él mismo.
—¿Vas a confiar en mí?
Ella ya había tomado aquella decisión, o de lo contrario, no estaría allí.
—Sí.
Entonces, él entró en la habitación. Ella observó su silueta, dibujada por la luz de la luna que entraba por la ventana. Entonces, aquellos poderosos brazos corrieron las cortinas, y sumieron la habitación en la oscuridad.
Ella notó un temblor suave en el vientre, que se extendía poco a poco.
Sabía por qué estaba temblando. Había tenido cierto control sobre sus fantasías cuando estaban en su cabeza, pero una vez que se habían hecho realidad…
Allí, en su habitación, el rey de las profundidades ejercía su dominio.
Cuando ella intentó orientarse en la oscuridad, intentó averiguar en qué dirección estaba la puerta, oyó su voz, a unos centímetros del oído.
—Me he quitado la máscara. ¿Quieres que encienda la luz?
¿Lo quería? A la luz, era posible que él fuera tan corriente como Kiba Inuzuka, y ella no fuera más que otra adquisición u otra fusión de empresas. Él podría empezar a exigirle su tiempo, sus atenciones, sus emociones. No. Aparte de ser lo más erótico que había hecho nunca, aquello era también eficiencia en cuanto al tiempo. Por su anonimato, aquella cita no duraría más que una noche.
—No. Me gusta la oscuridad —dijo ella—. Sé que no estás casado, pero ¿hay alguna otra razón por la que no debiéramos hacer esto? Me refiero a que si tendrá repercusiones negativas para alguno de los dos.
—Shhh.
—Sólo pienso…
—No pienses. Sólo siente. Déjame que te haga sentir cosas que nunca habías experimentado antes.
Era tan excitante dejarse llevar, darle un respiro a su mente y permitirle a sus fantasías más secretas que se materializaran… Pero tenía que ocuparse de otro detalle capital.
—¿Tienes preservativos?
—Sí.
Ella se humedeció los labios nerviosamente, deseando que la acariciara de nuevo.
—Es muy agradable saber que el rey de los océanos ha venido preparado.
—¿Sabes qué es lo que quiero?
Él quería hacerle el amor, lentamente, gloriosamente, adorándola. Se lo había dicho, pero ella quería oírselo decir de nuevo.
—No. Dime lo que quieres —como él susurraba, ella empezó a hacerlo también, y el sonido de su voz le resultó tan extraño que le parecía que no lo había hecho nunca.
—Quiero que te quites toda la ropa, como si estuvieras haciendo un striptease para el público.
—Pero estamos a oscuras. No vas a ver nada.
—Tendrás que describírmelo.
¿Por qué le hacía aquello? En cuanto se lo dijo, Sakura sintió la calidez extendiéndose por su piel. Hacer un striptease en la oscuridad era la cosa más tonta que había oído en su vida, así que ¿por qué le parecía tan excitante? No pudo evitar sonreír al decir:
—Muy bien. Date la vuelta hasta que esté preparada.
Oyó una suave risa.
—Nada de mirar —dijo Sakura. Respiró hondo, cerró los ojos y se imaginó un bar lleno de humo, con los ojos de los hombres clavados en ella, moviéndose con tacones altos por el escenario, segura de sí misma y atrevida.
—Estoy preparada.
Oyó el ruido de los muelles del colchón y supo que él se había acomodado en la cama a «mirar».
—No sé cuál es la canción que está sonando. ¿Cuál es?
—You can keep your hat on, de Joe Cocker.
Y en aquel momento, empezó a oír la melodía sexy de la canción en la cabeza. Comenzó a moverse, pavoneándose y bailando al ritmo de la música. Se sentía libre y exótica. Las cuentas de los collares de Mardi Gras chocaban y hacían ruido, como un suave aplauso.
—¿Qué es lo primero que te vas a quitar?
—La cola y las aletas.
—Buena elección.
Se concentró en el ritmo mientras se quitaba el velero y las cremalleras, y finalmente consiguió librarse de la cola de la sirena y la tiró al suelo.
—Y ahora, ¿qué llevas?
—Una máscara azul y verde, un corpiño de lentejuelas y malla, unas braguitas… —demonios, y también llevaba pantis, pero no iba a estropear su imagen mental, ni la de aquel extraño tan sexy, mencionándolas. Se los quitó tan silenciosa y rápidamente como pudo y los mandó a la otra esquina de la habitación.
—¿De qué color son las braguitas?
Ella tragó saliva, sintiendo el cuerpo pesado. Casi no podía hablar.
—Negras.
—Ven aquí.
Ella dijo, intentando poner voz de chica de striptease:
—Lo siento, señor, no puede tocar, sólo mirar.
—Pero tengo aquí un billete de veinte dólares nuevecito para ponerte dentro de las braguitas negras.
—Oh —ella tragó saliva de nuevo. Seguro que él pensaba que llevaba unas bragas de seda muy sexys, y no las de deportes de algodón, cómodas y prácticas, que llevaba en realidad.
Oyó el crujido del billete, y supo que él la estaba provocando. Muy bien. Se acercó a la cama, donde la oscuridad era total, y sintió el calor que él irradiaba.
Aunque ya se lo esperaba, la caricia que él le hizo en el vientre le cortó la respiración. Dibujó con un dedo el camino entre su cadera derecha y el ombligo, dejando un rastro de piel de gallina por el camino, y después deslizó la mano bajo la cinturilla de las bragas. Ella tembló cuando él le rozó los rizos con los dedos. Después notó la aspereza del billete cuando él lo metió en la braguita y sacó la mano.
—Me gusta cómo bailas.
—Gracias, señor.
Ella se alejó unos pasos, con la música sonándole a un volumen más alto en la cabeza. Notaba la temperatura erótica de la habitación subiendo grado a grado. Podría jurar que oía el ruido del hielo en los vasos, que olía el humo de los cigarrillos y que sentía el escenario bajo sus pies.
—Espero que esté prestando atención, señor, voy a quitarme el corpiño.
—Vamos, cariño. Tienes toda mi atención.
Ella bajó la cremallera del costado, con un siseo suave, y sólo por divertirse, bailó un poco más sujetándose la prenda sobre el pecho, aunque él no pudiera verla. Nunca se lo había pasado tan bien, ni se había sentido tan seductora.
—¿Estás preparado para ver mis pechos desnudos? —provocó ella.
—Oh, sí.
Ella tiró el corpiño junto con el resto de la ropa. En aquel momento, no llevaba nada más que las braguitas, los tacones y la máscara, pero él no lo sabía.
—Ahora voy a sacudir los collares dorados. No te marees.
—Ya estoy mareado.
Ella había visto a una chica hacer un striptease una vez, en la facultad, y aquella mujer tenía un control asombroso de sus músculos. Intentó imitar aquellos movimientos seductores.
Giró las caderas, y la cabeza se le movió al mismo ritmo. Se estaba volviendo loca de deseo. Se acercó a él y le dijo:
—Ahora voy a quitarme las braguitas.
—¿Cuánto quieres por ellas?
Ella se quedó tan sorprendida que se le olvidó el papel que estaba desempeñando. Se quedó inmóvil, y la música dejó de sonar en su cabeza.
—¿Eh?
—Por tus braguitas. ¿Cuánto?
¿Hacían aquello las chicas de striptease? No tenía ni idea, pero respetaba el derecho de las bailarinas de sacar provecho de su danza.
—Cincuenta dólares.
—Te daré cien si me dejas que te las quite yo.
Le salió un suave quejido de la garganta. Estaba tan excitada que no entendía cómo la prenda en cuestión no se había quemado ya.
—Muy bien —y una vez más, se acercó a él.
Entonces, él la acarició. Con un dedo, siguió la cinturilla elástica de las braguitas, y cuando llegó al billete de veinte dólares que había metido antes, lo sacó, y ella notó que se daba la vuelta para dejar el dinero sobre la mesilla de noche.
Le bajó las bragas, poniéndose de rodillas enfrente de ella, y sin embargo, no se sintió como una chica de striptease, sino que por la reverencia de sus movimientos, se sintió como una recién casada, o algo así.
Después le quitó los zapatos y dejó que cayeran a la alfombra.
En aquel momento, ella estaba totalmente desnuda, aparte de la máscara.
—Eres muy guapa.
—No me ves.
—Pero lo siento —y realmente, lo sentía.
Le puso las manos sobre las caderas y la acarició hasta los hombros, antes de bajar a los pechos. Ella dejó escapar un suspiro cuando lo sintió, y él aprovechó para besarla profundamente.
Ella se acercó y lo abrazó. Al hacerlo, sintió la sorpresa de la carne contra carne, cálida y suave.
—¡Estás desnudo!
Él rió suavemente contra sus labios.
—Tenía la esperanza de que te dieras cuenta.
—Pero yo quería que tú hicieras un striptease para mí.
—Quizá la próxima vez.
Aunque los dos sabían que no habría una próxima vez, ella se dejó seducir por la idea.
—Te obligaré a desnudarte bajo la luz de un foco, en una habitación llena de mujeres.
Entonces él apretó su cuerpo y ella sintió su erección contra el vientre. Lo deseaba con todas sus fuerzas.
La tendió en la cama, y Sakura oyó cómo rasgaba el paquete de un preservativo. Después se acercó a ella, se inclinó, le quitó la máscara y la tiró a un lado.
Ella se sentía maravillosamente libre con aquel extraño, aquella noche loca. No había prisa, pero tenía una necesidad muy intensa de experimentarlo todo, de que la llenara, de darse generosamente.
Si se atiborraba de él durante toda la noche, probablemente su obsesión desapareciera. Ojalá.
Neptuno se movió hacia ella, cálido, largo y musculoso. Ella le acarició la espalda, los brazos y el pecho. Era atlético y tenía el vientre plano. Aquello era poco corriente en un abogado, según su experiencia.
La besó en los labios, en los pómulos y en la nariz, en la barbilla y en la garganta, aprendiendo a conocer su cara en la oscuridad, tal y como lo hubiera hecho un hombre ciego. Tenía los labios calientes y firmes, y hacía que le cosquilleara la piel allí donde la tocaba. Desde la garganta, trazó perezosamente un camino húmedo hasta sus pechos, y probó sus pezones duros. Cuando tomó uno de ellos en la boca, ella gimió y se arqueó al experimentar sensaciones asombrosas moviéndose en espiral por su cuerpo.
Después, le cubrió de besos el vientre. Cuando le acarició los muslos y le separó las piernas, ella se abrió ansiosamente ante él.
En el jardín, él le había dicho a la mujer todo lo que iba a hacerle, pero aquella noche, con Haruno, se mantuvo en silencio. Aunque hubiera adorado aquel susurro sexy, se alegraba de que las cosas fueran diferentes con ella. Además, en la oscuridad, cada caricia era una sorpresa, cada pausa silenciosa la llenaba de ansiedad por descubrir lo que vendría después. Era muy excitante esperar a averiguar dónde se posarían sus labios y sus manos la vez siguiente.
Esperaba que él se hundiera en ella, pero de repente, notó el asalto húmedo de su lengua en el lugar más sensible del cuerpo. Gritó y se arqueó desesperadamente. Era demasiado. No podía soportar tanta excitación.
—No, espera —le pidió, jadeante. Pero ya era demasiado tarde. Sintió que su cuerpo se rompía en mil añicos.
Todavía estaba flotando, cuando notó que él penetraba en su cuerpo. Le pareció que titubeaba, esperando a que lo invitara a entrar completamente.
—Sí, por favor.
Entonces no necesitó más ánimos. Entró en ella y la llenó hasta que Sakura sintió que no podía tomar nada más. Le clavó los dedos en los hombros y le acarició la espalda.
Hacía tanto tiempo que no hacía el amor, que casi le pareció como la primera vez. Había olvidado las sensaciones: la tirantez de la carne, blando contra duro, áspero contra suave. Había olvidado la asombrosa intimidad de estar conectada con otro ser humano. O quizá fuera que nunca se había sentido de aquella manera.
Él se quedó quieto y dejó que sus caderas descansaran contra las de Haruno. Le besó los labios, susurrándole palabras tiernas al oído, dándole tiempo para que se ajustara a él. Cuando ella se relajó y suspiró, él empezó a moverse, lentamente al principio, después rápidamente y con fuerza.
Los sonidos que ella emitía eran salvajes y primitivos mientras arqueaba la espalda para recibir cada embestida, mientras se empujaban el uno al otro hacia el éxtasis. Durante un momento interminable, él la sostuvo, suspendida en el borde del precipicio, y después, con un sonido gutural, se hundió, llevándosela a la parte más profunda del océano donde reinaba.
Cuando sus últimos jadeos hubieron cesado, él se apoyó sobre un costado y la acurrucó contra su cuerpo. La mejilla de Sakura descansaba en su pecho, y ella, que se enorgullecía del control que tenía sobre sus emociones, lo perdió por completo y rompió a llorar.
