Parte uno: Anacronismo
I: Una perfectamente buena explicación
Hay una perfectamente buena explicación para todo esto. Lo juro. Yo Salto, ¿vez? No soy de este mundo; soy de otro lugar y otro tiempo. He estado saltando de aquí para allá entre los dos por los últimos quince años.
Mira, la primera vez que salté tenía seis años.
Ese día le di una cachetada a Marie porque me llamo mentirosa. Estabamos jugando a las carreritas en el patio de la escuela con dos maestros para vigilarnos, que juzgaban quien era el perdedor y quien era el ganador. Marie era más rápida que yo, así que siempre ganaba. Me sentí mal y harta de perder tanto durante la quinta carrera así que empujé a Marie y la pase. Ella fue a los maestros llorando y diciendo que hice trampa. Así que la cachetee (Si, era mala cuando tenía seis años. No me juzgues).
Me mandaron a la oficina del director para convencerme que cachetear a la gente estaba mal. Le dije que no creía haber hecho trampa: Estaba usando mis habilidades para vencerla. No era mi culpa que se cayera con ese pequeño empujón.
El director no lo vio de esa manera. Llamó a mis padres y ambos llegaron a la escuela para recogerme. No estaban felices. El camino a casa transcurrió con los dos gritándome... ¿Que estaba pensando? ¿Cómo pude hacer eso? ¿Le pedí disculpas a la pobre niña? ¡Discúlpate mañana! ¿Cómo pude hacer tal cosa? ¿Acaso no me criaron bien?
Me senté en el carro y me aburrí con sus regaños todo el camino a casa. Entonces, en el momento en el que el carro se detuvo completamente en el garaje, abrí la puerta, corrí hacia mi cuarto, y caí en la cama llorando.
Odiaba mi vida. En ese entonces odiaba todo. Al director, los maestros, Marie, mis padres, los odiaba a todos. Solo quería irme. Escapar. Dejar todo atrás y nunca regresar.
Así que Salté (Si, a mí también me pareció bastante espontáneo).
En un momento estaba sollozando en mi cama. Entonces, ¡Flash! Estaba tendida en un suelo frio como piedra.
Parpadeé una vez. Dos veces.
Me senté y mire alrededor. No estaba en mi casa. No estaba en ningún lugar que reconociera.
Pasos.
Gritos.
Estaba escondida en una esquina, observando la conmoción ante mí.
Era un pasillo. Un hermosamente tallado pasillo alumbrado solo por velas alineadas en las paredes. Arcos gravados se abalanzaban por encima de mi cabeza, entrelazados para formar el techo. Personas infestaban el pasillo. Personas no... Eran muy bajos para ser personas. Bajos y fornidos. Los hombres tenían barbas largas en trenzas y vestían armaduras. Espadas colgaban a sus costados. Los pequeños hombres... de hecho eran enanos, pero no sabía que eran llamados enanos en ese entonces, corrían por el largo pasillo arqueado. Estaban escapando de algo. No podía ver de qué, pero los enanos estaban gritando cosas en un extraño lenguaje.
Un enano gordo sin barba se detuvo y me agarro de la muñeca. Gritó algo en una voz grave, pero no pude entenderlo. El enano –de repente se me ocurrió que él era realmente ella; estaba viendo a una mujer baja, fornida y fea– movió la cabeza y me dejó.
Estaba tan asustada que olvide llorar.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué todos estaban corriendo? ¿De qué estaban asustados? ¿Por qué estaba yo ahí? ¿Mi cuarto? ¿Mi habitación? ¿A dónde se había ido? ¿Dónde estaba mama? ¿Dónde estaba papá? No lo sabía.
Mi corazón estaba acelerado. Me acurruque hecha una bola, sentada en el piso de piedra al lado de un pilar grueso. Nadie me notó. Todos estaban demasiado ocupados con sus propios problemas para notar a una pequeña niña de seis años (No puedo decir que los culpe).
Las multitudes empezaron a esparcirse. La mayoría de los enanos se habían ido. Unos pocos enanos llegaron corriendo del pasillo, esos vestidos completamente en armaduras con sus espadas y hachas levantadas. Algunos de ellos estaban tenían heridas sangrientas y quemaduras.
De repente el miedo, el pánico a lo desconocido, todo llego a mí. Enterré mi rostro en mis manos y empecé a chillar. Podía saborear sal en mis labios. Un sonido profundo y seco salió de mi garganta y tosí. Mocos corrían por mi cara.
–¡Gos! ¡Gos! ¡Sebar!
Alcé la mirada y observe al enano en frente de mí. Era un poco más alto que los otros enanos. Tenía el cabello café negro desaliñado y una barba negra. Vestía la misma armadura que los demás, pero tenía un aire superior que destacaba del resto. Sostenía su espada en su mano derecha; la izquierda echa un puño, quemaduras largas y rojas cubrían su mano.
Dijo algo que otra vez no entendí.
–¿Que dices? –sollocé. Las lágrimas no paraban de verterse por mi rostro. Mis ojos estaban hinchados y mi cara mugrienta. Estaba cubierta en mocos y mi cabello estaba hecho un desastre. Hombre, debí haber lucido fea. ¡No estés de acuerdo conmigo!
Fue la primera vez que el enano me vio bien. Sus ojos se ampliaron cuando vio mis jeans azules y mi camiseta rosa.
–¿Quién eres? –me preguntó esta vez en mi idioma.
Limpié mi nariz con mi mano. –Soy Ana.
Dudó y luego me dijo su nombre. –Thorin.
Las lágrimas pararon y reí un poco. –Ese es un nombre gracioso.
Entonces, hubo un enorme y profundo aullido en algún lugar por el pasillo. Di un chillido de terror y me encogí aún más en las sombras. Thorin, sin embargo, me recogió con su brazo izquierdo y empezó a correr por el pasillo. Grité y arrojé mis brazos alrededor de su cuello.
–¡Bájame! ¡Bájame!
–¡Solo si quieres ser comida por Smaug! –gritó Thorin.
–¿Smaug? ¿Qué es eso? ¿Es algún tipo de enfermedad?
Y entonces, el gran dragón rojo apareció al final de su pasillo. Grandes dientes amarillos, brillantes escamas rojas, diabólicos ojos amarillos. El dragón Smaug echaba fuego de su boca y tenía la mirada fija en nosotros.
Mis gritos empezaron de nuevo y empecé a arañar la espalda de Thorin.
–¡Dragón! ¡Dragón! ¡Dragón!
Grité mientras el sonido rasgaba mi garganta. Aullé y lloré como un alma en pena, aferrándome a Thorin. El corrió a lo largo del pasillo tan rápido como sus cortas piernas se lo permitieron. Me retorcí tanto que Thorin me tiró. Caí con un fuerte golpe en el suelo de piedra.
–¡Ana!
Smaug abrió sus terribles fauces y dejó ir el fuego. El calor recorría el pasillo. Las flamas se comían las paredes mientras se acercaban más hacia mí.
Salto.
Grité y me azote en mi cama. Las cobijas me envolvieron y con un golpe seco caí al suelo encima de una de mis barbies (son ese tipo de mujeres plásticas, perfectas que... oh, que importa). Me senté y miré la habitación salvajemente. No había un dragón a la vista. Tampoco Thorin.
–¿Ana? ¡Ana!
Mi madre abrió la puerta de golpe. Se quedó en la entrada, sin aliento. Dejó escapar un suspiro de alivio al verme.
–Estas bien –dijo.
Pero no estaba bien. Lágrimas brotaban en mis ojos y lloré miserablemente en las sabanas de mi cama. La pequeña mi de seis años no pudo con eso.
Lloré continuamente esa noche. Intenté explicarle a mi madre lo que había pasado. No era solo un sueño. Había sido real. Realmente había ido a ese lugar. Había visto a esos pequeños hombres. Realmente había visto un dragón. Thorin había sido real. Mis padres no me creyeron. Un sueño, dijeron, nada más. Eventualmente les creí (era una idiota en ese entonces).
Pero los Saltos no se detuvieron ahí. Unos pocos meses después, en el medio del séptimo cumpleaños de una amiga, salté de regreso a Tierra Media y me encontré en la cama de una posada. Mi viaje duro medio día antes de que apareciera espontáneamente en la casa de mi amiga. Sus padres me buscaron por todas partes. Incluso habían llamado a la policía.
Salté al menos veinte veces durante los siguientes años. Terminé en un lugar diferente y un tiempo diferente en cada salto. Una vez desperté en la madriguera de una araña gigante (que resultó en mi inmenso temor a las arañas), otra vez desperté en Hobbiton (esos Tuk si que saben como tratar a los invitados), salté a Forodwaith (y fui perseguida por lobos blancos), salté las a Montañas Blancas (donde me quede por cinco días y casi muero de hambre) y salté a los Páramos Fríos (y casi me comen los trolls).
Aunque obtuve algunas historias muy interesantes de esos saltos (algunas vendrán luego), ninguna de ellas es importante así que seguiré a cuando tenía doce años y me atropelló un camión.
Bueno, esa es una exageración. Realmente no me atropelló un camión. Estaba cruzando la calle. Iba a encontrarme a unas amigas para ir de compras y no estaba prestando atención a donde iba. Sonó una bocina. Giré. Vi el camión. El conductor gritó. Grité. Salto.
Una parte de mi desea que ese camión me hubiera atropellado ese día. Hubiera sido mejor que el horror que vi en Tierra Media.
Abrí mis ojos en las laderas de hierba muerta. En frente, pude ver las desgraciadas ruinas de la Ciudad Blanca. El fuego ardía entre los escombros y una espesa nube de humo negro se elevaba hacia el cielo gris. Las imágenes descoloridas de orcos llenaban Minas Tirith, su celebración podía ser escuchada a través de las llanuras.
Lloré, aunque en ese momento no sabía que significaba esa destrucción. Solo sabía que cosas malas habían pasado y que los fuegos rojos sobre la montaña hablaban de fatalidad al mundo en el que estaba.
–¡Gimbuz–izg gagal ni!
Giré. Mi corazón se aceleró.
Había visto trolls antes pero no orcos. Era mi primera vez viendo esas caras grises de ojos asquerosos y carne sudorosa y podrida.
Cuatro se pararon delante de mí con sus estropeadas y horribles caras con miradas lascivas. Murmuraron algo entre ellos en un lenguaje sucio. Solo escucharlos hablar lastimo mis oídos. Sus dientes amarillos resonaron juntos y sus pálidos ojos parpadearon hacia mí y luego a la distancia. Había un hambre terrible sobre ellos. Podía sentir su lascivia de muerte pululando hacia mí como una enfermedad. Un orco desenvaino su espada ensangrentada.
–¡Muero de hambre!
–Este solo sera un bocado.
–¡Un bocadillo antes de la cena!
Giró la espada hacia mi apuntando a mi garganta.
Grité y arroje mis manos sobre mi cabeza (muy heroico, lo se). El Salto tomo el control y me encontré sentada en la acera junto al camión. No estaba lastimada pero la imagen de la ciudad en llamas y esos sucios orcos se incrusto en mi mente. Hombres decaídos, fue lo que pensé de ellos en ese entonces. El tipo de los que se meten en las pesadillas.
Había sido testigo de la destrucción de Tierra Media. No te diré mucho de lo que pasó, pero se que la ultima esperanza de supervivencia había sido aplastada. Todo había fallado. Todo estaba muerto. No había mas esperanza para Tierra Media. Era el final.
Salté varias veces durante los siguientes cuatro años. Todos fueron razonablemente insignificantes. Sin embargo, recuerdo esa vez que me encontré con unos elfos. Fue de hecho la primera vez que vi elfos, aunque había escuchado mucho sobre ellos. Tenia diecisiete años. Mi ultimo año en la preparatoria. Estaba sentada en mi escritorio haciendo mi tarea. Trabajaba en un problema de matemáticas especialmente difícil y de repente...
Abrí mis ojos y vi el rostro del hombre mas hermoso que había visto. De hecho no era un hombre. Me di cuenta rápidamente cuando vi sus orejas puntiagudas. Su largo cabello café caía en sus hombros. Parecía que brillaba con un tipo de profunda eternidad que no pude entender.
Así que, por supuesto, grité. Es una reacción natural cuando te despiertas cara a cara con un hermoso extraño.
Rápidamente saltó lejos y gritó algo en un lenguaje extraño. A su lado estaba otro hermoso elfo. Los dos tenían características similares (seguramente eran hermanos). Me miraron por un momento y luego tuvieron una rápida conversación en elfico.
–¿Quien eres tu? –me preguntó el hermano.
Me arrastre rápidamente hacia atrás y mire a mi alrededor salvajemente. Estaba en un bosque rodeado de árboles gruesos y torcidos. Musgo cubría las raíces y el suelo mientras las hojas caídas de los árboles imperecederos cubrían el suelo. Los dos elfos (''hombres con orejas puntiagudas'', pensé) me miraron con asombro.
–¿Quién eres tu? –pregunté.
–Yo pregunté primero –dijo Elrohir (me dijeron sus nombre luego, pero, para no confundirte te los diré ahora).
–Mi nombre es Ana –lentamente me levante e intente quitar las hojas marrones de mis jeans–. No soy de por aquí.
–Es obvio –dijo Elladan–. Ningún mortal habita este bosque.
–¿Por qué has entrado aquí? –me preguntó Elrohir.
–No quise hacerlo –dije–. Simplemente me dejan botada donde me dejan botada.
Elladan parpadeó. Inclinó su cabeza hacia un lado y me miro fijamente– ¿De qué estas hablando? No entiendo.
–Esta intentando confundirnos –dijo Elrohir.
–No –dijo Elladan–. Creo que esta diciendo la verdad.
Suspire– Miren, esto pasa de vez en cuando. Como una enfermedad. Estoy sentada en mi casa haciendo cualquier cosa y... ¡bam! Estoy en este otro lugar. Una vez me persiguió un dragón. La siguiente vez fui atacada por hombres decaídos fuera de una ciudad que se quemaba. Entonces... ¡bam! Estoy en mi casa. Sigan su camino. Solo estoy pasando por aquí.
Elrohir me miro fijamente– Solo dice cosas sin sentido.
–Tal vez es la barrera del lenguaje –dijo Elladan–. Pensé que hablaba bien el idioma, pero tal vez estoy equivocado.
–Salto de aquí para allá –dije, agitando mis brazos alrededor en un intento de explicarles–. Vengo de un mundo diferente. No se por qué pasa. Solo pasa. ¡Yo Salto!
–¿Tu Saltas? –me preguntó Elladan pensativo– ¿Senturiel?
–¿Qué dijiste?
–No te dejes engañar, Elladan –dijo Elrohir–. Podría ser una espía.
–No lo soy –les dije.
–Habla en una manera extraña –dijo Elladan–, una que no he escuchado
en Tierra Media.
–No sabes tanto para haber escuchado todos los lenguajes –le dijo Elrohir.
–¡Ustedes son los que hablan raro! –les espete– No se preocupen. Me iré en cualquier minuto.
Esperamos.
–Estas cosas vienen y van como les plazca –les dije de mal humor.
Elladan se rió. –Me agrada. Es graciosa.
Elrohir suspiro y meneo la cabeza –Tu encuentras las cosas mas extrañas divertidas.
–Ana, ¿cierto? –dijo Elladan– Dices que no eres de este mundo, entonces, ¿de donde eres?
–Ohio –dije–. Es un estado en los Estados Unidos.
–Nunca he escuchado de tan extraño lugar –dijo Elladan.
–Eso es porque esta mintiendo –dijo Elrohir.
–¡Ui! Tu eres demasiado paranoico –le dijo Elladan. Se volteo hacia mi y sonrió (Dios, tiene una cara hermosa)–. Estas en Lorien, Ana. El bosque de nuestra abuela y abuelo. Nadie ha pasado las fronteras de este bosque sin ser visto antes de ti.
–Eso es porque no pase la frontera –les dije–. Caí aquí. Cuando Salté entre los mundos.
Elladan volteo hacia su hermano y dijo: –Senturiel.
–La –Elrohir le espeto algo en elfo, pero Elladan lo ignoro. Volteo hacia mi y sonrió ampliamente–. Soy Elladan, hijo de Elrond y Celebrian, y este es mi hermano, Elrohir. Bienvenida a Lorien, Ana de Ohio. Deberíamos tratar a nuestros huéspedes mejor, ¿no, Elrohir? –Elladan le dio a su hermano una sonrisa salvaje antes de verme de nuevo– ¿Te gustaría conocer a la Dama Galadriel, Ana?
Parpadeé– ¿Sera... peligroso?
Elladan negó con la cabeza –No si estas con nosotros.
–Okey.
Pero nunca conocí a la Dama Galadriel. Al menos no durante ese Salto. Hubo una luz y abrí mis ojos para ver mi cuarto otra vez. Mi tarea de matemáticas estaba frente a mi en el escritorio. Miré alrededor, pero no había señal de Elrohir o Elladan. Solo mi cama sin tender y mi desordenado cuarto. Me volví a mi tarea. Tome un largo aliento y continué resolviendo mi problema de matemáticas.
Creo que todos los Saltos arruinaron mi personalidad. Veo películas (Son esas historias que se cuentan en imágenes... si. Sabia que no lo entenderías) y los personajes principales siempre están sorprendidos y horrorizados cuando pasa algo inesperado. Yo solo hago lo que sea. Los Saltos son normales para mi. En un momento estoy en clase apuntando en mi cuaderno, en el siguiente estoy escapando de trolls de montaña. Este tipo de vida no es saludable.
Así que, reflexiones personales de un lado, salté por los próximos años. No paso nada interesante hasta mi cumpleaños veintiuno. Veras, mis amigos Bonnie e Nick fueron a mi apartamento a celebrar, y, bueno, fue mas o menos así:
Salté en el sofá de la sala de mi apartamento y me acomode entre Nick y Bonnie.
–¡Muy bien! –grité– ¡Hora de películas! ¿Dónde esta el control?
–No lo se –dijo Nick–, creí que tu lo tenias.
–No –le dije–. Tu lo tenias... ¿Lo estas escondiendo? ¡Eso no es gracioso!
–Estas sentada en el, imbécil –me dijo Bonnie, sacando el control de
debajo de mi.
–Bien, bien –dije, quitandole el control y presionando play. La pantalla se puso negra y comenzó la música.–. ¡Oh, estoy emocionada!
–Odio esta película –dijo Bonnie–. Demasiadas escenas cursis de romance.
–Shush –dije–. Soy la cumpleañera. Yo decido.
–Hay un millón de cosas mas divertidas que hacer en tu cumpleaños veintiuno –dijo Nick.
–Si –dijo Bonnie–. ¿Por qué no estamos en un bar emborrachándonos?
–Ustedes no son divertidos –les dije haciendo un puchero–. La decisión entre ver el recién salido Fantasma de la Opera e ir a un bar a emborracharnos...
–Escogería emborracharme cualquier día de la semana –dijo Bonnie.
–¡Eso, eso! –gritó Nick, chocando la mano con Bonnie detrás de mi cabeza.
–Ustedes apestan –les dije.– Vean si los vuelvo a invitar a mi fiesta de cumpleaños otra vez.
–Creo que deberíamos atarla y quitarle el control.
–Estoy de acuerdo.
–¡Hey! –puse mis manos en frente de de mi cara–. ¡Hey! ¿Que creen que están haciendo?
Nick empezó a hacerme cosquillas en los costados y di un grito de risa. Bonnie se abalanzo sobre el control, pero lo sostuve fuertemente con mi mano izquierda mientras intentaba deshacerme de Nick con mi derecha. Los tres caímos al suelo.
–¡Argh! –grité, empujando a Nick– ¡No! ¡No! ¡Es mi cumpleaños, vamos a ver mi película! ¡No vamos a ir a un bar!
–¡Pero la mayoría dice bar!
–¡Soy la cumpleañera! –les dí un golpe de karate en la cabeza por turno. Riéndose, me voltearon y se sentaron encima de mi.
–Entrega el control –dijo Bonnie.
– No tengo miedo de atacarte con cosquillas otra vez –añadió Nick.
–¡Nunca! –grité, abrazando el control en mi pecho– ¡Nunca me rendiré ante sus aspiraciones malignas!
–¡Vamos! –dijo Bonnie– No eres divertida.
–Tengo que trabajar mañana.
–Bu, bu, entenderán si tienes una resaca.
–No.
–¡Vamos! –Bonnie intentó agarrar el control.
–¡No!
Salto.
(Si, estos Saltos vienen en malos momentos.)
Abrí mis ojos y vi oro. Montañas y montañas de oro. Monedas de oro, copas de oro, joyería de oro, platos de oro, utensilios de oro, paredes de oro, techos de oro... Estaba parada en un camino de piedra (el único lugar donde podías ver el suelo en esta gran sala) entre pilas de oro. Las riquezas me abrumaron. Di un grito ahogado al mirar la deslumbrante vista. ¿Por qué no podía saltar a lugares como este siempre?
Aun estaba sosteniendo el control. Lo coloque en el suelo y me levante boquiabierta. Di vueltas a lo largo del pasillo por un momento, solo observando. ¿Podría alguien querer mas con todo este oro?
Miré alrededor nerviosamente. No había nadie a la vista. ¿Nadie cuidaba el oro? Eso era difícil de creer. Si fuera así de rica, nunca dejaría el oro fuera de mi vista. Seguramente, alguien lo robaría.
Nop. Ni un alma a la vista.
Bueno, pues.
Mire la montaña de oro mas cercana a mi. Había algo como una copa de oro ahí. Oro puro con un gravado intrincado a los lados, con gemas verdes incrustadas en la base. Era una cosa muy bonita. Seria una lastima dejarla ahí tirada.
Extendí una mano vacilante y la levante cuidadosamente de su lugar de descanso.
Gran error.
Se escuchó un sonido retumbante y profundo, casi un bostezo, desde las profundidades de la montaña de oro. Caí al suelo. El ruido sonó a través de la sala.
Entonces, la montaña de oro se empezó a mover.
Una avalancha de monedas de oro se vertió por el camino mientras la montaña se hacia mas y mas alta. Chillé y corrí por el camino, lejos del oro vertiéndose como una fuente, cubriendo el piso de piedra.
Me quede boquiabierta frente a la montaña, incapaz de comprender. Las monedas de oro cayeron dejando al descubierto una montaña roja. No, no una montaña. Un dragón. Smaug.
Me quede mirando. Y mirando. Y mirando.
Los grandes ojos azules parpadearon y la cabeza de la bestia se volteo hacia mi. Podía ver todos sus dientes amarillos sobresaliendo de su roja boca.
Lo miré.
Y entonces grité.
Entonces corrí como si el infierno estuviera detras de mi.
–¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARGHHH!
Si. Sonó algo así como eso.
Corrí por el pasillo a través de las montañas de oro. Había una puerta de piedra adelante. Corrí directamente hacia ella. El profundo rugido de Smaug sonaba detrás de mi.
Atravesé la puerta justo cuando Smaug dejó ir una ráfaga de fuego.
–¡Dragón! ¡Dragón! ¡Dragón! –grité, corriendo por el corredor.– ¿Por qué siempre es un dragón?
Otro rugido. Otra ráfaga de llamas se azoto detrás de mí.
Grité –¡Salta! ¡Salta! ¡Salta!
Regresé.
Las llamas se habían ido. El dragón se había ido. Estaba sentada sola en mi apartamento. Las luces estaban encendidas. La película estaba en la tele. El sofá era un desastre. El control se había ido. Nick y Bonnie no estaban.
Así que, los próximos días busque algún rastro de Bonnie y Nick. No había nada. Habían desaparecido del planeta. Tal cosa no había pasado nunca, peor, empecé a sospechar que los había llevado conmigo a Tierra Media. Lo cual no es algo bueno. Podrían haber sido quemados como papas fritas por Smaug. O haber terminado en algún lugar completamente distinto. Con suerte sin orcos ni trasgos ni cosas malas. Todo lo que sé es que no estaban en mi mundo, lo que probablemente significa que están aquí.
Así que, siendo la buena y amable amiga que soy decidí regresar y buscarlos. Por supuesto, no tengo control sobre mis Saltos. Van y vienen como quieren. Aunque siempre vienen cuando estoy absolutamente asustada y a punto de morir.
Si, se lo que estás pensando. Y si, realmente lo hice.
Salté de un edificio.
Gracias a Dios que funciono o estaría salpicada en la acera en este momento.
