Miedo.

Es lo que sientes cuando sientes que tu corazón se encoje con cada gota que golpea la ventana de tu lado. Cuando sientes que no puedes hacer nada más que esperar. Cuando no sabes si volverá esta vez.

Y el pequeño de tu lado se remueve en su cuna. Un mechón suave, desordenado y rubio se logra divisar.

—Draco —Suspiras —Si él no vuelve hoy… —Sientes un nudo en la garganta y sólo cuando derramas unas cuantas lagrimas, se disuelve.

Se vuelve a quejar, y te acercas a él, para sujetarlo en tus brazos unos minutos.

—Duerme, mi pequeño Draco, duerme como si todo esto no existiera — Le vuelves a dejar en el manojo de mantas de hilo. En este momento, no importa nada. Ni la sangre que corre por tus venas, ni la de tu hijo. Sólo escuchas la lluvia y te preguntas si volverá.

Luego, un ruido procede de abajo. No bajas la guardia, podría ser una emboscada si él… Si a él le hubiera pasado algo malo.

Te aferras a la cuna de tu hijo, para protegerlo, lo único que tienes. Tus manos se endurecen y el pequeño se gira para quedar de espalda a la ventana. Sientes miedo.

Unos pasos se escuchan detrás de la puerta, alguien sube las escaleras. Ahogas un gemido y susurras algo al niño de tu lado, podría ser la última vez que lo veas. Abren la puerta, el viento frio que ingresa a la habitación hace que tu camisón se mueva ligeramente, sientes como se cola por tus poros. Giras la cabeza para un lado.

Un pedazo de tela negra se asoma por la puerta ¿Aliados o qué? ¿Y si le había pasado algo…?. Ahogas otro sollozo, es imposible controlarlo totalmente pero sigues sin derramar otra lágrima.

Sientes que alguien se para a tu lado, vuelves la cabeza para su lado. Él… A su lado, mientras con suavidad se quitaba la máscara y los mechones rubios caían por su rostro. Una expresión de determinación se da a conocer. Por un segundo, te preguntas si hubiera estado bien en Gryffindor.

Y te arrojas a su cuerpo, envolviéndolo en un abrazo que el corresponde con fuerza.

—Lucius… —Dices con voz quebrada, en un pequeño susurro.

—Estoy bien —Es lo único que dice, con voz levemente ronca, para luego posar su mirada en el Profeta de la mesa y en la cuna del pequeño Draco. Sonríe.

Detrás de ti, escuchas a tu hijo quejarse y acomodarse. La respiración de tu amado se calma un poco, tan lentamente como tú disminuyes la fuerza con la cual te aferras a su cuerpo. Sientes la lluvia cesar, y comprendes que todo está bien… Al menos por ésta noche.