Floristería

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Pairing: Países Bajos x Bélgica

Rated: K+

Género: Friendship, Sweet Romance, Humor.

Personajes: Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo sacado de mi imaginación. Menciones y/o apariciones de Dinamarca, Francia, Prusia, Mónaco, España, Italia del Sur, etc.

Summary: AU. "¿Cuánto cuesta el ramo de la derecha?" Lieve apuntó a un jarrón que tenía bellos crisantemos, cardos y limonium. "Veinticuatro euros. No lo toques" Dijo Maarten en un tono hosco. "¿Y no le puede quitar los crisantemos y ponerle tulipanes?" "No. Hay que respetar la armonía de las flores" "Pero también hay que respetar la petición del cliente" La chica respondió, con sus ojos verdes centelleantes. "Maarten, respira. No dejes que esta niña te saque de quicio", pensó el chico. "No dejes". Tomato Gang fic.

Aclaraciones: Este fic no es shota (¿ese es el término correcto?) No. No me gusta aquello. Solo eso. Las oraciones que están entre comillas y en cursiva son pensamientos.

Actualizaciones: Semanales. (Cada capítulo tiene en general más de 4000 palabras. )

Nombres Humanos Principales:

-Países Bajos: Maarten (Le pregunté a mi bisabuela por un nombre neerlandés, ella es de allá). Tiene casi 17 años.

-Bélgica: Lieve (significa dulce en flamenco). Aquí posee 12 años.

-Luxemburgo: Laurent. 13 años. Es el Luxemburgo de mi mente, basado en diseños de Himaruya.

Disclaimer: Hetalia Axis Powers no le pertenece a VidadeLechuga (ya sean personajes como trama), sino que son de propiedad de Hidekaz Himaruya. Sin embargo, digamos que el Luxemburgo tiene parte de la autoría de VDL.

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El verano llegó. Por fin, pensaron muchos de los habitantes de aquella ciudad, adiós a los días helados y la nieve atrapada en los parabrisas de los coches. Podían sacar sus bicicletas y transitar por las carreteras, observando el bello paisaje que se impondría por algunas semanas. Descanso bajo ese cielo azul, perfecto, impoluto, que de vez en cuando era atravesado por alguna nubecilla, blanca, juguetona, que rápidamente transitaba por allí, vigilando lo que serían sus terrenos cuando llegara el otoño.

Muchos de los jóvenes decidieron adquirir un trabajo, para ganar así dinero y hacer ellos mismos una aventura. O quizás una fiesta. Daba igual.

Uno de esos chicos era Maarten.

Decidió trabajar en una de las floristerías que tenían sus padres. Poseían sedes en varias partes de la ciudad y también en el resto de la región. Era eso o soportar a las hordas de chicas que lo acosaban para una cita veraniega. Tenía una buena reputación en su instituto como un rompecorazones, a pesar que dicho título jamás lo buscó. Pero era cierto, llamaba la atención su carácter hosco, comportamiento distante, su manía de usar vaselina en el pelo, para que quedara alzado, su talento innato para los deportes, su musculatura. Y claro, estar peleándose todo el rato con ese español tan buen mozo…

El trabajo redujo claramente las ofertas, pero las chicas pasaban comprando flores y flores. A él le incomodaba que gastaran sumas abrumadoras en dinero sólo para verle, o que pasaran pegadas al mostrador; sus padres, en cambio, sacaban cuentas alegres porque la venta de la floristería en la sede que mantenía su hijo ganó alzas considerables.

"Maarten, si quieres, puedes mantener ese empleo por lo que queda de año…"

"Ni loco, papá…"

No lo iba a aceptar públicamente, pero él disfrutaba muchísimo estar rodeado de flores y vegetación. Pensaba estudiar algo relacionado con el tema. ¿Botánica? ¿Agronomía? ¿Existía la carrera de Floristería en alguna universidad?

Sea como sea, él atendía en la floristería desde las once de la mañana hasta la una de la tarde, donde tomaba su relevo para el almuerzo y después, tres de la tarde hasta las ocho de la noche. Era divertido, pero extenuante. Por supuesto que las vacaciones están hechas para descansar, pero Maarten obtenía una sana satisfacción al pasar un par de horas armando delicados arreglos y regando las flores, bajo la fresca brisa del verano.

¿Un trabajo mejor?

Imposible


Ese día, Maarten se levantó a las siete y cuarto de la mañana. Fue a hacer ejercicio. Primero un trote de una hora, elongaciones, pesas y boxeo. Una buena ducha. "No olvides comprar más vaselina", pensó Maarten, haciendo una nota mental. Quedaba poco en el frasco. Desayuno. Un vaso de leche, cereal. Mucha fruta. Su hermano menor, Laurent, tocaba su violín. Se notaba que el chico tenía talento, practicaba gran parte del día. Siempre tan trabajólico. "Un día se arrancará el cabello de lo estresado que está…".

-¿Vas a la Floristería? –Laurent paró la jovial melodía y se dirigió a su hermano.

-Sí.

-¿Puedo acompañarte? Quiero salir un rato. Puedo ayudarte si lo deseas.

-Vale. Me iré ahora-

-Espera, déjame guardar mi violín y arreglarme el cabello.

Parece que iba de familia eso del pelo. Laurent tenía el cabello castaño, largo para un niño, con ondas suaves. De rasgos andrógenos, Laurent pasó varias veces confundido por una niña, delgado como un palo, sin la musculatura de su hermano. Pero el niño era muy conocido por sobrecargarse de trabajo, y era común que en la semana de exámenes terminara completamente ofuscado por la presión. De todas formas, el chico era agradable y educado.

Maarten frunció el entrecejo, la primera vez en el día. Laurent tardaba mucho en el baño. Paseó al principio por la entrada de la casa, dando pasos largos y sonoros sobre el parquet. Comenzó a silbar una melodía, se aburrió al rato. Después fue al baño de visitas, lugar donde se encontraba Laurent y comenzó a tocar ininterrumpidamente la puerta.

"Ya voy, espérame por favor" –Se oyó desde adentro.

Maarten continuó tocando la puerta con sus nudillos. Le gustaba ver que su hermano alzara la voz, aunque sonara como un chillido femenino. La verdad es que le divertía ver a su hermano nervioso.

-¡Maarten, para de tocar la puerta, ya te dije que estoy apunto de salir! –La última palabra fue prácticamente un pitido.

-Yo tengo un horario que cumplir, Lau. Sal o me largo.

Se abrió la puerta. Laurent tenía las mejillas rojas, no del enojo, sino de puro nerviosismo. Él conocía el hecho que su hermano solo lo desesperaba por gusto y que era su forma de hacerle entender que debía mantener la calma más a menudo. No era muy bueno con los concejos Maarten. Aunque podría tener algo más de delicadeza con él.

-¿Tanto costó esperar un ratito?

-¿Media hora?

Laurent no respondió. Maarten ganaría la discusión, como solía pasar. Cogió su violín y su maletín café, que estaba en el perchero, y siguió a su hermano mayor, que se dirigía al porche de las bicicletas.


Maarten terminó el ramo que estaba haciendo. Usó un jarrón de unos 30 centímetros. En el costado derecho puso 20 alstroemerias blancas, y al izquierdo, cinco lilium orientales también blancas. Pegó una pequeña etiqueta con el precio y la dejó en el tercer estante, al medio. Era un bonito conjunto, neutro y elegante.

Revisó las flores. Sacó las que estaban muy marchitas y regó los maceteros. Ordenó los estantes, vigilando que los ramos más antiguos quedaran al frente, de rápida selección. Al ver todo el lugar organizado, sacó una escoba y se dispuso a barrer la entrada.

Laurent no era de mucha ayuda. El chico no compartía la afición de su hermano por las plantas. Al niño le gustaba que las cosas fueran instantáneas y rápidas. No poseía la paciencia suficiente para cuidar a un vegetal. Estas se toman su tiempo para crecer, titubean para echar las raíces, deben pasar por toda serie de obstáculos para que sus tallos crezcan sanos, para que el capullo sea como debe ser. Sortean las infecciones y las plagas, para que, un día, puedan abrirse y mostrar toda su belleza. Laurent estaba en la trastienda tocando el violín, sin embargo, dejó de hacerlo, el lugar se encontraba copado de cosas. Se sentó al lado del mostrador, viendo la televisión portátil que estaba oculto hábilmente entre un par de herramientas por debajo del mesón.

-Te ha quedado lindo el ramo blanco.

Maarten asintió. No era de decir gracias. Su hermano interpretó ese movimiento de cabeza como un agradecimiento. Laurent, de repente, se sintió observado. Una sombra se hallaba detrás de su hermano. Estiró un poco su cuello, y detrás de Maarten había dos chicas, guapas, bastante chillonas. Maarten dedujo, por la expresión de su hermano, de quién se trataba. Frunció otra vez el entrecejo.

Por segunda vez en el día.


Las chicas gritonas compraron dos ramos: un ramo redondo de lirios color melocotón y naranja, junto con gerberas y follaje. El segundo era formado por 10 crisantemos spider verdes y 20 alstroemerias del mismo tono. Ambos ramos más viejos. ¿Total de la compra? 160 euros entre ambas, se llevaron además varias cintas y complementos de jardinería. Maarten apostaba que las dejarían olvidadas en alguna parte de su armario. Bueno, dinero es dinero y no importa cómo entre.

-Te apuesto cinco euros a que las chicas dejan las tijeras de jardinería en su armario.

Maarten alzó los hombros, aún con el entrecejo fruncido. Laurent se preguntó por qué la gente de más edad estaba obsesionada con el amor. Él lo encontraba estúpido. Prefería mil veces la práctica de violín.

Llegaron más clientes, esta vez más normales. Vendió tres ramos: uno de 25 rosas rojas, pedido que le hicieron el día anterior, un ramo de orquídeas blancas, con un bello jarrón de cristal pulido y por último, una corona funeraria. Más ganancias.

Lau quedó sorprendido de la capacidad de negociar de su hermano. Tenía talento para los negocios. El hombre de las orquídeas blancas no entró muy convencido de qué comprar, pero su hermano supo atraerlo hacia la compra de las orquídeas, un ramo caro, sumándole el jarrón.

La campanita de la puerta sonó al abrirse esta. Otra persona entró a la floristería. Esta persona sí que la conocía Laurent. Era Jean, una amiga de Laurent y que tocaba piano. Jean era monegasca, estaba viviendo en su ciudad por culpa del trabajo de su padre, que llevaba una exitosa empresa química. Era rara la chica. Hablaba como una abuela, se vestía al último grito de la moda de hace 60 años y su acento era indudablemente francés, mezclado con italiano. De cabello largo, contextura frágil y usaba gafas. Maarten siempre pensaba que Jean era la versión femenina de su hermano, más calma y anticuada. ¿En verdad tenía 13 años y no 70?

-Buenas tardes. –Sonaba extraño "el buenas tardes" pronunciado por Jean. Era como si tuviera una papa en la boca. A Maarten le daba risa, pero se contenía.

Maarten asintió, sin decir nada. Laurent la saludó cortésmente.

-Pasé por vuestra casa y no estabais, así que tu madre dijo que estarías en la floristería.

-Decidí ayudar en la tienda. Me dolía la cabeza y hace bien tomar un poco de aire.

Maarten frunció el entrecejo. Cuarta vez. Laurent no ayudó en nada en la floristería, se dedicó a tocar el violín, sentarse en una silla y ver la televisión. Cogió un par de calas y se dispuso a hacer un ramo a pedido.

-Venid a tomar té en mi casa. Así practicamos para la orquesta. –Jean apartaba una mugre que cayó en su falda. El "orquesta" pasó a ser "orquegsta" por parte de Jean.

Laurent miró suplicante a su hermano. El chico se sintió mal por no ser de ayuda, pero Maarten debía comprender que él, simplemente, no le pegaba a la jardinería. Maarten tramó al principio un plan malévolo, decirle a su hermano que no y encerrarlo en la trastienda como castigo. Pero desistió. Jean miraba hipnotizada el ramo de alstroemerias y lilium blancos que Maarten hizo en la mañana.

-Me llevo ese ramo blanco. Mamá ama las flores blancas y Francis también.

Maarten sonrió para sí. Más ventas, oh sí.

Laurent cogió su violín y pescó su cartera. Se despidió de su hermano y rápidamente esbozó una notita de disculpa, dejándola encima del mesón.

-Nos vemos en casa, hermano.

Maarten le entregó el cambio a Jean. Esta contó las monedas y las guardó en su billetera. Cogió el ramo con delicadeza y se despidió de Maarten. Este debió controlarse para no reírse, pero le respondió cortésmente. Laurent agitó su mano derecha y sacó el candado de su bicicleta que estaba aparcada afuera, y con Jean caminando a su lado, se dirigieron a su casa.

Maarten se sentía aliviado de estar solo. Leyó la nota de su hermano. Suspiró. La guardó en el bolsillo de su camisa y continuó armando el ramo de calas.


Su reloj de bolsillo marcó la una de la tarde y Maarten recogió los carteles del exterior de la floristería. Los guardó en el trastero, a su vez que limpió el mesón y aseguró la caja registradora. Colgó el delantal, sus guantes y sacó su billetera, que ocultó en su chaqueta de cuero. Después, dejó con cerrojo tanto la puerta del trastero como la del exterior.

Le quedaban dos horas libres. No alcanzaba a hacer un entrenamiento físico y con sinceridad no tenía mucho apetito en aquel momento. Decidió pasar a un café, pero se encontró con Antonio, amigo del instituto.

-¡Buenas Maarten! ¿Cómo ha estado la floristería? –Antonio, al igual que él, ayudaba en una juguetería del sector. En pocas palabras, le ocurría lo mismo que a Maarten; si una chiquilla no lo seguía a él, probablemente seguiría al otro.

-Aléjate Antonio. Es mi rato libre. –Respondió Maarten, hoscamente.

-¡Mío también! ¿Quieres ir a unas tapas?

-No gracias. Tengo planes. –Maarten y Antonio mantenían una amistad-rivalidad desde los diez años. Había tensión entre ellos, pero al fin y al cabo, eran amigos. Amigos-enemigos, poniéndolo de esta forma.

-Puf… Lovino se fue esta semana a ver a su abuelo a Italia y lo extraño muchísimo…

Maarten sabía que el español estaba vuelto loco por Lovino. Aunque Antonio no se diera cuenta.

-Ve con Francis. Yo estoy ocupado.

-Mi turno termina a las siete. ¿Quieres hacer algo en la noche? ¿Tapas, fiesta? Puedes llamar a Mathias y yo llamaré a Gilbert y a Francis. Con esos tres se armó la fiesta. Vamos, dí que sí…

Maarten asintió sólo para que el español le dejara en paz. Estaban circulando por la vía pública, cerca había dos policías y no podía patearle el culo al español por una idea tan absurda. Aunque sí, varias veces salió de parranda con Mathias y terminó siendo de niñera de él porque este terminó ebrio.

-¡Vale, te recojo cuando termine! –Antonio se despidió como solían hacerlo los pilotos de avión y se adelantó a Maarten. Casi choca con una treintañera, que lo único que hizo fue mirarle el culo a Antonio. Maarten solo hizo una mueca de asco y frunció el ceño.

Esta vez, se mantuvo así por el resto del camino.


Pasó por una cafetería y pidió el menú del día. Hutspot o carne cocida con puré de patatas y zanahoria. Lo acompañó con zumo de tomate. Dejó la mitad del plato, no tenía apetito. Terminó de pagar y fue a lavarse los dientes, él era uno de los chicos que sí se preocupaba por su dentadura (y le molestaba oler a patatas). Después fue a pasear por la plaza principal. Se devolvió a la Floristería.

Ya dentro, se dedicó a sacar los letreros y ordenar las flores. Ya todo listo, constató que aún le quedaban 20 minutos y llamó a Laurent para avisarle que no llegaría pronto a casa. El niño sonaba algo apenado, ya no veía con tanta frecuencia a su hermano, pero entendió. Finalizado todo, abrió la tienda con quince minutos de anticipación.

En la floristería había un estéreo. Maarten encendió la pequeña radio, que sintonizaba la radio cultural, que solía tener de repertorio música de relajación o post rock. La dejó encendida a la vez que regaba los maceteros. El sol entraba esplendorosamente por los ventanales, al igual que la sombra de los árboles. Los rayos eran cálidos. La habitación era fresca, más fresca que el exterior del local. Sería una tarde agradable.

La campanita que estaba al lado de la puerta sonó. Entró el primer cliente de la tarde. Y no pasaron cinco minutos desde que abrió. Maarten se volteó y vio a una chica, que no aparentaba más de la edad de Laurent. Vestía un bonito vestido blanco bordado, sin mangas, junto con sandalias con lazos, que tenían un pequeño tacón. En la cabeza llevaba una cinta roja y en su brazo llevaba una cesta de mimbre, junto con varios brazaletes. "Otra más…". Sin embargo a ella jamás la vio en el instituto o en alguna parte. Esta, primero saludó.

-Buenas tardes. –dijo mientras caminaba, tambaleándose con sus tobillos para ver los estantes más altos.

-¿Se te ofrece algo? –Maarten replicó.

-No. Solo miro. Gracias.

Maarten continuó en lo suyo; la chica parecía no querer ayuda y presionarla podría ahuyentarla de un buen negocio. La niña recorría estante por estante, viendo las flores y arreglos. Finalmente, se acercó al mostrador.

-¿Y cómo se consiguen todas esas flores?

-Proveedores. Algunas son del invernadero de mi casa.

-Oooooooo, son muy bonitas. –La niña sonrió y Maarten vio que llevaba los dientes parejos. Él recordó que para esa edad, llevaba 3 años con frenillos.

-¿Supongo que… eh… gracias? –Maarten respondió al cumplido.

-He visto varias franquicias de esta floristería por la comarca ¿Y atiendes todas esas tú solo?

-Solo me encargo de esta. Ayudo a mis padres.

-Debe ser genial trabajar en un día tan agradable. Soy muy pequeña aún para trabajar, pero mamá dice que cuando crezca un poco más puedo cuidar niños ¿Crees que falte mucho?

"Sí, mucho, querida. De hecho, pareces una niña" –Respondió Maarten mentalmente.

-¿Y qué pasa si las flores se secan? –La niña cambió súbitamente de conversación, al ver que su receptor no respondió a la pregunta anterior.

-Se cambian. –Maarten comenzó a sentirse incómodo ante el test de preguntas. No es que él fuera muy conversador.

-¿Y puedes hacer cualquier ramo?

-Si se hacen a pedido sí. Depende del tamaño, flores utilizadas, si se lleva en jarrones y también de la cantidad de esas flores.

-¿Es como un buffet de flores? ¿Arma el ramo como tú quieras?

-Eh… -Maarten quedó algo desencajado ante la lógica ingenua de la niña. Tuvo una imagen mental acerca de un restaurante buffet, y las góndolas de comida, en vez de llevar carne, patatas y verduras, estar repletas de flores para comer. "El paraíso de las vacas". Reprimió su imaginación y cuando se conectó de nuevo con el mundo, vio que la niña paseaba entre los estantes, otra vez.

-¿Cuánto cuesta ese ramo? ¿El de las rosas de colores?

-60 euros.

-¿Y la flor blanca? ¿La que está en el macetero?

-La orquídea también cuesta 60 euros.

-Mmm... ¿Cómo te llamas tú?

-Ese ramo cuesta… -Maarten se dio cuenta que preguntaban por su nombre y no por las flores. –Maarten.

-Que nombre tan bonito. –Y era verdad, Maarten sonaba lindo pronunciado por la niña. –Yo me llamo Lieve.

-Asumo que eres belga, ¿no?

-¡Sí! ¿Y cómo adivinaste?

-Ese nombre pertenece a la región Valona de Bélgica. –Y agregó mentalmente. "Si mi hermano o yo hubiésemos sido niña, nos hubiésemos llamado Lieve. Aunque Laurent no está lejos de ese nombre, por supuesto…"

-Me gusta mi nombre. Es lindo y elegante. También el tuyo es muy lindo.

Maarten asintió, en señal de respuesta. Había recibido cientos de cumplidos, pero rara vez uno por su nombre, el cual siempre le dio lo mismo. Vaya, dios.

La niña siguió preguntando por los ramos florales.

-¿Y cuánto cuesta ese ramo? –Lieve apuntó al ramo constituido por astromelias rojas, margaritas, fresias amarillas, solidalgo, margaritas Biarritz y green peas. Un ramo conocido por sus colores cálidos.

-46 Euros.

-Debes hacer ramos que un niño pueda comprar. –Lieve tomó aire e infló sus mejillas. Maarten pensó que, primero, esta era una floristería especializada. Y también a un niño no suelen darle mucho dinero.

-¿Y el de arriba? Lieve apuntó a un bonsái.

-100 euros.

-¡100 euros! –Eso es mucho…

-Eh… -Maarten ya estaba irritado por las preguntas. Solo quería que terminara ya de apuntar, preguntar y manosear los ramos de flores.

-¿Cuánto cuesta el ramo de la derecha?- Lieve apuntó a un jarrón que tenía bellos crisantemos, cardos y limonium.

-Veinticuatro euros. No lo toques -Dijo Maarten en un tono hosco.

-¿Y no le puede quitar los crisantemos y ponerle tulipanes?

-No. Hay que respetar la armonía de las flores

-Pero también hay que respetar la petición del cliente.- La chica respondió, con sus ojos verdes centelleantes.

-Maarten, respira. No dejes que esta niña te saque de quicio- pensó el chico. -No dejes.

-Pero ese ramo es lindo… Puedo comprar los tulipanes mañana. Y tengo treinta euros conmigo, así que me llevo ese.

Maarten suspiró aliviado, por fin la niña se decidió por algo. Cogió el ramo de los crisantemos y comenzó a envolverlo en un bonito papel brillante.

-No me di cuenta que tienes música encendida. A menudo la gente suele pasar por alto esos detalles. Debes sentirte solo de estar sin acompañante.

"Me gusta tener intimidad" –pensó Maarten. Por eso Laurent se fue con Jean, porque sabía que él, en la floristería, era una molestia.

-Antes dijiste algo de la armonía de las flores. ¿Qué es eso?

-Es mantener el equilibrio visual y estructural al armar un ramo de flores. Es igual que cocinar, o decorar una habitación. Se ve mal si adornas en exceso o si no le agregas condimentos. Un solo ramo puede cambiar completamente la estética de un lugar, además que ciertas combinaciones de plantas tienen significados muy peculiares. –Maarten recibió el dinero por parte de Lieve.

-Aaaa, ¿así que seriamente disfrutas de la jardinería? Has hablado más líneas recién que cuando entré. –Los ojos verdosos de Lieve lo miraron curiosamente, diciendo "Te atrapé". Maarten se sonrojó un poco. No le gustaba afirmar eso. Quería mantener su fachada de "Esto es un empleo de verano y nada más".

-¿Puedo venir mañana a comprar más flores? Así me enseñas cómo formar ramos bonitos. Si no te importa, claro.

Maarten asintió, solo deseando que la niña se fuera ya. Le entregó el cambio a Lieve, que echó al interior de la canasta.

-¡Vale! Muchas gracias, Maarten. ¡Nos vemos mañana!

Lieve sonrió y se fue por donde había venido. Ambas manos estaban ocupadas, una por la cesta y otra por el ramo. La tienda quedó en silencio, casi silencio si no hubiese sido por la radio, que tocaba Sigur Rós.

Maarten se quitó el sudor de la frente.

Era verdad, era intimidante y podía dar muchísimo terror cuando se enojaba, pero no tenía ni la más mínima idea de cómo tratar a un niño.

Ironías de la vida.


-¡Cervezaaaa! –Mathias gritaba mientras brindaba con el resto de los presentes. El danés tenía fama de ser él el primero en emborracharse, a pesar que afirmaba el ser el más resistente al alcohol.

-¡Oye estúpido, ese es mi vaso! –Gilbert respondió al danés.- Espera ese no es mío. ¿QUIÉN MIERDA COGIÓ MI VASO?

-¿Era el tuyo? Ups, perdón. –Antonio se equivocó.

-Antonio te mataré un día por… -Gilbert casi se cae del asiento, de lo mareado que estaba.

-Gil, ten cuidado con el vino, casi lo derramas y la cerámica es delicada. –Francis alejó el Sauvignon del área de contacto de Gilbert, atrayéndolo hacia sí.

-No entiendo por qué Nor hoy me dijo que no quería… hip… Ella es tan perfecta y yo… -Mathias entró a su etapa depresiva. Ese día, "Nor", o mejor dicho, Carine, su bella amiguita noruega, lo rechazó a darle un abrazo. Al parecer, la chica estaba indispuesta y no deseaba que su novio, amigo con ventaja (lo que sea), se pasara de listo.

-Mathias, cada mujer es un mundo en sí mismo. Debes dejar que vaya a su ritmo. Al menos ahora te invita a su casa… -Antonio bebió un poco de sidra que preparó.

-¡OYE MAARTEN! ¡Deja de estar en las nubes y bebe con nosotros!

Maarten despertó de su mundo imaginario y prestó atención a los chicos.

-E-S-T-Á E-N-A-M-O-R-A-D-O-O-O. –Francis canturreó.

-Repites otra vez eso y considérate muerto.

Francis se rió, sin tomar peso a lo dicho. Pero finalmente captó que su metro ochenta no podía hacer frente al metro noventa y tanto de Maarten. Si continuaba por aquella línea investigativa, terminaría aplastado debajo de una línea de tren.

-¿Por fin le das bola a una de tus fans? –Gilbert codeó a Maarten, mientras cogía una cerveza y la bebía lentamente.

-No. Ha sido un día extenuante. Mucho trabajo y momentos incómodos, eso es todo. –Su tono cortante instó al resto a no preguntar más,

Antonio y Mathias, a pesar de su ebriedad, se miraron. Concordaron ambos en la misma cosa:

"Está mintiendo".