Editado 2017.
Género: AU (universo Alternativo). Pretende ser comedia, parodia y romance.
Disclaimer: Saint Seiya ni SS Lost Canvas es mío, todo le pertenece a Masami Kurumada y Shiori Teshiyori —respectivamente—. Uso a los personajes para hacer sus vidas más placenteras y divertidas —nada más los torturo—.
Flores Amarillas.
Ella lo esperaba, sentada en las afueras de aquel restaurante italiano "Giardino di Rose", en una de las tantas bancas de la pared del ala oeste; a su espalda, se hallaba un barandal blanco cubierto de rosas color amarillo. Se recostó en dicho barandal, volteando hacia su derecha e izquierda. Ya un tanto desesperada miró su reloj —por enésima vez—, su cita vendría a las cinco en punto pero ella llevaba esperándolo una hora treinta y cinco minutos.
Haciendo gala de un moderno vestido color fiusha decorado con flores negras en el escote, un hermoso listón negro en forma de moño que le rodeaba la cintura. Nada dispuesta a torturarse, eligió llevar unas zapatillas negras de tacón —no muy alto—, y para acompañamiento del vestido un bolso cubierto de lentejuelas, a juego con el vestido.
Habiendo pasado ya cinco minutos, el cielo comenzó a colorearse de neón y rojizos matices. El atardecer había llegado y, su chico seguía sin aparecer. Precipitadamente se puso de pie, cruzada de brazos, caminó hasta el final de la banqueta, inclinándose hacia esta, balanceándose hacia atrás y hacia adelante con los talones, mirando hacia ambos lados de la calle. Miró de nueva cuenta su reloj y una expresión desolada cubrió su rostro.
«Él, ya no va a venir» pensó con los ojos llorosos; de un tirón se quitó el broche en forma de rosa que él le había regalado años atrás y lo tiró al suelo. Regresó a su anterior asiento en la banca, cubrió su rostro con sus manos, dejando que las lágrimas corrieran con total libertad.
—¿Por qué me pasa esto a mí? Sabía que si me emocionaba demasiado, él terminaría haciendo algo así —habló entre sollozos—. ¡Es la primera y última vez que me pongo un maldito vestido para salir! —exclamó.
—Oh no, por favor, no hagas eso —habló una voz ajena con deje de espanto—, esa sería una total desgracia.
Levantó el rostro y se topó de frente con un adonis de cabellos celestes, con unos ojos azul zafiro muy hermosos que vestía de lacayo. El peliceleste se agachó a recoger el broche en forma de rosa, lo acercó a su rostro y se deleitó con el aroma de la chica impregnado en él.
—Porque de verdad, créeme cuando te digo, que luces muy bien en el —afirmó con una sonrisa, haciéndola sonrojar.
Ella se puso inmediatamente de pie, tomando una actitud a la defensiva, manteniendo una expresión temerosa. Él la miró con detalle de pies a cabeza.
—¿Qué hace una señorita tan…tan linda, sentada en esa banca, como chicle aplastado? —preguntó el mesero, curioso, mientras le guiñaba un ojo. Caminó hacia ella y esta retrocedió, fue detenida por una de las mesas de afuera del lugar.
—Yo…no tengo porque explicarte nada —respondió nerviosa, viéndose acorralada.
—Tienes razón, pero, desde que te vi llegar a las cinco de la tarde, y como casi son las ocho, me dio curiosidad saber porque estabas tan sola —posó sus manos sobre la mesa, atrapando a la chica entre sus brazos, quedando a pocos centímetros distancia.
Haberla tenido así, para él fue sencillamente delicioso: Haberse deleitado con su aroma, haber admirado esos ojos castaños oscuros, opacos, a nada de rodearla con sus brazos, a nada de probar sus labios.
Asustada, volteó el rostro, escondiendo un rubor que se hacía más evidente.
—Déjame adivinar, ¿esperas a tu novio? —preguntó el peliceleste. Ella asintió—. ¿Y él… te dejó plantada? —volvió a preguntar. La señorita, con una expresión sumamente triste, bajó la cabeza—. Me voy a tomar eso como un «sí» —se alejó, dándole un poco de espacio—. Mira, no te pongas triste, él se lo pierde, lo que daría yo por estar en su lugar, no te haría esperar ni un solo minuto —trató de consolarla al ver las lágrimas deslizarse por su rostro—. No llores, si sigues llorando, me vas a hacer llorar a mí también, así que, ¿podrías dejar de llorar?
—Está bien.
—¿Qué le pasa a los hombres de ahora? Un caballero jamás se retrasa ni deja plantada a una dama. Si yo tuviera una novia como tú, la cuidaría muy bien y no la dejaría sola, sino, me la robarían —desconsolada y muy triste, sacó un pañuelo de su bolso y con él, secaba sus lágrimas—. Por cierto, esto es tuyo —le ofreció el broche.
—Gracias —susurró, guardando el broche dentro de su bolso—. ¿Tú no tienes novia? —preguntó en voz baja.
—No, infortunadamente no —contestó en un tono lúgubre, lleno de pesar.
—Será mejor que me vaya —murmuró luego de un momento de silencio.
—Pero, si todavía no sé su nombre —farfulló en voz baja, mientras se sobaba la nuca lleno de vergüenza.
—¿Dijiste algo?
—No, nada —negó al instante—. No creo que sea bueno que te vayas en esas condiciones, además ya es de noche y no es bueno que andes por ahí, sola —comenzó a darle mil y un razones para que no se fuera.
Cada tanto se asomaba por la puerta, espiándolos —para variar—; mirándolos con una expresión picara. De cierta manera, se veía muy emocionado. El apuesto muchacho de largos cabellos azules y ojos verdes los vigilaba desde la entrada del lugar. Echó una última mirada al par y corrió, directo a la cocina; al atravesar la puerta, se hallaba el paraíso de cualquier dama: Un grupo de 8 meseros —la mayoría, arreglando sus trajes—, otros sentados y conversando entre sí, 3 cocineros, uno alto y fornido de cabellos blanco, entretenido friendo verduras en una sartén, otro de cabellos verdes que usaba lentes, supervisaba a otro, de piel morena y cabellos azules.
—¡Albafika, ya le habló! —anunció a toda voz el peliazul. El grupo, dejó abruptamente de hacer lo que hacían.
—¡AL FIN! —exclamaron al unísono.
El joven peliazul se sentó en una mesa donde se apilaba la vajilla y el grupo de hombres se juntó para enterarse del chisme, a excepción del cocinero de cabellos verdes y tres camareros, un alto de cabellos castaños que, usaba una cinta roja en la frente, otro, de cabellos negros con semblante serio y un rubio, que mantenía los ojos cerrados.
—¿Te refieres a la linda chica del vestido rosa? —preguntó un hiperactivo castaño de estatura baja.
—¡Cállate, Régulus! —le reprendió el cocinero de piel morena y cabellos azules, dándole un coscorrón en la cabeza—. No es la chica del vestido rosa, es "Bella donna" —expresó, resaltando su acento italiano.
—Como sea Manigoldo, a nadie le interesa tu terminología italiana, el punto es que, por fin Albafika se animó a hablarle —terció un joven, con gesto alegre.
—Mira tú, Dohko —el aludido reprochó molesto, alzando un dedo—. «Assolutamente no flaming il mio amato italiano, o si muor, ¿capito?» —le fulminó con la mirada mientras hablaba al puro estilo del Padrino.
—¡Ya, ustedes dos! ¡Cálmense! Mejor dejen terminar a Defteros —Un joven, idéntico al que estaba sentado en la mesa, separó a los peleoneros, poniéndose en medio—. ¿Y bien? Dinos que viste, hermano —le invitó a seguir contando.
—Aspros, eres un chismoso —le reprochó un mesero de cabellos rubios verdosos.
—Mira quién lo dice —espetó—. Si tú, no hacías más que espiar por la puerta junto con Dohko, Kardia y mi hermano. Eran unos latosos molestando al pobre albafika para que le hablara a esa chica —el chico se sonrojó y bajó la mirada, avergonzado.
«Ariel, sentada en la banca, miraba su reloj un poco angustiada y luego hacia la calle. A lo lejos, en la entrada del lugar, Albafika —sonrojado y con la mirada fija en ella— se dio la media vuelta, alzó los puños cerrados mientras cerraba con fuerza los ojos.
—Bien Albafika, hazlo, yo sé que tú puedes. Puedes hacerlo. Solo dile "Hola", no es tan difícil. Vamos, tú puedes —se repetía a sí mismo. Caminó, directo hacia ella, se detuvo a metro y medio, conteniendo la respiración, se volteó y caminó como robot hacia la entrada, cerrando la puerta tras de si—. No, no puedo, no puedo, no puedo —concluyó. Respiró profundo y volvió a intentarlo; salió para, simplemente, quedarse embelesado con la figura de la joven, mientras apretaba el borde de una silla entre sus manos.
En la entrada, cuatro cabezas se asomaron a ver: Kardia lo miraba malhumorado, Defteros estaba muy alegre, dohko se mostraba preocupado y Shion, lo miraba con cariño.
—40, a que no se atreve a hablarle —apostó Defteros.
—40, a que sí —replicó Dohko.
—50, a que sale huyendo antes de decirle algo —terció Kardia.
—Qué crueles son con él —habló Shion con reprobación.
«Los cuatro, observan a Albafika darse palmadas en las mejillas y caminar hacia Ariel; con decepción —Dohko con horror—, ven como Albafika, se queda a medio camino y regresa hacia su lugar.
—Yo digo que no lo hará —sentenció Kardia. Defteros, asintió a esa afirmación.
—¡Pues yo digo que sí! —replicó Dohko.
—Oigan, en vez de estar apostando, ¿no deberíamos ayudarlo? —habló el buen Shion. Los tres se quedaron pensando:
—Mmm, tal vez.
«Albafika, resignado, estaba a punto de tirar la toalla y, caminaba hacia la entrada, cuando:
—Hey, hey, hey. ¿A dónde, dijo el Conde? —preguntó Dohko, tomándolo por los hombros—. Allá afuera, hay una linda chica que espera ser conquistada por ti y tú no vas a hacerla esperar, ¿o sí? —cuestionó.
—No puedo hacerlo, Dohko —se lamentó, zafándose y tratando de irse.
—Como de que no, tú lo haces porque lo haces, ¡vamos Albafika! ¡Eres todo un galanazo y lo sabes —le animó—, tú puedes! —Sin embargo, Albafika seguía con esa expresión abatida que desesperó a Kardia.
—¡Espabila, hombre! —Kardia terminó dándole un par de bofetadas.
—Dohko tiene razón, Albafika. Si de verdad te gusta, ve con ella —le animó Shion.
—Pero…—dudó el peliceleste.
—¡Oye tú, rosita! ¡Ve a ligarte a esa mamacita, en este mismo instante —amenazó Kardia—, porque si tú no lo haces, me cae que te la gano!
—Mejor haz caso Albafika, no eres el único de aquí que ya le echó el ojo a esa chica. Manigoldo y Régulus se están peleando haya atrás por ver quien se la liga primero si tu no lo haces —habló Defteros, con una sonrisa ladina.
—¡Ves! Si no haces algo te la van a ganar. ¿Quieres que te la roben? —le provocó Dohko. El negó con la cabeza—. Bueno, pues ve —le ordenó.
—Mira… acá entre nos —Defteros miró a ambos lados—. Solo por esta vez, te diré mi secreto de ligue —murmuró muy bajito.
—¡¿Secreto de ligue?! —preguntaron en coro. El gemelo menor asintió, sacó un frasco rojo y se lo dio.
—Esta pócima, es 100% efectiva, si te la tomas toda, créeme que ella caerá rendida a tus pies —le aseguró.
—Júrame, que no es un invento tuyo —Albafika lo miró, desconfiado.
—Hombre, ¿cuándo te he mentido? —le cuestionó—. ¡NO CONTESTES!
Albafika, dudoso, se tomó el frasco entero e hizo un gesto de asco al intentar tragarse la poción.
—¿Te sientes mejor? ¿Te sientes, poderoso? —inquirió Kardia.
«Albafika, de repente, se sintió con renovadas fuerzas y una gran confianza. Salió triunfante, dispuesto a conquistar el mundo.
—¡Y no vuelvas hasta que la hayas invitado a salir y tengas su número! —gritó Defteros.
—¡Y de paso consigue su talla de pantaleta! —gritó Kardia.
—¡Cállate! —exclamó el trío, dándole un coscorrón a Kardia.
—Oh, yo solo decía —se justificó, sobándose la cabeza.»
—¡Oye! ¿A quién le dices «latoso»? —protestó molesto uno de cabellos azules alborotados con una manzana en la boca, que luego, escupió para hablar—. Yo no soy ningún latoso Aspros. Tú sabes tan bien como todos los que estamos aquí, que Albafika llevaba más de dos horas idiotizado por esa mamacita, que está de muy buen ver por cierto.
—¡Kardia, no te expreses así de una dama! ¡Y haz el favor de recoger tu basura del suelo! Qué modales los tuyos —le reprendió el cocinero de cabellera verde y lentes.
—Ya sé, ya sé. Perdón Degel, señor «Soy todo un príncipe y un caballero» —se burló. El aludido, frunció el ceño.
—Por cierto… Kardia, Defteros —los llamó Dohko.
—¿Si? —respondieron.
—Páguenme... —canturreó alegre, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Pero, es que, es todo lo que me queda del salario de la quincena pasada y no tengo más —alegó Defteros, con cara de perrito abandonado.
—Dohko, ¡no es justo! Es todo lo que traigo y, Degel me va a matar si te lo doy… ¡es justo lo que debo de renta…! —lloró Kardia.
—Nada, páguenme primero, después lloran —les cortó Dohko, alzando la mano para recibir su paga.
—¡Hermano!... ¡Degel! —chillaron los dos. Aspros y Degel se hicieron los sordos. Resignados, tuvieron que pagar. Dohko, alegre, lo recibió y comenzó a contar su dinero como todo un mafioso, babeando sin parar.
—¿Te das cuenta de lo que hiciste? —le cuestionó Shion.
—Por supuesto —contestó triunfante—, hice una buena inversión.
—¡Ya deja de llorar que tú tienes la culpa Defteros, nadie te manda a andar apostando! ¡Con el salario no se juega, que es sagrado! —le regañó su hermano Aspros, el otro moqueaba por su dinero perdido.
—¿Y de qué hablaron? ¿Ya la invitó a salir? —preguntó Régulus al gemelo menor.
—No, no lo llegué a escuchar —respondió Defteros, sollozante. La molestia no tardó en hacerse notar.
—¡Oigan, oigan, chicos guarden silencio! —ordenó el mesero alto, de cabellos castaños y cinta en la frente—. Dejen de hacer tanto alboroto y mejor váyanse a preparar las mesas, que no tardaran en aparecer "clientas" —anunció.
—Sísifo, tiene razón —comenzó el mesero de cabellos negros.
—Gracias por tu apoyo, amigo El Cid —le agradeció Sísifo.
—Tío Sísifo, eres un aguafiestas —Régulus infló los cachetes.
—Lo hago por su bien, si el Jefe se entera de que arman tanto jaleo….
—Non c'è problema Sísifo, todos sabemos que el papá de Albafika, el Sr. Lugonis, es el dueño del Restaurante —le interrumpió Manigoldo.
—Y cuando se entere de que su amado hijo al fin se consiguió novia, saltará de gusto —continuó Kardia, mientras se apoyaba en Manigoldo, abrazándolo por los hombros—. ¡De paso y hasta nos suben el sueldo!
—¿Y por habrían de hacer eso? —preguntó confundido Shion.
—¡Pues porque más, por haberle dado un empujón al Albita! —contestó Manigoldo.
—¿Y ustedes por qué dan por hecho que será su novia? No canten victoria tan pronto, hay un 85 % de probabilidad de que sea rechazado.
—Que amargado eres Asmita —le respondió Defteros, acercándose al rubio, dándole unas palmaditas en la espalda.
—Hablando del Rey de Roma, aquí viene el «Giovane amante» (Joven enamorado) —anunció Manigoldo, señalándolos con un cuchillo, pues estaba picando tomates.
Todos voltearon en la dirección señalada y vieron a Albafika acompañado de una hermosa jovencita de vestido fuisha cubierta por un chaleco negro, estaba escondida detrás del peliceleste. Todos los presentes se quedaron embelesados mirándola, unos con admiración, otros con lujuria, para remate de la joven que se sentía incómoda con tanta atención y para molestia del peliceleste quien los miraba con aprensión. Albafika carraspeó fuertemente para ganarse la atención de todos.
—Chicos, quiero presentarles a una amiga, su nombre es Ariel —con eso bastó para que el alboroto se armara. Albafika fue desplazado y Ariel se vio rodeada por cinco hombres quienes la bombardearon de preguntas.
—¿Así que tú eres la novia de Albafika? —preguntó Régulus.
—¿Novia? —pronunció Ariel, asustada. Régulus recibió un golpe por parte de Sísifo.
—Tío Sísifo, eso duele —se quejó Régulus, lloroso.
—No seas imprudente —le regañó—. Me disculpo por el comportamiento de mi sobrino, a veces no sabe que ya no es un niño. Yo soy Sísifo de Sagitario, a sus servicios señorita —se inclinó ante ella, igual que un mayordomo.
—Un placer conocerlo, señor.
—Sísifo, tengo que hablar con mi padre, ¿él todavía está aquí? —le preguntó Albafika.
—Está en la terraza, si no mal recuerdo, fue a donde me informó que estaría —contestó.
—Entonces quisiera que me acompañaras —El otro asintió y se encaminó hacia donde estaba el peliceleste—. Solo le aviso que saldré hoy y regreso en enseguida, ¿de acuerdo? —Ariel asintió. Sísifo y Albafika subieron por las escaleras.
—Mi nombre es Defteros de Géminis, gusto en conocerte —la saludó, guiñándole un ojo.
—Igualmente —musitó ruborizada.
—Yo soy Aspros, su hermano mayor y el más guapo de los dos —se inclinó a besar su mano.
—¡¿Cómo que el más guapo, Aspros?! —reclamó Defteros.
—Con esa piel bronceada, pareces más naranja que persona —murmuró con desdén.
—¿Bromeas? Así me veo más sensual —se defendió Defteros.
—Guarda silencio sanguijuela, que ahora me toca a mí —se acercó Kardia, con paso galante y coqueto.
—Yo soy el Gran Kardia de Escorpio, el más varonil, el más elegante, el más guapo —habló el celeste con voz seductora mientras tomaba su mano, Ariel lo miró escéptica, con una ceja levantada.
—También el más desordenado y más necio para recoger sus calzones del suelo —llamó Manigoldo a lo lejos, provocando la risa de los presentes.
—¡Tu... cállate, crustáceo de mala calidad! ¿Qué sabrás, si ni vives conmigo? —reclamó. El aludido se puso a silbar señalando como quien no quiere la cosa en dirección al peliverde de lentes.
—¡¿Tú le dijiste, verdad Degel?! —el aludido lo ignoró. Kardia se fue directo a reclamarle al francés que estaba del otro lado de la cocina moviendo un cucharón en una olla.
—Buona notte Bella Donna, Il mio nome è Manigoldo de Cáncer —saludó jovial el italiano, besando su mano.
—Buona notte, Grazie per i complimenti, caballero. È un piacere di incontrare un bello italiano —contestó Ariel en perfecto italiano, sorprendiendo a todos los presentes.
—¿Lei parla italiano Bella Donna? —preguntó asombrado Manigoldo.
—Del corso, Sono nato in Italia.
—Dolce signora giovane, avete rubato il mio cuore. ¿Che cos'è la qualità non interessa un unico italiano, bello come sono io? —habló Manigoldo con expresión pícara.
—¡Cómo dices eso, sin vergüenza! ¡Respeta la propiedad ajena! —le reclamó Dohko—. Mi nombre es Dohko de Libra, es un placer conocerte —le dio un efusivo abrazo y la alzó del suelo unos centímetros, la bajó en seguida a petición de ella.
—Yo soy Shion de Aries y es todo un placer —se presentó el lemuriano con voz tímida y un poco cabizbajo, recibió una linda sonrisa por parte de la pelinegra que lo hizo sentirse un poco más confiado y de ánimo.
Ariel estaba entablando una amena conversación con Régulus en una mesa cuando una sombra los cubrió a ambos, era Degel, que había llegado con expresión fría, sosteniendo una bandeja, ambos tragaron saliva con dificultad al mismo tiempo y temblaron del frio que emanaba el acuariano, lentamente Degel deslizó la bandeja sobre la mesa en la que estaban sentados los dos, dejando a la vista un plato de sopa caliente.
—Con todo este escándalo es de suponer que ninguno de estos simios en celo se haya tomado la molestia de ofrecerte algo de comer —habló Degel—. Estoy seguro de que debes tener hambre —levantó la sopa de la bandeja y la colocó en frente de la pelinegra, limpió una cuchara y la dejó a lado del plato—. Degel de Acuario para servirle, hermosa Dama —se presentó con galantería, sonriendo mientras se inclinaba como todo un caballero y ponía su mano en el pecho. Dejó sin palabras a la pobre muchacha.
—Sip, así fue como se robó a todas mis conquistas —aseveró un molesto Kardia desde el otro lado de la cocina, moviendo el cucharón dentro de la olla con cara de niño malcriado, misma olla y mismo cucharón que momentos antes Degel movía.
—Eso no es verdad Kardia, si todas ellas te rechazaron fue porque eres un mal educado —le refutó el francés.
—¡¿Y tú qué sabes?!
—Más de lo que puedes llegar a entender —replicó—. Espero que disfrutes de mi sopa de verduras a la francesa —Degel, dirigió a la chica. Ariel asintió con ojos destellantes.
—Degel, no le robes la novia a Albafika —espetó Aspros con gesto incómodo.
—Yo no robo lo que, desde un principio, tiene dueño pero si está disponible entonces no debe haber reclamo —pronunció con gallardía el peliverde.
—De todos modos, gracias por la comida.
—Es un placer.
—Sí pero luego de eso tienes que probar mi Famoso «Spaghetti en Salsa de tomate con Albóndigas de Carne y Queso Parmesano» —anunció Manigoldo, simulando que se chupaba los dedos. Ariel aceptó gustosa.
Cuando Albafika regresó de haber hablado con su padre y que este le hubiera dado permiso para salir —sobre todo al saber la razón—, lo primero que vio fue a Ariel con una cuchara en lo alto dándole a probar a un cocinero de cabellos largos y blancos, vio como la felicitaba y también vio con molestia como la mayoría pedía que Ariel hiciera lo mismo con ellos.
—¡Ejém! —carraspeó para llamar la atención, Kardia lo ignoró y seguía hablando con Ariel, quien, sí se había percatado de la presencia del peliceleste y le señaló que se volteara, pero Kardia hizo caso omiso al aviso y siguió en su intento de coqueteo—. ¡EJEM! —gritó con fuerza el pisciano.
—¡Hay ese que tiene tos, váyase a toser fuera que aquí…! Albafika, ya viniste. —Kardia notó con miedo como Albafika lo fulminaba con odio, pudo sentir como si le dijera con la mirada «Aléjate de ella»
—Este… yo, aquí, nada más haciéndole compañía a Ariel —titubeó nervioso.
—Sí, claro —entrecerró los ojos, desconfiado—. Vamos, Ariel, te llevo a tu casa —habló con voz más amable, le ofreció su brazo, el cual fue aceptado por la pelinegra y, juntos salieron de la cocina.
Todos vieron a la pareja irse.
—Ahora que recuerdo… ¡Oye Defteros! —le llamó Kardia—. ¿Iba en serio lo de la pócima?
—Es cierto, no imagine que tuvieras de esas cosas —comentó Dohko.
—Ni yo —concordó el ariano.
—¿Cuál pócima? —parpadeó confundido el gemelo menor.
—¿Pues cuál más? La que le diste a Albafika. —le recordó Kardia.
—…Ah, ya. Esa pócima. Sí, ¿por?
—¡DEFTEROS! —gritó Aspros, acercándose a él con mirada matadora—. ¡¿Se puede saber, dónde demonios pusiste mi jarabe?! —cuestionó el gemelo mayor.
—Este… ¿en la mesa? —contestó, titubeante.
—Esto no es mi jarabe, Defteros de Géminis. ¿Qué es este concentrado de hierbas mal olientes? ¿Dónde rayos metiste mi jarabe para la tos? —le recriminó su hermano.
—Entonces, si esa es mi posición, lo que se tomó Albafika fue… —Defteros puso cara de espanto.
—¡Defteros, eres un Imbécil! —exclamaron, en perfecta sincronía.
—Bueno, al menos espero que le vaya bien a Albafika —soltó Shion.
—Nah, Dohko, mejor regrésame mi dinero —le exigió Kardia al chino. Dohko lloraba de tristeza mientras le devolvía el dinero, cuando de pronto, una mano azotó en el centro de la mesa, dejando a la vista un billete de una cantidad considerable.
—¿Siguen abiertas las apuestas? —preguntó un apuesto hombre de cabellos rojos ondulados.
—¡JE-JEFESITO! —exclamaron los jóvenes.
—Albafika lo logrará, de eso no hay duda —afirmó con seguridad el pelirojo.
—Señor Lugonis, ¿cómo está tan seguro? —se atrevió a preguntar Shion.
—Albafika se parece tanto a su madre, es igual de tímido que ella —Una lágrima orgullosa se deslizó por su mejilla—. Él triunfará, porque yo mismo le enseñé un método infalible para conquistar mujeres, lo puse en práctica el día en que me declaré a su madre —aseguró con nostalgia.
—¿Así...? ¿Qué clase de método es? —preguntó Dohko.
—¡Bórrala, Albafika! —le ordenó Ariel, con un tono elevado de voz.
—¡NUNCA! —contestó Albafika, muerto de risa, mientras le sacaba la lengua, estirando el brazo, alejando su celular con una foto fuera de enfoque de Ariel.
—¡Bórrala! ¡Ya! —exclamó, a más no poder, tratando de alcanzar el celular, pero el pisciano no se lo permitía.
—¡…No! —contestó entre risas Albafika.
—¡TE ODIO! —le gritó enojada.
—Si quieres que la borre, primero bésame.
Antes de que Ariel pudiera siquiera sorprenderse, Albafika, ya la había tomado de la cintura y la besaba con ternura, provocando que el rostro de Ariel, se tornara de un color tan rojo que un tomate le envidiaría.
—¿Todavía me odias? —le preguntó en un susurro, luego de separarse. Ariel negó tímidamente con la cabeza.
—Cuando pienso en ti, miles de cosas pasan por mi cabeza y no puedo pensar claramente, mi corazón se acelera, se detiene y vuelve a latir, todo al mismo tiempo, cada vez que te veo —decía, con un leve rubor en las mejillas—. Yo quiero hacerte feliz y, sé que puedo hacerte feliz…yo no te dejaría plantada, nunca. ¿Aceptas? —le propuso, en un susurro, levantando su mentón para mirarle—. ¿Te parece bien que este hombre delante de ti quiera hacerte feliz? —le preguntó Albafika. Ariel, le sonrió con dulzura y le acarició una mejilla.
—Pero solo si ese hombre promete no dejarme sola.
—Créeme que así será —le prometió. Y, de nuevo, se inclinó a besarla.
—Pero no usaré un vestido, nunca más —concluyó Ariel, luego del beso.
—No, pero…si te ves hermosa con uno —empezó a rogar—. ¿No serías tan cruel? —Ella le miró con seriedad y se cruzó de brazos—. Por favor.
—No —se negó—. No me vuelvo a poner un vestido, punto.
—Pero...
—No, y punto —le cortó Ariel.
—Te lo ruego… —Albafika estaba a punto de llorar.
—¡Que no! ¡Y se acabó!
Y así siguieron todo el camino, hasta llegar a su casa.
