Ese día, todos notaron que Alfred olía diferente.
Podía oler a sudor, comida frita, asada, dulce, salada, bebidas con gas (en resumen, toda la comida chatarra existente), y hasta a tierra, mocos, animales sucios y sangre, pero jamás oler a perfume. Y menos si era uno tan... fino como ese.
Su apariencia seguía siendo la misma, no había cambios en cómo usaba el uniforme de la escuela, ni su cabello descuidado, ni sus gafas horribles, ni sus zapatos deportivos que definitivamente no eran permitidos, ni la asquerosa chaqueta con la que parecía estar fusionado. Nada de nada, salvo el extraño perfume.
Y un suspiro.
— Eh, ¿qué fue eso? — preguntó Gilbert al escucharlo. Alfred no se inmutó, y siguió viendo la nada misma, con los ojos entrecerrados y la cabeza apoyada en la palma de la mano. — ¿Al-Al?
— Nada, nada. — respondió Alfred, en un murmullo. Y suspiró otra vez.
Todos miraron hacia la misma dirección; no notaron nada extraño. Nada de nada.
— Primero desapareces sin decirnos nada. — comenzó Mathias. — Luego hueles normal, algo que no es normal en ti; y luego te quedas como idiota mirando a la nada.
— Nada, nada. — repitió Alfred. — ¿Qué podría pasarme? Se me pegó el perfume de otra persona cuando venía, ¡no es raro!
Gilbert volvió a acercarse a él y lo olfateó, como un perro.
— Demasiado fino para ti, en todo caso. — dijo. — Inglés, británico, francés. Algo así.
— ¿Especialista en perfumes?
— Podría considerarme uno, tener un hermano responsable, limpio y organizado es una ventaja cuando quieres llamar la atención de alguien.
— Entonces, ¿estabas mirando a Arthur? — preguntó Francis, desde las sombras. Nadie sabía que estaba presente. — Oh, oh. Sí, sí, eso es amor...~ Arthur usa perfume... Británico.
Y todos sintieron que las partes de ese pobre rompecabezas de cincuenta piezas encajaban.
Menos Alfred.
— ¡Esperen, esperen! — exclamó, poniéndose de pie y agitando los brazos desesperadamente. — ¡N-n-no me acerqué a Arthur en ningún momento! ¡No, no, no!
— Pffff.
