Notas de la traductora:
Hola corazones, ¿Cómo os encontráis? Ha pasado un tiempo cierto. Bueno me decidí a editar esta historia, fue la primera historia que me decidí a traducir, y recibí varios comentarios que ayudaron a mejorar, así que después de muuuucho tiempo, finalmente aquí está la nueva versión. Espero que la disfrutéis y que sea más entendible.
Además, si les es posible pasen a revisar la historia original.
Por más historias Lyanna/Jaime. Os dejo disfrutar de la lectura.
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego pertenece a George R. R. Martin. Así como está historia pertenece a la grandiosa escritora starbursts and kisses, quien amablemente me ha dejado traducirla.
Todos quieren gobernar el mundo.
("Everybody Wants to Rule the World")
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By starbursts and kisses
Traducida por: Miss Breakable Butterfly
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— ¿Matarías a una mujer por mí si te lo pidiera?
Se detiene en medio del acto de trazar patrones inconexos en el hombro de Cersei y la mira fijamente. Ella se ve hermosa como siempre —todos los rizos dorados, las mejillas sonrojadas y sus curvas suaves—, y por un instante, siente una punzada momentánea de pesar por lo que vendrá mañana, él tendrá que dejarla de nuevo y viajar de vuelta a Desembarco del Rey para servir a un gordo tonto en una corte poblada por idiotas y falsos señores.
Él acuna su mejilla con una mano, y aunque sus párpados se cierran momentáneamente y ella suelta un suave suspiro, cuando ella vuelve a abrir los ojos, la misma mirada que él vio hace un momento todavía está allí. Es una mirada decidida, una que nace de la lujuria, pero no del tipo de lujuria que Jaime está acostumbrado a ver. No, esta vez, lo que ve es el reflejo de la mirada de Tywin Lannister mirándole fijamente.
Jaime deja escapar un suspiro que no se había dado cuenta que estaba conteniendo.
— ¿Una mujer? —repite lentamente, apoyando su barbilla en una mano y observando a su gemela con los ojos entrecerrados.
Cersei asiente con la cabeza.
— Sólo una —dice ella, reflejando su posición de manera que estén perfectamente alineados: hombro con hombro, cadera con cadera, tal como deberían estar.
— ¿Quién?
— Lyanna Stark.
Las cejas de Jaime se elevan, y a pesar de la mirada de desaprobación que Cersei le envía, se ríe.
— ¿Te refieres a la Reina Lyanna?
Los ojos de su gemela se estrechan ante la mención del nuevo título honorífico de la chica del Norte, y hay un desprecio tan flagrante en su mirada que si él hubiera sido cualquier otro hombre, inmediatamente lo habría tomado como su señal para cambiar de tema. Pero Jaime Lannister no es como la mayoría de los hombres, y en lugar de sentirse repelido, se encuentra extrañamente excitado.
Se acerca a ella, pero Cersei se aleja violentamente de su toque.
— Debería haber sido yo —dice con amargura—. Yo era la que debía casarse con Rhaegar, pero Elia Martell me lo robó. Y entonces ocurrió la guerra y Rhaegar murió, y padre dijo que yo me casaría con Robert Baratheon en su lugar. Pero entonces esa perra Stark apareció y arruinó todo. Debería haber sido yo, Jaime. Debería haber sido yo.
— ¿Y habrías sido feliz siendo la esposa de Robert Baratheon, hermana? —Jaime le pregunta—. Él es un cerdo, un borracho y un hombre horrible, además, él no te merece.
— Quizás no —responde Cersei—. Pero yo habría sido la reina.
Una risa resentida se escapa de la garganta de Jaime. A decir verdad, nunca entenderá porque Cersei anhela tal cosa. Él ha visto lo que el título y el poder podían hacerle a un hombre —tiene suficientes pesadillas sobre el Rey Loco y una ciudad devastada por el fuego que le durarán toda la vida—, y no le gustaría ver a su hermana corrompida de esa manera. Pero Cersei es la hija de Tywin Lannister de principio a fin, y si hay algo que heredó de su padre, es la ambición.
— Quiero esa corona, Jaime —Cersei susurra en el oído de su hermano, sus ojos brillando peligrosamente y sus uñas clavadas dolorosamente en sus palmas.
Jaime se inclina hacia delante, rozando su frente contra la de ella, y finalmente plantando un suave beso en su frente.
— Haría cualquier cosa por ti, hermana —jura—. Cualquier cosa.
Cersei lo sabe. Pero a ella le gusta oírle decirlo.
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En el momento en que Jaime llega a Desembarco del Rey, el juego comienza. Él observa, espera y toma nota de todo lo que hay que saber sobre el enigma que es Lyanna Stark.
Ella es hermosa, Jaime tiene que admitir a regañadientes, con esas cejas oscuras del Norte y los ojos grises, y difícilmente puede culpar a Robert Baratheon y Rhaegar Targeryen por iniciar una guerra por ella. Pero ella no es Cersei. Y cualquier mujer que no sea Cersei no es alguien que a Jaime le gustaría frecuentar sobre una base diaria. Pero aun así, si ha de realizar la tarea que su hermana le ha confiado hacer, entonces debe encontrar una manera de acercarse a la reina.
Por derecho, debería haber sido fácil. Jaime es un miembro de la Guardia Real, encargado de defender el rey y su real esposa, pero a pesar de que es una presencia constante en el castillo, siguiéndolos y protegiendoles de las amenazas reales e imaginarias, no podía encontrar un momento a solas con la reina. Ella no confía en él, piensa en un primer momento. Pero luego se da cuenta, no, eso no es todo. Ella no confía en nadie en absoluto.
Ha oído historias de Lyanna Stark —el reino siempre está lleno de cuentos sobre Lyanna Stark y el torneo en Harrenhall—, pero a pesar de todas las versiones que hay, todas las historias concuerdan en una cosa: ella es una joven doncella hermosa, vivaz en un momento y misteriosa al siguiente, justo el tipo de persona que uno esperaría fuera coronada Reina del Amor y la Belleza, si alguien que no fuera Rhaegar Targaryen hubiera ganado la justa de ese día.
Pero la mujer que conoce en la corte de Robert Baratheon ese día no es la misma mujer de la que tanto ha oído hablar. Se ve seria e impasible, como una verdadera dama de hielo del Norte, e incluso cuando habla con el rey Robert, que la mira como si el sol brilla sobre su culo, no hay calor en ella. Lo que sea que Lyanna Stark experimentó durante los días que siguieron a la Rebelión de Robert, lo horrores que había visto y soportado detrás de las paredes de la Torre de la Alegría, la habían cambiado.
— Esto complica las cosas —Jaime piensa amargamente para sí mismo. Él no es de ninguna manera un hombre paciente, pero por el bien de su hermana, debe aguantar. Así que él espera. Él espera, aprende y se consuela pensando que un día pronto tendrá su oportunidad.
Pero esa oportunidad nunca llega, y si fuera cualquier otra mujer a la que tuviera que cortarle el cuello, la espera lo habría matado. Por suerte para Jaime Lannister, la Reina Lyanna es una mujer interesante.
Aprende que a ella le gusta cabalgar por las mañanas, con el pelo suelto y sin atar, de tal manera que todas las mujeres sureñas la miran con expresiones de repugnancia e indignación apenas disimuladas, y que cuando el estado de ánimo la golpea, ella deja atrás a todos los caballeros y jinetes que su esposo envía para escoltarla, su caballo disparado por los aires como un cometa.
Por las tardes, atendería sus rosas en los jardines del palacio —hermosas rosas azules de invierno como el Sur nunca ha visto antes— y por la noche, ella asistiría al banquete con el rey y toda la corte, con manchas de tierra en su vestido y flores en el pelo, la barbilla en alto.
Y aunque sus ojos son pétreos y trata a todo el mundo excepto a Jon Arryn con una indiferencia educada que habría enorgullecido incluso al padre de Jaime, Jaime no se deja engañar. Ella, esta reina de ellos todavía es salvaje. Y las cosas salvajes son difíciles de matar.
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Un día, Jaime aprende otra cosa extraña sobre Lyanna Stark.
A estas alturas, hacía mucho que había renunciado a la esperanza de poder abrirse camino en sus buenas gracias. Lo había intentado una vez, cortejandola como un caballero encantaría a una dama justo antes de pedirle su favor en una próxima batalla, pero la Reina Lyanna no quiso saber nada de eso. Sin duda su hermano Eddard, que ahora gobierna el Norte como Señor de Invernalia, le ha advertido en su contra. O tal vez la dama es más inteligente de lo que cree.
Así que en vez de eso, Jaime ha empezado a seguirla bajo el pretexto del deber. Durante una de esas ridículas farsas, en la que Jaime sigue sintiendo dolor por haber sido interrumpido una vez más de sabotear la silla de montar de su excelencia, escucha por casualidad una conversación entre Lyanna y una de sus damas del Norte.
— ¡Pero Su Gracia! —Protesta su compañera del Norte—. El rey esta...
— Sí, sé exactamente dónde está el rey —dice Lyanna Stark con calma.
— Entonces hay que hacer algo, Alteza. Él no puede hacerle esto...
— Él puede y lo hará. Y no lo detendré ni le hablaré de este asunto —Lyanna continúa, su voz firme—. Pero asegúrate de que la sirvienta beba su té de luna. Si se niega, lleva a uno de los guardias para que la sujete mientras viertes el líquido por su garganta. Toleraré la infidelidad de Robert, pero no tendré un bastardo en mi casa.
Y ese es el momento en que Jaime se da cuenta que Lyanna Stark, la adorable Lyanna cuyo nombre el Rey Robert dice con una reverencia divina, no es feliz con su elección de marido. Jaime había asumido que su indiferencia hacia todo el mundo, su marido en particular, no era otra cosa que el resultado de la guerra, pero ahora se encuentra pensando de otra manera. Tal vez incluso antes de su matrimonio, cuando las cosas eran menos sombrías y los reyes y los príncipes no caían muertos como moscas, ella ya había odiado al antiguo Señor de Bastión de Tormentas.
— ¿Y quién puede culparla? Robert no es un buen marido para nadie.
Pero es la idea de que Robert sea ajeno a la frialdad de su esposa lo que realmente divierte a Jaime.
— Ella solamente es tímida—había oído una vez por casualidad al rey decir cuando Renly Baratheon se atrevió a burlarse de él, como sólo un hermano podría hacerlo, sobre la inmunidad evidente de la reina a la belleza del rey.
— Tímida mi culo —Jaime piensa mientras hace todo lo posible para reprimir una risa. Lyanna Stark odia al rey, y ahora todo lo que tiene que hacer es encontrar una manera de convertir eso a su favor.
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Cuando la reina anuncia que está embarazada, toda la corte se regocija. Robert ruge su aprobación y la besa largo y duro delante de todos, y declara que si es un niño, le pondría el nombre de Jon, en honor a su querido amigo y mentor, Jon Arryn.
Durante los días siguientes, Robert adora a su reina más de lo habitual, y le toma todo a Jaime no tener arcadas. Tres lunas más tarde sin embargo, cuando el estómago de Lyanna comienza a mostrar, Robert, aunque todavía enfermizamente cariñoso con su esposa, regresa a sus costumbres de mujeriego. Cuando Jaime se entera de la noticia, no se sorprende.
— ¿Y este es el hombre con el que mi hermana quiere casarse? Cada hora esta idea suya suena cada vez más terrible.
Sin querer, se pregunta cómo la reina Lyanna tomara la noticia. Había oído que el embarazo podía cambiar el temperamento de una mujer más rápido de lo que un Frey podía decir "rendición". Puede que esta vez reaccionaría de manera diferente. Si Cersei estuviese en su lugar, sin duda, ya se habría puesto furiosa.
La pregunta debe haber aparecido en su rostro, porque la próxima vez que Jaime se encuentra de guardia con la reina, sus damas de compañía a sólo una corta distancia detrás de ellos, ella levanta una ceja y le pregunta:
— Por favor, dígame, Ser, ¿qué es lo que le molesta? Usted tiene una expresión muy peculiar en la cara.
Jaime parpadea, tomado totalmente por sorpresa, puede contar con una mano el número de veces que Lyanna Stark ha intentado voluntariamente iniciar una conversación con él. Al cabo de un momento, sin embargo, se recupera y la mira, tratando de medir cuánto puede decir sin riesgo de su ira.
— ¿Realmente no le molesta esto? —se encuentra preguntando.
— ¿Qué debería?
— La infidelidad del rey. La está deshonrando, Su Gracia. ¿Supongo que es consciente de ello?
Por primera vez en la vida de Jaime, escucha a Lyanna reírse. Es una risa agradable.
— Mi querido Ser Jaime —dice ella, una de las esquinas de su boca arqueandose hacia arriba en una sonrisa—. ¿No has oído? Soy una mujer sin honor. Soy una puta, una ramera que sedujo a un príncipe mientras me prometía a otro. Así que toda esta charla sobre el deshonor... ¿Cómo puede ser cierta cuando ya no queda nada de mi honor para que mi marido lo arruine?
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Después de eso, las cosas entre él y Lyanna Stark gradualmente comienzan a mejorar. También ayuda el hecho de que la reina esté ahora demasiado embarazada para montar a caballo o explorar, por lo que se ve obligada a permanecer en sus aposentos durante la mayor parte de sus días. Esto sólo la hace más hosca e insufrible, y a menudo paseaba delante de la ventana de su habitación como un animal enjaulado, enloqueciendo a casi todo el mundo en el castillo, a excepción de Jaime, que no es ajeno a los temperamentos extraños de las mujeres después de haber pasado casi toda su vida tratando con Cersei cuando está en uno de sus estados de ánimo negros.
— Cuando usted se encuentre una esposa, Ser Jaime —dice Lyanna entre dientes mientras camina por la habitación con una mano apoyada en su vientre, su rostro contraído por el dolor—, asegúrate de tratarla con el mayor cuidado, porque no es tarea fácil la de llevar un niño.
Jaime le sonríe de una manera que Ser Barristan habría encontrado muy inadecuada si hubiera estado allí para presenciarla.
— Soy de la Guardia Real, Alteza. No podemos tener esposas —le recuerda.
— Bueno, entonces, alguien debería haberle dicho a Robert hace mucho tiempo que se uniera a su causa y fuera su Hermano Jurado —dice Lyanna groseramente.
Jaime se ríe.
— Si eso hubiera ocurrido, entonces no habría sido reina —señala.
— Sí. Y yo estaría mucho mejor por ello —murmura en voz baja.
Jaime mira hacia otro lado y pretende que no la oyó decir eso.
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Observa cómo la carta se incendia antes de arrojarla a la chimenea, como había hecho con todas las cartas anteriores que su hermana le había enviado desde Casterly Rock. Cersei está corriendo un riesgo extraordinariamente grande al enviar cuervos a Desembarco del Rey, pero por lo que ha recogido de ella, las cosas ya están bastante desesperadas.
"Padre quiere que me case con Stannis Baratheon", ella le escribe, y el sólo hecho de pensar en su hermana atada en santo matrimonio a un hombre así hace hervir la sangre de Jaime. Él agarra el pomo de la espada con tanta fuerza que espera que se rompa, y no sabe si debe estar enojado con su padre, con Stannis, o con ambos.
El matrimonio con Stannis Baratheon se parece mucho al casarse con una roca, por lo que él sabe. Y para empeorar las cosas, Stannis es ahora el Señor de Dragonstone, y Dragonstone es un lugar frío y duro. Cersei moriría una semana después de vivir allí. Es por ello que tiene que detener el matrimonio y hacer su parte, como Cersei tan amablemente señaló en su carta. Ella había logrado retrasar el matrimonio por unos meses, aunque cómo logró con éxito tal cosa contra su padre, Jaime tiene mucha curiosidad por saber —quizás había chantajeado a Tyrion para que la ayudara—, pero con suerte, si las cosas iban según lo planeado, ella estaría casada con un hombre diferente para entonces, y ella y Jaime podrían estar juntos de nuevo.
Pero luego está la cuestión de Lyanna...
— Que se joda Lyanna. ¿A quién le importa ella? —Jaime piensa brutalmente para sí mismo—. Ahora es un momento terriblemente inoportuno para desarrollar una conciencia. Pase lo que pase, bebo deshacerme de ella.
Pero, curiosamente, la idea de cortar la garganta de Lyanna Stark embarazada de la misma forma en qué había cortado al Rey Loco en su trono, hace a que el estómago de Jaime se revuelva, así que, se encuentra pensando en otras cosas que decir, excusas que se dice a sí mismo con el fin de salvar su vida sólo un poco más de tiempo.
— Ella podría morir en el parto —Jaime decide. Él sabe que es un hecho que la difunta Lady Stark, la madre de Lyanna, había muerto al dar a luz a su tercer hijo. Tal vez el mismo destino le ocurriese a su hija. Si eso sucede, entonces Jaime no necesitaría matar a la reina y arriesgarse a ser descubierto como un traidor, y podría asegurar el futuro de su hermana sin mover un solo dedo.
Jaime asiente para sí mismo. Sí, eso podría funcionar.
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Cuando Jon Baratheon llega al mundo pateando y gritando, su madre está allí para sostenerlo en sus brazos. Esa noche, Jaime siente una extraña sensación en la parte inferior de su estómago cuando oye a el Rey Robert brindar a la salud de su hijo recién nacido y su esposa. Se dice a sí mismo que es decepción, y aunque parte de ello es cierto, hay algo más allí, algo extraño que se niega a nombrar o a decir en voz alta.
No ve a Lyanna durante mucho tiempo después de eso. Ella se queda en la cama, al cuidado de su hijo y recuperando lentamente sus fuerzas, y Jaime se las arregla para convencerse a sí mismo de que es lo mejor. Tal vez una semana o más sin su presencia lograría despejar su cabeza y le haría bien.
Pero un día, ella finalmente honra a la corte con su presencia, y para el asombro de todos, notan que algo en ella ha cambiado. Ya no parece sombría y retraída. Hay algo en la maternidad que hace que sus mejillas brillen con una alegría inconfundible, y cuando se encuentra un momento a solas de la multitud de personas que le dan sus buenos deseos, y de Señores y Damas que afluyeron a ella desde el momento en que su llegada fue anunciada, ve a Jaime, y la sonrisa que le dispara es tan radiante que casi lo toma por sorpresa.
— Ser Jaime —le saluda cordialmente—. ¿Cómo has estado? Le veo mucho más saludable ahora. Sin duda has estado durmiendo bien estas últimas semanas, sin mí para proteger y atormentarte.
Jaime la favorece con una sonrisa arrogante.
— Por el contrario, Su Gracia, la vida en la corte es bastante aburrida sin usted —comenta con suavidad—. Sin usted para mantenerla vigilada, me temo que Lady Tanda ha vuelto a acosarme y a intentar convencerme para que abandone mis votos de Guardia Real y pueda casarme con su hija Lollys.
Lyanna arquea una ceja.
— ¿Ah, sí? Es una noticia preocupante —se las arregla para decir con una cara seria.
— Pero la idea es tentadora, debo decir. Imagínese la mirada en la cara de mi padre cuando se entere de esto.
Lyanna sonríe con picardía hacia él.
— ¿Has oído eso, Jon? —Arrulla a su hijo recién nacido, que se mira cada pedacito un Stark, sin un rastro de sangre Baratheon en sus características—. Ser Jaime se va a casar con Lollys Stokesworth. ¿Qué dices, mi hijo? ¿Debo enviar a Lord Tywin las invitaciones de la boda yo misma?
El bebé la mira en silencio con ojos grandes y sin parpadear, y Jaime se encuentra riendo.
— Ah, odio decepcionarla, Excelencia, pero a decir verdad, creo que mi padre no se opondría al partido, de ser tan tonto como para sugerirlo. Preferiría tener a Lollys Stokesworth como su buena hija que entregarle Roca Casterly a mi hermano.
Un ceño fruncido se abre paso sobre la cara de Lyanna.
— ¡Pero eso es absurdo! —exclama—. ¿Su hermano no es lo suficientemente competente para gobernar el Oeste en lugar de su padre?
— ¿Competente? Mi hermano Tyrion es más inteligente que todos los eruditos y concejales en Desembarco del Rey juntos —Jaime le dice, sin molestarse en ocultar el orgullo en su voz.
— ¿Entonces no se parece en nada a usted?
Jaime sonríe. Que lengua tan malvada tiene esta reina, se dice para sí, sus ojos bailando con diversión.
— No —la corrige—. Tyrion no se parece en nada a mí o a mi hermana Cersei.
— Entonces ya me gusta —declara Lyanna.
Jaime mira la sonrisa florecer en su rostro; la vista de su aspecto inocente sin vigilancia trae esa sensación desagradable de nuevo a su pecho, y él tiene que recordarse a sí mismo otra vez que no debe quedar demasiado atrapado en el acto. Toda esta repentina camaradería con la reina no es más que otra farsa, se dice, y tarde o temprano, el pobre Jon Baratheon tendrá que encontrarse sin madre.
Pero luego, ve algo cambiar en Lyanna, y en esa fracción de segundo antes de que le dé la espalda y mire detenidamente a su hijo, Jaime mira el inconfundible destello de tristeza en sus ojos.
— Solía tener tres hermanos una vez. ¿Sabías eso, Jon? —murmura en voz tan suave y claramente destinada únicamente para los oídos jóvenes de Jon.
Pero Jaime la oye bien, y por un momento, el hechizo se rompe. Y entonces él lo escucha: el débil eco de los gritos torturados de un hombre, la risa malvada de un rey, el sonido de las llamas lamiendo el suelo.
Un terror repentino le invade, pero cuando vuelve a parpadear, la memoria se ha ido.
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Por un corto tiempo, la vida en Desembarco del Rey es pacífica. Lyanna ocupa sus días con su hijo, y cuando ella no está con él, está con Jaime, cabalgando con él casi todas las mañanas, rescatándolo de las garras de la Lady Tanda, y ordenándole que le ayude en los jardines del palacio. Jaime, al más puro estilo Lannister, parece particularmente horrorizado ante la sugerencia de participar en una actividad tan poco masculina e indigna, pero eso, a su vez, sólo hace que Lyanna esté aún más determinada a que él le ayude. La mirada de descontento que le dispara cada vez que Lyanna le ordena que la ayude a cavar la tierra y a regar las rosas siempre vale la pena, ella decide.
Por su parte, Jaime se dice a sí mismo que sólo está soportando la compañía de Su Gracia porque necesita encontrar la oportunidad perfecta para matarla. Pero a medida que la luna mengua y gira, sin que él lo sepa, su determinación comienza a debilitarse. Al final de la luna nueva, ha encontrado más de una docena de oportunidades para matarla, pero en cada oportunidad se detiene y se dice que tiene que esperar un poco más.
Mientras tanto, las cartas de Cersei aumentan rápidamente, el tono de su contenido se vuelve cada vez más desesperado.
"¿Está hecho, Jaime? ¿Lo has hecho? Me estoy quedando sin tiempo. No quiero casarme con Stannis. Sálvame, Jaime. Sálvame. Te amo, Te amo, Te amo. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué tardas tanto en responder? Jaime, ¿dónde estás? ¿Me has abandonado? Jaime, ¿por qué todavía sigue viva? Jaime... ¿no me amas?"
Con el corazón apesumbrado, Jaime alimenta cuidadosamente con cada carta las llamas, asegurándose de que no haya evidencias de la traición que podrían rastrearse hasta su gemela, y en contra de su voluntad, se encuentra cada vez más cansado de escribir las mismas excusas. Así que poco a poco pero sin pausa, sus respuestas van reduciéndose, hasta que finalmente, un día, se enfrentan al dilema de no saber qué más decir, por lo que optan por no responder en su lugar.
Jaime no quiere abandonar a Cersei —en realidad, no tiene planes de abandonarla— pero debe esperar. Sólo un poco más de tiempo, se promete a sí mismo.
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Un día, la oportunidad perfecta le llega. El rey Robert ha ido a cazar por capricho, llevándose consigo a la mitad de la corte, pero esta vez Lyanna ha optado por no ir con ellos. Ella dice que no podía dejar solo a Jon, pero Jaime sabe que hay más que eso. Hay una tristeza en ella el día de hoy, algo que no ha visto en ella antes, por lo que Jaime le pregunta a Ser Barristan si puede quedarse y proteger a la reina en lugar Ser Arys. Su Lord Comandante está de acuerdo con facilidad, pero no sin antes darle a Jaime una mirada perpleja.
Pero a Jaime no le importa. Él camina rápidamente hacia los aposentos de la reina, pero para su sorpresa, ella no está allí. La busca por todas partes —en los establos, en los jardines, incluso en los aposentos privados del Rey Robert— pero finalmente, justo cuando está a punto de darse por vencido, ve un destello de color marrón oscuro, y cuando gira en la esquina, la encuentra precariamente sentada en uno de los alféizares de la torre, una botella medio vacía de vino de Dorne cogida en una mano.
— ¿Su Gracia?
No hay respuesta.
— ¿Lyanna? —Jaime lo intenta de nuevo.
Lyanna se vuelve al oír su nombre, y cuando la ve, apenas le toma un momento darse cuenta de que ella está ebria. Ella mira a Jaime con los ojos vidriosos, sus labios ligeramente abiertos, sus mejillas teñidas de rojo, y al instante Jaime se da cuenta de que este es el momento que ha estado esperando.
Podría empujarla por la ventana de la torre en este instante y nadie se daría cuenta. Podía decir que ella se había caído, que estaba borracha, que cuando él trató de detenerla, ella no lo escuchó, y que para cuando él la alcanzó, ya era demasiado tarde. Robert lloraría por ella, lo sabe. Estaría inconsolable durante semanas, incluso meses. Pero Cersei sería una novia hermosa, y con el tiempo, Robert aprendería a apreciar eso.
Jaime cierra los ojos y piensa en Cersei. Piensa en su gemela desnuda en sus brazos con esa mirada apasionada y determinada en su rostro; imagina un futuro en el que Cersei es reina y está casada con Robert; los ve juntos, por fin para siempre; y por un momento, su determinación se fortalece.
Con una última bocanada de aire, Jaime aprieta la mandíbula y marchas hacia Lyanna.
— Sólo un empujón —piensa—. Un empujón es todo lo que se necesita.
Se acerca a ella con cuidado, de la manera en que se puede acercar a una bestia salvaje, pero cuando Jaime logra cerrar la distancia entre ellos, Lyanna extiende una mano y acuna su mejilla con la palma de la mano.
— Brandon, ¿eres tú? —llama con la voz rota.
— No, soy yo, Jaime —responde, sintiendo como si le debiera ésta última cortesía antes de que se sumerja en su muerte.
Lyanna suspira suavemente, con las pestañas revoloteando.
— Jaime —repite, diciendo su nombre con una esperanza infantil que Jaime honestamente siente que no merece—. Jaime, mi valiente caballero.
Ella inclina la cabeza hacia un lado y lo mira, realmente lo mira, y siente que algo dentro de él se quiebra.
— Dime, Jaime. ¿Son todos los hombres tan malvados? —susurra en voz baja.
— No la escuches. Empújala ahora —Jaime se reprende a sí mismo—. ¿Qué estás haciendo, idiota? ¡Empújala!
Pero Jaime está congelado bajo su tacto, y por primera vez en su vida, se siente impotente.
— Mi pobre Brandon. Mi querido hermano. ¿Le conocías, Jaime? Él murió por mi culpa, porque me amaba, y si pudiera retractarme, lo haría. Pero no fue sólo mi culpa, ¿verdad? Aerys Targaryen también es el culpable. Lo mató tanto como yo. Entonces, ¿por qué recibo toda la culpa? ¿Por qué Ned ya no puede mirarme a los ojos? ¿Por qué está muerta mi familia? Mi hermano, mi padre... Mi honorable padre, que solo quería lo mejor para mí... Aerys también lo mató. ¿Cómo puede alguien hacer una cosa tan horrible? ¿Cómo?
Y ahí es cuando la realización lo golpea. Hoy se cumple otro año de la muerte de su padre y de su hermano. Esa es la razón por la que Lyanna está actuando de una manera tan extraña. Esa es la razón por la que Lyanna se ve tan... atormentada.
Ignora sus divagaciones ebrias, descarta todos los pensamientos de reyes locos y hombres en llamas de su cabeza, y da un paso hacia adelante, forzando a Lyanna más hacia el borde de la ventana. Todo lo que se necesitaría es un paso en falso y ella se caería. Y entonces, finalmente, todo habría terminado.
— Nunca te lo agradecí, ¿verdad? —Lyanna murmura, su palma todavía gloriosamente caliente contra su mejilla. Ella esta tan cerca de él ahora que puede oler el vino en su aliento y el toque de rosas de invierno en su piel, y si esto hubiese ocurrido hace varias lunas, Jaime se habría sentido repugnado, pero eso fue antes. Antes de que Lyanna Stark irrumpiera en su vida y lo hechizara con su sonrisa. Ahora, sin embargo... Jaime está a punto de empujarla a través de la ventana de una torre y nunca se ha sentido tan desdichado en su vida.
— ¿Agradecerme? ¿Por qué? —Jaime pregunta, curioso a pesar de sí mismo.
— Por matar al Rey Loco —Lyanna dice en un susurro—. Él malvado y estaba loco y merecía morir por lo que le hizo a mi familia. Ned dice que lo que hiciste estuvo mal, que deberías haber sido castigado por ello, pero no estoy de acuerdo con él. Estoy contenta de que lo mataste. No eres un hombre honorable, Jaime Lannister —los dioses saben que no lo eres—, pero lo que hizo ese día... fue lo correcto y estoy agradecida por ello.
— No quiero tu agradecimiento —Jaime quiere gritarle—. Estoy a punto de matarle y convertir a tu marido en viudo. Chica estúpida. ¿No puedes verlo? He estado planeando matarte desde que llegue aquí, para poder hacer reina a mi hermana, entonces así podría follarla cada día y pasar el resto de nuestras vidas juntos... y sin embargo, tú ¿quieres agradecerme?
Jaime quiere reírse de lo absurdo de todo esto, pero las palabras de Lyanna están atascadas en su cabeza, y ella sigue mirándolo con esos ojos tristes y grises, y oh dioses, él nunca podrá hacerlo, ¿verdad? Nunca será capaz matarla. Ha sobrevivido tanto tiempo engañándose a sí mismo pensando que cuando llegase el momento, podría hacer lo correcto por Cersei, ¿pero a quién engaña? No puede hacerlo. ¿Cómo puede él, cuando ella es la única persona en todo el reino que alguna vez le ha agradecido por el crimen que le valió su nombre?
Toma una respiración profunda, exhala, y se aparta de manera que la palma de Lyanna toca nada más que el aire.
Cersei nunca le perdonará esto, se da cuenta inmediatamente. Ella tomara esto como la última forma de traición, y aunque su hermana es muchas cosas, misericordiosa nunca ha sido. Jaime le juró que le daría una corona, pero en cambio, había ido y dado su lealtad a su rival.
— ¿Cómo es que las cosas se complicaron tanto? —Se pregunta.
Pero Jaime Lannister no es ajeno a romper promesas. Ante los ojos de los dioses y los hombres, ya había traicionado a un rey y puesto fin a su reinado sin un solo remordimiento de conciencia. Entonces, ¿qué es un voto roto más para él?
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El día que la única hija de Tywin se casa con Stannis Baratheon, Lyanna encuentra a Jaime solo en el patio de entrenamiento, atacando inútilmente a uno de los muñecos de paja con frustración. Le tiemblan los hombros por el esfuerzo, su gloriosa melena de pelo dorado está manchada de sudor, y parece que lo ha estado haciendo desde el amanecer.
— Lo siento, Jaime —dice Lyanna suavemente mientras pone una mano sobre su hombro.
— ¿Por qué te disculpas? —Jaime se rompe, moviendo bruscamente la mano de encima de su hombro sin ninguna consideración.
— Lamento que no hayas podido asistir a la boda de tu hermana —ella le dice—. Sé que ustedes dos eran unidos.
Jaime arroja su espada a un lado, donde golpea el suelo con un fuerte ruido metálico, y la sonrisa burlona que le da a Lyanna es tan terrible, tan diferente a la del Jaime que había llegado a conocer a lo largo de los últimos meses, que casi se estremece.
— ¿Cómo podría estar en su puta boda, cuando le dijo específicamente a mi padre que la única forma en que ella se casaría con Stannis es si yo no estaba allí? —prácticamente le grita.
— ¿Por qué hizo eso? ¿Se ha peleado con Lady Cersei? —Lyanna le pregunta, y aunque Jaime hace todo lo posible para ahuyentarla con su mirada, Lyanna no se acobarda. Se había enfrentado a cosas mucho peores que Jaime Lannister de mal humor, hay pocas cosas que puedan asustarla en este mundo ahora.
Cuando se hace evidente que Lyanna no se ira hasta que ella obtenga sus respuestas, Jaime suspira.
— Lo hicimos. Peleamos mal —admite finalmente—. Uno pensaría que es hija única, dada la forma en que mi hermana actúa.
Lyanna parpadea.
— ¿Por qué está enojada contigo?
Jaime la mira, su boca dibujada en una línea recta apretada.
— Porque —dice con otro suspiro—. Por primera vez en mi vida, fui en contra de los deseos de mi hermana. Naturalmente, a ella no le gustó eso.
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Cuanto más se acerca Jaime a Lyanna, más tensa se vuelve su relación con Robert. Jaime no puede precisar el momento en que comenzó; todo lo que sabe es que sus argumentos comienzan a aumentar, Lyanna se vuelve más y más obstinada cada día, y Robert sigue mirando a Jaime como no quisiera nada más que clavar una estaca en el corazón.
Una vez que está de guardia fuera de la habitación del Rey, aburrido hasta la mierda en su mente, oye el sonido inconfundible de la voz de Lyanna elevándose en cólera.
— ¡Él es mi hijo, Robert! ¡Puedo decidir qué es lo que sucede con él!
— ¡Pero Lya, no estás siendo razonable! —Oye exclamar a Robert infantilmente—. ¿Deseas enviar a nuestro único hijo a miles de millas de distancia, a un páramo helado donde crecería sin nuestra guía? ¡Él es el heredero del Trono de Hierro! En nombre de los dioses ¿qué te hizo pensar que daría mi consentimiento para enviarlo a ese lugar?
— Ese páramo congelado —Lyanna le grita—, es mi hogar. ¿O lo has olvidado?
— Por supuesto que no, pero...
— Quiero que sea fomentado en Invernalia cuando sea lo suficientemente mayor, Robert —Lyanna lo interrumpe—. No siempre, sólo por unos pocos años. Iremos a visitarlo de vez en cuando, por supuesto. Y Ned cuidará bien de él. Sé que lo hará. Todavía confías en Ned, ¿verdad?
El Rey Robert suelta un gemido, y así de fácil, Lyanna sabe que ha ganado. No hay manera de que Robert le niegue esto, no cuando ella usó tan hábilmente a un hombre que Robert considera su propio hermano para demostrarle su punto de vista.
— Entonces asumo que estamos de acuerdo —dice ella, enmascarando el triunfo en su voz con algo que se asemeja a su gracia real.
Robert sale de la habitación enfurecido, apenas dándole un vistazo a Jaime, y un momento después, la Reina Lyanna sigue su ejemplo. Ella encuentra la ceja arqueada de Jaime con su propia sonrisa cansada antes de decir:
— No os preocupéis. El Rey no puede estar enfadado conmigo por mucho tiempo.
— Nadie puede permanecer enojado contigo por mucho tiempo, Lyanna —Jaime le dice con una sacudida divertida de cabeza—. Pero no lo entiendo. Amas a Jon más que a la vida misma. ¿Por qué querrías enviarlo lejos?
— Porque no lo quiero cerca de su padre —Lyanna afirma sin rodeos—. No quiero que Jon termine como él. Quiero que crezca como un hombre honorable, ¿y quién mejor para enseñarle sobre el honor y el deber que mi hermano Ned?
Y debido a que Jaime la conoce tan bien a estas alturas, él le dice:
— Va a dolerte estar lejos de tú hijo. Le extrañaras tanto que no sabrás qué hacer contigo misma.
Lyanna toma su mano y la aprieta.
— Lo sé —susurra con tristeza—. Menos mal que aún te tengo a ti.
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Lyanna se ríe y se aferra a su brazo con regocijo (porque Jaime está en medio de contarle la vez que su hermano se vistió de los más variopinto e hizo una voltereta delante de su señor padre) cuando Robert los encuentra así.
El Rey estrecha los ojos y se tambalea hacia ellos, su pesada estructura amenazando con caer al suelo en cualquier momento.
— Por los dioses —Jaime piensa mientras frunce los labios con disgusto—. Se ve más borracho que un marinero Lyseni.
— ¡Tú! —Robert exclama en voz lo suficientemente alta como para despertar a toda la ciudad—. ¿Cómo te atreves a poner tus manos sobre mi Lyanna? ¡Suéltala ahora mismo!
Sin embargo, cuando se acerca lo suficiente para ver la cara de Jaime, retrocede, y algo parecido al horror adorna su cara.
— No... —Exclama con incredulidad—. ¿Por qué estás... por qué estás aquí? ¡Yo te maté! ¡Te mate ti, a tus hijos, y a toda tu familia dejada de la mano de Dios! ¡No, esto no puede ser posible! ¡No puedes estar aquí!
Una mirada de comprensión cruza el rostro de Lyanna.
— Robert —dice con voz apaciguadora mientras lo coge suavemente por el hombro y lo aleja lentamente de Jaime—. Estás borracho querido esposo. No estás pensando con claridad. Este es Ser Jaime, tu propio caballero jurado. No es un dragón.
Robert parpadea varias veces, como para despejar su mente de la neblina del alcohol, y mira estúpidamente a Jaime.
— Jaime... ¿Jaime Lannister? —murmura vacilante, y por un momento, Lyanna piensa que esto funcionara. Pero entonces Robert gruñe y se lanza sobre Jaime, mientras grita—: ¡No, esto es un truco! ¡Es él otra vez, viene a atormentarme y a alejarte de mí! ¡Bueno, no lo voy a permitir! ¡Voy a matarle! ¡Lo mataré una y otra vez si tengo que hacerlo!
— ¡Robert, basta! —Lyanna grita, interponiéndose en su camino y apoyando las manos contra el cuerpo de su marido para que se detenga—. ¡Rhaegar está muerto! Estás imaginando cosas. ¡Ahora detente inmediatamente antes de hacer un completo tonto de ti mismo!
Irritado ante la idea de ser interrumpido, Robert se vuelve hacia su reina, su rostro contorsionado en una máscara fea de ira.
— ¿Te atreverías a ponerte del lado de él? —ruge—. ¿Me traicionarías a mí, tu propio esposo y Rey? ¡He luchado una guerra por ti, Lyanna! ¡Te di una corona! Te defendí de todos aquellos que alguna vez dijeron que no eras digna de ser mi esposa. Te di todo lo que tu corazón podía desear... ¿y así es como me lo pagas? No, te mostraré... Te mostraré lo que significa estar casada con un rey. Te haré ver. Haré que me ames.
Robert la coge y se la lleva medio arrastras, provocando que Lyanna grite de dolor. En un abrir y cerrar de ojos, Jaime está a su lado, su mano instintivamente va a la empuñadura de su espada, pero Lyanna le lanza una mirada. Sólo una mirada, y Jaime entiende.
Así que, a pesar de todos los instintos de su cuerpo diciéndole que luche, él se detiene en seco y los observa desaparecer dentro de las cámaras del rey. Jaime los sigue, deteniéndose justo antes de abrir las puertas, y con un gruñido de frustración, apoya la frente en las puertas de madera, deseando con todas sus fuerzas golpear a Robert Baratheon en el pecho con el martillo de guerra que usó para matar Rhaegar.
— ¡Soy tu marido, Lya! ¡Tú me perteneces! —se podía oír a Robert gritando dentro de la habitación.
— ¡Yo no pertenezco a nadie! —Lyanna grita—. ¡Y tal vez si no estuvieras tan ocupado jugando y metiendo la cabeza entre los muslos de alguna otra mujer, te habrías dado cuenta!
— ¿Eso es de lo que se trata? Oh, Lya, ¿acaso no puedes verlo? Te amo. Sólo a ti.
— Bueno, eso es una pena, porque nunca tendrás mi amor —Lyanna proclama, la voz temblorosa de ira—. ¡Te odio, Robert Baratheon! Me gustaría que hubieses muerto, ese día en el Tridente. Deberías haber sido tú.
Un tenso silencio sigue a su declaración. Entonces Jaime oye el grito de Lyanna, el sonido de cristales rotos, y lo que suena como algo —o alguien— golpeando el suelo.
Con votos o sin ellos, Jaime abre ambas puertas, la sangre corriendo por sus venas como fuego líquido, y se topa con una visión asombroso. Lyanna está de espaldas a él, los restos destrozados de una botella de vidrio sostenida firmemente en su mano, y debajo de ella, extendido en el suelo como una bestia gigante dormida, yace Su Gracia.
— ¿Está él…? —Jaime empieza a preguntar.
— No, todavía está vivo. Sólo le deje inconsciente —Lyanna susurra con voz ronca—. Pronto se despertará, sin memoria de lo que hizo o cómo llegó aquí.
Jaime camina hacia delante, con las manos temblorosas.
— ¿Te ha hecho daño? Dioses, ¿acaso él...?
— Estoy bien, Jaime —la reina lo interrumpe, y Jaime se sorprende al oír el acero en su voz—. Por favor, vete.
— ¿Me estás jodiendo? Ese bastardo acaba de intentar...
— Ser Jaime, ¿necesita qué os recuerde que yo soy su reina? —Lyanna señala imperiosamente, irguiéndose en toda su estatura, sin siquiera mirarlo.
Jaime vacila, y luego, como si lo sintiera, Lyanna suspira y dice, su voz más suave esta vez.
— Por favor, Jaime. Yo solo... necesito estar sola por un momento.
— Como desees.
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Pero durante tres días y tres noches, Lyanna Stark no sale de sus aposentos. Su esposo, quien, fiel a la palabra de Lyanna, se despierta con un enorme moretón en la frente y sin recordar lo que pasó ese día más allá de su encantador tiempo con Chataya, no sabe qué hacer. La notoria ausencia de su esposa en la corte no se ha perdido, sin duda, pero Robert es débil cuando se trata de Lyanna, por lo que cuando se entera de que su esposa quiere mantenerse alejada y pensar en su habitación durante Dios sabe cuánto tiempo, Robert no hace nada.
Jaime, siendo tan imprudente como es, no tiene ningún problema en hacer todo lo contrario. Trata de escabullirse entre las habitaciones de Lyanna, pero hay guardias apostados fuera de su puerta —hombres leales a la reina, hombres que preferirían morir antes que desobedecer sus órdenes— y aunque Jaime podría vencerlos a todos sin sudar, duda de que Lyanna apreciara que la sangre de los leales a Stark manchara la puerta principal de su habitación.
Así que cuando eso falla, acorrala a una de las damas de Lyanna y la amenaza con lesiones corporales para que hable. Pero más allá de un amortiguado "Su Gracia está a salvo", no puedo sacarle nada más a la chica. Frustrado, Jaime gime. Parece que la capacidad de Lyanna para inspirar lealtad en la gente la ha salvado una vez más.
Al cuarto día, sin embargo, justo cuando Jaime está contemplando los méritos de llevar un ariete hasta los aposentos de Su Gracia, recibe una nota de Lyanna, diciéndole que se reúna con ella en el Bosque de los Dioses a la hora del lobo.
A la hora señalada, Jaime recorre el camino que lo lleva a la versión del Bosque de los dioses en la Fortaleza Roja, mientras maldice a Ser Barristan por haberle hecho casi llegar tarde. La ve mucho antes de que ella lo vea a él; y cuando ella oye el sonido de pasos que se acercan, ella mueve la cabeza y corre hacia él.
— ¡Jaime! —ella grita, sus manos buscando inmediatamente las suyas.
Ella deja caer la capucha, y bajo la luz brillante que proyecta la luna, Jaime jadea. Hay un gran moretón sobre su rostro, púrpura y feo; y más grande que el de la frente de Robert, y al verlo casi hace que Jaime se vuelva loco.
— ¿Él te hizo esto? —Jaime grita incrédulo, su propia voz lo traiciona—. ¡Ese puto monstruo!
Hay una docena de otras cosas que Jaime quiere decir, todos ellas terminan con las palabras "mierda" y "Siete Infiernos", pero Lyanna se adelanta. Ella lo mira, sin molestarse por la marca espantosa sobre su rostro, y simplemente dice:
— Hay algo que necesito preguntarte, Jaime.
Jaime asiente con la cabeza para que continúe, sin confiar en sí mismo para hablar por el momento.
Sus ojos son claros, pero de alguna manera, le recuerdan a un lobo justo antes de que se lance a matar —silencioso y mortal, los colmillos al descubierto sólo en el último minuto— y cuando habla, no hay rastro de incertidumbre en su voz.
— ¿Matarías a un rey por mí si te lo pidiera?
Jaime sonríe. Ya sabe cuál será su respuesta.
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NA: Oh chico. Se supone que en estos momentos estoy descansando de la escritura de ficción, pero esta historia se escribió sola y al final, no pude resistirme. Jaime/Lyanna es mi nueva cosa favorita, después de todo.
Inicialmente quise escribir a Lyanna como un personaje rudo y fuerte, pero por alguna razón, ella terminó siendo... mercurial? No sé cómo diablos pasó eso. Lol. Oh, y ni siquiera me hagas hablar de Cersei/Jaime. No soy fan de esa pareja, pero me obligué a escribir esas partes porque Cersei es una gran parte de la vida de Jaime, y sentí que sería un poco injusto si ignoraba eso.
Otra cosa: soy consciente de que me metí con las reglas de genética del GRRM cuando hice que Jon pareciera más Stark que Baratheon, pero qué demonios. No lamento nada :))
NT: Espero que hayan disfrutado de la lectura :D
