Recuerdos desde el corazón.
Los personajes pertenecen a S. Meyer, pero la idea es originariamente mía y está registrada en savecreative desde el año 2012; así que abstenerse de plagio.
Esta historia contiene leguaje explícito con escenas de sexo. Por lo les advierto de que es una historia para + 18
Los personajes principales, será Edward y Bella.
Sin más preámbulos les dejo con mi primer fic, espero que les guste.
#1#
2 de enero de 2011.
-¿Señor, Cullen? ¿Señor Edward Cullen?
-Sí soy yo. ¿Qué desea?
-Señor Cullen, le llamo del bufete de abogados Jenkins & Sons de Washington. Mi nombre es Nicholas Jenkins.
-Bien señor Jenkins, ¿a qué debo su llamada? En apenas diez minutos debo tomar un avión.
-Hay unos documentos en mi poder que debo entregarle a usted en persona. Así pues, ¿cuándo podríamos vernos, señor Cullen?
-¿Unos documentos?- Edward no entendía nada-. En este momento viajo hacia China para dar un concierto; pero podríamos vernos en unos…diez días. ¿Está de acuerdo?
-De acuerdo, señor Cullen, le espero en diez días en mi despacho.
Tras esa extraña llamada, Edward se dirigió hacia la terminal; ensimismado en la última de sus composiciones, con el billete entre una de sus manos mientras que con la otra sobre el mango, en forma de rosa tallada, de su bastón continuaba practicando como si éste fuese el teclado de un piano. Cuando de pronto escuchó cómo le llamaban a su espalda:
-Señor Cullen, espere- le pidió una azafata que corría de tras de él trastabillando debido a los altos tacones de sus zuecos-.
-¿Sucede algo?- se interesó-.
Se ha olvidado en el mostrador su bolso de mano- le dijo la joven entregándoselo una vez recuperó el ritmo normal de su respiración-.
¡Oh! Gracias. ¡Qué despistado soy!- exclamó algo abochornado mientras un intenso color rojo subía por sus mejillas-. Gracias, señorita- repuso con una sonrisa-.
A continuación, girando sobre sus pies, atravesó el estrecho pasillo, apoyado en su inseparable báculo de madera, el cual llevaba consigo desde el día en el que fue asaltado. Había sido herido en su rodilla derecha y desde entonces, sufría una ligera cojera-.
Ya habían dado el último aviso que le llevaría desde Los Ángeles hasta Pekín donde daría un concierto privado ante el primer ministro y varios altos cargos chinos.
Horas más tarde, el joven cobrizo se dispuso a tomar su equipaje e introducirlo en uno de los carritos para pedir un taxi cuando de pronto, junto a la salida del aeropuerto, vio una pequeña tienda y decidió ir a comprar el periódico, esperaba encontrar alguno en inglés.
La dependienta, una mujer bajita, morena con algunas canas entre sus sienes y ojos ovalados, le sonrió con amabilidad y le tendió varios ejemplares para elegir: New York Times, Washington Post, Chicago Sun-Times…
-Gracias, me llevaré éste- señaló cogiendo Los Ángeles Times, entregándole los ochenta centavos-.
-Disculpe, pero… ¿Es usted, Edward Cullen el compositor?- le preguntó con voz trémula la mujer-.
-Pues… sí. Soy yo- contestó algo sorprendido-.
-¡Oh, Dios, mío!- exclamó entusiasmada la dependiente-. ¿Me daría un autógrafo para mi hija? Será una gran sorpresa para ella…
-Claro, con gusto- aceptó con una sonrisa-. Él era uno de los compositores con un gran éxito internacional a pesar de su juventud, sólo contaba con a penas veintiséis años-.
-Espere aquí, por favor-. Le pidió y salió rápida hacia el interior del almacén-.
Edward permaneció en pie a la espera, inspeccionando con ojo clínico la pequeña tiendecita y su muestrario: revistas, paraguas, libros de lectura y de viaje, mapas para conocer la ciudad… Pero hubo algo que llamó poderosamente su atención; se trataba de un pequeño osito de peluche de un oso panda en posición sentado, con ojos de cristal negro y tacto suave.
Se acercó hasta donde el oso estaba y lo acercó al mostrador. Ésta era la primera vez que viajaba fuera de casa tras la operación de su pequeña Sara de a penas siete años de edad; así pues, pensó que le gustaría un regalo de su viaje, sabía que le encantaban los ositos de peluche.
La mujer regresó con un pequeño cuaderno de flores y le tendió una pluma con la que estampó su firma.
-¿Cómo se llama su hija, señora?- quiso saber cortés-.
-Armony- contestó-.
Para Armony, con cariño,
Edward Cullen.
-Aquí tiene, señora- dijo pasándole el cuaderno y su pluma-. ¡Ah! Y envuélvame esto para regalo, por favor-. Le pidió señalándole el peluche-.
-Por supuesto- repuso con una enorme sonrisa en su rostro-. Aquí está-.
-¿Cuánto es?- inquirió volviendo a sacar su monedero del bolsillo interior de su chaqueta-.
-Nada, es un regalo- dijo negándose a coger su dinero-. Disfrute de su estancia en Pekín- exclamó como despedida.
-Gracias-. Respondió depositando el presente y el periódico en el carrito junto a sus maletas y saló hacia la calle para tomar un taxi que lo llevaría a su hotel-.
Edward después de terminar la función, caminó hasta su hotel, donde se hospedaría tan sólo por dos días más. Durante ese corto trayecto, de unos diez minutos, Edward no paró de darle vueltas a la cabeza sobre aquella extraña llamada. No conocía a nadie con el que tuviese algunos asuntos que tratar en Washington. Pero sin saber por qué esa curiosidad hizo que un insólito miedo se instalase en su corazón.
Cuando llegó a su habitación, situada en el ático del último piso, la más grande. Comenzó a practicar con el piano sin molestar a nadie. Segundos después, viendo el envoltorio sobre la pequeña estantería que había en la sala, recordó a su niña y decidió llamar a su padre Carlisle ya que se había quedado a su cuidado junto al de Esme, su madre. Edward estaba tranquilo, pues sabía que con ellos nada malo pasaría; pero como siempre la había llevado consigo, desde que la pequeña era un bebé, la echaba mucho de menos.
Dos semanas antes había sido operada de nuevo con un nuevo tratamiento para que de ese modo pudiese recuperar la vista que la niña había perdido tras caerse de las escaleras, que daban acceso al segundo piso de la gran mansión Cullen, una noche que se despertó desorientada y llamando desesperadamente a su mamá hace ya once meses.
-¡Hola, papá! ¿Qué tal está todo por ahí?
-Todo tranquilo, hijo, no te preocupes por nada, Sara está con Rose y tu hermano Emmet ya sabes que le encanta salir al parque de atracciones y olvidarse de todo…
Sí, lo sé papá, pero… la echo mucho de menos. Siempre venía conmigo y es la primera vez que voy solo sin mi pitufa… compréndeme papá, no es nada fácil…
Su hija Sara era su mayor tesoro y aunque en un primer momento cuando supo de su existencia, Edward se asustó mucho, ya que sólo contaba con diecinueve años, pronto se convirtió en la razón de su vida. Ángela, su madre, había sido una amiga con la que había salido unas cuantas veces; pero no fue algo duradero ya que tenían temperamentos contrapuestos y siempre estaban discutiendo. Cuando le dio la noticia de su embarazo llevaron a cabo un acuerdo verbal, que más tarde se haría efectivo tras el nacimiento de la pequeña: La custodia pasaría a manos de Edward. Ya que por un lado tenía mayor solvencia económica y por otro, Ángela no estaba preparada para la responsabilidad de criar a una niña, pues sus planes era poder ir a la universidad aquel mismo año, tenía dieciocho años.
-Créeme, hijo, te comprendo mejor de lo que crees. Recuerda que eres mi hijo y no eras mucho mayor que Sara cuando comenzaste a viajar por el mundo; y yo tenía que conformarme con ver las fotos y vídeos, y hablar por teléfono contigo a miles de kilómetros, ya que mi trabajo no era compatible con tus salidas al exterior…-Carlisle estaba considerado como uno de los cirujanos cardiovasculares más afamados de todo Estados Unidos-.
-Lo sé papá, pero gracias a ti ahora Sara está sana y sonríe como los ángeles, pues ha recuperado la luz de sus ojos…
Carlisle no dijo nada. Se quedó en silencio. ¿Qué diría su hijo menor si supiese la verdad? Él no fue la persona que hizo posible ese milagro sino alguien que Edward no podría ni imaginar…
Una lágrima cayó sin previo aviso de sus ojos y un nudo se quedó presionando su garganta…
-Papá hoy he recibido una llamada de un bufete de Washington querían concertar una cita conmigo para tratar un asunto a cerca de unos documentos… ¿Conoces a alguien que tenga algunos temas que tratar conmigo de allí? Porque por más que pienso no recuerdo conocer a nadie de…
De nuevo silencio al otro lado de la línea…
Sólo se escuchó un pequeño suspiro casi imperceptible…
¿Cuánto tiempo más tardaría en recordar?
