ODI ET AMO

by Lorem Ipsum/ Madame Noir (Ao3)

Disclaimer: No me pertenece el juego "Mystic Messeneger".

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«Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris.

Nescio, sed fieri sentio et excrucior.»

[«Odio y amo. Quizás te preguntes por qué hago esto.

Yo no lo sé, pero siento que es así y sufro.»]

Versos pertenecientes al poeta C. V. Catulo.


CAPÍTULO I. El ángel y el monstruo.

La primera vez que Jumin Han vio a Rika fue en una de las misas oficiadas los domingos a las que acudía con su mejor amigo. La iglesia, una capilla de finales del siglo XIX, fue construida debido al auge del culto cristiano en Seúl. Esta imitaba fielmente la estética de las pequeñas iglesias del tardobarroco francés.

El olor a incienso y a perfume caro revoloteaban entremezclados por el aire. La elegancia de las vestimentas oscuras de los presentes contrastaba con la poluta blancura de los mármoles en columnas y cornisas. La luz se filtraba por las ventanas decoradas con vidrieras de colores que proyectaban improntas de luz policromáticas en el interior. En la primera planta de la iglesia, justamente situado en el coro, se alzaba un órgano inglés victoriano de pequeñas dimensiones. Un órgano de estilo romántico, mucho más técnico y melódico que los descomunales órganos barrocos. El organista estaba allí, frente al instrumento, aguardando el momento en el que debía tocar la parte del gradual, acompañado por un pequeño coro de niños. Cada uno de ellos iba vestido con la típica túnica de color blanco.

Jumin Han hizo caso omiso al sermón y vagó con la mirada en busca de algo que llamara su atención en un intento de aliviar la acuciante sensación de aburrimiento.

Y, efectivamente, fue la presencia de Rika la que consiguió que Jumin volcara toda su atención en ella.

La chica se encontraba de pie, al fondo de la nave, nada más atravesar el pequeño nártex de la iglesia. Estaba apoyada de espaldas contra una columna.

Era evidente que no pertenecía a la élite porque Jumin no la había visto antes en ningún evento, como si hubiera acabado allí por mera casualidad, o eso se le antojó a la fantasiosa mente de Jumin. Rika destacaba frente al resto de los presentes como si estuviera envuelta por una cándida luz, equiparable esta a las aureolas que irradiaban los santos. Poseía una belleza cautivadora, angelical y profundamente inusual; en un país como Corea del Sur, los rasgos occidentales de Rika no podían pasar desapercibidos.

Piel muy pálida.

Larga melena rubia y ondulada.

Ojos grandes, expresivos, de un verde azulado muy llamativo.

Era difícil no compararla con el arquetipo de princesas que aparecían en los cuentos occidentales de fantasía. Físicamente se podría asociarla con la típica mujer virginia o mujer ingenua, que es la contrapartida de la femme fatale de la literatura romántica, y que Jumin había presenciado en el teatro, en el cine y en las pinturas renacentistas italianas o en las ilustradas francesas.

Jumin no pudo evitar sentir un leve estremecimiento cuando Rika le envió una mirada adjunta con una encantadora sonrisa, de esas que pueden producir arritmias cardíacas. Nada más hubo sido pillado mirándola, Jumin volvió enseguida la vista al frente sintiéndose profundamente avergonzado. Este tipo de actitudes le eran impropias, pero eso no impidió que sintiera una especie de descarga eléctrica que lo inflamó desde dentro.

―Ey, Jumin. ―La voz dicha en un susurro por su mejor amigo, que estaba sentado a su lado, llegó como si de pronto estuviera despertado de un profundo letargo―. ¿Estás bien?

―Sí, estoy bien.

Jumin se concentró en poner toda su atención al sermón del sacerdote, quien seguía predicando desde lo alto del púlpito. La mirada persistente de su mejor amigo siguió sobre él, como una presencia incómoda.

Este hecho no hizo sino incomodarlo aún más.

―Jihyun. ―Jumin susurró su nombre sin conectar sus ojos oscuros con los azules turquesa de este. Jihyun usaba lentillas de color que hacían juego con sus cabellos teñidos en azul turquesa y que tan de moda estaba entre los jóvenes.

Personalmente, a Jumin no le iban esas cosas que, en su opinión, esto tenía que ver un poco con la personalidad tan dispar de cada uno. Jihyun era el día; Jumin, en cambio, la noche. Ese equilibrio astral tan poético para muchos también se reflejaba en ellos: se complementaban a la perfección. Las carencias de uno eran suplidas por las virtudes del otro. Jumin frenaba y reflexionaba; Jihyun daba el impulso. Jumin era racional y metódico; Jihyun, una fuente de impulsividad contagiosa.

Además tenían casi la misma edad. Jumin tenía veintidós años y Jihyun veintitrés. Les separaba un año y pocos meses de diferencia.

Eran como hermanos.

Jumin no tenía otra interpretación para su relación con Jihyun, y sabía que era un sentimiento recíproco. Muy difícilmente podía definir a Jihyun (y este a Jumin) como un simple amigo o, incluso, un mejor amigo. Jihyun y Jumin habían crecido juntos desde tierna edad. Pasaban buena parte del tiempo el uno al lado del otro. Habían ido a la misma escuela, vivían en el mismo barrio residencial ―el más lujoso de todo Seúl―, formaban parte de aquella selecta comunidad en su mayoría dedicada al mundo de los negocios e iban a la misma iglesia.

Jumin no podía confiar tanto en alguien como lo hacía con Jihyun. Y Jihyun confiaba plenamente en él con la misma intensidad. Jihyun era el único en el que Jumin podía confiar y hablar con toda la sinceridad del mundo sin tener que sentirse anexionado por la parafernalia superficial y ególatra de su clase social, en donde hablar de más implicaba la búsqueda innecesaria de problemas y debilidades.

Encima, salvo pequeñas nimiedades como la altura o el color de pelo, ambos se parecían bastante físicamente. Si Jihyun dejara de teñirse el pelo de azul y volviera a su castaño oscuro natural y se deshiciera también de esas lentillas, vistieran igual y tuvieran un corte de pelo semejante, los dos podrían hacerse pasar perfectamente por hermanos con todas las de la ley.

―¿Sí, Jumin?

―Deja de mirarme así.

Una contenida risa evitó salir de Jihyun en respuesta a su comentario. Se acercó de nuevo a Jumin y le susurró:

―Por si te interesa saberlo, su nombre es Rika.

Los ojos de Jumin se abrieron de par en par, sorprendidos. El caso era que Jihyun lo había visto todo: en cómo Jumin había vuelto la cabeza para fijarse después en la bella chica hasta perder la noción del maldito tiempo.

―¿Qué? ―reaccionó Jumin, frunciendo el ceño esta vez―, ¿de qué estás...?

¡Shh!

El susurro de Jumin no había sido lo suficientemente bajo y la señora que estaba sentada a su lado, vestida de negro y luciendo un suntuoso collar de perlas australianas, lo amonestó con aquel siseo para que se callara. Los dos chicos se disculparon con una leve inclinación de cabeza. La conversación terminó ahí.

En el interior de Jumin ya se estaba forjando un latente sentimiento de la curiosidad hacia Rika y, sobre todo, el motivo por el cual Jihyun la conocía. Él siempre le contaba todo. Jumin conocía al dedillo todo de Jihyun.

¿Por qué nunca le había hablado de esta hermosa chica?; ¿es que acaso ya no confiaba en él?

Jumin suspiró hondo y decidió pensar esta vez en su padre. Su padre despreciaba cualquier tipo de creencia y, por lo tanto, jamás se le ocurriría acompañar a Jumin a una de esas misas. No iría ni arrastrándolo con ayuda de varios hombres o apuntándolo con una pistola en la sien.

Su padre, el señor Han, un conocido «mago de los negocios», había creado cuando era veinteañero un fondo indexado internacional que prácticamente había cuadruplicado su volumen en el curso de las dos últimas décadas, convirtiéndose de esta forma en el quinto hombre más rico del país.

C & R International, la compañía del señor Han, era una de las más poderosas e influyentes de Corea del Sur.

El señor Han tenía un lema que Jumin aprendió a imitar rápidamente a la hora de dar instrucciones y conseguir lo que quisiera de los demás.

Este lema estaba compuesto por cuatro escuetas palabras: «El talonario está abierto».

Y, como sabía el mundo entero, el talonario de la familia Han era uno muy bien provisto.

C & R International poseía productores de gas natural, petróleo y oleoductos, y estaba representado por quince países. La compañía estaba volcada al mismo tiempo en el mundo de la publicidad y la producción comercial, vinculándose con otras compañías importantes; promocionaban y vendían productos de las más variadas y curiosas clases.

Desde los dieciséis años, su padre le permitió ayudarle con su trabajo, siendo Jumin un asesor financiero más. El señor Han confiaba plenamente en sus aptitudes y lo veía como un digno sucesor.

Jumin creció sin ver mucho a su padre ya que este prácticamente se pasaba la vida fuera de Seúl. El señor Han viajaba a lugares como Singapur, Nueva Zelanda y Japón. Visitaba a menudo Washington para reunirse con otros magnates de la producción energética o a Europa para desempeñar el papel de tertuliano en congresos y coloquios financieros. Cuando regresaba de sus viajes, compartía algo de su tiempo con Jumin. Especialmente solían ir a comer juntos en los restaurantes más selectos de la ciudad.

En esos encuentros, el señor Han solía traer consigo compañía femenina. Todo el maldito Seúl sabía que su padre era un mujeriego de aquí te espero.

Tras el divorcio con su madre, el señor Han había decidido atesorar su soltería para ir de flor en flor. Mantenía relaciones pasajeras con infinidad de mujeres, todas ellas dedicadas al mundo del espectáculo y la moda; actrices, bailarinas, modelos, diseñadoras, estilistas, cantantes... Ni qué decir que todas estas señoritas eran mucho más jóvenes que su padre.

Poco le importaba a Jumin lo que pudiera hacer su padre con su vida privada. Todo lo que Jumin necesitaba era que su padre lo apoyase profesionalmente y pudieran tener una relación padre-hijo honesta y agradable. En el terreno personal, Jumin prefería recurrir a los consejos de Jihyun.

La relación entre Jumin y el señor Han se definía como una exclusivamente profesional. Hablar con su padre significaba sintonizar la televisión y conocer las últimas fluctuaciones del mercado bursátil.

El señor Han, con ese vozarrón que tenía y aquella personalidad envolvente, incluso imponente cuando la situación lo requería, a Jumin siempre le había parecido un hombre enorme. Fue a partir de la adolescencia cuando Jumin se dio cuenta de que su padre era más bien de estatura normal. Un peso pluma que reinaba sobre el resto del gallinero. El señor Han despreciaba la blandura ―salvo la que profesaba a sus jóvenes amantes―, y una de sus mayores preocupaciones era que Jumin, su único hijo, no fuese capaz de triunfar en la vida por haberlo mimado demasiado.

Así que cuando el señor Han andaba por casa, se aseguraba de administrar a Jumin una buena dosis de realidad, como cucharadas de jarabe amargo.

Una de las primeras cosas que el señor Han enseñó a Jumin fue que no confiara en las personas porque era el peor error que se podía cometer. Ya sea en el campo de los negocios como en el plano sentimental.

Este tipo de educación recibida hizo que Jumin fuese un chico de carácter fuerte, solitario, poco hablador e inexorablemente frío. Le costaba exteriorizar sus emociones, y no porque no supiera: intentaba por todos los medios no reflejar sus debilidades.

En cuanto a su madre, la ex señora Han, había poco que contar. Ella legó la custodia de Jumin a su marido cuando quedó firmado el divorcio por ambas partes.

Físicamente, Jumin era una versión masculina de ella. En realidad, Jumin no se parecía a su padre en lo más mínimo.

En el momento del divorcio, Jumin contaba solo con siete años. Tras esto, su madre abandonó Seúl para irse a vivir a una pequeña ciudad costera sueca cuyo nombre, en labios de un asiático, era prácticamente impronunciable. Ella había construido en este lugar una nueva vida... y una nueva familia. No obstante, ella no retomó su brillante dedicación al mundo del Marketing empresarial. Se dedicó a regentar junto a su nuevo marido una pequeña librería-cafetería, viviendo una vida libre de lujos y excentricidades.

Su madre tuvo dos hijos más en su nuevo matrimonio; un varón de diecisiete y una niña de ocho años. Jumin prescindía de ellos sin miramientos. Para él, era mucho más importante Jihyun. Jumin sabía sus nombres, su edad, pero poco más. Nunca había tratado con ellos ni tampoco deseaba hacerlo. Estaba claro que su madre no lo quería en su vida. Jumin formaba parte de su pasado; uno que debió ser para ella una auténtica pesadilla.

Jumin albergaba pocos recuerdos de la época en que su madre vivió con ellos.

Uno de los recuerdos más nítidos que tenía de ella era verla en el despacho de su padre, ubicado en el rascacielos perteneciente a la compañía, contemplando por las ventanas acristaladas el mundo que había al otro lado desde tan alto; mirada perdida y cigarrillo a medio fumar. Verla así era como ver a un pájaro encerrado en una jaula de oro que anhelaba romper las barreras y escapar rumbo a la libertad: aquel mundo que estaba al otro lado del cristal.

Su madre había escapado finalmente de la jaula, pero lo había dejado atrás.

Jumin Han había quedado encerrado dentro.

Cuando sus padres aún estaban casados, su madre celebraba cenas de etiqueta realmente fabulosas. Invitaba a más de doscientas personas, pero a la recepción asistían más de trescientas. Lo que Jumin no había heredado de ella era su calidez, la facilidad con que conectaba con las personas. Apenas la conocían y los hombres iban corriendo en busca del señor Han para decirle que era un capullo con suerte.

Su padre nunca la valoró, sin embargo. Nunca la mereció. Su padre había sido siempre un mujeriego y por este motivo su madre se divorció, dejándolo a cargo de este porque estaba claro que no tendría mejor futuro que ofrecerle.

¡Qué equivocada estaba su madre!; ¡podía haberle ofrecido una vida tan diferente a la que llevaba ahora!

Eso pensaba Jumin todos los días.

Cuánto hubiera dado él por irse con ella. Ahora solo le quedaba a Jumin un profundo resentimiento a su progenitora: uno que escondía educada y fríamente, especialmente durante las pequeñas y muy esporádicas llamadas telefónicas que mantenían madre e hijo.

La misa terminó minutos más tarde. Los feligreses marcharon ordenadamente al exterior mientras compartían entre ellos pequeñas conversaciones llevadas en voz baja. El calor un poco húmedo de aquella mañana ya entrada a deshora, con el sol ya prácticamente alcanzando el cenit, hacía aún más intensa la fragancia de las orquídeas que adornaban el jardín que rodeaba la iglesia.

Jumin siguió a Jihyun mientras buscaba con la mirada a Rika y su bonito vestido blanco. Por algún motivo, se sintió no menos aliviado cuando comprobó que ella ya no estaba allí.

―¿De qué la conoces?

―¿Te refieres a Rika? ―La pregunta de Jumin había conseguido que Jihyun dejase de prestar atención a su teléfono móvil y clavara sus ojos en él. Luego, elaboró una sonrisa divertida―. Es una pena que ya se haya marchado y no pueda despedirme de ella...

Jumin asintió. No le quiso dar importancia al gesto pícaro que este había adoptado. Tampoco quería mostrarle lo ansioso que se sentía por querer saber la respuesta. Jumin miró al frente, metió las manos en el bolsillo de su chaqueta y se mantuvo tranquilo. Los dos caminaron por la plaza de la iglesia.

―La conocí en una mis exposiciones de fotografía. Estuvimos hablando un poco sobre nosotros y descubrí que ella es tambíen cristiana, una muy devota. Le comenté sobre esta iglesia y se mostró interesada. El domingo pasado Rika vino a misa, cuando tú no pudiste venir, y se sentó a mi lado. Estuvimos charlando largo y tendido al salir. Es una chica muy agradable, Jumin ―le contó Jihyun mientras tecleaba en su teléfono móvil.

―Sabiendo cómo eres, Jihyun, es un tanto curioso, por no decir sospechoso, que no me hayas hablado de ella. ―Jumin intentó sonar lo más desinteresado posible.

En respuesta, Jihyun encogió de hombros y sonrió divertido.

―No sé. No pensé que fuese algo importante. Nunca te has interesado por tener nuevas amistades, pero si quieres puedo presentártela. Estoy seguro de que te encantará conocerla.

Jumin lo miró por un instante a los ojos, recibiendo una mirada honesta de Jihyun. Tal vez estaba siendo injusto o puede que celoso. Y Jumin estaba celoso por un claro motivo: por no haber tenido la oportunidad de conocer a Rika como sí pudo hacerlo Jihyun.

Jumin era reacio a reconocerlo, pero se olvidaba de que también era humano, y que los celos también forman parte del mismo.

―El domingo pasado estuvimos hablando sobre nuestras vidas ―comentó Jihyun sin quitar todavía la mano presionada en su hombro―. Le conté que quería dedicarme a la fotografía y, como llevaba la cámara encima porque ese día tenía pensado sacar algunas fotos a la iglesia y alrededores, ella me preguntó si podía sacarle una foto. Así que yo...

―No te pudiste negar.

Jihyun soltó una divertida risotada. Las mejillas teñidas en un rojo para nada discreto lo delató.

―Mira aquí. ―Jihyun le tendió el teléfono móvil y miró la pantalla. Por lo visto, esto iba más allá de lo que Jumin pensaba: Jihyun estaba interesado por Rika. Tanto como para haber pasado la fotografía a su teléfono móvil―. Esta es la foto. La tomé en aquel banco que ves al fondo. Después se la envié a su móvil. Al parecer, quedó muy contenta con el resultado.

Y se habían intercambiado los números. Sí, claro, conocer a Rika no había sido algo... importante.

Los celos volvieron a sacudir a Jumin, pero su endereza era mucho más fuerte. Era algo que había entrenado lo suficientemente bien.

Jumin alzó la vista de la pantalla y comprobó que, efectivamente, la fotografía había sido tomada en dicho lugar. La fotografía tenía una composición técnicamente pulida y bien elaborada.

Rika sonreía levemente a la cámara. Ocupaba el centro del encuadre dispuesto en un plano medio. Estaba sentada en el banco con las piernas recogidas en torno a sus brazos. Llevaba puestos unos vaqueros y una blusa vaporosa. Al fondo, asomaban árboles y arbustos en flor. Ella era la chica más bonita que Jumin había visto en su vida, y eso que él había visto un sinfín de mujeres, muchas de ellas pertenecientes al historial amoroso de su padre. Irradiaba una energía contagiosa, llena de dulzura y carisma. Miraba directamente hacia el objetivo de la cámara sin temor, transmitiendo inocente osadía. Parte de sus cabellos rubios y ondulados que, movidos por la brisa, tapaban parcialmente su rostro y lo envolvían como si fuera una aureola.

Jumin devolvió el teléfono móvil a su amigo y lo siguió hasta aquel banco. Los dos jóvenes se sentaron allí. Observaron en silencio cómo poco a poco la plaza iba quedando desierta.

―¿Te contó algo sobre ella, Jihyun?

―Aunque fue muy simpática conmigo, lo cierto es que apenas habló de sí misma. Me comentó que había cumplido hace poco los diecisiete, que vivía en otro barrio, uno de clase media, y que le gustaba pasear por aquí porque esta iglesia le recordaba a una que visitaba cuando era pequeña en su ciudad natal ―respondió Jihyun, quién volvió a mirar la fotografía con cierto embeleso―. Rika es muy hermosa, ¿verdad?

«Sí, lo es», pensó Jumin, quien no se atrevió a decir dicho pensamiento en voz alta. Había sufrido los estragos inquietantes de un flechazo amoroso, y ahora, para colmo, tenía que asumir que Jihyun había tenido la suerte de conocer a Rika primero.

―¿Sabes de dónde es? ―preguntó Jumin, en cambio.

―Es americana, natural de Los Ángeles.

De pronto, unos brazos delgados aparecieron detrás de Jihyun para ocultar con las manos los ojos de este tomándolo desprevenido, quedando su mirada ciega.

Jumin levantó la vista y la llevó hacia la persona dueña de aquellos bonitos brazos.

Unos hermosos ojos conectaron enseguida con los suyos. Jumin sintió cómo su corazón daba un vuelco. Fue consciente de que había perdido incluso la noción del tiempo, del lugar y de su propio nombre. Aturdido e hipnotizado como nunca antes lo había estado para con otra persona, sus mejillas enrojecieron ardiendo con fiereza.

―Adivina quién soy ―dijo Rika, dirigiéndose al sorprendido Jihyun, quien seguía teniendo los ojos ocultos, cegados, bajo las manos pequeñas y delicadas de ella.

Sin embargo, Rika siguió mirando interesada hacia él, hacia Jumin, en vez de a Jihyun, quien era incapaz de reaccionar.

―¡Rika! ―Jihyun dijo con alegría para luego hacer descender las manos de la chica y ladear el rostro para verla.

La sonrisa de Jihyun era amplia y sus ojos brillantes lo delataban. Jumin supo comprender por los gestos y emociones que Jihyun sentía una fuerte atracción por Rika, pero... ¿y él? ¿Acaso no estaba sintiendo la misma atracción?

―Oh, Rika, ven. Siéntate con nosotros. ―Jihyun se separó dejando espacio entre Jumin y él. Rika aceptó la invitación con una sonrisa digna de un ángel, sin apartar aún la mirada que tenía clavada en Jumin―. Quiero presentarte a Jumin Han.

- · -

Rika se convirtió enseguida en la nueva amiga de los dos jóvenes. El punto de encuentro habitual era la iglesia, en donde se reunían todos los domingos después de ser oficiada la misa.

Fue Jihyun quien parecía encandilar más a Rika que Jumin.

En este punto, la armónica relación que habían compartido Jihyun y Jumin acabó desequilibrándose. Poco a poco, Jihyun se fue alejando. De verse prácticamente todos los días a pasar más de una semana a no saber el uno del otro. Si bien era cierto que mantenían contacto por teléfono más asiduamente, siendo Jihyun igual de carismático y amable con él, como si no pasara absolutamente nada, a Jumin hizo que le desconcertara un poco este cambio.

Jumin entendía que las personas cuando empezaban una relación muy intensa, amorosa o lo que sea, con otra, estas se apartaban un poco del resto del mundo.

En algún momento cada uno debía hacer su propio camino, ¿no?

Con el paso de las semanas, Jumin se habituó a las cada vez mayores ausencias de Jihyun. Puede que sea un niño rico, pero no había nadie como él para adaptarse con facilidad a cualquier situación. Su padre le había enseñado muy bien con esas dosis de realidad amargas: No confíes plenamente en nadie y cumple tus objetivos. Eso es lo importante.

Meses más tarde después del primer encuentro de Jumin con Rika, el señor Han había decidido celebrar el trigésimo aniversario de C & R International a lo grande, realizando una impresionante fiesta en su mansión.

La sala principal del buffet se hallaba dividida en dos secciones por una barra de hielo de seis metros cubierta por diferentes clases de marisco. Además había doce esculturas de hielo; una de ellas alrededor de una fuente de champán; otra provista de una fuente de hielo tachonada por pequeños recipientes de caviar ruso de primera calidad. Camareros de guantes blancos llenaban cilindros de cristal escarchado con vodka frío como el hielo, y esparcían cucharaditas de caviar sobre diminutos blinis preparados con crema amarga y huevos de codorniz. Las mesas del buffet caliente ofrecían soperas con crema de langosta, enormes bandejas repletas de alimentos, sean de carne o de pescado, como el Bulgogi, y un mínimo de treinta entrantes más.

Para una recepción de trescientos invitados, era obvio que lo normal era ver tanta comida junta y en tales cantidades.

Reporteros de las cadenas de televisión y prensa más importantes del país cubrían la recepción, que contaba con invitados referentes al marco político, cultural y económico.

Jumin se sentía incómodo. Su incipiente actitud asocial encontraba embarazoso todo aquel exceso en donde se exponía sin tapujos la vida ostentosa que llevaba su padre.

La manera de pensar de Jumin era diferente a la de su progenitor. El señor Han solía tomarle el pelo diciéndole muy a menudo que estaba pasando por una «fase natural». A sus diecinueve años, Jumin era visto por su padre como un estereotipo ambulante: el típico muchacho rico que hacía sus primeros escarceos con la conciencia liberal; un deseo de querer ayudar a personas más necesitadas en base a su holgura económica. Y, por supuesto, su padre le repetía que a todo esto era Jihyun el principal causante de que sintiese esa necesidad de ayudar al prójimo sin remuneración alguna.

Echó otra mirada a las largas mesas rebosantes de comida. Antes del inicio de la recepción, Jumin se había asegurado de que luego todo lo que sobrase fuera llevado a una serie de centros asistenciales de la ciudad; una idea que fue aprobada por su padre sin más, sin elogios de ningún tipo. Jumin tampoco los necesitaba.

Pensó con gran alivio que iba a pasar los dos últimos años de su carrera en Dirección y Administración de Empresas en la Universidad de Oxford, Inglaterra, como alumno de referencia cum Laude, en vez de finalizarla en la Universidad privada de Seúl. El señor Han había visto con buenos ojos que Jumin decidiera terminar sus estudios en una universidad de prestigio. Aquella sería una de las pocas fiestas que Jumin asistiría durante un largo plazo de tiempo. Jumin había sido siempre un alumno de notas brillantes. Había entrado en la Universidad con sólo dieciséis años.

Mientras que su historial académico hablaba maravillas de él, el talón de Aquiles de Jumin estaba en su poca, por no decir nula, capacidad a la hora de socializar. No era que la gente lo marginase o no atrajese. El problema, según el propio Jumin, radicaba en él. Era como si careciese de cierta habilidad esencial a la hora de conectar con los demás, de dar y recibir amistad sin necesidad de esforzarse. Le costaba horrores. Era como si ahuyentase precisamente a las personas que más tenía ganas de conocer. Con el paso del tiempo, comprendió que lograr la amistad de alguien de buenas a primeras era como tratar de convencer a un pájaro de que se te pose en el dedo; no sucederá hasta que dejes de empeñarte en que suceda.

A medianoche, cuando el champán corría a destajo y las risas hacían subir los rubores en las mejillas de los invitados. Jumin, que hasta entonces se había dedicado a hablar de negocios con dos asesores de la compañía, vio que su padre se acercaba a él. En el campo de los negocios, a Jumin le costaba menos conectar con la gente. Siempre y cuando el tema fuese enfocado a lo profesional.

De complexión fornida, el señor Han hizo un escueto ademán con la cabeza a fin de que Jumin lo siguiera. Jumin se disculpó con los asesores y lo siguió. Imaginó que su padre quería hablar con él en privado. El señor Han era un hombre con mucha suerte: su testarudez y ahínco volcados de lleno en el trabajo habían dado su fruto, convirtiéndose en el dueño de una próspera compañía.

Un fotógrafo fue hacia ellos. Padre e hijo se acercaron un poco más el uno al otro y posaron con una sonrisa sobria ante el destello cegador del flash, y luego volvieron a seguir caminando hasta alejarse lo suficiente.

―¿Ocurre algo, padre?

―Le he prometido a la señora Hye Kwog y a su hija que me encargaría de presentártelas. ―El señor Han poseía una voz muy bronca, y la perpetua impaciencia de un hombre que nunca se ha visto obligado a congraciarse con nadie se hacía sentir aún más áspera―. Imagino que debe sonarte el apellido.

―Sí. La señora Kwog es la esposa de Jung Kwog, uno de los altos cargos de la presidencia ―arguyó Jumin mientras intentaba descifrar las intenciones de su progenitor. Poco le interesaba conocer a una mujer cuyo marido se dedicaba a la política. Su vida estaba en el mundo de los negocios, no en el político precisamente.

―No has ido mal encaminado, hijo.

El señor Han carcajeó socarronamente, pero sin mantener contacto visual entre ambos. En lugar de eso, tenía la mirada dirigida al centro del gran salón que a esas horas estaba abarrotado por sus invitados. Jumin y él alzaban de vez en cuando su copa cuando alguien los saludaba de lejos. Música clásica se escuchaba de fondo, tocado por un cuarteto de cuerda y piano.

―La señora Kwog viene por allí con su hija, ¿las ves? ―señaló el señor Han―. La muchacha es muy guapa, por cierto. Quiero que la conozcas. Tal vez sea oportuno convenir un matrimonio concertado para ti antes de que te marches a Inglaterra.

―Padre...

―Silencio, aquí llegan ―le interrumpió.

Los dos se inclinaron en un saludo de reverencia nada más hubieron llegado ellas, las dos elegantemente vestidas. La chica en cuestión era realmente bonita tal y como admitía su padre; esbelta, de cabellos cobrizos y ojos castaños color miel. Era educada y tenía todos los ademanes de una muchacha criada en el selecto y acogedor seno de la clase alta. Llevaba un vestido negro de corte griego y zapatos de tacón rojos a juego con un impresionante collar de rubíes. No obstante, era demasiado joven a juicio de Jumin. Dedujo que, por su apariencia, ella no alcanzaba siquiera los dieciséis años.

La conversación mantenida con las dos mujeres fue prolija y sin mayores intereses que los negocios y la fiesta en sí. Tanto Jumin como la chica fueron presentados por sus padres. Intercambiaron alguna que otra palabra y poco más. La chica lo miraba con emoción contenida y con los ojos brillantes. Jumin solo pensaba en encontrar a Jihyun y tomar una copa de vino con él, apartados de toda esa gente. Eso era lo único que pasaba por la cabeza de Jumin en aquel instante.

Cuando se despidieron de ellas, estas se alejaron. El señor Han lo miró con una sonrisa triunfante.

―La chica es elegante, inteligente y bonita. ¡Lo tiene todo!

―Padre...

―¿Qué te parece?, ¿no crees que tengo buen ojo a la hora de buscarte novia?

―Ella todavía es una cría.

―Pero para cuando regreses de Inglaterra ella habrá dejado de serlo y podrá casarse contigo. En cómo te miraba, sé que le gustas ―dijo el señor Han, sin perder la esperanza de hacer cambiar la opinión del testarudo de su hijo―. Algún día tendrás que formar una familia, digo yo.

Bingo. He aquí el interés de su padre por presentarle a la joven. Jumin estaba seguro de que en aquellos momentos su padre tenía la cabeza llena de visiones de nietos haciendo monerías; generaciones enteras de ADN moldeables, puestos a su entera disposición a fin de que preservaran su extenso patrimonio.

Jumin suspiró hondo. Sintió que necesitaba no una, sino dos copas más de vino para hacerle frente a esa conversación.

―Ya hemos hablado otras veces sobre este tema y no he cambiado de parecer. No pienso casarme por ningún tipo de acuerdo prematrimonial. Detesto esa tradición de los matrimonios concertados. Es que ni siquiera tengo en mente el hecho de casarme ―explicó Jumin.

―Eso es porque eres muy joven, pero ¿sabes una cosa, hijo? Me gustaría que no te pasara lo que a mí. Realmente me gustaría verte feliz teniendo una familia tradicional, con tu esposa e hijos. Eres más centrado y dedicado que yo. Sé que serías un buen padre de familia ―dijo el señor Han―. No importa si es esa la joven o cualquier otra la que elijas. Incluso no me importaría que te casaras con una chica de clase media o baja. Lo que quiero es ayudarte a que no cometas mis errores. Si no fueras tan frío e inaccesible con las personas...

―A veces tengo mis razones para mostrarme así ―replicó Jumin, antes de beber escuetamente un sorbo de vino―. Es un bueno modo de averiguar de qué pasta está hecho alguien. Y no, no hay ninguna necesidad de que hagas el papel de anciana alcahueta y casamentera. Basta con que respetes mis elecciones así como yo respeto tu vida privada.

El rostro del señor Han se tornó paulatinamente en un tono más rojizo, sorprendido por la sombra de molestia que había adquirido la voz de Jumin. Ninguno de los dos había llegado siquiera a levantarse la voz, pero Jumin notó que estaban siendo objeto de algunas miradas curiosas. Desde luego no hacía falta discutir en voz alta ni tampoco en medio de sus invitados.

Jumin se esforzó por tranquilizarse y tomó otro escueto sorbo de su copa.

―Tal vez no he sido el modelo de padre que querías, pero te he criado de la manera que, a mi juicio, ha sido la más correcta. He estado apoyándote siempre, en las buenas y en las malas ―inquirió de pronto su padre, entre dientes y, mirándolo fijamente, añadió―: A diferencia de tu madre.

Mamá huyó de ti. A veces lamento que no me llevase con ella. En eso tenéis algo en común: ninguno de los dos se paró a pensar en lo que yo quería.

Jumin se inclinó escuetamente, en forma de saludo de despedida ante su padre. Aunque lo mejor hubiera sido irse sin más, Jumin pensó en que estaban en un evento con mucha gente; debía de guardar las formas.

Se abrió paso entre el gentío, viendo solo bocas y más bocas hablando, riendo, comiendo, bebiendo... Había tanto ruido de fondo que no podía ni pensar. Al voltearse un segundo hacia atrás para ver a su padre, Jumin comprobó que este ya estaba siendo acompañado por su nueva novia. Una modelo rusa de lencería que ya había pisado la pasarela de Woman Secret. El señor Han y su novia sonreían ante una nueva lluvia de flashes de las cámaras de los periodistas.

Echó una mirada al enorme reloj que adornaba una de las paredes del vestíbulo, un viejo modelo de la marca Bell del siglo XIX, traído de Norteamérica. Las manillas apuntaban a la una de la madrugada.

El vino de textura seca que había estado bebiendo le había dado sed. Fue a la cocina, donde apenas se podía dar un paso por la cantidad de gente perteneciente al catering que había, y se las arregló para encontrar un vaso limpio en un armario. Lo llenó de agua en el fregadero y lo apuró de unos cuantos tragos sedientos.

―Disculpe ―dijo un camarero nerviosamente mientras trataba de esquivarlo con una humeante bandeja de pescado al vapor.

Jumin se hizo a un lado para dejarle paso y se encaminó al comedor ovalado. Para su sorpresa, divisó una figura femenina delgada y pequeña cruzar fugazmente el arco de la puerta que conducía a la bodega de vinos, dejando la puerta de hierro forjado entornada. Jumin pensó que era alguien que tenía intenciones de robarles algún vino caro de la bodega.

Rodeó la mesa del comedor y entró en la bodega, repleta de toneles de roble que perfumaban el interior. La puerta se cerró inesperadamente tras de sí con un suave chasquido. Buscó a tientas el interruptor de la luz, pero una mano suave si bien fría como el hielo tomó la suya, interponiéndose para que no lo hiciera.

―¿Qué...? ―murmuró desconcertado.

―Soy yo ―susurró la voz femenina en la oscuridad, que luego rio suavemente mientras lo rodeaba por el cuello con los brazos, tambaleando un poco sobre sus tacones debido a la clara diferencia de altura―. Te he echado tanto de menos...

Jumin contuvo la respiración sin saber qué hacer. Nunca se había acercado alguien tan íntimamente a él, por lo que sus pensamientos confusos estaban sumidos en una oscuridad semejante a la que envolvía por completo la bodega. El olfato de Jumin se llenó de pronto con la fragancia fresca y dulce del perfume de la joven y del champán. Ella lo apretó aún más por la nuca y llevó su boca hacia la suya, pero sin tocarla, rozándola, encontrando Jumin suavidad y calor; el cosquilleo de una respiración agitada aproximándose peligrosamente a la suya.

Movido por el instinto, Jumin apoyó tímidamente las manos sobre los hombros de su acompañante. La chica, en cambio, se aferró más a él en un mayor íntimo contacto de sus cuerpos.

Aquella boca apenas rozó la de Jumin, más la promesa de un beso que uno de verdad. La joven dejó escapar un leve gemido y mantuvo el rostro vuelto hacia arriba anhelando más. Jumin descendió lentamente el rostro, llevado por las manos de la joven, y seguido después por la presión del que sería el primer beso de Jumin.

La joven hizo que Jumin abriera más la boca e introdujo su pequeña y húmeda lengua, mientras trataba de pegarse más a él.

Los siguientes besos fueron enérgicos primero para seguidamente ir aflojándolos poco a poco como si no les quedara a ambos otro remedio que ceder al calor que irradiaban. La excitación del momento creció rápidamente y oleadas de deseo fluyeron por sus cuerpos, intensificándose con la profundidad de los besos y las respiraciones entrecortadas.

En medio de la oscuridad y con el sonido de la música de fondo que llegaba amortiguada a sus oídos, la chica tiró de él hasta que ella tocó el borde de la mesa de catas.

Jumin en ese punto no era consciente de sus actos, los cuales estaban siendo regidos por un instinto que hasta entonces había guardado para sí y que no reconocía en absoluto. Levantó en vilo a la joven con una asombrosa facilidad y la sentó en la fría superficie de mármol de la mesa. Entonces sus bocas volvieron a unirse, todavía más profundamente que antes, mientras que ella buscaba capturar la lengua de Jumin, tratando de atraerla más adentro de su boca.

Por primera vez en su vida, Jumin se estaba dejando llevar por sus emociones. Se sentía embriagado de excitación, y una parte de la sensación se debía a que la chica estaba tomando todo el control de aquel encuentro. Ella había empezado a respirar con jadeos entrecortados y sus manos se aferraban a su cuerpo. Su erección ya era notoria.

Jumin acarició el pelo de la joven, tan suave y fino; densa capa de seda en sus palmas. Besó su cuello, saboreando su piel delgada y acariciando el rápido latir de su pulso desbocado.

―Jihyun... ―susurró ahogadamente ella, entre jadeos.

Una fría descarga de horror bajó hasta el estómago de Jumin.

―¿Rika?; ¿eres tú?

Rika escuchó su nombre dicha por aquella voz profunda que bien hubiera podido pertenecer a un demonio.

Jumin aflojó enseguida y se apartó. Quiso moverse en busca del interruptor de la luz, pero Rika lo agarró firme por la muñeca.

―No, no lo hagas ―le pidió―. Es mejor dejar la luz apagada. Sería bochornoso mirarnos a la cara en este preciso momento.

Jumin se mantuvo obedientemente inmóvil. Rika correspondió soltándole de la muñeca.

―Yo... ―balbuceó Jumin, aún confuso y sin saber bien qué decir―. De veras que lo siento. No sabía que habías venido a la fiesta.

―Jihyun me pidió que le acompañara. Pensábamos ir a saludarte, pero vimos que estabas muy ocupado atendiendo a los invitados. Realmente creí que eras Jihyun..., os parecéis mucho, ¿sabes? El caso es que pensé que eras él y que me habías seguido hasta a la bodega. Solo buscaba pasar unos minutos en un lugar tranquilo. No estoy acostumbrada a asistir a este tipo de eventos.

La agitación tiñó seguidamente la voz de Rika cuando le dijo:

―Prométeme que no le dirás nada a Jihyun, por favor.

―Te lo prometo.

―Gracias, Jumin ―dijo Rika, con más calma que antes.

Jumin no añadió nada. Cuestionaba interiormente el motivo por el que Rika quisiera esconder tan celosamente lo que habían hecho a Jihyun. Admitió con cierto malestar que ella a quien quería era a Jihyun, y no a él. La chica hizo el ademán de bajarse de la mesa de catas y Jumin se ofreció cortésmente a ayudarla, ofreciéndole una de sus manos como punto de apoyo. El corazón de Jumin seguía retumbando en su pecho.

Permanecieron en silencio, atrapados uno próximo al otro, como si cada segundo prohibido dentro de la bodega hubiera formado un nuevo eslabón en la cadena invisible que los envolvía. La parte racional del cerebro de Jumin que todavía distaba de funcionar correctamente le instaba que saliera de allí lo más deprisa posible. Por respeto a su mejor amigo, debía alejarse de Rika.

Y, no obstante, se sentía al mismo tiempo completamente paralizado por la sensación de que estaba sucediendo algo extraordinario. Incluso con todo el estrépito que había fuera de la bodega, todos aquellos centenares de personas tan próximas a ellos, sentía como si se encontrara con Rika en un lugar muy lejano.

Rika retrocedió unos centímetros para preservar la pequeña pero crucial distancia entre sus cuerpos. Puso las manos a los lados y sujetó los bordes de la mesa.

―¿Para qué se supone que es esto?

―¿La mesa de catas? ―preguntó Jumin, confuso.

―Sí.

―Se usa para descorchar las botellas y servir las copas ―explicó Jumin que no dejaba de sentirse consternado con la situación en sí―. En esos cajones se guardan las herramientas para escanciar vino. También hay un surtido de pañuelos blancos. Estos se colocan encima de las copas a fin de determinar con exactitud el color del vino.

―Nunca he ido a una cata de vinos ―declaró Rika―. ¿Cómo se hace?

Jumin quedó contemplando la silueta de la cabeza de Rika. Ahora tenuemente visible entre la penumbra.

―Primero coges la copa sosteniéndola por el pie y luego metes un poco la nariz dentro para aspirar el aroma.

―En mi caso, eso significaría meter prácticamente mi cara dentro de la copa. ―Rika carcajeó, en un deje divertido―. Tengo la nariz pequeña. Acabaría de vino hasta las cejas.

―Tienes una leve cicatriz sobre tu ceja izquierda ―comentó Jumin de pronto, recordando aquel detalle―. ¿Cómo te la hiciste?

Un instante se prolongó por demasiado tiempo y, finalmente, el silencio de Rika se rompió.

―Supongo que es la clase de historia que solo cuento cuando llevo entre pecho y espalda unas cuantas copas de algo más fuerte que el vino.

―Oh, siento inmiscuirme en donde no me llaman.

―No lo sientas, Jumin. No me importaría nada contártela uno de estos días.

Jumin se forzó por encaminar la conversación hacia un tema menos íntimo.

―Cuando bebes un sorbo de vino en una cata, hay que conservarlo en la boca sin llegar a tragarlo―dijo, casi diciendo de memoria lo que había leído sobre el tema―. En el fondo de la boca hay ciertas conexiones nerviosas que comunican directamente con los receptores olfativos de la cavidad nasal. Es lo que se llama retro olfacción.

―Interesante ―murmuró Rika y preguntó―: Así que, una vez que se ha olido y saboreado el vino, se escupe en esta especie de cubitera, ¿no?

―Bueno, yo prefiero bebérmelo en vez de escupirlo ―repuso Jumin a lo que Rika soltó una risa.

―Yo haría lo mismo. Sería un desperdicio tirar un buen vino de esa manera.

Jumin arqueó levemente los labios. Estaba del todo de acuerdo con ella.

―Tal vez deberíamos irnos, Rika.

―Entonces saldré yo primero.

Pero ninguno de los dos se movió. Y entonces Jumin sintió cómo las manos de Rika ascendían por su chaqueta, enganchando sus dedos en las solapas de la misma para colocárselas bien. Jumin era consciente de cada mínimo cambio en el equilibrio del cuerpo de Rika; de cada sutil movimiento, en cómo se había vuelto a aproximar a él cortando el espacio que los había distanciado antes.

El sonido de la respiración de Rika era extrañamente electrizante. Estos sentimientos se sentían como añoranza. Una que le costaba comprender o recordar. Era como si el mundo se hubiera encogido hasta quedar reducido a aquella pequeña bodega que olía a vino y madera añeja.

―I know that you'll go to Oxford in a few days ―dijo Rika en marcado acento americano. Ella sabía que iría a terminar sus estudios en Inglaterra. Supuso que Jihyun tenía que ver con ello. O, tal vez, Rika lo había leído en la prensa. De hecho, no sabía si la noticia se había filtrado―. That's so great...

Jumin alzó las manos para cerrarlas cariñosamente sobre aquellas pequeñas. Sus rostros volvieron a acercarse peligrosamente, pero no se besaron. Jumin nunca había sentido nada tan explosivo, o tan insidioso, pero por respeto a Jihyun sabía cuándo debía parar.

―You know, sometimes I envy you, Jumin ―dijo Rika, tomando desprevenido a Jumin. ¿Por qué ella lo envidiaba? Lo supo inmediatamente después―: I envy the power you have to change your past anytime you want.

Jumin no llegó a alcanzar el significado que encerraban las palabras de Rika. Jumin jamás había podido controlar su vida, atada desde el día que nació a su destino. Tarde o temprano tendría que hacerse cargo de la empresa de su padre. Ese era su objetivo de vida. Por mucho que tuviera el poder suficiente de hacer borrar su pasado de un plumazo, tal y como le decía Rika en ese instante, Jumin no podría liberarse jamás de quién era y cuál se suponía que iba a ser su futuro.

Rika se apartó lentamente de Jumin y salió de la bodega.

- · -

Mientras que en la Mansión Han se seguía con la celebración a aquellas altas horas de la madrugada, al otro lado de la ciudad de Seúl, en un barrio más humilde, un chico albino de diecisiete años estaba sentado solo en un parque a esas horas desértico.

Había discutido por la tarde con su madre y su hermano mayor, especialmente con este último, y desde entonces había caído la noche y era incapaz de regresar.

Este chico albino se llamaba Hyun Ryu.

Inmerso en el recuerdo de la discusión, Hyun hundió su pálido rostro entre sus brazos.

Sus cabellos blancos como la mismísima nieve estaban sueltos y alborotados. Le llegaba casi por la cintura. Sus padres le habían prohibido siempre llevarlos sueltos e, incluso, solían amonestarle para que no los enseñase de esa forma. Por lo que Hyun estaba acostumbrado a llevarlo atado y, si el tiempo era más frío, escondido bajo un gorro o la capucha de una sudadera. Debido al altercado que había tenido, había perdido la coleta con la que se los ataba siempre.

Aún le escocía la cara por el golpe que había recibido en la mandíbula por parte de su hermano; sin embargo, era el dolor del recuerdo todavía más punzante.

«Pero ¿qué hay de malo en que me apunte a un casting para una obra de teatro? No tenéis que pagar nada y sólo tendré que ir a ensayar dos veces en semana, por lo que no afectará a mis estudios. Es más, me esforzaré el doble para que mis notas sigan siendo sobresalientes.»

«¡Ya te he dicho que no vamos a permitir que eches por la borda tu futuro, Hyun! ¡Y todo por un sueño infantil y estúpido!», había gritado su madre desde el otro lado del salón.

Hyun se sentía acorralado por las represalias injustas que estaba recibiendo. Siempre había sido un buen estudiante. Era responsable y terriblemente tímido; nunca se metía en problemas y seguía a pies juntillas todo lo que le exigían sus padres... hasta ahora. Por una vez que había decidido tomar las riendas de su vida, se había topado con un opresivo sometimiento por parte ya no sólo de su madre, sino también de su hermano mayor de veinte años.

Los estudios se habían comportado siempre como el centro de su universo que, promovidos concienzudamente por sus progenitores, Hyun conseguía altas calificaciones.

Sus padres querían que se convirtiera en un ejecutivo, un hombre de negocios importante, tal y como su hermano mayor quien estaba estudiando Administración y Dirección de Empresas. Su hermano vivía en una residencia universitaria, por lo que sólo iba a visitarlos y a quedarse de vez en cuando.

Hyun había crecido en la domesticación del yugo conservador de sus padres. Debido a ello, era tan inseguro y retraído que apenas era capaz de mirar a los demás a los ojos, por temor en ver desagrado debido a su albinismo, en donde quedaban destacados especialmente sus cabellos blancos y sus ojos caracterizados por un vibrante tono rojizo, carentes por completo de melanina al igual que el resto de su cuerpo.

Desde la niñez, su madre siempre le había amonestado con que era un niño particularmente feo, sin gracia ninguna, temeroso y frágil.

A Hyun le disgustaba mirarse al espejo, por lo que lo evitaba y cuando por descuido se quedaba mirando a su propio reflejo sentía el implacable peso de lo que era sentirse diferente. Con estos pensamientos tóxicos rondando siempre en su cabeza, a Hyun no le costó sentir una fuerte repulsa hacía sí mismo.

En el instituto, los chicos solían meterse con él por su aspecto. Tenía mejor relación con las chicas, pero Hyun era demasiado tímido e inseguro para trabar alguna amistad. Le costaba ir más allá de un mero saludo o una conversación en donde no quedara tartamudeando o con la vista clavada en el suelo.

Debido a su delicada piel, que no toleraba demasiado actividades al aire libre, Hyun no tuvo la oportunidad de formar parte de algún equipo deportivo y, por lo tanto, no hizo amigos fuera del horario escolar.

Hyun pasaba buena parte del tiempo metido en casa, especialmente en su habitación. Cuando terminaba de hacer los deberes y estudiar, cerraba silenciosamente la puerta con pestillo, ponía la música a un volumen lo más bajo posible para no ser pillado por sus padres, bailaba a su aire e imitaba pasos de baile que había visto hacer a algún bailarín por la televisión. Otras veces, escribía los diálogos de una escena de alguna de las películas que tenían en casa para luego memorizarlos e interpretarlos, imitando el papel del actor o de la actriz. También le gustaba cantar, pero sólo lo hacía cuando no había nadie en casa por temor a hacer enfadar a sus padres.

En su inquieto y noble corazón había la necesidad de demostrar a los demás lo fuerte y seguro que se sentía convertido en actor, dejando atrás miedos, vergüenzas y temores. Hyun había encontrado en el mundo del teatro musical el lugar idóneo para explorar sus facetas y así cumplir lo que se había convertido en su sueño.

Pasaron los años y ese modo de vida opresor y solitario del pequeño Hyun no cambió, convirtiéndolo en un adolescente de diecisiete años con muchas carencias emocionales.

Por casualidad, aunque a Hyun le gustaba pensar que aquello fue obra del destino, se había enterado en el instituto de la realización de un casting para la representación de una obra teatral juvenil, dirigida por una compañía de espectáculos muy conocida en la ciudad que estaba a la caza de nuevos y jóvenes talentos.

Hyun creyó que aquella era la oportunidad que necesitaba para comenzar a perseguir su sueño. Sólo tenía que conseguir el permiso de uno de sus padres y firmase en la inscripción aceptando así su consentimiento. Asimismo, para evitar fraudes en las falsificaciones, se pedía que el menor fuese acompañado por el padre o la madre al casting que se celebraría al cabo de unos días.

Temía que con su padre tenía todas las de perder. Estaba seguro de que este no le apoyaría. Así que optó por pedírselo a su madre, creyendo Hyun que con un poco de comprensión obtendría su apoyo, su confianza.

Pero no fue así: su madre no le apoyó. En vez de hacerlo, lo recriminó severamente. Ella tenía otras expectativas con respecto al futuro de Hyun Ryu. Y, por primera vez en su vida, Hyun se había revelado, empezando él mismo la discusión con su madre. Su hermano mayor había llegado a casa en medio de la misma, sin ser esperada su visita tanto por su madre como por Hyun.

Hyun se calmó e intentó hablar con él para que intentara convencer a su madre que le permitiera ir al casting. Su hermano era la única persona que Hyun quería y apreciaba realmente: lo había apoyado en sus estudios y en sus temas personales. Si bien era cierto que Hyun nunca le había dicho a su hermano que quería dedicarse al mundo del espectáculo, creyó siempre que él estaría de su parte... y no fue así.

Por culpa de la universidad, pero sobre todo por ese sentimiento de grandeza que había ganado su hermano al sentirse pronto un hombre con un futuro prometedor, hicieron que este se posicionara en su contra. Su hermano no le apoyó: estaba a favor de sus padres con que estudiara lo mismo que él.

Las contestaciones bruscas de su hermano hizo que Hyun sintiera su sangre arder bajo su blanca y prístina piel. Miró perplejo a este sin dejar de sentirse traicionado y sumamente dolido.

¿Por qué su hermano había cambiado tanto en tan poco tiempo? ¿Acaso también se sentía avergonzado de él, al igual que sus padres? Sentir que perdía a la única persona que había querido, valorado e incluso idolatrado en su infancia y prácticamente toda su adolescencia había sido encajado por Hyun como el peor de los golpes.

«¡Está bien!, ¡entonces no iré si eso es lo que queréis!», gritó Hyun como nunca antes había hecho en su vida, rompiendo violentamente el papel de la inscripción; su sueño quedaba hecho trizas. Se volvió hacia su hermano mayor, quedando casi a una misma altura, Hyun unos centímetros por debajo. «¡No seré actor de teatro en la puta vida, pero tampoco pienso convertirme en alguien como tú!»

«Lo que eres es un niño mimado, eso es lo que eres. ¡Un parásito para esta familia!», le gritó su hermano, enfrentándole.

Entonces fue Hyun quien tuvo un enorme arranque de agresivo genio. Algo que tomó desprevenido tanto a su hermano como a su madre.

«¡Y tú eres un capullo egoísta!»

La bofetada que recibió Hyun fue tan brusca que le volvió la cara del revés. Oyó un zumbido muy estridente en los oídos. Tragó saliva penosamente y se llevó la mano a la mejilla. No transcurrieron segundos suficientes para canalizar de golpe toda la ira que sintió Hyun en aquel instante. Con la respiración aleteando entre agitada y convulsa, cerró el puño de su mano con todas sus fuerzas y derribó a su hermano con un derechazo.

Este había perdido el equilibrio con el golpe, cayendo al suelo. Hyun escuchó cómo su madre lo llamaba monstruo mientras corría a atender al otro. Su hermano se levantó del suelo con la mirada furiosa. Hyun fue agarrado y lanzado contra la pared. La cabeza chocó contra la dura superficie. Su hermano le devolvió el puñetazo y sintió crujir la mandíbula.

La señora Ryu gritaba entre ellos mientras intentaba separarlos. Hyun sólo entendió unas cuantas palabras de lo que ambos decían; algo sobre que era un desagradecido y un mal hijo.

Asimismo, ambos repitieron el mismo insulto: monstruo.

Entonces, mareado como estaba, no esperó que su hermano lo arrastrara desde el salón hasta la puerta principal.

Hyun se vio arrojado al suelo de la calle. Chocó con el borde del escalón de la entrada y un instante después una llamarada de agonía le atravesó el cuerpo cuando el dolor de los golpes acució con la caída.

«Te quedarás ahí hasta que venga nuestro padre, Hyun», le advirtió amenazante su hermano. «Ve pensando en lo que has hecho.»

La puerta se cerró con estrépito.

Hyun se quedó tendido en el pavimento, inmóvil sobre aquel asfalto recalentado por el sol que continuaba abrasando aunque ya había oscurecido. El calor del septiembre coreano no tenía nada que envidiar a los meses del verano. Las cigarras ya estaban activas, y el aire temblaba con la vibración de sus patas. Pasado un rato se sentó, escupió algo salado ―su sangre― y evaluó los daños. Se dio cuenta que había dejado de escuchar los gritos de su hermano. Todo había vuelto a la tranquilidad. Hyun notaba dolores en el estómago y la parte posterior de la cabeza. Le sangraba la boca e intensas punzadas le desgarraban la mandíbula.

Su mayor temor era que su hermano cambiase de opinión, abriera la puerta y lo arrastrara dentro. O algo mucho peor: que su padre llegara de trabajar y viera la escena. Hyun estaba seguro de que su padre no estaría de su parte en absoluto. No después de aquello.

Muerto de miedo como estaba, trató pensar, aunque el pulso le latía dolorosamente en las sienes, y consideró sus opciones.

Sin mochila; sin dinero; sin móvil. Tampoco tenía zapatos.

Se miró los pies descalzos y no pudo evitar reír amargamente por mucho que su boca hinchada protestara con nuevas punzadas.

Mierda. Lo cierto era que su situación no podía ser peor. Solo llevaba calzoncillos, pantalones vaqueros, camisa y sudadera encima.

Quizá tenía que pasar la noche allí fuera como un gato al que han echado de casa. Lo dejarían entrar más tarde y regresaría con la cabeza gacha, derrotado y escarmentado.

Y, tal vez, si fuese un odioso gato lanudo y pequeño, hubiera hecho con su cuerpo un ovillo con la única intención de desahogarse y llorar. Pero de pronto se encontró levantándose del pavimento, penosamente y a costa de un gran esfuerzo.

«Iros al infierno», balbuceó con todo el dolor de su corazón. Tenía la mirada clavada en la puerta cerrada. Aún podía caminar.

Se lamentó del hecho de no tener un amigo. Necesitaba de comprensión y consuelo.

Echó a andar en dirección al parque que había a medio kilómetro de casa, descalzo. La oscuridad había ido espesando y la luna llena subió por el cielo. Las estrellas, sus únicas compañeras.

Incluso ahora, sentado en aquel banco del parque, después de pasar varias horas tras lo ocurrido, su cuerpo seguía temblando como si fuera un adorno colgado por la punta. Seguía sintiéndose ridículo y muy asustado. Cada vez que alguien pasaba por delante y se le quedaba mirando, Hyun escondía sus pies por debajo del banco para que no se viera que iba descalzo. Mantuvo la cabeza gacha, no queriendo que nadie se detuviera al ver el golpe que había recibido en la cara.

Hyun se recostó en el banco preguntándose si debía de volver a casa... o no. El dolor de la mandíbula era lo peor y, al menos, hacía que dejara de pensar. Se colocó bocarriba, con la espalda pegada a la superficie del banco. Miró las estrellas y, por instante, se sintió reconfortado.

Cerró los ojos y lloró en silencio.


¡Bienvenidos!

Como veis, este fic comenzará a modo de precuela, siguiendo la línea narrativa de la "Ruta 707", que es para mi el más cercano a la definición de "canon" con respecto al resto de historias, especialmente a la última actualización de Another Story (que aún no me he jugado las rutas).

Este será un fic JuminZen céntrico, pero en el que habrán otras parejas a lo largo de la historia: V&Rika, Jumin&Rika [no correspondido/unilateral], Seven!Zero!Seven!&MC... y alguna sorpresa más si me da tiempo. Asimismo, aparecerá el resto de personajes.

¡Ah! Este es también un fic con spoilers, violencia, lenguaje obsceno, sexo y tratará también sobre trastornos mentales (Rika, ejem). Así que abstenerse quien le disguste estos temas.

Espero que os guste y, por supuesto, muchísimas gracias por leer.

¡Los comentarios serán siempre bien recibidos y me animarán a seguir!

Espero que os guste y, por supuesto, muchísimas gracias por leer. ¡Los comentarios serán siempre bien recibidos y me animarán a seguir!