Recuerdo claramente el día en que conocí a Dean Winchester, aunque aún no decido si recordarlo como el día más especial de mi vida o como el comienzo de todas mis desgracias.

Era una fría tarde de abril, había llovido y ahora las calles lucían negras y vacías. Un hombre optimista habría visto la belleza en los paraguas de colores de los pocos transeúntes o en las luces anaranjadas de las farolas que se reflejaban en los charcos, pero yo, no pensaba más que en la familia que dejaba atrás en mi pueblo. Las luces de las farolas sólo me recordaban el color del cabello de Ana y los paraguas sólo me hacían pensar en los miles de colores que solía llevar Gabriel en sus prendas o en las envolturas de los caramelos que tanto amaba. Todo lo que veía a mi alrededor eran recuerdos de mi familia y todos aquellos que dejaba atrás.

Si me preguntaran, describiría mi pueblo como un lugar tranquilo, rodeado de árboles y poblado de casas bonitas, no con la belleza ostentosa de las mansiones británicas o los más costosos hogares de las ciudades americanas; tenían una belleza diferente, preferiría describirla como rústica, pintoresca o acogedora. Era realmente pequeño, bastante alejado de la ciudad, amaba todo sobre él... pero allí no podría conseguir aquello que necesitaba mi familia, allí no tendría jamás las posibilidades que tanto buscaba. Así que fui a la ciudad con nada más que una maleta llena de ropa y de recuerdos, con la esperanza de que allí pudiese vivir y darle a mi familia la vida que añoraba, devolverle la salud a mi padre y llevarles alegría a mis hermanos.

Éramos una familia grande, doce hermanos y poco dinero para vivir, por lo tanto mis padres tuvieron que esforzarse más de la cuenta para mantenernos calientes, vestidos y alimentados. Mi madre se dedicaba a vender pasteles y mi padre trabajaba día y noche cortando madera para luego convertirla en hermosas obras de arte; sus manos fuertes y toscas podían tallar cualquier cosa, convertir el más pequeño e insignificante trozo de madera en el más bello espectáculo. Siempre admiré sus manos y sus esculturas, siempre deseé ser como él, pero nadie en aquel pueblo tenía la cultura suficiente para apreciar su trabajo y darle el reconocimiento que merecía.

Aprendí a tallar desde muy joven, heredé de él su amor por el arte y más tarde lo convertí en mi profesión, pero no hice orgulloso a mi padre por mucho tiempo. Él pronto perdió su capacidad de tallar, comenzó olvidando cosas esporádicamente, cosas pequeñas como alimentar al perro o dónde había dejado las llaves del auto. Luego fueron cosas más importantes, como mi cumpleaños, el cumpleaños de mamá, incluso su propio cumpleaños, hasta que un día olvidó su arte y también se olvidó de mí. A veces recordaba a Ana, ella siempre fue su favorita, pero en sus peores días ni siquiera la recordaba a ella, sólo mamá permanecía como un ancla permanente en su memoria.

Por eso decidí ir a la ciudad, para tener la posibilidad de vivir del arte y ganar el dinero suficiente para devolverle la salud a mi padre. Sabía que el Alzheimer no tenía una cura, pero sí un tratamiento, pensé entonces que podría conseguir suficiente dinero para pagar los mejores doctores y las mejores medicinas, sólo tendría que trabajar un tiempo para traer a mi padre conmigo a la ciudad, entonces todo estaría bien, su vida se prolongaría y su sufrimiento acabaría, también el de mi familia. mientras tanto mis hermanos trabajarían desde casa y se esforzarían por ayudarme.

Conseguí empleo en una prestigiosa universidad, tendría la oportunidad de enseñar a cientos de jóvenes el arte de mi padre y me pagarían bien por ello. Tenía muchas esperanzas y mi corazón estaba lleno de emoción, pero mi rostro no podía reflejarlo, sólo era visible la nostalgia que sentía al dejar atrás mi pueblo, al observar cómo los árboles se convertían en edificios desde el vidrio empañado del auto que me llevaría a mi nuevo hogar, un hogar vacío y solitario.

Por más que quería cerrar los ojos y descansar, permanecí todo el tiempo atento al exterior, quería conocer el que sería mi hogar. Me sentía extraño al rodar bajo los edificios enormes y las miles de luces incandescentes que iluminaban la ciudad a pesar de ser aún de día, aunque un día gris y lluvioso. Todo era diferente a lo que solía conocer, tantos autos, tantos edificios, tanto ruido, pero con el tiempo aprendería a acostumbrarme y algún día sería capaz de verlo y sentirlo como mi hogar… al menos eso esperaba.

Cuando llegué a mi nuevo apartamento ya el sol se había escondido en el horizonte que a su vez permanecía oculto detrás de los muros de las casas. A mi alrededor había ahora un complejo de apartamentos bastante humilde, de hecho parecía aterrador. El olor a humedad estaba impregnado en el aire, había musgo en las paredes de ladrillo, por no mencionar el fuerte olor a tabaco y basura.

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo y abracé mi gabardina con fuerza, cerrando los ojos ante el viento helado que soplaba en mi rostro como una advertencia. Vi al conductor mirarme con desconfianza como si temiera que no fuese a pagarle y aunque ciertamente era una persona humilde, era también un hombre honrado, así que saqué de mi bolsillo la suma acordada y la entregué al hombre con un agradecimiento; él no dijo nada, sólo asintió y se marchó cuanto antes.

Ahora estaba de pie en frente del edificio con nada más que un par de maletas, viendo a unas pocas personas pasar y dedicarme miradas extrañas, tal vez por mi ropa, tal vez por el miedo reflejado en mi rostro o tal vez simplemente por ser un rostro nuevo en el lugar, pero definitivamente sus caras no eran amigables, así que entré sin meditarlo más.

Los pasillos apenas estaban iluminados por las lámparas de las calles y mi puerta tenía algunos graffitis inentendibles pintados en ella, no era agradable pero con el tratamiento de mi padre, era todo lo que podía pagar, así que exhalé un suspiro de resignación y entré.

Adentro era frío y oscuro, palpé las paredes en busca del interruptor y lo hallé justo al lado de la puerta, las luces amarillas se encendieron y pude ver mi nuevo hogar. Ya lo había visto anteriormente algunas semanas antes de mudarme, era pequeño, vacío y solitario, pero no estaba tan mal como el exterior del edificio, las paredes eran blancas, había un sofá viejo pero en buen estado, cortinas oscuras cubriendo las ventanas y una pequeña mesa redonda que supuse era el comedor. Enseguida se hallaba la cocina, a la vista de la sala de estar, tenía un refrigerador lo suficientemente grande para mí y una estufa, no necesitaba nada más. Mi habitación era amplia, había una cama kingsize vestida con sábanas azules, un closet de madera y una mesita de noche con una lámpara pequeña. Había un solo baño en la casa, espacio amplio, ducha sin cabina y una bañera mohosa, pero con un poco de limpieza todo estaría bien. Había otra habitación, con nada más que una pequeña cama, esa sería ocupada por mis padres cuando vinieran a la ciudad.

Pensé en darme a la tarea de limpiar, pero ya era tarde y me encontraba demasiado agotado por el viaje, así que me dejé caer sobre el colchón, observando la nube de polvo que se levantó para quedarse flotando a mi alrededor, inundando mis fosas nasales con un olor de abandono. Dejé las maletas reposar junto a la cama, decidí que sería mejor desempacar mi ropa rápidamente y luego irme a dormir.

En mis maletas no llevaba sólo ropa, también había fotos y recuerdos, mi gabardina era el primero de ellos, un recuerdo de mi padre, la solía llevar siempre consigo y me la había obsequiado como despedida en uno de sus momentos de lucidez. Aunque ya no llevaba su olor, aún podía sentir su calor en ella. llevaba también la corbata de mi hermano Balthazar, la bufanda que tejió mi madre, el oso de peluche de Ana, los dibujos de Gabriel, el reloj de Samandriel y miles de fotografías, tantas pertenencias sin valor económico pero con un gran valor sentimental.

Luego de vaciar mis maletas, me dirigí a la cocina y me preparé una infusión para dormir, esperando que el vapor caliente pudiese calmar la angustia que sentía por enfrentarme a lo desconocido. Me sentí más solo que nunca estando allí sin escuchar a nadie, ni un murmullo, nada más que el sonido de la lluvia chocar contra las ventanas y los truenos rugiendo a la distancia. Por lo menos me sentía cálido y seguro allí dentro, las cosas podrían haber resultado peor, al menos tenía un techo dónde dormir, buena comida, un buen empleo y la esperanza de que todo saldría bien.

Me recosté de nuevo en el viejo colchón, sosteniendo un libro en mis manos, entonces comencé a leer en voz alta buscando llenar el silencio en la habitación, hasta que mi voz se cansó y mis ojos se cerraron lentamente, cayendo en un sueño tranquilo.

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Desperté pocas horas más tarde con un sobresalto, había escuchado un ruido, un ruido lo bastante fuerte, pero no lograba descifrar aquello que lo habría provocado, quizás un trueno, quizás algo se había roto en casa, tal vez ratones, tal vez un gato callejero. Entonces volví a escucharlo, un fuerte golpe contra la delgada pared que conectaba con el apartamento contiguo. Pensé que estaba vacío, que no tenía vecinos cerca, pero allí estaba el ruido que lo confirmaba, sonidos furiosos que golpeaban la pared seguidos por fuertes gemidos, los gemidos de un hombre, probablemente un hombre joven.

Me pregunté qué estaría pasando y me inquieté bastante temiendo lo peor, entonces me acerqué a la pared junto a mi cama y posé mi oído contra el delgado material que separaba ambas casas y pude escuchar con claridad todo lo que allí ocurría. Escuché el sonido de los golpes, los puños conectar con la carne, las sillas caer al suelo, porcelana al romperse y los gemidos de dolor escapar de los labios de un hombre.

- Ya es suficiente, tenemos que parar esto - dijo una voz suplicante, una voz masculina.

- Sólo un poco más - respondió el otro entre jadeos, una voz similar, grave y profunda.

Escuché el sonido de otro golpe contra la fina pared de mi habitación y luego el sonido de un llanto, el llanto desesperado de un hombre.

- Shh, está bien, ya es suficiente por hoy ¿de acuerdo? ya acabó - le consoló el otro, haciendo sonidos calmantes mientras el otro lloraba desconsoladamente.

Regresé de vuelta a mi lugar debajo de las sábanas, esta vez con las luces apagadas. No dejaba de preguntarme qué estaría ocurriendo del otro lado de la pared, tal vez una pelea entre amigos, un padre golpeando a su hijo o una pelea entre esposos, tal vez era algo grave, tal vez debía llamar a la policía, pero estaba asustado, podría meterme en un problema por ello, de todos modos estaba seguro de que no era el único que lo había escuchado en todo el edificio, alguien más podría llamar a la policía y si no sucedía tal vez querría decir que no era algo inusual allí… decidí que era mejor no hacer nada.

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Logré quedarme dormido nuevamente horas más tarde, luego de dar miles de vueltas en mi cama y convencerme de que no había nada que pudiese hacer. Afortunadamente aquel incidente no volvió a repetirse durante la noche.

Cuando volví a despertar, ya el sol había salido y el ruido de la música y los autos en el exterior indicaban que la ciudad había despertado también. Me preparé un desayuno rápido, tomé una ducha y me vestí para luego dejar el edificio de apartamentos, era mi primer día de trabajo y con suerte todo saldría muy bien. La gente me daba miradas extrañas mientras caminaba hacia la parada autobuses, sin embargo logré ignorarlos, de ninguna manera iba a permitir que sus miradas me intimidaran.

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Recuerdo haber visto el campus con fascinación, tanta naturaleza y tanta belleza en su estructura. Había cientos de jóvenes caminando tranquilamente mientras charlaban cargando sus mochilas, sonriendo alegremente, otros estacionaban sus lujosos autos y otros iban en bicicleta, disfrutando del viento contra sus rostros, parecía que no tuviesen preocupaciones. Se sentía mucho mejor estar allí que estar afuera en la ciudad, no había más ruido que el de las risas alegres de los jóvenes y sus voces amables, el aire se sentía limpio y fresco, olía a naturaleza.

Dentro del edificio todo era aún más limpio, paredes blancas, suelo brillante, ventanas impecables. Me permití guiarme por los números en las puertas hasta hallar el lugar indicado; una pequeña oficina con algunos ordenadores sobre escritorios de madera, la gente allí parecía absorta en su trabajo, la luz de la pantalla se reflejaba en sus lentes, podría decir que apenas eran conscientes de lo que ocurría en el mundo real.

Toqué la puerta suavemente y aclaré mi garganta para llamar la atención, lo cual dio resultado en una sola persona. Una mujer de cabello rojo, incluso más brillante que el de Ana, sonrió al verme y vino a mi encuentro.

- Hola, tú debes ser Castiel - saludó alegremente, a lo que asentí - mi nombre es Charlie, la decana me pidió que te recibiera.

Me tendió su mano cálida y yo le respondí con un apretón - es un placer - le dije sin emoción.

- Es mi deber enseñarte el campus y guiarte en tu trabajo, así que si tienes alguna inquietud, debes dirigirte a mí, nuestros demás compañeros no suelen ayudar mucho, ya sabes, les gusta jugarle bromas a los nuevos.

Ella sonrió como si recordara algún evento en especial, pero no habló de él en voz alta, tampoco le pregunté, sinceramente poco me interesaba, mi estado de ánimo no era el mejor ahora.

- Muy bien, sígueme, Castiel ¿o prefieres que te llame profesor?

- Castiel está bien.

- Me agrada, es un bonito nombre. También puedes llamarme Charlie si quieres - sonrió de nuevo y comenzó a caminar con pasos alegres. No parecía una maestra, parecía uno de los tantos jóvenes que recorría el campus, sin preocupaciones, sin problemas, sin pesadas cargas sobre sus hombros más que sus enormes mochilas. Los envidiaba a ellos y a Charlie por ser tan felices mientras yo sufría, mientras extrañaba mi hogar, mientras tenía tanta incertidumbre.

Había algo en la apariencia de Charlie que me recordaba a mi hermana, su cabello rojo, su piel blanca, su brillante sonrisa, pero no tenía la ternura de Ana, tenía en su lugar una alegría sin control, sus movimientos eran bruscos en lugar de elegantes y daba la impresión de ser una persona muy sociable… Ana no lo era, era tímida pero agradable y sus pocos amigos la adoraban, todos lo hacíamos.

Fuimos en su auto, bonito y elegante, pensaría que bastante costoso y condujimos al rededor del campus. Visitamos los lugares más importantes y yo no podría haber estado más encantado, el lugar era hermoso, tranquilo y agradable, podría pasar allí el día entero, la vegetación y el aire fresco me recordaban mi hogar. Charlie me describió uno a uno los sitios por los cuales pasábamos, hablándome detalladamente de todo lo que allí sucedía, me habló de los estudiantes, me habló de nuestros compañeros, me habló de mis obligaciones como maestro y todo aquello para lo cual debería prepararme. Fue bastante útil, sus consejos me ayudaron a comprender a personas como Dean… incluso a personas como Sam.

Ese día no conocí a Dean, tampoco a Sam ni a ninguno de mis alumnos; ese día conocí mi nuevo hogar, no era el apartamento, no era la ciudad, era la universidad y el aula de clases, mis compañeros serían mi nueva familia y mis alumnos mi responsabilidad, más allá del aprendizaje del arte, más allá de las clases; sus vidas, sus problemas, también eran los míos.

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Regresé a casa sintiéndome liviano, un poco más tranquilo, un poco más esperanzado. Me di cuenta de que mi trabajo no estaba tan mal, no era nada que no pudiese hacer y la universidad no era un sitio horrendo, todo lo contrario.

Suspiré con cansancio y me dejé caer en el sofá, encendiendo la radio para opacar el silencio. Ya era casi de noche y me encontraba algo cansado, había caminado por todo el campus, recorriendo los lugares, observando a las personas, sus comportamientos, sus pasatiempos, pues estos jóvenes podrían ser mis alumnos y sería necesario conocerlos antes de atreverme a pararme frente a una pizarra, no quería convertirme en esa clase de maestro que todos odiaban.

En la noche luego de cenar, me recosté sobre mi cama, sintiéndome cálido y protegido de las fuertes lluvias que azotaban las ventanas. Tomé el libro que había adquirido recientemente en la librería y me permití sumergirme en sus páginas. Pronto sin darme cuenta estaba soñando despierto, imaginando la expresión en el rostro de papá llena de orgullo y alegría al enterarse de que miles de jóvenes se interesarían por aprender su arte. Fue entonces cuando de nuevo escuché un fuerte ruido proveniente de la casa de al lado, sonaba como si algo se hubiera estrellado contra el suelo rompiéndose en mil pedazos. Quizás una taza, quizás un jarrón o un espejo.

Inmediatamente dejé el libro de lado y me puse en estado de alerta recordando lo sucedido la noche anterior, los fuertes sonidos de una golpiza y los lamentos de un hombre. Con cuidado me puse de rodillas sobre la cama y posé mi oído contra la delgada pared para escuchar nuevamente lo que sucedía del otro lado. Escuché los sonidos del cuero golpeando la carne, como fuertes latigazos, habían gemidos, pero esta vez no habían gritos, habían dos voces, eso era seguro, pero no parecía que estuviesen discutiendo o luchando. Tal vez era parte de algún acto de sadomasoquismo o un juego sexual, o tal vez algo realmente malo y perverso estaba sucediendo, pero no había nada que yo pudiera hacer para averiguarlo.

Entonces me alejé, sintiendo mi corazón palpitar con cierto temor y la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Aun habiéndome alejado de la pared, podía escuchar los sonidos de los latigazos, así que intenté ignorarlos, cubriéndome de pies a cabeza con las tibias mantas y cubriendo mis oídos con la almohada, de esa manera nada más que el silencio circulaba por mis oídos, de esa manera era fácil fingir que nada malo estaba ocurriendo del otro lado.

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Fue al día siguiente cuando conocí a mis alumnos, mi primer día de clase. Cuando entré al aula había decenas de cabezas rubias y castañas, cabezas jóvenes y brillantes charlando alegremente entre ellos. Aclaré mi garganta fuertemente para llamar su atención y cientos de ojos azules, verdes y castaños se posaron sobre mi cuerpo, evaluando mi gabardina, evaluando el nudo de mi corbata, mi cabello revuelto y mis zapatos mojados por la lluvia.

- Buenas tardes a todos, mi nombre es Castiel Novak y a partir de hoy seré su maestro de escultura - dije en voz alta, sin titubear, sin mostrar el miedo y la emoción, con voz plana y carente de emociones.

- ¡Wow! - Escuché la exclamación interesada de uno de los jóvenes que se hallaba sentado en la esquina más alejada del aula. Sus ojos se iluminaron al verme, de inmediato agarró sus cosas y tomó asiento en primera fila.

Fue una reacción curiosa, definitivamente no la que yo esperaba. Algunos de sus compañeros soltaron risitas discretas, otros suspiraron con disgusto, en cambio yo, simplemente lo ignoré.

- Castiel es un bonito nombre - dijo - ubicando los codos sobre el pupitre y posando la cabeza sobre sus manos, inclinado hacia adelante en señal de interés.

- Apuesto a que no tiene idea de lo que significa - dije, no con la intención de ser grosero, simplemente quería hacerle saber que estaba seguro de que hablaba sólo por hablar.

El chico me miró directamente, con su bonito rostro curvándose con una expresión de curiosidad, porque era realmente guapo, grandes ojos verdes, cabello rubio oscuro y unos bonitos labios carnosos, si así eran todos los chicos en la ciudad, entonces estaba condenado.

Nunca antes había tenido una pareja, ni un romance, no realmente; hubo una chica en la secundaria, Meg, sin embargo no duró mucho tiempo ¿la razón? soy homosexual, aunque por supuesto, era un hecho que desconocía mi familia, con sus costumbres tan tradicionales jamás me atreví a comentarlo, era inútil, sabía que no se lo tomarían nada bien.

- ¿Qué significa? - me preguntó con interés - de seguro debe ser el nombre de un ángel.

Sonreí ligeramente y asentí - acertaste, Castiel es el ángel del jueves, se le suele invocar para pedir protección durante ese día específico.

- Yo podría invocarte todos los días - sugirió con voz seductora, los alumnos rieron, yo me sonrojé ligeramente - necesito mucha protección.

No sabía si hablaba en serio o sería otra de sus bromas, pero mis ojos notaron en ese instante el color púrpura desvaneciéndose en la piel blanca de su rostro, justo encima de su pómulo. Me inquieté por ello, me preguntaba si sería un alborotador, si se habría metido en alguna clase de pelea, sentía que como buen maestro debía aconsejar, ayudarlo, pero no dije nada en ese instante, no frente a la clase.

- No le haga caso, Sr. Novak, no está disponible y su novio es realmente celoso - dijo una de las alumnas sentada en primera fila y el hermoso chico rubio la fulminó con la mirada.

Me aclaré de nuevo la garganta sintiéndome enormemente incómodo con la situación y comencé a caminar por el aula, observando los rostros de mis alumnos, algunos con expresiones divertidas, otros molestos.

- Eso no es cierto - refutó el chico - a propósito, mi nombre es Dean, Dean Winchester.

- Es un placer conocerlo Sr. Winchester. Es un placer conocerlos a todos ¿alguna otra pregunta antes de comenzar la clase?

- ¿Va a posar desnudo para nosotros algún día? - preguntó de nuevo con picardía.

Nuevamente mi rostro se sonrojó, esta vez con más intensidad y tuve que toser mis pulmones un par de veces antes de poder hablar. Algunos rieron, otros lo reprendieron, pero estuvo bien, me hubiera causado gracia si no estuviera tan apenado y no habría estado tan apenado si el chico no fuese tan condenadamente guapo.

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Al finalizar la clase algunos alumnos se despidieron en voz alta, otros estrecharon mi mano cortésmente; Dean se despidió con un "Adiós, bombón" siendo el último en salir; entonces lo detuve.

- Sr. Winchester ¿podría quedarse un momento?

El chico me miró con una sonrisa torcida y asintió - eso suena como una buena idea, sin embargo es arriesgado quedarnos aquí ¿no preferiría salir o tal vez ir a los baños?

- No entiendo a qué se refiere - le respondí sin permitir inmutarme por su obvia sugerencia.

- Vamos, estoy seguro de que sabe de lo que hablo.

- No tengo idea de lo que pasa por su cabeza. Quería preguntarle acerca de algo.

- No tengo novio si es lo que quiere saber…. no para usted.

- ¿Qué le sucedió en el rostro? - pregunté, ignorando sus insinuaciones.

- ¿Se pregunta por qué soy tan increíblemente guapo? tuve suerte con mis genes, supongo - respondió encogiéndose de hombros - aunque no creo que necesite mi secreto, usted no se queda nada atrás.

- ¿Podría hablar en serio sólo por un instante? Sr. Winchester, puedo ver el moretón en su rostro ¿Qué le ocurrió?

- ¿Habla de esto? - preguntó mientras señalaba sin cuidado su pómulo lastimado - es sólo un feo lunar.

No pude evitar sonreír ante su ocurrencia, después de todo era mejor que estar enojado.

- Tiene una sonrisa maravillosa, debería enseñarla más a menudo.

Mis mejillas se sonrojaron al instante y tuve que toser para disimular - ¿No quiere decirme lo que le ocurrió?

- No, no quiero ser grosero pero esta no es la escuela secundaria, no tiene que estar al tanto de los problemas de todos sus alumnos, después de todo, aquí todos somos mayores… mis padres no me golpean si es lo que se está preguntando.

- Sólo quiero ayudar, eso es todo.

- No necesito ayuda - su rostro se ensombreció por un segundo, entonces descubrí que todo se trataba de una simple máscara, una máscara que utilizaba para cubrir algo.

- De acuerdo, comprendo, no voy a obligarlo a hablar si no quiere hacerlo… pero si alguna vez necesita algo, un consejo o alguna clase de apoyo, no dude en preguntarme. También tuve su edad alguna vez y tengo muchos hermanos que también atravesaron esa etapa.

Dean sonrió y por un momento no tuve idea de qué le causaba tanta gracia - no soy tan joven como piensa, estoy seguro de que no es mucho mayor que yo.

- ¿Qué edad tiene, Sr. Winchester?

El chico tenía rasgos juveniles, ojos grandes, pestañas largas y piel perfecta, había algo de barba en su rostro y fuertes músculos en sus brazos, probablemente tendría no menos de 22 y no más de 24.

- Tengo 26 - respondió, contradiciendo mis pensamientos - ¿lo ve? no sería un crimen si intenta algo conmigo ¿Qué edad tiene usted?

- 32, casi 33 y usted es mi alumno, así que no comience a imaginarse cosas.

Dean rió con fuerza y asintió - usted es un hombre inflexible. De acuerdo, nos veremos mañana.

- Hasta luego, Sr. Winchester - me despedí sin levantar la mirada. Quería evitar a toda costa que mis ojos vagaran hacia la curva de sus glúteos y esos muslos perfectamente apretados en sus jeans.

Estaba condenado.

Gracias por leer, déjenme saber si desean que continúe