Por lo visto no puedo vivir demasiado tiempo sin tener varios fics en los que ocupar mi tiempo libre ^^ supongo que esto puede llegar a ser realmente adictivo :P. Bueno, espero que les guste este primer capi, y les ruego que me dejen un review con buenas o malas criticas, sugerencias o lo que les parezca. Muchas gracias.

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Capitulo 1: Un día como cualquier otro.

La ciudad de Emyn Arnen era al mismo tiempo, igual y diferente a las demás ciudades de Arnor, Gondor o Rohan. En lo alto de la colina, se elevaba en la orilla este del río Anduin con sus blancos muros, sus grandes patios, largos puentes y altas torres.

Era una ciudad que maravillaba a los forasteros y enorgullecía a sus habitantes, siendo su atracción principal la fabulosa vista que se tenía de la capital del país, Minas Tirith, cuya torre blanca brillaba tanto que deslumbraba como el sol de primavera.

Quizás la ciudad parecía un lugar maravilloso, que menos podía esperarse del centro neurálgico de Ithilien, pero como en cualquier lugar, ya fuera en los desiertos del norte o en las salvajes tierras del sur, la vida no era siempre perfecta, y la bella ciudad a orillas del Anduin no era la excepción.

Al menos eso fue lo que pensó el viejo Gundor, propietario de la taberna "Los Tres Barriles" cuando descubrió que le habían robado seis monedas de plata del bolsillo.

- ¡Arghhh!- exclamó golpeando una de las mesas.

Aunque hubiera gritado con toda la fuerza de sus pulmones, probablemente nadie le prestaría atención, pues su grito se habría perdido entre las risas y charlas de los hombres que atestaban su local.
No pudo entretenerse mucho soltando maldiciones pues pronto le llovieron gritos pidiendo más jarras de cerveza. Suspiró con resignación, otro día más, el ladrón quedaba sin castigo.

- Otro día de feliz recompensa- exclamó el muchacho al tiempo que agitaba en su bolsillo las monedas de plata.

Bajaba por la calle principal con paso alegre y silbando con disimulo, con sus grandes ojos ámbar, pendientes de cada esquina, por si a alguno de los soldados de la Compañía Blanca se les ocurría aparecer.

Algunos mercaderes o forasteros se giraban a observarlo con curiosidad al ver su extraña ropa hecha de retales, pero el resto de los habitantes se limitaban a ignorarlo.
Giró a la derecha al alcanzar la calle de los Artesanos, para volver a girar de nuevo hacia la izquierda. En Marzo anochecía pronto, y aún quedaba un rastro de claridad en el cielo, pero las calles estrechas como aquella, bajo los aleros sombríos de los tejados, estaban negras como guarida de lobo.

- ¿Algo bueno esta vez?

Una voz alegre salió de la oscuridad y el muchacho sonrió.

- Sí, Angol, nada menos que seis monedas- exclamó orgulloso.

Escuchó los pasos de su amigo, cuyo rostro se asomó a la luz del candil que pendía sobre sus cabezas, iluminando ligeramente la calle.

- Esta vez has tenido suerte Hareth - rió- Pero no deberías confiarte tanto, sobre todo si los soldados están de guardia.

El muchacho de cara pecosa y ojos ámbar hizo una mueca divertida.

- ¡Bah! Esos soldados son unos tontos, no verían a un olifante aunque lo tuvieran delante de sus narices.

- Solo te digo que te cuides- dijo Angol.

- Sé cuidarme bien- replicó Hareth.

- Ya, ya¿tienes hambre? Tengo un poco de pastel de la señora Beldis.

- ¿Esa vecina tuya? Bueno, supongo que comer algo estará bien.

Su compañero sacó de su bolsillo algo envuelto en un papel color crema.

- Vayacreo que lo has aplastado- comentó Haleth haciendo un mohín.

- Pero está bueno. Toma, tienes que comer ¿Cuánto hace que no pruebas bocado?

- Ya deja de tratarme como si fuera un bebé- exclamó el muchacho- pareces mi hermano

De pronto, Hareth se quedó en silencio, bajó la cabeza y su mirada se volvió triste.

- Eh¿estás bien?- dijo Angol poniendo una mano sobre su hombro.

- Sísolo es que me acordé de ellos por un momento.

Su amigo asintió, con rostro apenado.

- ¿Quieres dormir hoy en mi casa? Te haré un hueco en mi habitación, mi madre no se enterará.

- No, gracias Angol, estaré bien. Tu madre puede enfadarse mucho si se llega a dar cuenta.- dijo Hareth.

- Es porque dice que tendrías que estar en esa horrible casa para huérfanos de Minas Tirith.- dijo su amigo a modo de disculpa.

- Claro, porque ella no tiene que vivir allí.- comentó el muchacho, ajustándose su grueso sombrero para que ocultara su mueca de asco.

- Se hace tarde Hareth, tengo que irme, ¿no necesitas nada?

- No, estoy muy bien. Hasta mañana Angol.

- Hasta mañana.

Su amigo desapareció tras la esquina, y Hareth suspiró. Anduvo por la calle desierta durante unos minutos, hasta acabar deteniéndose junto a una puerta de madera carcomida. La empujó con ambas manos haciendo que ésta chirriara como un gato al que le estuvieran tirando de la cola.
Estornudó al poner un pie en la vivienda abandonada. El polvo flotaba en el aire, y la oscuridad lo llenaba todo. Tanteó con las manos hasta dar por fin con una vela que se apresuró a prender.

Al instante distinguió las siluetas de los muebles rotos, y de las mantas arrebujadas en una esquina, sobre un montón de paja. Se apresuró a quitarse los zapatos y colgar su abrigo sobre una silla tan vieja que nunca se había atrevido a sentarse en ella.

Se sentó sobre el montón paja que le hacía de cama, sacó de su bolsillo el pastel que le había dado Angol y comenzó a devorarlo rápidamente, no había comido nada desde la mañana y su estómago hacía horas que se quejaba. Al terminar, se limpió las manos en la chaqueta y profirió un gran bostezo.

- Bueno, ya es hora de dormir- dijo para sí- Mañana será otro día.

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Caminar por el mercado de la ciudad era apasionante, en la plaza cien vendedores voceaban sus mercancías y todo lo que estaba a la vista parecía nuevo y hermoso, los finos paños de lana del norte, las madejas de seda, las cintas de colores, los adornos y útiles de plata

Era toda una tentación pasearse delante de los puestos de pasteles calientes y cerveza, mientras en el centro de la plaza un juglar rodeado de pequeños espectadores cantaba la balada de Frodo Nuevededos y el anillo del destino.

Aprovechando el alegre día de mercado, Hareth se había procurado un buen desayuno y había comprado una capa corta de lana negra, cómoda y suave, aunque tal decisión le había acarreado gastar todo lo que había conseguido el día anterior.

- Tendré que conseguir algo para comer- murmuró para sí.

Buscó entre el gentío a alguien digno de sus habilidades, pues Hareth solo robaba a los nobles y a los orgullosos mercaderes porque eran, según decía, demasiado idiotas para merecerse tanto dinero.

- ¡Ajá! - exclamó sonriendo.

Se ajustó el sombrero para que nadie pudiera verle la cara, y disimuladamente se acercó, dando un rodeo, a uno de los puestos donde uno de los mercaderes se afanaba en mostrar sus adornos de plata y oro a un grupo de doncellas.

Con los ojos fijos en el objetivo, sacó su navaja del tamaño de su dedo meñique, y con un rápido movimiento, cortó la bolsa que pendía de un adornado cinturón, haciendo que cayeran varias monedas que se apresuró a esconder en su bolsillo.

Sonrió con satisfacción, la mujer a la que le acababa de robar no se había enterado de nada, en realidad parecía que nadie se había dado cuenta de lo que acababa de ocurrir. Así que felicitándose por un trabajo bien hecho, se encaminó hacia el otro lado de la plaza, con los ojos fijos en uno de esos deliciosos pastelillos de carne.

Pero de pronto, sus esperanzas de comida se vieron interrumpidas cuando alguien le agarró fuertemente por los hombros.

- No te escaparás esta vez, pequeñajo- dijo una voz.

Al levantar la vista, el rostro de Hareth se quedó lívido, pues tenía delante nada menos que a un soldado que por su uniforme y su insignia debía pertenecer a la Compañía Blanca, y que además tenía cara de pocos amigos.

Prescindiendo de cualquier cortesía, el soldado metió las manos en sus bolsillos, para sacar las monedas con las que el muchacho se acababa de hacer. Sin decir ni una palabra, lo llevó en volandas de nuevo junto al puesto del mercader, mientras Hareth se revolvía y gritaba. A su paso, vio como la gente se detenía a mirarlo con curiosidad, y como el viejo Gundor, en la puerta de su taberna, asentía satisfecho.

Cuando lo volvió a dejar en el suelo, Hareth iba a ponerse a gritar de nuevo pero la mujer a la acababa de robarle estaba justo delante suyo, y se acercaba con paso suave.

- Aquí tenéis, mi señora- dijo el soldado, tendiéndole las monedas a la mujer.

- Gracias- respondió ella.

- Quedaos tranquila, meteré a este mocoso en una mazmorra y le colgaré de los pulgares para que no pueda volver a robar en lo que le resta de vida.

Hareth no pudo evitar ponerse a gritar, lo último que deseaba era un castigo tan horrible como aquel.

- ¡Suéltame estúpido! ¡Suéltame! ¡Suéltame!

- No pienso soltarte- replicó el soldado.

Entonces la mujer se inclinó hacia Hareth y lo observó con curiosidad.

- ¿Qué edad tienes?- le preguntó.

- Eso no te importa- replicó el muchacho con una mueca.

- ¡Responde a la pregunta!- le ordenó el soldado.

Hareth se mordió el labio, no tenía más remedio que contestar a menos que deseara una muerte dolorosa.

- Diez años.

- Eres muy pequeño para andar solo ¿Dónde están tus padres?

- Están muertos- respondió con rabia, odiaba que la gente le preguntara eso.

La mujer le dedicó una sonrisa triste, y solo entonces se fijó en ella. Su rostro níveo estaba enmarcado por un cabello oro pálido, tenía los ojos grises y claros, y sonreía con ternura. Vestía de forma elegante pero no ostentosa, con un traje azul noche y un cinto de plata.

- Entonces ¿no vives en el orfanato? - preguntó ella de nuevo.

- ¡No!- exclamó Hareth, como si se hubiera ofendido.

- ¿Por qué?

- ¿Ha estado allí alguna vez?- preguntó en tono desafiante- Seguro que no, usted es rica y no tiene que andar por esos lugares, sinceramente prefiero dormir sin un techo sobre mi cabeza que estar allí dentro.

La mujer pareció sorprendida con la respuesta, pero después sonrió.

- Entiendo, así que es por eso que robas.

- Sí, señora. Si yo fuera como usted no me haría falta, pero como no he nacido con buena estrella esto es lo que me toca.

- No digas más tonterías- replicó el soldado.

- ¡Bah! Cállate enorme bobo!- le gritó Hareth.

El soldado pareció hincharse de rabia y se puso rojo.

- ¡Te meteré en un pozo ladronzuelo malcriado!

- ¿A quién llamas ladronzuelo malcriado?- replicó Hareth.

- Espera, por favor.- dijo de pronto la mujer.

El hombre, que se aguantaba para no darle un par de bofetadas al muchacho la miró con curiosidad.

- Pero mi señora, no querrá perdonar a este ladrón.

Ella que ahora estaba agachada, para estar a la altura del niño, sonreía.

- Es que no es un ladrón, mi buen Dagnir.

- Peromi señora- dijo el soldado confuso.

La mujer le dirigió entonces una sonrisa divertida, y extendiendo el brazo le quitó el grueso sombrero a Hareth.

- No es un ladrón, sino una ladrona.

Dagnir abrió la boca pero no le salían las palabras. Al quitarle el sombrero, una masa de revuelto cabello dorado había caído sobre los hombros de lo que hasta hacía un segundo pensaba que era un muchacho.

- Si querías disfrazarte de chico podías haberte cortado el cabello- dijo ella en tono divertido.

- No tenía dinero para cortármelo- replicó Hareth- además mi mamá siempre decía que una chica debía lucir siempre un lindo cabello.

- Esto es increíble- masculló Dagnir.

La mujer parecía de lo más divertida con aquello.

- ¿Sabes? Me recuerdas mucho a alguien.

- Pero no por ser una chica vas a quedar sin castigo- interrumpió el soldado poniéndose serio.

Hareth tragó saliva, hasta ese momento tenía la esperanza de salir bien parada de aquello.

- Dagnir tiene razón- afirmó la mujer- no podemos permitir que esto vuelva a suceder.

Las más horribles imágenes se sucedieron ante Hareth que miraba a ambos como si fueran sus verdugos.

- ¡Vosotros no podéis hacerme nada!- exclamó de pronto.

El soldado la miró con una mueca.

- ¿Y eso por qué?

- Porqueporque solo el señor de Ithilien y el Gran Rey tienen poder para castigar a los ladrones!- se apresuró a responder.

Técnicamente aquello no era cierto, pero Hareth tenía la esperanza de que tales palabras sembraran, al menos, una duda, antes de que se les ocurriera cortarle las manos.

- ¿De veras?- dijo el soldado, esta vez parecía ciertamente divertido.- Creo que podremos solucionar ese problema ¿no es así, dama Eowyn?

Hareth abrió los ojos como platos, al tiempo que su rostro se volvía pálido.

- Vamos Dagnir, llevémosla al castillo, estoy segura de que al señor de Ithilien le encantará conocerla.- dijo ella sonriendo.

El soldado rió y empujó a la niña, para que caminara tras Eowyn. Hareth se mordió el labio, ahora si que no tenía escapatoria, se había topado de narices con la dama de Ithilien y no solo eso, sino que además se había atrevido a robarle.

Si lograba salir de aquello con vida significaba que los milagros en verdad existían.