Hola, aquí tienen un nuevo fic que he hecho con Loreto-chan, yo nuevamente soy la de las ideas y ella es la que narra, xD. Por eso, creo que el fic quedará mejor de lo que aparenta. Bueno, ahora si, a lo propio:

Disclaimer: Ni Inuyasha ni ninguno de los personajes de la serie nos pertenecen. (ya quisieramos nosotras u.u). Sólo lo usamos para su entretenimiento.

Ángeles Desesperados

En lo alto de los cielos, más allá de las nubes, en la morada del todo poderoso Dios, se estaba llevando acabo una conferencia acerca de las nuevas fórmulas y métodos que se emplearían para marcar el destino en cada uno de los mortales.

- Bueno, bueno, ¡SILENCIO YA! – Bramó Jaken, el mensajero de Dios. Al instante la tormentosa bulla anteriormente escuchada se silencio en un instante y todos los presentes fijaron la vista en el dueño de tal grito. – De ahora en adelante ustedes no van a estar de vagos aquí. – Espetó irritado.

Uno de los ángeles ubicados en primera fila iba a formular una protesta, pero en el momento en el que vio la "tierna mirada" que el mensajero le dirigía, decidió que, por el bien de su integridad tanto física como mental, lo más sensato era cerrar la boca.

- Escuchen, el Señor les ha dado como nueva misión a los ángeles de la guarda, o sea ustedes, por si no se han dado cuenta. – Dijo mientras buscaba una lista en su amplio maletín. – La misión de hacer que el plan trazado para cada uno de los mortales se cumpla al pie de la letra. Pero como la mayoría de estos se han alejado de Dios, entonces, ustedes, que siempre los acompañan, se encargarán de ayudarlos a que todo salga como esta predicho.

Todos empezaron a mirarse entre sí y murmurar.

- Es cierto que sus poderes para interceder en lo terrenal es limitado, pero, si necesitan auxilio, acudir al Señor es lo mas sensato, este los proveerá de ayuda siempre y cuando considere que el criterio y la forma de actuar es la correcta. De lo contrario deberán actuar por ustedes mismos. De ahora en adelante, todos, tienen permiso para ingresar en la conciencia de los humanos para intentar disuadirlos. – Explico mientras todos los presentes se formulaban millares de dudas que, por el bien propio y común, no formulaban.

- ¿Y qué hay con Satanás? – Se aventuro tímidamente a preguntar uno.

- Mientras no afecte en sus planes de manera deliberada, no tiene inconvenientes. – Dijo resentido y observando receloso. – Ahora… - Continuó, extendiendo una larga lista. – Voy a ir nombrando a cada uno y les voy a dar sus instrucciones. Los demás guarden silencio. – Ordenó serio, enfatizando la última frase, mientras ninguno de los presentes decía palabra alguna.

Después de un prolongado silencio, empezó a nombrar.

- ¿Crees que resulte? – Preguntaba uno de los ángeles más hermosos con apariencia de mujer en todo el reino celeste en un susurro, cuyo nombre era Sango. Vestía uniformemente, al igual que los demás, con una sencilla túnica blanca con detalles en dorado y su respectiva coronilla de luz sobre la cabeza. Sus alas eran de un esplendoroso y magnifico blanco casi brillante, las cuales en este momento se encontraban ocultas, ya que no eran necesarias para ese entonces.

- No lo sé. – Le contestó Eri, su mejor amiga, la cual se encontraba ubicada a un costado de Sango. – Pero hay que tener fe, después de todo, el Señor sabe lo que hace. – Dijo tratando de tranquilizar a su inquieta compañera.

- Espero que a Kagome no le vaya a pasar nada malo. – Dijo quedamente mientras a su vez, jugaba nerviosamente con uno de sus cabellos.

- ¿Kagome? ¿Esa es la mortal que te corresponde? – Preguntó Eri olvidándose de guardar silencio.

- Sí. Ella… - Empezó a decir pero fue interrumpida.

- SANGO TAIJIYA Y MIROKU HOUSHI – Espeto Jaken de mala gana mientras esperaba a que llegaran hasta él los próximos ángeles.

- Grite más fuerte, no lo oyeron en el infierno. – Dijo Sango burlonamente a su amiga, la cual, le devolvió la sonrisa dándole apoyo.

- Que Dios tenga misericordia contigo, mantente tranquila. – Le deseó mientras veía como Sango asentía y se encaminaba hasta el centro del salón.

Cuando llegó, observó como un joven cabello negro, ojos azules y una radiante sonrisa bondadosa se acercaba hasta donde se encontraba ella.

No entendía porque los dos debían estar al mismo tiempo pero no le importo mucho en ese instante. Cuando Miroku finalmente se paró al lado de Sango, Jaken prosiguió.

- Taijiya, su custodiada es Kagome Higurashi, ¿no? – Preguntó mientras observaba atentamente su lista.

- Así es. – Respondió rápidamente.

- Houshi, su custodiado es Inuyasha Taisho, ¿correcto? – Volvió a preguntar levantando la vista.

- Efectivamente, señor. – Contestó el susodicho.

- Vaya. – Dijo Jaken dirigiéndoles la mirada sorprendido mientras silbaba. – Lo de ustedes no será fácil. – Comentó, haciendo que ambos ángeles se tensaran ante tal afirmación. – Kagome tiene doce años e Inuyasha tiene…diecisiete. Según esto, deben hacer que ambos se enamoren. – Declaró ante la perpleja mirada de los ángeles.

- Pero... pero... pero Kagome es una niña todavía. – Intentó decir Sango mientras su rostro se contraía.

- Y ambos ni siquiera se conocen. – Agregó Miroku.

- Por eso les digo que su tarea no será nada fácil. Pero según esto, no tiene que ser inmediatamente, pero les recomiendo que empiecen a trabajar para que resulte. – Aconsejó mientras con un ademán les indicaba que se retiraran.

- ¡Es el fin del mundo! – Dijo Sango totalmente angustiada, llevándose las manos a la cabeza, una vez en la salida. Miroku, que se encontraba detrás de ella, la observó con una mirada de compasión. – No me des tu lástima. – Agregó al notar la mirada que su compañero le dedicaba.

- Lo siento, pero, obviamente, esto no se te hace fácil porque la tuya es una niña aún. – Se excuso.

- ¿Y crees que no lo sé? – Espetó indignada. – Además, tú tampoco es que eres el ser más afortunado de todo el universo: tienes que hacer que un muchacho de diecisiete se enamore de una pequeña de doce. – Se defendió.

- Buen punto. – Aceptó mientras adoptaba una pose pensativa. – Debemos pensar en todas las posibilidades habidas y por haber de que se conozcan. – Pensó en voz alta.

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- Kagome, hija, ven acá. – Llamaba una joven señora, madre de cuatro hijos, a su tercera hija.

- Dígame, que necesita. – Respondió una dulce niña de cabellos azabaches, tez blanca, menuda figura y unos grandes y expresivos ojos chocolate mientras se acercaba a la cocina, donde se encontraba su progenitora.

- Necesito que cuides a Shippo mientras termino de cocinar, no puedo estar tranquila mientras no sé que hace.

- Muy bien. – Respondió resignada mientras suspiraba y se encaminaba al solar para buscar a su pequeño hermano de seis años de edad. Al encontrarlo, horrorizada, corrió a su encuentro al ver que había enchufado una plancha y que aproximaba uno de sus pequeños deditos a la base caliente de esta. - ¡Shippo! – Llamó alarmada mientras cargaba a su hermano y le quitaba la plancha. – No hagas eso. – Le reprendió, pero el niño no le prestó la más mínima atención sino que corría en dirección opuesta a entretenerse con algo. Kagome volvió a suspirar mientras lo seguía a una distancia prudente.

Esa era la vida de Kagome Higurashi, una muchacha de familia humilde, cuyos padres trabajaban arduamente y se esforzaban por darle, a ella y a todos sus hermanos, todo lo necesario, aunque no podían darse muchos lujos.

Pero Kagome no estaba sola. Tenía hermanos, el pequeño Shippo, Yuka, su hermana mayor, de veintiún años de edad y Sota, su hermano mayor de diecisiete años, cuya figura a veces se mostraba hasta más paterna que fraterna, pues, su verdadero padre siempre trabajaba fuera de la ciudad.

Era una niña con una vida tranquila, devota a Dios y a la Santísima Virgen, al igual que su madre. Poseía un promedio ejemplar en la escuela y siempre vagaba en sus ratos libres en un mundo de fantasía, que encontraba en los libros que adquiría gracias a buenas personas que se los regalaban o bien, lo que se pudiese comprar con su beca escolar por buen rendimiento, que era con lo que podía adquirir útiles y diarios para sus estudios y poesías.

Con lo que respecta a su personalidad, era una niña que se consideraba bastante inteligente pero aún así, no se consideraba tan bonita como su hermana y por tanto su ropa era simple, no se arreglaba mucho y se despreocupaba de su apariencia, algo con lo que reafirmaba su simplicidad. Más allá de su conciencia, Kagome tenía a una bondadosa ángel guardián, ella siempre la cuidaba y protegía en todo momento, su nombre era Sango, una de los ángeles más prestigiados y de mejor rendimiento en el cielo, la cual, aparte de su gran belleza, poseía un buen corazón, consagrado a Dios con todo gusto, y en la que desde ese momento, se encargaría de su destino.

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- ¡Inuyasha, llegas tarde a la Universidad! – Le llamó Izayoi, la madre del susodicho.

Lentamente abrió de mala gana los ojos y se dio cuenta de la hora, sin meditarlo un segundo, se paró de inmediato, mientras apresuradamente se ponía los pantalones y los zapatos. Ese era su primer día en la facultad de medicina y no se podía dar el lujo de llegar tarde. Luego de lo que se asemejaría a arreglarse, Inuyasha salió presuroso de su habitación, tomó su bolso y sin siquiera despedirse de su madre o de sus hermanas, salió como alma que lleva el diablo hacía el ascensor del edificio. Una vez adentro, contaba los segundos impaciente.

Ese era Inuyasha Taisho, un muchacho de diecisiete, que aspiraba a ser alguien en la vida. Aún así, no había tenido una vida como la de cualquier adolescente. Siendo un niño, reprimido por las duras costumbres de su familia, había soportado incontables humillaciones a lo largo de su existencia.

Su rendimiento académico en el colegio no había sido precisamente lo mejor del mundo pero a pesar de su falta de interés, había conseguido graduarse sin necesidad de repetir años. Poseía una gran habilidad en diversas artes marciales, las cuales desde pequeño había estudiado. Desde kárate, aikido, kung fu hasta taekwondo, algo a lo que lo había incentivado su propio padre. Poseía un físico bien formado, un rostro atractivo y unos hipnotizantes ojos dorados. En personalidad, era una persona muy arisca, tímida, cerrada y seca. Nunca había tenido novia, a pesar de ya habérsele insinuado varias de las amigas de sus hermanas.

En su familia era el hijo del medio, con una hermana mayor y otra menor. Su hermana mayor se llamaba Yura, de veinticinco años de edad, y su hermana menor, Kikyo, de dieciséis años. Su relación con ellas, en realidad no era muy comunicativa a pesar de que se llevaba mejor con Kikyo.

No se podía decir que era una persona devota porque en realidad ni siquiera su familia lo era, así que a pesar de considerarse católico, no se lo tomaba tan en serio. Aún así, como cualquier ser humano, poseía un ángel de la guarda, llamado Miroku, el cual, estuvo a punto de ser expulsado del cielo por todo de tipo de cosas que hacía para quitar la paz del reino de Dios debajo de esa cara inocente. Pero eso no le quitó su buen rendimiento, así como su disposición para con Inuyasha, al cual miraba compasivamente por todo lo que tuvo que llevar a pesar de sus intentos para tratar de ayudarlo y que si hubiese podido comunicarse con él, lo tendría como un gran amigo.

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- Muy bien, Miroku, trato de buscar alguna relación y no se la encuentro. – Empezó a decir Sango, la cual, se había encontrado con Miroku para comenzar a organizar todo. - Ninguno pertenece a un grupo de Iglesia, no pertenecen a la misma clase social, sus direcciones son prácticamente opuestas, no frecuentan los mismos lugares y… - Sango no se detenía mientras que Miroku trataba de hablarle.

- Sango…

- Y Kagome no tiene muchos amigos y ese muchacho menos, por tanto…

- Sango…

- Pero es que sus edades tienen mucha distancia, como se espera que…

- ¡SANGO! – Gritó Miroku irritado, callando definitivamente a su parlanchina interlocutora.

- ¿Qué pasa? – Preguntó confundida.

- Su hermano. – Declaró feliz.

- ¿Qué? ¿Cuál hermano? – Inquirió sin entender.

- El hermano de Kagome, tiene la misma edad de Inuyasha. – Dijo más específicamente.

- Ajá, ¿y…?

- Ese muchacho va a estudiar medicina al igual que Inuyasha, sólo tenemos que hacer que queden juntos y que se hagan amigos. – Explicó.

- Oh, ya entendí. – Contestó pensativa Sango. - Pero y si no… bueno, es que Inuyasha no es muy sociable. – Comentó insegura.

- Lo sé, déjamelo a mí. – Declaró con una sonrisa pícara en su rostro.

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Inuyasha finalmente, después de su larga odisea, había llegado a la universidad. Cuando encontró su salón, una voz resonó en su mente.

"Siéntate en aquel puesto, al lado de ese muchacho de cabello castaño" – Le dijo.

Inuyasha simplemente se limito a escuchar y, casi mecánicamente, sentarse donde su "conciencia" le había dicho. El otro joven, al notar su presencia, le hizo un gesto de saludo mientras empezaba a sacar un cuaderno y un lapicero. Inuyasha se lo devolvió despreocupadamente mientras lo imitaba.

- ¿Cómo te llamas? – Le preguntó sonriente el joven.

- Soy Inuyasha. – Respondió algo desconfiado, pues, era raro que la gente empezara a hablar con él tan repentina y fácilmente.

- Soy Sota, gusto en conocerte. – Contestó, nuevamente, sonriente mientras Inuyasha le devolvía la sonrisa algo intrigado pero a la vez alegre de que ya por lo menos tuviera alguien conocido.

- ¡Bien! Lo he logrado. – Decía Miroku en una de las esquinas del salón observando atentamente a los jóvenes, auto gratificándose por su buen trabajo. – Ya todo acaba de comenzar. – Declaró felizmente.

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Notas de Lore-Chan:

Wa!

Termina de redactar ya!

Que emocionante!

bailando contenta y girando en la silla hasta que finalmente se va de espaldas y se levanta con una gotita en la cabeza

n.nU perdón, es que me emocioné xD

Kikyo-dono:

Bueno, heme aquí con una nueva aliada que ha hecho posible que este fic tenga una narración muy buena, esperamos ansiosas sus reviews para saber como les pareció el fic. Ojalá les haya gustado y nos dejen su opinión. Sayonara.