¡Hola, encantada! Esta fue la primera historia yaoi que publiqué, y la verdad es que estoy muy contenta^.^. Antes de empezar, me gustaría señalar algunas cosas:

Lamentablemente, Sefirot, Cloud y todos los personajes de FFVII(el central, las versiones de KH, Crisis Core, etc) no me personajes de Bleach y referencias a videojuegos u otras series que incluya, por supuesto, tampoco. También hay algunos originales de otras historias escritas con mi novio(no sé si pasará por aquí, pero ¡Cielo, un abrazo!¡Guapo!;*).

Puede que notéis la influencia de Ai no Kusabi. Desde luego, no lo descarto. Además, si escribo esta historia es porque hacía tiempo que quería escribir algo de amo- esclavo... pero claro, no pretendo copiar a Ai no Kusabi(aparte de que como veréis tengo el corazón demasiado blando para según qué cosas...pongo de aviso violación, pero de momento sólo las daré a entender...)

Antes de que luego chilléis, tengo que avisar de que ya en el prólogo hay una escena de sexo heterosexual. El hilo central va a ser yaoi, y pronto os vais a hartar de escenitas subidas de tono entre chicos(cadenitas incluidas); pero no me gustan las exclusividades: aparte de la pareja homosexual central, hay otras de chico/chica(e incluso una de chico/chica/chico, totalmente bisex) y, lógicamente, tendrán relaciones a lo largo de la historia. Si hay algún problema con eso, avisadme.

Bien, hechas estas advertencias, vamos con el prólogo. Espero que lo disfrutéis.^.^

PRÓLOGO

El joven rubio corría por la estéril llanura, con sus pasos resonando por la vacía espera del gris y frío amanecer. Su ala negra, que sobresalía por debajo de su capa, estaba empezando a entumecerse. Suspiró de alivio cuando encontró la suficiente luz para volver a consultar el mapa.

Perfecto... – murmuró para sí, sintiendo algo menos de alivio mientras se fijaba en la cruz del mapa – Estoy a cuatro pasos. – para volver a motivarse, leyó la carta del revés del mapa.

Eres nuestro infiltrado, Cloud. Di que estás buscando trabajo de algo que no llame demasiado la atención, como en las cocinas o la limpieza. Ni siquiera se darán cuenta de que estás ahí. Les sobra la gente. Y si es demasiado difícil, sabes que tienes otra op... .

Gruñó, pasando a otra línea. No. Ya tendría que estar realmente desesperado. Haría lo imposible por entrar en la cocina. Pensó que sería lo que más acceso le daría, dijeran lo que dijeran... .

No hará falta que te recordemos lo que te puede pasar.

Por eso, ten mucho cuidado. Entonces no podríamos ayudarte y tendrías que actuar como se te ha dicho quién sabe durante cuanto tiempo.

Espero que no, pensó Cloud, sintiendo un estremecimiento mientras volvía a guardar el mapa y seguía caminando hacia el sudeste, hacia el precipicio. A todos en los Yermos les daba asco siquiera el nombre de ese tío(por eso lo llamaban así), cuanto más lo que les pasaba a quienes caían en sus manos. Luego... no podían volver a su casa... .

Sacudió su cabeza. No, eso no tenía por qué pasarle a él. Nunca había llamado la aten-ción, había sabido esconder siempre su ala, ni siquiera los que le habían mandando lo sabían. Además, su aspecto pequeño y delgado siempre le había hecho pasar desaper-cibido.

Recordando eso, paró un momento, inspirando mientras se concentraba... .

Su ala entonces se ocultó en su espalda, sin dejar ni rastro.

Sonrió.

Ahora era un Humano como otros.

La Ciudadela apenas sí empezaba a despertar.

Pero hacía un rato que los cuarteles de ésta había ya movimiento.

El ya maduro Capitán de la Guardia, Angeal Hewley, suspiró, echándose para atrás su largo pelo moreno que contrastaba con su blanca ala de Faeri mientras miraba por la ventana la vista prácticamente frente a él. Las calles de abajo, rodeadas por el círculo montañoso en el que estaba la Cuidadela, desiertas. Ni siquiera habían empezado aún a limpiarlas. Sin embargo, a él esos momentos de quietud le gustaban. Eran los más tranquilos, y le permitían pensar en cómo podría organizar el día, así como coger fuer-zas para ello. A ratos pensaba que él no debía ser quien lo hiciera... pero realmente, no podía quedarse de brazos cruzados ante la total ausencia de órdenes, y más con una ciudad tan poblada como aquella, sabiendo cómo podía ponerse a ciertas horas del día, especialmente en esa zona en concreto. Además... .

Un soldado vino corriendo... y supo de lo que se trataba antes de que se lo dijera.

Otra vez, ¿no? – dijo, y suspiró cuando el soldado asintió.

Sí...su puesto lo está cubriendo Kunsel, pero... .

Dile a Kunsel que como vuelva a cubrirlo lo mando a la celda de castigo tres sema-nas – dijo Angeal sin perder la calma mientras avanzaba por los largos pasillos, ba-jando a los barracones donde algunos de los que acababan de despertar se le que-daron mirando con miedo al ver su expresión o decidieron que era mejor ir subiendo ya... .

Ajenos a esto, en una habitación una pareja retozaba alegremente en la cama, tapados por la sábana mientras el chico cubría con sus largos y encrespados cabellos morenos los suaves pechos de la chica que besaba con fruición, sonriendo al notar que ella le arañaba la espalda cuando lamió el dibujo de un ramo que casi ocupaba su pezón. Mientras, las alas de ambos, negra y marrón respectivamente, se enredaban como sus alegres y despreocupados gemidos. La chica, riendo entre jadeos, lo besó con fuerza mientras le rodeaba el cuello, la cintura, trayéndolo más hacia ella, más, aún más...

Y ambos casi cayeron al suelo cuando, de un fuerte tirón, la sábana desapareció. La chica gritó, del susto y la vergüenza, cuando vio que Angeal era el causante. El chico, azorado, la cubrió a toda prisa con su ala mientras trataba de sonreír al Capitán, pero éste ni se inmutó.

Buenos días, Aeris. Disculpa mi brusquedad. – dijo, tirándole una bata que la chica cogió con presteza mientras el chico la seguía cubriendo. – Zack, no tengo nada en contra, los dos sois mayorcitos...pero hacedlo cuando ambos tengáis el rato libre.

¡Venga, papá, si aún queda un rat...! – empezó Zack, ayudando a Aeris... pero se quedó lívido al ver la hora en el reloj de pared – ¡Joder!¡Joder! – gritó, levantándose y cogiendo sus pantalones a toda prisa. – ¡Hostia, papá, lo siento!

Para ti, ahora, tu Capitán. Ponte algo y acompáñame. Adiós, Aeris. – dijo escuetamente antes de salir a paso marcial por la puerta mientras Zack seguía luchando con sus pantalones.

Lo...lo sient... – murmuró Aeris, sin saber dónde meterse, pero Zack la besó.

¿deacuerdo? –dijo antes de salir corriendo mientras se ponía la camiseta. – ¡Papá! ¡Esperaaaaa!

Aeris sonrió débilmente mientras se ponía la bata. Esperaba... no haber metido a Zack en otro lío más... .

Zack casi queda pillado por la puerta del ascensor mientras alcanzaba a Angeal que, impertérrito, miraba cómo iba cambiando el plano ahora ya no tan desierto de la grisácea ciudad de abajo hacia las salidas de arriba, donde se suponía que su hijo tenía que estar vigilando... .

Al ver su mirada sombría, Zack supo en lo que estaba pensando. Sonrió, tratando de quitarle hierro.

Venga, papá, no te lo tomes así... .Hacía tiempo que no podíamos vernos y... .

Si realmente te quieres quedar en esta ciudadela, tienes que aceptar tus responsabilidades. Me parece muy bien lo que haces con esa chica, - Zack supo a qué venía realmente ese leve brillo de orgullo antes de que le dijera – pero la Ciudadela no es ella sola, ¿entiendes?

Sí, pa... estoo, mi Capitán.

No, me parece que no. – suspiró Angeal. – Sé que puedes ser el mejor. Cualidades no te faltan, me lo has demostrado... pero... .

Por favor, me sé el sermón – le interrumpió Zack, pero amigablemente – Venga, papá... Se me ha pasado, eso es todo. ¿Tú también cometías errores, verdad?

Claro que sí. Nunca dije que fuera perfecto – concedió Angeal, pulsando un botón cuando llegaron donde él quería. Zack siguió hablando cuando salieron del ascensor, sin fijarse por dónde iban ni la gente que se paraba a mirarlos. Estaba seguro de que ya se le estaba pasando el enfado.

Claro... y seguro que... .

Sí, Zack, yo también he tenido mis cosas. Lo sabes. – luego le sonrió levemente con algo de complicidad. – De hecho, si te digo la verdad... una vez me pasó lo mismo que a ti.

¿Y... qué te pasó? – le sonrió Zack, animado por esa confesión, siempre había podido hablar con su padre de todo... pero algo en la sonrisa del mayor le puso nervioso.

Lo que te va a pasar a ti durante estas dos semanas enteras. – le dijo sin perder la sonrisa...

...instantes antes de tirarle un delantal que Zack pilló al vuelo... y en ese moemtno el chico se dio cuenta de que estaba en la cocina mientras los pinches y friegaplatos lo miraban risueños, algunos tapándose la boca con la mano.

Trabajo de cocina. Que lo disfrutes. – dijo Angeal antes de salir sin esperar respuesta.

Aeris, pasado el sofoco, salió de otro ascensor, aún pensando en lo que le podía haber pasado a Zack, esperaba que Angeal no fuera muy severo... y sonrió al ver que el sol ya empezaba a iluminar la placita de encima de la placa mientras algunos seres comenzaban, como ella, a ir a sus puestos de trabajo. Antes de salir del ascensor, escondió su ala en su piel.

Sólo Zack y Angeal sabían que la tenía.

Se le iluminó la cara al ver su floristería... y más al ver que ya tenía a un par de clientes esperando. Mejor dicho, al par.

¡Aeriiiis, neeeenaaaa! ¿Se te han pegado las sábanas, reina?

Se sonrojó, pero sonrió a los dos Anicaballos que le estaban esperando, uno pequeño de color marrón y pelo negro que no sabía dónde mirar y otro grande de pelaje blanco y crines arcoiris, que era quien había hablado. En el pecho de ambos destacaba una gardenia.

¡Sí, lo siento, Lalo! – dijo jovialmente mientras abría la puerta, seguida inmediatamente por ellos dos, que le fueron encendiendo las velas mientras avanzaba. Normalmente pediría a los clientes que esperaran y se esperaría a que llegara Doral, pero sabía que Lalo Caza y Talión, el Anicaballo pequeño, sólo disponían de un rato por la mañana, el momento en que mejor podía atenderlos, además. Con diligencia, preparó los jaboncitos de costumbre para los Lirios y Lotos y el aceite para todos mientras dejaba que los dos Anicaballos cogieran los encargos de sales y perfumes que llevaban apuntados en una lista, murmurando nombres entre ellos – ¿Mucho jaleo? – dijo, al ver la enorme cantidad que cogían.

Uy, reina, si tú supieras...van a venir unos embajadores de no sé qué...y claro, sabes que Yoruichi y Deva son adictas a las cremas y que yo sin mis flores no puedo pasar... – parloteó Lalo Caza, el Anicaballo blanco. – Aparte de que causan muy buena impresión...

¿Habéis probado a echarlas en la cama? – comentó Aeris mientras empezaba a preparar unos ramos. – Queda muy bonito.

Sí que lo ha probado, sí – se sonrojó Talión mientras Lalo Caza reía animadamente, acariciándole la cabeza.

¡Y tanto! – rió mientras Talión recogía los ramos y luego se dio una palmada en la frente – Ah, también te traigo un encargo de la perraca de Rez... no sé qué de agua de rosas... Aunque no sé con quién va a utilizarla, pero bueno.

¿Ha vuelto Tifa a aislarlo? – preguntó Aeris, estupefacta. ¿Cuántas veces iban ya?

Sip. – suspiró Lalo, encogiéndose de hombros. – Le tiró un caldo en la cara a un comerciante. Quemaduras de primer grado. Para mí que va a volver a degradarlo, por caga bandurrias... .

Aeris hizo un cálculo mental mientras echaba agua de rosas en un frasquito.

Pero... entonces, sería un Ramo... ¿cómo yo? – frunció el ceño. No le gustaba la idea de aguantar a Rez rezongando por la tienda o por cualquiera de los otros comercios... .

No, reina, como tú no... – suspiró Lalo Caza – Él sería un amargado de leyenda. – Aeris le sonrió por el cumplido.

Pero sí, sería un Ramo – murmuró Talión. – Eso le pasa por no conformarse con ser Loto, en primer lugar... . – dijo, y añadió tratando de que Aeris no se sintiera ofendida. – No es que os critique a ti, a Doral, Sheisha ni a ninguno , entiéndeme... cada cosa tiene sus pros y sus contras, eh... .

No, si ya lo sé... el ser un Ramo me ha dejado tener esta tienda. – y alguien más, pesnó secretamente para sí... Esperaba de verdad poder volver a verlo ese día. Le preguntaría a Angeal... .

¡Y que la tengas por muchos años!¡Hermosa! – sonrió Lalo mientras cogía todos los jabones y dejaba unas monedas mientras una campana sonaba. – Hale, Talión, cariño, que nos reclaman.

Aeris los despidió, suspirando cuando tuvieron que meterse por el pasillo lleno de rejas. Sí, Talión tenía toda la razón... .

De pronto un torbellino verde y rojo atravesó la tienda a toda prisa.

¡...!

Bueno, bueno, tranquila, Doral... – sonrió Aeris a la Anilagarta que, efectivamente, tenía unas enormes ojeras que atestiguaban el insomnio mientras se apoyaba jadeando sobre la pared. – ¿Te quieres sentar un rato? Te puedo preparar un café.

Selín te lo pague con un carro lleno de efebos y cocaína – suspiró Doral, derrumbándose sobre un taburete y dejando ver el ramo en su muslo – Por cierto, ¿sabes cómo se está poniendo la entrada de gente?

Pero si no son ni las ocho y media. – respondió Aeris desde dentro.

Como se nota que no llevas ni un año. – suspiró Doral. – Hoy se abre a todo el público. A todo.

¿Cómo un museo?

Sip, algo así...lo tienes que haber oído de nuestro augustísimo – suspiró mientras se ponía un dedo a modo de bigote – Dejaos absorber por la ciudadela, bah,blah,blah, la Ciudadela es el futuro, blah, blah, blah, la Ciudadela va bien, blah, blah, blah, soy un capullo...

Aeris se tuvo que reír por la imitación mientras le servía el café. De pronto, un chasquido brutal le hizo apretar los dientes... .

Tranquila, chiquilla... – suspiró Doral – Y mira para el norte.

Cloud seguía avanzando por el desfiladero hasta que vio una muy iluminada apertura, muy cerca de la X en su mapa, en la que destacaban unos postes bastante anchos.

Gracias a su capa, se descolgó por lo que resultó ser una enorme farola de luciérnagas, cayendo en un sitio aún elevado y todavía más iluminado... tanto que tuvo que cerrar un momento los ojos...

... y cuando los abrió...

...un brillo dorado le deslumbró primero, pero pronto se dio cuenta de que ese brillo venía del sol ya presente que bañaba unos tejados de oro que ocupaban todo el círculo montañoso. También de oro eran las murallas, enormes murallas que sin embargo no podían ocultar unos fuertes murmullos de vida, de la inmensa cantidad de gente que rebullía en su interior o que salía hacia los enormes campos verdes florecidos, con agua pura latiendo por ellos, apenas tapada por los animales que se acercaban a beber.

Dioses... – murmuró para sí, llevándose la mano al pecho. Esto...era... .

Sacudió la cabeza. No. Sabía que no debía dejarse engañar.

Un fuerte chasquido le hizo volver a mirar: la puerta se había abierto... y un carro cargado de gente se acercaba cada vez más.

Suspirando, se volvió a deslizar con la capa.

Ahora o nunca.