Aquella noche iba a ser la suya. Bien arreglado y preparado para el momento de su vida, Death the Kid esperaba apoyado en el muro gris de las calles de Death City, aguardando a la llegada de su único y perfecto amor. El orgulloso shinigami sabía que apostaría todo lo que tenía a un sólo número. Confió en que no hubiera fallado eligiéndolo. Tanto tiempo esperando a encontrar la mejor oportunidad... había sido duro, pero, al fin, y con todo el valor del mundo, allí estaba, con la cabeza alta y un buen presentimiento corriendo por sus venas.

Apareció al fondo de la estrecha calle una figura que miraba dudosa al chico. Él, extrañado, se acercó a ella, y la saludó con naturalidad. La chica agachó la cabeza, aún a una prudente distancia de él, y estiró su brazo en toda su extensión. Kid contempló ante sus narices un papel doblado que pendía de la punta de los dedos de la joven, a punto de desprenderse de ellos y salir volando, llevado por la corriente.

Kid, sin comprenderlo, se limitó a preguntar:

-¿Qué es esto, Maka?

-Sólo léelo -respondió ella, sin levantar siquiera la cabeza. Su voz sonaba dura e implacable, y su mano se mantenía firme como la de un soldado.

El chico agarró la carta justo cuando sus dedos la soltaron, perdiendo por un instante el equilibrio; para cuando quiso darse cuenta, lo único que quedaba de la chica era el eco de sus pasos acelerados. Kid no supo cómo reaccionar ante eso. ¿Qué estaba pasando?

Pasó un dedo por el filo del amarillento papel, y un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. Miró la nota con miedo. Por un momento se negó a abrirla. Lo único que quería era correr tras ella, cogerla del brazo y explicarle todo lo que ocurría en su cabeza con un sencillo beso en los labios. Pero no pudo. Sus pies se habían quedado ahí plantados. No respondían a su dueño.

"Sólo léelo", recordó.

Con el corazón en un puño y el reflejo de la duda en sus ojos ambarinos, retiró el primer pliegue de la carta. Se dio cuenta de que le temblaban violentamente las manos, y tomó algo de aire para tranquilizar sus nervios. "Vamos", se dijo, "es sólo un papel".

Decidido, clavó la nariz en el texto. Sus ojos se movían rápidos siguiendo las líneas del papel y, poco a poco, fueron perdiendo velocidad, hasta quedar fijos en el último punto de la última oración de aquella carta.

La separó despacio de él, mirando al infinito con los ojos como platos. Qué forma tan sutil de rechazar a alguien.

Se clavó de rodillas en el asfalto. Le había salido el tiro por la culata. Todo su mundo se había venido abajo.

Parpadeó para que no afloraran las lágrimas en su rostro. ¿Qué había hecho él para merecer semejante resultado? Creía ser tan modesto y amable con las chicas, creía ser el adolescente perfecto para la chica perfecta.

-Menudo resultado, ¿eh, "Rayitas"?

Kid giró la cabeza rápido como el rayo. No reconocía esa voz, cargante e insolente como la risa de una hiena, que se ocultaba en la oscuridad. Se levantó del suelo, asqueado por el comentario.

-¿Quién eres? -gritó al rincón del que provenía la burla.

Una chica emergió de la negrura, mostrando un rostro blanco como la leche, y un cabello rubio platino surcado por una fina mecha negra le caía por la espalda. sus largas piernas desnudas eran delgadas y apenas estaban tapadas por un corto pantalón de tela fina. Los brazos cruzados le arrugaban la camiseta negra holgada que se escurría de su hombro. Unos ojos violáceos lo miraban de forma perspicaz mientras una cruel sonrisa de satisfacción se empezaba a dibujar en su rostro. Las botas militares que llevaba chirriaron ante el vaivén del peso de su cuerpo, que pasaba de una pierna a otra.

Dio un paso al frente. Su pelo ondeó y rozó casi imperceptiblemente el rostro del chico. Le hizo estremecerse. Ella acercó la cara y lo miró de cerca, analizando su mente como si fuera un libro abierto. Kid retrocedió, con el corazón latiéndole demasiado rápido. ¿Con qué clase de loca había ido a toparse?

La chica cerró los ojos y se enderezó de nuevo. Kid estaba bastante cabreado. Encima de insultarle y reírse de él, ahora lo miraba como a un bicho raro.

-Eh, tú -le espetó.

Ella le dio la espalda, ignorándolo, y dijo, sin más.

-Mejor llámame Lene. Me gusta más que un simple 'tú'.

Dicho eso, la chica retornó a la oscuridad del muro y se volvió a apoyar en él. Kid se acercó deprisa, para dejarle las cosas bien claritas.

Pero allí no había nadie.

Se frotó los ojos, perplejo. ¿Acaso había ahí alguna compuerta, algún pasadizo? Palpó el muro, incrédulo. Se había evaporado como la gota de rocío a la llegada del amanecer.

Se sintió extraño, y la brisa helada le congeló la sangre en las venas por un momento. Se vio de frente con la soledad de una madrugada de luna nueva, y se dio la vuelta para salir de aquel callejón y volver a casa.

Pero él no se había percatado de los ojos violáceos que lo contemplaban desde lo alto del muro, normalmente malévolos y fríos, pero que ahora contemplaban con cierta curiosidad los pasos del misterioso joven que acababa de conocer. Cruzó las largas piernas y se sentó, manteniendo perfectamente el equilibrio sobre los ladrillos enyesados, a la luz de las farolas. No sabía por qué, pero presentía que volvería a toparse con aquel chico. Suspiró y se dejó caer hacia delante. En el último instante, extendió las piernas de nuevo y aterrizó de forma limpia y perfecta. Casi sobrehumana.

Se miró las manos, totalmente pálidas. La mano derecha tenía una pequeña pica negra tatuada en la palma. La miró con aprensión. Otra vez estaba ahí. Otra vez la necesitaba. Otra vez tenía que acudir a ayudarla. Y sabía que no sería la última.

Suspiró, resignada, y, como una sombra, se escurrió entre las calles de la ciudad hasta perderse entre los destellos del nuevo amanecer.

-CONTINURÁ-