Un rayo de luz se hizo pasar a través de las nubes que cubrían aquella tarde la ciudad de Tokio. Las personas normales no podían verlo, nadie se percató del momento en que un ángel era desterrado del paraíso para vagar en la tierra por toda la eternidad, sin que alguien pudiese verla u escucharla… o al menos eso creía.
Suishou fue depositada en el pequeño bosque de una propiedad privada. El ángel lloraba inconsolablemente ante su cruel destino. El único pecado cometido no era más que obra del sentimiento más puro que podía sentir. ¿Quién podía haberle advertido que enamorarse estaba mal? Y aún más cuando ese alguien que era el propietario de su amor era nada más y nada menos que el heredero al trono al "otro mundo", donde habitaban las criaturas que no eran ni demonios ni ángeles, sino seres de lo extraño, más allá del entendimiento de la mente humana.
El ser de luz siguió con su lamento, derramando cristalinas lágrimas, puras y dolorosas. En sus ojos dorados se reflejaban la angustia y el sufrimiento que le causaba todo aquello, pero mucho más la preocupación por el castigo que sería infringido al ser que amaba.
Pronto, escuchó un ruido. Podía sentir la presencia de alguien observándola, haciéndole sentir temor. Intentó ver de dónde provenía aquella penetrante mirada, hasta que descubrió el origen de la misma. Desde otro árbol, no muy lejano al propio donde estaba sentado, un joven de cabellos negros cómo la noche e intensa mirada carmesí la miraba detenidamente.
El ángel, perdiendo todo temor, bajó del árbol con torpeza, sonriéndole ligeramente, aún con lágrimas en los ojos. El ser de oscuridad seguía oculto entre las sombras del árbol, observando sus movimientos imperturbablemente.
-Buenas tardes, joven… disculpe si le he causado molestias con mi llanto.
Hablaba con voz suave y melodiosa, parecida a la de una mujer. El joven pareció ligeramente sorprendido, aunque no dijo nada por unos segundos, después de los cuales bajó del árbol con destreza, posándose frente a frente con el bello ángel, que lo observaba con inocente curiosidad.
-Buenas tardes—se limitó a decir, con voz ligeramente profunda, mas sorprendentemente suave. Viéndolo más de cerca, Suishou se dio cuenta de que no aparentaba demasiada edad, pero parecía muy maduro.
-¿Puede verme?—preguntó el ángel con ligera sorpresa, pues se suponía que nadie podría hacerlo. El pelinegro le dedicó una mirada que le daba a entender que había sido una pregunta estúpida, mas ella no lo entendió, al ser demasiado inocente.
-Eso es obvio, ¿no lo cree?—respondió él al ver que "ella" no captaba su mirada.
-Pero, ¿cómo es eso? Se supone que nadie debería poder verme…- dijo Suishou, más para sí mismo que para el joven.
-¿Qué haces aquí… ángel?—preguntó él, ignorando la pregunta sin respuesta del ser, aunque no por ello olvidándolo.
-Mi nombre es Suishou. Estoy aquí porque fui castigado por Dios…- respondió, mientras bajaba la mirada, la cual reflejó de nuevo aquella tristeza.
-Mucho gusto, Suishou. Yo soy Sasuke, Uchiha Sasuke—su mirada había cambiado por una del más profundo interés- ¿por qué te ha castigado Dios?
El ángel se quedó en silencio por varios segundos, bajo la penetrante mirada del pelinegro. No era porque desconfiara del joven, no. Suishou no conocía la desconfianza, era un ser demasiado puro cómo para sentir aquello. Más bien era porque intentaba sobrellevar el sufrimiento que aquello le representaba. No sabía si podía contarle aquello sin echarse a llorar.
-Yo… Me enamoré de alguien que no debía…- confesó por fin, después de un incómodo silencio. Su interlocutor alzó una ceja, incrédulo ante la respuesta.
-¿Has sido castigada por haberte enamorado?—preguntó, tras haberse recuperado de la sorpresa.
-Es que… me he enamorado del heredero al trono del otro mundo—dio cómo respuesta, dejando las cosas más que claras para el joven.
-Vaya, eso sí que es un problema—dijo él, mientras dejaba atrás su máscara de desconfianza. Y es que había que ver a la "persona" ante él para darse cuenta de que era todo, menos peligrosa. Era un ángel hermosísimo, tenía que aceptarlo. Dios había hecho un trabajo excelente al crear a un ser cómo "ella" -el joven no podía verla de otro modo, pues sus facciones eran demasiado femeninas-, pues tenía un cabello largo y sedoso de un extraño y curioso color castaño rojizo, que recordaba más a un tono rosa quemado; y unos ojos dorados tan puros y transparentes que sentía que podían ver a través de él.
-Sí… Lo es—le dedicó una sonrisa triste, dejando ver todo el sufrimiento que aquello le causaba.
-No creo que Dios haya hecho esto por castigo, después de todo él siempre hace todo por una razón… o al menos se supone que así es.
-Quién sabe… estaba muy enojado—lanzó un suspiro, llevándose las manos al corazón. Se sentía solo en aquel momento, a pesar de la presencia del joven frente a sí—sólo espero que Ioryogi esté bien…
-No te preocupes tanto, Suishou. Deberías de preocuparte antes por tu suerte. No tienes a dónde ir, ¿cierto?—la miraba con mayor profundidad, si aquello era posible. Dio un paso hacia el ángel, extendiendo su mano hacia él—Puedes quedarte conmigo, siempre y cuando no te preocupe quedarte al lado de un inmortal—sus ojos resplandecieron de un carmesí más intenso.
-Un inmortal…- susurró Suishou, viéndolo con ojos entre curiosos y sorprendidos- ¿un vampiro?
-Así es… un vampiro sangre pura, el último descendiente del clan Uchiha—dio en respuesta, dando un paso más.
-¿No le causaré molestias?—preguntó inocentemente, ignorando la advertencia escondida en el tono de voz del joven frente a ella.
-Claro que no, Suishou… ¿deseas venir conmigo?
-Si a Sasuke-san no le molesta, entonces está bien—le dedicó una tierna sonrisa, mientras daba un par de pasos hacia el sorprendido vampiro. Ella lo miró confusa, pues no entendía por qué había hecho aquella expresión.
Lo que no sabía era que habían pasado siglos desde que alguien se dirigiera a él por su nombre, y el escucharlo de sus labios, con aquella suave voz, significó más para el pelinegro de lo que alguna vez pudiese imaginar.
-Entonces, vamos—respondió Sasuke cuando se hubo recuperado, dándole la espalda y caminando de vuelta por donde vino.
Tras algunos minutos, en los que el ángel admiraba cada detalle de su alrededor, salieron del bosque, situándose frente a una inmensa mansión, que parecía más bien un castillo. El vampiro sonrió con suficiencia.
-Bienvenida a mi hogar, ángel Suishou…
