Disclaimer:

Los personajes le pertenecen a Kishimoto sama, a quien pido disculpas por hacer esto con ellos.

"The fourth avenue cafe" del maravilloso grupo L'arc en ciel es la canción que me ha servido de inspiración para este fic. Escúchenla, es hermosa.

Breve advertencia: esta historia está repleta de drama, tenlo a consideración antes de avanzar porque los siguientes capítulos serán un poco más crueles que este. No lo digo con presunción, no es algo necesariamente positivo.

Sinceros agradecimientos:

A Pikacha-sama por el tiempo y esfuerzo donado a las imprescindibles correcciones a este pequeño proyecto. Desde el fondo de mi corazón: gracias, esto no habría sido posible sin ti.

El café de la cuarta avenida.

capítulo 1: Life is so hard.

«En el fondo negro, las luces artificiales a veces son blancas, a veces rojas, verdes, amarillas.

No hay estrellas, ni en el cielo ni en la tierra.

No ésos innumerables y diminutos cuadros brillantes, casas y edificios vistos desde la altura de un puente o desde un décimo piso, un rascacielos o un avión son pura ilusión, no son astros que se han caído.

No hay estrellas, ni en el cielo ni en la tierra.

Faros en la oscuridad. Sí, alumbran lagunas negras convirtiéndolas en cuerpos de luz. No se alcanza a ver el fondo, sólo el reflejo. Entonces ¿aquello que ves lo consideras luz o agua pura; lluvia que conserva la belleza del cielo en lo mundano o un simple y mugroso charco? »

Un hombre joven, con los pulmones hechos ceniza, camina lentamente. Sus pasos resuenan con suavidad en el suelo mojado, rompe la soledad de las calles y se pierde entre conglomeración de las avenidas. Son demasiados pensamientos. Demasiadas cosas por las que arrepentirse. Sabe que si descose un hilo del cesto todo se destrozará. No soportaría una noche más consigo mismo, sin máscaras entre lo cotidiano, sin los sedantes y el cigarro; es inútil, el placebo terminó cuando ya no era placentero vivir cada día, cuando su mirada se pierde y ya no le es posible ver con cariño a las personas que antes apreciaba, cuando el sexo dejó de ser satisfactorio y después se hizo insuficiente, esporádico hasta terminar con él, solo, al pie de la cama con una nueva discusión en los oídos y los puños apretados. Cuando en su cabeza sólo se escuchaba la misma maldita pregunta: « ¿cuánto más?»

Es más fácil pensar en otra cosa, en esos menesteres el paisaje es más interesante. No te critica, no requiere interacción. Solo está allí, ajeno, inerte. Ya sea en el balcón de una habitación cuando se permanece o en los espejos de un automóvil viajando largas distancias cuando se huye, a la intemperie o en claustro. Es una imagen que se extiende lejana y hace que creas ser parte de una fotografía o de un cuadro, de uno como el que llegó a sus manos como presente de parte de su esposo ¿qué significaba que le regalara una representación de un día de cielo azul y personas felices cuando todo se estaba desmoronando? Era como una ventana hacia un lugar al que no podía acceder, así que decidió observarlo en pensamientos simples, casi como un adorno. «Sólo es, y eso es suficiente.»

La avenida y su camino terminan cuando un puente común se interpone, Itachi mira las escaleras; su mente sigue acariciando reflexiones.

«Ese chico, dime ¿qué es? Su piel blanca, su cabello largo y rubio. Por su cara inmaculada corren lágrimas y nadie sabrá decir si son el reflejo de la pureza de su alma o de lo cruel que es el mundo.»

Desvía la mirada, no quiere que piense que le está espiando. Llora y cuando alguien llora es inevitable ser vulnerable, lo sabe bien. Está solo y la ciudad suele ser un sitio cruel para las almas débiles. Uno, dos, tres, cuatro cigarrillos más son consumidos por el azabache a tres metros de distancia del chico que se curva, protegiéndose con sus rodillas del frío. Han dejado de escurrir lágrimas por su rostro, pero estaba a punto de llover de nuevo.

«No tendría por qué, pero no quiero que esté como yo.»

"¿Cómo? ¿Triste?, ¿solo?, ¿vulnerable?"

— Está helando, toma.

Se encoge de hombros, un leve escalofrío le recorre la espina dorsal pero sus ojos no se dignan a posarse en el abrigo que le es cedido, ni en el hombre que se sienta a su lado.

— El clima es un asco ¿no crees?

El rubio desliza su mirada lentamente, esa voz cálida, seductora, amable. No estaría de más hacer el esfuerzo de conversar un poco, aunque fuera con completo extraño. Tragó saliva y carraspeó, era como si el llanto le hubiera atrofiado la garganta, dejándola en desuso por cientos de años.

— Sí, un poco. Creí que me gustaba que lloviera pero la verdad tengo empapadas hasta las calcetas.

Y entonces se rompió la barrera, el paisaje ya no era frío, distante. El humilde milagro de dos solitarios seres que conversan en medio de la inmensidad del cuadro en el que apenas eran dos gotas pálidas de pintura colocadas sin delicadeza. De dos seres que ahora ya no estaban tan solos.

Una risa casual, ligera, le adornó el rostro al mayor de ellos

— Vaya, entonces estuviste bajo la lluvia mucho tiempo ¿no? imagino que tuviste la oportunidad de ver una de las primeras granizadas del año.

Aquella sonrisa ofrecida al otro encuentra respuesta en una semejante reflejada en el rostro blanc0, de ojos azules, con pequeños puntos rojos, rosas, amarillos. Venas azules y verdes en sus brazos desnudos; con el pelo ambarino suelto y largo hasta los hombros.

—Así es — su mano tímidamente pasó por encima de sus piernas y aceptó el blazer que le fue ofrecido antes —, ¿la temporada de lluvias es muy extensa aquí?

— A veces, varía según el año. Tienes la mala suerte de que las lluvias han iniciado pronto, eso por lo general adelanta el invierno, haciéndolo más largo y frío. Como si nos hubieran cambiado el otoño por seis meses de paraguas y abrigos. A comparación de ciudades que están más al norte el clima no es tan malo, el único problema de aquí puede que sean los ocasionales temblores y la contaminación.

Terminó de ponérselo, le quedaba perfecto, ambos eran sin duda de la misma talla.

— ¿Nieva?

El otro se quedó pensando un momento, como sí de pronto el concepto de nieve hubiera sido borrado de su mente. Cuando recobró los hilos de sus pensamientos trató de pensar cuanto faltaría para ver caer copos blancos, se rindió y le regaló una respuesta mucho más llana de lo que le hubiera querido dar.

— Sí, pero no te preocupes por ahora, falta bastante para eso.

El rubio sonrió, dirigiendo su mirada al cielo, a la espesa nube gris que estaba cubriendo la totalidad de la tenue luz lunar—. Nunca he visto nieve, llegué aquí hace un par de días. Espero permanecer lo suficiente como para ver nevar.

Las gotas de lluvia golpearon tímidamente el suelo, amenazaban con ser más tormenta que llovizna. El azabache se levantó, invitando al otro a hacer lo mismo.

— Bien, si eres nuevo en el barrio, déjame presentarte un sitio genial.

Deidara lo miró, aun con un deje de desconfianza, sin embargo, algo en él era extrañamente agradable. Aquellos un poco intimidantes ojos negros eran realmente atractivos. Decidió seguirlo, de todos modos ¿qué era lo peor que podría suceder? En realidad, no había mucho que perder.

Después de caminar un poco llegaron a un pequeño local beige con detalles cafés en esa especie de impresión vinílica que se adhiere a las paredes para darle un diseño entre vintage y moderno que tanto estaba de moda entre los jóvenes adinerados de esa generación, una humilde imitación. Tenía unos enormes ventanales a la entrada, que dejaban a la vista pública tres cuartos de las mesas del local, sin embargo, había cortinas con colores un poco más oscuros a la paleta general del sitio, con un patrón de flores y lazos negros que podían ser usadas para dar un poco más de privacidad a los clientes que así lo desearan. Las enormes lámparas dotaban al sitio de una luz cálida, de un amarillo casi anaranjado. Un ambiente que siendo elegante no dejaba de ser acogedor.

Antes de entrar, Deidara jaló suavemente del brazo a Itachi.

—No sabía que estábamos yendo a un restaurante, no puedo entrar, lo siento. No traje dinero.

—Oh, vamos — Itachi le sonrió con una mirada casi compasiva — yo invito en esta ocasión.

«Eso significa que habrá una segunda vez» su rostro se iluminó en un sonrojo involuntario, ingenuo.

Tomaron asiento en una de las cuatro mesitas allí colocadas y ordenaron dos chocolates calientes y algo para cenar (aunque pasaban de las dos de la madrugada) y la plática se extendió, amena. Se consumieron las bebidas y los panes, permanecieron mucho tiempo después de eso, disfrutando de la música y de la calma que da estar rodeado de pocas personas.

— Lo que me encanta de este sitio es que está abierto las veinticuatro horas, todos los días. Cada que me siento mal sé que puedo volver aquí y es perfecto porque me da la impresión de que estará para mí, como si permaneciera en la eternidad este ambiente. Sin importar los años que transcurran pareciera seguir igual.

«Debe ser maravilloso tener esto, un refugio que te mantenga a salvo.» El rubio entrelazó sus propias manos, mirando por la ventana el paisaje nocturno, locales y avenidas que le eran ajenas, lleno de gente que le era indiferente. Los recuerdos felices son un pasado al que siempre se quiere regresar. Aunque, para él, ya era una tarea imposible.

Cuando fue apropiado, agradeció las atenciones dadas y le dio su nombre, pequeño detalle olvidado que se enmendó con un "por cierto, mi nombre es Deidara" y encontró respuesta en "el mío es Itachi". Decidió marcharse a su casa, no dejó que le acompañara ni le dio su dirección, pero intercambiaron un abrazo final que cerró el trato de una nueva amistad forjada en el café de la cuarta avenida.

El azabache encontraría en ese día un lindo rostro que recordar, un escape necesario y un nombre que no se cansaba de repetir, silaba por silaba, sin que guardara un significado en especial, como si se tratase de un mantra que relajara su mente. Sencillamente le encantaba el sonido del De-i-da-ra dentro de su cabeza. Una y otra vez, como el humo que asciende y la lluvia que desciende. Pero sería un gusto que le duró día y medio.

En cambio, para el otro los días pasaban en un ciclo que pareciera interminable, las mañanas eran frías por norma general, si después salía el sol o permanecía nublado era la variable, después llovía religiosamente, fuese a las cuatro de la tarde o a las seis o en cualquiera de las infinitas fracciones entre ambas horas. La lluvia a veces dejaba sentir el atardecer, a veces no. Deidara esperaba en su ventana el día en que las finas gotas se convirtieran en nieve y que aquel hombre volviera a interrumpir un día de su vida, le daría cualquiera, a cualquier hora. Sin embargo, no hallaba el valor para buscarlo, y no es que fuera un sujeto por denominación tímido; era la vergüenza de que le hubiera conocido de esa manera, tan frágil y miserable.

O tal vez era la confianza perdida hace ya tantos años.

De cualquier manera, el destino le dejó pagar la segunda ronda en aquel café.

Viernes social, viernes de fiesta y tomadera. Acudió a un antro cercano a la zona donde recién vivía. Un sitio concurrido con un potente sonido que a cualquiera dejaría casi sordo de estar del lado de las bocinas.

Casi al final de la barra, con unos jeans y una playera negra estaba él, sentado en un banco terminando el líquido de su copa y charlando alegremente con un sujeto de cabellos plateados y cubre bocas azul oscuro. Deidara fue para allá sin dudarlo, con el corazón en la mano y un extraño hechizo que le hizo creer que poseía dos torpes pies izquierdos que le impedían caminar con normalidad, pero entre tantos cuerpos fuera de sí, en medio de un cúmulo de gente eufórica su torpeza era normalizada, comprensible. Pero sus motivos, sus emociones, eran extrañamente incomprensibles para el grueso de los presentes, incluido él mismo.

Le tocó el hombro y aquel hombre volteó sosiego, su cara distaba un poco de la que conoció aquél día, estaba desinhibido, torpe, sonrojado (probablemente el alcohol) pero seguía siendo la misma persona.

Se miraron y el azabache tardó más de lo normal en reconocerlo, por las expresiones de su rostro se podría suponer que la mitad del tiempo lo usó para tratar de enfocar su rostro y la otra mitad para hacerlo encajar con alguno de sus recuerdos, y cuando lo encontró una enorme risa se clavó en su garganta.

— ¡Dei! ¿Qué haces aquí?

— Todavía estoy conociendo el lugar y me faltaba visitar este sitio.

Las risas tontas no se hicieron esperar, se dieron como introducción a una plática mucho más sencilla que la de la última vez, le presentó al sujeto que le acompañaba y minutos después este fue invitado a bailar un hombre con una gran cicatriz horizontal en la nariz. La charla continuó y el barman les ofreció otra ronda, el rubio quiso invitarla y corrieron una tras otra acumulándose en su cuenta. Cuando Deidara apenas estaba entrando en calor consideró detenerse, le ofreció su copa a medias con cándida amabilidad.

Itachi se negó.

— He bebido demasiado, sé que si tomo una más terminaré vomitando —más y más risas tontas—, o peor aún, no podré parar y estaré aquí toda la noche.

La naturalidad con la que decía eso amargó al chico, ya había tenido demasiadas malas experiencias con sus tíos alcohólicos, no deseaba una más. Quería creer que aquel ser de enormes ojeras y amabilidad indistinta era diferente al resto de seres humanos en el mundo, que él sería bueno.

Pese a la bruma del ambiente y la evidente dificultad de Itachi para ver con claridad, pudo notar el repentino cambio de humor en el rubio. Tomó su mano y le invitó a bailar.

Y comenzó el ritual sagrado, la consagración del movimiento, la música y la luz, mezclándose frenéticamente, retumbando en las profundidades de cada ser, invitando a lo inhumano, al cuerpo contra el cuerpo, las pieles, el deseo y la diversión. La sonrisa del azabache era hermosa, no había puesto la debida atención antes a sus labios perfectos, a la curva tan agradable que podían formar; tenerlo así, tan cerca, le daban ganas de aferrarse a él, de clavar sus dedos en la espalda del otro y fundirse en un mismo organismo, de ser una sola masa de músculos y sudor, de color durazno acanelado, como una sopa dulce, algo irreal. El vodka ingerido por Deidara comenzaba a hacer efecto, podía sentirlo en la creciente incongruencia de sus acciones, en el temblor de sus manos y en el deseo irrefrenable de desaparecer en cualquier momento con ese hombre.

Pasaron un par de horas, de aquellas en las que olvidas tu nombre y tus apellidos, la dirección en la que vives y la vida que habías llevado hasta ese momento, donde todo culmina cuando se cierra el antro y no sabes a dónde marcharte a seguir la fiesta o a dormir en algún rincón gris de aquellas solitarias calles. Permanecían sentados en la banqueta, como un par de hermanos que han sido echados tiránicamente del hogar por su madre a causa de una grave travesura. Casi arrepentidos. Casi.

— ¿Quieres ir al café de la cuarta avenida?

Deidara estaba haciendo trampa, él estaba al borde de la línea que separa la consciencia de embriagues y le había puesto injustamente una prueba de fuego al mayor, si rechazaba la oferta y prefería seguir en la fiesta no volvería a hablar con él, ni a buscarlo ni a esperarlo. Cerraría toda posibilidad de una futura amistad y le dejaría el privilegio de ser recordado sólo en la primera noche, no como ahora. Si aceptaba, oh, las cosas serían muy diferentes.

Y el otro estaba en clara desventaja, él estaba del otro lado de la línea. El sonrojo no cedía, le daba un aspecto encantador en conjunción con esa agraciada sonrisa temblorosa, miró al suelo un par de segundos pero la respuesta no llegaba.

— ¿Itachi? — «por favor, di que sí».

— Ayúdame a levantarme para que vayamos al café —su barbilla tembló en un intento frustrado de reír—, no siento los pies.

Tragó saliva, eso era un sí que no le dejaba decidir plenamente; de cualquier manera le ayudó a levantarse y pidió un taxi, subieron a duras penas y el azabache se dedicó a platicar con el taxista y mirar por la ventana observando el paisaje nocturno como si fuera algo tan maravilloso como un viaje en el tiempo o por el espacio.

Deidara reflexionaba. «Habrá que conocernos un poco más» recargó su cabeza sobre el hombro del otro.

— Soy un sillón —se desternillaba —, soy un sillón dentro de un taxi.

— Eres un sillón ebrio, idiota.

Ya en el café ordenaron, Itachi pidió el menú un poco avergonzado, había olvidado qué cosas vendían ahí pese a haberse memorizado perfectamente todo eso hace mucho tiempo. Ordenó una sopa después de sorprenderse al escuchar que la nombraran y Deidara tomo una shot de Whiskey, pasando de largo el riesgo de estar mezclando bebidas. Al pasar algo de tiempo las palabras de Itachi fueron cobrando aparente congruencia hasta que podía escuchar y hablar de un mismo tema sin divagar en lo absurdo, con una única diferencia: hablaba demasiado. Entonces el rubio entendió que ya no estaba actuando tan fuera de sí (tal vez el cambio de ambiente ayudó de sobremanera) y se tranquilizó un poco. Sin embargo, un calor extraño invadía su cuerpo, algo diferente a las sensaciones del antro, casi síntoma de una necesidad.

— Perdona que siempre termine hablando de mi hermano menor, pero es que me alegra el corazón pensar en aquellos años en los que vivía en la casa de mis padres y recordar la calidez del sol. Ya vez que aquí hace frío. Allá no era así. Era una casa apartada, en uno de esos pueblitos como en el que me dijiste que vivías con tus tíos, eran lindos tiempos…

— ¿Puedo preguntarte algo? — le interrumpió.

—Sí, claro — dijo y la mesera les ofreció más café, Itachi aceptó, Deidara nisiquiera la miró.

— ¿Qué piensas de mí?, es mera curiosidad —mintió. Era necesidad, necesidad de saber que alguien estaba allí con él de verdad. Estaba perdido, tratando de aferrarse a lo que fuera. La pregunta era un preámbulo, la idea del otro en sí mismo era una debilidad ¿le tomaría como un simple muchacho?, ¿un amigo?, ¿acaso un encuentro casual?, ¿una relación con futuro? Sin importar si esta era con fines románticos, sexuales o de mera compañía. Alguien, algo, lo que fuera para no estar tan solo y no sentirse tan desdichado.

La respuesta tardó un poco en llegar, tiempo insufrible, prorroga irremediable. El azabache no encontraba palabras para expresarse, y cuando lo hizo las creyó demasiado sinceras y no las liberó, no por arrogancia ni por ser deshonesto. Sino porque era algo demasiado personal, era involucrarse de más y quedar expuesto, una respuesta sencilla era lo idóneo según él y su atarantado estado de consciencia.

—No lo sé, pero cuando te vi por primera vez hubo algo que me atrajo, no fue el que estuvieras llorando o lo apuesto que eres. Sea como sea me alegró mucho que aceptaras venir a este café conmigo y me encanta hablar contigo, siento que podría decirte cualquier cosa y eso es maravilloso.

Sus mejillas recobraron el rubor de hace unas horas y su rostro se veía inesperadamente seductor, podría decir que era sincero en su breves palabras, el rubor se contagió a la mejillas de Deidara por razones diferentes. Malinterpretó el significado de lo que salía de esos deliciosos labios.

— Ven —le pidió y se acercaron sus rostros haciendo de un momento al otro que el espacio entre ellos se volviera insignificante, el rubio chocó su frente con la del otro y se inclinó suavemente hasta rosar su boca con la de él, trató de avanzar más pero una mano en su pecho le hizo retroceder.

— No, Deidara. No tengo intenciones de hacer esto contigo.

Se le quedó mirando con extrañeza, juraría que sus palabras habían sido una completa invitación a comenzar otra cosa. Porque lo que le daba el azabache eran señales tan ambiguas que les había dotado del significado que él quería que tuvieran. Una lágrima de frustración quería salir a pasear descarada por su rostro. Esta vez lo tomó a mal, imaginando lo peor, pero no podía decir que había sido engañado, sencillamente había sido demasiado ingenuo en un rumbo sin caminos claros.

El silencio era incomodo, demoledor. Deidara no se permitió llorar, no mostraría su debilidad una vez más, pero no había palabras en su garganta, ni disposición alguna para recuperar la conversación. Itachi miraba a la mesa, al café que recién le servían y meditó un poco, dentro de lo que le permitían sus atenuadas capacidades. Con su voz suave, profunda; con palabras libres de pretensión pero sí de severidad, trató de corregir el error que cometió en su respuesta anterior y confió. Se dejó abrirse un poco ante el otro.

— ¿Sabes? Muchas veces, cuando nos enamoramos pensamos que somos el único amor de la otra persona, el primero y el último, pero no es así. Desde donde yo recuerdo, siempre me han gustado los hombres y mi primera relación fue con mi primo Shisui cuando tenía catorce o quince años, no lo recuerdo. En ése entonces jugaba a amar sin comprender todas las reglas de ese juego y terminamos lastimándonos mutuamente sin quererlo. Ahí entendí que el amor no dura para siempre y crecí un poco, tal vez esa experiencia me hizo más fuerte. Después de algunas relaciones sin sentido, cortas, dos o tres que ni siquiera recuerdo del todo, llegó alguien a decirme que el amor puede llegar desde cualquier persona y me enseñó con acciones qué es amar. Tal vez fue la mejor relación que he tenido, me entiende y yo también, hemos llegado a conocernos a fondo y lo que sentía por él subió a otro nivel, pero del mismo modo nuestro cariño se hundió en la rutina y no lo pude salvar.

La voz se le cortó de tajo, al borde de quebrarse. Para él era extremadamente difícil hablar con los demás sobre sí mismo, él rubio era la primera persona a la que confiaba su sentir desde hace varios años. Hizo un esfuerzo sobrehumano para contenerse y ocultó su dolor detrás de una sonrisa a medias y un sorbo de café.

—Y bueno, llegué a la conclusión de que el amor no es tan mágico como tratamos de creer. El amor duele, las personas lastiman y yo a mi edad ya no me puedo estar haciendo ilusiones. No es como si tuviera quince años.

Deidara le escuchó, pero no leyó las nobles intenciones del otro. Sonaba a queja, a reprimenda por parte de ese sujeto con pinta de ebrio de segunda y su orgullo se vio amenazado, ofendido. Los colores se le subieron al rostro y se cubrió con ambas manos, tratando de no estallar. El otro creyó que eso era el inicio de un berrinche, graso error.

—No creo que lo entiendas.

La gota derramó el vaso y los gritos no se hicieron esperar, el rubio golpeó la mesa y dejó que su rostro ardiendo en ira atemorizara al otro.

— ¡No tienes el maldito derecho de sermonearme, imbécil!

Sacó torpemente de su bolsillo un par de billetes y monedas y las arrojó sobre la mesa, con eso sería más que suficiente para pagar el consumo de ambos. Era todo lo que tenía, el capricho de volverlo a ver le costó la innecesaria paga de un par de rondas en el antro, el taxi y esa cena. Se marchó y cada paso enfurecido que lo alejaba de él resonaba en un "idiota, has vuelto a fallar"para Itachi.

Se quedó solo en la mesa. Ya no soportaba más, le tocaba ser frágil y vulnerable, le tocaba llorar. Por eso no solía abrirse con los demás, porque el dolor de no saberse explicar bien le reducía al ser estúpido e inmaduro que creía que era. Si abría aunque fuera un poco su corazón no sólo sería brutalmente herido, también se desbordaría sangre antiquísima, acumulada en sus entrañas de los constantes daños internos que se ocasionaba. Se encorvó y escondió la cabeza entre sus brazos apoyados en la mesa, ahí dentro la humedad era tibia y se permitía tener una falsa idea de protección. Aunque bien lo sabía, el verdadero daño sólo podía ser creado desde dentro.

Y es que así había sido siempre, desde que tenía memoria, había una parte de él que le mortificaba, que reclamaba cada mala decisión y condenaba cada acción inapropiada. Tal vez fuese el rezago de las tempranas exigencias de su padre reforzadas por sus horribles castigos, tal vez fuese el precio de ser un prodigio, de tener la capacidad suficiente para mantener a dos conciencias habitando dentro de sí.

Dejó que una mitad suya le hiriera con una espada vieja y oxidada, con el sadismo de un malvado verdugo; y que la otra parte se dejara herir, poniendo siempre la otra mejilla, ofreciendo la espalda para recibir los latigazos de penas sobradas. No había escapatoria, tocaba arreglárselas contra su mayor enemigo: él mismo.

"Si tanto te lastima estar con los demás ¿por qué no vives solo? Si después de todo, es lo que más deseabas cuando tenías 15 años. ¿Eres feliz con él? Se honesto ¿de verdad eres feliz con Kisame?"

«A ratos, hace varios días consideré seriamente volver a vivir solo, pero no quiero estarlo.»

"¿Por qué? ¿Porque no puedes estar una semana sin fumar menos de una cajetilla?, ¿porque necesitas que él te esté cuidando para que no caigas en excesos como los de esta noche?"

«No — sentía el temblor en todo su cuerpo, apenas podía sostener su alma, sus manos apretaron fuertemente los pliegues de su ropa. Dolía aceptarlo, dolía de una manera descomunal. Porque cuando me siento solo… siento, siento como si Shisui de verdad me hubiera dejado solo.»

"Ese idiota ¿verdad?, ¿dónde está?, ¿por qué no te vas con él?"

«Por favor, basta. Ya no quiero pensar en esto.»

Se enderezó y limpió sus lágrimas, trataría de mantenerse cuerdo, lo intentaría con todas sus fuerzas y el primer paso era dejar de desgarrarse a sí mismo. Según unos incongruentes cálculos que su mente quiso dotar de sentido, con el dinero sobre la mesa alcanzaría para pagar la cuenta. Se lo entregó a la mesera después de pedirle más disculpas de las que debía "No sé bien cuánto te estoy dando, pero si hace falta lo repondré la siguiente vez que venga" esas palabras habían sido una excusa, estaba aterrado. No había podido contar el dinero, apenas identificaba los billetes por la sutil diferencia de colores y las monedas por su tamaño, su llanto le había empañado la vista de por sí deteriorada, sumado a la bruma de la desinhibición alcohólica daban terreno fértil a su pánico por quedar ciego.

Salió del café a una velocidad vertiginosa para su estado y ya en la calle, trató de recordar el camino a casa cuando nisiquiera distinguía la banqueta de la carretera. En un terror casi demencial comenzó a correr, sin sentido, como un vil animalillo loco de andar, como escoria de ciudad. Las zancadas eran a veces débiles, a veces erráticas, sus pies encontraron obstáculo en una irregularidad del concreto y su cuerpo entero entró en contacto con un doloroso golpe que le hizo sangrar viejas heridas. Cayó en un charco sucio, que le empapó hasta el orgullo y terminó con las fuerzas que había reservado para huir.

«Sasuke…»

Apenas un susurro desde el fondo de sí, una suplica.

Se arrinconó y dejó llover sobre mojado, arrastrándose hasta que su espalda toco pared. Trató de distinguir algo, lo que fuera en el horizonte. Nada, a penas luces que estimulaban sosamente a su pupila. Aquellos faros de luz se perdieron en el fondo negro dándole una horrible pasta gris que devoraba sus ojos.

«Esto no es normal, debí de haber consumido una bebida adulterada en el antro.»

La idea de tener una droga extra en su cuerpo se propagó en todo su ser, eso era lo que quería creer. Sería peor pensar que su estilo de vida ya le estaba cobrando factura. Otra opción era que el peso de los errores en su consciencia que estaban saboteándole, llegara a un punto límite, desbordándose. Impidiéndole actuar, ver, pensar con claridad.

"¿Por qué no regresas con tus padres? Niñito estúpido"ahí estaba, otra vez el maldito de él mismo.

«Porque no quiero agachar la cabeza y pedir disculpas, admitir que debí obedecer y no huir de casa a los dieciséis, y mantener una relación homosexual con alguien que nunca sería aprobado por ellos. Como si vivir así no fuera suficiente, deslindarme de mis obligaciones con el trabajo impuesto por mi padre, el estudio minucioso de temas que nunca me interesaron y que al final abandoné…»

Sí, si él era el maldito problema, tendría que encararse de una vez. Estaba harto de estar expuesto a discusiones todo el tiempo, incluso consigo mismo, pero no podía seguir ignorando sus sentimientos, el pesar en su pecho del pasado nunca superado y nunca hablado. Aunque fuera con el mismo, aunque odiara esa parte de sí, no habría prórroga para soltar sus verdades.

« ¿Sabes por qué son tan grandes mis errores? Porque era yo, era el hermano mayor, el primogénito responsable y capaz, lleno de más responsabilidades que de sueños propios. No tenía derecho a equivocarme, así que entonces comencé a considerar que tal vez el problema era yo, tal vez de haber seguido todo al pie de la letra hubiera tenido una vida menos tortuosa ¿acaso más feliz? Después de todo, ese matrimonio arreglado con Izumi tenía sentido; ella era linda, ambas familias eran amigas y genuinamente le apreciaba. Pero no podía aceptar el hecho de que mi primo fuera internado en otro continente por haber sido descubiertos teniendo relaciones. Claro, se cree que la carga más pesada la lleva el mayor, pero Kagami no le dio ni una fracción de la paliza que Fugaku me regaló en mi cumpleaños número quince. Porque la violencia es todo otro tema, detrás de la tranquilidad de un hogar conservador se ocultaba un monstruo padre de dos hijos ejemplares con miles de cicatrices y una excelente esposa abnegada que aún llora la frustración de haber perdido toda posibilidad de una vida más allá de la cocina y la recámara.»

A veces lo pensaba, en algunas partes sentía que las palabras lograban salir de sí en tímidos murmullos, otras salían salvajes, como gritos apagados por una voz cada vez más ronca y desgastada.

« ¿Qué hubiera pasado si seguía con esa vida? Si, como mi papá, me hubiera casado con ella sin amarla realmente y ella, atada a mí, despreciándome ¿no me quedaría más que calcar lo que hacía mi padre para mantener el honorable apellido? No. No quiero ser como él nunca, sobretodo porque no quiero hacerle daño a las personas como él hizo con mi madre, mi hermano y conmigo. No quiero ser así pero me estaban arrinconado, asfixiándome.»

Su respiración se hizo más lenta, comenzó a calmarse y después de varios minutos comenzó a distinguir colores y algunas formas. Un fantasma del pasado apareció ante sus ojos, la misma imagen que algunas noches le atormentaba cuando no lograba dormir, cuando estaba al borde de la desesperación. Su negro cabello rizado, su sonrisa tranquila y sus dulces ojos. Itachi susurró para sí mismo, buscando consuelo.

«Si tan solo Shisui estuviera aquí, todo sería más fácil. Aunque no volvió por mí y no he sabido más de él. Imagino que pudo reconstruir su vida allá, quién sabe cómo estará, pero una parte de mi me dice que está bien, probablemente sea la parte de mí que él se llevó consigo.»

Y es que Shisui no sólo era el maravilloso primer amor perdido, era el recuerdo de la época más feliz de su vida, cuando estaba con su hermano y sus padres, cuando los atardeceres eran cálidos y la vida tenía sentido. Él representaba todo lo que le había sido arrebatado; su pena era tan grande, pero no quería aceptarlo, quería imaginar que aún tenía bienestares equivalentes, que los nuevos bienes balancearían los viejos males.

Se levantó y comenzó a caminar, distinguiendo más o menos el lugar en donde se hallaba. Decidió confiar en su sentido de ubicación y avanzaba, lentamente, cada metro recorrido era un valioso logro.

«De verdad quiero a Kisame » trataba de convencerse, de que había una salida permaneciendo tal y como estaba, sin cambiar las cosas. «Él ha sido un gran soporte para mí, aunque sabe que nunca me he entregado completamente a él. Pero vivir juntos es fácil, nos entendemos bien y tenemos la misma profesión, sabemos organizarnos y tiene un maravilloso tacto conmigo, sólo conmigo.»

"Pero recuerda que tiene un problema y es que también tiene ataques de furia y destroza todo" ahí seguía esa voz, cada vez un poco más débil y más sutil. Sin embargo, él seguía haciendo el esfuerzo por continuar su camino.

«Nunca me ha hecho nada a mí, nisiquiera me ha dicho cosas hirientes, pero me recuerda a mi papá y eso me desespera, es como un aviso de que jamás podré escapar de su yugo. Y bueno, estos últimos años se me han hecho especialmente difíciles, no es que me haya cansado de él, sino que estoy cansado de mí mismo, de la forma en la que vivo actualmente. Siento que mi vida es un recuento interminable de errores y no quiero imaginar que nuestra relación se anexe al último con letras doradas seguido de un "mamá tenía razón".

Le quiero y él también me quiere, pero a veces siento que eso no es suficiente ¿me entiendes?»

Ya no había respuesta.

Descansó sus ojos un momento, disfrutó del delicioso silencio dentro de su mente y continuó sin descanso durante minutos eternos y la sorpresa del amanecer le ayudó a distinguir las paredes de las casas que le eran familiares, tenía la gran ventaja de que aquel café estaba a una distancia ridículamente corta de su casa, lo que incrementaba su vergüenza al pensar en la odisea que implicó tratar de llegar.

"Life is so hard" aquellas palabras habían sido escritas por algún malviviente con aerosol negro en un muro de la fábrica que indicaba la mitad de su andanza. Recordó los primeros besos salvajes e impúdicos que creó con Kisame en ese lugar, el delirio de estar juntos, la tonta idea de que su amor había vencido a todos los demonios existentes en el mundo hacía que creyeran absurdo el mensaje frente al que restregaban su pasión. Ahora que él estaba con el terrible dolor en cada poro de su piel, sufriendo por una tarea tan sencilla como era caminar un par de cuadras hasta su casa, después de haber recibido de lleno su autodesprecio, entendía lo increíblemente certeras que eran esas palabras.

Cuando alcanzó a ver el portón de su casa una felicidad descomunal le inundó el cuerpo, cerró débilmente su puño dispuesto a tocar. Nisiquiera iba a hacer el esfuerzo de buscar sus llaves, sabía que las habría perdido en alguna parte del camino, junto con el valor para hacer contacto con la puerta en un leve golpe que diera aviso a su pareja que por fin había llegado.

¿Qué derecho tenía? Pensó en lo deplorable de su aspecto, de su estado y de sus acciones ¿en qué parte de esos años de relación había abandonado la prudencia que le evitaba llegar drogado y herido? Esa horrible imagen. Su padre, su madre, Shisui, Kisame. Sasuke, su amado hermano menor ¿qué dirían de verlo así?, ¿qué pensarían?, ¿qué sentirían?

Él mismo se dio cuenta de que había tocado fondo.

Avergonzado de sí mismo se dejó llorar una vez más

—Lo siento…

Le susurró al frio metal de la puerta.

— ¡Lo siento!

Más que para Kisame o para Deidara, esas sinceras palabras iban dirigidas a quién sabe cuántas personas a las que había herido y por las que se había dejado herir.