Inuyasha pertenece a Rumiko Takahashi, como bien todas lo sabemos. No busco ganar dinero con esto ni nada parecido.
Para la idea del fic me basé lejanamente en la película 10 Things I Hate About You, película que sigo viendo una vez por año, para no olvidarla. (L)
Fic dedicado a Franessa Black por su cumpleaños. Te adoro, mujer.
Razones para Odiarte
Prólogo
Fue un tiempo considerablemente largo (y duro) durante el cual se debatió mentalmente aquella relación que sostenían. Se dijo así misma que no podía estar enamorada de él por algo muy básico e indiscutible: lo detestaba.
Podrían decir de ellos lo que quisieran (porque Miroku y Sango amaban hablar sobre el tema), pero Inuyasha sería Inuyasha por siempre, con todo lo que eso conllevaba. Y ella seguiría siendo ella, también con lo que eso llevaba consigo.
Sí, aceptaba que sentía cierto cariño por él. ¿Cómo no hacerlo cuando pasaba a su lado las veinticuatro horas del día? Era algo absolutamente lógico.
Pero él tenía la innata habilidad de hacerla enfadar con pocas palabras, con un solo gesto, con una sola mirada. Lo que es más: había logrado un nuevo record al hacerla enfadar con un monosílabo. Lo cual, si me dejan decirlo, es asombroso (sobre todo, tratándose de una joven de tanta paciencia como es Kagome).
Pero era insoportable la mayor parte del tiempo y ella sabía que no podía quererlo siendo así. Estaba segura de que no lo podía querer como ella pensaba que lo hacía. Porque, vamos, era Inuyasha; inevitable caer en esa conclusión. Ella no lo amaba.
Había cavilado bastante sobre la situación. Durante mucho tiempo, muchas clases y muchos viajes. Porque la relación que llevaban, si se la podía llamar así, era insana. Para ella lo era completamente. La dañaba más de lo que la hacía feliz. Y finalmente se dijo así misma «tengo que decidir lo que siento».
Podría contarles que pasó un par de noches llorando, tres horas frunciendo el ceño, cuarenta minutos riendo y que en una ocasión pateó su cama (cosa que no hizo nunca más después de que se le hinchara el pie). Podría contarles las muchas cosas que pasaron por su cabeza esos tres días que estuvo en su época, descansando un poco de la vida agitada del Sengoku y poniéndose al día en la escuela (o perdiéndose más de lo que estaba).
Pero la cosa era fácil de resumir. No, no le amaba. Lo contrario, le odiaba. Sí, eso concluyó en más llanto.
No, no era ese odio que hacía que apretaras los diente y farfullaras con la sola mención de su nombre; no era racial o étnico. Era más parecido a un odio destructivo (aunque ella lo sintió mucho más como autodestructuvo).
No quiso pensar en nada más. Sentía miles de punzadas en su cabeza y estómago al pensar en él. No eran mariposas, eran alfileres. Le dolía y eso solo podía decir que, más que amor, Inuyasha le producía odio.
O eso se repetía constantemente. Así quería creerlo, porque era muy sabido que no era un amor correspondido. Entonces que fuera odio. No más que eso. Mejor odiar que llorar.
Y cuando estallaba la guerra e Inuyasha quedaba estampado contra el suelo tras los tres consabidos ¡Siéntate!, Kagome se corría a un costado, tomaba el cuaderno de su mochila y recordaba las razones para odiar a Inuyasha. Las releía y no lloraba. Le odiaba más.
Buscaba diez frases que lo representaban. Una lista muy simple. Una lista que llevaba consigo a cada segundo del día, escondido entre las páginas 245 y 246 del libro de Biología, dentro de la mochila que colgaba a su espalda.
Una lista que releía muy de vez en cuando (cerca de tres veces al día), para recordarse cuánto y porqué lo odiaba.
Una lista que tenía cerca de diez razones válidas por las cuales consideraba a Inuyasha completa y absolutamente un imbécil.
Solo diez razones para convencerse.
