Lorraine se detuvo en seco apenas divisó ante sus ojos la entrada principal de las oficinas Anvil, tragando en seco. Finalmente se atrevió a dar un paso delante del otro para seguir caminando aún sostenía entre sus manos la tarjeta de recomendación que William Rawlings un conocido de su padre le dio aquella cena de navidad, en la que tuvieron tiempo de conversar a solas sobre los últimos acontecimientos en su vida matrimonial.
Ya que siendo sincera últimamente estaba siendo una mierda. Eric era más violento que de costumbre y los moratones en el cuerpo eran ya demasiados, tanto su madre como su padre insistían en que debía ponerle una orden de alejamiento y de paso contratar ella una guardia de seguridad. Por el bienestar de la pequeña Chloe la hija que tuvo con Eric de apenas cuatro años de edad.
Mientras avanzaba por los pasillos estrechos, cubiertos de una gruesa capa de polvo echaba de cuando en cuando un vistazo a través de los amplios ventanales: un buen número de hombres entrenaban artes marciales en parejas, bajo la atenta mirada de un hombre gallardo, de complexión delgada, tenía los rasgos toscos y por lo que podía ver poseía buen gusto por la moda dado a que el traje color carmín le quedaba como un guante.
Siguió su camino, al llegar al final del pasillo se topó con las escaleras para poder bajar sin temor a algún tropiezo por culpa de los tacones. Se apoyó en la delgada barandilla sus pasos eran los de alguien que había sido criada en la realeza eso era Lorraine Hastings una miembro de la realeza inglesa, que tuvo la mala suerte de creer que Eric Hastings era el príncipe de ensueño que siempre quiso. Cuando no era más que un sapo, un horripilante y nauseabundo sapo que le urgía sacar de su vida. Solo que demasiado cobarde para encontrar una manera más...directa de quitárselo de en medio.
Era por ello que esa mañana se encontraba pisando los edificios de aquella siniestra compañía de servicios militares y de seguridad; porque Rawlings le había dicho que el señor Russo era un experto en quitarse personas indeseables de en medio en un, dos por tres.
"Manos limpias señora Hastings" le había dicho el hombre con una sonrisa que rayaba en lo siniestro. En medio de su invitación al asesinato. "Las damas como usted, siempre debe asegurarse de tener las manos limpias. Es por ello que le recomiendo al señor Russo. Ya verá que sus trabajos son los más limpios que hay en esta cloaca que todos llamamos Manhattan y Anvil es la empresa que usted necesita".
Sus tacones sonaron fuerte en el suelo lleno de cristales rotos.
Sabía que era producto de alguna que otra mirada indiscreta por parte de los hombres que se encontraban allí, pero no le importó. Solo irguió un poco más la cabeza preocupándose por mantener los ojos fijos en el que era su único objetivo aquel día y en aquel sitio: William Russo.
No hizo falta que ella siguiera su camino el hombre alcanzó a distinguirla, dejó el grupo de hombres con los que charlaba para ir personalmente a su encuentro. Más de cerca podía deducir que el hombre tenía demasiada belleza, bien podría dedicarse al modelaje en lugar de encerrarse en ese...lugar.
Pero eso no era el verdadero objetivo de Lorraine, tenía que dejar de distraerse con tonterías e ir directo al grano.
—¿Es usted, William Russo?—preguntó ella con un deje de temor el hombre por sí mismo era capaz de mostrar seguridad, imposición y algo de dominación.
Él solamente se limitó a asentir al tiempo que la veía de arriba a abajo. su mirada era la de un león a punto de atacarla. En otros tiempos aquellas miradas habrían sido motivo de halagos para la joven Lorraine que vivía despreocupadamente feliz sabiendo que era objeto de deseo para el sexo opuesto, sin embargo para la Lorraine moderna significaban futuros problemas con Eric. pues hacía mucho tiempo que su esposo se encargó de enseñarle que el hecho de seguir siendo joven, bonita y a simple vista deseable era motivo de un doloroso escarmiento.
Afortunadamente el señor Russo pareció captar el mensaje inmediatamente interrumpiendo la tan incómoda conexión visual.
—Déjeme adivinar ¿Lorraine Hastings?
Ella también asintió, era una fortuna que el señor Rawlings se hubeira adelantado con los detalles.
—Supongo que el señor Rawlings se encargó de contarle los pormenores de mi.—avergonzada, prefirió desviar un momento la vista.—problema marital.
El hombre asintió aunque por lo que podía ver no le agradaba ni un poquito la situación.
—Mire señora Hastings Anvil no es una asociación de asesinos a sueldo. Debe comprender que Rawlings es un poco ortodoxo en sus métodos. Pero nosotros, estamos dentro del oficio de proteger a la gente ¿Comprende eso?
Ella asintió, comenzaba a enojarse en definitiva aquello no sería para nada bueno.
—Estoy aquí porque me interesa una guardia de seguridad.—por unos momentos echó un vistazo a la habitación en la que se encontraba.—¿No tiene una oficina para hablar más discretamente?
Russo se ajustó la gabardina del traje, extendió una mano dándole a ella el pase nuevamente subieron las escaleras. Caminaron al fondo del pasillo y al doblar la izquierda él la invitó a adentrarse a una pequeña oficina con una pequeña sala de piel, un archivero y un escritorio de madera.
—¿Gusta un trago señora Hastings?
Lorraine asintió, tenía la garganta seca y antes de clavarle el puñal por la espalda a Eric prefería estar envalentonada con unos cuantos tragos de cualquier licor barato que pudieran tener allí. Russo caminó hasta el mueble bar, puso un par de vasos de cristal pequeños y delgados llenándolos hasta el tope. Luego anduvo hacia ella ofreciéndole uno de ellos.
—A su salud.
Ella tomó el vaso vaciándole de un solo trago el tequila pasó por su faringe quemando todo a su paso, en tanto Russo se divertía con sus muecas.
—Sin duda alguna usted tiene mala condición etílica señora Hastings. Bien. Hábleme de su problema ahora es cuando soy todo oídos.
Prefirió aclararse la garganta lo mejor era comenzar desde el principio, cuando supo que si quería vengarse de su esposo debía darle dónde más le dolía: en la anulación de su postulación a senador. Si un sueño tenía Eric era precisamente ese ocupar un puesto en el senado pero ¿Cómo un hombre con semejante historial pretendía representar a tantas personas solo con su sonrisa ladina e hipócrita? No, no mientras ella pudiera evitarlo y presentara las pruebas para hundirlo en la cárcel el tiempo que le quedara de vida.
Se obligó a tragarse el miedo y a volver a ser la misma Lorraine que solía ser antes: comenzó a relatar todos y cada uno de los malos negocios de Eric con las distintas mafias que radicaban en Nueva York, también dio datos de algunas personas vinculadas especialmente con la tala ilegal de árboles, además expuso unos USB que contenían información de empresas fantasma. Sabía que ello le acarrearía funestas consecuencias. No obstante ya estaba cansada; expondría a Eric públicamente como el cerdo que era sin importarle si ella también se salpicaba de mierda en el proceso.
Todo cuánto deseaba eran dos cosas: número uno verse libre de su presencia y número dos que Chloe creciera en un ambiente familiar más saludable que el que Eric ofrecía.
Cuando terminó se dio cuenta de que las lágrimas le corrían por la cara, fue el momento preciso en el que Russo apagó la cámara de grabación.
—Entonces señora Hastings yo me encargo de llevar esto a la CIA y no se preocupe.—Russo se puso en pie con el fin de guiarla hasta la salida de la oficina—Su casa contará con seguridad las veinticuatro horas del día, además de que por supuesto a Eric le será difícil acercarse sin usar un buen disfraz.
Ella se relajó un poco, dejando que de su garganta saliera un sonido parecido a la risa.
—Eso es lo que realmente quiero señor Russo, en fin. —cogió su bolso del escritorio, finalmente la hora de despedirse estaba cerca—espero que nos volvamos a ver.
Él sonrió, solo que su sonrisa era un tanto...lobuna.
—Yo también señora Hastings y tenga por seguro que vovlerá a verme.—
Un extraño escalofrío le recorrió la espina dorsal, los ojos de Russo habían adquirido cierto brillo cuando mencionó la última frase. Lorraine simplemente, se dio a la tarea de guiar sus piernas hacia el exterior del edificio.
Sencillamente estar cerca de alguien tan misterioso y al mismo tiempo atractivo como William Russo no era bueno para ella.
Al salir de Anvil, Lorraine tenía la sensación de haber pactado con el diablo sin embargo, debía ser sincera consigo misma: No le importaba. Todo lo que deseaba a cambio de su alma era hundir a Eric. Sin importarle las consecuencias que eso podría acarrear en un futuro próximo.
