Renuncia: Tokyo Ghoul y mis feels incomprendidas pertenecen a Sui Ishida.
Pareja: Touka/Ayato.
Notas: Porque sí, porque si LuFFy dice que les escribo darks entonces me meto al fluff y me sale todo mal. Porque soy horrible para el angst/fluff.
Soltarse
(Una vez la noche arrulló a dos niños. Y aunque nunca se durmieron se encontraron entre sueños).
Una es una niña alegre, pero que guarda hacia el mundo una mirada que acoge a una nostalgia sin origen. Jamás se ha ahogado o lastimado, pero posee la magia de que todo lo que toca se vuelve cascada (y ella es un rio seco).
El otro es un manojo de hilos en un rincón de la habitación. Jamás se ha lastimado y jamás ha estado al borde de la muerte, pero vive de esa forma. Y los ojos le hierven tanto y el cabello le huele tanto a tierra que las sabanas con sabor a Touka son su consuelo.
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Pregunta ella en medio de la noche:
– ¿A qué le tienes miedo?
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Ayato, que vive en un ahogo constante, abre los ojos y la mediocridad es tanta que solo Touka sabe que aunque no lo parezca, él tiene todo el amor del mundo para dar. Sabe que a él le rebalsan las penas y el cariño no admitido.
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Responde sarcásticamente él en medio de la oscuridad:
– ¿A qué no debería tenerle, tonta?
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Touka sonríe, como un ángel, como el cielo. El cariño infernal aparece en cuestión de segundos (y que suerte que la habitación está a oscuras para que no vea ella el rojo de mis mejillas).
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Sollozan los dos entre su lamento:
–Somos bestias, somos demonios.
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Que ella es un pesimismo disfrazado de optimismo; y él es una amargura que busca desesperadamente la felicidad.
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Consuela la luna llena a los dos:
–Si en caso de no ser felices solo lloran;
Solo finjan que lo son.
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Y eso hacen, pero solo en sueños. Viven entre carcajadas exageradas y palabras inocentes que rozan lo que años más tarde explotará. Porque la realidad, papá, es tan vulgar que es preferible encerrarse en un cubo ancestral y llorarse uno al otro.
En la noche (que es el día, la pesadilla, la realidad) Ayato siente que las manos heladas por culpa del invierno son cubiertas por una manta sudada que termina siendo la mano lastimada de Touka. Y en aquel momento la sonrisa de ella da igual porque lo que enamora (que nadie en este mundo sabe verdaderamente lo que es enamorarse) son los ojos cerrados y arrugados y la sonrisa forzada. Aprieta levemente su agarre, tembloroso, y la luna llena ya no sabe quién de los dos está más roto.
–Te quiero. Tú ya lo sabes… ¿no?
Ayato ignora el tump-tump de su pecho y se oculta más debajo de las sábanas, rozándole las piernas desnudas.
–Si–susurra él–. Si, gracias…
Ella suelta una carcajada y le besa la frente, feliz.
–Touka.
–Sí.
–…Se mi obscuridad.
No sabe, pobre infeliz, que cumplir aquel capricho inocente le costaría la dignidad años más tarde, y que quererlo será más difícil que saciar su hambre de infierno.
Por eso le besa los ojos.
(Porque un mocoso como él se extinguiría ante el sol, y la oscuridad es su refugio).
(Empero: ella quiere un sol.
Pero es feliz protegiéndolo con sus brazos débiles).
Cierran sus ojos.
Pero nunca se duermen.
(Una vez la noche arrulló a dos niños. Y aunque nunca se durmieron se quisieron y perdonaron entre sueños).
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Se sueltan de todo mal.
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