Abrí los ojos con lentitud, sintiendo la luz de un madrugador amanecer bañando mi cara. Sin darme tiempo a que se me pegaran las sabanas, salí de cama y me desperecé y bostecé delante de la ventana, dejando que aquella mortecina luz me envolviera. A través del cristal pude ver el mar abierto extenderse ante mí. Casi me parecía que me estaba dando los buenos días. Seguramente Dark lo encontraría ridículo.
Me quite la red del pelo, con lo que mi melena se esparció suavemente sobre mi cuerpo, solamente cubierto por un pijama azulado. Al mirar al reloj de la mesita vi que eran las siete y cinco de la mañana. Hoy era sábado, y mi turno en el hospital no empezaba hasta las once, claro que como era voluntaria, podía ir cuando quisiera. Pero no me apetecía pasar la mañana dormida.
Abrí la ventana de par en par y aspire la brisa marina, permitiendo que el viento jugueteara con mi pelo por un tiempo. Agite las sabanas de la cama y me fui al baño, dejando que la habitación ventilara.
Antes de entrar, advertí un rumor de agua corriendo. Parecía que Dark se me había adelantado. En fin, me tocaba a mi entonces esperar. Entre en el cuarto de baño.
A través del vidrio distorsionado de la ducha, pude ver el cuerpo de Dark. Vi como su pelo se movía la girar la cabeza para mirarme.
-Buenos días, Dark. Espero que no te moleste si me lavo la cara.
-No.-fue la escueta respuesta.
Abrí el grifo del agua fría (daba igual, Dark siempre se duchaba en agua fría, como yo) y me lave la cara generosamente. Me mire al espejo mientras me cepillaba el pelo. Mis ojos seguían teniendo el brillo intenso de siempre, cosa que incluso yo tenía que admitir.
Con la intención de dejar un poco de intimidad a mi compañero, salí del baño y me fui al salón-cocina. Una vez allí, tome las escaleras para bajar a mi jardín.
Nuevamente tuve la impresión de que me daban los buenos días, aunque esta ocasión eran todas mis plantas. No pude evitar que en mis labios aflorase una gran sonrisa mientras las saludaba a todas. Me pare un momento en el esqueje de rosas naranjas que planté para Kate. Parecían que iban a florecer estupendamente. Después me arrodille para saludar a mi planta favorita. Profesaba un gran cariño a todo mi jardín, pero aquella planta era especial. Eran crisantemos de Derterion, los mismos que solía ver desde el balcón de mi habitación en Erileas. Necesitaban de muchos cuidados, pero nunca dejaron de conmoverme sus bellas flores. Aún no era época de floración, por lo general florecen en los últimos días de Febrero. Para entonces yo ya habría… No, no era aun el momento de pensar aquello.
El sol ya se asomaba por el horizonte, pero aun tardaría un par de horas en caldear la fría mañana. Me apresure y recolecte con cuidado de no dañar las plantas un poco de prímula.
Ya en la cocina, molí la hierba y la mezcle con corteza de balsamina. Puse a hervir agua y espere por mi té. A los pocos minutos, ya estaba saboreando una deliciosa infusión de un hermoso color esmeralda. Realmente, tenia que empezar a cuestionarme mi obsesión por el té. En esas cavilaciones estaba yo cuando Dark apareció por la cocina, ya vestido. Como no, de negro.
-¿Una taza? Esta recién hecho…
Dark simplemente cogió un vaso y se sirvió. Había hecho poco, por lo que la tetera ya estaba vacía. Aquella mañana parecía de buen humor, no tenia el ceño fruncido.
-¿Vas a revisar las motos? Recuerda mirar la batería de la mía, creo que le queda poca.-dije solo para hablar un poco con él. Sabía perfectamente lo de la batería.
El asintió, pero una vez hubo vaciado el vaso, dijo:
-Hoy me encargo yo de las tareas de casa. La ducha ya esta libre.
-Vaya, gracias.
Fui a mi habitación, dejando a Dark haciéndose el desayuno, y cogí la ropa que me iba a vestir (una camiseta blanca con "have a nice day", mi cazadora blanca y unos vaqueros). Me desnude y me metí en la ducha. El agua fría cayó sobre mí y limpio todo mi cuerpo. No pude evitar empezar a cantar. En apenas unos minutos, ya estaba dando todo lo que podían mis pulmones. Cualquier ocasión es buena para practicar, pensé. Kate ya me había dicho que tenía que practicar a menudo. Aunque lo más de las veces, eran ánimos para seguir adelante.
Una vez acabada mi sesión de canto (que duró bastante, dado el tiempo que tenía que dedicar a mi pelo), me vestí, trence mi pelo y salí dispuesta a comer mi desayuno.
Dark ya no estaba, y el hecho de oír el ronroneo de un motor en el garaje me confirmo su posición y actividad. Abrí la nevera y cogí un par de hojas de lechuga, que lave cuidadosamente, para después poner en una rebanada de pan fresco de procedencia no muy clara. Supuse que fue cosa de Dark, dado que la barra estaba empezada. Con un tomate y una manzana, ya tenía hecho mi desayuno, el cual me tome sin prisas.
Mire el reloj, aun eran las ocho y algo. Tenía tiempo de sobra. Decidí echar un repaso a mis libros durante un par de horas. Fui a mi cuarto y cogí el libro de la mesita de noche. Me sorprendí al ver mi cama hecha. Me senté en el borde del colchón y me puse a leer. Historia de Derterion, mis estudios, al fin y al cabo.
De no ser por que a las diez tenia puesta la alarma del reloj, me hubiera pasado todo el día leyendo. Me estire un poco y comprobé el estado de la casa antes de irme. Todo en orden. Sonreí satisfecha y cerré persianas y puertas antes de bajar al garaje, no sin antes decir un adiós que nadie oyó, pues no había nadie. Al bajar, vi que mi moto era la única que estaba. Realmente me gustaba, en especial los grabados plateados que tenia, de hojas de ábaco y rosas. Abrí el portal, me puse el casco, encendí el motor y me encaré con la carretera.
No llevaba prisa ninguna, así que conducía bastante tranquila. No como Dark, que siempre iba a toda la velocidad que le era posible. En un cuarto de hora, ya estaba en la ciudad. Di un pequeño rodeo antes de llegar al hospital, tenía ganas de pasear. Al final, aparque mi moto en el lugar de siempre y guardé el casco.
La recepción del hospital seguía como siempre, con unas cuantas personas sentadas en las butacas de espera, y la recepcionista saludándome.
-Buenos días, Seliskatius. Vienes un poco pronto.
-No tenía mucho más que hacer, señora Pelagia.
La señora Pelagia era una rusa de cincuenta y tantos años, severa con los desconocidos y familiar con los amigos. Al principio trabajaba de enfermera, pero al pasar los años acabo de recepcionista. Recuerdo que fue ella la primera cara que vi en este hospital.
-Que casualidad. Melanie también ha venido pronto hoy. Estas jovencitas de ahora…
Melanie era una chica de veinte años que trabajaba aquí como enfermera, entró al mismo tiempo que yo. Prácticamente, éramos compañeras de estudios, claro que ella pensaba dedicarse a la enfermería profesionalmente. Éramos bastante amigas, aunque rara vez nos veíamos fuera del hospital.
Con paso calmado, me dirigí a los vestuarios que teníamos detrás de recepción. Allí me la encontré.
Melanie tenía un pelo castaño claro, con una media melena escrupulosamente cuidada. Tenía unos ojos castaños con cierto tinte verdoso. Yo la tenía por guapa, y seguramente no era la única persona en opinarlo. No demasiado alta pero bastante delgada. Era una persona realmente amable y cariñosa, a la que yo tenía en estima. Le sonreí cordialmente.
-¡Selis! No esperaba verte ahora.-me dijo Melanie aún con su ropa de calle.
-Bueno, yo tampoco.-dije yendo hacia mi taquilla y cogiendo mi uniforme de enfermera.
-¿Cómo te va, amiga?
-En fin, otro sábado como otro cualquiera. Veremos que tal están los pacientes.
-A ver cual es el afortunado al que cuidaras, todos a los que atiendes se curan muy pronto.
-Oh, vamos. No exageres.
-Y por encima, eres la única voluntaria que he conocido jamás. Eres ejemplar, ¿nunca te lo habían dicho?
-Más veces de la que me gustaría, en serio.
-¡¡No es tiempo de charlar!!-gritó una voz severa con un volumen mucho más elevado de lo que nos gustaría a las dos.
Reconocimos al instante a la dueña de la voz. Era la instructora y supervisora de las enfermeras, la señora Thompson. Aunque las dos aprendimos mucho de ella, nos costaba encontrar agradable su presencia. Su costumbre de gritarnos lo explicaba en cierta manera.
Intentando evitar nuevos berridos (cosa que no pudo ser), nos cambiamos de ropa rápidamente y nos presentamos delante de ella.
-No os creáis que por presentaros antes de tiempo podéis perderlo charlando como cotorras. Melanie, ve a la segunda planta, al quirófano. Tú, Seliskatius, a la cuarta. El doctor Grend te dirá que hacer. ¡¡Ya!!
Le dirigí una mirada de compasión a Melanie: Aún no conseguía reprimir cierto miedo ante las operaciones quirúrgicas. Supuse que ese era el motivo por el que la señora Thompson la había mandado a ella y no a mí.
Tomé el ascensor (yo era más partidaria de las escaleras, pero tenia que llegar lo más pronto posible) y llegue a la cuarta planta sin más contratiempos que un niño del ascensor llamándome "enfermera guapa". Nada más entrar, me encontré con el doctor Grend.
-Vaya, Seliskatius. Parece que estas teniendo un éxito arrollador con los hombres…-comentó al oír al niño.
Me reí. El doctor Grend era un treinteañero que no destacaba por su físico, aunque tampoco hacia lo contrario. Pero su mejor cualidad era un buen sentido del humor.
-La señora Thompson me mando aquí.
-Pues no podría haber hecho mejor. Esta mañana me toca ocuparme de las vacunas contra el nuevo virus de esa condenada gripe. Teniéndote a ti, nadie tendrá miedo de esas agujas…
La verdad, nunca conseguí entender el pánico que alguna gente le tenia a las inyecciones. Aunque trabajando aquí, pude ver ejemplos muy claros y abundantes…
-Vamos, ven. Hay que preparar las agujas.
No perdí tiempo en pensármelo y seguí al doctor por los pasillos hasta llegar a un pequeño cuarto usado como almacén. Un montón de cajas y otras cosas se apilaban con un inaparente orden. El doctor Grend cogio una de las cajas. Parecía pesada.
-¿Crees que podrás con la otra?
-No se preocupe, doctor.
Confirmando la etiqueta, agarre la otra caja. Sí, era pesada y bien pesada. En aquellos momentos era cuando echaba en falta la constitución de Dark. Podía con ella, aunque me costaba lo mío.
Resoplando un poco, deje la caja delicadamente en el suelo de la consulta. Me recoloque el uniforme.
-Ya viste que van bien repletitas. Tenemos que administrarlas todas…
-Y supongo que con eso ya tenemos ocupada la mañana…
-En efecto. Pero piensa que cada una que pones, es una persona que se salva de la gripe. Creo que te lo agradecerán.
-No me hace falta que lo hagan.-repuse sonriendo.
-Creo que todo el personal sanitario de este país debería tomar ejemplo de tu optimismo…
Y después Melanie no me creía que estuviera cansada de oírlo…
-Bueno, ve llamando a la gente.-me dijo tendiéndome una lista. Una muy extensa lista.
Nuestro primer paciente era ni más ni menos que el niño del ascensor. En cuanto entró, tomado del brazo de su madre, se me quedo mirando con los ojos muy abiertos.
-¡La enfermera guapa! ¡Mira, mamá! ¿A que es guapa?
Sonreí cansada. Aquel rapaz parecía creer que yo era un ángel o algo así.
-No le haga caso, joven. Ya sabe como son los niños.-se disculpo la madre.
-No pasa nada, señora. Todos fuimos niños alguna vez.
El doctor Grend termino de preparar la jeringuilla. Al verla, el niño pareció asustarse un poco.
-No te preocupes, pequeño. Será la "enfermera guapa" quien te la ponga.
Le dirigí una mirada de reproche para después coger la jeringa y arremangar al rapaz.
-Vamos, que no es nada. Si te portas como un valiente, te daré un regalo ¿Vale?-le dije al niño.
Al parecer funcionó, por que simplemente miro hacia otro lado, esperando el pinchazo.
Al instante vi donde estaba el caudal sanguíneo e hice presión con la aguja. El rapaz no pareció notarlo (o eso intentaba aparentar). Vacié el contenido en su cuerpo y después le coloque una tirita en el brazo.
-Venga, campeón. Ya esta.
El simplemente se me quedo mirando.
-Ah, quieres tu regalo. Claro, lo prometido es deuda.
Me incliné y le besé suavemente la frente. El niño comenzó a colorarse hasta el punto de parecer una luz de tráfico. La señora se despidió de nosotros y abandono la sala.
-Vaya, menuda mujer fatal que nos has salido. ¿No crees que te has pasado? Ahora ese niño no se volverá a lavar la cara.-comentó el doctor Grend.
-Se la debía por el ascensor…
-Ya… Recuérdame que tenga cuidado contigo.
Eran las dos pasadas cuando acabamos con la última vacuna. Me senté en la silla un poco cansada.
-Creo que ya hemos acabado la lista.
-Muy bien. Puedes irte a comer a casa, si quieres. Me has sido de gran ayuda, Selis.
-Gracias, doctor.
Baje al vestuario a cambiarme. En el ascensor encontré a Melanie.
-Oye ¿Qué tal en quirófano?
Melanie articuló una expresión de angustia.
-Fatal, me sentía agobiada, con aquel hombre abierto en canal… pero esta vez no fue tan mal como la primera…
-Vaya, estas mejorando.
-Me alegra que lo digas… ¿Tú que tal?
-Toda la mañana poniendo inyecciones. Fue un poco aburrido, la verdad.
-A mi me mandaron limpiar el quirófano después de la operación. No sabes las ganas que tengo de tomarme un descanso…
-Venga, dentro de un poco ya estarás comiendo una de esas pizzas que tanto te gustan.
-En serio, Selis. ¿Por qué no vienes conmigo?
-Estoy muy ocupada. Además mi compañero se preocupa mucho si intento salir con alguien.-dije sonriendo.
-Ese compañero tuyo debe ser un aguafiestas… Entiendo que al ser una exiliada quieras protegerte, pero es que solo te veo aquí y en los conciertos…
-Melanie, entiéndelo. Además es por ti.
-Vale, vale.
Las dos llegamos a nuestros vestuarios (seguidas por la acuciante mirada de la señora Thompson) y nos cambiamos. Melanie vestía una camiseta roja con el dibujo de un cachorro de tigre. Unos vaqueros y un bonito cinturón marrón. Salimos por la puerta tras despedirnos de Pelagia. Hacia un hermoso día, aunque se veían unas nubes en el lejano horizonte.
-Un día tienes que llevarme en esa pedazo de moto que tienes. No te pega una maquina tan grande.
-Oh, va bien, no creas.
-Te creo. Hoy no, que pillo un taxi.
-Como quieras…-dije un poco decepcionada. Quería enseñarle a Melanie la suavidad que podía tener mi moto.
Viendo como ella se introducía en el amarillo vehículo, me monte en mi chopper e hice ronronear el motor.
En poco tiempo, ya recorría las calles de la ciudad con relativa calma. Mientras me paraba en un semáforo, pensé que iba a comer hoy. Primero hice un pequeño inventario mental de qué había en la nevera. Verduras y fruta principalmente y un poco de carne. Tampoco es que estuviera muy hambrienta, así que algo ligero… El semáforo se puso en verde.
Ya podía ver el mar, que ese extendía a mi lado por todo el horizonte, con aun un tímido sol en lo alto del firmamento. Había poco tráfico, así que no tuve problemas en hacer un viraje rápido y detener mi moto en el hormigón delante de la puerta del garaje. No vi rastro de Dark ni de su vehículo. Quizás aun no había venido, o quizás no pensaba comer en casa esta vez. Abrí la puerta y deje allí mi moto, para después subir.
La casa estaba recién limpia, por lo que deduje que Dark se había pasado por aquí para adecentarla, y después se había largado. Francamente, y aunque la casa no necesitaba mucho cuidado, encontraba agradable el aspecto limpio que ofrecía entonces.
Dado que hacia buen tiempo, decidí comer en la terraza.
Abrí la nevera, y viendo las existencias me decidí por unos rollitos de primavera.
Empecé a ponerme la mesa en la terraza. Un mantelito, el plato, los cubiertos y una varita de incienso. Más allá del balcón se extendía mi jardín y el mar. Realmente, era un paisaje que me resultaba conmovedor. Volví a la cocina y me prepare dos rollitos mientras tarareaba para mí. Lleve mi comida la terraza y allí comencé a comer.
Estaba delicioso. Aun así, eché un poco de menos la compañía de Dark. Aunque silencioso y hosco, me sentía extraña si él no estaba cerca. Supuse que me había acostumbrado demasiado a tenerlo alrededor.
Un pequeño pájaro se poso en la barandilla, piando suavemente. Le di unas migajas de mi comida y lo acaricie un poco. Una vez hube acabado, recogí y lave el plato. Dark me había dicho que él se encargaba, pero lo hice de cualquier manera.
Di un paseo por la casa, mirando como estaba. Todo en un riguroso orden. A la tarde volvería al hospital, así que mejor tomar un descanso. Volví al salón. Eche un vistazo por encima a una partida de ajedrez que tenía pendiente con Dark, pero en aquel momento no se me ocurrió ninguna jugada especialmente brillante.
Me senté en el sofá y encendí la tele. Rápidamente puse las noticias. En aquel momento estaban con el parte económico. Miré las cifras que recorrían la pantalla y me guarde mis propias conclusiones. Había algo extraño en todo aquello. Sin muchas ganas de seguir delante de la tele, la apagué sin más ceremonias.
No tenía mucho que hacer. Volví a montar en mi moto para irme.
Estaba llegando a la ciudad cuando lo sentí. Un fuerte estampido, como el de un trueno en la tierra. Una gran columna de humo alzándose en el horizonte. Un humo, negro, espeso. Augurio de muerte y caos.
Había estallado una bomba.
Adelante un tanto temerariamente al coche que circulaba delante de mí. Habría muchos heridos, seguramente. Al hospital llegaría una avalancha de moribundos, y en cada caso unos pocos minutos marcaban la diferencia entre la vida y la muerte. Tenía que llegar y ocupar mi puesto lo antes posible.
Llegué al aparcamiento y aparque con un derrape mas propio de una piloto de rally que de mi. Melanie estaba allí, corriendo hacia las puertas. La alcance sin esfuerzos.
-¡Selis! ¡Como me alegro de verte!
-No es el momento, Melanie. Ya sabes lo que tenemos que hacer.
Cruzamos la sala de espera con rapidez, pronto deje a Melanie detrás. No lo parecía, pero era una buena corredora. En cuanto me cambie y me preparé, ocupe mi puesto en el aparcamiento de la sección de urgencias. Pronto Melanie se reunió conmigo y el resto de personal.
-Estoy preparada, Selis.-me susurró Melanie.
Sabía que en el fondo, lo decía por ella. Era una chica sensible. Un aluvión de moribundos agonizantes era lo último que nuestro ánimo necesitaba. Pero era nuestro deber, y como tal, íbamos a cumplirlo.
Las sirenas anunciaron desde la distancia aquello que a la vez temíamos y anhelábamos. Con la rapidez propia de estos casos, se abrieron las puertas de la ambulancia. Sabía lo que me encontraría y estaba mentalizada. Agarré la camilla con prontitud sin mirar al ocupante, cosa que Melanie si hizo. Ella retrocedió.
Era un hombre, le faltaba la pierna izquierda y tenia el cuerpo abrasado y en muy mal estado hasta el cuello. Empecé a correr llevando la camilla. Al pasar por el lado de Melanie, pude ver como esta derramaba una queda lágrima.
Empecé a hacerle los primeros auxilios y a diagnosticar las heridas. Era más grave de lo que me pareció al principio: Tenía trozos de metralla incrustados en el pecho. Me habló. Su voz era ahogada y débil.
-Dígame la verdad... ¿Sobreviviré?
-¡Por supuesto que si!-exclamé.
Lo haría, sí. Si se le atendía rápidamente y con eficacia. Y yo personalmente iba a asegurarme de eso.
Me pareció que sonreía. Parecía que confiaba en mí. No iba a defraudarle.
Sin perder un instante, cogí los instrumentos de cirujano que tenia al alcance. Lo prioritario era detener la hemorragia y extirpar la metralla.
-Bien, por ahora esta fuera de peligro. Le traeré a un medico.
-Gracias...
-No las aceptare si no se recupera.
Volví corriendo a la puerta. Mi uniforme estaba abundantemente manchado en sangre, pero ni siquiera me di cuenta de eso. Melanie aun estaba allí. Dada su experiencia, solo podía encargarse de primeros auxilios, así que casi todo su tiempo tenia que dedicarlo a descargar las ambulancias.
-Selis... no puedo... aquel niño...muerto...
-¡Melanie, no te rindas! ¡Aun quedan muchos, y sus vidas están en tus manos!
Mi madre me había criado entre algodones, intentando alejarme todo lo posible de la guerra que sufría nuestro país. Pero cuando yo apenas tenia cuatro años, le fue imposible seguir protegiéndome, y tuvo que ponerme en manos de unos amigos de la familia y mandarme al exilio. Entonces conocí la crueldad de la guerra y comprendí que lo que muchos llamaban infierno en realidad se encontraba en este planeta. Durante las horas que siguieron, a mi mente le fue imposible liberarse de los horribles recuerdos de mi primera experiencia en un hospital de campaña en primera línea. Gente ensangrentada, gente que viviría, gente que moriría... Inocentes envueltos en una sangrienta espiral, civiles que pagaban el precio del soldado.
Cada vida que pasaba por mis manos la cuidaba como si fuera la mía propia, aferrándome al último aliento con todas mis fuerzas. Por supuesto, tenía que aceptar que había algunos que ya estaban sentenciados sin posibilidad, por mucho que odiase el hecho. En esos casos, procuraba hacerles el transito lo más confortable posible.
Mis manos goteaban sangre, y mi pelo estaba apelmazado en las puntas. Resoplaba pesadamente. La peor de las oleadas ya había pasado, ahora quedaban victimas leves, pero no por ello menos urgentes. Pero mi cuerpo se negaba a dar más de si tras ocho horas de adrenalina, sangre y miedo. Estaba sentada en una de las sillas de recepción, a punto de desmoronarme de puro cansancio. Melanie estaba conmigo, apoyada en mí y con síntomas aún más acentuados de fatiga. Al menos ahora había conseguido controlar las náuseas. Ella se había comportado muy bien, cumpliendo su deber con una eficiencia envidiable. La admiraba por ello.
-Selis... no puedo más...
-Yo… tampoco.
-¿Qué demonios ocurrió allá afuera?
-Un atentado en el aeropuerto…-dijo la señora Pelagia, que se había acercado sin que ninguna de las dos se hubiera dado cuenta.- Piensan que fue cosa de terroristas, pero de momento no han revindicado nada ni se han identificado. Simplemente, pusieron la bomba y se largaron, los muy desgraciados.
Inmediatamente vino a mi mente quien podía estar detrás de todo eso. Solo conocía a un grupo terrorista en la ciudad capaz de hacer eso. No, no iba a dejar las cosas así.
-Estáis destrozadas. Lo siento mucho, chicas.
-No se preocupe. Es nuestro deber.-respondió Melanie.
-Pues lo habéis cumplido muy bien, la señora Thompson esta muy orgullosa de vosotras. Por ahora, será mejor que volváis a casa a descansar.
-Pero…
-¡No admito peros! ¡Mirad como estáis! ¡Id a casa, es una orden!
Algo resignadas, nos vimos obligadas a obedecer. Con paso arrastrado, fuimos a las taquillas y nos cambiamos y limpiamos. Salimos del hospital.
-Ten cuidado al conducir, Selis.
-Mmm…No se si será buena idea montarme en la moto ahora.
Entonces las dos nos fijamos en un llamativo coche en el solitario aparcamiento. Era un Pointiac Firebird con llamas pintadas. Un coche que reconocería en cualquier parte.
Apoyada en el vehiculo, esperaba una chica igual de notoria. Bajo el farol, su pelo naranja vivo, peinado en una coleta, destellaba como si fuese una llama. Tenía los ojos de un bonito color azul claro y unas facciones atractivas. Vestía un top negro de lana y una cazadora azul, también unos ceñidos vaqueros complementados por unas botas de gogó. Aquella ceñida indumentaria no ocultaba una realmente destacable silueta.
Reconocí que no esperaba ver a Catherine, mi compañera de clase y la guitarrista del grupo Sunmoon (del que yo era la cantante), allí.
-Ey, Selis… ¡Vaya pintas llevas! ¿Qué ha pasado?
-Ya sabes… el atentado y eso…
-Oh, claro. Debió de ser muy duro…-Entonces Kate reparó en Melanie, que aun seguía cerca de mí examinado a Kate con cautela.- ¿Quién es ella?
-Bueno… Es Melanie, mi compañera en el hospital. Una buena amiga mía. Melanie, esta es Kate, la guitarrista del grupo. Siento que os hayáis tenido que conocer en esta situación.
-No es tu culpa. Encantada.-dijo cortésmente ante Melanie, al que esta respondió con un amago de sonrisa.
-Tendrás que perdonarnos, pero estamos algo cansadas.-dijo Melanie.
-Bueno… la verdad es que vine aquí por que sentí la bomba, y sabiendo que Selis estaba trabajando y lo abnegado de su personalidad… en fin, que cuando acabará no estaría en disposición de volver a casa por si sola.
-¿Me has venido a buscar?-le pregunte.
-Resumiéndolo: sí.
-Muchísimas gracias, Kate. Te debo una.
-Puedo llevaros a las dos. ¿Dónde vives, Melanie?
Ella titubeo.
-Tranquila, puedes confiar en ella.
-En el 37 de la Avenida Baja.
-No hay problema. Venga, montaos.
-Gracias por llevarme…-dijo Melanie, sentada junto a mí en los asientos de atrás.
-No tienes por qué. Las amigas de Selis son mis amigas.
-En serio, Kate. Creo que te debo la vida.
-No seas así. Los únicos que deben vidas son todos esos a los que habrás ayudado en el hospital.
-No sé como devolvértelo….
-Me conformo que hagas un buen papel la próxima vez que toquemos… eh, Melanie ¿Nos has visto alguna vez?
-Si, un par. Lo hacéis muy bien, en serio.
-No hace falta que me agradezcas nada, ricura. Ya hemos llegado.
El Pointiac circulaba con cierta calma por el radio exterior de la ciudad. Kate manejaba el volante sin grandes esfuerzos. Yo me esforzaba por no caer dormida sobre la ventanilla, cosa nada fácil. Mi pelo seguía apestando a sangre.
-Desde luego, menudo aspecto tienes.-oí que decía Kate.
Refunfuñe, no me sentía capaz de vocalizar nada más.
-Bueno, imagino que sabrás donde enterarte de los detalles de lo del mediodía. Seguro que Dark sabe más que yo.-dijo Kate
Entonces algo ardió dentro de mí. Fue como si la frustración de todos los muertos y heridos tomaran presencia y se inflamaran en mis venas. Una furia que no creía capaz de sentir se adueño de mí.
-Dark… No pienso perdonarte lo que has hecho…-pensé para mí.
Darknam era miembro de un grupo terrorista establecido en la ciudad. Luchaban desde las sombras para derrocar desde el extranjero al tirano de Markion, su patria. Markion y Derterion llevaban décadas en guerra, la misma guerra que nos obligo a Darknam y a mí a exiliarnos en los Estados Unidos. Mi único deseo es que la guerra finalizase, pero Dark solo estaría satisfecho cuando Minos, el tirano de Markion, estuviera muerto. No descansaría hasta ver con sus propios ojos la tumba de Minos… de su padre. No le importaba sacrificar miles de vidas si era necesario para lograrlo.
Esa era la persona responsable de tanto dolor y sufrimiento del que había sido participe. Darknam, príncipe de Markion. Darknam, la persona con la que compartía mi casa. Darknam, aquel a quien deseaba odiar en ese momento.
Viendo mi cambio de humor, Kate se preocupó.
-Selis… ¿Estas bien?
-Acelera… quiero llegar pronto a casa.
Parecía sorprendida y algo asustada cuando sobrepaso el límite de velocidad establecido. Aunque ella siempre me decía que era de lo más apacible que se había encontrado, cuando realmente me enfadaba podía llegar a asustar bastante.
¿Por qué? ¿Por qué poner una bomba en el aeropuerto? ¿Qué hizo que toda aquella gente mereciera una explosión? Darknam era práctico e inhumanamente frío. No le importaba causar dolor en la consecución de sus objetivos. Pero eso no quería decir que lo causara innecesariamente (aunque no le desagradara). Tenia que tener unos buenos motivos para haber hecho aquello. Y yo pensaba averiguarlos… porqué como no los tuviera…
Kate aparcó el Pointiac en la entrada al garaje. Las dos salimos del coche.
-Si tal mañana pasó a buscarte para que puedas coger la moto…
No le respondí. Furibunda, entré en casa.
Allí estaba él, tranquilamente sentado en una silla delante de la inconclusa partida de ajedrez. Como si nada hubiera pasado, como si aquello hubiera sido solo una brisa. Su calma me irrito aún más. Me miró al notar mi alteración. Parecía que ya saber de antemano cual seria mi respuesta a lo que había hecho. Sus gélidos ojos estaban clavados en mí, expectantes por ver cual sería mi reacción.
Ni siquiera se apartaron cuando Kate entró en casa.
-La madre… cuanta tensión hay hoy en el ambiente.-comentó ella por lo bajo.
-Darknam…Has sido tú ¿Verdad?-fue lo único que alcancé a decir.
Por su cara, seguramente había dicho lo que el había previsto que dijera.
-Sabes que no podría haberlo hecho solo… Traes un aspecto… impactante. Será mejor que te duches.-respondió en derterense. Al parecer, no quería que Kate se enterase de nuestra conversación.
Al menos, en eso estaba de acuerdo con él.
-¡¿Por qué?! ¡¿Por qué lo hicisteis?!
-Te lo diré en una palabra: Horngrant. Un espía pensaba filtrar los planos. Asesinarlo con una bomba en el aeropuerto era nuestra mejor opción. Así no llamará la atención. Ya tenemos a unos islámicos como cabezas de turco.-respondió con una calma frustrante.
Tuve que echar mano del sofá para caer sobre blando. Comencé a sudar frío. Horngrant… Aquel asunto era muy peligroso. Demasiado.
Markion siempre fue una nación muy beligerante, y por tanto desde sus comienzos siempre estuvieron a la última en desarrollo de armamento. Su más temible creación eran los misiles Horngrant. Misiles nucleares de baja magnitud. Su pequeña potencia en comparación con el resto de cabezas nucleares lo hacia mortalmente versátil y eficiente, pudiendo atacar cualquier objetivo indiscriminatoriamente desde cualquier vehículo lanzacohetes. Puestos avanzados, líneas enemigas, ciudades…Lo destruían todo y solo permanecía la radiación. Eran mucho más terroríficos que el armamento nuclear de los EEUU.
Por suerte, Markion es la única potencia que cuenta con semejante arsenal. De momento el resto del mundo ha sido incapaz de desarrollar una tecnología semejante. La mera idea de una nación como los Estados Unidos con semejantes armas se me parecía salida de una pesadilla.
-¿Qué prefieres, una o dos docenas de muertos… o unos cuantos descerebrados con el poder de causar un holocausto nuclear? Entiéndelo, Selis. Solo he elegido el mal menor.
Sencillamente no podía responder… Tanto dolor, tanto sufrimiento… ¿Para qué? No conseguía aceptarlo por más que lo intentará. No pude moverme. Me quede allí, apoyada en el respaldo del sofá, totalmente paralizada. Había llegado a mi límite…
Darknam simplemente permaneció en su sitio. Kate vino en mi ayuda.
-¡Selis! ¡¿Estas bien?!
-Una pequeña impresión, eso es todo. Solo tiene que descansar un rato.-respondió Darknam, ahora usando el ingles.
-Vamos, levanta. Te llevaré a cama.
Ella me hizo incorporar y me apoyó en ella, de modo que pudiera cargar con mi cuerpo y llevarme a mi habitación. Apenas pude responder más que con un ahogado y apenas audible "gracias".
Me dejo sobré mi cama y de paso dejo unos papeles en la mesa.
-Son las partituras de la nueva canción. Échales una ojeada cuando te sientas mejor.
Su voz apenas consiguió llegar a mi nublada mente.
Apagó la luz y se fue, mirándome con un gesto de preocupación y solidaridad
Me quede sola en la oscuridad de mi cuarto. Pronto perdí la consciencia y me quede dormida tal cual sobre mi cama.
