Historia presentada en la Guerra Florida, abril 2011. Esta es su segunda edición, noviembre 2017.

ESA CHICA ES MÍA


Historia basada en la carta de Terry a Candy en la novela "Candy Candy: Final Story", y en el capitulo del anime donde aquel inolvidable quinto domingo Candy y Terry se encuentran de casualidad en el hipódromo y hacen una apuesta.

La interpretación de Sergio Dalma de su canción "Esa chica es mía" es el marco bajo el cual se amalgama esta trama. Espero sea de su agrado.

Personajes propiedad de Mizuky e Igarashi, Candy Candy.

Fanfic sin afán de lucro.

La historia presentada bajo el concepto de derivación, me pertenece.

ADVERTENCIA:

Contenido LEMON. Si no eres afecto a esta temática, favor de abstenerte en la lectura.

Tu derecho es elegir tus lecturas. Mi obligación es enterarte sobre el contenido de la trama.

Gracias.

"Goza de mi lectura como yo goce escribiendo"

Chica de Terry


Broadway, Nueva York.

A pasado tanto tiempo y aún el estómago se me encoge, los escalofríos me erizan la piel, la incertidumbre me desespera, el corazón no deja de latir irascible por ti.

Con un súbito temor y con las manos trémulas doblo la hoja con sumo cuidado como si ese trozo de papel fuera mi propia alma, la meto en el sobre con los datos correctos escritos con antelación, que por enésima vez vuelvo a verificar. La punta de mi lengua lame el filo de la pestaña, siento que desfallezco, el corazón se agita a punto de estallar, presiono y sello.

Éste pedazo de papel lleva mi última esperanza, el último hilo de fe que existe en mí.

Camino por la calle y lo llevo directamente a la oficina de correos, pago el importe, pego las estampillas; justo antes de arrojarla por la rendija, sin vergüenza alguna la toco con mis labios y susurro:

"Que sea lo que tenga que ser… solo quiero que lo sepas"

De regreso a casa, camino despacio por la calle llena de gente, repaso en mi mente las palabras escritas, líneas breves pero reales, sin rodeos ni frases maquilladas, simplemente la verdad.


Querida Candy:

¿Cómo estás?

Ha pasado un año desde...

Había tenido planeado el hacer contacto contigo de nuevo después de que había transcurrido ese tiempo, pero otro medio año ha transcurrido por mi indecisión.

Pero, ahora, he reunido el coraje y he decidido enviarte ésta carta.

Para mí no ha cambiado nada.

No sé si alguna vez leerás estas palabras, pero quería que supieras al menos esto.

T.G.


El tiempo pasa lento cuando uno espera. Tres semanas, un mes y nada. Respuesta sin respuesta. El silencio es sin duda una réplica. El joven se embarcó rumbo a Londres.


Pony Hill, Lakewood.

-Señorita Pony, señorita Pony

- ¿Qué sucede Jimmy?

-Traje esto –el jovencito muestra una carta a la gentil dama- es para Candy, estaba en la oficina de correos desde la semana pasada pero el cartero enfermo y no pudo entregarla, así que me ofrecí a hacerlo.

-Gracias Jimmy, pero desafortunadamente has llegado 20 minutos tarde, Candy se fue.

-Qué pena, podría ser algo importante.

-Déjame ver… -El joven le extendió la carta- seguramente será del Señor Ardlay, le escribe a menudo… ¡Oh santo cielo!

- ¿Qué sucede señorita Pony? –Dijo el joven al ver la expresión de sorpresa en la cara de la mujer.

-Jimmy, ve al pueblo y busca al Señor Georges Villers, está hospedado en el hotel principal. Vamos, rápido muchacho, ¡es de vida o muerte!

- ¿Y qué le digo?

-Dile lo que me has dicho a mí, él sabrá que hacer.

- ¿Por qué no esperamos a que Candy vuelva?

-Podría ser muy tarde. Anda, ¡ve! Tal vez lo alcances.

El joven salió a todo galope rumbo al pueblo dejando tras de sí una polvareda. Jimmy no tenía idea de lo que llevaba en el bolsillo de su camisa vaquera. La señorita Pony elevo una plegaria al cielo con todo su corazón, deseando que ésa carta llegara a manos de Candy lo más pronto posible y tal vez, solo tal vez…


Londres, Inglaterra. 1925.

La vieja ciudad no había cambiado mucho, la gente seguía igual que siempre, los mismos barrios, los mismos negocios, los mismos recuerdos.

- ¡No puede ser lo que ven mis ojos! ¡Terry Granchester!

- ¡Albert! Señor Ardlay, cuanto tiempo.

Los dos hombres de igual estatura entraron a un pub, tomaron asiento y pidieron unas cervezas, a grandes rasgos se pusieron al día de sus correrías y de la gran coincidencia de encontrarse en Londres, Hablaron sobre el fin de la guerra, la gran depresión, los cambios radicales en sus vidas.

-Así que ahora te estás dando un espacio.

-Sí, quiero establecerme en Londres. Tengo un gran proyecto, formar mi propia compañía, escribir algún libreto, mi vida es el teatro.

-No serás la reencarnación de Shakespeare, Terry. –rio el rubio desenfadadamente, luego miro su reloj de pulsera- el tiempo corre muy rápido tengo que ir al hipódromo.

-Puedo llevarte si lo deseas, mi auto está a dos calles –el rubio quedó pensativo un momento- claro, si lo deseas. No es problema para mí, Albert.

-Agradezco tu amabilidad, vamos entonces.

En el auto enfilando hacia Epsom, los dos hombres seguían charlando, Terry deseaba con todas sus fuerzas preguntar por Candy, la ansiedad le bullía dentro, cuando estaba a punto de formular la pregunta, el recinto se elevó majestuoso ante sus ojos. La oportunidad se fue.

-Por cierto, no te pregunte que te trae al hipódromo, ¿Acaso piensas apostar?

El rubio rio sonoramente.

-No Terry, sabes que prefiero a los animales en libertad que, haciendo este tipo de cosas. Vengo en apoyo a un amigo, sus caballos correrán esta semana y el primero compite justo en la siguiente carrera.

-Ah… vaya.

Los dos hombres entraron al lobby, habiéndose paso entre la gente que abarrotaba el sitio, Albert buscaba ubicar a su amigo.

-Hace mucho tiempo que no pisaba este lugar -Dijo el castaño rememorando- Por cierto gané aquel día una apuesta. Lo declaré un empate. A estas fechas Royal King debe ser todo un semental pasando una vida tranquila bien ganada, después de sus días de gloria.

- ¿Y por qué razón hiciste eso? Después de ganar… acaso no fue ventajosa la apuesta como para declararla empate.

-No tienes idea de cuan ventajosa fue, pero…

-Mira, ahí viene. No te vayas Terry, quiero que lo conozcas.

Mi viejo amigo se aleja un poco y saluda al hombre vestido de vaquero americano, pareciera que se conocen bien, se palmean la espalda en un afectuoso saludo estilo campirano, se tratan cordialmente, después regresan hacia mí y noto como el rostro del vaquero se tensa un poco.

-Terry te presento a Tom Stevens. Tom él es…

-Lo sé, aun viviendo en el campo se quién es Terrence Granchester.

El vaquero con su mano grande y tosca por el trabajo del campo, me da un fuerte apretón, quizás más de lo normal, trato de mantenerme sereno, tengo la impresión de que Tom sabe más sobre mí de lo que puedo imaginar.

-Mucho gusto Tom Stevens, espero que lo que sepa de mí, sea grato - dije de buen agrado ¿Tom Stevens? Sería demasiada la coincidencia si él fuera…

-No se preocupe señor Granchester, yo…

Una voz femenina llamando a Albert entre la gente me estremeció por completo que la sangre se fue hasta mis talones provocándome un sudor frio, si pudiera verme ahora mismo juraría que estaba blanco como un papel.

- ¡Albert! ¡Albert! Llegaste al fin, cuanto tiempo sin verte.

Dijo la efusiva chica mientras se adelantaba esquivando a las personas hacia nosotros.

El amor de mi vida se colgó del cuello del rubio con tanto fervor y cariño que odie mirarlo, al mismo tiempo desee ser yo quien estuviera en su lugar, totalmente aturdido por tantas emociones improvistas que apenas y podía respirar, desvié la mirada. El vaquero aclaro la garganta al ver que los chicos se negaban a separase y yo desee que me tragara la tierra.

- Oh… Candy, ¡estás preciosa!

- Gracias, William.

- Mira a quien me encontré en las calles de Londres.

Mi respiración seso, ella giró y con esa misma sonrisa franca de siempre como si no hubieran pasado años sin vernos se acercó a mí.

- Terry. Terry Granchester. ¡Que sorpresa! y que gran coincidencia.

Me tomo de la mano y me saludo tan fríamente que me congelo el alma, su rostro sonreía, pero su lenguaje corporal era tan álgido que más bien pareció su saludo, una bofetada.

-Hola, Candy. Sí, que coincidencia. Ha pasado el tiempo…

En ese momento se anuncia la siguiente carrera y el vaquero se lleva del brazo a mi Candy hacia la sección de palcos, frente a la pista. Ella se despide como un simple: "Que gusto verte".

Mi desconcierto es total, ¿recibiría la carta? Si la recibió llegó demasiado tarde, ¿será "algo" del vaquero ése? mi corazón arde como nunca, pero trato de controlar los celos que devoraban mi alma para que William, como Candy lo llamó, no lo notara, a estas alturas estaba tan molesto y sorprendido de mí mismo al ver como esta mujer podía sacarme tan fácilmente de mi centro con tan solo su presencia.

- ¿Cómo vez a Candy? Se ha puesto muy bella

- Necesito un trago –Fue mi respuesta.

-Vamos al bar –Indicó Albert en tono calmado.

"Terry, Terry, sigues enamorado de ella" Pensó el rubio con satisfacción.

-Un… lo más fuerte que tenga. ¡ahora! –Ordeno al barman.

-Pensé que no bebías más. Creía que una cerveza era tu cuota para compartir con un viejo amigo.

-No lo hacía… hasta hoy. –Apenas le sirvieron, el joven empujó el vaso hasta el fondo de un solo jalón, sintiendo como el líquido ámbar quemaba su garganta.

- ¿Por qué no se lo dices?

-Decir que… –dijo el hombre castaño zarandeando el vaso en su mano.

-Por qué no le dices lo que sientes -Albert le habló sin tapujos.

-Envié una carta y no tuve respuesta –Respondió el joven sin chistar.

-No te preocupes, ella siempre contesta. Le gusta escribir cartas.

-Sí, claro. Eso lo sé muy bien. Imagino que hablan a través de ellas ¿no? Seguramente habla contigo todo el tiempo, es una garantía. Siempre fue así. Sin embargo, veo que ya no quiere saber nada más de mí. Se comportó tan… fría.

-Eso que importa, ella está aquí. No hay peor lucha que la que no se hace Terry y tú siempre has dado la batalla; además no se han visto en mucho tiempo, no juzgues tan a la ligera. Es lógica su reacción.

- ¿Qué quieres decir? –mi corazón casi se detuvo en seco.

-Nada en particular. Ella estará aquí en Londres algunos días. Por cierto, tengo que irme de viaje nuevamente, sabes que no puedo quedarme quieto demasiado tiempo, hay mucho que ver y conocer.

El alto rubio se puso de pie.

-Terry, tengo que ir a despedirme, ¿vienes?

-No. Te espero en el estacionamiento.

- ¿Estás seguro?

-Sí.

Terry empujó el último resto de licor y se dirigió a la salida mientras Albert volvía con sus amigos. Luego de reunirse en el estacionamiento, montaron en el vehículo, Terry lo llevó a su hotel mientras Albert le comentaba que solo esperaría a que Georges llegara de América a más tardar mañana por la tarde. Luego se despidieron y el joven actor se dirigió al departamento que rentaba en un buen barrio Londinense. Nunca hubiera esperado encontrarse a Candy, allí en Londres y en el hipódromo como aquella vez…

Los recuerdos fluyeron de inmediato como si hubieran sucedido ayer, por la noche no pudo conciliar el sueño recordando, repasando cada mínimo detalle, cada encuentro, cada palabra, cada gesto de ella, sus cartas que aún conservaba, las tardes en Escocia sentados frente al piano, la cabalgata, el lago, el biplano, sus labios…

Que dulces recuerdos, que bellos anhelos había entonces, seguro estaba Terrence que ésa chica era suya, que así como él moría por sus amores, ella estaba loca de amor de igual manera, aunque le costara admitirlo. Esa chica de coletas era suya, nada más suya, en contra de todos incluso de ella misma.

- Por eso eras mía. Candy, no me rendiré sin luchar -Se lo prometió a sí mismo con total convicción.


Al siguiente día, se presentó en el hipódromo. Como un novio que va a su primera cita estaba nervioso, se sentía un adolescente otra vez, solo que en esta ocasión los nervios lo destrozaban. Caminó por ahí hasta que localizó su palco, se sentó en el bar y miró de lejos la interacción de su bella chica y del vaquero americano.

La carrera comenzó, Terry pudo disfrutar de lejos de la Candy de siempre, sin poses, la misma loquita que vivía la vida a grito abierto. La misma frescura, el mismo candor a pesar de su imagen de mujer. Su moderno traje de dos piezas en tono verde profundo, alejado de la moda del momento, la chaqueta marcando la esbelta cintura, esa falda ajustada al cuerpo abrazando sus curvas, sus bien formadas pantorrillas expuestas y firmes sobre esos zapatos altos. Sencillamente bella, toda una dama, Su cabello pulcramente recogido en un rodete, el sobrerito gracioso quedó olvidado en el asiento mientras ella animaba al jinete y al corcel a todo pulmón, sin ninguna pena.

-Mi Tarzán pecosa, no has cambiado nada…

El vaquero estaba demasiado entrado en la carrera y en las estadísticas de sus panfletos, Terry pensaba que si él, estuviera en su lugar, se concentraría en la preciosa dama a su derecha. Nada había más bello en aquel lugar que ésa mujer y Stevens solo miraba los números, consideraba el actor.

De pronto con su sabida rebelde independencia salió del palco, dijo algunas palabras al vaquero quien solo asintió sin siquiera volverse a mirarla, ella hizo una mueca graciosa y se dirigió al bar, directo hacia el joven castaño que no daba crédito a su suerte.

-Una limonada, por favor –Solicitó la chica.

Candy estaba parada observando con atención como el barman preparaba su bebida, me acerqué un poco y me senté en uno de los sillones cerca de la barra sin hacer el menor ruido, cuando le entregaron la bebida ella la tomó, puso el dinero sobre la bandeja y giró para alejarse.

- ¡Hey, pecosa! a dónde vas tan sola.

Ella se tensa al escuchar y reconocer mi voz, compruebo con alegría que la he inquietado, empuja su vaso contra sus labios apresuradamente, disimula no escuchar y hace como que no ve, pasa orgullosa a mi lado concentrada en su bebida, sigo mirando como su cuerpo se balancea conforme se aleja, mi mirada no puede evitar devorar cada movimiento. Completamente temblorosa por mi inquisitiva mirada los pasos se le van, por fingir no verme y evitar decirme: "Hola"

"Candy, eres mía. Casi, casi mía. Voy a pelear por ti, pero creo que aún no te fías de mi amor" -pronunció el actor con satisfacción para sus adentros.


Al siguiente día regreso nuevamente y vuelvo a encontrarlos juntos. Como si nada ocurriera ríen felices, desbordan alegría, se hablan con familiaridad, pero eso no me desanima.

"No hay peor lucha que la que no se hace"

Había dicho Albert, y yo voy a luchar -pensó el joven con firmeza.

Me lleno los ojos, a la distancia, de ella. Observo cada uno de sus movimientos, sigo el sonido de su risa como quien sigue un lucero en el cielo, espero paciente la oportunidad de acercarme. De pronto voltea y conecta su mirada con la mía. Esto lo he deseado desde que nos volvimos a encontrar, me mira por tiempo indefinido, ninguno aparta la mirada, pareciera que las palabras no hacen falta, te sonrió ligeramente sin dejar de mirarte, tú no pareces poder escapar o al parecer no quieres hacerlo, eso me complace enormemente, pero, al ya no escuchar el sonido de su risa, su acompañante la llama y ella rompe nuestro contacto. Maldigo por lo bajo, luego Candy se acerca a Stevens demasiado. Demasiado cerca.

Mi respiración cesa, el vaquero se quita el sombrero, pones tu codo sobre su hombro y él se inclina hacia ti, acercas los rosados labios a su oreja, le estas contando secretitos al oído y esa acción de tu parte, corta mi mirada. Furibundo me levanto del bar y salgo a toda prisa de aquel sitio.

Como un monstruo muerto de celos, desquito mi coraje con alguna lata vacía en la calle, mandándola a estrellarse contra la polvera de algún automóvil, haciendo tremendo escándalo y sin más no puedo evitar blasfemar.

- ¡Pecosa del demonio! mira como me trastornas aun después de tantos años, parezco un novio celoso y sicópata. Estoy aquí esperando entre las sombras por ti. Pero esta noche sabré tu repuesta a mi carta –Afirma.

Espero con impaciencia dentro de mi auto, al verlos salir, les sigo con el alma en vilo y los celos pulsando feroces por mis venas, compruebo que se hospedan en un hotel más modesto pero elegante, del que estuvo Albert, el vaquero es caballeroso con ella y la ayuda a bajar. Entran al lobby.

Espero unos minutos mientras mi respiración se acelera, unas luces se encienden en el segundo piso. Veo una silueta, es ella, lo sé. Espío. La veo acercarse a la ventana y abrirla para que la brisa fresca del crepúsculo entre a torrentes a la habitación. Segundos después, en la siguiente ventana otra luz se enciende y es el vaquero quien ocupa la otra habitación.

- ¡Perfecto! No están juntos.

Bajo del vehículo decidido a llamarla y pedirle que hablemos, su silueta obscura en la ventana me detiene, la copa del frondoso árbol me oculta cual Romeo bajo el balcón de su Julieta. Observo a mí adora pecosa sostener una almohada entre sus brazos y la pega a su cara estrechándola fuertemente contra ella.

- ¿Acaso haces lo que estoy pensando, pecosa? Si ese vaquero es tu novio y está a una pared tuya porque no vas a… ¿o será que estás pensando en mí? –Especulo.

Me aventuro al hotel de incognito, y, para mi mala suerte por la ruta de las escaleras de servicio, me topo con él.

-Granchester ¿qué andas haciendo por aquí? –Me cuestiona- No vendrás a molestarla, ¿verdad?

-Quiero hablar con Candice. No es asunto tuyo, Stevens.

- ¡Oh… pero claro que lo es! ella está conmigo, aquí en Londres. Está a mi cuidado, así que te pido de hombre a hombre, que no la inquietes más.

-Por lo visto sabes quién soy yo –Infiero. Y la mueca de disgusto en su cara dura me lo confirma. ¿Inquietar…a Candy? ¿más? ¿qué quiere decir? Me guardó estratégicamente mis dudas para después.

-Sí, lo sé. Por esa razón te pido que te marches. No son horas de visitar a una dama, y Candy lo es. Aquí estoy yo, para demostrárselo a cualquiera –Dijo el vaquero ahuecando su puño cerrado contra el otro, en clara señal de ataque.

Furioso no tuve más remedio que retirarme, el vaquerito se puso pesado y esa no era la manera civilizada de buscar un acercamiento con Candy, no de esa forma. Ya no era un adolecente para liarme a golpes por ella como en el pasado, tenía que actuar con sensatez, aunque estos celos bullían en mi interior como lava ardiente.

Me decidí a buscarla mañana por la mañana, a una hora más adecuada, como debe hacerlo un caballero respetable, anunciándome debidamente, no como un adolescente atolondrado a hurtadillas.

Deje mi coche por ahí, baje para dar una caminata, vagar y despejar mi mente de éste mareo que el incesante latido en mi sien, me produce. Una excitación difícil de explicar. Una premonición. Una esperanza clavada en mi corazón que no me permitía respirar con libertad.

La noche lo cubría todo, era fresca y limpia, el cielo completamente despejado. El camino me resulto familiar, quizá por eso decidí recorrerlo a pie, vía San James, la calle que lleva al San Pablo.

¿Cuántas veces no atreverse por las noches éste largo corredor? Caminarlo de nueva cuenta después de tantos años me lleno de nostalgia y de más excitación que podía sentir mi respiración agitada, de una forma tan extraña que creí volverme loco.

La barda del colegio se irguió a mi costado. Camine desanimadamente pensando en Candy besando y abrazando la almohada. Un escalofrió me recorrió entero, enfoque la vista hacia el horizonte oscuro, una negra silueta estaba parada justo frente a las puertas del Real Colegio San Pablo. Me acerque despacio, los cabellos rizados, la misma respingada naricita, el vestido vaporoso, los tacones altos color blanco, el sombrero de ala ancha en la mano. Era Candy.

-Pecosa, después de tanto tiempo… ¿quieres ser nuevamente interna del San Pablo?

Ella pegó un respingo asustada.

- ¡Terry! ¿Qué haces aquí? –expresó visiblemente sorprendida.

-Creo que lo mismo que tú, pecosa; recordar -Respondí.

-Qué coincidencia ¿no? Siempre aparecías cuando menos me lo esperaba…

Dijo Candy, sorprendiéndome. Se tomó de los barrotes viendo en dirección al colegio, esquivando mi mirada.

- ¿Eso crees?

- Sí –Afirmó.

Hubo un silencio sepulcral. Candice estaba lejana y pensativa, yo no sabía cómo podía estar tan cerca de ella y no comérmela a besos, pero antes de hacer una tontería debía saber.

-Candice, yo… te escribí una carta, pero no tuve respuesta. Quisiera saber si la recibiste.

Pregunté. Ya no podía soportar la incertidumbre ni un minuto más.

- ¿Será… ésta?

Ella me la muestra sacándola de su bolso. Era exactamente la carta que le envié, pero estaba intacta, no la había abierto, aún.

-Sí, ésa misma. Pero tú… -Estaba contrariado. ¿Acaso no quiso leerla? Pero antes de que siguiera con mis oscuros pensamientos ella comenzó a hablar.

-Hoy, al llegar al hotel la recepcionista me dijo que tenía un paquete, era un sobre de Georges Villers. Antes de irse con Albert, se encargó de hacérmelo llegar. La carta… llegó al hogar, poco después de que partiera con Tom, la señorita Pony la envió a Georges que aún estaba en el pueblo, él me la ha traído a Londres. El cartero estuvo enfermo y no entregó la correspondencia en semanas.

Ahí estaba la explicación. Ahora ya sabía el porqué del retraso en tan esperada respuesta. Candy no pudo leerla antes, porque no sabía de su existencia. Finalmente está en sus manos a donde yo deseaba que llegara.

-Entiendo. Por eso nunca tuve respuesta tuya. Qué curioso, ésa carta que tienes ahí, ha viajado mucho, ha pasado por varias manos antes de llegar a ti.

-Sí, tienes razón. Finalmente ha llegado. Qué curioso…

La respuesta de Candy fue casi idéntica a lo que yo había pensado momentos antes, como si nuestras mentes estuvieran sincronizadas en la misma idea. El silencio entre ambos resultó largo e incómodo, ella sostenía la carta entre sus manos sin decidirse a abrirla.

- ¿Qué es lo curioso, Candy? –Quise saber de pronto.

-Encontrarte aquí, en Londres, en el hipódromo, como aquella vez. Luego, me llega tu carta desde América y finalmente nos venimos a topar frente al San Pablo.

-Bastante curioso en realidad Pecas, que tu amigo Tom volviera a juntarnos otra vez. Sus caballos han mejorado mucho desde… aquel burro llamado… Pony Flash.

- ¡Lo recordaste…! -Dijo ella con fascinación infantil.

- ¿Cómo crees que podría olvidarlo? –No pude ocultar la suficiencia en mi voz. ¿Acaso ella llegó a creer que yo… olvidé?

- Terry… ¿Qué dice la carta? ¡Y no me llames Pecas, ya no somos unos chiquillos!

Me retó, aunque en su voz había más nostalgia que molestia, pasé aquello por alto.

-Por qué no lo averiguas por ti misma, Candy –Le propuse.

Ella me mira directamente a los ojos, ahora soy yo quien no puedo escapar a su embrujo. Rompe la carta por un costado con sumo cuidado y veo como sus manos tiemblan mientras desliza la hoja doblada del sobre, mi corazón se acelera más y más con cada dobles que cede entre sus dedos. Al fin tiene mi corazón abierto por completo en esa hoja de papel y me paralizo de miedo. Solo unos segundos, el temblor en sus manos aumenta, tres segundos más y creo que yo he muerto. Ella no responde.

-Solo quería que lo supieras…

Me giro y siento que la vida se me va, el peso del mundo me cae encima como nunca antes, pero al mismo tiempo mi corazón se siente liberado al fin.

-Terry… -me detengo- En mí tampoco ha cambiado nada.

Mi respiración cesa y antes de que desfallezca de felicidad giro y la veo venir hacia mí, abre sus brazos y yo la recibo en los míos.

Nos fundimos en un fuerte abrazo, aquel que nunca pude darle cuando llegó a Nueva York. Ahora la tenía ante mi apretándose contra mi cuerpo, sus lágrimas mojando mis mejillas. No puedo evitarlo, un enorme y hondo suspiro sale desde mi alma hasta mi boca, me hundo de inmediato en su cuello y sus cabellos acarician mi rostro como la fresca brisa de primavera. No puedo evitar las lágrimas de felicidad, todo el cumulo de sentimientos que por años guardé en lo más profundo de mi alma, salen a borbotones.

-Eres mía, Candy, casi, casi mía, estás loca por mí. Por eso eres mía.

Ella se separa un poco y me mira con unos enormes ojos confusos llenos de agradable indignación.

-Veo que no has cambiado absolutamente nada, sigues siendo un engreído arrogante -Me reta intentando separarse de mí, pero esa tonta pretensión le resultará imposible.

-No he terminado señorita pecas. Eres mía, casi, casi mía, estás loca por mí, al igual que yo lo estoy por ti, desde que te vi por primera vez.

Su amplia sonrisa ilumina mi mirada, me besa muy suavemente y yo vuelo al mismo cielo. Sí, me ha besado. Candy me ha besado, su voz me saca de mi ensueño.

- ¿Casi tuya…Terry? –Susurra insinuante.

-Sí, no puedo esperar a llamarte solo, "mía".

Ella se sonroja y sonríe levemente, vuelve a besar mis labios tímidamente, mi auto control tambalea cuando ella se confiesa.

-Llámame así, siempre lo eh sido. En mí, nada ha cambiado.

Esa noche como un deja vu, volvemos a revivir sin planearlo lo que debió ser hace tantos años, siendo novios por carta, con tantas esperanzas puestas en un futuro que tardo demasiado en llegar. Y como esa carta perdida, el futuro al fin nos había alcanzado.

Hicimos el recorrido de regreso, la llevaba de mi brazo ella caminaba temblorosa a mi lado. Yo podía disimular un poco más la ansiedad producto de la fuerte carga amorosa flotando a nuestro alrededor. Nos fuimos en mi auto y llegamos a mi departamento, charlamos un poco de cosas sin importancia alargando el momento que sabíamos llegaría, el nerviosismo en los dos y la tensión romántica sensual, era respirable en el aire.

Sabía que en cualquier momento pasaría, ya no podíamos evitarlo más, ni tampoco queríamos negarlo, tan pronto nuestros cuerpos volvieron a toparse en la cocina, la chispa de nuestro roce inocente incendió el combustible de este gran amor almacenado por ambos, durante tanto tiempo.

Lo dejamos arden sin control, la ropa se transformó en el sendero que marco nuestro camino hacia la habitación.

Prenda por prenda, beso tras beso, amor contenido salió de nuestra alma desbocado y hambriento.

Poseer su cuerpo fue la gloria, mirarlo, besarlo, recorrerlo de punta a punta, fue una angustiante dicha.

Me tocaste, me conociste y me amaste de la misma forma, no hubo pudor ni pena, ni resentimientos, ni sombras del pasado, solo éramos tu y yo, desnudos, enredados entre las sábanas blancas, expresando lo que con palabras no se puede decir.

Esa noche nuestro destino al fin quedo amarrado por completo, entrelazados ya estábamos, pero este nudo que hoy hicimos tu y yo, marca el final de una ardua jornada, el camino de dos almas que viajaron paralelas la una a la otra en la misma dirección, hoy por fin se ha cruzado, envolviéndose, anudándose, para nunca más volver a separarse.

-Esa chica pecosa de coletas era mía, casi, casi mía, estaba loca por mí, pero aún no se fía de mi amor –Dije suavemente mientras acariciaba su espalda desnuda.

-Terry, no digas eso. Siempre supe de tu gran amor por mí. Siempre te he amado. Tu amor es igual al amor que yo siento por ti.

-Pecosa eres mía, siempre lo has sido a pesar de ti misma, a pesar de mi mismo, no necesito demostrárselo a nadie. Sin embargo, en este momento deseo que todo el mundo lo sepa.

Candy, ¿aceptas ser mi esposa?

Dije mientras tomaba el solitario y lo ponía en su dedo ante el asombro de ella. Comenzó a llorar, no sé si de angustia o felicidad.

-¡Eres tan engreído! ¡tan arrogante! tenías todo planeado…

Dijo sollozando, separándose un poco de mí. Creí que estaba enfadada pero su temblor al mirar el anillo de compromiso me hizo sonreír.

-Tienes razón en una cosa Candy, todo esto estaba planeado.

Ella me miro incrédula mientras sus labios rosados formaban una "O" perfecta.

- ¿Cómo sabías que iba a aceptar? ¿Cómo sabías que iba venir contigo ésta noche?

-No lo sabía amor de mi vida –confesé- Lo que sí puedo decirte con certeza, es, que éste anillo estuvo siempre listo para lucirse en tu dedo desde hace mucho tiempo, desde aquel pasaje que mande, solo de ida.

-Terry…

- ¿Aceptas ser mi esposa, Candy? Por favor, no vayas a salir corriendo porque, así como estoy, iré tras de ti.

Ella sonrió y sus lágrimas no dejaban de caer.

-Ese chico rebelde e imposible es mío, casi, casi mío, está loco por mí, pero creo que aún no se fía de mi amor porque tiene la necesidad de preguntar lo que es tan obvio desde siempre.

-Entonces…

-Acepto, Terrence. Acepto ser tu esposa.

FIN

"Crecí. Maduré. Sigo siendo orgullosamente Terrytana"

GRACIAS POR LEER.

GRACIAS POR COMENTAR.