Hola, he vuelto con una nueva adaptación, espero que les guste tanto como a mi. NO se cada cuanto voy a actualizar pero si les aseguro que será seguido; solo que las adaptaciones requieren de cuidado para evitar las faltas ortográficas y que se confundan los nombres de los personajes y se enrede la historia. No siendo mas los dejo con el prólogo, cae anoar que ni la historia ni los personajes me pertenecen. El nombre de la autora el libro se los haré saber al final.

PROLOGO

Copper Creek, Colorado

1878

El cielo de primavera era vasto y de aquel azul tan puro e intenso que siempre le llenaba a Bella el pecho de una inexplicable tristeza. El color se extendía en todas direcciones como un baldaquino divino salpicado de insignificantes retazos de nubes blancas. De haber alguien en la cumbre de las montañas cubiertas de nieve que se divisaban en la distancia, le bastaría con estirar el brazo para poder tocar aquella gloria misteriosa y elusiva.

El sonido de la risa y de la música la devolvió de nuevo a la tierra, a los adultos repartidos por el inmaculado césped del jardín de sus padres, que charlaban formando pequeños grupos y a los niños que correteaban entre ellos jugando al escondite y a policías y ladrones.

Varios de ellos parecían muy concentrados en un reñido partido de criquet, bajo la copa de los árboles centenarios que filtraban la luz del sol a través de sus ojos. Bella observaba todo aquello con una mezcla ya familiar de deseo y pesar en su joven corazón de diez años.

—¿Tienes frío, tesoro?

La voz de su madre no bastó para que abandonase, aunque fuera momentáneamente, el partido de criquet, pero contestó negando con la cabeza.

—¿Quieres un poco de limonada?

—No, gracias. ¿Puedes acercarme a los jugadores, mamá?

—Una de esas bolas podría alcanzarte —contestó su madre—. Estás mejor aquí.

—Esta mañana me he levantado yo sola de la silla y he conseguido llegar a la cómoda —dijo, sabiendo que aquel esfuerzo no complacería a su madre, pero desesperada por convencerla de que no estaba completamente indefensa—. Sé que podría estar de pie bajo uno de esos árboles durante un rato. Podría apoyarme en él. Por favor, mamá… por favor, déjame acercarme.

Renee Swan envolvió mejor las piernas de Bella con la manta.

—No pienso permitir que corras riesgos, Bella. Ya sabes que no puedes andar o jugar como los otros niños. Hay raíces que sobresalen de la hierba y podrías tropezar y hacerte daño, así que deja de decir tonterías. En tu silla estás muy bien. Además, tienes la muñeca nueva para jugar. ¿A que no has visto otra más bonita? —miró hacia un lado y vio a su hijo—. Emmet, ven a hacer compañía a tu hermana.

El chico obedeció inmediatamente y Renee volvió a perderse entre la gente.

—No tienes por qué quedarte aquí, Emmy —le dijo ella—. Ve a divertirte con tus amigos.

Nadie más que Bella podía haberle llamado por ese nombre sin llevarse un puñetazo en los dientes. Emmet tenía ya dieciséis años y era más alto y más fuerte que su padre, pero nunca había tratado a Bella más que con absoluta devoción.

—No me importa —contestó—. Debe ser muy aburrido tener que estar sentada en esa silla todo el tiempo, pero es algo que vas a tener que aceptar. Ojalá no fuese así.

Bella suspiró, agradecida por su compañía y su lealtad, pero resentida porque la mirase del mismo modo que lo hacían sus padres. Miró distraídamente a la delicada muñeca de porcelana que tenía en el regazo… una más que añadir a la colección que ya llenaba el alféizar de su ventana.

Se quedó junto a ella hasta que Bella se dio cuenta de que sus amigos los miraban, y lo animó a que se fuera con ellos. El grupo de amigos desapareció por el camino del arroyo, y ella les envidió su independencia.

Poco después llegaron dos jinetes, que sujetaron sus monturas cerca de la puerta y entraron en el jardín. Uno era Eleazar Denali, un hombre que ya había visto en otras ocasiones en casa de sus padres. El otro era un muchacho lánguido y desconocido que parecía más pequeño que Emmet, que fue presentado a sus padres y al pequeño grupo de amigos. Después, el señor Denali se acercó a charlar con otro corro.

Solo, el joven estuvo observando la partida de criquet durante un rato y luego la vio. Con las manos en los bolsillos, se acercó a ella. Comparado con su hermano, aquel chico parecía todo piernas, brazos y zapatos. La brisa prendió en su pelo cobrizo y le apartó varios mechones de la frente.

—Hola —la saludó.

Bella levantó la mirada y se encontró con unos ojos tan verdes como el cesped.

—Hola. No te conozco. ¿Cómo te llamas?

—Edward Cullen. He venido de visita a casa de mi tío Eleazar. ¿Y tú, cómo te llamas?

—Bella. Esta es mi fiesta de cumpleaños.

—Felicidades entonces. Qué muñeca más bonita.

—Gracias. ¿Ese caballo es de tu tío?

—No, es mío.

—¿Cómo se llama?

—Wrangler. Es un sueco de sangre caliente. Al principio los criaban para servir en la caballería. Tiene sangre española y sangre oriental.

—Sabes mucho de caballos.

—Un poco.

—Entonces, ¿ha nacido en Suecia?

Él se echó a reír y se le dibujó un largo hoyuelo en la mejilla.

—No. Es de Nebraska. ¿Quieres verlo de cerca?

—¡¿Puedo?!

—Claro. ¿Qué te pasa? —preguntó mientras empujaba la silla hacia la puerta—. ¿Por qué no puedes andar?

—Que soy coja —se limitó a decir, aun a sabiendas de que su madre sufriría un ataque de apoplejía si la oyese utilizar aquel término tan vulgar.

—Oh —fue todo lo que dijo él.

—Mis padres me han llevado a los mejores médicos del este, pero no hay operación que pueda arreglarlo. Es que el hueso de la pierna no encaja bien en la cadera.

—¿Te duele?

—No. Puedo caminar un poco pero con dificultad, y mi madre dice que no debo hacerlo.

Su silla se paró a un par de metros del caballo.

—¿Puedes montar?

Ella lo miró sorprendida y una esperanza que jamás habría soñado sentir, le aprisionó el pecho.

—No lo sé. ¿Es peligroso?

—No más que muchas otras cosas, supongo.

Bella miró el enorme y brillante animal con ilusión. ¡Menudo cumpleaños sería si pudiese montar en él! Ella, Bella Swan, la coja, a caballo. ¡Ojalá Dios lo permitiera!

—¿Puedo intentar subirme?

Él miró hacia la fiesta. Nadie estaba mirándolos.

—Creo que sí, pero ¿cómo vamos a subirte?

Ella dejó caer la muñeca y la manta sobre la hierba y se puso de pie con torpeza. Edward la sujetó por un brazo.

—¿Cómo te subes tú? —preguntó Bella. De pie a su lado, el animal le parecía mucho más impresionante, pero deseaba con todas sus fuerzas poder sentarse en esa silla, tanto que dejó a un lado sus temores y esperó con ansiedad su respuesta.

—Pongo un pie en este estribo y paso la otra pierna por encima de la silla. ¿Puedes hacer eso?

—Creo que no.

Era precisamente la pierna que no la dejaba moverse.

—A lo mejor si te levanto para que pongas el pie de la pierna buena en el estribo, luego puedo ayudarte a pasar la otra.

—Vale.

La levantó en brazos como solían hacer Emmet y su padre y la acercó al estribo.

—Sujeta las riendas y sujétate a la silla.

Bella colocó el pie y se sujetó al borrén delantero de la silla mientras él la empujaba sin miramientos por el trasero hasta que tuvo todo su peso sobre el estribo. Decidida, Bella se aferró a él con toda su fuerza inexperta.

Sujetarla por encima de la cabeza era también un esfuerzo para él, pero parecía tan testarudo como ella y, tras unos cuantos empujones y resoplidos, Bella se encontró encaramada en la silla. Su voluminosa falda y las enaguas de encaje se habían arrugado y encogido, e incluso la ayudó a estirarlos para que cubrieran la mayor parte de sus pololos.

—¿Te duele algo? —preguntó, sofocado y encogiendo los ojos por el sol, que arrancaba destellos dorados de su pelo revuelto por el esfuerzo.

—Nada —¡qué lejos estaba el suelo y qué vista tan maravillosa se tenía desde allí!—. ¡Lo he conseguido! —exclamó—. ¡Estoy montando a caballo!

—Quita el pie del estribo para que pueda subirme detrás de ti.

Bella obedeció sorprendida y él se encaramó con facilidad a la grupa.

—¿Tienes miedo? —preguntó.

—Ni pizca. Esto es mejor aún de lo que yo imaginaba.

—Esto no es nada —dijo, pasando sus brazos flacos alrededor de ella para tomar las riendas—. Lo mejor viene ahora.

Con un movimiento de las piernas y los pies que ella sintió por debajo de la ropa, puso en marcha al caballo.

Sorprendida pero encantada, Bella sintió que el corazón le latía más rápido.

—¡Hazle ir más rápido!

Él azuzó al animal y Bella se agarró al pomo de la silla. Transcurridos los primeros minutos de traqueteo, consiguió ajustar su peso al paso del caballo. Su casa estaba en una calle arbolada de escaso tránsito, a las afueras de la ciudad, y dirigió a Wrangler hacia campo abierto dirección sur.

El viento acariciaba las mejillas de Bella y tiraba de su pelo, desarmando los perfectos tirabuzones del peinado. El cielo parecía acudir a su encuentro, estallando en azul en todas direcciones hasta donde le alcanzaba la vista. Una sensación liberadora de libertad desató sus percepciones.

Nunca se había sentido tan ligera, tan delicada y tan libre de las cadenas que la ataban a la tierra.

Las restricciones de su cuerpo que la condenaban a aquella silla quedaron olvidadas y rio y lloró de pura felicidad. En un arranque de valor, soltó el pomo de la silla y abrió los brazos de par en par.

Estaba siendo el mejor día de su vida.

Ni en sus mejores sueños había podido imaginar lo que era montar… mejor que comer helados, que recibir regalos de cumpleaños y que la Navidad. El caballo los llevó junto a un riachuelo en cuyos márgenes brillaban las margaritas arracimadas.

Un buen rato después, Edward tiró de las riendas e hizo volver al caballo por el camino por el que habían venido, y al acercarse a la casa aminoró el paso.

Bella estaba llena a reventar del placer que le había proporcionado su primer trago de libertad.

—Este ha sido el mejor regalo de cumpleaños que podía recibir —le dijo por encima del hombro—. Gracias, Edward Cullen.

—Feliz cumpleaños, Bella.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte con tu tío? —le preguntó, esperanzada.

—No lo sé. Puede que empiece a trabajar para él.

Wrangler los llevó por un camino de tierra hasta su casa, y a medida que se acercaban, Bella vio que la gente se había arremolinado en la puerta principal. Su madre estaba al frente, con el pañuelo de encaje apretado en la mano y sobre el pecho. Junto a ella, su padre los miraba con expresión borrascosa.

De pronto sintió miedo, y ese miedo apagó de golpe su alegría, como quien echa un cubo de agua al fuego. Emmet se abrió paso entre la gente y señaló a Edward mientras se acercaban.

—¡Bella, Dios mío! —gimió su madre, y su padre la sostuvo brevemente antes de pasarla a manos de un vecino para apresurarse a acudir junto al caballo.

—¿Qué significa esto? —exigió saber—. Bella, ¿estás bien?

—Estoy muy bien, papá —le dijo, con el aliento contenido por el miedo—. Edward me ha llevado a dar un paseo en su caballo.

Su padre la bajó de la silla.

—El estado de salud de mi hija es muy delicado —le dijo a Edward—. Desmonte, joven, y explíquese. ¿Qué le ha hecho?

Edward apenas había puesto los pies en el suelo cuando Emmet se abalanzó sobre él y le hundió un puño en la cara.

—¡No! —gritó Bella, revolviéndose en brazos de su padre—. ¡Papá, no permitas que Emmy le pegue! ¡Edward sólo me ha dado un paseo en su caballo!

Varios amigos de Emmet rodearon a los contrincantes y Bella ya no pudo ver lo que ocurría, pero los ruidos bastaban para que el estómago se le pusiera en la garganta.

—¡Detenlos! ¡Detenlos, papá! —tiró del brazo de su padre—. ¡Es mi amigo! ¡Él no sabía que yo no puedo montar! ¡Es culpa mía, sólo culpa mía!

El tío de Edward se metió en la refriega y separó a su sobrino, sujetándole de espaldas contra su pecho con ambos brazos.

El pelo cobrizo de Edward le caía sobre los ojos, y un hilo de sangre le manaba de la comisura de los labios. Tenía la camisa de franela rota y salpicada de sangre, y miraba fijamente a Emmet, a quien lo sujetaba firmemente uno de sus primos mayores y que tenía un ojo enrojecido y que se hinchaba por momentos.

—Lo siento, Charlie —le dijo el señor Denali a su padre—. Señora Swan, estoy seguro de que mi sobrino no pretendía ningún mal.

—Que ese chico no vuelva a poner los pies aquí —respondió su padre, señalándolo indignado—. Y si ella ha sufrido algún daño, le haré responsable de ello.

Bella hubiera querido volver al momento anterior a todo aquello. Hubiera querido decir algo que los convenciera de que Edward sólo la había tratado como a una amiga, pero los sollozos que sacudían su cuerpo le impedían hablar. ¿Cómo era posible que de un momento perfecto se hubiera podido pasar a aquella pesadilla?

—Voy a mandar llamar al médico —dijo su padre, abrazándola.

Su madre se secó las lágrimas con el pañuelo y revoloteaba alrededor de Bella sin saber qué hacer.

—Estoy bien —sollozó la niña—. Que el médico lo vea a él —dijo, señalando a Edward, que se alejaba empujado por su tío. El chico asintió para tranquilizarla y de su boca maltrecha salió una sonrisa de medio lado.

Él era la única persona que la había tratado como si fuese tan apta como él, y lo estaban castigando por ello. Las lágrimas le nublaron la visión y se tapó los ojos con la mano para no ver cómo se lo llevaban. Su padre se la llevó hacia la casa, a su dormitorio, a su cama.

Por primera vez no tenía que imaginar lo que suponía ser una persona completa. Por primera vez sabía exactamente lo que se estaba perdiendo. Edward Cullen le había ofrecido un bocado prohibido de la vida… la clase de vida que anhelaba, que deseaba, con la que soñaba.

Y la realidad se lo había arrebatado.

Fue el peor día de su vida.