Este es el primer fic que escribo así que no seáis muy durxs conmigo.
La historia es completamente alternativa a la trama de la serie, solo he mantenido los nombres y alguna relación. Todo lo demás es inventado.
Aviso: me gusta mucho el drama y trato algunos temas complicados como son las drogas o la extorsión, para que nadie se me lleve un susto luego.
Los capítulos pares están narrados por Clarke (excepto este primero, que va junto con el segundo) y los impares por Lexa, no lo indico en cada capítulo porque prefiero hacerlo así, pero siempre intento que quede claro en las primeras líneas para no marearos.
Hala, ¡a disfrutar! :)
I
Hacía una semana que no dejaba de llover y hoy por fin el sol se ha dignado a aparecer entre las nubes, por lo que decido que es el día perfecto para salir a la calle con la cámara. Estoy harta de fotografiar interiores y, por mucho que quiera a mi gato, sé que si le saco más fotos me va a acabar arrancando la mano de un zarpazo por pesada.
Miro el reloj: son las 10:15 am. Pasando de ducharme y saliendo en unos diez minutos puede que llegue al centro de la ciudad antes de las once y me dé tiempo así a recorrer varias zonas sin prisa, hasta que tenga que volver a las 2 para comer con Kane y mamá, aunque esto último no me haga mucha gracia…
Últimamente pasan mucho tiempo juntos y la presencia de Kane en nuestra mesa los domingos se ha convertido en algo sorprendentemente habitual. Reconozco que me gusta que haga compañía a mi madre, que desde que murió papá no ha vuelto a ser la misma; y también reconozco que desde que se ven ha vuelto a sonreír de vez en cuando, pero comer con ellos es agotador.
Siempre es lo mismo: primero Kane me pregunta sonriente que qué tal estoy, luego que cómo va la carrera y por último que si ese día voy a fotografiar algo. Acto seguido dice: "me alegro, ya sabes que tienes mucho talento" y entonces centra toda su atención en mi madre, que hace lo propio con él, y Clarke desaparece de la conversación durante el resto de la comida. ¿Divertido, verdad?
No entiendo por qué se empeñan en que me quede con ellos si saben que no me importa dejarles solos. Es más, lo estoy deseando. No hay nada peor que ejercer de sujetavelas con una parejita incipiente y que encima sea la de tu madre…
Salto de la cama y me pongo lo primero que pillo: unos vaqueros desgastados y una camiseta ancha con algunos botones abiertos en el escote. Creo que es la ropa que usé ayer pero me siento cómoda con ella así que lo demás me da igual. Nadie me tiene que oler ni ver hoy.
Por lo menos nadie que me interese.
Me calzo, me hago una coleta rápida y me lavo la cara. Al mirarme en el espejo tardo unos segundos de más en decidir si mis pintas son decentes y, como no estoy muy convencida de ello pero tampoco me preocupa, decido que arreglarme un poco la pestañas será suficiente. Nunca me ha gustado abusar del maquillaje y siempre que puedo lo evito.
Son ya las 10:25 por lo que salgo disparada del cuarto de baño, cojo la cámara y ya me estoy poniendo la chaqueta cuando mi madre sale de su habitación y me ve al lado de la puerta.
-Hola -aún no se ha espabilado del todo y se le escapa un bostezo.
-Hola, mamá. Buenos días. Voy a salir un rato.
Mira pensativa durante unos segundos mi ropa mientras frunce el ceño por la luz que se cuela por la ventana.
-¿Vas a salir? -lo dicho, no está espabilada.
-Sí. Quiero aprovechar el buen tiempo.
-Vale -contesta bostezando de nuevo-, pero acuérdate de llegar a la hora de comer. Hoy viene Kane.
-No te preocupes, aquí estaré -qué remedio…
Abro la puerta con intención de marcharme pero la voz de mi madre hace que me detenga.
-¿Has desayunado algo?
-No me da tiempo. Pillaré algo fuera, tranquila -le doy un beso rápido en la mejilla antes de salir-. ¡Hasta luego!
-Hasta luego, hija... ¡No te despistes con la hora! -oigo que dice mientras cierro la puerta y salgo corriendo.
Vale que siempre soy una parras con el tiempo y llego tarde a todos lados, pero ambas sabemos que si hoy me retraso en llegar a casa seguramente sea porque no me hace especial ilusión el plan que me espera con ellos.
Cuando llego a la plaza son las 11:05. El ambiente está bastante calmado y me gusta.
Me encanta venir aquí a hacer fotografías porque es el lugar de la ciudad donde más artistas callejeros se juntan. Casi siempre puedes encontrar mínimo unos cinco o seis de ellos colocados alrededor de la fuente principal intentando ganarse el sueldo para comer ese dí í se mezclan músicos, pintores, acróbatas y magos de todas las edades y estilos, creando escenas preciosas.
Aunque no siempre les fotografío a ellos. Muchas veces las reacciones del público que les observa encandilado transmiten tal abanico de emociones que me paso horas centrándome solo en sus gestos.
Algo que también me gusta de este lugar es que es tan amplio que siempre tienes muchísimas opciones donde elegir dirigir la cámara, y puedes encontrar al mismo tiempo gente pasando el tiempo en compañía (parejas, grupos de amigos, familias…) como gente solitaria inmersa en sus pensamientos, sin prestar atención al resto del mundo. Estos últimos son mis modelos favoritos.
Me paseo durante unas horas por aquí y por allá sin centrarme en nada concreto. Desde turistas con sus cámaras enfocando a las fachadas de los edificios antiguos hasta un pequeño Russel terrier que espera pacientemente a que su dueño salga de la tienda de regalos en la que ha entrado.
No me preocupo tanto por conseguir imágenes buenas como otras veces. Hacía tanto que no venia hasta aquí que la emoción me llena todo el cuerpo y solo quiero disfrutarlo.
En un momento dado, cuando ya me siento satisfecha con lo que he conseguido y me dispongo a guardar la cámara y marcharme, hay algo que llama mi atención (más bien alguien): una chica sentada en uno de los bancos del extremo de la plaza.
Hay algo en ella que hace que no pueda apartar la mirada y saco rápidamente la cámara otra vez.
En el momento en que hago zoom y consigo encuadrar su cara puedo sentir cómo se me escapa todo el aire de los pulmones. Es preciosa.
Su expresión es triste y seria, incluso diría que algo agresiva, pero sus rasgos, su piel, sus pómulos…, son tan delicados y bellos que llegan a hacer daño. Su cabello castaño claro y ondulado, recogido por los lados despejándole la cara, crea una combinación perfecta con los cálidos rayos del sol que ahora iluminan con más intensidad la escena, como si hubieran estado esperándola para dejarse ver y empapar la calle con su calor.
Decido acercarme unos metros para conseguir una mejor perspectiva de ella y es entonces cuando caigo en el longboard que la acompaña y sobre el que tiene apoyado el pie derecho, mientras mira distraída hacia el lado contrario con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta bómber color caqui.
La imagen es tan jodidamente increíble que casi no me lo creo y empiezo a pulsar el disparador como loca, intentando sacarla desde todos los ángulos, distancias y exposiciones como me sea posible.
De pronto su mirada se dirige hacia mí y se queda fija en la cámara, reflejando primero sorpresa y después algo parecido a la rabia.
Me quedo completamente paralizada.
Siempre intento ser discreta cuando fotografío a alguien desconocido para que no se sienta incómodo (normalmente se sienten halagados y no les importa pero prefiero ahorrarme ese tipo de situaciones), y sin embargo ahora estoy plantada con una rodilla en el suelo en mitad de la plaza, a plena luz del día y casi en las narices de una modelo que no parece especialmente contenta con la situación.
Bien, Clarke.
Estupendo.
