Rhegan Blake era una joven solitaria y reservada, aunque en realidad no había escogido en ningún momento ser ninguna de aquellas cosas, sino que más bien la habían empujado en contra de su voluntad a convertirse en la chica rara y aparentemente antisocial que hay en todo instituto, y de hecho tenía pruebas de aquella crueldad, pues todavía tenía fresco el recuerdo de haber sido una niña alegre y extrovertida, de haber dormido en casa de amigas en preescolar y de haber asistido a más de una fiesta de cumpleaños durante la primaria, pero por una u otra razón que nadie se había molestado en explicarle, había acabado aislada del resto de niños en el colegio y más tarde, desterrada por los adolescentes de su instituto, razón por la cual ahora ya ni siquiera intentaba acercarse a nadie.

A diferencia de los solitarios de las películas o de la literatura barata, que siempre demostraban cierta sensibilidad para el arte, que eran tan fríos y misteriosos y cuya prosa era capaz de rivalizar incluso con la de los poetas famosos, Rhegan era bastante simple y desde luego, lo artístico y lo profundo no eran santo de su devoción.

En el colegio había participado en concursos de escritura obligatorios como el resto de sus compañeros, pero mientras los demás recibían sonrisas y halagos, su trabajo siempre se veía recompensado de la misma manera: primero le daban mil consejos para mejorar, consejos que por cierto, nunca había pedido; el ritual seguía con una palmadita en la espalda y por último recibía aquella horrible mirada de los profesores que tenían la desgracia de leer sus escritos, aquella mirada que parecía decir: "la pobre no da para más". Pero todo aquello no podía importarle menos, porque aunque las artes no fueran lo suyo y careciera de imaginación, destacaba en los números o por lo menos lo había hecho antes de dejar el colegio, porque una vez que hubo empezado el instituto, incluso las matemáticas y la física empezaron a parecerle aburridas.

A pesar de sus peculiares atuendos y de sus gustos musicales, la adolescente no se incluía en ninguna tribu urbana y por lo tanto tampoco se casaba con la ideología de ninguna, aunque más de uno la trataba como si fuera una especie de adoradora del diablo, de esas con altares en casa, velas y sacrificios rituales programados cada viernes, pero en realidad, lo que todo el mundo menos ella misma fallaba en comprender, era que Blake no era más que una adolescente del montón en un instituto corrientucho y que como cualquiera de sus compañeras, tenía aficiones, una necesidad imperiosa de encajar dónde fuera, sentimientos y por supuesto un romance secreto que hasta la fecha, había existido más en su imaginación que en la realidad.

Para bien o para mal, Rhegan Blake también tenía virtudes y defectos, como por ejemplo el defecto de hablar antes de pensar, lo cual nos lleva hasta la fecha actual: 3 de Junio de 2015.

A priori puede parecer que Junio es un mes normal, pero para una adolescente enamorada cuya única esperanza de ver al chico de sus sueños es asistir a clase, la fecha es algo crítica y es que desde que tenía uso de razón, Junio había significado una cosa, una y nada más: el inicio de las vacaciones de verano, lo cual estaba bien, o por lo menos lo habría estado de no ser porque también significaba que había terminado el instituto y estaba en mayor o menor medida, preparada para trabajar o seguir estudiando.

—¡Ahora que esto se acaba pienso quemar mis libros! —exclamó Castiel a viva voz.

El ex-pelirrojo, que ahora había vuelto a su color de cabello natural, caminaba a pocos pasos por delante de Rhegan junto a su fiel amigo Lysandre, que trataba de apartar de sus hombros el brazo de su amigo.

—Es más, hoy pienso cocinar con los libros —rio orgulloso. —Pienso apilarlos en el patio de casa, prenderles fuego y preparar una barbacoa.

Blake esbozó una sonrisa al oír aquello y acto seguido negó con la cabeza en un gesto que claramente significaba: no tienes remedio.

Ella tampoco sentía especial cariño por los libros de la escuela, pero en su caso aquello tenía cierta lógica porque a diferencia del adolescente, ella sí que los había utilizado y no solo en clase, también había tenido que pasar horas estudiando de sus aburridas páginas para prepararse para los exámenes. Si alguien aquel día merecía quemar los libros no era Castiel, no, más bien eran el resto de estudiantes de último curso, y el hecho de saber que él sería el único que se atreviera a semejante tontería resultaba cómico.

—¿Y tú qué piensas hacer? —se oyó decir a otro estudiante.

—Pues... —Kentin se quedó callado unos instantes, se frotó la nuca y echó la cabeza hacia atrás para quedarse mirando pensativo el techo del pasillo. —No tengo nada planeado —se escuchó decir a sí mismo, a pesar de que en realidad ya había programado prácticamente todo su verano.

Sin duda iba a entrenar cada día, de hecho ya tenía preparadas varias rutinas de entrenamiento que le ayudarían a mantenerse en forma y sobre todo, a mantener a su antiguo yo bien alejado del renovado Kentin. También quería aprovechar para preparar su currículum y conseguir algún empleo para el verano y por supuesto, debía pensar bien en qué haría ahora que había acabado el instituto, porque los estudios universitarios no le interesaban en absoluto, pero tampoco quería tener un trabajo genérico en el cual pudieran prescindir de él a la mínima de cambio, pero claro… ¿cómo podía decir todo aquello sin provocar las risas de sus compañeros?

El joven miró una vez más a sus amigos y sintiéndose algo presionado, añadió con voz nerviosa:

—Había pensado que como ahora voy a tener más tiempo libre podría aprovechar para ejercitar-

—¿En serio?

Tal y como había pensado, su momento de sinceridad se vio interrumpido por Armin, quien no solo había hablado con tono asqueado sino que ahora le lanzaba una descarada mirada de desaprobación con sus intensos ojos azul celeste.

—Te libras de estudiar, de las horribles clases de educación física y ¿tu plan es... —el adolescente gesticulaba como loco mientras hablaba, su tono de voz sonaba cada vez más y más agudo y sus ojos se iban entrecerrando poco a poco para parecer más fiero. —...llevarte las clases de educación física a casa? —acto seguido soltó un soplido, rodeó los hombros del muchacho con el brazo y mientras dibujaba un arcoíris imaginario en el aire con la mano, dijo:

—Amigo mío, ya puedes olvidarte de esas tonterías porque este verano te vienes conmigo a casa, tenemos que prepararnos para el Dungeon Tournament de Agosto.

—¿El Dungeon qué?

La pregunta de Kentin provocó que a Blake, que había estado prestando especial atención a aquella conversación, se le escapara una risilla que a pesar de sus esfuerzos, no pasó desapercibida, ¿aunque quién podría culparla? Aquel trío era de lo más cómico; por un lado estaba Alexy, que desde el primer día intentaba acercarse a Kentin con cualquier pretexto, después estaba Armin, que intentaba arrastrar a cualquiera a su mundo de videojuegos al precio que fuese y por último la víctima de los gemelos, el inocentón de Kentin, que siempre parecía debatirse entre salir corriendo o quedarse a ver qué hacían con él a continuación.

Armin giró ligeramente la cabeza y se quedó observando a Rhegan con una expresión nueva en el rostro, una totalmente neutra, una que nadie en el universo habría sabido interpretar, aunque de algún modo a ella le pareció arrebatadora. Acto seguido le siguió su hermano, que a diferencia del gemelo de cabello azabache, le miraba con una sonrisa en los labios.

Rhegan agachó la cabeza de forma instintiva y se mordió el labio inferior. No podía decirse que recibir un poco de atención del chico que le gustaba fuera algo malo, pero dada su timidez y su falta de interacción previa con éste, tampoco era algo que pudiera destacar como positivo, así que a pesar de lo mucho que le gustaba que Armin se hubiese fijado en ella, no pudo evitar sentir la imperiosa necesidad de salir corriendo sin mirar atrás.
Obviamente, como suele pasar en este tipo de situaciones, sus piernas optaron por ignorar sus deseos y por volverse tan pesadas como el plomo.

—¿Oye, qué te hace tanta gracia? —preguntó al fin el moreno, con su habitual falta de tacto y vergüenza. —¿Estabas espiando nuestra conversación? —bromeó sin malicia mientras miraba a izquierda y derecha con gestos exagerados, como si tratara de encontrar a otra persona junto a la joven, tal vez al compañero imaginario que la había hecho reír. —¿Te ha comido la lengua el gato?

Huelga decir que todo aquello no era más que una forma como cualquier otra para romper el hielo con un "desconocido" y sin embargo, la joven se quedó helada. El corazón le latía a mil por hora y su cuerpo se había quedado tan rígido que casi parecía una estatua. Pero aquello no era lo peor, lo más lamentable de aquella situación era que, a diferencia de las estatuas, ella sí se daba cuenta del ridículo que estaba haciendo y podía anticiparse con bastante exactitud a los comentarios que harían sobre ella después de aquello y es que aunque no hubiese dicho nada estúpido, sus actos eran suficientes para hacerla parecer rara y no precisamente rara en el sentido simpático de la palabra.

—¿Te llamas Rhegan, verdad? —preguntó Armin con tono inocente. —Estabas en nuestra clase, te recuerdo bien porque siempre te negabas a salir a la pizarra —la sonrisa de Alexy solo se hizo más grande después de aquel comentario, era como si la incomodidad de la adolescente le hiciera gracia o por lo menos, aquella fue la sensación que le dio a la pobre Blake, que ya no sabía cómo salir de aquella horrible situación sin ponerse más en ridículo.

—¡Anda que no has hecho enfadar a los profesores este año! —añadió Alexy con tono animado. —Hay quien hasta te compara con Castiel...

Al oír aquello la cabeza de Rhegan se alzó al instante y sus ojos, que hasta el momento habían estado cerrados, se abrieron para fulminar al gemelo de cabello azul. Obviamente aquella técnica no era ni perfecta ni demasiado efectiva porque a pesar de lo bien que creía que le salía, nunca había llegado a conseguir que sus adversarios se desintegraran, de hecho ni siquiera había llegado a conseguir que le mostraran un mínimo de respeto, aunque... ¿acaso había funcionado con Alexy?

—B-bueno, no lo digo yo, es lo que dicen por ahí —se corrigió de inmediato el gemelo.

La verdad es que Alexy no acostumbraba a juzgar a la gente por su apariencia, quizá porque sabía mejor que nadie lo que se sentía cuando se apartaban de uno por motivos estúpidos, pero a pesar de aquello no pudo evitar pensar que tal vez se había equivocado al meterse en la conversación de su hermano, si es que a aquello se le podía llamar conversación. Rhegan era una chica extremadamente reservada, nadie sabía demasiado de ella, lo poco que le habían contado era malo y la verdad, no es que ella pusiera mucho de su parte por darse a conocer o por desmentir los terribles rumores que circulaban.

—¿No te cae bien Castiel? —Armin tomó el relevo, decidido a arrancarle alguna palabra a su compañera de clase. —Yo pensé que vosotros… —el adolescente la miró de arriba abajo, revisando su atuendo al detalle y después añadió:

—…eráis buenos amigos porque ya sabes, tu ropa parece tan afín a sus gustos.

Cualquier rastro de vergüenza o de sensatez desapareció con aquella afirmación y es que Rhegan tenía una gran paciencia, pero si había algo que no soportaba era que se rieran de ella en sus propias narices y que encima la menospreciaran de aquel modo.

A lo largo de toda su adolescencia le habían dicho que su ropa no era más que una especie de fase rebelde, la habían acusado de sufrir algún trauma, de querer llamar la atención e incluso de haber copiado la estética de los grupos musicales que escuchaba, pero jamás, jamás se había atrevido nadie a insultarla insinuando que tal vez se vestía del modo en que lo hacía para agradar a otra persona y aquel insulto, que ya de por sí era horrible, le pareció todavía peor porque venía de la única persona del mundo a la que realmente quería gustar.

—¿Qué se supone que significa eso? —la voz de la joven sonó áspera y más profunda de lo habitual, pero también más amenazadora y agresiva de lo que ella había previsto. —Venga, no te cortes, contesta.

Armin giró la cabeza un instante, miró a Kentin y acto seguido a su hermano mientras susurraba la palabra 'ayuda', y tras un incomodísimo minuto de silencio, volvió a concentrar su atención en Rhegan.

—Verás yo… —intentó humedecerse los labios, pero los nervios le habían secado la boca de tal manera que lo único que sintió fue una lengua algo rasposa acariciándole los labios. —Yo no...

—¿Tú, tú no? —le urgió Blake, ahora con las manos en la cadera y el cuerpo ligeramente inclinado en dirección al joven, lista para atacar. —Mira, antes de juzgar a un desconocido deberías juzgarte a ti mismo y a los que te rodean, porque en serio, eres de lo más patético.

Armin tragó saliva o por lo menos lo intentó, era la primera vez que se sentía tan impotente y avergonzado, y eso que no había dicho ni hecho nada malo. Su único crimen había sido intentar entablar conversación con una chica del instituto y de pronto, sin saber cómo, aquella misma chica le acusaba de haberla insultado y se tomaba la licencia de devolverle el supuesto insulto.

—Espera, yo no pretendía…

—Y ahora escondemos la cabeza debajo del ala, muy maduro —volvió a interrumpirle Blake, que ahora se encontraba en el centro de un improvisado ring junto a Armin y sus amigotes, con todos sus compañeros de clase alrededor suyo a modo de cuerdas de un cuadrilátero.

—¿Pues sabes qué? Que yo no pienso esconderme más. No entiendo cómo podía gustarme un tipejo como tú, tan simple, tan vacío y tan egoísta, que después de varios años en el mismo instituto, lo único que sabe hacer es pasarse el día jugando, intentar arrastrar a los demás a su mundo de fantasía y andar por ahí con su hermano y con un pobre muchacho—miró un segundo a Kentin, —que es obvio que tiene mejores cosas que hacer que aguantar tus niñerías. —hizo una pausa para coger aire y remató su discurso con un:
—No, si ya lo dicen, el físico no importa nada cuando lo de dentro está completamente podrido.

Y sin decir una sola palabra más, ni darle tiempo al joven de replicar, echó a andar hacia la puerta principal, golpeando el hombro del desconcertado muchacho con el suyo en el proceso.