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Empezaron a llegar rumores muy inquietantes de las bocas de las comadrejas de los caminos (espías), merchantes, y viajeros, diciendo que estaban graves problemas allá en las tierras del reino Azteca. Cuauhtémoc estaba muerto y Tenochtitlán bajo asedio a las manos de los conquistadores Españoles y su líder despiadado, Hernán Cortés. Cuando escuchó las noticias, B'alam Agab estaba profundamente preocupado. Después, cuando se sentó afilando sus cuchillos, Choimha trató de consolarle.

"No se preocupe, esposo mío. Tenochtitlán está muy lejos de nuestra hermosa isla de Tah Itza," le dijo. "Y aunque si lograron matar hasta el último azteca en aquella ciudad, nunca se han enfrentado en batalla a los hombres Itza de Tah Itza." Pero las palabras de su esposa le confortaron muy poco, y él permaneció despierto hasta las altas horas de la noche, mantiendo una vigilancia muy estrecha sobre ella y sus hijos. Y cuando por fin se durmió, vio su jacal y sus milpas en fuego, y su esposa e hijos destrozados por espadas españolas mientras le suplicaban que los salvara.

Se despertó sobresaltado, respirando pesadamente, pero se calmó un poquito sintiendo el aliento suave de su esposa contra su cuello. Con el corazón aún acelerado, se quedó muy quieto, escuchando, con su mejilla aún contra la de ella y sus brazos todavía envueltos alrededor de ella en su abrazo de dormir. Retiró la sábana fina que servía como una cortina que cubría la pequeña ventana con rejas hechas de palos de madera al otro lado de su cama. Pero todo estaba en paz, las estrellas aún brillaban relucientes en el oscuro cielo nocturno. Suavemente extrajo los hombros de los brazos de ella, pero apoyándose en sus antebrazos, dejó su mejilla contra la de ella por solo un momento más. Cerró los ojos. ¡Ay, chiquita! La besó rápidamente en la mejilla y se incorporó y se sentó en el borde de la cama baja. Se aseguró de que sus hijos estuvieran quietecitos, todavía profundamente dormidos en sus camas al otro extremo de la habitación. Después se volvió hacia ella para mirarla, colocando la mano en su mejilla. Con una caricia quitó el cabello de su cara bonita, pasando su mano por su mejilla y cuello hermosa. ¿Cómo se le permitió tener algo tan perfecto? Ella estaba acostada, acurrucada con la luz de la luna que se filtraba a través de la cortina de la ventana, resbalandose sobre su cara, sus pechos, y por las curvas delicadas de su cuerpo y vientre extendido porque estaba muy embarazada con su hijo. Descansó la mano en su pierna entre las sombras. ¡Ay, como la deseaba! Colocó las puntas de los dedos sobre su costado, donde formaba una curva perfecta. Sintió su piel suave y cálida con la magia dorada bajo su toque, y sintió como subía y bajaba bajo su mano mientras ella respiraba. ¡Ay, por los dioses! Pero ella frunció el ceño y se movió bajo su toque. Rápidamente retiró la mano porque decidió que no quería despertarla. Era bueno que ella se durmiera con el niño que venía. Así que se levantó rápidamente y salió del jacal, para que no sería aún más tentado.

Se fue a los arbustos para orinar. Con su mano libre, se secó el sudor que corría por su rostro, que no era completamente por culpa del calor y la humedad del aire aquí afuera. Cuando terminó, volvió a entrar en el jacal y tomó un trago rápido de balché y pulque. Después tomó una cáscara de maíz seca y la llenó de tabaco, enrollandola en un cigarrillo. Tomó una astilla resplandecente de las cenizas aún ardiendo del fuego del hogar y lo sostuvo contra el fundo del cigarrillo para encenderlo. Una vez que estaba encendido, volvió a salir del jacal.

Allí fuera de la puerta se agachó y fumó su cigarrillo. Aunque la noche estaba caliente, una brisa fresca empezó a soplar, y fue agradable fumar su cigarrillo con la brisa fresca soplando sobre él. Las estrellas brillaron especialmente relucientes esta noche, y cuando terminó su cigarrillo, dando un último jalón y dejando el humo escapar por su nariz y su boca, se estiró y se levantó para mirarlas. Algunos hombres se pararon debajo de las estrellas y se sintieron poderosos por la fuerza de sus dioses. También sabía que otros hombres pasaban sus vidas estudiando las estrellas, buscando respuestas. Respuestas a qué, él no lo sabía. Las estrellas no le dirían a un hombre qué hacer, qué decir, como olvidar ... Un hombre tuvo que aprender todas estas cosas por su cuenta. Para él las estrellas no eran nada. Él no tenia dios. Le desagradó y se quedó con el ceño fruncido.

Ahora el cielo empezó a aclararse poco a poco. Un perro andaba por allí, buscando que comer, a una pequeña distancia de donde B'alam Agab se estaba parado. Él chifló para que se le acercara.

"Vente," le llamó, dándose una palmada en la pierna. El perro se le acercó lentamente a él. Vio que no era uno de sus propios perros ni uno de los perros de sus vecinos. Estaba cubierto de pulgas y sus costillas se mostraban lastimosamente a través de su piel delgado. B'alam Agab le rascó debajo de la barbilla y detrás de las orejas. Buscó un pedazo seco de carne de venado y se lo dio al perro. El perro rápidamente comió la carne y miró a los ojos de B'alam Agab, pidiendo más.

"Lo siento mucho, mi amigo, perdóname, pero eso es todo lo que te puedo dar," le dijo, mientras acariciaba la pelaje áspera y sucia del perro. En la distancia, otro perro ladró. El perro levantó sus orejas, y al ver que no había nada más que comer, se saltó corriendo hacia el sonido. Ahora el sol empezó a amanecer sobre el horizonte oriental. B'alam Agab dejó los rayos cálidos resbalar sobre su pecho. El día prometió ser largo y caliente y el sudor ya había empezado a correr por su cara...


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