No era para nadie una sorpresa que Teddy Lupin fuera excelente en defensa contra las artes oscuras.

"Tu padre fue el mejor maestro de defensa que tuve", decían muchos, recordando sus años en Hogwarts.

"Era una de las mejores Aurores de la Orden", decretaban otros.

"Has aprendido mucho de tu padrino", opinaba el resto.

Pero la verdad era que su talento se lo debía a su abuela.

Había sido ella la que había descubierto la razón de su torpeza hereditaria. Los días nublados lo hacían encogerse y las visitas de su padrino crecer. Su cuerpo nunca era el mismo, siempre variaba un poco con su humor. Su abuela había empezado a medirlo constantemente, para ayudarlo a controlar su poder. Después lo había inscrito en un club de futbol muggle, para enseñarle coordinación.

Como todos los demás niños Teddy no había tenido una varita propia hasta los once años. Pero desde antes había sabido usar una. Su abuela le había prestado la suya constantemente, para enseñarle pequeños hechizos y encantamientos. Mientras otros niños escuchaban cuentos de hadas su abuela le contaba las terribles historias de los Black y de la guerra. Al final le hacia repetir los nombres de los maleficios y sus contrahechizos, para que nunca nadie pudiera sorprenderlo.

En las vacaciones, la mayoría de las madres perseguían a sus hijos para evitar actos ilegales de magia. Andrómeda Tonks perseguía a su padrino para que le enseñara a Teddy como batirse con otros magos. Ella misma le enseñaba a su nieto ha reconocer docenas de venenos, objetos malditos y el olor particular de la magia oscura.

Un día Teddy le pregunto a su abuela si ella le había enseñado así a su madre.

"No", contesto ella.

"Entonces... ¿por que me enseñas a mi?"

Ella volteó a verlo con esa mirada seria, oscura, terriblemente determinada.

"Por que no dejare que me quiten otra familia"

Ted Lupin nunca volvió a preguntar.

Cuando salio de Hogwarts, se unió a los aurores.