El sueño de venganza
Capítulo 1 - El lobo con piel de oveja
Plata y oro formaban aquella armadura que le había sido entregada para protegerse de cualquier ataque. No sabía quién la había forjado, pero a sus oídos había llegado la historia de que fue un ángel de alto rango que se había cansado de la vida de pelea y se había marchado a un retiro. Irónicamente, nunca pudo apartarse del todo de ese mundo y siguió construyendo armaduras hasta que se cansó y usó aquella espada recién hecha para abrirse las entrañas. Era curioso que alguien tan atormentado hubiese sido capaz de crear cosas tan brillantes.
No es que creyese en ángeles y demonios porque fuese un muchacho fantasioso, es que él era uno de esos ángeles, como los que los humanos habían dibujado desde tiempos inmemorables en los murales de las iglesias y a los que atribuían anunciaciones divinas. No todo era tan bonito como lo pintaban, pero sí, existían, al igual que lo hacían los demonios.
Había una significante diferencia entre la apariencia real de los demonios y las ilustraciones realizadas por las personas: aquellos seres tenían más apariencia humana de la que habían imaginado. Esa era la manera ideal de embaucarles y por ese motivo ellos bajaban a la Tierra, para vigilar que no se salieran con la suya. Sintió una mano sobre su hombro y se erizó ligeramente al no esperar ese contacto. Se dio la vuelta y se encontró con un chico de ojos azules y sonrisa deslumbrante con dientes perfectamente alineados. Su cabello era rubio oscuro y destacaba un curioso mechón corto, que nacía cerca de su flequillo y que se mantenía tieso hacia arriba, desafiando las leyes de la lógica. Iba vestido con una túnica blanca, holgada, y sobre ésta descansaba una enorme armadura que casi parecía duplicar el mismo peso de ese muchacho. Sobresalían unas alas blancas como la nieve que se encogían y estiraban cuando hablaba con demasiado ímpetu, casi como si fuese un tic.
- Llevas un rato mirándola, ¿necesitas que te ayude a ponértela? -de repente se rió y le dio un par de palmadas en el hombro- No te preocupes. Tampoco es tu primera misión fuera y, además, sólo vamos a echar un vistazo. No tenemos por qué encontrarnos a nadie. Quizás hasta podamos ayudar a algún humano. Son graciosos y amables con nosotros.
Se sintió turbado por esa proximidad así que sonrió nerviosamente, se hizo a un lado y se puso la armadura. Le dio las gracias escuetamente y cogió su arma. Era el momento de emprender el viaje. No habló demasiado porque se encontraba nervioso, pensando en cualquier posible imprevisto o en qué debería decir si se topaba con algún humano que pudiera verle. No todas las personas lo hacían, eso les facilitaba las cosas muchas veces.
Las fuentes decían que cerca de una localidad cuyo nombre no podía recordar, en un bosque poblado, había unos seres que parecían lobos que se dedicaban a matar personas. El Consejo había sospechado que aquellas acciones podían ser causadas por demonios de menor rango, que eran los más insubordinados. Aquella zona era espesa, la luz apenas entraba a causa de la vegetación y estaba llena de arbustos que habían crecido. Se había cruzado con algunos animales que se le quedaban mirando fijamente, como si hubieran visto una aparición.
Ellos también podían verle. Luego los humanos se quedaban extrañados cuando sus mascotas ladraban a la nada o se quedaban mirando un punto fijo. Era una pena que la gente ya no creyese en ellos con la misma fuerza, les estaba convirtiendo en seres más fríos. Antes, hacía siglos, era sumamente sencillo aparecer delante de un humano y entablar una conversación con ellos. Ahora lo difícil era hallar este tipo de persona, escaseaba demasiado. La pérdida de la fe en la raza humana podía ser algo preocupante.
El bosque se terminó y no encontró al ángel que le había acompañado. Se habían separado al poco de entrar y la espesura del bosque era tal que a duras penas podían ver lo que les rodeaba a una larga distancia. Entonces, a lo lejos, divisó una figura que le llamó la atención. Con sigilo se fue aproximó para ver quién era y paró en seco al darse cuenta de que lo que tenía delante no era un humano, era un demonio. La prueba eran aquellos cuernos sobre sus cabellos rubios que tenía acomodados entre esa media melena que se ondulaba por las puntas. Iba vestido con una especie de armadura negra, con zonas con forma de pinchos, y que cubría una camiseta de tirantes negra y unos pantalones largos del mismo color.
De éstos últimos, a la altura del trasero, sobresalía una cola que acababa con forma de punta de flecha, de color roja y que en ese momento caía hacia abajo, sin voluntad alguna. Sin embargo, lo que más le llamó la atención de ese demonio no fue tanto su apariencia, fue más el simple hecho de ver que en la comisura de sus ojos azules, acunadas por aquellas pestañas rubias más largas de lo que parecía a simple vista, había dos pequeñas lágrimas. Fue algo extraordinario, en su vida había visto a un demonio llorar. Siempre había pensado que eran seres viles sin sentimientos y que disfrutaban sembrando la semilla de la desesperación en la mente de aquellos que se cruzaban por su camino. En algunos casos ya estaba plantada desde antes y ellos se encargaban de cuidarla, como un buen jardinero, haciendo que germinara y se convirtiese en una infección fuerte que se extendía por la débil alma humana.
Su pensamiento racional, el primero de todos, fue que tenía que darse media vuelta y avisar a Alfred, su acompañante, de que había encontrado un demonio. Quizás debería ser él el que se encargara de luchar contra ese ser hasta matarle. Pero, por otra parte, no lograba sacar el coraje para moverse mientras podía ver que aquel hombre, por llamarlo de alguna manera, se encogía y agachaba su cabeza mientras sus espaldas se movían con violencia. Se preguntaba qué le atormentaba hasta ese punto. ¿Y si hablaba con él?
¡Menuda risa! Eso sí que sería una absoluta locura.
¿O no?
Su cuerpo decidió que era buena idea acercarse un paso y entonces pudo ver que el demonio se daba cuenta de que no estaba solo y se tensaba por completo. Carraspeó como si acabara de llegar y quisiera llamar su atención. El demonio se dio la vuelta y se quedó mirando a ese muchacho. Sobre su cabeza había un anillo dorado que brillaba con fuerza. Sus ojos eran grandes, verdes, vivos y deslumbrantes y sus cabellos del color del chocolate y cortos se despeinaban a placer mientras al mismo tiempo poblaban su cabeza. Vestía una túnica blanca y sobre ésta llevaba una armadura tan reluciente que se podía ver reflejada en ella. Sobre la espalda le nacían un par de alas, más grandes de lo normal, de un blanco impoluto y brillante que deslumbraba bajo ese sol del mediodía. Se quedó mirándole de una forma un poco tensa, casi avergonzada y el rubio no pudo más que expresar desconfianza.
- No te asustes, te prometo que no voy a atacarte. Me llamo Antonio. Sé que se supone que no deberíamos hablar pero no he podido evitar ver que estabas llorando y bueno... En general no me gusta ver llorar a nadie.
Hubo un denso silencio que no fue roto por el demonio. Antonio arqueó una ceja y le miró casi expectante. Oh, vamos, seguro que mudo no era. No había oído que ningún ángel o demonio no pudiese hablar o ver, y éste no parecía herido.
- ¿Se te ha comido la lengua el gato? -preguntó Antonio sonriendo un poco. No quería que pensara que era peligroso y una sonrisa de ese tipo era el gesto para sellar una tregua y una expresión de complicidad.
- Como si eso fuese posible... -dijo el rubio tras suspirar. No parecía muy contento por su presencia pero al menos no estaba tan a la defensiva.
- ¿Qué haces aquí solo? ¿Por un casual no sabrás algo de esos lobos o animales que están atacando a los humanos?
- No tengo ni idea. Yo estaba aquí solo desde hace horas y es la primera vez que vengo en meses. -murmuró sin ánimo el rubio, como si no le apeteciese estar hablando y encontrase más placer en el silencio.
- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Antonio sin poder resistir la tentación de lanzar una tras de otra. Le producía curiosidad y mientras fuese contestando, ¿por qué no hacerlo?
- ¿Y este interrogatorio? Si sigues creyendo que yo tengo algo que ver con eso de los lobos te diré-
- ¡No, no...! ¡No es nada de eso! De verdad que creo que no eres culpable. Lo que pasa es que me gustaría saber cómo puedo dirigirme a ti. Llamarte "demonio" no me parece correcto. Ya te he dicho mi nombre antes, soy Antonio. ¿Y tú?
Otro silencio que parecía que era capaz de alargarse durante largos minutos. Antonio observaba a ese demonio con una sonrisa amigable mientras que éste le miraba con indiferencia. Viendo que no decía nada, ni se iba, ni se movía, simplemente le miraba con esa sonrisa y los labios entreabiertos, como expectante, el rubio suspiró.
- Me llamo Francis. -cedió finalmente.
- ¿Lo ves? Ya sabía yo que tenías un nombre. Además es uno bastante bueno, me gusta.
- ¿Eres así de parlanchín con todos los demonios que te encuentras o es que eres así de tontorrón? -le preguntó Francis tras un segundo de silencio.
- ¡Pues claro que no hablo tanto con los demonios que me he encontrado! Tampoco es que me haya encontrado a muchos... -se frotó una mejilla avergonzado- Lo que pasa es que me ha llamado la atención que estuvieras llorando.
- Te llaman la atención unas cosas muy tontas... -murmuró tras hacer rodar la mirada.
- A mí no me parece tonto. Nunca había visto a un demonio llorar, me ha chocado mucho. No pensaba que pudierais hacerlo. No te lo tomes a mal...
Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro y se acercó a él tranquilamente. La mano derecha de Francis se aproximó a la mejilla de Antonio y éste ni se inmutó. La sonrisa del rubio se acentuó mientras seguía hablando, acariciando con la yema de los dedos aquella piel que casi parecía porcelana de lo perfecta que estaba. El de cabellos castaños se sorprendió porque aquellos dígitos estaban calientes, mucho más que lo que los suyos lo estaban y parecían casi arder contra su piel. ¿Por qué tenía que tocarle para hablar? Ni idea, pero no sentía miedo.
- No todos los demonios son como se piensa, señor Antonio. Igual que no todos los ángeles son trigo limpio. En todas partes hay traidores.
Sus dedos fueron descendiendo por su mejilla y en un gesto más brusco le agarró el mentón y lo sujetó a la altura ideal para que sus labios estuvieran cerca, a la ideal para un beso. Antonio se tensó por esa cercanía tan repentina, tan extraña.
- ¿Y quién me iba a decir hoy a mí que la suerte iba a estar de mi parte y que me iba a encontrar con el hijastro del gran arcángel?
Sintió que le daba un vuelco el estómago al escuchar toda aquella información que él en ningún momento había desvelado y presenciar aquella sonrisa torcida que se formó en el rostro del demonio. Lo siguiente se sucedió de manera atropellada y no tuvo oportunidad de reaccionar o contrarrestarlo. La mano que había estado en el mentón le empujó y una de las piernas se coló entre las suyas y le hizo la zancadilla. Antonio vio en cámara lenta cómo caía contra el suelo, a Francis cada vez más grande, su mirada azulada, fría y calculadora, casi como el hielo.
El golpe que se dio contra el suelo parecía haber devuelto el tiempo a su cauce habitual. Francis se movió hasta tener sus piernas una a cada lado de la cintura del ángel que estaba sobre el suelo, al segundo siguiente estiró la mano y un cúmulo de oscuridad surgió de la nada y se arremolinó en su mano formando un tridente cuyas puntas se movieron con vida propia y se amontonaron formando una única lanza puntiaguda gruesa. No dudó ni un momento, al segundo siguiente la había clavado en el hueco de la armadura a la altura de su hombro, que quedaba al descubierto al estar tirado en el suelo.
Antonio gritó y su columna se arqueó, convulsionado por el dolor que le colapsaba los sentidos. La sangre brotó de su herida y el grito se quedó ahogado mientras sus labios boqueaban como un pez fuera del agua. Sentía lágrimas humedecer la comisura de sus ojos y la mano contraria se movió y se posó sobre la lanza, como si intentara apartarla. Francis sonrió de lado, apoyó la bota en una de las muescas de la lanza y pronunció unas palabras en un idioma desconocido para Antonio, o quizás es que estaba demasiado adolorido como para reaccionar. La lanza brilló y el ángel se revolvió al sentir que algo se metía en su organismo. El demonio pisó el arma con más fuerza, adentrándola más en la carne de aquel ser de luz que estaba bajo su cuerpo, logrando otro grito agónico.
El de cabellos castaños volvió a convulsionar y se quedó quieto, respirando irregularmente mientras su cabeza se había quedado ladeada hacia la derecha. Sus ojos verdes estaban nublados por el dolor y un hilo de sangre surgía y se hacía visible desde la comisura de la boca hacia su mentón. Estaba medio inconsciente. Francis dejó de apretar pero no desclavó la lanza, que se aguantaba erguida, empalada en aquella masa de carne. Dio una vuelta a su alrededor, como un depredador que olisquea a su presa. No había duda, era el hijastro del arcángel mayor. Muy, muy afortunado...
- Esta es mi lección para ti hoy, pequeño Antonio... -le agarró del flequillo y tiró de él para que le mirara. Aunque agotados, sus ojos verdes le observaron- Nadie es quien parece que es... No te olvides de mi nombre. Quiero que lo recuerdes día tras día mientras te dure el tormento. Espero que lo sufras bien. -le sonrió y soltó su cabello- No me decepciones, a tu amiguito Francis no le haría ninguna gracia...
El dolor volvió a multiplicarse cuando sin delicadez alguna Francis retiró la lanza de su cuerpo. En ese momento sí que podía sentir la sangre abandonándole. Su visión se había tornado borrosa y violentos temblores le sacudían por momento. Le dolía horrores y según qué movimiento le provocaba una sensación de calor que le abrasaba. Miró hacia un lado y vio que Francis observaba ausentemente el sitio en el que había estado hasta que el ángel había hecho acto de presencia. Repentinamente desapareció y Antonio jadeó al intentar moverse.
- Alfred... -su voz sonaba irregular- ¡Alfred, joder...!
Pensaba que su esfuerzo era en vano hasta que escuchó unos pasos y la voz de aquel chico. Pudo notar que le movía para cargarle y el dolor le hizo apretar dientes y sentirse más mareado. Fue capaz de percibir que de nuevo volaban, aunque él vagaba más entre la inconsciencia y la realidad. Todo le pesaba. ¿Iba a desvanecerse? ¿Es que era un idiota por haber creído a un demonio? Pero las lágrimas parecían reales. Tampoco era la primera vez que le engañaban. Le daba la impresión de que todo a su alrededor se oscurecía. Pudo de repente notar una mano en su mejilla y una voz clara en su oído.
- Toda una pena que de tan inocente que eres, te vuelves idiota.
El corazón le dio un vuelco al reconocer esa voz. Se tensó, miró bruscamente hacia su derecha y durante un segundo pudo ver aquellos ojos azules, sus labios curvados en una sonrisa manipuladora y su cabello rubio. Al segundo siguiente se despertó jadeando y notando su hombro palpitar. Unos brazos le sujetaron y le apretaron contra la cama de manera gentil. Una chica, de cabellos rubios cortos rizados hacia las puntas, le pasó la mano por la mejilla para lograr su atención.
- Eh, Antonio, tranquilo. Estás a salvo en casa. Soy yo, soy Belinda. ¿Lo ves? Relájate. No tienes nada que temer. Tus heridas empeorarán si te mueves tanto.
Los ojos verdes del muchacho se enfocaron en el rostro de ella, que sonreía dulcemente aunque no podía ocultar su preocupación. Se dio cuenta de que ya habían dejado atrás el mundo de los humanos y que volvían a estar en ese reino al que los demonios no podían acceder sin jugarse la vida. Suspiró pesadamente y se relajó contra la cama. Parecía que le habían apaleado entre cuatro personas, aunque no sabía si eso era lo que se sentiría porque nunca había recibido una paliza por el estilo. La muchacha le pasó un paño fresco por el rostro que le sentó como una bendición.
- Tienes suerte de que Alfred tenga la fuerza de una mole a pesar de estar muy delgado. Te ha traído todo el camino sin problema alguno. Ya cuando llegaba respiraba un poco acelerado, pero nada grave. En cambio tú... Qué susto nos has pegado.
- Lo siento...
Su voz había sonado ronca y hasta a él le sorprendió escucharse de aquel modo. El intento fue hasta complicado. ¿Cómo podía llegar a doler tanto hablar? Belinda era una chica que trabajaba como cuidadora por aquella zona de la ciudad. Antonio la conocía porque un día vio que ayudaba a una señora mayor a levantarse del suelo sobre el que había caído. ¿Cómo un ser inmortal -en apariencia- llegaba a viejo? Bueno, era sencillo, los ángeles y los demonios eran seres vivos en el fondo, aunque su ritmo de maduración era mucho más lento que el de un simple humano. Ella era una muchacha que se portaba bien con todos y la prueba era que poco tardó en entrar como enfermera. Era conocida por toda la ciudad por su simpatía y había interactuado con ella unas cuantas veces que había venido al hospital de acompañante. Era algo así como una hermana, le gustaba charlar con ella de vez en cuando, pero tampoco es que tuvieran una relación muy íntima.
Belinda sonrió e hizo un gesto de negación con la mano, para quitarle importancia a la situación. Antonio estaba muy serio, seguramente estaba herido su orgullo también por haber dejado que le hiriesen de esa manera. Ella no sabía todos los detalles, puesto que Alfred no lo había visto. No sería ideal que lo primero que hiciera tras despertar fuese presionarle para que le contara qué había acontecido mientras estaba solo para terminar de esa manera.
- No pasa nada. Lo importante ahora es que estés bien, hay gente que se preocupa por ti. -dijo ella con ímpetu.
- Ya será para menos... -dijo Antonio no muy convencido mientras se miraba hacia el hombro, vendado. Esperaba que su ritmo de regeneración cumpliera con las expectativas y que en unos días notara mejoría.
- Claro que no es para menos. Yo me preocupo por ti, por ejemplo. Y estoy segura de que el chico que está fuera también se preocupa por ti, por mucho que lleve farfullando un buen rato en voz baja.
- No deberías preocuparte por alguien como yo. Estaré bien. ¿Y qué chico? -dijo despegando los ojos verdes de las blancas vendas.
- Voy a avisarle de que ya has despertado y dejaré que pase. Le he hecho salir fuera porque estaba muy alterado y hacía ruido. Un paciente necesita reposo, es lo que siempre he dicho.
El chico suspiró pesadamente y cerró los ojos cuando escuchó que Belinda había salido de la estancia y había cerrado la puerta tras de sí. No estaba seguro de quién se trataría ese chico, pero tenía la intuición de que sería él. Era el único que a veces demostraba cierto interés hacia su persona, aunque fuese para machacarle luego con sus palabras. Alfred seguro que no era, no es que fuesen tan amigos. Además, Belinda le conocía, habían flirteado en un par de ocasiones cuando el rubio se había hecho alguna herida. Si hubiese sido él, ella le hubiera llamado por el nombre o hubiese dado una descripción ligeramente ofensiva sobre el ángel.
La estancia en la que estaba era blanca, como casi todo en esa ciudad o inclusive en el Reino. ¿Por qué daba la impresión de que el único color que les pegaba era el blanco? Parecía que pensar en otra tonalidad era tabú, una señal de corrupción. La cama era bastante confortable y le cubría un edredón crema que estaba hecho de plumas. A la derecha había una mesita de madera con una silla en cada extremo y en el otro una pequeña planta que le daba la impresión de que era artificial. Ni idea de cómo las hacían.
El sonido de la puerta golpeando contra la pared fue ensordecedor y le hizo sentir una fuerte migraña dentro de su cabeza. Allí, bajo el marco, pudo ver a ese chiquillo que conocía bien. Su apariencia era la de un chaval de unos veinte años, sus ojos eran de color miel y su cabello formaba una media melena que le llegaba hasta el mentón. Destacaba un rizo en su cabeza, que se elevaba hacia arriba. No entendía cómo había tantos ángeles con rizos extraños.
- Si quieres matarnos de un susto, te aseguro que lo estás haciendo de miedo... -dijo el joven ángel, ataviado con una túnica blanca con adornos dorados por las esquinas.
- Lovi, creo que lo que -
- Te he dicho mil veces que no me llames Lovi, mi nombre es Lovino. Más te vale decirlo entero. -interrumpió el chico rápidamente. Siempre le pasaba lo mismo con Antonio y por más que se lo decía, le ignoraba en demasiadas ocasiones.
- Perdona... Lovino, no creo que lo que me convenga ahora es que vengas a echarme la bronca. Me duele un poco, ¿sabes? -dijo sonriendo con resignación. Decir "poco" era un eufemismo. Sería acertado decir que le dolía bastante y que no quería moverse para no volver a experimentar el horror.
- ¿Se puede saber qué ha pasado ahí afuera? Alfred no vio ni a un alma y tú apareces con el hombro perforado. Es de locos. -dijo Lovino suavizando su tono. Agarró una silla, la arrastró y se sentó delante.
- ¿Dónde está padre? -preguntó Antonio al no verle por ninguna parte.
- Ha salido con Feliciano hacia el norte. Te envía sus mejores deseos y que te cures pronto. También querrá hablar contigo a su regreso.
- Ya... -replicó tras encogerse de hombros. Imaginaba que pasaría algo así. ¿Por qué seguía decepcionándose? Tendría que dejar de ilusionarse. En realidad no es que estuviese triste, estaba acostumbrado.
- ¿Me vas a explicar qué ha pasado? Ya sabes que él es más inflexible que yo en estas cosas y será mejor que pensemos en alguna excusa si es necesario.
- Fue un demonio... -empezó tras estar unos segundos en silencio- Le encontré llorando y me produjo curiosidad así que me acerqué y empecé a hablar con él. Aunque no estaba muy contento, al menos parecía apaciguado.
- ¿¡Qué!? -espetó sin poder escuchar más de la historia. Se dio cuenta de lo agudo que su grito había sonado y no quería que todo el mundo en la planta se enterara así que bajó el tono hasta convertirlo en un susurro. Se fue hacia Antonio y le agarró la camiseta que llevaba, con cuidado de no hacerle daño- ¿Me estás diciendo que te acercaste a un demonio para hablar con él? Eso es muy grave, Antonio. No se hacen amigos con los demonios. ¿Dónde has estado viviendo todos estos años? ¿Es que tus sesos de repente son serrín?
- Estaba llorando... -se quejó Antonio.
- Era mentiiiiiraa... -dijo con un tono inflexible Lovino- ¿Es que eres tonto? ¿Quién en su sano juicio hubiese creído que esas lágrimas de cocodrilo eran de verdad? Sólo tú. Porque eres un tontorrón. Ya le dije al abuelo que esto era una mala idea. No estás hecho para luchar.
- ¡Oye...! Claro que puedo luchar. Lo que pasa es que tengo que coger experiencia. Además, los demonios no tienen que ser todos malos.
- Baja ya de tu nube de azúcar y regresa a la realidad. ¡Por supuesto que son malos! La prueba es lo que te ha hecho después, ¿no crees?
- Ha sido rarísimo... Pero sí, quería hacerme sufrir y sabía quién era. A eso no le puedo encontrar justificación alguna. -dijo Antonio bajando la vista.
- ¡Pues claro que no! Sólo te demuestra que todo lo que te dijera ese demonio era una sarta de mentiras para engañarte y atacarte cuando menos lo esperaras. Debes dar gracias, mo sé qué neurona se le murió en el cerebro para que no decidiese rematarte en ese momento y devorar tu carne.
- ¿Mi carne...?
- Claro, los demonios intentan arrebatarnos el poder y creen que comiendo nuestra carne se hacen más fuertes. Es mentira, no funcionan así las cosas, pero bueno. Eso no impide que los más idiotas se lo crean y maten a ángeles para comérselos como bestias salvajes. ¿De veras crees que unos seres así pueden ser buenos? No me seas iluso. Se debe estar burlando de ti allí donde esté.
"Toda una pena que de tan inocente que eres, te vuelves idiota."
Esa frase resonó en su cabeza. Había sido un sueño a causa del dolor y de esa sensación de ser atacado, pero en ese momento podía recordar con total claridad esas palabras y fueron como una puñalada. Sí, era un idiota. Pero es que no tenía por qué creer todo lo que le decían a pies juntillas. Antonio creía en la bondad de cada ser, cada persona. Porque alguien tuviese cuernos no quería decir que su corazón tuviese que estar podrido... Sin embargo, eso que le había ocurrido le había dejado con la impresión de ser un tonto. Seguro que Lovino tenía razón. Él era el más idiota de todos los ángeles de la zona, por eso le engañaban constantemente. ¿Era un delito ser tan confiado? Le hacía sentirse hasta deprimido.
- Bueno, esto te enseñará que no hay que confiar en los demonios. La próxima vez, aunque veas a uno gritar entre lágrimas, recordarás a ese traidor que te asaltó tras intentar hacerte el amigable y le atacarás. Hablaré con el abuelo para que no se ponga muy borde. Cuando son cosas de la lucha, se pone demasiado serio. Como padre fue un guerrero de élite, quiere que sus hijos y nietos sean de la misma forma.
- No todos vamos a salir como él quiere. Tú tampoco amas la lucha y sin embargo... -no pudo acabar la frase. Frunció el ceño. Realmente era idiota y mejor tendría que callarse la boca.
Lovino se quedó mirando al hombre fijamente, sin expresión alguna en el rostro. Lo que hizo al final fue agarrarle la nariz y eso hizo que los ojos verdes de Antonio se abriesen más y levantara la cabeza para observarle, entre sorprendido y casi como si se sintiera atacado.
- Pero yo soy más guapo que tú y menos inocentón~ Corrige eso y ya verás. Al menos te convertirás en un ángel muy importante para esta comunidad. Ya sabes que el Reino está expandiendo sus territorios. Quizás podrían asignarte una zona tranquila. Así que no pierdas la esperanza, puedes ser útil sin tener que pelear si no te gusta.
- Gracias, Lovino... -dijo Antonio tras estar en silencio unos segundos.
Al ver que le sonreía, el más joven le soltó la nariz y miró hacia otro lado avergonzado. Nadie solía agradecerle nada. Puede que fuera porque le costaba hacer cosas por la gente, mostrar demasiada preocupación y temía que después le ignoraran. No es que eso hubiese pasado con Antonio, que podía decirse que era algo así como su tío, aunque pasaba más tiempo en su compañía que en la de su padre. Quizás era porque ambos tenían algo así como un complejo y Lovino podía verse reflejado en sus problemas.
- No tienes que darme las gracias por nada. Tampoco he hecho algo que las merezca. -dijo aún azorado- Lo que tienes que hacer es descansar y recuperarte. Coge energías y ya. Es hora de pensar en ti mismo.
No es que pudiera replicarle nada, tenía razón. Asintió con la cabeza tras agacharla y acarició con la yema de los dedos la colcha. Iba a dolerle durante días y, mientras, reflexionaría acerca de qué hacer con su comportamiento. Quizás todo aquello abogaba por un cambio.
Tras una semana, Antonio estaba bastante recuperado. Al menos sus cuidadores habían decidido que podía regresar a casa con los suyos y seguir haciendo vida calmada hasta que acabara de cerrar la herida. Durante el tiempo que había estado ingresado y había sufrido por aquel agujero, el joven había estado pensando. Quizás sí, cambiar era lo que le tocaba hacer en ese momento. Debería dejar de ser tan inocente, pensar un poco en su bienestar por encima del de los demás y volverse inflexible con el enemigo. Hacía cosa de dos días que su padre, por llamarlo de alguna manera, había venido a verle.
Romario era uno de los arcángeles mayores, que se encargaban de gobernar sobre los cuatro Reinos más importantes del mundo de los ángeles. Ellos se encargaban además de explorar aquellos territorios vírgenes y anexionarlos a sus dominios. Los cuatro arcángeles mayores mantenían sus alas fuera de los territorios de los demás y servían a Dios ante todo. No había peleas por el poder puesto que éste pertenecía al ser superior. Antonio no sabía bien cómo era ese Dios al que supuestamente servían, nunca le había visto en persona. Los primeros en ser siervos de Dios habían sido los humanos y éstos habían ido dejando de creer. Pero bueno, eran temas de fe, de razón, de moral y ética, algo que nadie quiere discutir. Hablar sobre eso le supondría miradas raras. Lovino le llegó a tapar la boca y le dijo que nunca hablase de eso con nadie más si no quería meterse en problemas. Nunca se lo contó a Romario, el servidor con privilegios de Dios.
Le había adoptado cuando era un crío y Antonio no tenía recuerdos de aquella época. Sí podía rememorar que estaba bastante sucio, pero a saber si no había sido porque era un trasto y se había estado revolcando sobre el barro. Cuando llegó, fue como siempre. Se le acercó con ese aire jovial y le examinó con preocupación.
- ¡Siento no haber venido antes...! Ya sabes, hay que batallar cuando esa gente no cede ante lo que en realidad es mejor para ellos. Unificaremos el cielo. Por eso no pude dejar mi espada para venirte a ver. Lovino me fue contando cómo estabas. ¿Te duele mucho?
- No, ya no tanto. Cuando hago esfuerzos sí, pero mucho menos que antes. No pasa nada. -le replico sonriéndole.
- Me han dicho que mañana te dan el alta. Eso es una alegría. Me gustaría poder estar aquí para acompañarte a casa pero partimos al norte de nuevo, con Feliciano y Lovino. Aunque creo que no le apetece mucho ir a éste. Pero le irá bien el cambio de aires sin duda.
- Está bieen... No pasa nada. -repitió Antonio tras hacer rodar la mirada. Era pesadísimo.
- Lovino me ha contado lo que te ocurrió para estar tan herido. Es fácil confundir a un cuerpo caído y lo único que te falta es más experiencia en el campo de batalla. Cuando regrese, intentaré entrenarte personalmente.
- A ver cómo está mi hombro para entonces...
Seguro que curado y con fuerzas, eso era lo peor.
- Nos lo tomaremos con calma entonces. -le replicó sonriendo.
- Está bien. -contestó devolviéndole el gesto.
Y esa había sido toda la visita que había recibido de su padre. En ese mismo momento entró un soldado diciendo que las provisiones de comida eran menores de las esperadas y Romario se disculpó una y otra vez, hasta que a la quinta se marchó. Estaba acostumbrado a eso. Además, Alfred le sorprendió y le visitó más tarde. Fue agradable y le trajo un montón de fruta que había ido cogiendo del mundo humano desde que le trajo herido. Fue un gesto que agradeció de corazón.
Ese día, Antonio cogió las pocas cosas que le quedaban en aquel sitio y salió tras recibir el alta. Nadie le esperaba fuera y casi lo prefería. Ya estaba cansado de recibir a gente que le trataba como si fuese una muñeca a punto de romperse. Las calles de la ciudad seguían como siempre, con edificios imponentes, altos, de un blanco impoluto y grandes cristaleras que reflejaban el sol convirtiéndolo en la herramienta perfecta para cegar. Caminar tras días encerrado en esa cama fue reconfortante y aunque estaba acalorado cuando llegó, se sentía radiante.
La casa donde vivía no podía llamarse de aquella forma ya que era una especie de mansión. Era el doble del tamaño de la mayor parte de las edificaciones y contaba con un total de diez habitaciones. Cuatro eran destinadas para ellos, los propietarios, otras cuatro eran para la gente del servicio y las dos restantes eran habitaciones para los invitados ocasionales. Disponían de una residencia más humilde que se ofrecía a Arcángeles y a otros poderosos que se dignaban a venir.
La residencia principal estaba adornada por los tapices más finos y las alfombras cubrían unos suelos de mármol tan pulido que hasta podías verte reflejado en él. Sus sandalias resonaban con cada paso que daba y por todas partes podías ir encontrando puntualmente cuadros, pintados por los mejores artistas de aquel Reino y piezas de cerámica, algunas con flores hermosas que tardaban más de lo habitual en marchitarse.
Diferentes mujeres del servicio vinieron a preguntarle si quería algo y Antonio amablemente les fue diciendo que estaba bien. Lo que hizo fue irse a su habitación, huyendo de las múltiples preguntas que las más curiosas no podían evitar hacerle. Su cuarto tenía un dosel grande, con un colchón, una cubierta acolchada y encima del mismo una gran cantidad de cojines entre los cuales le gustaba hundirse. No se tiró sobre ellos porque su hombro seguramente se quejaría por tal acción inconsciente. Un espejo grande ocupaba un trozo de la pared que quedaba a la izquierda del gran ventanal adornado con oro y cubierto de piedras preciosas. Tenía una gran mesa redonda, blanca, rodeada por cuatro sillas y sobre ésta pudo vislumbrar su armadura, la que había llevado el día en que fue herido. Se sentó en una de las sillas tras retirarla y observó la pieza. Estaba manchada con una gran cantidad de sangre que se había secado y endurecido en el proceso. No había ningún rasguño del arma que Francis había blandido contra su cuerpo.
Pasó el dedo índice de la mano derecha por encima de la sangre con aparente aburrimiento y decidió que algo tan hermoso era una pena que se quedara mancillado de esa manera. Se hizo con todo lo que necesitaba y se puso a ello. Tardó más tiempo porque no podía hacer más fuerza con el hombro en ese estado. Tras dejarla reluciente, miró su reflejo en la superficie metálica y suspiró. No podía dejar de pensar en lo que había acontecido aquel día, en la forma en que su mirada cambió y cómo se volvió frío y calculador. Le había engañado bien engañado.
Suspiró, arrastró la silla y se levantó. No iba a pensar más en eso, lo mejor era que se echara y durmiese un poco. Aún no estaba del todo recuperado y era mejor que no se esforzara más. Se echó lentamente sobre los cojines, demasiado perezoso para echar hacia abajo el edredón y las sábanas. Apoyó la mejilla contra un cojín y suspiró con gusto al sentir el fresquito de la seda contra su piel. Cerró los ojos y poco a poco se fue quedando adormilado.
Estaba en una especie de montaña, cubierta de pasto y flores, virginal hasta que él apoyaba uno de los pies. Podía oír el canto de los pájaros, que daba paz a su alma. Entonces, de la nada, vio una caseta de madera que se alzaba solitaria en aquella cumbre. Se acercó y llamó a la puerta pero nadie contestó. Antonio suspiró pesadamente e hizo una mueca. ¿Y ahora se suponía que debía darse la vuelta y tenía que marcharse sin más? Rendirse no era su fuerte. Giró el pomo y observó aquella sala de estar amplia. Estaba atenuada ya que las ventanas estaban cubiertas por sábanas oscurecidas por el barro. Las paredes estaban adornadas por infinidad de armas, a cada cual más extraña. Había un hogar en el cual ardía un fuego potente, que amenazaba con salirse y empezar a quemar la casa. Al lado de ésta había un hombre anciano que trabajaba en una espada. Su barba era larga, blanquecina y le llegaba a la altura del pecho y contrastaba con su cabeza, despoblada de pelo.
Ni le había mirado, aunque Antonio sabía que le había visto. Ahora era el momento, se acercaría y hablaría con él. Salió de la casa pensando en lo que charlaron, caminó de nuevo sobre el pasto y pronto todo empezó a oscurecerse cada vez más. Escuchó un ruido detrás de él y eso hizo que se detuviera. Pudo sentir una punzada de nerviosismo. No había nadie allí, ¿por qué era tan paranoico? Suspiró, se dio la vuelta para seguir y cuando sus ojos se abrieron se encontró a poca distancia el rostro de un demonio rubio y de ojos azules que le miraba burlonamente. Jadeó sorprendido y se echó hacia atrás sólo medio centímetro hasta que chocó contra una pared negra. Francis, que había estado quieto como una estatua, se movió y aprovechó que al apartarse había levantado los brazos para apresarlos con sus manos contra la superficie sólida. Todo el paisaje se fue difuminando y quedaron ellos dos en una oscuridad como las fauces de un lobo. Sintió que las piernas resbalaban un poco ante la intrusión de las del rubio, que se abrieron un hueco entre las de él.
- ¿Me habías echado de menos, angelito? -vio que el chico no decía nada, demasiado sorprendido, casi asustado- ¿Se te ha comido la lengua el gato? ¿Recuerdas quién soy?
- Francis... -murmuró Antonio.
- Bien, bien... Te dije que no te olvidaras de mi nombre y no lo has hecho. Eres un buen chico...
Aquella última frase había sido murmurada y el rubio había acercado su tez demasiado, con la clara intención de besarle. Antonio ladeó rápidamente el rostro y eso hizo que la sonrisa de Francis se acentuase más. Le gustaban los peleones.
- ¿Crees que tu rechazo hará que me aparte sin más? No seas inocente... -inclinó la cabeza y pudo oler el aroma natural del ángel, dulce aunque sorprendentemente con una pizca de algo salvaje. Quizás algo que él ocultaba y cuya existencia desconocía- Hueles muy bien, Antonio. Dan ganas de destriparte a ver si tu carne sabe igual de bien.
- Ya estás esperando mucho. Hazlo si tienes el valor. -le replicó con enfado. Aún podía sentir su aliento contra su cuello.
- ¿Qué? Eso no me serviría de nada, me convertiría en un bárbaro. No soy ese tipo de demonio, Antonio. Soy más inteligente que la mayoría. Tengo otros planes para ti.
Se tensó al sentir que los ardientes labios del demonio besaban su cuello repetidamente. Le dijo que parara de hacer eso pero sus quejas cayeron en saco roto. Francis siguió besando aquel trozo de piel, incluso lo lamió y, viendo que las quejas de Antonio iban en aumento, le dio un mordisco que hizo que el joven de cabellos castaños se quejara.
- No seas pesadito. Esta es mi carta de presentación. Vas a tener que estar tranquilo mientras. Tampoco es como si tuvieses otra opción. -murmuró Francis cerca de su oído.
Le hizo subir los brazos, deslizándolos sobre la superficie sólida contra la que estaba apretado, hasta que sus manos estuvieron sobre su cabeza. Antonio podía escuchar su corazón repiqueteando con fuerza en sus tímpanos. Lo peor era que no podía moverse. Quería intentar golpearle con las piernas pero su cuerpo se negaba a reaccionar, bloqueado por el pánico y la sorpresa. La mano del demonio fue sorteando ropa, apartándola hasta que encontró el miembro del ángel, calmado. Sonrió con deleite al sentir que todo el cuerpo del de ojos verdes se tensaba y el color le subía a las mejillas.
- No toques con tanta c-
Dejó de hablar porque de repente tenía la lengua de Francis dentro de su boca mientras sus labios presionaban y sometían a los suyos. En ese mismo momento, la palma de la mano rodeó su longitud y empezó a masajearla, enviándole una corriente de placer repentina que hasta el instante no había experimentado. Había el rumor de que los ángeles eran frígidos y que no sentían la tentación de la carne, cosa que Francis nunca había creído. Existían los ángeles caídos por algo. Las alas de ese joven estaban aplastadas contra la pared y sobresalían por los lados. Sí, definitivamente eran diferentes de las del resto de los ángeles. Eso aún le producía más interés.
Su mano fue acelerando, buscando que ese cuerpo se estremeciese más al intentar negar lo que estaba experimentando, inútilmente. Dejó tranquila su boca y sonrió con sorna al escuchar ese jadeo escapar de sus labios. Los ojos de Antonio volvieron a abrirse y cuando vieron la expresión que tenía el demonio, se entrecerraron y le miraron con coraje. No iba a perdonar aquello. El calor aumentó en su cuerpo, como una infección imparable mientras su boca se mantenía entreabierta para respirar con necesidad y pronunciar alguno de esos vergonzosos jadeos que odiaba con toda su alma. No quería intentar ni hablar a sabiendas de que aquello le haría verse aún más débil. Finalmente no pudo más y terminó por dejarse llevar. Cerró los ojos, avergonzado y con las mejillas sonrojadas, y se dedicó a recuperar el aliento.
- Menudo ángel tan puro... -dijo con sorna- Veo que tu cuerpo no lo es tanto, ¿no lo crees? -dijo relamiendo los dedos de la mano. El otro muchacho abrió los ojos y le observó con enfado.
- Suéltame de una vez. Ya has terminado, ahora vete.
Antonio se quejó ahogadamente tras haber sido atraído con fuerza contra el cuerpo de Francis y, sin previo aviso, le fue introducido un dedo por el ano. Su cuerpo se quedó tembloroso y aferró al demonio como pudo porque sentía que iba a caerse. En ese estado de confusión, de aturdimiento, pudo escuchar la voz melosa del rubio contra su oído.
- Soy yo el que decide cuándo esto acaba y contigo no he hecho más que empezar. No creas que aquí puedes mandar como en tu Reino. Tu potestad se quedó bien lejos.
Pegó un pequeño salto sobre la cama y gimió con desespero aferrando las sábanas. Los ojos de Antonio se habían abierto y le había recibido la luz tenue del amanecer. Se quedó respirando agitadamente, mirando hacia el techo. Suspiró al darse cuenta de que todo aquello no había sido más que un sueño. Inconscientemente se llevó una mano al cuello y se rascó mientras pensaba en el mismo. ¿Pero cómo se atrevía su mente a jugarle una mala pasada de ese tipo? Un ángel soñando que un demonio le tocaba de formas que él hasta el momento ni había pensado... ¡Menuda blasfemia! Ninguna persona cuerda le miraría bien tras escuchar algo así. Se dio cuenta de que le molestaba el trasero y notó que había algo bajo éste. Metió la otra mano y sacó de ahí una pieza de las cortinas que cubrían la ventana. Seguramente alguna de las criadas se la había dejado sobre la cama tras ponerlas el día anterior y él, tan cansado, ni se había fijado. Seguro que al dormir se la estaba clavando y por eso su sueño se transformó en esa aberración a todo. Tiró la pieza por ahí y suspiró. Volvió a rascarse el cuello, que le picaba demasiado. Se levantó y se miró en el espejo la herida. Se había dejado el cuello rojo de tanto frotarlo, era un bestia. La sangre estaba coagulada y de un color rojo oscuro.
- Bravo, Antonio... Menuda manera de volver a casa... -murmuró hacia su reflejo. Ya sólo le faltaba hablar solo, estupendo.
Se quitó la túnica y buscó una nueva. Era lo más cómodo aunque no lo único que solían vestir. Como no tenía ninguna en su armario, lo que hizo fue coger una camisa y unos pantalones blancos. Se puso ropa interior, se enfundó los pantalones, los abrochó y luego fue el turno de la camisa. Su espalda quedaba lisa por completo, sus alas no estaban y de ellas sólo quedaban una especie de tatuaje en la espalda. Era así para la mayoría de los ángeles, cuando ellos deseaban podían esconder las alas o extenderlas. Después había algunas excepciones, como con todas las cosas. Los arcángeles no solían guardarlas, ya que para ellos era símbolo del poder que ostentaban. Las suyas eran grandes, pobladas de plumas fuertes y brillantes. Cada una de ellas se mantenía en ese estado por una cantidad de poder que no era fácil medir. Luego estaba él, que no siempre podía hacerlo. Se lo habían dicho en diversas ocasiones, que sus alas eran extrañas, pero no sabía el motivo. Le había preguntado a Romario pero él le había dicho que seguramente era tan afortunado que Dios le había bendecido. No entendía por qué tendría que haber hecho algo así, era un chiquillo normal.
Además de que su forma era diferente, en ciertos momentos no reaccionaban según su voluntad. No entendía a qué se debía pero su padre le dijo que eran casualidades y que no se preocupara por cosas de ese estilo. Se acabó de abrochar la camisa. Mientras se lavaba la cara y peinaba, en un baño más blanco que la misma nieve, iba pensando de nuevo en ese sueño. Se secó el rostro con una toalla suave y se detuvo con la tela aún cubriéndole parte de la tez, pensativo. Quizás lo mejor era que saliera e investigara un poquito. Era un simple sueño, pero a veces significaban cosas.
En aquel reino, situado al noroeste, se encontraba una de las mayores bibliotecas. Había una zona con libros de todas partes de los diferentes dominios y en una zona restringida con libros más importantes y otros que no debían estar al acceso de todo el mundo. Para poder entrar en esa zona tenías que decir tu nombre y qué querías consultar y si tras eso venía alguien a hacerte preguntas, no podrías negarte ya que indirectamente habrías aceptado que te las pudieran hacer si fuese conveniente. De momento dejaría esa zona aparte y buscaría en la que su intimidad pudiera ser preservada.
El sitio estaba bastante lleno de ángeles que iban y venían, había también estudiantes preparando sus exámenes finales. En el Reino existía un sistema educacional en que los niños eran instruidos en diferentes artes, en conocimientos básicos e historia. Después se especializaba y los que iban a ser guerreros del Reino recibían un entrenamiento adaptado y muy duro. Era curioso que, en este sentido, el sistema tampoco distaba tanto de la manera de hacer las cosas de los humanos.
Tras buscar, encontró que lo único que había sobre los sueños era un libro humano acerca del significado de los mismos y cómo interpretarlo. Le pareció deficiente aunque no tenía nada mejor. Por ahora era algo que seguramente podría calmarle y hacer que dejara de pensar durante un rato. El libro le parecía cutre y la portada, con un cielo con nubes y una luna de fondo, le parecía aún más patética. No quería que nadie le viese leyendo algo así, por lo que lo cogió, lo cubrió con sus manos, apoyándolo contra su pecho y corrió hacia un rincón tranquilo de la biblioteca. Se sentó, de espaldas a una ventana, y empezó a hojear las páginas. Dio con el índice y buscó "diablo".
Según aquella definición, Antonio soñaba con un demonio -no ponía nada de relaciones con el mismo- porque sentía culpa reprimida, o porque estaba frustrado por la falta de resultados en algo. Bueno, eso último no era demasiado certero, pero culpable sí que se sentía. Sabía que por su ineptitud había resultado gravemente herido, ¿y qué mejor que soñar con el culpable para rememorarlo? Aún así, no mencionaba nada relacionado con el sexo, así que fue lo siguiente que buscó. No es que lo hubiesen hecho pero sí que era un acto carnal en sí. Buscó la parte de relaciones con alguien del mismo sexo y frunció el ceño al leer que significaba que algo malo le iba a ocurrir. ¿Era ese libro fiable? Empezó una espiral de buscar palabras relacionadas con el tema y todo era algo diferente: insatisfacción, temas acabados, frustración sexual...
¿¡Cómo iba a estar él insatisfecho o frustrado en ese terreno del pecado!? No era posible. No podía desearlo cuando no pensaba en ello ni tenía necesidad.
Cerró el libro y lo dejó en su sitio con enfado. Aquello era un engañabobos para humanos que desean buscar cualquier tipo de respuesta, aunque no fuese cierta. Ese sueño no había significado nada. Se trataba el reflejo de la frustración, pero de haber dejado que le hiriera de aquella manera. Cuando salió se asustó al toparse de frente con Belinda. Ella también parecía sorprendida y no tardó en sonreírle.
- Me alegra verte fuera del hospital por fin, ¿cómo te encuentras? -le preguntó la muchacha.
- Mejor, mejor... Estaba buscando algo para leer ahora que tengo tiempo libre, pero nada me ha acabado de convencer. -mintió Antonio sonriendo como si nada.
- ¡Mira que hay libros...! -rió ella- Oye, ¿quieres ir a comer algo? Te puedo invitar.
- ¿Eh? No, no podría dejar que pagaras por mí. -replicó él apurado.
- No te preocupes, tontorrón. Te considero como mi hermano, así que me gusta ver que estás bien. Quería celebrarlo y puedo permitírmelo. ¿Por favorr~?
El chico la observó, con una sonrisa tensa. Es que ella le miraba con los ojos verdes brillantes y pestañeaba más de lo normal, dándole un aspecto desvalido. Esto era muy injusto, ¿por qué lo hacía? Bel ya sabía que le costaba decir que no, pero que si le miraba de esa manera no podía negarse. Suspiró resignado y eso ensanchó una sonrisa en el rostro de Belinda, la cual le agarró del brazo y tiró de él. Compraron algo para beber y se sentaron en un banco que había en una plaza pequeña en la que el eje central era una fuente con estrellas adornándola. Allí estuvieron charlando sobre el trabajo de la chica, evitando siempre el tema de la herida de Antonio. Se despidió de ella cuando entraba la tarde y su siguiente paso fue ir a dar una vuelta hasta que casi se hizo de noche.
Al llegar, las criadas se le acercaron preocupadas, decían que pensaban que le había ocurrido algo porque tardaba demasiado. Las calmó con sonrisas y palabras zalameras y se puso a cenar lo que le habían preparado. El salón estaba cubierto por alfombras caras y las paredes tenían tapices colgados que contaban las hazañas de su padrastro por los diferentes territorios. No parecía él, se le veía más bajito y como rechoncho, pero él insistía entre quejas que era él y que salía muy similar. Pues si él lo decía... No iba a rebatirle, era muy cansado hacerlo.
Había una larga mesa de madera oscura rodeada por sillas y allí, solitario, estaba su plato de cena. Comió en el más profundo de los silencios y soledades y se alegró de terminar y poder por fin irse a su habitación. Era bastante horrible cuando todos se marchaban y sólo él se quedaba en casa. Una vez en su cuarto se quitó la ropa, se puso la túnica que había abandonado allí por la mañana y se echó en la cama. Iba a tener que recuperar alguno de sus pasatiempos si no quería morirse de aburrimiento esperando a que alguno de sus "sobrinos" volviese.
Su día transcurría con normalidad y estaba cazando por un bosque cuando todo parecía ir desapareciendo. A Antonio en un momento no le pareció raro hasta que lo único que pudo ver fue una figura delante de él a unos metros de distancia. No se había sorprendido ni la mitad de lo que lo había hecho la otra vez, cuando apareció tan cerca que casi le da un infarto. Fue consciente entonces de la incoherencia en la que había estado sumido. No recordaba cómo había llegado al bosque y se había puesto a cazar y sólo iba persiguiendo sus presas, sin ton ni son. Iba a despertar de esa pesadilla y darse un golpe por volver a soñar con ese tipejo de nuevo. Pero el primer puñetazo se lo iba a dar a él, por mirarle con esa sorna. Francis seguía divertido viendo como el rostro despistado se tornaba serio, iracundo.
Antonio empezó a correr hacia él gritando con rabia, con el puño echado hacia atrás. Cuando estuvo más cerca, Francis movió la mano y cerró el puño. En ese mismo instante, Antonio dejó de moverse. Su cuerpo no reaccionaba aunque él le ordenara que siguiese avanzando. Entonces vio que sobre los tobillos y muñecas aparecían unas marcas doradas que los rodeaban por completo y brillaban como si de una aureola se tratase. Miró esto con confusión. ¿Qué era aquello? Su subconsciente se la estaba jugando bien jugada. Levantó la vista cuando escuchó que el rubio chasqueaba la lengua con desaprobación mientras se acercaba.
- ¿Ahora planeabas atacarme? No esperaba que tú fueses a hacer esto... ¿No querías ser mi amigo? -dijo ahora sujetando su mentón y obligándole a elevar su rostro. Sus labios estaban cercanos.
- Vete a la mierda. -replicó Antonio respirando acelerado y mirándole con odio.
- Dices unas palabras tan grandes pero luego tu cuerpo te traiciona y tiembla como una hoja a punto de caer. -dijo Francis bajando su mano por su torso- ¿Me pregunto si realmente es miedo o es que se anticipa a lo que sabe que le haré?
Antonio abrió la boca para replicar algo, lo más hiriente que en ese momento su cabeza pudo concebir, pero de nuevo le besaron hasta quitarle el aliento, invadiendo aquella cavidad húmeda. Intentó mover las manos pero estas se negaban a ello, presas de aquella especie de sortilegio del que no podía escapar. Sintió un tirón del pelo y pronto su cabeza se había ladeado hasta dejar un perfecto hueco sobre el que atacar con los labios febriles del demonio, insaciables. La mano no tardó en volver a estar sobre su entrepierna, dejándole claro que era más sensible de lo que nunca había imaginado. Parecía haber aprendido con un primer contacto qué zonas eran las más propensas a sentir placer y sobre éstas ejercía movimientos más insistentes, especiales, destinados a torturarle e intentar que los gemidos escaparan pronto de su boca. No le dejó mirar, se fue dedicando a morderle, a veces con suavidad, a veces con lujuria y sin importarle la fuerza que hiciera. Antonio jadeaba entre respiraciones entrecortadas mientras aquel demonio le hacía descubrir que sentía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
- Déjame en paz... Esto no es lo que quiero. -murmuró Antonio.
- ¿Estás seguro de eso? Esta cosa dura que tengo en la palma de mi mano dice lo contrario. -dicho esto apretó con el dedo sobre la punta del mismo y le arrancó un gemido a su dueño. Se le dibujó una sonrisilla- Yo no diría que no te gusta...
- No me gusta. Te ordeno que pares. ¡Esto es un estúpido sueño y yo soy el que dirige lo que ocurre! ¡Me voy a despertar y entonces no tendré que preocuparme de ti!
- Así que lo controlas todo...
Repentinamente Francis le hizo darse la vuelta, le hizo levantar las manos y estas chocaron contra una pared que antes no había estado allí y que sorprendió a Antonio. Aunque soltó sus manos no pudo moverlas, parecían estar pegadas contra la pared con fuerza. Una de las de Francis levantó la túnica dejando su trasero al descubierto.
- ¿Entonces de qué te preocupas? Cuando despiertes todo se habrá ido. ¿Por qué no lo disfrutas entonces?
- ¡Eres un maldito peón de mi sueño! ¡Para! -le gritó temeroso. Le daba respeto la manera en que le hablaba, era misterioso y al mismo tiempo amenazante.
- ¿Y por qué será...? -empezó Francis.
De un tirón brusco, la ropa interior se rompió y dejó libre el sexo y el trasero del ángel, el cual empezaba a sentir el horror.
- ¡Para!
- ¡¿...que el peón de tu sueño no se detiene?! -terminó el rubio a gritos con una sonrisa.
Dos manos asieron sus caderas y de repente, en un movimiento de cuestión de segundos, Francis enterró su miembro en su entrada, sin preparación, sin compasión por el grito del muchacho de cabellos castaños, sin importarle que sus dientes se apretaran con tanta fuerza que rechinaran o que las lágrimas se le hubiesen saltado. Sólo se preocupaba de lo que él sentía, de mantenerse sereno mientras aquel interior tan cálido y estrecho le apretaba como si quisiera obtener todo lo que tuviese que darle. El dolor había nublado el cerebro de Antonio y se apoyaba contra la pared jadeante, respirando como si lo que en realidad le faltase fuese el oxígeno. Jadeó con fuerza, abriendo los ojos más, cuando sintió una cachetada sobre su nalga derecha.
- Joder, eres tan estrecho... -Francis rió respirando más rápido- Tan virgen... Relájate... -dijo masajeando sus nalgas, entreabriéndolas a ver si todo aquello ayudaba. Seguro que no iba a hacerlo, podía sentir un líquido caliente y seguro que él no era, le habría desgarrado un poco al ser tan bestia.
- Q-que se relaje tu puta madre... -dijo Antonio, olvidando eso de hablar de manera decente, con un tono lloroso y medio ahogado.
- Eres un ángel muy... ¡Malhablado...! -replicó Francis empezando a moverse bastante rápido.
Los dedos de Antonio trataron de clavarse contra la pared para soportar el dolor, para soltar en algo toda aquella tensión que su cuerpo padecía. Si el placer estaba ahí, parecía que no era capaz de sentirlo por encima de todo ese malestar. Escondió el rostro entre sus brazos mientras sentía las ganas de llorar acumularse en su garganta. No iba a hacerlo, suficiente le estaban humillando. Ya demasiado le repugnaban los gemidos del demonio cerca de su oreja, que puntualmente le soltaba alguna guarrada que ni quería pensar.
- Eres un sueño... Eres un sueño... -murmuró Antonio con un tono de voz débil.
- Pues me parece que, después de todo, no soy un sueño del que desees despertar, angelito.
Lo peor es que poco a poco él sintió que el dolor se transformaba en placer. No llegó a ser como la otra vez ya que Francis se retiró de su interior y pudo sentir que unas gotas de algo le caían sobre su trasero y parte de la espalda. El rubio observó su creación con una sonrisa.
- Tan, tan sucio... -se le acercó y le estrechó cercano a su cuerpo. Le hizo levantar el rostro para poder verle. Le satisfizo ver aquellas lágrimas, aquel gesto ido entre el dolor y el placer- Eres mío, Antonio... -la otra mano se apoyó sobre su torso y mordió su mentón- Sueño o no, lo eres. Eres mi nuevo juguete.
Todo se oscurecía. Se sentía muy aturdido, como si estuviese girando en una espiral, sin poder detenerla. Aunque no le vio más, sí que pudo escuchar que le hablaba, una última frase.
- Que no se te olvide...
Y su risa resonó, suave, dentro de su cabeza.
Estaba bañado en sudor frío cuando abrió los ojos. Era ya la mañana y a pesar de tener el corazón en un puño, Antonio sentía su cuerpo relajado y tranquilo. Con una mano se secó el sudor y suspiró con pesadez, maldiciéndose a sí mismo en voz baja. ¿Qué mierdas era ese sueño? ¿Había pasado horas soñando eso? ¿Segundos? ¿Por qué coño su cerebro había permitido que lo sufriera entero y con tanto detalle? Volvió a suspirar mientras ahora juraba por lo bajo contra el demonio. Paró pronto, eso era pecado. Le picaba el cuello de nuevo. Quitó las sábanas de encima y caminó los dos pasos que le separaban del espejo atontado, con dolor, seguramente de haber dormido sobre un costado demasiado rato. Pero, verse en el espejo sólo le hizo sentirse horrorizado, como si le hubiesen echado un jarro de agua fría ya que por su cuello había marcas, un montón de ellas, como mordiscos. Quiso pensar que eran arañazos de sus dedos, pero ni tenían la forma. Eran mordiscos y chupetones. Dio unos cuantos pasos hacia atrás y entonces sintió un dolor desgarrador en su trasero, en sus entrañas. Y fue como si ese dolor le hubiera provocado también uno en el pecho, como si le estuviera agarrando una mano invisible el corazón y se lo estuviera aplastando.
No era un sueño.
Bueno, sí lo era, estaba claro. El lugar en el que le había mancillado de aquella manera era un sitio sin forma y encima variaba según unas leyes que no podía entender. El caso es que, de alguna forma que no comprendía, lo que había pasado dentro de aquel sueño se reflejaba en la realidad. Su trasero dolía horrores con cada nuevo paso que daba y su cuello estaba marcado como si hubiese estado peleando contra un animal salvaje y hubiese perdido. Bueno, aquello no distaba tanto de lo ocurrido.
Le costó llegar a la cama, se sentó con cuidado y aún así una punzada le recorrió hasta media espalda. Gimió adolorido y se ladeó para no prolongar aquella sensación. Sus manos se aferraron a la tela y miró con frustración a la misma mientras sus ojos seguían como platos por lo que había descubierto. Era más de lo que podía digerir.
Ese demonio le había humillado, ese demonio le había quitado parte de su pureza como ángel. Ese ser con apariencia humana en el que un principio creyó le había forzado. Agarró con más fuerza la colcha y se arrastró hasta que su cuerpo estuvo todo dentro de la cama. Se sentía mal. Su estómago estaba revuelto y estaba mareado. Además, aunque estuviera en una posición en la que su trasero no recibía presión, seguía presente aquella molestia que parecía estar gritando que era culpa suya y que se merecía toda esa deshonra.
Escondió su rostro entre el brazo y la cama y se quedó allí echado, sin ganas de ver el sol ni el blanco que teñía todos los objetos del lugar. Antonio se sentía gris. No había lugar para él en ese mundo brillante. Casi podía escuchar la risa de Francis en su cabeza y su voz pronunciar:
"Eres mi juguete"
Apretó con tanta fuerza la tela que parecía que iba a rasgarla con sus uñas, mientras notaba que sus ojos se humedecían mientras se mordía el labio inferior. ¿Por qué él? No se conocían, en la vida le había visto, ¿por qué tuvo que hacerle esto? ¿Qué es lo que pretendía? ¿Por qué no podía dejarle tranquilo de una vez?
Lloró durante unos minutos en silencio, asustado de moverse más y sentir de nuevo dolor. No tenía hambre, sólo estaba mal y encima nadie podía estar a su lado. Todos se encontraban fuera, en el campo de batalla. Entrada la tarde, la puerta de la habitación sonó y se abrió. No contestó, no dijo nada, sólo se quedó quieto en la penumbra, echado bocabajo aún.
- ¿Antonio? -preguntó una voz femenina en el marco de la puerta.
- ¿Está vivo? -se escuchó a una voz masculina, desde más lejos.
- ¡Cállate, Alfred! ¡Claro que está vivo! -espetó ella en un susurro, molesta.
- Vale, vale, no me comas... -se escuchó que bufaba- Te espero aquí. Si tenemos que llevarle al médico, te ayudo.
No quería ir al hospital otra vez. Si le llevaban allí entonces sí que le iba a dar algo. Si le encerraban entre esas paredes extrañas de nuevo, aún más solo, como un pájaro herido encerrado en una jaula, se desplumaría a sí mismo. La mano de Belinda se posó en el brazo del de cabellos castaños que estaba más cercano a su rostro y con un movimiento cariñoso, como el de una madre, le hizo apartarlo. Le sorprendió ver que el chico tenía una expresión agónica, prácticamente preso de una depresión que para ella era inexplicable.
- Antonio, ¿estás bien...? Las criadas dicen que no has bajado en todo el día y que a ratos te escuchaban dar golpes contra la cama. Ninguna se atrevía a entrar y me llamaron.
Esperó a ver si le decía algo pero no parecía dispuesto a entablar ninguna conversación con nadie. El gesto de la muchacha se tornó grave. No hacía tanto tiempo que le había visto y parecía estar perfectamente. ¿La ausencia de su familia había provocado todo esto? Se atrevió a ponerle la mano en la frente para apartarle los mechones del flequillo que se le habían quedado aplastados contra la piel y entonces notó que estaba más caliente de lo normal.
- Tienes fiebre... ¿Por qué no has avisado a alguien? ¡Alfred, trae un poco de agua y un paño! Antonio tiene fiebre. -después miró al chico de cabellos castaños y suspiró- No deberías aguantar solo algo así.
- No quiero estar con nadie.
- Si esto es porque ni tu padre ni tus sobrinos están por aquí, puedo buscarles y decirles que estás indispuesto. ¿Prefieres eso?
- No es sobre mi familia. Estoy harto. Necesito espacio, necesito que nadie me moleste aunque me encuentre mal. Quiero quedarme aquí y echar raíces. ¿Es que es demasiado pedir? -dijo con un tono que rozaba el rencor y el sufrimiento por partes iguales.
- Supongo que no, pero es muy triste... -replicó ella bajando la mirada.
Alfred apareció de nuevo, rápido, portando un barreño con agua y un trapo sobre uno de sus brazos. De tanta prisa que llevaba, iba echando gotas por todas partes. Belinda cogió el paño, lo remojó y se lo puso al ángel de cabellos oscuros sobre la frente.
- ¿Estás seguro de que no quieres que nos quedemos? Nos preocupas, Antonio. Podemos quedarnos hasta que te duermas. Si algo te duele, puedo ir a pedir algún sedante al hospital.
Y eso pensó que le haría bien. No podría dormir si le dolía todo tanto y estaba febril pero, si le sedaba, seguramente lo lograría. Asintió con la cabeza y Belinda no dijo nada más. Se levantó, le hizo un gesto a Alfred para que cuidara de Antonio mientras ella iba y venía y salió de la estancia. El rubio tenía un pellizco en el estómago al ver al joven ángel tirado de esa manera, como si no tuviese ganas alguna de seguir viviendo. Siguió humedeciendo el paño y pasándolo por su cara.
- Tío, ¿qué te ha pasado...? -preguntó Alfred sin poder aguantar más la angustia.
Antonio no contestó, siguió ausente, pensando de nuevo en cómo ese demonio se lo había tirado. Estaba demasiado atormentado, quería dormir. No tardó mucho en llegar Belinda con aquellos calmantes que esperaba que le dejaran pasar la noche en buen estado. Se los tomó, incorporándose hasta quedar de rodillas sobre la cama. Cómo aguantó sin jadear fue todo un misterio. Antonio realizaba cosas increíbles cuando quería ocultar su estado al resto de la gente. Pronto el sueño empezó a darle fuerte. Volvió a echarse bocabajo antes de que ninguno de los dos tuviera la ocasión de ayudarle a echarse bocarriba y con el brazo tapó su rostro.
Cada vez estaba más atontado y no pudo escuchar si se despedían o no. Todo se oscureció y se encontró flotando en la nada, calmado, sin poder sentir el dolor y su cerebro bastante atontado, lo justo para no poder seguir atormentándose pensando. Le pareció notar viento y abrió los ojos. Frente a él vio a Francis, borroso, y sonrió al ver que le observaba frustrado. No sabía qué había hecho, pero estaba tan mal que no iba a hacerle nada. Estaba completamente seguro de ello. El rubio estaba echado sobre su cuerpo pero no lo tocaba nada. Su rostro se quedó a escasa distancia del suyo y su mano se quedó a poca distancia de su mejilla.
- No te creas que te has librado... No... Me sigues perteneciendo y vendré a reclamar lo que es mío. Descansa por hoy, angelito.
Francis se hizo cada vez más y más borroso y, al final, Antonio se sumió en un sopor tan profundo que ni tan siquiera pudo tener sueños.
Hacía minutos que se había despertado y se había quedado durante ese mismo tiempo mirando al techo, pensativo. Sus cabellos rubios estaban desparramados sobre la almohada y sus ojos azules examinaban aburridos cada posible marca que pudiera haber en la pintura. No es que tuviese interés alguno en ellas pero le daba pereza levantarse. Al final dejó atrás todo aquello y abandonó las sábanas y el cómodo colchón. La tela fue resbalando dejando a la vista su cuerpo desnudo. Caminó hasta el espejo que había en el cuarto de baño personal que tenía y se estuvo examinando concienzudamente. Sus manos tocaron sus mejillas, sus cabellos, sopesándolos y viendo la manera en que caían.
Con sólo pensarlo, sus alas se extendieron. Eran de color pardo y parecían como una reproducción a escala de las de un dragón. También apareció una cola que nacía a la altura de su trasero, de color rojo y cuya punta acababa con la forma de una flecha. Su boca se torció, en una expresión de disgusto.
- Nada... -murmuró a media voz.
Chasqueó los dedos de su mano derecha e inmediatamente la cola y las alas desaparecieron. De ellas sólo quedaron unas pequeñas marcas con la silueta de las alas en pequeñito en la espalda y otra sobre la rabadilla. Era como una serpiente que nacía un poco más hacia arriba y que serpenteaba hasta ocultarse ligeramente entre los dos cachetes. Se puso ropa interior y unos pantalones y empezó a peinarse sin prisa.
En ese momento, de la ventana que había en la habitación entró un pájaro que planeó por toda la estancia y fue en dirección hacia el lavabo.
- ¡Qué voy! ¡Qué voy! ¡Qué vooooooy! -exclamó una voz masculina que provenía del ave de color blanco.
Con un movimiento calculado, en el momento preciso, Francis se echó hacia la izquierda y el pájaro pasó por donde había estado hacía nada y chocó contra el espejo. Los ojos azules del demonio observaron que el animalillo resbalaba hasta quedar sobre el lavamanos. Arqueó una ceja.
- ¿Es que nunca vas a aprender a volar como toca? He perdido ya la cuenta de las veces que te has estampado contra este cristal.
Agarró un ala con el dedo índice y el pulgar, casi como si le diese asco, y echó al pájaro sobre unas toallas que había al lado. El pequeño se erizó por completo y se quedó incorporado mirando a Francis, que seguía pendiente de su reflejo mientras desenredaba su cabello sedoso.
- Sigues siendo tan coqueto como siempre. Un día el espejo se romperá por tanta atención que le prestas. -dijo el pájaro, realmente hablando.
- El día en que el espejo se rompa, entonces me compraré otro, Pierre. Es tan sencillo como eso. ¿No te han enseñado a entrar por las puertas? Empiezo a pensar que violas tanto mi intimidad porque quieres algo conmigo~
- Es que así es más fácil. Además, estoy perfeccionando mi vuelo.
- Mi espejo te agradecería que practicaras tu vuelo por otra parte.
De repente se escuchó un golpe y estropicio de cosas caer. Francis se dio la vuelta y pudo ver que sobre la toalla en la que había descansado aquella especie de paloma blanca ahora se encontraba un muchacho de apariencia más juvenil que la suya propia, de cabello tirando a blanco de lo rubio que era y con los ojos negros como la más profunda de las noches. Lo que había propiciado aquel ruido había sido los productos para el pelo que había alrededor y que habían caído ya que de repente el cuerpo de Pierre, más grande, los había empujado. Ese chico era un demonio con menos poder que Francis. Aún de esta manera, era habilidoso y podía transformarse en lo que le apeteciese, desde animales a adoptar la forma de otras personas. Era útil cuando quería engatusar a una persona.
- También te agradecería si cada vez que vuelves a transformarte te apartas a un sitio en el que no puedas romper o tirar nada. -dijo Francis con pesadez mientras terminaba de acicalarse.
- Yo también te quiero, Francis. Gracias por darme este cálido recibimiento y por haberme echado tanto de menos.
Se bajó de un salto y persiguió al mayor hasta su habitación ya que éste no había añadido nada más. El rubio era bastante reservado cuando quería y parecía que por la mañana le costaba un poco volver a ser sociable. O quizás había algo más que le tenía de mal humor, a saber. Estaba al tanto de que el demonio sólo contaba lo que le apetecía y lo demás lo evitaba con tal elegancia que hasta sorprendía. Pierre se dejó caer sobre aquella cama y rodó hacia los costados dos veces, haciéndose un hueco. El demonio mayor sacó ropa de su armario y se atavió con ella.
- Si yo fuese tú, no me pondría demasiado elegante, no tienes el día libre. -dijo Pierre mirándole bocarriba, con la cabeza inclinada hacia detrás para poder verle, aunque fuese al revés.
- Ya decía yo que era demasiada casualidad que vinieras precisamente hoy a chocarte contra mi espejo. ¿Qué tripa se le ha roto esta vez? ¿Cuándo piensa aceptar de una vez por todas que no voy a unirme al ejército y que soy algo así como un mercenario independiente?
Lo peor de todo es que ya no estaba cogiendo ese traje chaqueta negro, lo había dejado para usar sus ropas informales de siempre. Si llevaba un frac aún intentaría burlarse de él. No sería la primera tampoco.
- Esa no es la vida que deberías llevar, Francis. La guerra con los ángeles lleva desde tiempos inmemorables activa. ¿No crees que sería increíble si pudiésemos poner la balanza a nuestro favor? Reclutar gente nueva, engañar a más humanos para que estén de nuestra parte una vez mueran... Es lo que todo demonio debería hacer. En cambio, te pasas la vida dando tumbos.
- Pensaba que, como demonios, teníamos el beneficio de no estar obligados a nada. Somos seres caóticos con pocas leyes y que viven sumidos en un estado parecido a esa anarquía de la que los humanos hablan. -dijo Francis mientras se iba poniendo sus botas- Si he elegido que no quiero pasar mi vida besándole el culo a un demonio que no puede ver más allá de sus propias cejas, creo que estoy en mi derecho a no ser criticado.
A mitad de ese discurso, Pierre había hecho rodar su mirada. Mira que le gustaba a su amigo eso de hablar y hablar y retorcer las palabras hasta que él quedase como el vencedor de aquella charla. Pero ni por esas el joven se iba a dar por vencido. Era igual que una madre que insistía e insistía en algo que el hijo ignoraba pero que, en realidad, era bueno para su futuro.
- Sé que Arthur no es el más agradable de los demonios, pero precisamente por eso es admirado por muchos otros. Además, una vez estás bajo su mando, ofrece protección. Vamos... Tú lo sabes. Estuviste trabajando para él durante una buena temporada y siempre había algo interesante que hacer.
- Y por eso mismo le di con la puerta en las narices y me fui a ser independiente. Estoy mejor sin tener a un tío con cara de mala leche persiguiéndome y preguntándome que cuántas almas he recolectado, que si los territorios no están bien vigilados y debería doblar mi turno... Arthur puede ser un demonio modélico pero, en el fondo, es la calamidad más grande que hay en todo este mundo.
- Es soportable. De cualquier modo, está enfadado y quería hablar contigo. -dijo Pierre. Apoyó las manos sobre el colchón y se impulsó hasta estar sentado sobre el colchón- Yo soy el simple mensajero. A ver si quedamos un día para tomar algo. Gilbert no me deja de preguntar por ti y nunca puedo contarle nada ya que no nos vemos en realidad.
- ¿Nos encontramos mañana por la noche y vamos por ahí a beber algo? -le preguntó mirándole curiosamente.
- De acuerdo. Seguro que Gilbert alardeará de haberte hecho un hueco en su apretada agenda.
Después de un par de segundos tras levantarse Pierre, se produjo una pequeña explosión con humo y el lugar que había ocupado quedo libre. Flotando, aleteando sus alas, se encontraba esa paloma pequeñita que había entrado antes.
- ¡No llegues tarde! -voló hacia la ventana y mientras se alejaba volvió a gritar- ¡Y ve a ver a Arthur!
- ¡Que sí...! ¡¿Quién necesita una madre teniéndote a ti?! -bufó exasperado.
Se acomodó el cabello y decidió que para ir a ver a Arthur hacía falta ser amenazante. Desplegó sus alas y miró hacia la puerta. Era hora de ir a ver qué tripa se le había roto a ese demonio odioso.
Bueno, al final me he decidido por este fic. ¿Por qué no por el otro que dije? La respuesta es sencilla: actualmente tengo tres fics pendientes por publicar. Hay dos de temática fantástica y uno de temática normal. Si publicaba el normal luego vendrían dos fics de temática fantástica y me parecía demasiado denso. Así que, al final, he decidido que lo mejor era empezar con este fic.
Es larguito, bastante, por lo que he decidido hacer los capítulos más largos. Estoy pensando en quizás rebajar la frecuencia con la que publique siendo los motivos que es más fic que corregir, que el tiempo no me sobra y el feedback, que ha disminuido bastante (quiero agradecer a los que seguís dejándome review porque se agradecen demasiado). No lo tengo claro, pero sí me lo estoy planteando. Si lo decido ya avisaré, no me gusta no hacerlo.
El título del fic queda un poco claro sólo con este capítulo, ya lo acabaréis de entender. El título del capítulo tampoco creo que haga falta explicarlo. Pensó que Francis era una oveja pero nos salió lobo. El fic es bastante R18, eso también lo aviso. Si no os gusta leer eso pues... saltadlo o no sé... xD No voy a quitar los lemon que puedan haber.
Creo que esto es todo lo que tenía que comentar.
Nos leemos.
Miruru.
