Proxémica.
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―Si quieres estar con él hazlo, pero a cambio no me busques más…
Pude sentir el momento exacto en que esas palabras se incrustaron dentro de todo mi corazón, apuñalándolo bajo una fe ciega. Esto estaba pasando, ahora. Ambos mantenían baja la mirada sin poder explicar realmente cada quién qué era lo que estaba pasando ese preciso momento.
Giré mi vista hacia Ikuto, observar las lágrimas pétreas bajar pos sus mejillas; esto era una pesadilla. Y yo era la causa. Y sin embargo la historia se repite, Tadase gira a mirarme a mí, y las lágrimas ya están abandonando mis ojos, es incluso más doloroso controlarlas cuando está dándome la espalda y no puedo detenerle―: Tadase, Tadase… ―había cierta necesidad en mi cuerpo de que volteara, pero él no lo hacía. El rey se mantuvo impertérrito, con territorios de mi cabeza por conquistar y avanzó, uno, dos, tres pasos hasta que algo se quebró y me negué a aceptar que esto terminara así.
Y luego está él.
Él quien me sostiene fuerte del brazo, él quien me impide, quien me oprime y quien hacía que las cosas terminaran de esta manera. No quería ser yo quien hiriera a ambos de aquélla manera.
―Déjalo que se vaya, Amu. ―su voz se volvió pesada y me taladró la razón, diluyó mis sentidos y me obligó a quedarme allí, es porque yo estaba sometida a su voluntad, él movía los hilos de mi vida por el temor a perderle, por temor a herirle, pero sin darme a mí misma cuenta; estaba haciendo aflorar todo ese odio en el interior de Tadase de la misma manera.
―Ikuto, no puedo dejarlo ir. ―hablé decidida mientras le ponía más empeño a soltarme de él. Enfurecida como me encontraba, me parecía posesivo e insistente en lo que quería solamente para él, que no se daba cuenta que los demás no deseábamos siempre lo mismo que él.
―Vine a que sepas todo lo que paso cada minuto que no estoy contigo.
―No vas a hacerme cambiar de idea, felino inútil.
Y la máscara de porcelana y cal de su rostro se transformó.
Me empujó contra la pared de concreto tras de mí, el impacto fue tan fuerte que las lágrimas siguieron brotando, pero esta vez venían acompañadas de otro sentimiento más primitivo y animal: la rabia.
―Yo sólo he venido a despedirme. Si tantos problemas te he causado, si tanto estorbo he sido para ti, si realmente nunca me has amado, es mejor que me vaya…
Hubo un silencio incómodo en el que quise dejar de respirar.
―Desearía que no hubieses llegado, todo lo que hiciste fue hacerme sentir mal desde un principio, largo de aquí. ¡Largo! Este no es tu lugar, cada una de las cosas que me hiciste pasar no quiero volver a vivirlas.
No quería herirlo, incluso me estaba costando trabajo respirar adecuadamente ¿Por qué todo eso había salido de mi boca? ¿Por qué me era tan difícil contenerme en ese momento? Se me había llenado el corazón de una fuerza tan mala que sin quererlo yo, a mí misma me hizo daño.
Los dedos en mi brazo apretaron el agarre, sus ojos parecían querer salirse del cuenco, estaba furioso.
―Ni siquiera te importa herirlo Amu. Ya puedes estarte sentada encima de su corazón y ver cómo se muere por un año, pero se te hace terrible siquiera pensar que sea yo el que lo atormente. ―la infección de voz que utilizó fue capaz de erizarme hasta el último vello.
―Sí
(déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos)
―Sí
(déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura)
―Sí, lo quiero a él, no a ti.
―Entonces grítamelo, grítame ya mismo que no me amas, maldita sea. ―el agarre en mi brazo no disminuyó, me zarandeó uno segundos hasta que me di cuenta que no quería perderlo, que tras unos segundos el espacio entre nosotros se disolvió como la nieve y lo besé con tanta intensidad que si al día siguiente dejaba de respirar no estaría tan mal.
Que, me di cuenta que era incapaz de verlo ya más que como un hombre.
