Kurt miró al horizonte. El sol se estaba metiendo. Unas pocas nubes como pinceladas adornaban el cielo. Algunas estrellas se asomaban tímidas y chispeantes. Soplaba una brisa ligera que acariciaba los árboles y setos del jardín. Kurt inhaló profundo y exhaló despacio. Todo parecía perfecto para ese día tan especial en el que iniciaría su viaje hacia NYADA, la prestigiosa academia de magia donde comenzaría sus clases como aprendiz de brujo.

—¿Kurt, ya tienes todo lo que necesitas? —preguntó Burt con voz preocupada.

—Sí, papá —respondió Kurt señalando la bolsa bandolera que llevaba colgada y la pequeña maleta que estaba junto a su escoba. —Llevo solamente los ingredientes necesarios para el examen, algo de ropa y artículos personales. Todas mis otras cosas están empacadas para que me las envíes en cuanto te diga en cuál dormitorio me quedaré.

—¿Seguro que tienes que irte así? Aún estás a tiempo de tomar un avión.

—Es parte de la tradición llegar volando a NYADA la víspera de Beltane. Dudo mucho que admitieran a alguien que no aterrizara su escoba en la torre más alta de la escuela.

—Pero, Kurt…

—Burt, todo va a estar bien. Kurt es muy bueno volando y lleva la brújula encantada que le señalará el camino correcto —lo interrumpió Carole uniéndoseles en el jardín; Finn iba detrás de ella.

Burt apretó los labios y asintió. Kurt sabía lo difícil que era para su padre decirle adiós. Aunque tenía 15 años, seguía viéndolo como a un niño pequeño al que tenía que proteger. A Kurt también le entristecía dejarlo, pero sabía que ir a Nueva York era su destino. En Lima nunca había encajado, era un pueblo pequeño donde casi no había seres mágicos y donde los humanos los veían con desconfianza. En NYADA Kurt estudiaría magia como su madre y se convertiría en un gran brujo aceptado y respetado por todos.

—Vendré en vacaciones, y ustedes también pueden ir a visitarme.

—Te extrañaré. Cuídate mucho, te quiero —dijo Burt estrechándolo fuertemente.

—Yo también te quiero. Eres el mejor, papá —expresó Kurt intentando contener las lágrimas, reconfortándose entre los brazos de su padre.

—Espero que te vaya muy bien —le deseó Carole, despidiéndose de él con un abrazo.

—Mucha suerte, hermanito, no dejes que te conviertan en sapo —le dijo Finn y también lo abrazó.

Kurt se separó de su familia y se secó las lágrimas con su pañuelo de bolsillo. Luego se colocó su capa de viaje favorita. Era de color azul oscuro, forrada de seda azul claro, ligera y suave al tacto, pero abrigadora. Le serviría perfectamente para su trayecto. Además de que combinaba con su atuendo cuidadosamente elegido: pantalones de tela escocesa azul marino con tirantes rojos, camisa blanca, chaleco negro, corbata de moño roja y sus botas altas negras preferidas. Quería asegurarse de causar una buena primera impresión. El sombrero morado de punta de su madre se lo pondría hasta que fuera su examen. No quería que se maltratara en el viaje.

Kurt se subió a su escoba y le ordenó: ¡Ad ripam! La escoba se estremeció y comenzó a elevarse. Kurt sujetó bien su maleta (la cual había hechizado para que estuviera ligera como pluma) y se concentró en subir. Cuando tuvo buena altura, volteó y agitó la mano en señal de despedida a su familia, los vio alejarse hasta que se convirtieron en puntitos sobre la tierra. Kurt suspiró. Ya no había vuelta atrás. Todo iba a salir bien. Consultó la brújula y tomó velocidad, necesitaba llegar antes del amanecer.