No era la primera vez que pasaba por ese agudo dolor que la partía en dos, ese dolor tan característico que solo lo podía comparar con la invasión y perdida de su territorio o la desaparición de alguna de sus etnias. Pero a diferencia de estos otros hechos, este sufrimiento no era nada, absolutamente nada cuando sabía que al finalizar su labor tendría entre sus brazos a su hermoso bebe.
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Lo conoció en uno de sus viajes al oeste cuando apenas aparentaba la tierna edad de 10 años, época en que aún le encantaba explorar y sus superiores no tenían nada que temer debido a la gran prosperidad de sus tierras y escases de enemigos.
La primera impresión que tuvo de él quizás no fue la mejor, él era alto, fuerte y con una imponente presencia que la hizo pensar en un ogro debido a su, al parecer eterna, carencia de sonrisa. Siempre merodeándola, observándola desde lejos como si esperase el mejor momento para atacar. Y eso ciertamente la ponía muy nerviosa, y la hacía preguntarse qué era lo que ese hombre de fríos ojos violetas quería de ella.
Fue una noche de principios de noviembre cuando por fin todas sus respuestas fueron contestada. Esa noche la temperatura descendió súbitamente sin explicación, no es que ella no estuviera acostumbrada a las bajas temperaturas, pero nunca antes en sus existencia había sentido algo así, era como si su sangre se congelara debido al aire que respiraba, fue tanto el cambio de clima y tan repentino que su refugio no fue capaz de protegerla e inclusive el fuego que horas antes ardía con tanto fulgor se extinguió súbitamente. Intento en vano cubrirse con pieles que ella misma óptimo de las presas casadas lo días anteriores; pero siento un región desconocida apenas recolecto unas cuantas, todo parecía perdido, su temperatura corporal bajo demasiado, sentía como el letargo del sueño la vencía… y entre sombras lo vio, una figura alta con brillantes ojos violetas acercándose… era su fin! Pensó con su último segundo de lucidez.
Amaba el sol, le encantaba sentir sus suaves rayos acariciando su piel, amaba el calor y por ello su estación favorita era el verano, época en que podía dejar libre su rubio cabello y correr por las praderas verdes de su amado territorio. El calor era tan reconfortante, le hacia sentir segura y la alejaba del frio… de ese frio aterrador…
Despertó cerca del amanecer, asustada y confundida debido a una horrible pesadilla, en una habitación extraña, con ropa extraña y un poco adolorida, nada a su alrededor parecía remotamente familiar y eso la aterrorizo por un momento. No fue hasta cuando se decidió a salir del cálido refugio que se había vuelto las pieles que la arropada que la puerta se abrió dando paso a aquel hombre, y lo recordó, el frio, esos inconfundibles ojos violetas, todo se arremolinó en su cabeza volviéndose negro.
Volvió a despertar una horas después, junto a ella se encontraba un inusual mujer de ojos rasgados y cabellos negros, nunca antes había conocido a alguien así, era tan exótica que cuando le sonrió le fue inevitable devolver su sonrisa.
-veo que ya despertaste pequeña, mi nombre es Chitá y ellos son mis hermanos- anuncio apuntando hacia un rincón- Tiumén- refiriéndose una mujer alta de largo cabello castaño y ojos verdes- y bueno, creo que a Sibír ya lo conoces- esto último lo dijo sonriendo con nerviosismo, lo cual era de comprenderse al ver que el hombre parado a un lado de la castaña no era otro que el aterrador ojivioleta.
El terror que reflejo el rostro de la pequeña fue abrumador para la mujer, que no lo comprendía de todo y solo fue capas de abrazarla para tranquilizarla.
-Tranquila pequeña, es mi hermano y aunque quizás te parezca un monstro tiene el corazón tan grande como su nariz- pronuncio riéndose.
La pequeña se calmó e instintivamente desvió sus ojos al rostro del hombre, el cual ya había observado con anterioridad pero nunca había prestado verdadera atención a sus facciones. Siempre que lo veía de lejos lo primero que llamaba su atención era sus fríos ojos violetas, que ahora que los veía de cerca no le parecían nada frio más bien suspicaces y serenos, su nariz era verdaderamente grande, o bien quizás debido a que él era tan grande su nariz debería ser de esas proporciones, debajo de esa gran nariz se encontraban una labios delgados y pálidos que dibujaban una perfecta línea recta que jamás había visto curvear simulando sonreír, pero no era como si lo conociera desde mucho tiempo, era alto y fuerte o por lo menos eso es lo que simulaba el pesado abrigo que cubría todo su cuerpo, el cual estaba húmedo y con un poco de escarcha, hecho que la sorprendió y sin miramiento pregunto- ¿Por qué esta mojado? Se puede enfermar, señor.
Sibír que hasta entonces había permanecido inmóvil asistió y salió con paso firme de la habitación dejando a la niña con la idea de que sus palabras no fueron bien recibidas.
-clama- escucho de repente de una voz seria pero amable- Sibír siempre es así, es más un hombre de acción que de palabras, de seguro solo fue a cambiarse.- La niña miro a la dueña de la voz, Tiumén y le sonrió con timidez, pidiendo en silencio respuestas a sus dudas.
-¿Quieres saber cómo terminaste aquí, no es así?- dijo Chitá con una gran sonrisa y unos brillantes ojos negros- bueno eso es obra de nuestro hermano, él te trajo, yo acababa de llegar de visita cuando lo vi entrando contigo en brazos, estabas tan fría y tu respiración era casi nula que temí por tu vida, y pienso que Sibír también porque incluso volvió a salir a la tormenta buscando a Tiumén para que te curase. Si no hubiera sido por ello, hubieras sido la primera vida que el invierno se cobrase.- después de esa pequeña explicación el silencio reino la habitación, dejando a más de uno pensativo por diversos motivos.
Fue hasta unos minutos después que el silencio se rompió debido a la interrupción del, que ahora sabia, era el dueño de la casa, Sibír, el cual sin siquiera tocar entro, ahora totalmente seco, vestido sencillamente y sin el pesado abrigo.
-es hora de desayunar- dijo sencillamente con una voz ronca, como si no estuviera acostumbrado a hablar demasiado.
-bueno, ¿qué dices pequeña, quieres bajar con nosotros a desayunar o prefieres quedarte en cama?- pregunto Chitá con voz risueña.
-Kiev...- susurro la niña.
-¿perdón?- dijeron las dos mujeres al unísono
-mi nombre es Kievskaya Rus, pero mis amigos me dicen Kiev, mucho gusto, y me encantaría acompañarlos.
Durante el desayuno, Kiev se dio cuenta de las singularidades de los tres hermanos, que para empezar no se parecían en nada, mientras Chitá era una mujer era bajita y parlanchina, Tiumén era más bien alta, reservada pero gentil y Sibír, bueno él, era callado y distante. Chitá no paro de hablar en toda la comida, contándole de su territorio, que aunque pequeño en comparación del de sus hermanos era hermoso y mucho más cálido, también le hablo de Tiumén, que vivía cerca de lo que mi gente llamaba la tierra santa. Y por último me hablo de Sibír y sus largos e inesperados inviernos.
