Giraba y reía. Chapoteando en el espeso líquido. Su alborotado cabello volaba y su rostro, demacrado por el largo encierro, brillaba nuevamente.

- ¿Qué haces, esposa mía? - Rodolphus la miraba, desde el quicio de la puerta, girar, bailar y reir, rodeada de cuerpos impuros. Salpicando sus ropas y el resto de la estancia de sangre impura. Bellatrix lo miró, a los ojos mientras se detenía, su pecho subiendo y bajando rápidamente, mientras su alborotado cabello negro tapaba parte de su rostro.

-Celebro, Rodolphus. ¿Acaso no ves? ¿Tus ojos no lo ven? Hay menos impuros en este mundo, y, querido mío, puedo jurarte que gritaron. - Se volvió a los cuerpos, hablando con esa voz aniñada que usaba usualmente - ¿No gritaste, pequeña impura? ¿No suplicó por piedad, la inmunda sangresucia? - Sólo en ese momento, Rodolphus, alarmado, miró hacia abajo. La sangresucia, estaba muerta.

- Esa sangresucia en particular, era del Lord. Y él, se la prometió a Greyback. -

- ¡YO LA MATÉ! ¡ERA MÍA! Y un perro, no tiene más derechos que una Black.-

-Era para atraer al chico... -

Ella se acercaba lentamente, mientras se despojaba de la ceñida túnica negra. Rodolphus sabía qué quería su esposa. No pudo negar lo bella y terrible que se veía, desnuda, en medio de la sangre proveniente de los impuros. Ciertamente el color rojo la favorecía.

- Tómame, esposo. Honremos nuestra sangre una vez más. -

La miraba, y se despojaba de la ropa, mientras el cadaver terriblemente desfigurado de Hermione Granger observaba la union de la maldad y la locura.