Hace ya unos años que los enanos de Erebor reclamaron su reino, pero la historia no termina ahí… Hay otros asuntos que resolver, y uno se aproximaba.
Todo comenzó la mañana del 21 de septiembre, en La Comarca, en la Cuaderna del Oeste, en Hobbiton. Alguien de allí esperaba con impaciencia que pasara ese día. Un hobbit cuyos apellidos eran Bolsón y Tuk. Más fácil no puede ser, ¡Bilbo Bolsón! El día siguiente era su cumpleaños, cumplía 54 años, y también se cumplían 2 años desde que cruzó el Río Rápido en barriles y llegó a Esgaroth, la Ciudad del Lago, pero allí estaba demasiado ocupado como para pensar en su cumpleaños, aparte de que lo único que pudo decir fue "mucha gracia" por culpa del catarro que pilló. Tenía la fiesta bien organizada, hasta iba a ir Gandalf con sus fuegos de artificio (pues los que él fabricaba eran espectaculares). Bien, ahora vayamos a lo raro. Durante esos años, Gandalf no había aparecido ni un solo día en La Comarca, ni siquiera para ver a Bilbo. Se tenían que escribir cartas para hablar, y el mago le contestó al hobbit que iría con mucho gusto a su fiesta de cumpleaños, pero Bilbo sospechaba que no iba a ser así. Volvamos al presente. El hobbit tuvo muy malos presentimientos pensando en que algo otra vez inesperado iba a pasar, pero se decía a sí mismo: "Tranquilo Bilbo, tranquilo. Mañana es tu cumpleaños y en estos últimos años no ha pasado nada, ¿por qué tendría que pasar algo ahora?" Pero aun así seguía sospechando algo. Llegó el mediodía y el día soleado se convirtió en un día de viento. La hierba se agitaba fuertemente a causa del viento. Bilbo pensaba que si continuaba el mal tiempo no podría hacer la fiesta de cumpleaños, por lo que se sintió algo triste. De pronto, se desencadenó una fuerte tormenta en la que los rayos caían sin parar y los truenos no paraban de sonar, a eso se le unió la fuerte lluvia y el viento que arrasaba todo cuanto había a su alcance. Bilbo estaba asustado de tan terrible tormenta otoñal. Entonces, algo golpeó con fuerza su puerta verde y redonda, que ahora estaba cubierta de arañazos y la pintura verde se convirtió en gris. Esto hizo que el hobbit se sobresaltara mucho, y pensó que tan solo había sido el viento. Se volvieron a oír golpes en la puerta y Bilbo lo ignoró otra vez. Luego, un rayo se vio frente a la ventana del salón del hobbit, y con él una silueta familiar. –¡Bilbo Bolsón Tuk, como no abras la puerta tendré que entrar por la fuerza!– ¡Era Gandalf, Gandalf el mago gris! Bilbo no sabía qué hacía frente a su casa en un día tan terrible, pero supuso que no era nada bueno. Salió corriendo hacia la puerta y la abrió para dar paso a un mago empapado con un manto gris, bufanda plateada y gorro puntiagudo azul. –¡Discúlpeme, Gandalf! Pensé que tan sólo era el viento lo que golpeaba a la puerta. ¿Se puede saber qué diantre hace aquí con un día de semejante tormenta? Si quiere se puede quedar aquí hasta que amaine.
–¡No hay tiempo, viejo amigo! Tenemos que apresurarnos, no nos queda mucho tiempo.
–No, no, no, no pienso salir de nuevo de Hobbiton o La Comarca.
– ¡Prepara tu equipaje, Tuk insensato!
– ¡No soy un Tuk, soy un Bolsón, de Bolsón Cerrado!
– ¡No me hagas enfadar o lo pagarás caro!–Gandalf se enfureció y de pronto una sombra cubrió toda la casa. – ¡Prepara el equipaje, YA!
–C-Claro, c-como o-ordene, s-señor G-Gandalf. –El pobre hobbit estaba muy asustado, y no tuvo más remedio que hacer lo que el mago le pedía. Cogió una mochila, ropa de repuesto, comida, una manta, a Dardo (su espada), un bastón, el Anillo y pañuelos (desde la última vez que salió va con más precaución). – ¡Corre Bilbo, rápido!
– ¿Qué se supone que está pasando?
–Más tarde lo averiguarás, ahora nos esperan en Rivendel.
Salieron por la puerta de Bolsón Cerrado, y Bilbo casi cae puesto que no se había acostumbrado a tal tormenta. Intentó divisar las colinas, pero entre el viento y la lluvia poco podían ver sus ojos de hobbit. Gandalf le hizo correr a toda velocidad a través de Hobbiton; saltando vallas, evitando objetos que el vendaval traía consigo… El pobre Bilbo tropezaba y caía más de una vez, pero una vez se acostumbró al tiempo, parecía que sus ojos podían ver con más claridad que antes incluso. Llevaban corrido ya un buen trecho, hacía ya unos diez minutos aproximadamente habían pasado al lado de "El Dragón Verde", y a Bilbo y a Gandalf les empezaban a fallar las piernas.
–Gandalf… ¿Tendremos que seguir corriendo mucho más…? –Preguntó Bilbo, exhausto.
–No mucho, amigo, pues dejé por aquí cerca el caballo con el que llegué. –Contestó Gandalf.
Bilbo asintió, o eso intentó. Corrían ahora de nuevo por colinas, solo que desiertas y con la hierba arrancada. Las flores habían desaparecido de todos los sitios en los que alguna vez hubo, y ahora andarían volando por ahí con el viento. Se divisaba ya cerca una zona llana, verde también, que debía ser donde el mago había dejado su caballo, si aquella tremenda tormenta no se lo había llevado ya. Llegaron a una colina alta y empinada, y Bilbo pensó por un momento que no podría llegar a la cima, ni mucho menos. Gandalf caminaba rápido apoyándose en su bastón, mientras que el hobbit iba detrás de él como podía ayudándose a subir con su bastón también. El camino se le hacía eterno, y entonces el mago reparó en que a Bilbo no le quedaba ya casi fuerza alguna, con lo cual le tendió una mano y lo llevó sobre su hombro como podía. Llegó al fin a la cima, después de varios minutos trepando por la colina. Soltó al hobbit y le indicó que corriera colina abajo puesto que cerca había una especie de posada o algo parecido, pero muy pequeña claro. Bilbo asintió y los dos corrieron a gran velocidad ahora bajando la colina, mientras las finas gotas de lluvia les impedían ver con claridad el suelo o si había algo próximo a ellos. Terminaron la bajada, y los dos vislumbraron una pequeña cabaña o casa, que probablemente sería esa posada o lo que fuere. Volvieron a iniciar la carrera y les parecía imposible llegar puesto que sus piernas ya casi ni reaccionaban, además de parecer que se acercaban al ojo de la tormenta. Bilbo pensó por un momento que no lograría sobrevivir a tal temporal, que le podía caer un rayo o algo por el estilo. Divisó entonces en el cielo, entre las nubes negras, un pequeño rayo de luz traspasarlas, y no era un relámpago, sino un rayo de sol que logró colarse en el oscuro cielo; como si aún le quedasen fuerzas para salir. El hobbit pareció tener un buen presentimiento incluso, y fue en ese momento cuando pudo ver la luz de aquella pequeña cabaña más cerca, solo a unos metros más lejos de su posición. Hizo un último esfuerzo y comenzó a correr con más velocidad incluso que antes, o lo que sus piernas agotadas le permitían. Pero entonces, lo que pareció ser una visión apareció en su mente al parpadear. Lo único que pudo ver fue un resplandor azul y una silueta que no pudo distinguir, aunque pensó que podría haber sido que el agua de la lluvia y el viento sucio le empezaban a afectar a la vista. Gandalf le tendió una mano porque empezaba a quedarse atrás, y al fin llegaron a aquella cabaña.
– ¿Estás bien, Bilbo, estás herido? –Preguntó Gandalf para asegurarse de que al hobbit nada le pasaba.
–No, o eso creo y espero. Entonces, dime, ¿tenemos que ir a Rivendel? Pero, ¿por qué? –Preguntó Bilbo mientras el mago desataba a un caballo marrón y blanco de su estacionamiento.
–Por el camino te iré informando, no te preocupes.
Bilbo asintió y miró a Gandalf subirse al caballo y después tenderle una mano para que se subiera. Pero se había quedado embobado, pensando en qué asuntos le tendrían que llevar a él a Rivendel, y entonces el mago lo sacó de sus pensamientos.
– ¡Rápido, sube Bilbo! Ya tendrás tiempo para pensar en el camino. –Exclamó mientras cogía al hobbit de la mano y le ayudaba a subir.
Bilbo se sentó delante de Gandalf y se agarró un poco a la crin marrón del caballo para no caerse. El mago dio la orden al caballo y comenzó a galopar por la llanura luchando contra el viento y la lluvia.
-Gandalf, por favor, explíqueme ahora por qué vamos a Rivendel, ¡esto es demasiado extraño! - Preguntó de nuevo Bilbo, que ansiaba una respuesta.
-Es una historia muy larga Bilbo, pero si lo desea, se la puedo resumir. - Contestó Gandalf, mirando al frente.
-¡Por favor!
-Bien, verás, Bilbo, no habría recurrido a tu ayuda si esta misión no fuera importante. De nuevo se puede sentir el mal en la Tierra Media. Las águilas de las Montañas Nubladas se alertan y graznan, los lobos aúllan en los montes anunciando malos presagios. Lo único que soy capaz de revelarte en este momento es que la oscuridad se alza de nuevo en el Este, amenazando con dominarlo todo.
- ¿Queréis decir que estamos de nuevo en un grave peligro? Supongo que más no podrá contarme sobre esto hasta que lleguemos a Rivendel... Pero, si me permite, tengo una pregunta más que hacerle. ¿Por qué yo?
-Bueno, mi viejo amigo... Lo creas o no, eres el más adecuado para esto. Ni tú y ni siquiera yo mismo e incluso el más sabio de los sabios sabe cómo es posible, ¡pero así es! No sé si será por tu carácter o por tus habilidades que nadie en este mundo conoce menos tú, pero albergas un gran poder en tu interior que puede salvarnos a todos los habitantes de la Tierra Media.
Entonces, escucharon un aullido a sus espaldas seguido de un sonido de animales galopando muy próximos a ellos. Bilbo giró la cabeza y entre la lluvia divisó tres grandes formas persiguiéndolos.
-Gandalf... -Dijo, sin quitar la vista de lo que les seguía.
El mago giró su cabeza también y apuntó a las formas con el bastón
-Son huargos, han seguido nuestros pasos. -Dijo, mientras sujeteaba a Bilbo para que no cayera del caballo.
Sujetó con fuerza la vara sin dejar de apuntar a sus enemigos.
-Elenion ancalima! -Gritó y un fuerte destello seguido de un trueno se dirigió hacia los huargos.
Bilbo continuaba mirando hacia atrás, asombrado. Todavía no sabía qué hacía él en una situación como esa de nuevo o por qué tenía que ser él otra vez el que salvase la Tierra Media, por lo visto. Cuando salió de sus pensamientos cayó en cuenta de que los oscuros huargos los estaban alcanzando.
-Gandalf, ¿qué hacemos? -Preguntó mientras el istari intentaba acabar con los grandes licántropos.
-Tranquilo, Bilbo, tengo un plan. -Miró hacia adelante de nuevo y una mariposa apareció ante sus ojos.
El hobbit sabía ya qué tramaba Gandalf. El mago susurró unas palabras al insecto y éste salió volando lo más rápido que pudo.
-¿Llegarán pronto? -Preguntó Bilbo, volviendo a mirar adelante.
-Menos de lo que esperas. -Respondió Gandalf.
El mago le indicó a su montura que acelerase la marcha y ésta lo hizo, alejándose solo un poco más de los huargos. Entonces, las nubes se empezaron a disiparse lentamente y el aire que se levantaba ahora era cálido. Bilbo miró hacia arriba y observó unas grandes figuras sobrevolando el cielo. Un graznido se eschuchó en lo alto y una de aquellas grandes figuras pasó sobre sus cabezas a gran velocidad. La lluvia había cesado ya y el sol radiante se levantaba en el cielo. Bilbo se quedó observando a aquellos seres: las águilas de las Montañas Nubladas. Eran en verdad majestuosas y fuertes, por algo Gandalf las había llamado. Las tres águilas que llegaron cogieron a los huargos en sus garras mientras volaban más alto y después los arrojaron lejos. El hobbit seguía mirándolas, impresionado.
-Ahora debemos cambiar de montura, Bilbo. -Dijo el mago.
Bilbo asintió y se sintió feliz por el hecho de poder volar de nuevo sobre una de aquellas aves gigantescas. Gandalf paró al caballo para bajar de él y ayudar a Bilbo a bajar luego, y después hizo un gesto para indicar al equino que podía marchar ya, y así lo hizo. Dos de las grandes águilas se posaron en el terreno para que mediano y mago pudieran montar sobre sus lomos. Ya acomodados en las aves, emprendieron de nuevo el viaje a Rivendel.
-Gandalf, espero que en Imladris me aclaréis más las dudas. -Rió Bilbo.