La luna brillaba en lo más alto del cielo, siendo la luz su única guía mientras corría en la oscuridad del bosque. La adrenalina fluía sin control por su agitado cuerpo, y el frío cortaba como navajas en la piel expuesta de su rostro y manos. Sacudió la cabeza esperando con eso deshacerse del punzante dolor. A su espalda, un gruñido se hizo oír. "Demonios" pensó, apretando el paso. Su perseguidor le pisaba los talones, incluso le parecía sentir su respiración en la nuca. Necesitaba un plan rápido. Estaba en clara desventaja en el desconocido terreno. Sintiendo su desesperación, una carcajada llenó el vacío del lugar, provocando que un escalofrío le recorriera la piel.

Siguió corriendo hasta que pudo ver el final del bosque, y ahí las ruinas de una casa, volviéndose ésta en su objetivo inmediato. Ignorando el dolor de sus piernas cansadas, aceleró intentando adelantarse un poco más a su contrincante; alcanzando la puerta enmohecida entró cerrando tras de sí. Debí planear esto antes de venir. ¿Por qué tengo que ser tan impulsiva? Se reprochó, antes de trepar la pared y posicionarse sobre el borde de un pilar en espera de su siguiente objetivo, quien hizo su aparición atravesando la ventana justo debajo. Se adentró unos pasos olfateando el aire.

"Sé que estás aquí, muñeca. Puedo oler la deliciosa sangre que corre por tus venas. ¿Estás asustada?" Dijo el vampiro, en su grave voz una pisca de burlona ansiedad.

La joven, cuchillo en mano, saltó sobre la espalda de su contrincante en ese momento. El vampiro sonrió, y con un movimiento rápido volteó lanzando un poderoso golpe en el costado de la chica, interceptándola en el aire, mandando su cuerpo a través de la habitación hasta colisionar con una pared de roca. Tan pronto hizo contacto con el frío elemento, soltó violentamente el oxígeno que contenían sus pulmones, cayendo sobre sus rodillas jadeando y sacudiendo la cabeza en un intento de mantenerse consciente. En su casi nulo campo de visión, se hicieron presentes un par de grandes botas. El vampiro tomó un puño del cabello pelirrojo de la chica, levantándola en vilo. Un quejido de dolor escapó de su boca antes de poder contenerlo, tenía la sensación de que se había roto algo. Su opresor sonrió complacido, mostrándole sus largos y filosos colmillos; sus ojos carmesí, como la sangre que tanto deseaba.

"Así, que pensabas que podías ganarme." Rió el vampiro lanzando nuevamente a la pelirroja, cuyo cuerpo se deslizó por el piso hasta finalmente dar con una pila de escombros. Esta vez soltando un audible grito de dolor. Ahora estaba segura de que se había roto algo, el dolor era abrumador. Su cabello, una vez trenzado, ahora se encontraba esparcido por los escombros; sucio y enmarañado. Tengo que levantarme, tengo que ganar. No puedo morir aquí. ¡Piensa! Se urgió al tiempo que su atacante la levantaba de nuevo, esta vez por su camisa.

La sangre goteaba desde su brazo izquierdo, su costado derecho, y algún lugar de su cabeza. De entre su cabello resbalaba recorriendo su rostro y cuello, manchando su camisa blanca y la mano del vampiro. Él acercó su rostro al de ella para luego lamer la sangre de su mejilla. La repulsión se disparó como una flecha por su cuerpo amenazándola con la urgencia del vomito. Comenzó a forcejear anticipando las acciones del vampiro, quien acercó sus colmillos a su cuello. ¡Eso nunca! ¡Primero muerta antes que alimentar a un vampiro! Gritó en su fuero interno. Y, como respondiendo a su afirmación, la chica recordó el arma que Hans, su hermano, le había otorgado antes de partir. Estirando el brazo izquierdo hacia su muslo, haciendo caso omiso del inmenso dolor del miembro, logró asirse del largo pedazo de madera, enterrándolo en el corazón del vampiro. Él la soltó inmediatamente tambaleándose hacia atrás, su última visión: la sonrisa triunfante de la chica. Entonces, explotó en cenizas.


"¡No vuelvo a ir a ese lugar! No vuelvan a permitirme ir al norte, ¡Es horrible!" Dijo una molesta pelirroja montada sobre una mesa, tras narrarle lo sucedido a su audiencia.

"¿Permitirte? Creo que nadie quiere meterse en tu camino cuando quieres hacer algo, pequitas. Eres un auténtico torbellino." Le contestó riendo Philip, un hombre bajo y extremadamente fornido, alisándose la larga barba. La aludida hizo un puchero.

Después de su largo enfrentamiento con el vampiro, la joven había regresado a "La choza", como ella lo llamaba, el hogar de todos los cazadores de su clan. Inmediatamente sus camaradas la habían llevado con el médico del lugar. Efectivamente, tenía el brazo izquierdo roto, y muchos raspones. Le cosió la herida de la cabeza, y enyesó su brazo, haciéndola prometer que descansaría. El doctor la conocía lo suficiente, después de que la pelirroja regresara frecuentemente con una nueva herida, desde su infancia. Tras su desagradable visita a la casa del médico, la chica se dispuso a contar su hazaña, como hacía a su regreso de cada misión.

"Eso te pasa por ser tan impaciente, pequitas." Bufó un muchacho alto y musculoso, de ropas desarregladas como su rubio cabello. "En serio, Anna, debes tener más cuidado."

"Lo sé, lo sé." Contestó la aludida con las manos frente a ella en signo de rendición. "Sólo me confié un poco, es todo. Únicamente fue un pequeño error, Kristoff."

"Un pequeño error puede llevarte a la muerte." Vino una voz fuerte y clara, desde la cima de las escaleras. Se hizo el silencio al sonido de su voz. Anna y Kristoff se miraron en silencioso reconocimiento. Pabbie. "Anna, acompáñame."

Anna miró hacia arriba para ver al hombre, que era su líder, al final de las escaleras esperando por ella. Sus toscas facciones fruncidas en una expresión severa que hizo temblar a la pelirroja, antes de que bajara de la mesa con ayuda de Kristoff, quien la miro sonriéndole tímidamente, tratando de infringirle valor. Ella le devolvió la sonrisa. Trastabilló al pie de la escalera debido a la urgencia por alcanzar a su mentor. Subiendo al fin, su líder gestionó para que ella se le adelantara. Sin vacilar, guió el camino a su bien conocido destino: El estudio de Pabbie.

El estudio era una habitación al fondo del pasillo del segundo piso. Sus paredes, excepto la pared norte, tras el escritorio, que contenía un ventanal, estaban cubiertas por enormes muebles repletos de libros. Anna se sentía orgullosa de haber leído la mayoría, ella había pasado gran parte de su infancia en esa habitación, ya fuera leyendo o siendo reprendida por alguna travesura.

Anna entró al estudio, seguida por Pabbie, y se sentó en la única silla frente al gran escritorio de roble, comenzando a jugar con sus dedos (como hacía cuando estaba nerviosa) en espera de su muy seguro y merecido castigo. El hombre carraspeó para atraer la atención de Anna, quién levantó la mirada hacia él.

"Lo siento mucho, Pabbie…em… Señor. Líder." Se corrigió rápidamente. "Yo... no estaba pensando cuando fui a encargarme de ese vampiro sin prepararme, bueno, no es que sea una sorpresa, yo nunca pienso. Descuidada Anna. Y… Habladora Anna. Estoy hablando mucho de nuevo. ¡Lo siento mucho! Me callaré ahora."

Pabbie suspiró… No podía enojarse con la chica, era una tarea difícil de completar ya que la naturaleza encantadora de la joven, podía ablandar hasta el más fiero y cruel de los guerreros. El enojo nunca le duraba más que unos minutos. Sin embargo, su deber como líder, y como mentor, era aconsejar y reprender cuando fuera necesario, lo cual era justo en ese momento. La situación lo ameritaba. Se sentó pensativo en su silla forrada en piel, frente a Anna.

"Anna..." Comenzó. "Debes ser más cautelosa, prepararte antes de cualquier misión. No puedes ir por ahí dejándolo todo a la suerte, esperando que todo te salga bien. Necesitas ser más responsable."

"Lo lamento mucho, señor. Pero, bueno, al final todo salió bien, no me pasó nada y…"

"¡Basta! Pensé que te había enseñado mejor. Debes crecer, Anna."

"Sí, pero…"

"¡Pudiste haber muerto!"

Anna bajó la mirada avergonzada, sus ojos escocían con las lágrimas que trataba de contener. Sabía que Pabbie tenía razón, y que ella había sido irresponsable, como siempre… El hombre tenía todo el derecho de gritarle. Se mordió el labio cuando notó la aproximación de su mentor, y trató de no retroceder cuando él posó su mano contra su rosada mejilla, instándola a mirarlo.

"Lo lamento, pequeña. No fue mi intención gritarte." Le dijo en susurros. "Eres una maravillosa cazadora, una de las mejores de nuestro clan, pero la muerte y el peligro están en nuestra entrada, esperando por nosotros, esperando a que cometamos un error para acabarnos." Anna vio los ojos de su mentor llenos de emoción. "Eres una cazadora, pero antes que todo, eres mi hija, y te hablo como padre al decirte que no quiero perderte, Anna."

Ella no pudo más y se lanzó hacia su pecho, lágrimas haciendo su camino por sus mejillas repletas de pecas, y desapareciendo en el cuello del abrigo del hombre. Pabbie rodeó su cuerpo con un brazo y con el otro acarició su cabello tratando de calmarla, cuando Anna empezó a balbucear disculpas. Lo que decía Pabbie era cierto; Anna había sido su hija desde el día en que la salvó y se hizo cargo de ella, criándola como si fuera suya. Incluso la había nombrado su heredera absoluta.


3 meses después, el hombro de Anna había sanado por completo, y estaba lista para salir de nuevo en una misión. Corrió hacia el comedor, extasiada, tan absuelta en su felicidad, que no notó que iba directo a chocar con alguien, hasta que se estrelló. A punto de caer al suelo, alguien la tomó de la cintura para evitarlo. La pelirroja subió la mirada para ver a un joven igualmente pelirrojo. Sus prominentes patillas, inconfundibles.

"¡Hans!" Gritó emocionada, lanzando sus brazos al cuello del sorprendido muchacho. Hans se levantó para estabilizar a ambos, sin romper el abrazo. - ¡Regresaste! Te extrañé, ¿Me extrañaste? ¿Por qué tardaste tanto? "Dijo esto último con un puchero, a lo que Hans solo rió."

"¡Claro que te extrañé, bichito! La misión se extendió más de lo que esperé. La reina…" Parecía querer decir algo más, pero cambió el tema. "Tienes una nueva cicatriz" Dijo en su lugar, mirando el brazo expuesto de Anna.

"¡Oh, sí!" Contestó, escondiendo el brazo a su espalda, un ligero rubor en sus mejillas.

"¿Ahora qué pasó? ¿En qué problema te metiste?" Anna estaba a punto de contestar, pero una voz la interrumpió.

"Oh, nada, solo fue directamente a la boca del lobo sin un plan casi logrando que la mataran en el proceso." ¡Demonios, Kristoff! La pelirroja miró al desalineado rubio con una mirada enfadada.

"¡¿Hiciste, qué?!" Hans separó a Anna de su cuerpo, para mirarla entre asustado y molesto. ¡Genial! Gracias, Kristoff.

"No pasó nada, estoy bien."

"¡Anna…!" Antes de que pudiera regañarla, la pelirroja lo abrazó pidiéndole disculpas. Vacilante, Hans le devolvió el abrazo.

"¡Claro! Debí suponer que caerías ante sus encantos antes de siquiera pensar en regañarla." Dijo Kristoff. Anna lo miró enseñándole la lengua.

"Estoy seguro de que aprendió la lección." Replicó Hans, volviéndose a Anna, revolviendo su cabello. "¿Verdad, bicho?" Anna asintió sonriendo.

Kristoff se alejó rezongando algo sobre amigos traidores, sentándose lo más lejos que pudo de la feliz pareja de hermanos. Anna abrazó nuevamente a Hans, contenta y satisfecha por haberse salvado de un regaño más. Los dioses sabían que su larga reclusión en "la choza", debido a su brazo, había sido suficiente. Se quedó conversando animadamente con él, hasta que se ocultó el sol, dándole la señal de que era hora de sus rondas por el pueblo. Subió a su habitación para prepararse. Levantó su chaleco, de cuero negro, del piso, poniéndoselo sobre la camisa blanca que llevaba, desdoblando las mangas de la misma. Después, se sentó al borde de la cama, agachándose para reemplazar sus zapatos por sus largas botas, para luego alcanzar la estaca y ceñírsela al muslo izquierdo. De salida, colocándose encima la chaqueta (igualmente de cuero), tomó sus braceras, y su espada.

"¡Ten cuidado, y… no te metas en problemas!" Gritó Hans, desde su lugar, a una apresurada pelirroja, que se detuvo en el umbral de la puerta.

"Querido hermano, ¿Cuándo me he mantenido lejos de los problemas?" Contestó, volteando ligeramente por sobre su hombro, dedicándole una enorme sonrisa burlona, antes de salir.

Horas después, una aburrida Anna bostezaba de pie sobre un tejado. No puede ser que justo cuando puedo salir, los vampiros deciden comportarse. Esto debe ser una mala broma. Pensó mientras caminaba por los bordes del tejado, mirando hacia abajo a los pocos transeúntes. Todo estaba tan tranquilo que consideró reunirse con Kristoff en la taberna del pueblo. Cuando, por el rabillo del ojo, notó algo moverse a gran velocidad por la calle contigua. ¡Ya era hora! Saltó hacia el siguiente tejado, siguiendo aquella sombra, que se detuvo al fin, en un oscuro callejón. Anna se agachó, evitando ser descubierta mientras estudiaba la situación. Bajo sus pies, una escena inusual se llevaba a cabo. Cinco vampiros se aproximaban a su presa: una chica de su misma especie. ¡¿Pero qué…?! Inconscientemente se acercó un poco más al borde del tejado. Uno de ellos se arrojó sobre la arrinconada vampira, lanzándole un zarpazo en el brazo que ésta usó para defenderse. Uno tras otro, se dieron a la tarea de lastimarla. ¡Demonios!, ¿Por qué no se defiende? ¡Muévete, corre! Le gritó mentalmente la pelirroja. Al verla encogida y cubierta de sangre, no pudo más. Dobló sus mangas, exponiendo sus braceras, y disparó; flechas saliendo a toda velocidad, atravesando a dos vampiros, aquellos más próximos a ella, éstos explotando al contacto. Anna, saltó de su escondite al tiempo que desenvainaba su espada, cayendo justo frente a la vampira. Todos los ojos puestos en ella con la misma expresión de sorpresa. ¿Qué carajo estoy haciendo? ¿Por qué estoy salvando a un vampiro? Uno de sus oponentes, recuperándose de la impresión, se lanzó a atacarla. Pensaré en eso luego. Decidió esquivándolo con agilidad, contraatacando, cortando una de sus piernas. El vampiro aulló de dolor, desplomándose en el suelo. Los otros dos, la rodearon, abalanzándose sobre ella al mismo tiempo. Al primero, lo evitó, pero el segundo logró rasgarle la mejilla que sangró al instante. Anna hizo una mueca de dolor, pero no tenía tiempo para eso, pues el primer vampiro regresó. Ella rechazó su ataque empujándolo con el plano de su espada, volteándola para cortarlo en las palmas de las manos. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápida para protegerse de nuevo, pues el segundo vampiro ya le había clavado las garras, abriéndole cuatro heridas, desde la clavícula hasta el centro de su pecho, que seguían la trayectoria del brazo del vampiro. Anna retrocedió con velocidad, alejándose de su agresor. Esto va a dejar marca, Hans va a matarme por esto. Pensó con sarcasmo. Claro si es que ellos no me matan primero. Hora del plan B. Anna soltó un bufido, esperaba no tener que usar eso para no llamar la atención, pero necesitaba terminar ya. De una bolsa situada en la parte trasera de su cinturón, sacó un pequeño artefacto, parecido a una botella, y lo lanzó frente a ella. Corrió tomando la lona que cubría unas cajas en el callejón, pasándola sobre sus hombros, para después rodear a la vampira con sus brazos, apretándola contra sí, protegiéndola. El frasco se rompió, y de éste emanó una luz radiante. Pasando unos momentos, Anna miró sobre su hombro. No quedaba nadie. Se levantó descubriendo a su acompañante, extendiendo su mano para ayudarla a incorporarse, la cual fue ignorada. La vampira se levantó mirando a Anna directo a los ojos. Entonces, Anna la observó por primera vez; era ligeramente más alta que ella, de piel nívea, incluso más blanca que la de los demás vampiros. Su cuerpo estilizado envuelto en un vestido negro ceñido (roto de algunos lados), que exponía la piel perfecta de sus clavículas y hombros. Lo que parecía una fina tela transparente, cubría sus brazos hasta las muñecas. La falda tenía una abertura que terminaba a la mitad de su muslo. Su cabello, peinado en una trenza que descansaba sobre su hombro, de un tono rubio tan tenue que parecía blanco. Sin embargo, no fue eso lo que llamó la atención de Anna, sino sus ojos. Fijos en los suyos, en silenciosa contemplación, un par de ojos azules, del color del hielo. La vampira miró la mano aún extendida de la pelirroja, una sonrisa formándose en sus labios rosas.

"¿Vas a seguir esperando, o sólo es costumbre tuya tener la mano estirada?" Una dulce voz sacó a Anna de su estupor, le tomó unos segundos darse cuenta de que la voz provenía de la vampira. Rápidamente retiró su mano, sintiendo como el rubor subía a sus mejillas, lo que hizo que la sonrisa de la rubia se ampliara. Esto iba a ser divertido.

"Emm…" Comenzó Anna, pasando un mechón de cabello detrás de su oreja. "¿Te encuentras bien?"

"¿Acaso importa?" Replicó la vampira con fingida sorpresa. "¿No se supone que tu deber es matarme, cazadora?" Terminó, sonriendo. Su respuesta, regresó a Anna a la realidad.

"No te equivoques, vampiro. No lo hice por ti." Contestó con toda la frialdad de la que fue capaz. "Detesto las injusticias, eso es todo, sólo tuviste suerte."

"Entonces no tengo porqué agradecerte." Dijo con suficiencia, caminando alrededor de Anna, observándola. La pelirroja siguió sus movimientos, sus ojos evidenciando su molestia. Por eso odio a los vampiros. ¡Agh! "Aunque debo admitir, que eres bastante atractiva para ser cazadora." ¿Espera, qué?

"¿Cuál es tu nombre?" Continuó, situándose frente a Anna, poniendo su dedo índice bajo su barbilla, levantando su rostro hacia ella. El contacto envió una descarga por la piel de la pelirroja.

"¿Acaso importa?" Le contestó Anna, desafiante, devolviéndole su propia pregunta.

"En realidad, no. Solo intentaba ser cortés." Dijo sin dejar de sonreír. "Está bien si no quieres decirme. Aunque puedo notar que mueres por saber el mío." Anna se ruborizó, Es un vampiro más, un monstruo. Compórtate como la cazadora que eres, Anna.

"No quiero saber nada. Y, ya que, al parecer, estás bien, me voy." Dijo Anna molesta, apartando su rostro, que ahora estaba a centímetros del de la rubia.

La joven cazadora dio media vuelta y caminó hacia la pared, dispuesta a trepar, tratando con todas sus fuerzas, ignorar la presencia de la otra chica, fracasando totalmente cuando ésta la llamó.

"¡Espera!"

Anna se volvió, encontrándose con esos ojos azul hielo. La vampira nuevamente estaba a centímetros de ella, tan cerca, que si alzaba su mano, sería capaz de acariciar su rostro. Su piel se veía tan suave, quería tocarla, y esto desconcertó a la humana. Como si fuera el reflejo de sus propios pensamientos, la vampira llevó su mano a la mejilla sana de la pelirroja, acariciando con un ligero roce, con el pulgar. Puso el otro brazo justo al lado de la cabeza de la cazadora, descartando esa ruta de escape, en caso de que así lo deseara; esto no pasó desapercibido por ella, que, nerviosa, tragó audiblemente. En ningún momento rompieron la conexión de sus ojos, y la tensión de Anna era casi tangible, crecía a cada centímetro que el cuerpo de la vampira se acercaba al suyo. Sintió su pierna deslizarse entre las suyas, y el brazo, que había ocupado para aprisionarla, bajar hasta su abdomen. Anna se estremeció ante el inesperado contacto; la vampira acarició desde su vientre hacia arriba, donde comenzaban sus pechos, y de nuevo hacia abajo. La joven volvió a estremecerse; la rubia amplió su sonrisa juguetona, decidió que molestar a la cazadora jamás iba a cansarla. Acercando su cuerpo aún más, inclinó su rostro hasta que su boca estuviera al nivel del oído de la humana, susurrando con voz baja y dulce, con un toque seductor en el tono. Sus labios rozaban ligeramente el lóbulo de Anna, quien ahogó un gemido.

"Mi nombre es Elsa." Separándose gentilmente de la pelirroja, le sonrió pícaramente, depositando un beso sobre la mejilla, imposiblemente roja de la cazadora, para luego desaparecer.