Disclaimer: Dragon Ball Z y sus personajes pertenecen a Akira Toriyama.
Hola! aquí con un fic de horror inspirado en el cuento corto "La Pata de Mono", escrito por William Wymark Jacobs en 1902, que a su vez se basó en otros cuentos tradicionales anteriores. Este fic es diferente y más largo que el cuento, pero creo que mantiene su esencia. Espero que les guste y por supuesto también recomiendo leer La Pata de Mono que es uno de mis cuentos de horror favoritos :)
Como anécdota contaré que el nombre "From Hell" lo coloqué por una carta que Jack el destripador, el famoso asesino serial, le envío a la policía de Scotland Yard. La carta (que venía con un riñón de una de las víctimas como regalo) se titulaba precisamente "From Hell".
Por último añado un detalle importante: este fic está ambientado en un mundo, dimensión o universo en que las esferas que conocemos no existen. Sin más que decir, ojalá que les guste y lo disfruten, de antemano muchas gracias por leer mis locuras horrorosas ^^
From Hell
Miles de látigos restallan al mismo tiempo en puntos dispares y continuos. La lluvia es un verdadero rugido sobre la techumbre. La profunda y oscura noche había cobrado vida, gruñendo como un animal sediento de sangre. Hacía muchos años que no se desataba una tormenta así de furibunda en aquella región campestre. El viento soplaba con tanta intensidad que la luz eléctrica se había cortado y unos cuantos árboles viejos, que antes se eregían como torres, ahora besaban amargamente el suelo.
Las añoradas vacaciones, por las cuales tuvo que luchar para que Vegeta la acompañase, se habían transformado en una tormenta torrencial sin precedentes. Bulma maldijo a quienes hacían los pronósticos del tiempo: los ineptos habían dicho claramente que se podría disfrutar un sol radiante el fin de semana y lo que en realidad obtuvo fue casi un huracán.
Miraba con ansiedad a través de la ventana, en una mezcla agridulce de curiosidad y temor. De repente, gracias a lo cerca que se había escuchado, un trueno la sorprendió al punto de respingar dando un paso atrás.
Giró su vista deseando un poco de consuelo en su esposo, pero vio al susodicho cenando tranquilamente. A él le daba igual que lloviera torrencialmente, nevara o hiciera un calor espantoso. Seguiría igual que de costumbre: hambriento y con ganas de entrenar.
Lo observó sin entender como podía estar tan traquilo y lo envidió sinceramente: que ganas tenía de estar igual que él. No es que fuera alguien temerosa ni mucho menos, pero esta tormenta se había salido de cualquier escala conocida. Si seguía así hasta podría echar abajo la techumbre de la casa en la que se estaban hospedando. No era una exageración, pues a la tormenta le faltaba muy poco para transformarse en un huracán.
A falta de luz eléctrica, tomó el candelabro que la iluminaba y volvió a fijar su vista en el vidrio de la ventana, en donde las gotas de lluvia la golpeaban incesantes tal como si quisieran romperla. Desvió su atenta mirada más allá del goteado cristal y enfocó sus zafiros hacia la profunda negrura, en donde yacía un camino de tierra que llevaba al pueblo más cercano, ubicado a un par de kilómetros. Fue entonces que el destello de un rayo le permitió ver una figura de un hombre, el cual caminaba pausadamente, contrastando completamente con el inclemente clima. El viento ansiaba tirarlo al suelo pero el desconocido se desplazaba como si el vendaval fuera poca cosa. Aunque no llevaba ningún equipaje, de alguna manera parecía llevar un gran peso sobre sus espaldas. ¿Tal vez tenía alguna lesión en sus piernas o era alguien de avanzada edad? De no ser así, Bulma no podría explicarse como aquel individuo no aceleraba su paso ante la fulminante lluvia que lo abofeteaba.
¿Sería un vagabundo acaso? ¿Alguien a quien la tormenta había sorprendido lejos de una guarida en la cual cobijarse?
— Vegeta... — dijo ella, virando su mirada desde la ventana hacia él —, hay un hombre azotado por la tormenta afuera. Lo invitaré a que se refugie aquí — le avisó para que no protestase después.
— Hace lo que se te dé la gana — desdeñó él, mientras su mano derecha llevaba otra presa de carne a su boca. La vela que iluminaba la mesa le dio el cariz de un troglodita en una caverna.
La fémina, sin pensarlo dos veces, abrió la puerta y preparó sus cuerdas vocales para lanzar un potente grito, uno que fuera capaz de vulnerar el ensordecedor soplido de los vientos y el torrentoso castigo de la lluvia.
— ¡Señor! —gritó a todo pulmón— ¡le daremos cobijo mientras pasa la tormenta! — había puesto sus manos a cada lado de la boca para generar eco.
A pesar del esfuerzo vocal que ejerció la científica, el hombre no se dio por aludido en ningún momento. Siguió caminando como si no la hubiera escuchado.
— ¡Señor! —hizo un esfuerzo por gritar aún más fuerte, mientras numerosas gotas de lluvia la golpeaban al ser desviadas por el viento — ¡entre a refugiarse aquí!
Esta vez el sujeto se detuvo. Estuvo totalmente quieto unos cuantos segundos. Al cabo de esto le dirigió una mirada extraña a la mujer que lo llamaba. De todo su cuerpo, lo único que quedaba visible eran sus negros ojos. Llevaba un largo abrigo negro impermeable, descuidado por el paso del tiempo, equipado con una capucha que cubría su frente hasta las cejas. Bulma se sintió intranquila ante la profundidad que era capaz de ejercer esa mirada masculina. El sujeto, sin decir nada, le quitó la vista y prosiguió su impasible caminar.
Bulma quedó pegada al suelo como si alguien le hubiera clavado los pies. No pudo entender porque aquel hombre rechazó la oferta de ayuda. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué razón tenía?
Un ataque de curiosidad la recorrió de pies a cabeza. Algo que ni ella misma supo entender. Sin reflexionarlo mucho, hizo lucir su impulsividad acostumbrada: decidió correr hacia él e interceptar su camino. Cumplido esto, dijo en voz alta:
— ¿Por qué no quiere ayuda, señor?
Un silencio extraño se hizo. De hecho, el viento dejó de soplar como si también quisiera escuchar la respuesta.
— No la necesito — fue la respuesta de su profunda voz. Tan profunda que casi generaba eco por sí misma. Bulma se congeló un instante por lo fría que le pareció. Lo escrutó rápida pero atentamente: a juzgar por algunas arrugas en las orillas de sus ojos, dedujo que su edad debía fluctuar entre unos cuarenta y cuarenta y cinco años, pero su voz parecía la de alguien mucho mayor. Sus ojos vivaces y semblante tranquilo generaban la impresión de inteligencia y habilidad.
Sin embargo, la luminosidad de un rayo hizo resplandecer esos ojos y la científica se estremeció de pies a cabeza. Fue casi como si en vez de pupilas hubiera visto un pozo de ardientes llamas. Como si el negro superficial en sus ojos solo fuera una capa artificial. Como un maquillaje ocultando algo más...
A Bulma la recorrió un escalofrío. A tal punto llegó su temor que por un momento pensó en declinar la invitación que recién le había hecho. De alguna singular manera, su intuición le advirtió, con gritos internos, que algo no iba bien con ese sujeto. Pensó en obedecer sus sospechas y no insistir más, pero finalmente descartó hacerlo. Seguramente la tormenta la había puesto más susceptiva, suspicaz y temerosa de lo realmente prudente. Además, el contar con la presencia de Vegeta bastaba y sobraba para sentirse totalmente protegida. Junto a él absolutamente nada le podría pasar.
— No voy a dejar que mueras de una neumonía — se atrevió a tutearlo. No eran necesario formalismos en medio de una tormenta como esa.
Él pareció esbozar una pequeña sonrisa sórdida tras la bufanda que cubría su boca.
— Está bien, no me hará daño guarecerme de esta tormenta... pero no puedo quedarme mucho tiempo... — le advirtió.
— ¿Tienes algo que hacer? —preguntó sorprendida. — Por la forma tranquila en que caminas no pareciera que tuvieses una urgencia —apuntó.
— No es una urgencia... pero es algo que debo cumplir...
Otro silencio se hizo allí, pero esta vez la naturaleza no los imitó. El viento reinició sus ráfagas sinuosas, con las cuales Bulma tuvo que batallar para no ser lanzada al suelo.
El ignoto estaba sentado en una silla junto a la chimenea en la que crepitaba la leña que Vegeta había cortado antes, durante la tarde. Bulma le insistió al extraño que se desprendiera del abrigo pero él no quiso hacerlo. Tampoco quiso quitarse la capucha ni la bufanda. Ella, ante su reticencia, no tuvo más opción que desistir su tentativa. Por lo visto era un tipo muy hosco y reacio. Se asemejaba a Vegeta en su arisco proceder.
El saiyajin, entretanto, tomaba un jugo de naranja, prestándole poca atención al extraño sujeto.
— ¿Por qué andabas en mitad de una tormenta como esta? ¿No te da miedo que te caiga un árbol encima o incluso un rayo? —cuestionó llena de curiosidad y preocupación.
Hecha esta pregunta, el misterioso hombre acercó sus manos enguantadas al calor de la fogata. A Bulma le volvió a parecer extraño que no se quitara los guantes para abrigárselas. Sin duda, era una persona muy singular y eso acrecentaba aún más su curiosidad.
— Una tormenta es lo que menos me preocupa — aseveró sin siquiera pestañear, como si le hablaran de algo que no tiene importancia.
Desde que había entrado, el tipo hablaba lo justo y preciso; la bella fémina a pesar de sus esfuerzos sólo lograba sacarle palabras con sacacorchos.
— ¿Y a donde te diriges?
El aludido sorbió un poco del café caliente que la fémina le había ofrecido.
— Voy al volcán Natas.
La científica parpadeó repetidas veces. Había escuchado en las noticias que alrededor del volcán, ubicado muchísimos kilómetros más allá, habían surgido algunos sismos, signo de que pronto entraría en erupción.
— ¿Al volcán? Pero han reportado que ese volcán puede hacer erupción y además está muy lejos de aquí, caminando no llegarías allí ni siquiera en un mes. Es peligroso ir para allá —le advirtió preocupada.
— Iré de todos modos...
Bulma abrió sus ojos sin mesura. Sólo la compañía de Vegeta la tranquilizaba, puesto que algo en sus nervios le advertía que algún tipo de secreto encerraba ese enigmático hombre.
Pensó en recomendarle nuevamente que no prosiguiera con su viaje, pero dedujo que aunque le insistiera él no tomaría en cuenta su consejo. A pesar de conocerlo hacía tan poco era evidente que se trataba de alguien muy terco.
— ¿A qué vas para allá? —prefirió preguntar.
— A deshacerme de algo que no debe permanecer más en este mundo...
Ella frunció el ceño. Vegeta desde la mesa también lo hizo. Bulma se masajeó la frente para invocar ideas. ¿Qué era aquello que querría arrojar a un volcán activo? Tal cosa no tenía ningún sentido.
Ninguno.
— ¿Entonces qué es lo que quieres arrojar a ese volcán? —su curiosidad científica la conminó a seguir cuestionando. Tenía que averiguar que se proponía aquel extraño.
— ¿Nunca has escuchado que la curiosidad mató al gato? —la reprochó con malicia reflejada en sus azabaches ojos. Tras la bufanda se esbozó una sonrisa perturbadora que, por lo oculta, Bulma no fue capaz de notar.
— Lo lamento — se excusó con sorpresa en sus ojos —, no suelo ser tan impertinente, pero debo confesarte que me llama mucho la atención esta situación.
— ¿No sueles ser tan impertinente? —intervino Vegeta, burlándose abiertamente — no mientas mujer, siempre lo eres — la corrigió sin miramientos.
— Vegeta... — replicó ella formando una mueca de disgusto.
El príncipe se levantó de la mesa, se colocó a un lado de la chimenea, posó su espalda contra la pared y encaró al sujeto mientras cruzaba sus extremidades superiores.
— Di de una vez que es lo que tramas hacer en ese volcán, insecto —dicho esto, Bulma le dio un codazo como reprimenda por su descortesía.
El desconocido hizo destellar desafío a través de sus ojos. Acto seguido, llevó una mano hacia el bolsillo izquierdo de su abrigo y de allí extrajo una esfera de pequeño tamaño y un profundo color negro, incapaz de brillar ante las cercanas llamas de la fogata.
— ¿Qué es esa esfera negra? — preguntó Bulma con sombras en sus ojos difíciles de dilucidar.
El aludido guardó silencio largos segundos que parecieron distorsionar el tiempo hacia una eternidad. Sólo por el cariz que adoptó su semblante, Bulma supo que quizás no debió formular esa pregunta.
Finalmente respondió:
— Hay cosas que es mejor no saber... —lúgubre se volvió su voz. Completamente gélida su mirada.
Bulma sintió como sus nervios rechinaron al escuchar ese cambio del tono vocal y ocular. Uno mucho más grave que el anterior.
— ¿Qué tiene de especial esa basura? — espetó Vegeta haciendo gala de su agresividad acostumbrada.
— Este objeto proviene... —hizo una larga pausa— ... del infierno...
— Patrañas — Vegeta sonrió en forma hiriente para complementar su respuesta a tamaña estupidez.
— ¿Del mismísmo infierno? ¿A qué se refiere? —cuestionó Bulma, ceño fruncido mediante.
— Esta esfera —alzó su mano para que la vieran mejor— es capaz de cumplir cualquier deseo que le pidan... pero siempre habrá un precio que pagar a cambio... — añadió lo último en forma inquietante.
Bulma tragó un poco de saliva, no supo si fue para calmar la sequedad de su garganta o simplemente por nervios, aunque esta última opción le pareció más plausible que la primera.
Vegeta que todo el tiempo estuvo reticente, ahora iluminó sus ojos con un brillo de flamante curiosidad.
— ¿Cumplir cualquier deseo? ¿Pero con un precio a pagar?
— Así es... esta es una esfera aberrante... mórbida... maldita... algo que va más allá de la débil comprensión humana...
Vegeta volvió a esbozar una sonrisa ofensiva. — ¿Maldita? Sólo los tontos pueden creer en semejantes tonterías.
Cualquier otro podría haberse ofendido ante la agresiva sinceridad de esas palabras, pero extrañamente el tipo reflejó brillantes destellos en sus ojos. Casi como si estuviera orgulloso de las palabras que acababa de escuchar.
— Me recuerdas a mí cuando era más joven —ancló sus ojos en los de él, como si pudiera ver más allá de lo evidente — Yo dije exactamente las mismas palabras que tú cuando me dijeron lo mismo... pero terminé pagando un precio muy alto por mi incredulidad y escepticismo... —Se abstrajo por un largo momento. Sus ojos se perdieron completamente en el vacío. Evidentemente una película de sus recuerdos atravesaba su memoria.
Vegeta entrecerró su mirada, observando ese cambio de actitud.
— El ser humano —dijo el desconocido— en su infinita soberbia, cree poder tener explicación lógica para todo... —dio un suspiro que pareció nostálgico. — Pero en realidad, ahora que lo pienso, es hora que alguien más comparta esta maldición...
— ¿A qué te refieres? —preguntó la única mujer allí.
— Todos tenemos un anhelo que deseamos cumplir. Sueños, esperanzas. Sé que ustedes también... —echó una mirada al saiya y luego a la científica —. En total hay tres deseos para pedir. Si alguno quiere hacerlo debe tomar la esfera con su mano izquierda y colocarla en su pecho, a la altura del corazón. Hecho esto, se pide el deseo en voz baja.
Aunque Vegeta no le dio ningun crédito a semejante patraña, de todas formas cumplir cualquier deseo le sonó muy tentador. Bulma, por el contrario, ni siquiera pensó en usarla.
El ignoto volvió a acomodarse la bufanda que tapaba su boca y se levantó de la silla.
— A partir de ahora son ustedes los que se encargarán de esa esfera. Hasta siempre.
Sin mediar más palabras caminó hacia la entrada y se largó del hogar que lo había cobijado sin siquiera dar gracias. Tras cerrar la puerta, un trueno más allá resonó como un tambor de muerte.
Bulma había quedado petrificada pensando en cada palabra del sujeto; un crujido sideral en su cuerpo le advertía que algo muy malo iba a suceder si aquella esfera seguía con ellos. Corrió hacia la puerta para llamar al sujeto nuevamente y pedir que se la llevara consigo, pero el susodicho ya no estaba por ningún lado.
Paralizada quedó. Si sólo habían pasado unos segundos desde que había cerrado la puerta. ¿Cómo era posible que ya no pudiera divisarlo por ningún lado?
— Vegeta, ese tipo ya no está — exclamó exaltada con sus ojos todavía buscándolo por doquier, ávidamente.
— ¿Y qué? — espetó sin darle importancia alguna.
— ¿No te parece extraño acaso? —se volvió a verlo demostrando preocupación en sus zafiros.
— Bah, ese insecto tiene que haberse ido corriendo o se lo llevó el viento. Con lo delgado que era no me extrañaría tal cosa.
Ella no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, su Vegeta no se preocupaba por nada. Pero aún así no pudo extinguir los nervios que todavía sentía.
El saiya tomó la esfera en su mano derecha y comenzó a examinarla atentamente. Parecía tener unas estrellas negras dibujadas en su superficie, aunque apenas podían notarse. La acercó al lado de la fogata para poder verla mejor, pero la luz del fuego seguía sin reflejarse en ella. ¿De qué material estaría hecha?
Bulma se acercó al ser amado y posó una mano en su hombro a la vez que también se dedicaba a observar la extraña esfera.
— Deberíamos lanzar esa cosa fea al fuego —sugirió la científica, aprensiva como pocas veces lo era.
— Bah, no me digas que siendo una científica creíste las patrañas que ese insecto dijo.
— No las creo —se defendió—, pero tampoco veo en que nos pueda servir. Es mejor deshacernos de ella —quiso zanjar el asunto.
— No lo haré, quiero comprobar si realmente esta mierda es capaz de cumplir mi deseo.
— Vegeta, no lo hagas — le pidió reticente y suspicaz. Definitivamente, algo en ese objeto le daba mala espina. Le inyectaba nervios en su ser por alguna extraña razón.
— Bah, ¿en serio tienes miedo de lo que ese insecto contó? —hizo mofa de esa actitud.
— No... — fue su lado racional el que contestó. Su lógica, su ciencia, su sentido común le indicaba que, tal como decía su esposo, todo eso era sólo una tontería. Sin embargo, algo en su interior trataba de destellar con fulgor para prevenirla, para advertirle que detuviera a su esposo de lo que pensaba acometer.
Pero no hizo caso a esa voz mental. Su lógica científica fue más fuerte. El conflicto entre su intuición y su lógica fue ganada por esta última. Lamentablemente para ambos, así sucedió...
De haber hecho caso a su instinto, si tan sólo hubiera detenido a quien amaba con más ahínco y esmero, todo lo que sucedería desde ahora en adelante podría haberlo evitado. Todo lo que su alma avizoró, no se habría vuelto realidad.
— Quiero ser más fuerte que Kakarotto —dijo el príncipe con la esfera encima de su corazón.
Vegeta miró el objeto con indiferencia e indolencia. En silencio, dio un minuto de plazo para que su deseo se consumara como por arte de magia. Bulma, a su lado, también permaneció expectante. Pero de repente un grito interrumpió la espera:
— Ve... ¡Vegeta! — exclamó asustada.
— ¿Qué rayos te pasa? — espetó frunciendo el ceño.
— ¡Mira! — indicó con su índice la esfera — ¡una de las tres estrellas que tenía desapareció! — su mandíbula inferior parecía que caería al suelo por causa del asombro que la estaba poseyendo en ese momento.
Vegeta hizo aparecer un par de arrugas en su frente. Miró la esfera ávidamente y vio que efectivamente sólo tenía dos estrellas. Aunque no le dio mayor importancia al asunto.
— Qué va mujer, siempre tuvo dos estrellas — señaló con toda calma.
— No Vegeta — renegó al instante — tenía tres... lo sé bien... —vibró su voz.
— Pues sea como sea, ya veremos si esta basura funcionó — dijo muy tranquilo. — Ahora me iré a dormir, si quieres quedate acá pensando en supersticiones estúpidas. Mañana proseguiré mi entrenamiento porque si quieres conseguir algo debes esforzarte tú mismo por conseguirlo. Adiós.
De este modo, ambos se fueron a la cama con los truenos de la tormenta como telón de fondo. Uno estaba completamente tranquilo, la otra preocupada por la estrella que había desaparecido. Estaba casi segura que la esfera tenía tres estrellas que simbolizaban los deseos a pedir...
Pero quizás Vegeta tenía razón y la esfera siempre tuvo sólo dos...
Tres, treinta y tres de la mañana.
— ¡Vegeta! ¡Vegeta! — los golpes y los gritos resonaban en la puerta con auténtica desesperación. Una vez tras otra voces desesperadas retumbaban en la entrada.
— ¡Qué diablos sucede! — gritó él, furioso hasta el tuétano. La interrupción de su sueño debía tener una causa muy justificada o les daría una severa golpiza a quienes se atrevían a molestarlo a tales horas. Se levantó de mala gana y se dirigió hacia la puerta reconociendo las voces que gritaban. Su esposa lo siguió poco después. Cuando abrió vio a los amigos de Kakarotto con faces y miradas llenas de angustia y horrible desesperación.
— ¡Es Goku! —gritó Krilin con el alma desgarrada— Apareció un nuevo enemigo, no sabemos de dónde, y ha dejado a Goku en coma, moribundo, ¡casi muerto!
— Eso es imposible — contestó el príncipe guerrero, sin poder creer la información que había escuchado. La sorpresa fue tanta que hasta sus pupilas parecieron perder su color y fundirse en un albo etéreo.
— Se hace llamar Black y es extremadamente poderoso. Y físicamente es igual a Goku, ¡como si fuera un gemelo pero lleno de maldad! —exclamó Piccolo en forma atropellada. Alguien como él, quien siempre mantenía la calma, estaba descompuesto hasta los cimientos.
Fue entonces que el saiyajin comprendió la gravedad de la situación. Se le tensó completamente la mirada. Fue como si hubiera visto un demonio o un ente de malignidad similar al anterior.
Bulma que ya estaba a su lado y logró escuchar todo, entró a un estado de preocupación espeluznante.
— Eres la única esperanza Vegeta. Eres el más fuerte que hay ahora. Sólo tú puedes vencer a ese demonio llamado Black. Estamos seguros que puedes lograrlo, porque además Goku lo dejó herido —dijo Gohan hecho un manojo de nervios, lamentando en sus ojos llenos de lágrimas el no haber continuado sus entrenamientos que tanta falta le hacían ahora.
Vegeta recibió un golpe de choque en su mente. Algo se prendió allí con lo sucedido en la noche anterior: El deseo que había desdeñado como una tontería finalmente se había cumplido... Vegeta era el más fuerte en existencia, tal y como había pedido a esa esfera negra. Un grave escalofrío recorrió al saiya y a su mujer. Se lanzaron miradas comprendiendo que estaban pensando en lo mismo. El matiz de sus ojos lo gritaba del uno hacia el otro.
Sí, Vegeta era el más fuerte, ¿pero a qué costo lo había conseguido? Goku estaba a punto de abrir las insondables puertas de la muerte muy pronto.
Marido y mujer se miraron con temor en sus ojos, entendiendo que lo que había sucedido tenía algún tipo de relación con el deseo formulado anoche. No podía ser sólo una simple coincidencia.
— Debo ir mujer —endureció su semblante a la vez que comenzaba a ajustar sus guantes.
— Vegeta, tengo miedo. Pediste el deseo y se volvió realidad. Tal como nos lo dijo ese sujeto.
Se hizo un silencio muy incómodo. Perturbador. Era cierto que sin Kakarotto en medio él era el hombre más fuerte del universo. Pero no lo quería conseguir así. Nunca lo quiso conseguir por una desgracia del rival que, a pesar de odiarlo infinidad de veces, también lo respetaba como a nadie.
¿Realmente esta desgracia había pasado por esa esfera maldita? ¿Realmente era posible?
— Tengo que ir. No dejaré que ese insecto se salga con la suya ni dejaré que nada te pase. El resto me da igual, son Trunks y tú quienes me importan.
— ¿Pero y tú? ¿Qué pasará contigo? ¡Tengo un mal presentimiento horrible, Vegeta! —sollozó desconsolada.
— Si ahora soy el más fuerte, entonces tengo que demostrarlo.
Bulma apretó sus manos entre las suyas. No quería dejarlo ir. Quería aprisionarlo. Algo, una especie de cuchillada en su corazón; los latidos entrecortados, el temblor de sus nervios y el desfallecer de sus piernas, todas aquellas eran señales que le advertían que si Vegeta atravesaba esa puerta nunca más lo volvería a ver. Un horrible augurio que se había apoderado de cada rincón.
— Bulma, lo lamento tanto —intervino Krilin— pero sin él todo este mundo será destruido.
Que sacrificado era ser la mujer de un guerrero. Que sacrificio tener que lidiar con el temor a la perdida del ser amado. Era algo terrible, algo que sólo un alma fuerte es capaz de soportar. Pero ni toda la fortaleza del mundo podía evitar el sufrimiento por el destino incierto de un ser amado.
Vegeta entendió la situación y fue capaz de dejar su frialdad habitual por este momento. La tomó del costado de sus brazos y dedicándole una profunda mirada, desató todo su sentir a través de ella. Sólo Bulma lo conocía tanto como para entender lo que esos ojos azabaches gritaban emocionados. Gritaban las dos palabras más hermosas que existen.
— Te amo — respondió ella los sentimientos que el saiya había expresado a través de su mirada.
Vegeta no dijo nada. Hubiera querido decir lo mismo, pero su orgullo no se ablandó. Aún así, fue capaz de apretar levemente su mano como última despedida y se preparó para encarar su destino.
— Volveré.
Y si que volvería... pero de una forma en que era mejor no hacerlo...
Continuará.
