Preámbulo.

El rojo que teñía el campo se filtraba a través de las grietas de la tierra que poco a poco cogía el color de la sangre derramada.

El reluciente sol, en lo más alto del cielo, sólo ayudaba a aumentar el hedor que dejaban los cadáveres que lentamente iban desapareciendo, apilados, en carros arrastrados por varios soldados que servían al gobierno.

Las grandes sombras del cielo negras, pájaros carroñeros amenazantes, ayudaban al malestar general entre los aún vivos, y los medio muertos.

Aquella primavera por fin había sentenciado el final de la Era Edo, esta batalla fue el golpe decisivo, el que acabó con las Familias de las Sombras; con el último clan.


La luz tenía el paso prohibido a aquella habitación, ni siquiera se podía filtrar por las rendijas de las ventanas o los bajos de las puertas.

Dentro el ambiente cargado se mezclaba con el calor propio de los meses de veranos, y la humedad que precedían a los monzones. Apenas tocabas el grueso papel de la pared, notabas como el vapor luchaba por salir.

La única vez que aquellas puertas se abrían dejando entrar algo de frescor era en la madrugada. Los días sin luna, las ventanas abrían oreando la habitación, provocando frío.

Aquella noche sin luna, cuando el silencio atrapaba al pueblo de pescadores, el sollozo anunció que la ventana se había abierto.

El leve brillo de los faroles entraba en la estancia. Vacía. Vacía, salvo por un revoltijo de mantas acostadas en una de las esquinas.

Los ojos rojos, la piel mortecina, escuálida, el pelo enmarañado…

Dos mujeres entraron en la habitación. Se arrodillaron junto aquella persona y la cogieron por los brazos.

Sus cortos pasos iban acompañados por el suave rasgar de las sedas de sus kimonos oscuros. Era, junto con el leve quejido, el único sonido que rompía la noche marinera.

Andaba torpemente por el suelo de madera del piso superior, de vez en cuando se paraba y se aferraba desesperada a la barandilla también de madera.

A través de los tejados que se dibujaban en el suelo, entraba luz, opaca entre la oscuridad de la noche. Bajaron la única escalera que conducía al piso inferior.

La arena blanca, en la que se reflejaba la luz nítidamente del poco alumbre, brillaba trazando un sendero que se cruzaba el jardín interior. Atravesaba los geranios, los pequeños rosales, los melocotoneros, y los cerezos, llegando al pozo adornado con forja. El cubo, quizás lleno de agua, reposaba en el suelo junto a él.

Quizás, sin pretenderlo, miró en la lejanía, pero seguía sin ver nada verdadero.

Las mujeres la condujeron por una de las puertas que rodeaba el patio.

Salieron de la construcción de madera, el césped acariciaba los pies de la chica a cada paso, pero el frescor y la sensación de irrealidad del interior habían desaparecido. En uno de los laterales se encontraba la pequeña caseta a la que los pasos la dirigían.

La mujer del obi rojo abrió la puerta, y una nube de vapor con olor a melocotón salió. Empujaron a la joven dentro de los baños.

- Pero mírate pequeña- susurró la que llevaba el obi rojo y parecía mayor.

Llevó su mano a la cara de la chica y apartó algunos cabellos de su rostro. Con la sal de las lágrimas se habían adherido algunas hebras de cabello a su cara, luego con el pulgar intentaba borrar el camino que tan tristemente habían marcado.

- Venga cariño, necesitamos tu fuerza, te necesitamos de vuelta.

Apartaron la sábana dejando ver que sólo vestía una yukata, la hicieron entrar en la tina llena de agua. El único signo que demostraba que seguía con vida fue el escalofrío que recorrió su cuerpo cuando tocó el agua templada.

La sumergieron completamente, emergiendo de entre las aguas una muchacha de apenas 18 años.

La larga y espesa cabellera inundaba toda su espalda de hilos de seda negra maltratada. Su blanquecina piel tenía ahora un brillo especial, sus labios también blancos eran carnosos y sus ojos… marcados por el rojo del sufrimiento, no podían ocultar la fuerza de su iris color mar.

Su cabeza gacha fue cubierta otra vez con las telas. Y después del aseo de vuelta a su escondite.

Esta había sido la vida que siempre seguía desde que llegó al pueblo meses atrás.

Pero un día cambió.


N/A: Le tengo un cariño especial a este fic, por ello prefiero dejarlo aquí, aunque nunca pueda continuarlo, o quizá sí. Sólo el tiempo lo sabe. de entrada agradezco la lectura, y lamento la mala noticia de que puede que nunca sepa como sigue.

un saludo,

M.