Nada ha cambiado.
El mundo que ve a través de la puerta del Grill luce despejado, con una suave brisa que mece las hojas de los árboles y los toldos de las tiendas. Mystic Falls se levanta con buen humor, llena de gente transitando y coches silbando, el griterío como única música pueblerina, urbana, campechana.
Un simple día más. Como el anterior, como el de hace dos días.
Ridículo.
Por favor, si hasta la hija de puta de la farmacéutica camina sonriente frente a sus ojos, metida en unos seguro insulsos pensamientos humanos. Sólo con mirarla, a Damon Salvatore se le antoja patético. Debería haberla matado tras su finalmente acusadora mirada en la última visita hecha a su tienda por vendas y esparadrapo. A base de una serie de circunstancias (que él no ha propiciado en absoluto, conste) que lo han estado obligando a tirar para su tienda un día sí, otro también, la mujer ha ido, progresivamente, mirándolo de mal en peor. Pero no importa: la próxima vez, no lo hará, de eso puede estar segura. A la mierda con Stefan, a la mierda con sus valores e ideales, y a la mierda con esa cretina humana que le hace recordar que él no lo es.
Con un suspiro, el vampiro sale del local y se pone en camino. Dejó el coche cerca, no tendrá que seguir aguantando mucho tiempo el integrarse en ese perfecto y antinatural (irónica palabra) día. Ha intentado beber hasta emborracharse, pero no ha podido. Y precisamente eso es lo que hace más penoso el día: su repentina incapacidad para pedir un vaso más de whisky.
¿Remordimientos? ¿Culpabilidad? ¿Y quién coño sabe?
Consigue finalmente llegar al coche, sentarse en él y marchar a casa. A la oscuridad, a los silencios dolorosos y pesados como si de hojas de plomo se trataran. Sí, eso suena bien. Suena cojonudo, realmente.
No es hasta que llega y se encuentra dirigiendo sus pasos a la dichosa biblioteca, cuando comprende que no ha hecho tan bien como creía llegando al hogar: los pies de su hermano se ponen en pos de los suyos, los oye a través de varias puertas y muros de hormigón.
Dichosos oídos superdesarrollados.
- Damon…
Su voz le irrita, y más aún cuando la nota justo en su espalda. El muy idiota se ha colado especialmente rápido en el mismo cuarto, y tiene que reprimir a duras penas un suspiro de fastidio.
- Ah, ah, Stefan. No es un buen momento- sin girarse ni detenerse en su camino ni un ápice, el moreno niega con la mano a la figura que surge tras él, agarra un vaso lleno de bourbon a medio beber de una cómoda, y entra en la agradable atmósfera que emiten los libros.
- ¿Y cuándo lo es?- el tono hundido no consigue esconderse del todo tras el aparente sarcasmo, y nuevamente la palabra resuena en la mente de Damon: Ridículo.
- No lo sé. ¿Qué tal en un par de años? Vamos, no me dirás que tienes grandes planes a corto plazo, ¿no?
- No está bien- Stefan consigue imponer sus pasos a los suyos, y lo obliga a detenerse colocándose en su camino. Durante unas décimas de segundo, dos centenarios hermanos se escenifican uno frente a otro, rubio frente a moreno.
Evidentemente, no necesitan tampoco especificar el protagonismo de esa frase estos días. Por supuesto que no. Sólo una persona colapsa las conversaciones y los silencios compartidos, las muecas y reproches de estos tres días y tres noches.
- Bueno, tampoco es que tú estés en tu mejor momento, hermano. De hecho, si no fuera porque es imposible, diría que pareces haber envejecido unos… ¿cien años? de golpe. Deberíais salir más, tomar aire fresco- "y hacerme el inmenso favor de desangrar a cierta farmacéutica miserable", ronronea su vocecita interior. Oh, sí, eso estaría más que bien, sí Señor. Casi puede saborear la idea.
- ¿Y crees acaso que no lo intento?- Stefan parece golpear un muro invisible con sus manos, con evidente fastidio.
Damon voltea los ojos al cielo.
- Es evidente que no lo suficiente.
- No quiero presionarla más aún. Ya ha sufrido bastante teniendo que decidir vivir… así.
- Dilo, hermano: teniendo que vivir como nosotros: como un vampiro- la última palabra la torna molestamente lenta, casi degustándola entre los dientes.
- Tienes que hablar con ella. Sigue sin querer salir a la calle.
- Creía que no querías que habláramos más. No después de… convencerla para que siguiera viva. Si fuera por ti, ahora mismo nos estaríamos preocupando por su funeral, más que por tener esta innecesaria charla- el bourbon sabe viejo, a antigualla. Oh, sí, justo como a él le gusta.
Stefan Salvatore entrecierra los ojos, y, por unos instantes, a Damon le hace recordar otros tiempos. Tiempos más oscuros y dinámicos, tiempos más divertidos si no fuera porque también resultaban ser tiempos más descontrolados.
Cuando su hermano pequeño resultaba ser un asesino despiadado y cruel, con un chocante sentido de humor negro. Mostraba alegría casi insana, y muchas cabezas separadas de sus cuerpos. Pero eh, al menos conseguía en ocasiones provocarle alguna sonrisilla, la verdad fuera dicha. Ahora, y más en estos días, lo único que Stefan obtiene de él son fingidas arcadas y suspiros impacientes.
Ah, qué buenos tiempos eran aquellos.
- Nadie te dijo que tuvieras que ser tan crudo.
- Aquello no fue ser "crudo", Stefan- el retintín le sale casi sin pensar-. Aquello fue ser realista. ¿Qué habría pasado con Jeremy? No estaba siendo muy razonable, y alguien tenía que decírselo, nada más.
- ¿Y desde cuándo te importa su hermano? Si no recuerdo mal, lo habrías matado de no ser por su anillo.
- Bueno, ya me conoces: en el fondo soy todo un sentimental- se encoge de hombros, y prosigue su pequeña andadura.
Stefan bufa.
- Por supuesto. Mira, todos estamos estos días un tanto… descolocados. Y comprendo que tu manera de reaccionar sea exagerando tu natural sarcasmo y mostrando indiferencia a todo, pero necesito tu ayuda, hermano. Tu ayuda de verdad.
- No, no la necesitas- algo en la dirección que toma la conversación empieza a hacerle más daño del habitual estos días, por lo que se acerca con más prisa a la muesca de la pared que hace de llave de la cámara, y la roza casi con fiereza. No, no sabe qué es, hasta que oye a su hermano susurrar por fin, como único motivo de todas las penurias del mundo:
- Es Elena.
Y entonces, a la par de quedar petrificado, Damon comprende el motivo de su malestar: el recuerdo. De cara a la pared, su mandíbula se encrespa, el rostro se tensa y un pequeño rinconcito de su cabeza se encoge en carne viva; puede sentirla torcerse y retorcerse en medio de un páramo despellejado y lleno de heridas.
- Y tú eres Stefan- "tú eres el elegido, aquél a quién ella escogió de los dos". La frase que acude presta a su cabeza parece flotar en el ambiente, por lo que no es emitida por sus labios. Resulta innecesario decir lo que es obvio que está dicho de mil y una maneras distintas.
El silencio parece supurar veneno del vampiro moreno, y tristeza del rubio.
- Nunca se lo perdonarás, ¿no es cierto?- el murmullo se le asemeja a un cañón dirigiendo su carga directamente contra Damon, y éste no puede evitar tragar saliva.
- No hay nada que perdonar, porque nunca ha habido nada que discutir.
- Mientes, y lo sabes.
- Y tú hablas demasiado, como siempre. ¿Elena no está aquí?
- Duerme desde hace un rato. No está descansando bien.
No, claro que no, quiere gritarle. Todo lo que hace es lloriquear y abrazarse a ti. En tu cuarto. En tu cama. Sois dos malditos náufragos en medio de un temporal que crea ella y que tú le permites crear. Mientras yo permanezco día y noche encerrado en una estúpida biblioteca, intentando ahogarme en alcohol hasta caer al suelo, y no consiguiéndolo por un patético sentimiento de culpabilidad que no me deja siquiera olvidar unos segundos.
- Claro-no quiere decirlo así, no quiere que la ironía cubra cada letra, no con su hermano. Pero son muchos años de odio, muchos años culpando a quien tiene a su lado en esos instantes por su actual naturaleza. El rencor es algo difícil de despegarse de la piel cuando ha viajado contigo más de dos vidas juntas. Y encima, hay que añadirle cuatro años envidiándolo por no poder conseguir a quien Stefan ha conseguido. Le quiere, claro que le quiere. Es su hermano, por todos los demonios; pero también le odia con todo su ser. Con un ser de más de ciento cincuenta años.
Maldita sea, sigue retumbando su cabeza. Debería largarse de una jodida vez de esa casa, de Mystic Falls (de ella). Incluso tendría la mejor de las excusas para hacerlo: la promesa que le hizo al rubio ganador. Quien pierda, se larga de aquí, y deja a la parejita feliz vivir toda una vida sin incomodeces.
Lástima que no contaran con que la vida en cuestión sería toda una eternidad más bien.
Y oye, esa casa también es suya, ¿no?
La muesca de la pared parece acoplarse a la perfección a su mano, y cruje casi con ternura bajo sus dedos. Al momento, la pared más cercana a ellos y que contiene un imponente cuadro de un paisaje italiano comienza a deslizarse con parsimonia, ajena a toda la tensión acumulada entre los dos hermanos.
Incluso el insistente del vampiro rubio comprende que no deben seguir por ese precipicio, y cambia de tema bruscamente:
- ¿Qué haces?
- Buscar al conejo blanco, a ver si me lleva a dar una vuelta por el País de las Maravillas. ¿Tú qué crees?- chasquea la lengua.
- Hacía muchos años que no abríamos la cámara. ¿Qué buscas ahí?
- La tranquilidad que te empeñas en no darme por toda la casa.
En realidad, sigue sin comprender a ciencia cierta qué hace allí, pero le resulta incómodo reconocerlo en voz alta. De la misma manera que sigue sin entender por qué lleva estos tres días y tres noches encerrado en la biblioteca, ojeando libros sin buscar nada en concreto… O eso cree. No quiere detenerse a pensarlo mucho.
De hecho, la idea de asomar por la cámara no apareció hasta esta misma mañana. Como si de una ráfaga de aire se tratara, despertó con la sensación de querer meterse en el habitáculo más secreto de toda aquella antigua casa, respirar el aire seguro viciado y cotillear los antiquísimos manuscritos que contienen sus apolillados estantes.
Siempre ha sido de dominio público que la mansión Salvatore dispone de la más completa colección de libros y papiros de todo el pueblo. Toneladas de hojas con la historia de Mystic Falls y alrededores, de sus habitantes, de los cambios sociales y generacionales de todo un pedacito estadounidense. Pero de lo que nadie sabe es de la existencia de una pequeña cámara, aún más antigua si cabe que la biblioteca en cuestión, cuya finalidad resulta de índole más… oscura.
Historias reales de vampiros, de muerte, de sangre y violencia. De hombres lobos acuchillados y sin corazón, de corazones sin dueño perdidos en medio de hectáreas y hectáreas de campos ahora civilizados. De brujas y generaciones de incendios y muertes en hogueras. Fantasmas, espíritus, de todo un poco. Lo peor de lo peor, que tuvo que ser escondido por vergüenza propia de los recolectores Salvatore. Lo más feo del mundo, por favor, manténgase camuflado del resto del mundo adonis. Las flores y mariposas, que todos lo vean; la carnaza real, que nadie excepto sus dueños la conozca.
Damon jamás habla de esta cámara con nadie, ni siquiera con su propio hermano. Y Stefan, lo sabe, hace lo mismo. Duda incluso que la propia Elena, amor de todos los amores de su único pariente vivo (y volvemos con la ironía) sepa de su existencia. Stefan, por vergüenza; Damon, por haber entendido en sus tiempos que el conocimiento es poder. Nunca han hablado de ello, y, el vampiro espera, nunca lo harán.
Excepto quizás ahora.
La pared termina de abrirse, mostrando unas escaleras descendientes que se hunden en la oscuridad. Podría buscar algún símil con el estado de ánimo que siente por sus venas estos días, pero mejor contenerse. Con un Stefan en estado puro de tristeza por la mansión basta, muchas gracias.
Damon está a punto de dar media vuelta para recoger un candelabro, cuando recuerda que uno de sus últimos descendientes (y al que él mismo tuvo el "placer" de matar en uno de sus arrebatos) le instaló todo un sistema eléctrico. Ah, la tecnología es maravillosa, sí Señor. Tantea sin terminar de meter su cuerpo con la mano, y alcanza al pequeño interruptor colocado estratégicamente a su derecha.
A su lado, Stefan no dice nada. Y, en cierto modo, su silencio resulta extrañamente confortable en instantes como éstos. Mientras las escaleras quedan automáticamente iluminadas por una luz tenue, mostrándoles el camino hasta una puerta de roble que parece salida de las mismísimas entrañas de la tierra. La mejor película de miedo de la historia debería incluir unas escaleras como éstas, musita la vocecita que lleva años alimentando su cabeza.
Comienza a descender, y no es hasta que siente toser a Stefan (el aire está demasiado viciado hasta para ellos) cuando comprende que no es el único en movimiento.
- ¿Qué pasa, temes que me pierda?
- Siento… curiosidad, supongo, por ver cómo está todo. No piso este lugar desde…
- Desde que nos largamos de aquí- le corta. Mejor no recordar en qué circunstancias.
Ahora, oficialmente, se llevan de puta madre, así que mantengamos la sonrisita fraternal.
Detrás de él, Stefan solo asiente, puede oír el frufrú de su camisa al hacer el gesto. A veces la compenetración entre ambos llega a asustarle, aunque la mayor parte del tiempo sólo le fastidie sobremanera.
Los escalones, bajo la luz artificial, parecen menos tétricos. Y los pasos de ambos vampiros levantan una pequeña nubecilla apenas perceptible de polvareda. Del polvo venimos, al polvo vamos, vuelve a susurrarle su voz. Casi puede oírse a sí mismo reírse.
Es cierto: también a veces se asusta de sí mismo, quién lo diría.
- ¿Tienes la llave?
- Nah, tenía pensado únicamente llegar hasta aquí, aspirar el aroma a cerrado, y volver a subir- es toda su respuesta. Saca una llave negra y grande del bolsillo de la cazadora, y la encaja en su cerradura. Y la gran puerta de roble rojizo, tras décadas cerrada, se deja mover pesadamente, cual condenado de goznes maltrechos.
La luz que reflejan las escaleras no es suficiente, así que Damon vuelve nuevamente la mano a la pared derecha… y da vida nuevamente al perdido habitáculo.
El peor pasado imaginado les da la bienvenida al instante.
Un sofá claramente antiguo parece sonreírle, así como dos mesas amplias, tres sillas, unos estantes polvorientos cargados de manuscritos y pergaminos….
Y una mujer leyendo de pie y con total tranquilidad tras una de las mesas.
De la impresión, Damon suelta un soplido, y Stefan lo mira consternado.
- ¿Qué pasa? No ha cambiado esto mucho… ¿O me he perdido algo?
Su hermano mueve la cabeza, se frota los ojos, y vuelve la vista a su hermano.
- ¿Es algún tipo de broma repentina? Porque, francamente, no te pega mucho este tipo de detalles.
- ¿Qué?- el famoso entrecejo de Stefan (totalmente aborrecible para Damon en estos días) se pone en alza. Sorpresa, sorpresa, no tiene pinta de entender la situación. El momento parece hacerse aún si cabe más surrealista.
La mujer ni siquiera alza la vista, parece total y absolutamente concentrada en un manuscrito que tiene entre las manos. Un manuscrito de la propia cámara… o, lo que es lo mismo, de ellos.
Parece joven. Veintitantos. Morena, alta, bonita figura. Nariz respingona, busto discreto pero aceptable, entrecejo fruncido de pura concentración.
- Hasta donde tengo entendido, los huéspedes no invitados, cuando son pillados in fraganti, deberían al menos mostrarse un poco… ¿nerviosos? ¿asustados?
Nada. No se inmuta lo más mínimo. Durante unas décimas de segundo, el vampiro se llega a plantear incluso si no estará viendo visiones… Oh, por favor… ¿Y muerta? Podría estarlo… Pero no. Puede ver su pecho subir y bajar rítmicamente, así como morderse el labio con fuerza. La lectura debe ser realmente entretenida, vaya.
- ¿Qué diantres te pasa, Da..
- Cállate- Stefan parece de verdad sorprendido… y sino fuera porque es ridículo, pensaría que el rubio no ve a la mujer que continúa leyendo tan tranquila a escasos metros de los dos-. Es de educación mirar a quien te está hablando, ¿lo sabías? ¡Eh, te estoy hablando, joder!- avanza dos pasos hacia delante, dispuesto a lanzarse contra ella si es preciso… cuando repentinamente la mujer alza una imposible mirada con aburrimiento… y se encuentra con Damon viéndola fijamente.
Sus ojos no pueden ser reales. Damon ha vivido mucho, mucho tiempo, y nunca ha visto unos ojos como ésos. La forma, el tamaño son normales. Pero… ¿desde cuando existen ojos multicolores? Rojos, azules, verdes, amarillos, naranjas. Presenta todos los colores fusionados en un único color, todo un arcoíris luminiscente… y, vale, atrayente. Las cejas perfectamente delineadas de ese rostro se alzan de pronto, y el vampiro comprende al instante de qué se trata: sorpresa. La mujer está genuinamente sorprendida.
- ¿Puedes verme?- su mirada parece agrandarse de la estupefacción.
- ¿Tú qué crees? ¿Cómo has entrado aquí?
- Y también me oyes. No… no lo entiendo- murmura atónita, más para sí que para él.
- Sí, dispongo del pack completo. ¿Quién demonios eres?
- Cómo no- hay auténtica antipatía en su tono, no hace falta ser adivino para notarlo-. No digas esa palabra. No deben decirse esas cosas en voz alta -su gesto se vuelve contrito.
- Oh, claro, disculpa- realiza un ademán de insultante reverencia-. No a las palabras feas, culpa mía. Y ahora, ¿vas a decirme cómo te llamas… y qué eres? Esos ojos...Y hueles… extraña.- olfatea el aire, no del todo convencido… Pero sí, es cierto. Nota el aire cargado de algo ácido pero no desagradable. Algo húmedo pero no impregnable. Algo… algo insólito. Algo no humano, definitivamente.
Pero nada desagradable. De hecho, tendría que reconocer que es un olor… interesante. Qué cosas.
- ¿Y a qué huelo?- hay una repentina y evidente curiosidad casi infantil en su pregunta, mientras suelta con delicadeza el manuscrito que leía en la mesa frente a sí. La mirada multicolor lo perturba más de lo que le habría gustado admitir, y no sólo por la variedad cromática: segura de sí misma, sin ningún ápice de miedo en ella… Y sí, el odio visceral sigue ahí camuflado, casi puede notarlo al tacto.
La situación es ya harto surrealista de manera oficial. Y Damon Salvatore ha vivido muchas, aunque no cree recordar ninguna parecida a la presente.
Una mujer mosqueada aparece en la cámara frente a dos vampiros… ¿y todo lo que se le ocurre es preguntar que cómo es su propio aroma?
- ¿Qué…- por unos instantes, el moreno se encuentra tan sorprendido, que su mente se vacía de cualquier expresión. No hay miedo en ella, no hay estupor, sólo… ¿curiosidad?
- ¿A quién estás viendo? ¿Qué está pasando?- al menos Stefan no parece muy distinto de lo que suele ser, así que presupone que "algo" de realidad debe de haber en todo aquello.
Damon toma aire (un aire que realmente no necesita desde hace muchos años, pero que siempre tiende a calmarlo), y vuelve a inquirir:
- Sobreentiendo que mi hermano no puede verte… ¿y que eso es lo que debería pasarme a mí también?
- Sí- le responde ella al fin-. Reconozco que estoy tan sorprendida como lo estás tú.
- Bien, bueno es saberlo. Pero sigues sin responder a mis otras dos preguntas: ¿qué eres, y qué haces aquí? ¿Cómo has conseguido entrar?
- Eso no importa- vuelve a coger el manuscrito… y parece decidida a querer leer nuevamente. Como si nada la hubiera interrumpido.
Ah, no, ni hablar. Por ahí sí que no paso.
- Oh, claro que importa. A mí me importa. Y te aconsejaría que respondieras pronto: la paciencia no es una de mis virtudes precisamente.
- Bueno, a mí tampoco me gusta que me interrumpan cuando leo, y no me muestro tan desagradable, ¿no crees?
Los ojos del vampiro se abren de puro asombro, y siente sus manos cerrarse con fuerza. Esto va a ser difícil, piensa.
- Lectura que has obtenido ilegalmente, colándote en nuestra casa.
- Vaya, habló don Rectitud. No tengo tiempo para discutir contigo, no-muerto.
- ¿Y cómo sabes…?
- Nada en esta conversación es útil. Sólo el porqué de que algo como tú me vea y oiga- de acuerdo, definitivamente hay un deje desagradable tiñendo esas últimas palabras, y el vampiro se rinde al instante.
- ¡A la mierda! – se gira con exasperación a su estupefacto hermano unos instantes-. Lo he intentado, ¿de acuerdo? Has sido testigo de que he intentado ser un buen tipo, así que no me pongas tu cara de haber sido pisado por un camión, ¿vale?
Y dicho lo cual se lanza a su velocidad acelerada vampírica, aquella que lleva años perfeccionando su cuerpo hacia la extraña mujer… Para quedar instantáneamente casi empotrado contra la pared.
Ojalá pudiera decir que su cuerpo ha quedado tan magullado como su orgullo. Pero no, claro. Para ser vampiro, no todo se regenera con la misma velocidad.
En el otro extremo del habitáculo, la mujer lo contempla aparentemente pensativa. Como si un chupasangre furioso no hubiera intentado correr hacia ella para matarla… o cualquier otra cosa peor.
- Pero qué cojones…
- Y dale con esas palabras. Aunque, la verdad, prefiero ésta a la otra que usaste antes. La gente la utiliza con demasiada frecuencia, y no tiene ni idea de lo que realmente suelta por su boca. Aunque claro, el término "gente" no podría aplicarse a vosotros, ¿verdad?- con total naturalidad, la extraña se cruza de brazos. No hay sarcasmo, no hay ironía. Sólo una total muestra de seguridad detestable. Es una mujer joven, se asegura de pronto. Pero nunca algo así lo ha detenido.
Esta vez no hay medias tintas, no vuelve a pronunciar palabras intercediendo por la diplomacia: Damon vuelve a lanzarse a la carga contra la mujer… y vuelve a quedarse en la nada. Mientras Stefan parece impacientarse aún más vivamente que antes.
- ¿Quieres explicarme qué demonios está pasando aquí?
- Oh, genial, la verborrea malsonante es propia de los hermanos. Creía que era solo cosa tuya, pero está visto que no. ¿Piensas seguir jugando al ratón y al gato mucho rato, o me ayudas a averiguar por qué me ves y escuchas? Créeme, esto me gusta tanto como a tí- la mujer taconea en el suelo, impaciente. Como si hubiera mordido un limón engañada por creer que era una fresa.
- ¿Qué eres? ¿Algún tipo de jodido fantasma?
- No, no soy ningún fantasma, y gracias por el adjetivo acompañante.
- Pero tampoco eres vampiro.
- Ni lo menciones- parece desagradarle especialmente la posibilidad, ya que una mueca de repugnancia invade su rostro. Es bastante hermosa, todo hay que decirlo.
- Pues me estoy quedando sin ideas, porque tampoco te veo como mujer loba… ¿bruja?
- Fantástico, está visto que no estás centrado. Pero claro, qué podía esperarse de semejante cosa. Y esto… ésto es demasiado inusual. No debería siquiera hablar contigo, yo… Bah, haré mis averiguaciones por mi cuenta. Adiós, Damon- y dicho lo cual…
Desaparece. Sin más.
- ¡Eh! ¡Espera! ¿Qué…? ¿Será posible? ¡Eh, vuelve! Jodida hija de… ¡vuelve!- y su último grito se hunde en una cámara silenciosa, con sólo dos habitantes en ella: uno, furioso; el otro, mirando preocupado al primero.
Qué vivan los misterios.
Debería haberse largado de Mystic Falls. Lo sabía.
Mierda.
La oscuridad se deshace de pronto, y la luz cobra fuerza ante sus ojos. Donde segundos antes sólo había negrura, ahora hay conciencia.
Está despierta.
Al instante, siente las sábanas bajo su cuerpo, el almohadón mullido sobre el que descansan sus músculos. Suaves conversaciones que provienen de la calle. Una ligera brisa otoñal que acaricia su rostro a través de la ventana abierta… Y que nada le dice acerca de la temperatura a su alrededor. Ya nunca más volverá a sentir frío o calor. Lo sabe. Demasiadas sensaciones, y demasiados impedimentos juntos. Todo contradictorio, confuso, irreal.
Está muerta, pero también viva.
Y entonces, una nueva sacudida comienza a hacerse paso entre sus entrañas, la nota corroerle repentinamente todo su sistema nervioso, la hace pasarse la lengua por unos resecos labios… y a punto está de provocarle una solitaria lágrima.
Tiene hambre.
Antes, cuando era humana, reconocía la sensación de tener el estómago vacío como algo incómodo; ahora, como vampiro, es sencillamente desgarrador. Y de poco le servirá la taza de tila fría que descansa en la mesita de noche, lo sabe. No es esa hambre la que amenaza con hundirla en la locura.
Sangre. Necesita sangre.
Ojalá pudiera hacerse una bolita en la cama y olvidarse del mundo, y de ella misma en especial. Pero la necesidad la obliga a levantarse del lecho que lleva tres noches compartiendo con su dolor, y salir de la habitación.
Stefan, te necesito.
Hay silencio en la casa. Demasiado, de hecho. Por unos instantes, le da por pensar si no estará sola… y un repentino miedo atenaza su cabeza. No puede quedarse sola, no con tanta gente en los alrededores de la mansión. Sacude la cabeza para sí. Necesita beber primero, después se planteará lo demás. Recuerda el congelador atestado de "provisiones" del sótano, y sus piernas se ponen en movimiento apenas sin darse cuenta.
No es hasta que pasa por la puerta abierta del salón cuando se da cuenta de que no es la única inquilina: Damon se encuentra sentado en el sillón frente a ella, vaso en mano, y mirada total y absolutamente perdida en la nada. Parece… confuso.
¿Damon confuso?
Extraño. Inquietante incluso. Al no respirar ni moverse, podría pensarse que es únicamente una estatua. Una bella y mortífera estatua.
No quiere acercarse a él, no quiere estar a solas con él. Pero la repentina necesidad por saber del vampiro rubio se le antoja irresistible, aún más que el hambre, por lo que avanza unos pasos y murmura:
- ¿Dónde está Stefan?
- Buenos días. Salió a dar una vuelta.
No hay sarcasmo, no hay mirada socarrona. De hecho, ni siquiera la mira, sino que clava los ojos más allá de su persona. Definitivamente, algo va mal.
No quiere preguntarle, no quiere hablar con él más allá de lo estrictamente necesario… porque sabe, en su interior, que hay demasiadas cosas de las que hablar con el moreno. Pero sus ahora exagerados sobre-sentimientos por todo la hacen morderse el labio, y acercarse un poco más a él.
- ¿Qué sucede?
Lentamente, el vampiro centenario fija sus ojos en ella, y la nueva incorporación no-muerta se siente pequeña, desgranada en pequeñas porciones totalmente expuestas a él. Lo que antes sentía por el hermano despechado, ahora, como todo en su nuevo ser, se ha agrandado, y le resulta casi imposible no pensar en ello. Si no fuera porque no necesita ya respirar, comprende que, en aquellos instantes, se vería totalmente hiperventilada.
- Nada que te incumba- su mirada se dulcifica de pronto-. Lo que quiero decir es que no pasa nada, no tienes por qué preocuparte.
Con Stefan todo ha sido siempre fácil. Lo sabe. Incluso estando en este nuevo (y permanente, se recuerda melancólica) estado es bastante sencillo saber en qué piensa. Stefan se rige por un estricto código de honor y responsabilidad. Es (cuando no está en modo destripador, se oye a sí misma, una vocecilla últimamente molesta y descarnadamente realista) el mejor hombre que conoce, y todas sus acciones se basan en ese principio de bondad y respeto.
Damon es otro cantar, por supuesto. Su código sólo él parece conocerlo, y pasa desde actuar como todo un monstruo, a realizar acciones absolutamente heroicas. De todos modos, cuando era humana, creía tener momentos de total entendimiento con él. Conseguía reconocer en algunos instantes una pálida luz en sus ojos, un movimiento de cejas que la hacía vislumbrar qué pasaba por la mente del vampiro. Aunque normalmente la confundía, había ocasiones donde hubiera puesto la mano sobre el fuego por él.
Ya no sucede igual: Desde hace tres días y tres noches, Damon se ha convertido en un muro impenetrable. Por más que intenta acceder a él, más resistencia se encuentra. O quizás ella no haya puesto el suficiente interés, si lo piensa detenidamente. Hay demasiadas cosas en su cabeza, demasiados fragmentos de diálogos, conversaciones antaño olvidadas y ahora perpetuadas a fuego. Demasiadas cosas no habladas de nuevo. Miradas y palabras. Momentos perdidos que jamás creyó que pudieran haber existido… y que, ahora lo sabe, existieron. Y dos de ellos la queman a cada segundo. Dos recuerdos relacionados con él.
"Quiero decirte una cosa"
"¿Por qué no puedo oírtela con el collar?"
"Porque lo que voy a decirte es probablemente lo más egoísta que he hecho en mi vida"
Ojalá dejaran de atosigarla, ojalá la permitieran seguir como estaba con él. Ojalá todo fuera más fácil.
Evidentemente, no ha dicho nada. Y evidentemente, él tampoco.
- Tu cara no parece decir eso.
El vampiro no parece haberla oído.
- Stefan esperaba que te levantarías más tarde.
- Tengo… hambre- eso último le cuesta decirlo, aún duele asumir los cambios.
- Lógico, llevas muchas horas sin alimentarte- Damon se levanta por fin del sofá con una extraña pesadez, suelta el vaso (¿whisky? ¿a estas horas?), y hace un ademán de moverse hacia ella, conmiserativo… Cuando parece tener una idea-. Salgamos fuera.
- Hay aquí. No necesito salir- procura no decir la palabra en voz alta. Aún no.
- Eso último es mentira. Y, francamente, a los dos nos vendrá bien. Stefan va a tardar (ha decidido hacer de hermanito responsable) y… necesito tomar aire fresco. Tengo…- parece guardar un enorme trozo de comida en la boca que no consigue tragar, y sus ojos continúan velados por algo que empaña todavía sus pensamientos. Desliza la mandíbula una vez más a la derecha-… tengo que despejarme un poco.
- No voy a salir, Damon- intenta imprimir una firmeza que no siente.
La voz de Damon baja unas octavas.
- No te lo he pedido, Elena.
Y de pronto está ahí, a escasos centímetros de ella. Enorme, intenso, aterrador… y dolorosamente perfecto. La sensación se agranda por instantes, la hace desear… la hace desear su boca, su cuerpo, su cuello. Cielo Santo.
Al ansia por alimentarse se le junta otra avidez, aún más carnal si cabe. El cuerpo se envara, se ablanda y vuelve a endurecerse… en apenas dos segundos. Demasiado que sentir. Su rostro comienza a modificarse. Y al instante también, Elena se gira, dándole la espalda. Nota cómo sus ojos se retuercen, cómo su rostro se estira y el hambre amplificada intenta hacerla perder la razón. Sin saber aún a qué o quién está del todo dirigida. No, no. No más, por favor, se oye en su cabeza. No más.
"Quieres un amor que te consuma. Quieres pasión, y aventura, e incluso un poco de peligro"
Por favor.
- Vas a salir porque, por mucho que te cueste aceptarlo, no puedes tirarte toda la eternidad en esta casa…y porque tienes que empezar a rodearte de humanos de una vez por todas.
- No… no puedo- el miedo la aterroriza, mientras el deseo la consume. Sangre fresca. Sangre recién obtenida de gargantas moldeables. Damon junto a ella, besándola, las bocas rojas y húmedas. Sangre y Damon, Damon y sangre.
Intenta recordar el asco que le producía como humana la mera visión de la sangre. La incomprensión que sentía cuando veía a Stefan o Damon beber ese rojizo líquido. El olor a férrico, la futilidad de pensar cómo podían no cansarse de ella. Y no funciona. Nunca más podrá volver a ver la sangre del mismo modo; nunca más podrá entenderse a sí misma, no como antes.
- Mírame. Elena, mírame-la mano de él agarra su barbilla, instándola a mostrarse frente a él con el nuevo rostro que aborrece de sí misma. Intenta negarse, pero el vampiro tiene demasiados años acumulados frente a ella, su fuerza la supera con creces. Finalmente, se ve obligada a contemplarlo, mientras dos lágrimas comienzan su andadura por sus ahora ennegrecidos ojos.
Aún recuerda la primera vez que Stefan la vio transformarse. Recuerda la mirada de sorpresa, de pena… y de algo más. Siempre ha sabido qué pasaba por la cabeza de él, por lo que supo qué era sin necesidad de que él dijera nada: Katherine. Ahora ella era igual que Katherine. Vio el segundo de incertidumbre en sus ojos, su casi inapreciable… sí, dilo, su casi inapreciable desprecio. Ya no sólo disponían del mismo físico: ahora también tenían idéntica naturaleza. Era cierto: Sólo duró unas décimas de segundo, apenas un suspiro, pero… lo vio. Después llegaron los abrazos consoladores, los besos confortables, el intento de suavizar la tristeza que impregnaba todo el cuarto donde se encontraban.
Damon no la ha visto aún con ese nuevo aspecto, y ahora que la tiene en frente, tan sólo la mira. No hay sorpresa, no hay dolor, no hay nada. Sólo tranquilidad. O eso piensa ver ella, ya no sabe qué ve y qué se esconde en los ojos claros de él. Y entonces Damon susurra lo que no ha dicho Stefan desde que ese infierno se desatara en ella:
- Sigues siendo tú.
"Realmente me recuerdas a alguien"
Su rictus se contrae, se siente a punto de llorar y no detenerse jamás. Y, al pensarlo, se da cuenta de que podría ser verdad: podría conseguir no detener su llanto nunca más. El sobrellevar los sentimientos amplificados le sigue costando demasiado, aunque Caroline (en su visita diaria de ayer) le asegurara que acabaría dominándolos.
Damon continúa contemplándola, mientras de repente un dedo se desliza sobre una lágrima que comienza a surgir de su ojo derecho. El mismo dedo es quien la dirige hacia la mejilla, como si necesitara ser conducida al final de la barbilla. El índice quiere hacerla salir, quiere que se pierda y nunca más vuelva a su rostro. Es suave, es dulce… Y desgarrador. Damon la desgarra de una manera que jamás ha conseguido nadie. Ni siquiera Stefan, y es algo que le duele admitir.
Y más aún en estos días.
Necesita liberarse de su presencia. Ahora mismo.
Su rostro se desvía al instante de la mano de él, quedando ésta colgando al vacío. Casi puede oír el imposible rechinar de dientes de Damon, mientras el vampiro suelta como un exabrupto:
- Lo siento. No volverá a pasar.
"No te merezco"
Puede verlo en su cabeza, otro lugar, otro momento. Momento que como humana había olvidado, y como vampiro ahora recuerda. Y, en el centro de todo, el mismo Damon. Mismo enfado desproporcionado hacia sí mismo, hacia lo que es. Hacia lo que siente.
Hacia lo que siente por mí.
- Sea como sea- el vampiro recupera la postura rápidamente, mucho más veloz que ella-. Vamos a salir fuera, tú y yo. Primero, vamos a alimentarnos de la sangre del congelador hasta hartarnos, y después asomaremos al bonito sol que hace hoy. Hay que aprovechar ese anillo que nos dio Bonnie para tí.
- No puedo.
- Me da igual, Elena- hay fiereza en esas palabras.
- No, Damon, yo… - cómo decirlo sin hundirse-. Tengo miedo. Miedo de mí misma.
Tengo miedo de lo que pueda hacer, miedo de dejar de sentirme a mí misma y convertirme en aquello que soy ahora.
La voz de él vuelve a convertirse en un susurro hecho de fuego líquido y fría agua cuando le responde dos simples y lacónicas palabras que son mucho más que dos simples y lacónicas palabras:
- Lo sé.
"Te quiero, Elena. Y como te quiero, no puedo ser egoísta contigo. Ni puedes saber esto"
Demasiado intenso. Demasiado carnal… y sincero. Demasiado Damon.
Y, al oírlo a la par de recordarlo, la nueva vampiro comprende que lo seguirá al exterior, quiera o no… Aunque tiene serias dudas de que realmente no anhele seguirlo a donde él desee llevarla. Cielo o infierno, exterior o interior. Cualquier lugar al que él vaya… ella irá.
Ojalá no me hicieras perderme en mí misma, Damon.
(Continuará)
